Historias, relatos... escritos por los usuarios del foro
Escribir comentarios

La situación.

Lun Ago 17, 2009 9:36 pm

I.

Una sombra recorría la muralla de pinos que limitaba el campo donde habían parado a descansar. La graja había levantado el vuelo desde el trigal y parecía buscar un lugar más allá de este, pero la apretada barrera de árboles la hacía retornar una y otra vez. Anatoli seguía examinando la situación del grupo sin percatarse de que se repetía. O bien lo hacía disimulando una insistencia destinada a convencerle.

- La situación es esta –decía ahora a guisa de resumen-: si regresamos es probable que nos tomen por desertores y nos fusilen. Pero si no lo hacemos tendremos que buscarnos la vida huyendo de todos, de los nuestros y de los alemanes, y al final unos u otros acabarán atrapándonos y fusilándonos de todos modos.

Anatoli era al primero que había encontrado en el bosque, cuando la luz del día disminuía y los sonidos se amortiguaban con la misma prisa que el sol abandonaba los huecos entre los árboles. Un bulto que se escurría entre los troncos y una voz asustada que preguntaba si él también era soviético. Desde entonces habían recorrido juntos el bosque sin saber hacia dónde dirigirse y alegrándose en cada ocasión en que descubrían a alguien más de que también fuera soviético. Así, entre las hayas, entre los fresnos o pinos, habían encontrado a los otros tres: Alexandr, Borís y Mijaíl.

- Pero el politruk Iliá puede ayudarnos. Él puede informar de que no huímos. Puede decir que, al igual que él, nos desorientamos durante la batalla y nos perdimos en el bosque.

Anatoli se había alegrado de que Borís hubiese planteado cuanto él no se había atrevido a decir. La pelota estaba ahora en el tejado de Iliá que sonreía con amargura. La situación es esta, repetía su mente hasta enloquecerle. Al igual que él. Hasta ayer era un bolchevique universitario bien afianzado al nuevo orden establecido. Ni tan siquiera el entrenamiento ni la vida de cuartel en el Ejército habían sido capaces de borrar esa sensación de que todo cuanto hacía correspondía a cuanto su familia y el Partido esperaban de él. Hasta ayer había sido un orgulloso komsorg ascendido a politruk que daba charlas y leía artículos del Estrella Roja a soldados analfabetos para imbuírles de las bondades y logros del marxismo en la sociedad soviética, mostrándoles tablas de porcentajes que reflejaban la aptitud del régimen para traer la prosperidad a la atrasada Unión Soviética. Pero, ahora, la situación es esta, esa clase de verdad que todos conocen y esconden, que está en la boca de cada uno sin que se emita sonido alguno. Y es que todos, al igual que él, habían huído de la batalla cuando los alemanes les vomitaron tal cantidad de fuego y metralla que las hayas, los fresnos y los pinos estallaban y desaparecían a su paso; apareciendo por todas partes, a la izquierda, a la derecha e incluso por la espalda, y nadie excepto ellos parecía saber a quién había que disparar o siquiera hacia dónde.

- Quizás el politruk quiera hablar de otra cosa, como de tractores para las granjas colectivas.

Esa era la voz de Mijaíl. Mijaíl y Borís eran compañeros en el mismo pelotón y por lo tanto amigos. Probablemente habían decidido huir antes de que comenzara la batalla, pero tras deambular horas por el bosque y encontrarse con Anatoli y él habían optado por formar parte del grupo y regresar a las filas acosados como estaban por el miedo y el hambre. Mijaíl le había mostrado su hostilidad desde el principio y, preguntando a un Borís ansioso por corregir el error de la deserción y de convencer por completo a su compañero, se había enterado de que su padre había sido detenido por la OGPU y nunca más se había sabido de él. Mijaíl pertenecía a una familia campesina contraria a la colectivización y, sin duda, era un enemigo de la Revolución. Iliá podía recordar los consejos del Partido para convencer a este tipo de hombres, pero difícilmente podían ser aplicados a la situación. Todos, Anatoli, Borís y Alexandr se había puesto bajo su mando sólo porque representaba su salvación ante un interrogatorio del NKVD. Todos excepto Mijaíl, quien ejercía un liderazgo real al ser el más veterano y quien, una vez tomada la decisión del regreso, había sabido orientarles en la espesura del bosque. Todos deseaban que Mijaíl se convenciese de que era lo mejor y no les abandonara. Iliá esperaba que Mijaíl le matase en cuanto tuviera ocasión.

