El mismo día
Fawzi el-Kutub era un terrorista, pero inteligente. Había comenzado preparando bombas caseras que lanzaba contra los asentamientos judíos, pero sus artefactos estuvieron muy cerca de quitarle la vida. Los ingleses además pusieron precio a su cabeza por lo que, auspiciado por el Muftí Haj Amin el-Husseini, escapó a Siria y después a Alemania, donde fue instruido por las SS en el manejo de explosivos.
Sus relaciones con los alemanes no fueron buenas: no aceptaban ni su temperamental carácter ni su religiosidad. Varias veces fue amonestado y finalmente acabaron por aplicarle el castigo más degradante: fue recluido en Dachau en un barracón de deportados judíos. La muerte de Hitler y el caos que siguió la disolución de las SS le permitió escapar, y tras un largo periplo cruzando los Balcanes y Turquía llegó a Palestina. De su estancia en Alemania el-Kutub obtuvo dos lecciones: que los alemanes eran tan odiosos como los judíos, y que para matarlos necesitaba saber más de ingeniería y de química. Se había enterrado en los libros y gracias a Dios ahora contemplaba el instrumento de su venganza: un camión de color arena, con insignias alemanas, cargado con bidones de un combustible muy especial.
No había sido fácil. El primer fracaso de Jamal, el sobrino del Muftí, fue que no consiguió ningún camión militar alemán, ni siquiera inglés. Por suerte los ingleses usaban camiones Bedford muy parecidos a los civiles. Bastó con robar y pintar uno de ellos para que pareciese uno de los camiones ingleses que los alemanes habían capturado y que usaban en Palestina.
También recordaba el disgusto que se había dado al revisar los explosivos suministrados por el Muftí. Al abrir los paquetes vio unos bloques amarillos de aspecto polvoriento. El-Kutub había raspado uno de ellos, probando una puntita del polvo. Sus ayudantes no supieron si la agria expresión del terrorista se debía al amargo sabor del compuesto, o al disgusto al reconocer el ácido pícrico, un explosivo muy potente pero también muy inestable. El-Kutub lo había tratado con sumo cuidado, guardándolo en el rincón más fresco y ventilado de la vivienda.
Como la cantidad de explosivo era escasa para lo que quería, mezcló en una gran tina sacos de fertilizante de nitrato amónico y combustible diésel, a los que añadió aluminio en polvo, hasta conseguir una pasta maleable. Luego en el taller comenzó la preparación del camión en una gigantesca bomba.
El sobrino del Muftí había entregado al terrorista una docena de bidones y otra docena de recipientes metálicos más pequeños. El-Kutub, tras comprobar que los bidones estuviesen vacíos, los llenó con agua antes de aplicar el soplete para cortar la tapa: los vapores residuales podían arder e incluso estallar. También perforó unos agujeritos para poder cerrarlos con tornillos, y agujereó los costados de los bidones, junto a las bases. Aseguró cada bidón a la caja del camión con tirafondos, y unió los bidones con tuberías de plomo que luego soldó. También perforó el lateral de los recipientes pequeños: el terrorista no los reconoció, pero eran lecheras parecidas a las que el grupo Stern estaba trayendo a Jerusalén.
Luego fabricó un cordón explosivo: con sumo cuidado desmenuzó uno de los bloques de ácido pícrico, hasta convertirlo en polvo. Desenrolló un rollo de cinta adhesiva y extendió un reguero de polvo de ácido pícrico. Luego arrolló la cinta formando un cordón. Para comprobar que funcionaba, tomó un trozo y con una mecha incendió un extremo: en unos instantes el cordón ardió con una llamarada. Hizo más cordón explosivo y lo cortó en trozos. Ayudándose de un alambre pasó el cordón explosivo por los tubos, comunicando un bidón con otro.
Luego tomó una lechera y la llenó hasta la mitad de ácido pícrico. Colocó entonces un detonador unido a un trozo de cordón, que sacó por el agujero, y terminó de llenar el recipiente. Lo cerró y selló el orificio y la boca con cera. El-Kutub sabía que llenar un recipiente de aluminio con ácido pícrico era muy peligroso: en unas semanas el explosivo corroería las paredes, formando un compuesto tremendamente inestable: si la bomba no se usaba habría que desmantelarla cuanto antes, porque podía estallar espontáneamente.
Fawzi el-Kutub colocó el recipiente dentro de un bidón, y conectó el cordón explosivo de la lechera con el que salía de los tubos de comunicación. Entonces llenó el espacio que quedaba con la pasta de nitrato amónico y gasóleo, casi hasta el borde. Cerró la tapa del bidón con tornillos, impermeabilizando el envase de nuevo con cera, y terminó de llenar el bidón con gasóleo: ante cualquier inspección el bidón estaría lleno de combustible.
Fue rellenando uno tras otro de los bidones, hasta completar la docena. Ahora tocaba otro trabajo delicado. Conectó el cordón que salía con una mecha lenta, que luego hizo pasar por otro tubo metálico que llevaba hasta la cabina. Ató el extremo de la mecha a unos fósforos junto a los que había un raspador: para activar la bomba bastaría con frotar el raspador. Una vez ardiese la mecha dentro del tubo no podría ser ni apagada ni arrancada, y dos minutos después haría estallar el primer detonador. El ácido pícrico haría de multiplicador, y la detonación recorrería el cordón explosivo a velocidad supersónica. Dentro de cada bidón el ácido pícrico, explosivo más potente que el TNT, estallaría con gran violencia, haciendo estallar la menos sensible pero también potente mezcla de fertilizante y combustible. En unas décimas de segundo estallarían dos toneladas de explosivo.
Pero el-Kutub no confiaba en los mercenarios infieles que tenían que hacer estallar la bomba: los imaginaba capaces de escapar del camión sin encender la mecha. Por ello instaló un segundo dispositivo: en otro de los bidones colocó una mecha rápida dentro de otro tubo, conectándolo con una caja metálica situada tras el paragolpes trasero. Allí había un detonador eléctrico unido a un reloj y a una pila: cuando las dos manecillas se tocasen el detonador encendería la mecha. Dio cuerda al reloj pero colocó un palito para bloquear las manecillas, atada a una fina cadena: bastaría con tirar de la cadena para activar el temporizador, y cinco minutos después el camión volaría.
El-Kutub pensaba acompañar al camión hasta el primer control, y arrancar el mismo la cadena con todo el disimulo que pudiese: los infieles no sabrían que llevaban una bomba “viva” hasta que le viesen los cuernos a Satán.
Nota: en esta y en otras escenas se describe como construir diversos tipos de bombas. Por motivos obvios, y aunque es fácil encontrar como construir artefactos explosivos, la descripción que se hace en estas páginas incluye errores de bulto de tal forma que un artefacto así construido nunca funcione... o que lo haga antes de tiempo.