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La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Nov 12, 2014 8:17 pm

La pugna


Historia alternativa de la Segunda Guerra Mundial

Continuación de “El Visitante”





Para mi esposa y para mi hija. Lo único importante en este mundo.




“Ucronía: dícese de la literatura que especula sobre mundos alternativos en los cuales los hechos históricos se han desarrollado de diferente forma de como los conocemos”.

“Así como utopía es lo que no existe en ningún lugar, ucronía es lo que no existe en ningún tiempo.”

Charles Rounivier “L’utopie dans l’Histoire”

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Nov 12, 2014 8:22 pm

Prólogo

La victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial ha sido un tema que ha fascinado tanto como la derrota final de Napoleón ¿Cómo el emperador que conquistó toda Europa, que llegó a dominar desde Madrid hasta Moscú, pudo ser vencido? La misma pregunta se plantea una y otra vez al aficionado a la Historia Militar ¿Cómo pudo ser derrotada Alemania, la potencia militar que fue capaz de conquistar París y llegar a las puertas de Moscú?

Argumentos que justifican la derrota alemana no faltan. Simplemente, Alemania no fue capaz de superar a una coalición mundial dirigida contra ella. Los aliados disponían de más recursos, fabricaban más armas y tenían más hombres que Alemania y sus países satélites. Lo que llevó, inexorablemente, a la victoria del mundo libre… aunque llamar libre al régimen estalinista resulta un tato contradictorio.

Pero la cuestión es que en el verano de 1940 Alemania dominaba Europa y sus ejércitos no tenían rival ¿Cómo pudo ser que Alemania no venciese?

La novela “El Visitante”, de la que esta obra es continuación, intentaba analizar las opciones que se abrieron ante Alemania tras conseguir derrotar a Francia el verano de 1940. “El Visitante” nació como un entretenimiento, un simple ejercicio de novelización de acontecimientos ucrónicos, pero que creció hasta convertirse en un libro cada vez más extenso y que finalizó dejando tantos interrogantes abiertos que me han obligado a sentarme nuevamente ante el teclado.

El riesgo que supone escribir sobre una posible victoria alemana en la Segunda Guerra Mundial es olvidar el terrible sufrimiento que vino aparejado con la dominación hitleriana, una de las páginas más vergonzosas de la Historia de la Humanidad. Cualquier futuro alternativo que incluyese los campos de exterminio me parece repugnante. Afortunadamente el escritor de ucronías tiene la ventaja de poder modelar un universo más de su gusto, y es lo que intenté con “El Visitante”, donde he intentado imaginar una Alemania nazi menos nazi. Dejo a juicio del lector si lo he conseguido o no lo.

En la introducción hago un pequeño resumen de la parte anterior, de tal forma que “la Pugna” puede leerse independientemente. Sin embargo recomiendo la lectura de “El Visitante” para la mejor comprensión de esta obra.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Nov 12, 2014 8:24 pm

Agradecimientos

No podría enfrentar la escritura de esta novela sin la calurosa acogida recibida por “El Visitante”. Sin todos sus lectores, y especialmente sin los que me animaron a continuar la historia, “La Pugna” no hubiese sido posible.

Citar a todos los que me ayudaron con “El Visitante” sería imposible, pero tengo que destacar la ayuda de Ramcke, AnibalClar, Grognard, Eriol, el Capitán Miller, Gaspacher o KL Albrecht Achilles, del foro Der Zweiter Weltkrieg y del Foro General Militar.

Como en “El Visitante” la recogida de la información necesaria ha sido personal, buscando en parte en mi biblioteca, pero sobre todo en Internet, una ventana abierta al mundo que permite acceder a todo tipo de informaciones de manera inimaginable para generaciones anteriores. Ante páginas como Uboat.net, Lexikon de Wehrmacht, AchtungPanzer y, como no, Wikipedia, me fascina como miles de personas han prestado su esfuerzo desinteresado que permiten encontrar datos que antes hubiesen requerido la consulta de bibliotecas especializadas. A todos ellos dedico esta obra.

Buena parte de los personajes que aparecen en esta obra son reales. Intentar conseguirlo me ha llevado muchas horas de consulta y por eso animo a los lectores a conocer sus vidas, como homenaje a los que vivieron esos años tan difíciles. Sin embargo al imaginar la actuación de esos personajes históricos corro el riesgo de atribuirles hechos que no hubiesen efectuado. Pido disculpas por los probables errores que haya cometido.

Esta página no estaría completa sin un especial recuerdo a dos personas maravillosas sin las que no podría vivir: mi esposa y mi hija.

Gracias a todos.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Nov 12, 2014 8:31 pm

Introducción

La catástrofe que para Europa supuso la Primera Guerra Mundial no solo llevó al ascenso de ideologías totalitarias, sino que creó un sentimiento de resentimiento en los derrotados que desencadenó una nueva guerra en Europa apenas veinte años después. Pero la nueva guerra no fue igual que la anterior: los militares alemanes habían ideado una nueva estrategia que usaba los adelantos en la mecanización y en la aviación para vencer a los ejércitos enemigos, penetrar profundamente en su retaguardia y finalmente derrotarlos con rapidez y energía que hubiesen aplaudido Aníbal o Napoleón.

Con rapidez pasmosa Alemania conquistó Polonia, Dinamarca y Noruega, y en Mayo de 1940 se volvió contra el Oeste. En un mes derrotó los ejércitos franceses, ingleses y belgas. Aunque la mayor parte del ejército inglés pudo reembarcar en Dunkerque, tuvo que abandonar su armamento. Inglaterra quedó casi inerme ante el ejército alemán: solo su flota protegía sus costas del avance de los Panzer. Poco después los Países Bajos y Francia cayeron bajo el yugo nazi.

El 27 de Junio de 1940 un victorioso Adolf Hitler visita París. El dictador es un aficionado a la arquitectura y desea conocer los principales monumentos de la Ciudad de la Luz. Sin embargo un conspirador alemán ha entregado una bomba a un izquierdista francés. Hitler perece cuando la bomba estalla durante su visita a la Ópera, y la historia del mundo diverge.

Al llegar la noticia del asesinato de Hitler a Berlín el jefe de las SS, Heinrich Himmler, intenta hacerse con el poder ayudado por el jefe de seguridad del Reich Reinhard Heydrich. Sin embargo uno de sus subordinados, el Mayor Walter Schellenberg, decide cambiar de bando, y alerta al Reichsmarshall Hermann Goering. Este consigue frustrar el golpe con la ayuda del general Beck, antiguo jefe del ejército caído en desgracia. Goering ordena la ejecución de Himmler y Heydrich, y otros prominentes nazis mueren o son gravemente heridos durante la intentona. Goering acusa a las SS del asesinato de Hitler y las disuelve. Posteriormente organiza un plebiscito que le confirma en el poder, tomando el título de “Statthalter”, es decir, lugarteniente. Goering decide llamar al antiguo canciller Von Papen para dirigir la diplomacia alemana.

Tras la toma del poder Goering, junto con los altos cargos del ejército, la marina y la aviación, estudia como vencer a Inglaterra. Después de largas deliberaciones deciden que un asalto directo es imposible debido a la debilidad naval alemana, y prefieren atacar al Imperio Británico para hacer caer al Primer Ministro Británico Winston Churchill.

Von Papen consigue que Goering atenúe el antisemitismo nazi para hacer su régimen más digerible para otras naciones. Luego organiza en Aquisgrán una conferencia de la que surge una confederación de estados europeos, la Unión Paneuropea, y un organismo militar, el Pacto de Aquisgrán. La Unión Paneuropea incluye a Alemania y sus conquistas, a la mayor parte de los Balcanes salvo Yugoslavia y Grecia, a la renuente Francia y a España.

El Reino Unido considera que la Unión Paneuropea es una amenaza y establece sanciones contra España. Las maquinaciones de Schellenberg, que ahora dirige los servicios de inteligencia alemanes, llevan a que Inglaterra declare la guerra a España. Los británicos desembarcan en Canarias, pero pocas semanas después Gibraltar es reconquistado por los españoles.

Goering presiona a Mussolini para que acepte la ayuda militar alemana, cuya llegada salva al ejército italiano de la contraofensiva inglesa en Egipto. El descubrimiento de petróleo en Libia da mayor importancia al escenario, por lo que ambas potencias llevan a África una gran fuerza militar, con gran componente acorazado, dirigida por los generales Von Manstein y Rommel. Los dos generales se complementan perfectamente y derrotan a los británicos primero en la frontera y luego en Egipto.

Simultáneamente el regente Pablo de Yugoslavia, con ayuda alemana, se proclama rey de Yugoslavia, que se une a la Unión Paneuropea. Grecia es atacada y derrotada por los alemanes, aunque los ingleses logran refugiarse en Creta.

Tras el golpe de estado antibritánico en Irak los ejércitos alemán e italiano, dirigidos por Von Manstein y Rommel, cruzan el Canal de Suez e invaden Palestina, enlazando con los rebeldes iraquíes. Goering convoca una reunión de la Unión Paneuropea en Jerusalén.

Sin embargo Goering está siendo influido por miembros del partido nazi y decide retomar el antisemitismo y proceder a la limpieza racial en Europa y Palestina. Asimismo decide invadir la URSS. Ofrece el mando de las operaciones a Von Manstein, ahora en Berlín, que diseña un complejo plan de operaciones. Schellenberg, que es testigo de matanzas de judíos en Palestina, busca el apoyo de generales y políticos alemanes contra los planes del dictador. Al mismo tiempo Stalin, que engañado por Schellenberg ha desencadenado una nueva purga contra su ejército, planea invadir Europa Occidental adelantándose a la ofensiva alemana.

La posición de Churchill peligra, pero su habilidad como político le libra de una moción de censura. Pensando que los éxitos alemanes se deben a Goering envía un comando para atentar contra él. La operación fracasa pero el rumor llega a Berlín, donde un grupo de nazis, muchos de ellos relacionados con las antiguas SS, intentan tomar el poder, ayudados por el mariscal Beck y el almirante Canaris. Sin embargo Schellenberg, ayudado por Von Manstein, aborta el intento de golpe de estado.