- Vamos, Mijaíl, él puede ayudarnos. ¿Qué vamos a hacer aquí? ¿A dónde ir?

Alexandr, a diferencia de Borís, no conocía a Mijaíl antes de la noche anterior y por ello se permitía el lujo de acometerle más directamente que su temeroso amigo. Pero, al igual que Borís, pendulaba entre el apoyo a Iliá o la llave del regreso, y Mijaíl o la llave de una libertad desconocida. Tan sólo Anatoli estaba firmemente convencido de que había que buscar a una unidad del Ejército Rojo y proseguir la lucha contra el alemán. Borís y Alexandr también lo creían así, pero sólo porque la aventura que le había propuesto Mijaíl le resultaba ahora mucho más incierta que la cocina de campaña. Y Borís además sentía una devoción hacia su compañero de pelotón que no mostraría jamás por un miembro del Partido.

- Nuestro deber es regresar para continuar combatiendo. Por supuesto informaré de que nadie huyó de la batalla de ayer. No os preocupéis más por eso.

Iliá les observaba con atención mientras pronunciaba las palabras. Sabía que un politruk nunca era bien visto por los soldados y que no en pocas ocasiones estos habían asesinado a uno en la confusión del combate. La situación en que se encontraban ofrecía la ventaja de que los soldados esperaban de él la salvación de una ejecución. Pero por otra parte estaba la influencia de Mijaíl que no tenía nada claro si debía regresar o continuar huyendo. Iliá sabía que debía confirmar su liderazgo más allá de su dudosa ventaja de politruk, pero no sabía aún cómo hacerlo. Allí, en aquel trigal, sus charlas políticas no servían para nada. En tierra de nadie, donde resultaba fácil topar con los alemanes, la experiencia de Mijaíl y su instinto para orientarse resultaban extraordinariamente útiles como para que no pusieran en duda la utilidad de un miembro del Partido.

- Deberíamos dormir un rato. Hemos caminado toda la noche para salir de ese maldito bosque, pero ahora estamos demasiado cansados para continuar y aquí somos muy visibles. Metámonos de nuevo en el bosque para escondernos y dormir. Haremos turnos de guardias.

A Mijaíl la propuesta de Iliá le había pillado por sorpresa. Había estado toda la noche dando él las órdenes y ahora el politruk se le había adelantado aprovechando la expectativa sobre su decisión de no informar de que habían desertado. Los cinco se levantaron y se internaron de nuevo en la penumbra para esconderse.

:arrow:

Re: La situación.

Lun Ago 17, 2009 9:36 pm

II.

La luz arribaba al suelo a través de la agujereada carpa de ramas y hojas, estrellándose en una decoloreada alfombra de restos vegetales. Allí abajo el rocío comenzaba a calentarse con reflejos ocres y a exhalar la descomposición de un mundo donde un río de hormigas se afanaba en recoger cuanto les sirviera de alimento. Iliá observaba fascinado ese trajín en la aparente quietud del bosque hasta que un crujir de ramas le indicara que había alguien a su espalda. Se volteó y descubrió a un niño que escondía algo en su puño cerrado. ¿Qué llevas ahí?, le preguntó, y el niño le miraba circunspecto sin decir palabra. Enseñámelo, insistió, y el niño extendió el brazo y abrió el puño. Sobre la palma de su mano había una crisálida en cuyo interior algo pugnaba por salir, desgarrando la fibra y empujando hacia fuera la viscosidad interior. Una antena peluda y medio rostro horrible se mostró mientras la cabeza proseguía ensanchando el agujero. Luego la criatura logró escapar por completo y desplegó sus alas para secarlas. Iliá contempló maravillado el hermoso despliegue de tonalidades rojizas y anaranjadas, los brillos de las escamas iridiscentes, la fragilidad de aquellos gradientes que componían el sueño del vuelo, de la libertad a la que no podía acceder el frenesí que habitaba la maceración del suelo. Tanta belleza escondía y hacía olvidar la fealdad del rostro, la mecánica de las patas y la morbidez del abdómen hambriento.

