7 de Julio de 1941
—Este sí que ha sido un buen día —dijo Churchill mientras miraba el baile de los reflectores desde la azotea del número 10 de Downing Street.
El general Brooke y el Almirante Pound esperaban al Premier para plantearle los nuevos problemas, pero antes tuvieron que escuchar al satisfecho Primer Ministro.
—Me tenía en sus manos, bastaba con que hubiese pedido un voto de No Confianza, pero al tonto de Sinclair no se le ocurrió mejor idea que pedir que nombrasen dictador a un laborista. Nombrar la dictadura en una cámara ¡Ja! Es como mentar la soga en casa de un ahorcado. Todo el mundo se apresuró a lavarse las manos y votar en contra de la moción. Apenas tuvo treinta votos, y eso porque en esa cámara hay más tontos que asientos.
El error de Sinclair había dado un inesperado aliento a Churchill que, tras la victoria en la cámara, se creía capaz de todo. Pero los dos jefes intentaron bajarle los ánimos.
—Sir Winston —dijo Brooke— siento interrumpirle pero la situación requiere una decisión. Nuestras tropas en Mesopotamia y en Sudán se están hundiendo.
—¿Qué pasa, que tus soldaditos tienen miedo de los alemanes?
Brooke aguantó la sorna, pensando que además tenía algo de razón. Los ingleses tras las repetidas derrotas estaban contagiados del “Panzer panic”, y se retiraban a toda prisa al ver los tanques alemanes aparecer.
—Primer Ministro, los soldados británicos son tan valientes como siempre, pero son pocos, su equipo es deficiente, y tienen que defender un enorme frente. En estos momentos los italoalemanes avanzan en Irak hacia Bagdad y en Sudán hacia Jartum, y a este ritmo podrán tomar ambas ciudades en menos de quince días. No tenemos suficientes tropas en esos escenarios, pero estamos atacando en el Norte de Kenya. Tenemos que abandonar una de las dos operaciones, o seremos derrotados en las dos. Primer Ministro ¿Qué cree que es más importante conservar? ¿Sudán o Basora?
Churchill había participado en la batalla de Omdurman y no tuvo dudas en responder—. No podemos abandonar el campo de batalla de Kitchener. Refuerce Sudán y aplaste a los italianos de Etiopía.
—Las dos cosas serán imposibles. Para seguir avanzando en Etiopía tendremos que sacrificar Jartum.
—¡Defienda ese condenado Jartum! ¿Más problemas?
—Urgentes no, aunque voy a tener que destinar más fuerzas a Canarias y a guarneces las islas atlánticas. Se están produciendo demasiadas incursiones alemanas. Pero tendré que usar fuerzas territoriales para esa tarea.
—Haga lo que quiera ¿Algo más? —preguntó Churchill.
—No por ahora. Gracias, Primer Ministro.
—Y usted, Sir Dudley ¿Qué le preocupa?
—Primer Ministro, en la última semana las flotas del Eje han mostrado una inusitada actividad en el Atlántico. Nuestra flota ha conseguido abortar todas sus operaciones, salvo una incursión de un crucero español que nos ha hundido un destructor y ha dañado algunos barcos de un convoy. Sin embargo la situación es crítica. Se ha detectado la presencia de unidades pesadas italianas en Gibraltar, y los acorazados Nazis que estaban en Galicia han salido, creemos que hacia el Estrecho. Si se unen formarán una fuerza que podrá rivalizar con las nuestras. Además el nuevo acorazado alemán, el Bismarck, ha hecho su primera salida al mar, y esperamos que su gemelo Tirpitz entre en servicio en cualquier momento. Esos barcos son por lo menos iguales a cualquiera de nuestros modernos King George V. Además tras la pérdida del Ramillies en Canarias…
—Abrevie, Dudley ¿Qué necesita?
—Necesitamos reunir todos nuestros buques pesados en el Atlántico. Necesito que autorice que retire al Valiant, al Barham del Índico, y deje ahí solo al Resolution —los acorazados clase ‘R’ eran considerados los peores de la flota— y al portaaviones Hermes —otro barco de capacidad muy limitada.
—Como quiera —Churchill tomó un cigarro y cuando lo iba a encender se dio cuenta de lo que acababa de oír —Perdone, almirante, pero ¿qué ha dicho del Ramillies?
—Primer Ministro, aun no conozco todos los detalles y por ello no le había informado, pero se ha producido una gran explosión en la base naval de Las Palmas, en Canarias. Parece que un barco cargado de explosivos ha estallado, aun no conocemos la causa, y ha producido explosiones en cadena por todo el puerto. Las noticias son confusas, pero indican que la ciudad ha quedado casi arrasada. No podemos contactar ni con el general Roberts ni con el comodoro Duke, que está al mando de la base. Casi lo único que sabemos con seguridad es que el Ramillies se está hundiendo, pues hemos interceptado una llamada de socorro.
—¿Hundirse un acorazado por una explosión en una base? Ya será menos —dijo Churchill, que se volvió hacia Brooke— ¿Ve que fácil es solucionar sus problemas?
El general Alan Brooke estaba ya seguro: el Primer Ministro había perdido el contacto con la realidad. Mientras Churchill siguió perorando:
—Hubiesen tenido que estar en la Cámara. Eso sí que ha sido una victoria. Sinclair pensaba que me tenía atrapado, y con un buen discurso, que tuve que improvisar sobre la marcha, no solo lo he derrotado sino que he destruido su carrera política. Allí hubiesen aprendido lo que es una maniobra victoriosa. Ha sido un buen día.