En Jerusalén se prodigan las conspiraciones contra Goering, pero el antiguo SS y ahora comisario de policía Sepp Dietrich consigue desmantelarlas. Finalmente el mismo oficial alemán que había llevado la bomba a París consigue introducir otra bomba en la recepción que ofrece el dictador alemán a sus aliados. En el atentado mueren Goering y Mussolini, y la historia del mundo vuelve a cambiar.
Última edición por Domper el Lun Nov 17, 2014 1:46 am, editado 1 vez en total

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Nov 12, 2014 8:32 pm

Un descanso inesperado me ha permitido retomar la historia de "EL Visitante", aunque por desgracia supongo que las actualizaciones serán a menor ritmo del que yo desearía.

Que lo disfrutéis.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Nov 12, 2014 10:15 pm

Celebro que podamos ir leyendo poco a poco "La Pugna". Tras degustar lo sucedido en "El Visitante", ahora Domper nos regala otra novela de igual o mayor interés que la anterior. Sólo queda estar atento y disfrutar de lo que nos deparará esta nueva entrega, que no será poco.

Saludos

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Nov 12, 2014 10:33 pm

Sencillamente, gracias. :)

Saludos.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Nov 12, 2014 11:39 pm

Muchas gracias por la parte que me toca, Domper, en tu sentida reseña.

Al igual que el resto de mis compañeros, aquí estoy para lo que sea menester.

Un abrazo.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Jue Nov 13, 2014 1:10 pm

Primera parte

Ministerio de Información y Propaganda.

Sección de Control de medios de masas.

Expediente nº 3122-85

Presentado el: 22 de Marzo de 1985

Solicitud de consulta voluntaria de la obra “Siete años y siete días” de la que son autores el coronel Roland von Hoesslin (póstumamente) y Heinrich Gerlach.

Máximo secreto

La familia del coronel Von Hoesslin ha solicitado la publicación de una edición resumida de los diarios que el coronel recogió durante la Guerra de Supremacía. La confiabilidad política de Rudolf Von Hoesslin está fuera de toda duda, constando su adhesión personal y la de su familia al Movimiento Germánico.

Heinrich Gerlach es un novelista que ha escrito varios relatos de ficción sobre la Guerra de Supremacía. Parte de ellos han sido prohibidos al ser demasiado próximos a las tesis liberalcapitalistas.

Gerlach ha tomado como base los diarios del coronel Von Hoesslin, reescribiéndolos para mejorar el estilo literario y hacer más accesible el texto original. Este censor ha solicitado los diarios originales advirtiendo que las diferencias entre el diario escrito por el coronel Von Hoesslin y la obra de la que se pretende su publicación son tan solo estilísticas y de detalle, facilitando su lectura y comprensión por el lector. Además Gerlach ha incorporado fragmentos propios, que afirma son producto de entrevistas a antiguos combatientes, pero que son producto de su imaginación y que carecen de base documental.

El estilo es fácil de entender aunque rebuscado y no es uno de los mejores trabajos de Gerlach. Al menos no tiene defectos graves ni atenta contra la puridad de la lengua alemana, aunque es deplorable el uso de ciertos anglicismos.

El relato de las acciones militares, tanto del coronel Von Hoesslin como de otros combatientes, resulta interesante e incluso podría ser inspirador para la juventud germánica, aunque con frecuencia sea excesivamente franco. Las partes de la obra en la que se cuentan sucesos políticos no solo no son verosímiles sino que resultan farragosas.

Por lo general la obra carece de verosimilitud. Los diarios del coronel Von Hoesslin tienen escasa conexión con la realidad al haber sido escritos en las etapas finales de su vida cuando sus facultades mentales habían disminuido. Su descripción de los personajes históricos o los hechos que relata discrepan con la realidad histórica. Las partes incorporadas por Gerlach abundan en esa discrepancia, y parece que el autor se recree en contradecir la realidad histórica.

Este censor considera que la lectura de la obra puede llevar a la confusión al lector, que puede interpretar lo que es una obra de ficción como una descripción de hechos reales, dudando de la fidelidad de los textos históricos aprobados por el Ministerio de Cultura del Reich. Por eso este censor considera que, aunque los relatos de guerra puedan ser interesantes, no debe permitirse la publicación de la obra o, si se autoriza, sería necesaria la expurgación de todo aquello que no corresponda con la realidad histórica.

Este censor recomienda que tanto la obra como este informe sean mantenidos en secreto.

Viva el Reich. Viva el Movimiento Germánico. Viva Krenz.

Firmado: Bruno Hempfmann.
Última edición por Domper el Lun Nov 17, 2014 1:47 am, editado 1 vez en total

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Vie Nov 14, 2014 12:59 pm

Capítulo 1

De Globalpedia, la Enciclopedia Total

“Roland-Heinrich von Hößlin, Hössli, o Hoesslin (21 de Febrero de 1915 – 13 de Octubre de 1983) fue un militar y político alemán.

Nacido en Múnich en una familia con larga tradición en la caballería del Ejército del Reino de Baviera. En 1933, a los 17 años de edad, tras superar el Abitur (Examen de Estado) se unió al ejército del Reich como alférez (“Fahnenjunker”) del 17º Regimiento de Caballería en Bamberg. En 1936 ascendió a teniente. Tras el inicio de la Guerra de Supremacía participó en la Campaña de Polonia como primer teniente en el 10º Destacamento de Reconocimiento. Posteriormente recibió formación como tanquista en la Panzertruppenschule de Krampnitz, Potsdam. En Enero de 1941 recibió el mando de la 3ª compañía del 33º Destacamento de Reconocimiento, parte de la 15ª Panzerdivisión. Durante la invasión de Egipto fue condecorado con la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro al capturar el Puente de Embaba, en el Cairo, pero sufrió graves heridas que afectaron a la movilidad de su pierna izquierda y le incapacitaron para el servicio en formaciones de combate.

Tras su recuperación se incorporó al OKW y posteriormente al Estado Mayor del mariscal Von Manstein en Berlín…”
Última edición por Domper el Mié Nov 19, 2014 12:47 pm, editado 1 vez en total

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Dom Nov 16, 2014 11:04 pm

¡¡¡¡Gracias!!!! :D

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Lun Nov 17, 2014 1:48 am

Gracias a Grognard por su ayuda.

Saludos

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Lun Nov 17, 2014 11:23 am

Aunque todos habíamos leído a Jünger, no había necesitado la lectura de “Tempestades de acero” para decidirme por la milicia, ya que la caballería era una tradición familiar desde el siglo XVII. Uno de mis antepasados había muerto en Höchstädt luchando contra Marlborough, lo que había convertido a los Churchill en enemigos familiares. Pero de Jünger aprendí que el tiempo difumina las experiencias, y sin un diario las vivencias se atenúan y se mezclan. Decidí tener mi propio diario el día que comenzó la guerra que tenía que poner a Alemania en el lugar de honor que merece entre las naciones. Ahora, en mi senectud, releyendo esas cuartillas recuerdo aquellos años terribles.

Las primeras hojas del diario las llené en las cortas horas de descanso entre jornada y jornada recorriendo las interminables praderas polacas. Apunté mis primeras experiencias bélicas en pobres establos o en aun más miserables cabañas, cuando con mi sección a caballo pisábamos los talones a los polacos que escapaban de nuestros Panzer. No piensen que eran unos cobardes: una y otra vez se volvían y se enfrentaban con su ridículo armamento a nuestros monstruos de acero. Cuando los mastodontes de acero nos adelantaban y cabalgaba entre nubes de polvo sentía al mismo tiempo dolor, porque la caballería ya no volvería a ser la misma, vergüenza al ver la inutilidad de mis afanes, y envidia de los tanquistas que eran la punta de lanza del ejército alemán.

En cuanto acabó la campaña solicité que se me admitiese en la escuela de tanques. No era agradable cambiar mi brioso corcel por máquinas frías que olían a aceite y gasolina. Pero los caballos iban a pasar al baúl de la historia junto con las cimitarras y las hachas de piedra. El futuro pertenecía a la máquina. Sin embargo mi formación como tanquista hizo que me perdiese las campañas de Noruega y de Francia, y temí que la guerra acabase sin poder llegar a disparar mi cañón contra Churchill. No hubiese debido preocuparme: la guerra llamó a mi puerta. Fui destinado al 33 Batallón de Reconocimiento de la 15ª Panzerdivisión, que iba a ser enviada a Libia. Allí conseguí dos medallas: mi Cruz de Caballero y las heridas que cambiarían mi vida.

Nunca podré olvidar esos días en el desierto. La 15ª Panzer, mi división, derrotó a los tanques ingleses en la batalla de Bardía, abriendo paso a la 7ª División Panzer, que se lanzó contra Egipto y cercó al ejército de O’Connor en Mersa Matruh. Para evitar que los ingleses se rehiciesen el general Rommel nos llamó de nuevo a los de la 15ª, que todavía estábamos recuperándonos de los combates. Mi grupo de reconocimiento había sufrido pocas bajas, y Rommel me lanzó en persecución de los británicos. Los coches blindados de mi compañía corrieron por la planicie pedregosa en paralelo a las columnas de camiones que escapaban por la carretera. Sobrepasamos el Alamein, donde encontramos las trincheras vacías que los australianos habían cavado pero que habían abandonado precipitadamente. No mucho más allá vimos el verdor del Delta del Nilo. El terreno cambió abruptamente de desiertos y arenales a campos de cereal cuajados de frutales y entrecruzados por canales.

Fue entonces cuando el general Rommel cambió el sentido del avance. Dejamos de perseguir a los ingleses, que se retiraban hacia su base naval de Alejandría, que estaba protegida por canales y lagos que harían muy difícil su conquista. Rommel pensaba que si conseguía cruzar el Nilo y avanzar hacia el Canal de Suez el Delta del Nilo caería por sí solo, sin necesidad de batallar en sus cenagales. Pero el Nilo era un obstáculo formidable que pocos puentes cruzaban. Los brandenburguer habían atacado alguno de ellos los días anteriores sin poder evitar que fuesen volados. Pero tal vez el enemigo no esperase que atacásemos los puentes de El Cairo.