Entonces una explosión sacudió el bosque e Iliá recordó de pronto que era un soldado en espera de un ataque de los alemanes. Otros soldados aparecieron por doquier corriendo hacia ellos aterrorizados y rebasándoles ignorándolos por completo. Iliá trató de detenerles para convencerles de que debían poner a salvo al niño y a la mariposa, pero una nueva explosión convirtió a uno de ellos en una plétora volante de la que resultaba imposible discernir qué era un terrón de tierra o un trozo humano. Se volvió nuevamente hacia el niño para cogerlo y ponerle a salvo, pero el niño ahora gritaba y se miraba la mano donde la mariposa le chupaba la sangre, engrosando su abdomen. Iliá comenzó a gritar también horrorizado y comenzó a correr por el bosque, instigado por multitud de gritos y detonaciones. Corrió tanto que alcanzó el fin del bosque y se sentó exhausto en un trigal para recuperar el aliento. Cuando su propio jadeo le permitió oir otra cosa, percibió unos bufidos extraños y un hedor insoportable. Allí estaba la mariposa del niño del bosque, solo que ahora era enorme, más grande que una persona. Su abdomen se había hinchado tanto de la sangre de los cadáveres que yacían por doquier en el campo que ya no podía volar. Aquel monstruo que antes le había parecido hermoso se percató de su presencia y comenzó a avanzar, casi arrastrándose hacia él. Iliá estaba demasiado asustado como para reaccionar. Quería levantarse y volver a correr, quería gritar, pero su cuerpo no respondía.

- ¡Camarada politruk! ¡Camarada politruk! ¡Iliá, maldita sea, despierte!

Un rayo de luz le alcanzaba desde un agujero de la carpa de armas y hojas, y podía percibir la putrefacción del suelo. Iliá dio un brinco para incorporarse empujando a Anatoli. De inmediato se miró las manos, los brazos, las piernas y el vientre, tratando de descubrir, no sabía muy bien, si estaba entero o si tenía alguna viscosidad de la crisálida.

- ¿Y los otros? – preguntó.
- Durmiendo. Estabas teniendo una pesadilla.
- ¿Mijaíl está con nosotros?
- Sí, está durmiendo como los otros.
- Mijaíl quiere matarme. Lo hará en cuanto tenga la ocasión. Y luego se irá.
- No creo que Mijaíl sea un asesino, camarada politruk.
- ¿Y tú cómo lo sabes?
- Estuve hablando con Borís al cambiar la guardia.
- ¿Sí? ¿Y qué te dijo?
- Lo mismo que a ti. Que su padre fue depurado por la OGPU. Pero es un buen soldado. Es cierto que no aprecia al Partido, pero es un buen soldado. Si hubiese querido matarle podría haberlo hecho durante su guardia, mientras todos dormíamos.

:arrow:

Re: La situación.

Lun Ago 17, 2009 9:37 pm

III.

Las últimas luces de la tarde se depositaban ya sin fuerza sobre la alfombra de hojas muertas, ramitas y setas que comenzaban a transpirar humedad. Los cinco soldados volvía a estar reunidos para debatir lo que parecía imposible.

- La situación es esta… -quiso repetirse Anatoli.
- La situación es la misma que la de esta mañana, Anatoli –le interrumpió Alexandr, impaciente.
- Vayamos hacia donde vayamos nos matarán –comentó Boris.
- Quizás pudiéramos mantenernos escondidos hasta que la guerra termine –propuso Mijaíl.
- ¿Hasta que la guerra termine? ¿Y cuándo sucederá eso? –inquirió Iliá.
- Por lo que he visto de lo que sois capaces de hacer, pronto, muy pronto –contestó desafiante Mijaíl.

Iliá se puso rojo de vergüenza e ira.

- ¿Acaso el zar lo hizo mejor en la anterior guerra? –preguntó a la defensiva.
- Ciertamente no sois mejores que el zar.

Todos callaron ante el enfrentamiento entre Mijaíl e Iliá. El politruk estaba visiblemente enfadado, pero sabía que aquél no era el mejor momento para una discusión que no iba a solucionar nada. La situaciónal igual que él… Era cierto que él, a través del cual juzgaban al Partido, había huído como los demás. Iliá se preguntaba hasta qué punto resultaba justo que le juzgasen por actuar de la misma manera. Pero Boris ya le había dado la solución al problema. Escapar de la guerra resultaba imposible, por más que un desesperado Mijaíl soñase con ello. Debían regresar a sus filas y él les resultaba necesario pues podía interceder por ellos si deseaban fusilarles por cobardía. Pero él también dependía de ellos y no sólo para poder defenderse en caso de topar con una patrulla alemana, sino porque no sabía orientarse y no se sentía capaz de encontrar por sí mismo a la unidad del Ejército Rojo más cercana.