Mientras nuestros panzer recorrían la carretera ribereña del Nilo, mi compañía de reconocimiento efectuó un rodeo por el desierto para llegar a la ciudad desde el oeste. Cuando cayó la noche me introduje en el dédalo de callejas, siempre hacia el este, hasta que llegamos al ferrocarril. La población nos aclamaba cuando veía que nuestros blindados llevaban la Balkenkreuz, y un joven oficial egipcio se ofreció a guiarnos hasta el puente del ferrocarril de Embaba. Era una gran construcción metálica, parte de la cual giraba sobre un pivote para dejar pasar las embarcaciones por el río. Con el mayor sigilo posible nos acercamos al puente, que estaba abierto, pero justo entonces el tramo giratorio viró y empezó a pasar un gran convoy militar. No lo pensé dos veces: me lancé detrás del último vagón y antes que la guardia supiese lo que estaba pasando había llegado al otro lado y mis soldados estaban desactivando las cargas explosivas. Durante horas los australianos nos atacaron, pero estábamos aferrados al puente y no consiguieron desalojarnos. A la mañana siguiente recibimos refuerzos y nuestros Panzer empezaron a cruzar el Nilo y a dirigirse hacia el Canal de Suez. Fue precisamente entonces cuando un morterazo me llenó de metralla la pierna izquierda.

Los cirujanos no pudieron hacer nada con el pie, y mi rodilla quedó anquilosada. Bastante tuve con salvar lo que me quedó de la extremidad. Aunque fui evacuado a Berlín para ser tratado por los mejores médicos, y los ortopedistas me fabricaron un pie artificial, mis días de campaña habían terminado.

Pero aun podía servir a la Patria en el Estado Mayor. Solicité un puesto en el OKW. Apenas me había instalado cuando me llamó el mariscal Von Manstein. Lo consideré un honor: el mariscal era un genio militar que había llevado a las armas alemanas de triunfo en triunfo. Su plan nos había permitido derrotar a los ejércitos enormes franceses e ingleses en Francia. Yo tuve el privilegio de luchar bajo sus órdenes en Egipto, y tras mi evacuación había conseguido otra gran victoria, derrotado a otro ejército británico en el Canal de Suez, conquistando Palestina y llegando hasta Bagdad. Ahora el Statthalter Goering había llamado a Von Manstein a Berlín. En el OKW todos especulábamos cual podría ser el siguiente objetivo, inclinándonos unos por un desembarco en Inglaterra y otros por la invasión de la India.

Entré en el despacho de mariscal ayudándome de un bastón.

—A sus órdenes, mi mariscal. Se presenta el primer teniente Von Hoesslin.

—Siéntese, teniente ¿qué tal se está recuperando?
—Estoy casi bien, mi mariscal.

—Me alegro. Siempre me ha gustado ver a los hijos siguen la tradición familiar ¿Sabe que conocí a su padre? Coincidimos en Curlandia en la 4ª de Caballería ¿Qué tal se encuentra?

—Regular, mi mariscal. Lleva muy mal lo de la silla de ruedas.

—No me extraña, con lo activo que era ¿Fue en el Argona donde lo hirieron, no? Y ahora le pasa lo mismo a su hijo. Una vieja familia de soldados sabe cuál es la cruz de la milicia, pero sufrirlo en las propias carnes… Sin embargo un joven oficial inteligente y valiente puede seguir sirviendo a su patria. Teniente, necesito un ayudante ¿se ha recuperado lo suficiente como para trabajar conmigo?

—Desde luego, mi mariscal.

—Los Von Hoesslin siempre dispuestos. Perfecto. Es del dominio público que no estoy en Berlín de vacaciones. No le puedo decir por ahora cual es mi misión, pero sí que necesito mantener reuniones periódicas con el general Schellenberg —al oír nombrarlo me estremecí, pues por Berlín corrían todo tipo de rumores sobre el personaje.

—Para esas reuniones —siguió el mariscal— necesito un ayudante. Su labor no solo será la organización de las reuniones, sino sobre todo mantener las actas, recogiendo todo lo que se discuta y se decida. Sin embargo no podrá tomar notas, porque al general Schellenberg le disgusta que quede constancia de lo que se ha dicho. Pero es un hombre muy ladino y quiero tenerlo por escrito todo lo que hayamos discutido. Así que tendrá que confiar en su memoria. Dentro de tres días voy a tener una reunión con él. Usted me acompañará.

No me costó demasiado adaptarme a la forma de trabajar de Von Manstein. Era un optimista incurable para el que no había tarea imposible, pero que también exigía optimismo a su personal. Odiaba oír “es imposible”, y quien quería ganárselo tenía que decir “es un problema muy difícil pero seguro que usted encuentra la solución”. También le disgustaba el papeleo, que encomendaba a sus ayudantes, y esperaba que no se le molestase con minucias.

Me ocupé de ajustar la agenda del mariscal y de pedir un coche oficial, y le acompañé a la primera cita. El general Schellenberg no solo no tenía cuernos y rabo sino que era una persona muy agradable. Tal vez demasiado: menos mal que el mariscal me había prevenido y conseguí no caer en sus redes. La reunión más que una conferencia pareció una charla de sobremesa. Lo curioso es que no se habló para nada de nuestros enemigos, sino de las medidas necesarias para controlar Berlín ante cualquier intentona golpista. En la reunión se decidió la creación de una unidad especial, la división de instrucción de Berlín, que agruparía las formaciones del ejército, de la marina, de la aviación y de la policía de la capital. La nueva división iba a consistir tan solo en un pequeño núcleo de oficiales, ya que en teoría su misión sería únicamente simplificar el mantenimiento de las unidades militares estacionadas en Berlín. Pero su misión real debía ser el control de la ciudad en momentos de crisis.

Me llamó la atención que se dotase de tanto poder a una unidad militar, que iba a mandar el general Von Knobelsdorff. No entendía tampoco que una unidad tan poderosa estuviese las órdenes directas del mariscal, que no formaba parte de la cadena de mando, aunque nominalmente estuviese subordinada al OKW. Pero comprendí la sabiduría de la medida cuando llegaron los cuatro días de Julio.

El día 23 recibí una llamada: debía presentarme urgentemente en el Bendlerblock, sede del OKW. Al llegar me dijeron que Kaltenbrunner, un antiguo SS que había sido seguidor de Himmler, estaba intentando hacerse con el poder con la ayuda de varios militares de alto rango. Corría el rumor que habían matado a Goering pero me aseguraron que no era cierto. Mi misión debía ser asegurar las comunicaciones entre la división de instrucción, el OKW y la sede de la RHSA. Como Von Knobelsdorff era un militar muy competente la división ocupó sus objetivos en un abrir y cerrar de ojos: cuando los golpistas entraron en los ministerios se encontraron con militares y policías que los detuvieron.

Sin embargo Von Manstein y Schellenberg decidieron que los ministerios siguiesen bajo vigilancia hasta que la situación se calmase. Tuve que quedarme día y noche en el Bendlerblock, comiendo de pie y sin apenas descanso. Un par de días después parecía que todo estaba tranquilo e intenté dar una cabezada. Apenas me había tumbado en un sillón de la sala de banderas cuando notó que me zarandeaban.

—Teniente, el mariscal Von Manstein le reclama. Es urgente.

Como un sonámbulo me acerqué a su despacho, pero me despejé cuando vi que el mariscal y el general estaban de nuevo reunidos. El mariscal me dijo:

—Teniente, debe localizar urgentemente al general Von Knobelsdorff.

No me costó demasiado: también estaba intentando descansar un poco. Le acompañé hasta el despacho del mariscal, que me pidió que me quedase: aunque no me dijo nada sabía que iba a tener que memorizar todo lo que se ocurriese.

—General —dijo Von Manstein a Von Knobelsdorff—, debe alertar inmediatamente su división. Se va a declarar el estado de sitio en la capital

—¿Qué ha ocurrido?

—Algo terrible. El Statthalter Goering ha sido asesinado en Jerusalén.

—¿Cómo? —el general había perdido su compostura de militar, y yo mismo no podía contener mi asombro.

—Como ha escuchado. Han asesinado al Statthalter.

—¿Se ha confirmado la noticia? ¿Cómo ha podido ocurrir?

—Por desgracia se ha confirmado la muerte de Goering, aunque todavía no conocemos todos los detalles. Pero no podemos esperar. Ya conoce su misión: debe asegurar los ministerios y las comunicaciones. Despliegue a sus hombres en los principales cruces y establezca controles en las autopistas y en la circunvalación. Solo podrán circular quienes puedan mostrar pases que lleven mi firma, la del general Schellenberg o la del coronel Nebe. Pero no se exceda en sus funciones: no quiero que sus tropas abran fuego salvo si es imprescindible. Puede retirarse.

Las unidades militares ya estaban en sus puestos, y en muy poco tiempo Berlín pasó a ser una ciudad ocupada.
Última edición por Domper el Mié Nov 19, 2014 11:34 pm, editado 2 veces en total

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Lun Nov 17, 2014 6:54 pm

Excelente Domper, excelente.

Saludos.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Lun Nov 17, 2014 7:31 pm

Gracias a Aníbal y Ramcke. Mira que repaso y repaso, pero no hay forma.

Saludos

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mar Nov 18, 2014 11:02 pm

Genial!

Ya tengo para leer esta noche. :D

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Nov 19, 2014 12:45 pm

Capítulo 2

Sebastian Haffner. “El nacimiento de Europa”. Data Becker GMBH. Berlín, 1987.

“Un grupo de conspiradores consiguió introducir una bomba en el salón del Hotel Rey David durante la inauguración de la conferencia de la Unión Paneuropea. El artefacto estalló durante la recepción, matando a siete personas, entre las que se encontraban Goering, Mussolini (el dictador italiano), dos miembros del servicio y tres asistentes más, e hirió gravemente a otras veinte personas.

Aquellos que se encontraban más cercanos al Statthalter cuando la bomba estalló perecieron o sufrieron heridas graves, por lo que no hay relatos fidedignos del hecho. Uno de los testigos más cercanos, el ministro español Serrano Súñer, al que una columna protegió del efecto directo de la bomba, dijo que la explosión había sido precedida de un altercado, pero otros testimonios no apoyan su versión.

Según la versión oficial la autoría correspondió a un grupo de extremistas nazis que criticaban la laxitud con la que el Statthalter Goering aplicaba las leyes raciales. Tras el atentado se efectuó una investigación, presidida por el general Nebe, director de la Oficina de Seguridad del Reich, pero sus resultados permanecerán clasificados como secreto hasta 2041, según la Ley de Documentos Secretos.

Sólo se tiene constancia de la participación del capitán Von der Schulenburg, que desapareció y probablemente sea la víctima no identificada, y del teniente Von Oppen, que fabricó los explosivos utilizados. El teniente Von Oppen murió cuando iba a ser detenido por el comisario Dietrich, que a su vez sufrió heridas graves en otro episodio oscuro. No se conoce la afiliación política de Von Oppen, pero Von der Schulenburg era miembro del Partido Nazi y estaba relacionado con Erich Koch, uno de los miembros del ala extrema del Partido condenados en el Juicio de Berlín.

Sin embargo la afirmación de diversos autores anglosajones respecto a la autoría británica del atentado puede descartarse por completo. Aunque un grupo de saboteadores ingleses, llegado desde Malta en el submarino Sturgeon, había desembarcado cerca de Haifa, los saboteadores atentaron por error contra el automóvil en el que viajaban Arthur Seyss-Inquart y Heinrich Müller, dos estrechos colaboradores del Statthalter Goering. Los miembros del grupo de saboteadores murieron en enfrentamientos con patrullas enviadas en su búsqueda, y el submarino Sturgeon fue hundido con toda su dotación por un patrullero italiano cerca de Haifa.”
Última edición por Domper el Mar Nov 25, 2014 6:48 pm, editado 1 vez en total

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Nov 19, 2014 11:35 pm

Gracias a Wyrm por su ayuda.

Saludos

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Jue Nov 20, 2014 1:02 pm

Según el diccionario, secretario es el que guarda secretos. Según esa acepción yo, Gerard Wiessler, soy un secretario.

Durante las horas de espera he estado pensando en lo que ha sido mi vida. Recordaba mis ambiciones infantiles y las discusiones con mi padre, que quería que me dedicase a la tradición familiar de la abogacía y no a la medicina. Mis años de estudios en el Gymnasium y la preparación del examen de Estado, y como tuve que dejarlo todo para ir a la guerra. Los meses de barro y de miedo en las trincheras, la camaradería del Freikorps, el aplastamiento de la revuelta espartaquista. Recordaba especialmente mi vuelta a una casa vacía, ya que mi hermano había muerto en Flandes, durante la Ofensiva de Primavera de Ludendorff, y mi padre nunca se había recuperado por completo de la gripe. Al ser el único sustento de la familia no pude reemprender los estudios sino que tuve que aceptar la oferta que la policía hacía a los veteranos de guerra. Entre mi pequeño sueldo de la policía y las rentas familiares podíamos mantenernos. Hasta que llegó la hiperinflación.

Los titulares de los periódicos publicaron la amenaza de los aliados: si Alemania no pagaba unas indemnizaciones de guerra exorbitantes sería invadida. Eso me ofendió como alemán, pero más me hubiese ofendido si hubiese llegado a prever las consecuencias. Toneladas de oro y montañas de hierro, carbón y madera salieron de mi patria. El gobierno se encontró sin fondos y tuvo que aumentar la circulación de billetes. El valor del marco se evaporó y, con él, los ahorros familiares. El gobierno fabricaba billetes primero de cientos de marcos, luego de miles y de miles de millones, que nadie quería. Todas las semanas hacíamos cola en la comisaría para recoger los fajos de billetes que nos entregaba el pagador, y luego corríamos a la panadería para comprar algo antes que el marco se devaluase todavía más. En seguida los panaderos despreciaron el papel moneda y tuve que trabajar para ellos como vigilante para conseguir unos pocos alimentos. A pesar de ello mi padre enfermó y murió. La hiperinflación pasó, pero jamás podré olvidar como los aliados destruyeron a mi familia y mataron mis sueños de juventud.

Los siguientes años tampoco fueron un camino de rosas. Conocí a una buena chica, pero de nuevo los manejos de los plutócratas anglosajones se cruzaron en mi camino cuando su ambición causó la Gran Depresión. Los policías no acabamos en la cola del paro, pero con mi magro sueldo no podía soñar con mantener una familia. Solo tras el ascenso de los nazis las cosas empezaron a enderezarse. La economía mejoró y mis superiores, que habían reparado en mí, me ascendieron a subcomisario. Pude casarme y tener la bendición de un hijo. Mejor todavía, mi antiguo comisario, Arthur Nebe, había sido nombrado jefe de la Kriminalpolizei, la Kripo. Me llamó a la oficina central y me encomendó la persecución de los delitos económicos.

Cuando en 1939 volvió la guerra quise unirme al ejército. Mi esposa lo entendió, pero Nebe no me lo permitió, aduciendo que mi trabajo era demasiado importante. Tuve que comerme las uñas cazando estraperlistas mientras los Panzer aplastaban Europa. Yo intentaba convencerme de que contribuía más a la victoria persiguiendo defraudadores, pero no tuve la satisfacción de disparar un fusil contra los que habían arruinado mis sueños de juventud.

Un día Nebe me encomendó un servicio muy especial. Al parecer los rusos tenían espías en Berlín, pero no sabíamos ni donde estaban infiltrados ni qué secretos robaban. Tan sólo sabíamos que los rusos parecían conocer los movimientos de nuestros ejércitos. Temiendo que la Gestapo estuviese infiltrada habían encargado a la Kripo la investigación. Aunque parecía una tarea imposible se me ocurrió que podía hacer lo mismo que con los delitos económicos: el dinero no tiene nombre ni firma pero pueden seguirse sus movimientos, y lo mismo ocurre con la información. Analicé los movimientos alemanes y los soviéticos, y confeccioné diagramas estableciendo la precisión con la que los soviéticos respondían a nuestras acciones: a mayor precisión, más calidad tenía la información y por tanto la fuente estaba más cercana. Mucho antes de lo que pensaba tuve la seguridad de que el o los espías estaban en el Estado Mayor de la Luftwaffe, y solicité a Nebe autorización para iniciar seguimientos. Pero no solo me la negó, sino que recibí la orden de traslado a Haizenberg, un villorrio alpino.

Sentí que todo se hundía. Una vida de trabajo echada por la borda sin haber hecho nada malo. Pedí a Nebe que me recibiese pero no conseguí respuesta ¿Tal vez estaba implicado mi jefe en el círculo de espías? No lo parecía, porque mis diagramas descartaban que la Kripo tuviese filtraciones ¿Tal vez era envidia, por haber resuelto algo que para él era imposible? Estuve tentado de acudir a Müller, el jefe de la Gestapo. Pero pensé que si se había encargado la investigación a la Kripo y no a la Gestapo sería por algo, y que capturar al espía que había descubierto era más importante que mi carrera. Me resigné y preparé la mudanza. Iba a la estación de tren a por los billetes cuando un desconocido me abordó.

—¿Subcomisario Wiessler? Sígame, por favor —el desconocido me mostró una placa oficial.

Me sorprendí. De acuerdo, había caído en desgracia. Pero ¿por qué abordarme en la calle? Me hubiesen podido detener en la oficina sin llamar la atención.

—¿Estoy detenido? —pregunté.

—No, pero le conviene acompañarme —me dijo, conduciéndome a un coche negro.

Me llamó la atención que no fuésemos a la sede de la Gestapo en la Prinzalbrechtstrasse, sino a las oficinas del Servicio de Inteligencia en la avenida Tirpitz. Allí el desconocido me llevó hasta el primer piso sin que nadie mirase ni saludase. Me resultó extraño hasta que pensé que en una agencia de espionaje era mejor no reconocer a nadie. El desconocido mostró a un ordenanza una nota, y este me hizo pasar a un despacho, donde me encontré con el general Schellenberg.

—¿Gerard Wiessler, no es así? —estaba tan impresionado que apenas pude asentir.

—Me alegro de verle —me dijo Schellenberg—. Le ruego que perdone a Nebe el susto que le ha dado, pues lo hizo siguiendo mis indicaciones. Yo estaba buscando a alguien inteligente y capaz, y cuando Nebe me informó de los resultados de su investigación pensé que usted podía ser mi hombre. Pero tenía que comprobar si usted era de fiar. Para probarle preparé esa pequeña comedia. No me hubiese gustado que acabase en ese rincón de los Alpes, pero necesito a alguien que reúna discreción y lealtad.

Permanecí en silencio mientras el general seguía.

—Se preguntará que quiero de usted. Es muy sencillo: un ayudante de confianza. He heredado esta oficina de mi predecesor, el pequeño almirante, y no me fío ni de las paredes. Aunque reviso mi despacho cada día me encuentro curiosidades como ésta —me enseñó un aparatito que reconocí como un micrófono, el más pequeño que nunca hubiese visto.

Schellenberg siguió—. No puedo encargarme a la vez de mi seguridad y de la del Reich. Pensé que necesitaba la ayuda de un buen profesional, que siempre sería mejor que algún arribista como yo —no sabía que el general tuviese un humor tan cáustico—. Su misión será sencilla: asegurarse que nadie sepa lo que hago, salvo lo que yo quiera que se conozca ¿le interesa?

Me apresuré a aceptar la nueva tarea. Schellenberg no se anduvo por las ramas:

—Magnífico. Pero le prevengo que tendrá que mantener discreción absoluta sobre todo lo que oiga, lo que vea o lo que adivine. No podrá contarle nada a nadie. Ni a los amigos, ni al coronel Nebe, ni siquiera a su esposa. Yo le vigilaré y si le sorprendo en falta acabará en un sitio mucho peor que los Alpes. A cambio no sólo le ofrezco la promoción personal, sino la posibilidad de servir a Alemania en un puesto mucho más importante que un batallón de fusileros.

Prometí ser una tumba. Entonces mi nuevo jefe me dijo.

—Por último, tal vez le parezca un fastidio, pero esta es una agencia militar. Usted es ¿detective o subcomisario?

—Subcomisario, mi general.

—Considérese comisario a partir de ahora. Eso equivale… espere… a mayor. Perfecto, a partir de ahora usted será el mayor Gerard Wiessler. Necesitará un uniforme.