- Yo voy a deciros cuál es la situación –les dijo, en un arranque de fuerza-. La situación es que estamos aquí atrapados. Vosotros no queréis la guerra y yo tampoco, pero la guerra está aquí. No hemos sido los del Partido los que la han comenzado, y hacemos lo que podemos para ganarla. Esperar a que termine la guerra es una tontería. No tenemos nada para comer y antes o después tendremos que acudir a una granja que estará infestada de alemanes. Cuanto más tardemos en encontrar a los nuestros, más alemanes tendremos por todas partes. Comprendo que tengáis miedo a regresar por temor a que os fusilen. Pero yo puedo informar sobre vosotros y evitarlo. Si nos mantenemos juntos y regresamos, quizás tengamos una oportunidad de sobrevivir. Y si no lo conseguimos, al menos habremos muerto por defender nuestra tierra.

Ni el propio Iliá se creía que hubiese pronunciado tal discurso. Aquellas palabras, nacidas de una profundidad olvidada, no tenían mucho que ver con sus habituales charlas sobre los progresos en las fábricas de tractores. No había hablado ni pedido ardor revolucionario. Había ido directamente al corazón de aquellos cuatro soldados abandonados que sentían el hambre y el temor a perder sus granjas. Pero Iliá no podía dejar de percatarse que aquel discurso también removía sus propias entrañas. Realmente el Partido era ahora lo de menos. Por lo que he visto que sois capaces de hacerPronto, muy pronto… los alemanes alcanzarían su ciudad natal donde residía su familia.

:arrow:

Re: La situación.

Lun Ago 17, 2009 9:38 pm

IV.

El sol se esforzaba por traspasar la maraña de ramas y hojas que guardaba el bosque. Tubos de luz se precipitaban al suelo y parecían troncos fantasmales que se apoyaba o se entrecruzaban entre los reales. Daba la sensación de que vetustos árboles ya inexistentes reclamaban su presencia, como si el viejo bosque desaparecido le recordase al nuevo que había nacido desde su podredumbre, desde sus restos asimilados por una tierra capaz de absorverlo todo, de oler a muerte y de dar la vida.

No hablaban. La única conversación era la mantenida por sus bufidos que denotaban el hastío de aquella espesura, y el agotamiento expresado en los tropiezos con las raíces. Iliá trataba de mantener el paso de un Mijaíl que iba a la cabeza y a momentos se perdía entre el matorral. Pasaba el tiempo e Iliá cedía en su pugna por alcanzar a Mijaíl. Caminaba con la cabeza baja, tratando de no tropezar otra vez, insuflando ánimos a sus pies doloridos, a sus rodillas que sólo se doblaban tras emitir una queja que le hacía torcer la boca. Pero no quería ser él quien solicitase el descanso. Él era el politruk, él debía dar ejemplo y asegurar el liderazgo que les llevaría de vuelta a casa. Anatoli fue quien le hizo el inmenso favor de exclamar que ya no podía más. Todos se reunieron, se dejaron caer con más bufidos, estiraban sus doloridas piernas, liberaban sus pies.

- ¿Y Mijaíl?

La voz de Boris habría cruzado el cerebro de Iliá como un relámpago.

- ¡Mijaíl! ¡Mijaíl!
- ¡Calla Anatoli! ¿Y si nos oyen los alemanes?
- No creo que haya alemanes aquí en el bosque. ¿Y si se ha perdido?
- No se ha perdido –dijo Iliá-. Le hemos perdido.

Iliá trataba de disipar su rabia concentrándose en el dolor de sus pies. Mijaíl les había abandonado, de eso no había duda. Tampoco de que había sido incapaz de convencerle. Intentó pensar en otra cosa mientras ignoraba los comentarios acerca de la huída de Mijaíl, en la práctica los mismos de antes. Si lo encontraban los alemanes, si lo encontraba el Ejército Rojo o si podría escapar. Eran los mismos argumentos, solo que ahora el protagonista no era el grupo de soldados perdidos, sino un soldado que estaba tratando de escapar de aquella situación miserable y aparentemente sin salida.

- ¡Basta! –se enfadó-. Debemos preocuparnos de nosotros mismos. Descansaremos un rato y continuaremos en la misma dirección hasta encontrar a los nuestros. Es lo único que podemos y debemos hacer.

Enmudecieron e Iliá intentó pensar en cualquier cosa que le transportara lejos de aquel desaliento que le había invadido. Todos debían estar dándole vueltas a la misma duda que golpeaba a su cabeza desde dentro. ¿Y si se habían equivocado? ¿Y si Mijaíl tenía razón al escapar y podía sobrevivir ajeno a la guerra? Pero aquello debía ser imposible. Lo capturarían los alemanes o los compatriotas soviéticos. Y unos u otros le fusilarían. Unos por ser el enemigo. Otros por ser enemigo de su pueblo y por tanto de sí mismo. ¿Y si habían más opciones? Pero no, no las habían. O hacían lo que era su deber, combatir al alemán para salvar su tierra y su pueblo, o perecían en sus manos. ¿Podían, acaso, abandonar a su suerte a sus familias? El frente estaba próximo a su ciudad, y él se esperanzaba en que el Gobierno hubiese evacuado a los suyos. Claro que Mijaíl no tenía familia. El mismo Gobierno en el que Iliá confiaba la seguridad de su familia había aniquilado a la suya. Los rusos había sufrido demasiado. Ese era el problema. La Gran Guerra, la Revolución y la Guerra Civil... No tendría que haber sido así. ¿Por qué la gente se había negado a las ventajas del comunismo? Eran unos malditos egoístas que no deseaban una sociedad justa. Como Mijaíl, maldita sea, otro ser que sólo pensaba en sí mismo. Eso era en lo que tenía que pensar, en su familia, en su ciudad y en la providencia del Partido.

- Mijaíl nos ha traicionado. Nos ha traicionado a nosotros y a la patria que debía defender. Mi ciudad, mi familia, pueden caer en manos de los alemanes dentro de poco. ¿Vosotros pensáis que vuestras familias están a salvo por estar más lejos? No, no lo están. Si no los detenemos, los alemanes llegarán hasta el último rincón de Rusia y nos aniquilarán o esclavizarán. Todos tenemos miedo. Y todos huímos de la pasada batalla. Pero no huímos para hacerlo siempre. Salvamos nuestra vida para poder ofrecerla otra vez. Es verdad que si llegamos a nuestras filas nos arriesgamos a que nos fusilen por desertores. Por desgracia, por culpa de personas como Mijaíl que realmente abandonan su deber, los mandos deben ser duros con los soldados. Pero yo os garantizo otra vez que informaré de que no huímos, que nos perdimos en el caos de la batalla. Y estoy seguro que nos perdonarán. No tenemos otra salida, ni tampoco otro deber.

Iliá habló despacio, más para sí mismo que para aquel grupo de soldados perdidos en el bosque. El silencio se mantuvo mientras el politruk evitaba mirarles a la cara quizás para evitar el peso de las suyas, sorprendidos por el discurso, sobre él. Esperando una respuesta observaba un pajarillo que revoloteaba entre las ramas de dos pinos. Cada vez que se posaba sobre una, martilleaba la misma estridencia. El pajarillo rebotaba de un árbol a otro y repetía su estribillo: la-si-tua-ción, la-si-tua-ción.

- Estamos contigo, politruk.

Iliá volvió la mirada hacia la voz. Anatoli, el bueno de Anatoli. Siempre Anatoli, agradeció.

:arrow:

Re: La situación.

Lun Ago 17, 2009 9:38 pm

V.

- ¿Tú estás seguro de que vamos en buena direccion?
- ¿Y cómo quieres que lo sepa? ¿Tú conoces este bosque? ¿Sabes dónde están los nuestros? ¿Sabes dónde están los alemanes?
- Pero tu ciudad está muy cerca de aquí. Tú eres de por aquí.
- ¡Pero era universitario! ¿Qué pintaba yo en el bosque?