Cuando acepté la oferta del general Schellenberg no sabía realmente lo que hacía. En las semanas siguientes tuvo que sumergirse en las más negras aguas del Reich. Nunca hubiera podido imaginar la red de intrigas que estaba tejiendo el general Schellenberg. Espiaba a todo el mundo: a las fuerzas armadas, a los ministerios, incluso a la Gestapo. Tenía informadores en todos los departamentos, con los que se reunía en rincones insospechados. Su archivo recogía todos los secretos del Reich. Tan solo respetaba a Goering: no sólo no le espiaba, sino que periódicamente le presentaba informes completos sobre sus actividades. Un día que estaba de buen humor Schellenberg se confió conmigo.

—Gerard, igual te extraña que no tenga secretos para el Statthalter. Pero en Berlín la lealtad es tan rara que resulta la carta más valiosa.

Sin embargo pronto descubrí que Schellenberg tampoco le contaba todo a Goering, y comprendió que esa fachada de lealtad era realmente una tapadera para las maquinaciones del general.

Un día el general llegó muy afectado, fumando un cigarrillo tras otro a un ritmo aún superior al habitual. Como ya tenía suficiente confianza con él le pregunté lo que ocurría.

—Ni te lo imaginas, Gerard. Esos locos de Rosenberg y Seyss-Inquart están convenciendo al gordo —fue la primera vez que le oí faltarle al respeto al Statthalter—. Quieren que ataque a los rusos ¿Esos imbéciles no aprendieron nada de 1918? La guerra en dos frentes significa la derrota para Alemania. Además el desgraciado de Rosenberg desea aprovechar la invasión para limpiar Europa de subhombres ¿Eres antisemita, Gerard?

Nunca lo había pensado muy a fondo. Le dije que no me agradaban ni los negros ni los judíos.

—Ni a ti ni a nadie en Alemania. El finado doctor Goebbels hizo un buen trabajo convenciéndoos de las maldades hebreas. Pero ¿serías capaz de matarlos a sangre fría? ¿Asesinarías a un niño judío? Piensa en un niñito rubio, sonriente y juguetón ¿Le dispararías en la cabeza?

Me imaginé asesinando a un niño como el mío. No me costó nada responder:

—Jamás. Nunca mataría a un niño.

—Me alegro, porque voy a hacer todo lo que pueda para que eso no ocurra.

No mucho después Schellenberg viajó a Palestina. Esperaba que el viaje le distrajese pero llegó con humor fúnebre.

—Gerard —me dijo— ¿recuerdas lo que le te dije de matar niños? Ya lo están haciendo en Palestina —el general no dijo nada más, pero lo conocía lo suficiente como para saber que lo que el general había visto le había afectado profundamente.

Al día siguiente me encargó una tarea singular: revisar los informes sobre una investigación realizada el año anterior. Al revisarlos me quedé paralizado ¡Era la investigación sobre el asesinato de Hitler! La versión oficial, que nadie creía, era que Heydrich había usado un agente francés. Todos pensábamos que había sido algún “lobo solitario”, es decir, un asesino que había actuado por su cuenta. Luego Goering había acusado a Heydrich para quitárselo de en medio. Pero el general me presentaba una lista de nombres y de fechas de oficiales alemanes ¿Había sido una conspiración del ejército? El general se adelantó a mi pregunta.

—Yo también difundo el rumor sobre el “lobo solitario”. Pero piensa un poco ¿Cómo pudo ser? Ese supuesto asesino solitario escondió las bombas en la Ópera justo antes de la visita del Führer. Como mínimo alguien le proporcionó información, y pocos sabían que Hitler iba a visitar París.

—En ese caso ¿Cómo es que no encontraron nada? —le pregunté.

—No convenía difamar la imagen del ejército. Además los vándalos de las SS asesinaron a tanta gente que apenas disponemos de testimonios.

—¿Qué podré hacer?

—Revisa los expedientes. Tal vez no consigas nada nada, pero inténtalo.

No resultó tan difícil como pensaba. No sabía que Hitler había adelantado su visita a París y sólo un puñado de oficiales estaba al tanto. Pero ninguno de los que estaban en la capital francesa resultaba sospechoso, como había demostrado la investigación tras el atentado. Todos habían podido justificar sus movimientos en los días anteriores.

Pero si el origen no había estado en París, podría estar en Berlín. Por desgracia en la capital el adelanto del viaje se había difundido y resultaba imposible investigar a todo el mundo, ni disponiendo de un ejército de agentes. Sin embargo podía analizar las comunicaciones entre París y Berlín, ya que por entonces aún no había líneas telefónicas directas. Me enfrenté a la tediosa tarea de leer todas las comunicaciones de los días anteriores. La mayoría de los mensajes trataban sobre cuestiones administrativas o logísticas: que el teniente tal era ascendido o que el regimiento cual necesitaba papel higiénico. A primera vista no había nada sospechoso, pero se podían hacer comprobaciones: si un regimiento pedía papel higiénico pero no lo recibía, reclamaría. Si lo recibía, confirmaría la entrega. Me centré en los mensajes huérfanos, es decir, los que no habían tenido la correspondiente respuesta en los días siguientes, e investigué tanto a los emisores como a los remitentes.

Pronto encontré un mensaje aparentemente inocuo, en el que desde Berlín se avisaba a una compañía del regimiento de infantería 9, una unidad elitista llena de aristócratas, que al día siguiente se enviarían los reemplazos que había demandado. Pero no encontré demandas de reemplazos, ni respuestas al mensaje. Más interesante aún, el mensaje había sido enviado desde un departamento en el que estaba destinado un antiguo oficial del regimiento, un disidente que se había quejado repetidamente de Hitler y de su política. Su competencia y el apoyo que prestó al Plan Manstein habían salvado su carrera, pero seguía siendo un sospechoso que además conocía los nuevos planes del Führer. El oficial al mando de la compañía que supuestamente iba a recibir los reemplazos era otro aristócrata que había sido un nazi ferviente y que posteriormente se había desencantado con el partido. Los conversos son los fanáticos más peligrosos y decidí investigarle a fondo. Resultó que ese oficial había pedido un permiso para visitar París justo el día anterior al atentado y, aunque se lo habían negado, había desaparecido durante varias horas. Había pretextado una cita con una prostituta, y se libró con una amonestación. Pero era una coincidencia demasiado significativa como para pasarla por alto.

Enseñé al general mis resultados y le propuse que interrogásemos a los oficiales. Schellenberg se rio y me dijo:

—Gerard, no esperaba menos de ti. Pero ahora quiero que dejes todo en mis manos, que yo me encargaré.

Poco después el regimiento 9 fue destinado a Palestina ¿quién había sido el responsable de semejante decisión? El general siguió callado, y pensé que quería hacer otra de sus travesuras. Mi silencio me comprometía pero ¿qué podía hacer? ¿irle a Nebe con el cuento? Nebe era como uña y carne con Schellenberg ¿Hablar con Müller, jefe de la Gestapo? De él me fiaba aun menos. Decidí mantenerme en silencio aunque, por si acaso, destruí cualquier indicio de la investigación que había hecho.

Hice bien en no confiar en Müller: al poco Schellenberg me encargó que investigase sus posibles relaciones con el almirante Canaris, el antiguo jefe de la Abwehr. En un primer momento me extrañó, ya que los dos eran como el agua y el aceite y, si se mezclaban, sería porque un interés común les unía. Me encargó su vigilancia, que no sería fácil, ya que las medidas policiales habituales como los seguimientos, serían detectados con facilidad. Preferí dedicarme a mi especialidad, la intercepción de las comunicaciones, y pronto descubrí que los dos elementos estaban tejiendo una red que implicaba tanto a militares, incluyendo al mismísimo mariscal Beck, jefe del ejército, como a antiguos SS, con Kaltenbrunner, antiguo protegido de Himmler, a la cabeza. Mostré mis resultados al general, que me dijo:

—Gerard, voy a tener que ascenderte un día de estos. Lo malo es que la gente se preguntará la razón. Igual te concedo alguna condecoración, pero será secreta y no la podrás ostentar. Ahora toca prepararse para lo que has descubierto.

Schellenberg se reunió con otros militares, entre los que estaba el héroe de Oriente, el mariscal Von Manstein, convertido en un ídolo popular. El general sabía que no podía ocultarme nada y me hizo partícipe de sus proyectos:

—Nosotros podemos intrigar tan bien o mejor que Canaris. Estamos preparando la protección de los ministerios y de los centros de comunicaciones. Quiero que vigiles disimuladamente a Canaris y Kaltenbrunner y que me avises si empiezan a moverse. Se encontrarán con una sorpresa.

Supuse que no sería una sorpresa agradable. Entonces el general me entregó un sobre cerrado.

—No lo abras pero mantenlo a buen recaudo. Dentro tienes órdenes especiales que seguirás cuando te lo ordene personalmente. Pero si en alguna conversación te pregunto por tus padres, debes quemarlo sin abrirlo.

Pensé que lo que contuviese ese sobre era más peligroso para mí que para el general, pero a esas alturas ya estaba tan enredado que ni me preocupé. No me atreví a guardarlo en la caja de seguridad, pues sospechaba que una limpiadora la abría periódicamente, y llevé el sobre siempre encima.

Eso fue a principios de julio. Poco después el Statthalter viajó a Palestina, y el general me ordenó que estuviese al tanto de los mensajes de radio de Jerusalén. Especialmente debía esperar dos comunicaciones que se emitirían sin cifrar. Una sería RAMAT RAMAT RAMAT, otra RAMAT RACHEL RAMAT RACHEL RAMAT RACHEL. Si las recibía debía avisarle inmediatamente.

Dos días después, el día 23 de julio, corrió en Berlín el rumor que Goering había sufrido un atentado. Justo entonces el agente que vigilaba a Kaltenbrunner me llamó. Avisé a Schellenberg, que me preguntó:

—¿Se ha recibido el mensaje en clave?

—No, mi general.

—Está bien. Localice al general Von Manstein y dígale que los zorros se están moviendo, pero que Raquel no ha llamado ¿me entiendes?

—Que los zorros se mueven y que Raquel no ha llamado.

—Excelente. Encárgate. Yo voy a ir al Estado Mayor en el Bendlerblock.

Como temíamos Canaris, Beck y Kaltenbrunner estaban preparando un golpe de estado, e intentaban aprovechar el rumor sobre la muerte de Goering para hacerse con el control de la capital. Pero mi jefe y el mariscal Von Manstein jugaron con ellos y antes de seis horas todos los conspiradores estaban entre rejas. No fue necesario disparar ni un tiro. Cuando los berlineses despertaron a la mañana salvo por la mayor presencia de militares no parecía haber pasado nada.

Creí que ya se había acabado todo, pero Schellenberg me ordenó seguir manteniendo la escucha. Apenas habían pasado dos días más cuando me avisaron desde el gabinete de la radio. Habían recibido el mensaje esperado: RAMAT RAMAT RAMAT. El general todavía estaba en su despacho, y saltó como un resorte cuando le avisé. Llamó al mariscal Von Manstein y al ministro Von Papen, y me dijo que siguiese a la escucha. Dos horas después se recibió un nuevo mensaje: RAMAT RACHEL RAMAT RACHEL RAMAT RACHEL. Corrí al despacho del general, que me dijo.

—Gerard, es el momento. Voy al Bendlerblock. Tú ya tienes tus órdenes.

Abrí el sobre. Contenía instrucciones para la seguridad de nuestra sede. Pero también había una larga lista de nombres. Tenía que llevársela a mi antiguo jefe, el coronel Arthur Nebe, para que enviase policías para detenerlos y llevarlos a la cárcel de Plötzensee. También había una instrucción concreta para mí: tenía que encargarme de Kaltenbrunner. Como había sido detenido dos días antes no tuve que buscarlo: me dirigí a Plötzensee e hice que me lo entregasen. Lo introduje en mi coche y lo llevé hasta un muelle del Spree, donde tuve el placer de volarle la tapa de los sesos.

Después volví a mi puesto en Inteligencia. Nada más llegar un oficial de comunicaciones se me acercó y me dio la noticia:

—¡Gerard, corre el rumor de que han matado al Statthalter en Jerusalén!

—¿A Goering?

Aparenté sorpresa, aunque ya suponía hacia donde apuntaban las intrigas de mi jefe. Aunque no tenía órdenes para el caso, supuse que el secreto convendría más a lo que estuviese haciendo el general, por lo que ordené silencio hasta que no hubiese confirmación. Aun así los rumores acabaron por difundirse, pero para entonces Berlín había sido tomado por patrullas armadas.

A la mañana siguiente la BBC atribuyó a terroristas ingleses la autoría del ataque. Ni Von Papen, ni el mariscal, ni mucho menos Schellenberg desmintieron a los ingleses.
Última edición por Domper el Vie Nov 21, 2014 12:03 pm, editado 2 veces en total

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Jue Nov 20, 2014 2:21 pm

Gracias por la ayuda de Ramcke, de Wyrm y del Capitán Miller.

Saludos
Última edición por Domper el Vie Nov 21, 2014 12:04 pm, editado 1 vez en total

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Vie Nov 21, 2014 11:56 am

De Globalpedia, la Enciclopedia Total

“Tras del asesinato del Statthalter Goering se fusionaron las diferentes agencias de inteligencia y los cuerpos de seguridad en el Reichssicherheitsausschuss o RSS, dirigido por el general Walter Schellenberg.

La antigua Abwehr se unió con la división de inteligencia de la Gestapo en el Primer Departamento del RSS, siendo dirigida por Gerard Wiessler, mientras que Arthur Nebe pasó a dirigir el departamento de seguridad, que englobaba la policía secreta o Gestapo y la policía criminal o Kripo. Ambos departamentos fueron reorganizados tras la muerte de Wiessler y de Nebe en un accidente de tráfico.”

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Vie Nov 21, 2014 10:11 pm

Capítulo 3

De Globalpedia, la Enciclopedia Total

“Se conoce como los Cuatro Días de Julio a los sucesos desarrollados en Berlín, otras capitales europeas y en Palestina, los días 23 a 26 de Julio de 1941.

Los acontecimientos fueron desencadenados por dos atentados ocurridos en Palestina los días 23 de julio, en el que murieron varios delegados alemanes, y el del 26 de julio, en el que fueron asesinados el Statthalter de Alemania Hermann Goering y el Duce de Italia Benito Mussolini.

Como consecuencia de los atentados y de la muerte de los líderes alemán e italiano varias facciones lucharon por el poder en Berlín y en Roma…”

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mar Nov 25, 2014 12:04 am

El día 26 de Mayo fui testigo de excepción de los acontecimientos que llevaron al cambio del régimen del Reich. Durante la noche el general Schellenberg y el mariscal Von Manstein controlaron sin dificultad la capital: buena parte de sus posibles rivales habían caído durante la fracasada intentona de Kaltenbrunner. Aun así el siempre receloso Schellenberg inició la purga de posibles opositores, ordenando al coronel Nebe que enviase patrullas de policías que arrestaron a buen número de nazis.

Durante la madrugada se presentó en el Benlerblock el ministro de exteriores Von Papen. Creo que el mariscal y el general pensaron que el cambio de régimen que buscaban no se podía emprender sin colaboración civil, por lo que llamaron al ministro y antiguo canciller, con el que mantenían buenas relaciones.

El mariscal instruyó a Von Papen sobre lo ocurrido y sobre las medidas que habían tomado. El ministro preguntó:

—¿Qué va a pasar ahora? Cuando Hitler fue asesinado Goering era el sucesor designado pero ahora no está prevista la sucesión.

El mariscal intentó tranquilizarlo—: Si no hay nada preparado supongo que tendremos que ser nosotros los que nos encarguemos.

Schellenberg intervino—. Además tenemos que resolver esto cuanto antes. Seguimos en guerra y nuestros enemigos están deseando echarse sobre nosotros. Tenemos que establecer un gobierno fuerte cuanto antes.

Entonces el general reparó en mi presencia y pidió que me retirase y que impidiese que nadie les espiase. Se quedaron solos el mariscal Von Manstein, el ministro Von Papen y el general Schellenberg. Yo me quedé en la antesala, pero tenía presentes las instrucciones que me había dado el mariscal Von Manstein. Me acerqué a una rejilla de ventilación, la retiré, y escuché lo que se decía en la sala, mientras tomaba notas apresuradas.

La conversación era informal. El mariscal ya me había dicho que los tres se conocían bastante desde que habían formado un comité el año anterior para planificar las operaciones militares y políticas. Pero también recordaba que me había prevenido contra la afabilidad del general Schellenberg.

En esa y en posteriores ocasiones tuve la ocasión de escuchar al general cuando pensaba que nadie le escuchaba. Sigo sin poder comprender por completo su compleja personalidad, y no era tarea fácil, ya que hubiese sido un excelente actor de teatro o un magnífico jugador de póker. Viendo su expresión o escuchando sus palabras uno nunca podía saber lo que realmente estaba pasando por su cabeza. No tengo dudas sobre su enorme ambición, pero creo que la combinaba con un genuino amor por su país. Podía ser implacable, pero no soportaba la muerte de inocentes. Pero yo creo que su principal cualidad era su inteligencia y el dominio que tenía sobre sí mismo. Nunca abandonaba la realidad, y sabía controlar su ambición. Pero esa noche aun no sabía todo esto.

El general seguía diciendo que pensaba que se necesitaba un gobierno fuerte para Alemania, y que debía constituirse sin pérdida de tiempo. El mariscal, como buen militar, entendía la importancia de una dirección férrea. El ministro no estaba de acuerdo.

—¿No hay otras posibilidades? Podríamos mantener una dirección colegiada…

El general lo interrumpió, riendo—. Querrás decir un triunvirato ¿Quién piensa hacer de César, y quien de Pompeyo? O tal vez un consulado ¿Quién será Primer Cónsul?

Aun así Von Papen siguió insistiendo en que se necesitaba algún tipo de control. Finalmente decidieron que Alemania no podía permitirse otro dictador: Hitler y Goering habían sido personas muy capaces, pero aun así habían permitido hechos abominables. Los tres formarían un comité secreto que mantendría el poder en sus manos. Pero quedaba la cuestión de elegir al que sería nuevo director de Alemania. El mariscal abordó la cuestión, ofreciendo a Schellenberg la primacía.

—¿Quieres ser el nuevo canciller?

Supuse que el general se apresuraría a aceptar la oferta. Ya sabía que Schellenberg era muy ambicioso. Pero entonces pude atisbar la inteligencia con la que dominaba sus pasiones.

—No estoy capacitado. No me atrevo a ser canciller: me conozco lo suficiente como para saber que tendría la tentación de apartaros y convertirme en un nuevo Statthalter, pero creo que eso acabaría siendo perjudicial para la Patria. Además soy demasiado joven y mi ascenso levantaría ampollas. Tampoco olvidéis que tengo muchos enemigos en el partido que siguen creyendo que traicioné a Himmler.

El mariscal le dio la razón—. Walter, sé que estás más que capacitado para el puesto, y controlando los servicios de inteligencia tienes mucho poder. Pero entiendo lo que dices del partido. Va a ser necesario hacer una buena limpieza en él.

—Sabes que me estoy encargando de eso —dijo malignamente Schellenberg.

Von Papen no entendió lo que quería decir el general y preguntó a qué se refería. Schellenberg le respondió:

—Franz, tú y yo ya habíamos hablado de esto. Una cosa es el nacionalismo y la defensa de la cultura germana. Alemania, el pueblo alemán, merece liderar Europa, y lucharé por ello. También creo que la cultura germánica debe evitar ser contaminada por ideas extrañas. Pero también veo a lo que nos está llevando el nacional socialismo. Es como un tigre excitado por el olor de la sangre. Primero acabará con los judíos y los gitanos, luego con los eslavos ¿y después? ¿seguir matando hasta que no quede nadie? ¿habrá que acabar con los que no sean rubios con ojos azules? —Schellenberg era moreno—. Voy a cortar por lo sano. He ordenado al coronel Nebe que detenga a ciertas personas —y mostró una lista.

El mariscal y el ministro la estudiaron, frunciendo el ceño. Von Manstein preguntó— ¿Es necesario?

—Es imprescindible —repuso Schellenberg.

Von Papen se mostró de acuerdo—. Yo también pienso así. Si no limpiamos el partido estaremos igual dentro de cuatro días.

El mariscal prefirió dejar lo de las detenciones para luego, y volvió a la cuestión de la jefatura.

—Ya hablaremos de eso. Ahora lo principal es decidir quién va a mandar. Walter, para mí serías la persona idónea, pero también creo que eres demasiado joven. Franz —dijo refiriéndose a Von Papen—, tú tampoco puedes ser. Te significaste demasiado en los últimos años de la República de Weimar y la gente te vería como un retorno a los malos años. Además creo que si Alemania necesita un gobierno fuerte el nuevo líder de Alemania tendrá que ser un militar.

Schellenberg preguntó con tono desconfiado— ¿Quieres ser tú?

—No, Walter. Yo tampoco soy buen candidato: aunque goce de la máxima graduación militar tengo muy poca antigüedad. No me imagino a mariscales obedeciendo al que tuvieron como coronel. Alemania necesita que ostente la jefatura del estado algún militar antiguo y prestigioso.

—¿Has pensado en alguien? —dijo Von Papen.

—El mariscal Von Brauchitsch.

—¿Cómo? —dijeron los dos.

—No negaréis que prestigio tiene, y mucho. Además desde que Goering lo apartó para nombrar a Beck tampoco tiene demasiado afecto a los nazis.

—Ahora que lo pienso —dijo Schellenberg—, he oído que Von Brauchitsch tiene una cualidad realmente interesante: está muy enfermo. Me han dicho que tiene una angina de pecho y que estos últimos meses ha tenido dos ataques al corazón.

Von Papen siguió—. Es decir, que se trata de un militar prestigioso pero enfermo, que se dejará manejar. Si estáis seguros que le va a apetecer gobernar…

—No sé si se dejará manejar o no, pero más le vale —repuso Schellenberg—. Recuerdo que el mariscal ha necesitado alguna vez auxilio económico, y por algún sitio estarán las facturas. Si aun así no se deja aconsejar le podríamos recordar que ser dirigente de Alemania está siendo muy malo para la salud. Podría sufrir un agravamiento repentino.

Todos rieron.

—Bueno, creo que estamos de acuerdo —siguió el general—. Le ofrecemos el cargo de ¿canciller os parece bien? pero con la condición que sea solo una figura representativa y que nos deje hacer a nosotros. Podríamos ir Erich y yo dentro de un par de días, cuando las cosas se aquieten un poco. Si acepta, bien, si no, pensaremos en algún otro. También estamos de acuerdo en que nosotros nos repartimos el poder ¿No es así?

—En principio, de acuerdo —dijo el mariscal—. Pero tengo una objeción respecto al reparto ¿Significa que cada uno de nosotros tendrá un área en la que los demás no tendrán nada que decir?

—Es lo lógico ¿no? —dijo el ministro Von Papen.

—Ya he visto esa forma de trabajar —respondió Von Manstein— en el mar, cuando la Luftwaffe y la Kriegsmarine hacen la guerra por su cuenta. Si hacemos eso correremos hacia la derrota. Yo recomendaría algo más flexible. Propongo que cada uno tengamos un sector en el que influyamos, pero deberá escuchar a los otros dos, y las decisiones importantes deberán tomarse por consenso ¿Os parece? Además necesitaremos colaboradores con voz y voto. Por ejemplo, no creo que ninguno de los tres sepamos mucho de submarinos o de gestión de medios de comunicación.

Los otros dos aceptaron la propuesta. Luego se repartieron las áreas de influencia.

Schellenberg dijo—. Yo creo que las áreas básicas ya las sabemos. Eric —dijo dirigiéndose al mariscal— supongo que querrás encargarte del ejército y, por extensión, de las fuerzas armadas, aunque necesitarás aviadores y marinos para que te ayuden. Tú, Franz —dijo a Von Papen— eres un as en Asuntos Exteriores. Yo me quedo Inteligencia ¿Y el resto?

—¿Qué opinas tú? —preguntó el ministro al mariscal.

—No soy muy ducho en política. Yo podría quedarme con las Fuerzas Armadas, como ha dicho Walter, y os dejaría el resto a vosotros, aunque me gustaría tener alguna influencia en Armamentos. A Walter Inteligencia se le queda corto, y podría llevar muy bien Interior. Tú además de Exteriores podrías llevar también las regiones ocupadas, cultura, educación y demás.

—¿Y justicia? —preguntó Von Papen.

Schellenberg pensó un poco y repuso— Bueno, pero yo me quedo Economía y Armamentos.

—¿No es demasiado? —dijo Von Papen.

—Si te parece tú podrías incluir también Propaganda —le respondió Schellenberg al ministro—. De todas formas Economía tampoco es mi campo, pero creo que tengo a la persona idónea para ello.

—¿Quién? —preguntó Von Manstein.

—Speer, el antiguo arquitecto de Hitler. Todt lo arrinconó, pero está haciendo conmigo un trabajo excelente. Os propongo convertirlo en un superministro, que no dependa directamente de ninguno de los tres, pero que tampoco pueda fiscalizarnos a nosotros. Como una especie de ministro con cartera pero sin voz ¿Os parece?

Tras repartirse el poder Schellenberg presentó otro tema.
—Ya que me habéis encomendado Interior tengo el primer problema. El Partido Nazi ¿qué hacemos con él? Poder no podemos darle, pero no creo que sea conveniente disolverlo. Es demasiado popular.

—Se me ocurre una idea —dijo Von Papen— ¿No podríamos hacer algo parecido a Franco con Falange? Es decir, convertimos al Partido en algo institucional, integrado en el Estado, casi como una especie de funcionariado, o tal vez algo meritorio, del tipo de la Legión de Honor francesa. Sin poder real, pero con mucha pompa, uniformes fastuosos, exhibiciones fascinantes, desfiles, etcétera.

—No me parece mal —repuso Schellenberg. Voy a tener que buscar a algún ideólogo que justifique todo eso, porque yo no me veo escribiendo un tratado de filosofía política, y no creo que Rosenberg nos pueda ayudar.

Los tres rieron, pero Schellenberg volvió a ponerse serio—. Me parece bien que descafeinemos al Partido. Pero los nazis no son un grupo de boy scouts. Ya sabéis que están haciendo barbaridades ¿alguno habéis estado en Dachau? El mariscal ya ha visto lo que está pasando en Palestina, y lo que estaba preparando el gordo para Rusia ¿Qué hacemos con eso?

—Punto final, desde luego —dijo Von Manstein—. Ni invasión de Rusia, ni limpieza racial, ni zarandajas.

—Eso desde luego —dijo Schellenberg—. Pero ¿qué pasa con lo que ya han hecho? No lo podremos tapar por siempre. Podemos hacer dos cosas. Cerrar campos como Dachau, liquidar a los testigos y echar tierra al asunto, o hacerlo todo públicamente.

—Ninguna solución será buena —dijo Von Papen—. Aunque me atraiga la idea de liquidar a los asesinos sin contemplaciones, antes o después algo se filtrará. Pero un juicio público será aun peor. El prestigio de Alemania sufrirá enormemente, y hasta podríamos quedarnos sin aliados

—¿Y algo intermedio? —preguntó el mariscal—. Tenemos a los nazis que atrapamos anteayer. Los acusamos de matar a Goering, de conspirar con el enemigo, de meterse el dedo en la nariz, de hurgarse los dientes con un palillo o de algún otro crimen nefando. Organizamos un juicio público como los de Stalin en Moscú y los condenamos. A Kaltenbrunner —el mariscal aun no sabía que ya no estaba al alcance de la justicia humana—, Rosenberg y a algún otro habrá que ejecutarlos, pero a los demás podríamos ofrecerles un acuerdo: si colaboran y testifican lo que queramos saldrán del apuro con penas suaves.

—Eso no resuelve el problema de Dachau —dijo Schellenberg.

—Espera, que todavía no he terminado. Usamos el juicio público como pantalla, pero mientras purgamos el partido y la administración de indeseables. A muchos habrá que hacerlos desaparecer, ya me entendéis —los otros dos asintieron—, al resto, a su casa pero con la amenaza de un tiro en la nuca si se les ocurre estornudar. Lo mejor es que todo el mundo creerá que se trata de una lucha por el poder, y podremos quitarnos de encima cosas como las de Dachau o las de Palestina sin demasiado escándalo.

—Muy bien —asintió Von Papen.

—Por mí, perfecto —dijo Schellenberg—. Eric, ya que estamos de acuerdo le podrías decir al ayudante que nos está espiando desde la antesala que levante acta y nos entregue una copia a cada uno. Destruyendo el original, desde luego ¿Lo ha escuchado, teniente Von Hoesslin?

Por poco doy un taconazo y digo “a sus órdenes” mientras enrojecía hasta las raíces del pelo. Por suerte el mariscal se lo tomó a broma, abrió la puerta y me ordenó entrar. Comprendí que en lo sucesivo iba a tener acceso a los más profundos secretos del Reich.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mar Nov 25, 2014 12:36 pm

Sebastian Haffner. “El nacimiento de Europa” op.cit.

“El Juicio de Berlín, también conocido como Proceso de los Catorce, y denominado oficialmente “Proceso del bloque Capitalista – Heydrichista”, se celebró en Berlín entre el 5 y el 17 de Agosto de 1941 y fue el punto culminante de la Tercera Purga del NSDAP, el Partido Nacional-Socialista Alemán. Se concibió como un juicio espectáculo de prominentes militares y de militantes nazis.

El tribunal estuvo presidido por Thomas Dehler, actuando como fiscal Max Fechner. Los principales acusados fueron los mariscales Ludwig Beck y Werner von Blomberg, el general Wilhelm Keitel, el almirante Wilhelm Canaris, el ideólogo nazi Alfred Rosenberg, el ministro del Interior Wilhelm Frick, el gobernador general de los territorios del Este Hans Frank, los responsables del programa de trabajo Robert Ley y Fritz Sauckel, el antiguo jefe de prensa Julius Streitcher, el líder de las juventudes hitlerianas Baldur von Schirach, el ministro de propaganda Hans Fritzsche, el de justicia Otto Thierack, y el de armamentos Fritz Todt. No se incluyó en la lista de acusados a Ernst Kaltenbrunner, cabeza del intento de golpe de estado del 23 de Julio, y que desapareció en la prisión de Plötzensee.

Fueron acusados de planificar el asesinato del Statthalter Goering, de alta traición, espionaje y terrorismo. Sin embargo parece demostrado que ninguno de ellos tenía relación con el asesinato de Goering, siendo el motivo oculto de la acusación el haber apoyado a intentona golpista de Kaltenbrunner, o la discrepancia real o posible, con la nueva cúpula alemana.

Aunque el proceso fuese conocido como “el de los catorce” el número real de acusados fue muy superior, cifrándose en unos 2.500 el número de procesados. La mayor parte de las condenas se emitieron tras procesos secretos en los que los acusados no tuvieron posibilidad de defensa. Aunque oficialmente solo se emitieron cinco penas de muerte, se cree que el número real de ejecuciones superó las trescientas. El resto fue condenado a duras penas de cárcel, aunque la mayoría fueron amnistiados en los meses siguientes aunque con la prohibición de participar en el ejército o en la administración.

Se ha sugerido que uno de los motivos reales los procesos pudo haber sido la intención de ocultar los crímenes cometidos durante la deportación de determinados grupos raciales en la antigua Polonia y en Palestina, o en campos de concentración como el del Dachau, cerca de Múnich. Sin embargo no es sino una especulación sin pruebas documentales.

Las actas del Juicio de Berlín no podrán ser consultadas por el público hasta el año 2.041, según la ley de los cien años.”

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Nov 26, 2014 12:19 pm

Capítulo 4

De Globalpedia, la Enciclopedia Total

“Heinrich Alfred Hermann Walther von Brauchitsch (4 de octubre 1881 a 12 de diciembre de 1941) fue un mariscal de campo alemán, comandante en Jefe del Ejército alemán durante el primer año de Guerra de Supremacía y canciller del Reich de Alemania desde Agosto de 1941 hasta su muerte.

Nacido en una familia aristocrática, Brauchitsch se incorporó en 1901 al tercer regimiento de granaderos de la Guardia. Sirvió en el Estado Mayor dl XVI Cuerpo, en el de la 34ª División de Infantería y en el del Cuerpo de Reserva de la Guardia participando en las principales acciones del Frente Occidental, entre ellas las batallas de Verdún, Armentiéres, Aisne y el Lys, siendo galardonado con la Cruz de Hierro y con la Orden Casa de Hohenzollern.

Tras el Armisticio se incorporó al ejército de la República de Weimar. En 1933, después de la llegada de Hitler al poder fue nombrado comandante del distrito militar de Prusia Oriental, alcanzando gran popularidad al auxiliar a la población civil afectada por diversas catástrofes naturales. Le disgustaba la ideología nacionalsocialista y tuvo varios enfrentamientos con Erich Koch, gauleiter (gobernador) nazi, y con Heinrich Himmler. Sin embargo aceptó cuantiosas sumas de dinero de Hitler para solucionar problemas personales. Tras el escándalo Blomberg-Fritsch sustituyó a este último como comandante en jefe del ejército alemán entre 1938 y 1940, supervisando las campañas de Polonia, Noruega y Francia. Sin embargo tras el ascenso de Goering fue reemplazado por el mariscal Ludwig Beck.

Después del asesinato de Goering lo sucedió en la jefatura de Alemania con el cargo de Reichskanzler (canciller del Reich). Sin embargo su salud había empeorado, reduciendo su influencia y obligándole a depender de sus subordinados. Falleció tras una serie de ataques cardiacos el 12 de diciembre de 1941, en el Hospital Universitario de la Charité de Berlín.”

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Nov 26, 2014 12:22 pm

Una cuestión. Estoy reescribiendo (como es habitual) algunas partes, incluyendo cambios en la presentación de la historia y especialmente en la escena que habla de la censura, y que se incorporarán a la versión definitiva. Esos cambios no modifican la línea argumental, pero puede ser motivo de alguna variación en el formato del texto.

Saludos

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Nov 26, 2014 7:23 pm

Tranquilo, Domper. Estamos esperando a que salga la edición en rústica, así que no te preocupes... :mrgreen: :mrgreen: :mrgreen:

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Nov 26, 2014 7:58 pm

Rústica no creo, en todo caso epub.

Ssaludos

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Sab Nov 29, 2014 7:12 pm

Diario de Von Hoesslin.

El general Schellenberg tenía un expediente sobre el mariscal Von Brauchitsch que era de lo más interesante. Von Manstein me lo enseñó, ya que pensaba que si yo iba a tener que actuar como ayudante de la terna (ya que el término triunvirato no gustaba a ninguno de los tres) me convendría conocer a fondo al resto del gobierno. Tras echarle un vistazo decidí que no invitaría a Brauchitsch a comer, por mucho abolengo que tuviese su familia.

Nuestro nuevo amigo había servido con distinción en la Gran Guerra como artillero, eso sí, bien alejado de las trincheras, y tuvo la suerte de poder seguir en el ejército mientras oficiales mucho más aptos eran expulsados. En los años veinte se mostró como un buen organizador, pero sin más. Volvió a sonreírle la fortuna cuando Hitler llegó al poder. Al dictador le cayó en gracia e incluso lo apoyó cuando tuvo una bronca con Himmler, que quería sustituir el ejército por sus SS para poder perseguir a gusto a judíos y católicos. Brauchitsch echó a los himmlerianos diciendo “no está permitido que los civiles entren en esta área”. Ese detalle hubiese ganado mi simpatía. Lo malo es que Hitler apoyó a Brauchitsch no porque le respetase, sino porque lo había comprado: por lo visto lo de la fidelidad conyugal no iba con nuestro amigo, y mantuvo una amante durante años hasta que su esposa se hartó y lo echó de su casa. Brauchitsch necesitaba dinero para el divorcio y aceptó un cuantioso “donativo” que Hitler entregó de buen grado, sabiendo que así lo tenía bien aferrado.

No fue mal negocio, ya que Brauchitsch solucionó sus problemas económicos y conyugales, y Hitler tuvo un perrito faldero que a veces le plantaba cara en público, supongo que para mantener las formas, pero que luego hacía lo que decía el Führer. Con la inestimable ayuda de Brauchitsch Hitler pudo quitarse de encima a oficiales incómodos. Gracias a la ayuda de su mascota Hitler consiguió aguantar durante la crisis de Múnich, cuando varios militares estaban pensando en echar a Hitler antes que hubiese una guerra. Al resolverse favorablemente la crisis Brauchitsch consiguió su premio, la jefatura del ejército, un cargo para el que no estaba ni por asomo capacitado.

Brauchitsch debía haber nacido en jueves, porque cuando empezó la guerra consiguió que otros venciesen por él. El plan de la invasión de Polonia era una porquería, pero los polacos le hicieron el favor de derrumbarse en cuanto vieron a nuestros Panzer. Su plan contra Francia era aun peor y consistía en echarnos de morros contra las fortificaciones de los franceses.

Fue entonces cuando mi actual jefe, Von Manstein, propuso una alternativa, el Sichelschnitt o corte de la hoz. No les gustó ni un pelo ni a Von Brauchitsch ni a su protegido Halder, y se apresuraron a relegar a Von Manstein trasladándolo a un importantísimo mando en Silesia, lo más alejado de Francia que encontraron. Afortunadamente, tanto para nuestra patria como para Brauchitsch, Hitler tampoco estaba muy convencido con ese plan del ataque frontal y, cuando llegó a saber de la alternativa propuesta por Von Manstein, la apoyó. Von Brauchitsch y Halder tuvieron que aceptar el Sichelschnitt pero se dedicaron a descafeinarlo y a echarle el freno a los panzer siempre que podían, viendo amenazas enemigas donde no había sino soldados franceses en desbandada. De ser por ellos nuestros tanques se hubiesen detenido en Arrás y aun seguirían allí. Pero Guderian, el jefe de los panzer, no les hizo mucho caso y se lanzó por su cuenta hacia el mar, cercando a medio millón de soldados enemigos en Bélgica. Allí corrió al rescate de nuestros enemigos el inefable Von Brauchitsch, ordenando detenerse a Guderian y dejando escapar a los ingleses de Dunkerque. Con lo que consiguió arrebatarnos la gran victoria que hubiese sido el colofón de la campaña de Francia. Hitler hubiese tenido que echarlo a patadas, pero estaba de buenas y pensó que era mejor mantener a su perrito fiel. Incluso le dio tiempo para ascender al mariscalado al Von en las dos semanas que le quedaban de vida antes que una bomba se lo llevase al infierno. Goering, que tenía bastante vista para elegir a sus colaboradores, sustituyó a Brauschitsch por Beck. Pero ahora a nuestro buen mariscal le iba a tocar la lotería otra vez.

No estuve en la reunión que la terna tuvo con el pomposo mariscal, pero tuvo que ser de lo más divertido. Von Manstein me ha contado que Brauchitsch se hinchó como un pavo real, pensando que ser canciller era lo mínimo que se merecía. Incluso propuso retomar el título de Führer. El general Schellenberg tuvo que bajarle los humos. Le enseñó el dossier que tenía contra él, que incluía de todo: líos de faldas, desfalcos… Le dijo que su papel iba a ser ceremonial y que su único trabajo iba a ser el de posar ante las cámaras, que eso se le daba muy bien, y como mucho leería algún discurso que le darían ya escrito. Si se atenía a su papel sus apuros económicos se acabarían y además pasaría a la historia como un respetado jefe de estado. Pero si se salía un centímetro del camino marcado saldrían a la luz todos los trapos sucios y lo mejor que podría pasarle es que pudriera en la cárcel. Von Manstein me ha contado que Von Brauchitsch primero se puso colorado como un tomate, luego blanco como el papel, y tuvo una angina de pecho que casi se lo lleva al otro barrio. Tuvieron que aliviarle, pero sin dejar de recordarle que la jefatura de Alemania era un puesto muy peligroso, y lo que tenía que hacer para tener una vida larga y feliz.

Ya tenemos canciller.
Última edición por Domper el Dom Nov 30, 2014 4:30 pm, editado 3 veces en total

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Sab Nov 29, 2014 7:49 pm

Je, je.
Bien, bien.

Pones como un trapo a Brauchitsch y Halder. :mrgreen:

Cosas de la guerra.

Saludos.
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