Siempre Anatoli, sí, pero le fastidiaba que su mejor apoyo en el grupo resultase tan cobarde. Se daba cuenta de que Anatoli estaba de su parte porque tenía demasiado miedo a escapar como Mijaíl. Anatoli y Alexandr eran casi la misma persona, solo que Alexandr era más callado. De hecho Iliá se había percatado que los dos habían hecho buenas migas, ya que Alexandr apenas abría la boca más que para hablar con Anatoli. Hablaban del campo, de su vida rural, de cómo se casaron o cómo trabajaban la tierra. Eran ajenos a la política y para ellos daba lo mismo un zar blanco que uno rojo. Ambos eran algo que debían soportar, una abstracción que se presentaba en sus hogares requiriendo grano una o dos veces al año. Boris, en cambio, era como Mijaíl, pero sin el valor de hacer lo que había hecho Mijaíl. Se había criado como aquél en una pequeña ciudad. La gran diferencia entre Boris y Mijaíl quizás explicase el por qué de su grado de valor. La familia de Boris no se había visto afectada por los desmanes del Gobierno en su campaña de detenciones de elementos contrarrevolucionarios. Como los otros dos, la política no le importaba. Sin embargo, al vivir en una ciudad, tenía un conocimiento mayor de los sucesos y no los aprobaba. Las cosas se habían hecho mal, admitía para sí Iliá. Los viejos bolcheviques, justificaba, se habían tenido que enfrentar a grandes problemas creados por el Zar. No les había quedado otro remedio que actuar con mano dura o, en el peor de los casos, el miedo a perder el sueño de la revolución les había impulsado a resultar excesivamente severos. Pero las nuevas generaciones de bolcheviques, como él, lo arreglarían todo. Si la vieja generación había desbrozado el terreno, ellos lo cultivarían y mostrarían los frutos de su esfuerzo a todo aquél que aún desconfiara. Esa era la idea que le llenaba la cabeza y le daba la fuerza para continuar avanzando hacia ninguna parte en aquel maldito bosque. Personas como él, cultivadas en la universidad, con nobles ideales y buenas ideas para el futuro, ganarían la guerra y reconstruirían el país. Lograrían lo que otros no pudieron al traer la paz, la justicia y la prosperidad. Por ello había que seguir caminando, tropezando con las raíces, respirando la exhalación de la alfombra vegetal, tratando de no enloquecer en aquel laberinto de árboles, ramas, troncos caídos, arbustos y tubos de luz mortecina.

Entonces algo inesperado irrumpió en aquel paisaje cercano de obstáculos marrones moteados en verde. Allí, delante de él, surgida de no sabía dónde, había una figura humana. Una figura humana que le apuntaba con un fusil.

:arrow:

Re: La situación.

Lun Ago 17, 2009 9:39 pm

VI.

Todos se habían quedado helados. La respiración, el sudor y hasta la sangre se habían detenido tan bruscamente como sus piernas. De inmediato aparecieron más hombres que les rodeaban, todos armados con fusiles.

- ¿Sois soviéticos, verdad? –inquirió Anatoli con voz temblorosa.
- Pues claro que somos soviéticos –respondió uno de los hombres-. ¿Sois desertores?
- ¡No somos desertores! –exclamó Iliá.
- ¿No? ¿Y qué haceis vagabundeando solos por el bosque?
- Nos perdimos. Durante la batalla los alemanes rompieron la línea en nuestro sector y, con tanta confusión creada, nos separamos de nuestra unidad y nos perdimos en el bosque. Mi nombre es Iliá y soy politruk del 56º de rifles.

Iliá enseñó su documentación y el soldado esbozó un rostro de mayor respeto hacia él, al tiempo que ordenaba a sus hombres que dejaran de encañonarles.

- Sí, el 56º resultó muy dañado. Hace unas horas encontramos a otro desertor. Dijo que estaba llevando a cabo una misión de reconocimiento para un pelotón perdido, pero no le creímos.
- ¿Se llamaba Mijaíl?
- Sí, ¿le conoces?
- Os dijo la verdad. Le envié yo delante para que nos asegurara de que el bosque estaba limpio de alemanes. ¿Le habéis…?
- Oh, no. Bueno, aún no. Tendrá que hablar con el General Vasili de eso para que anule la orden de fusilamiento. Él está al mando de la unidad.
- Démonos prisa, pues. ¿Qué unidad es esta? ¿El 48º?
- No, no. Bueno, sí y no. Aquí nos hemos reunido restos de diferentes unidades que quedaron deshechas tras el asalto alemán. Estamos aquí atrapados en el bosque.
- ¿Atrapados?
- Sí. Los alemanes nos rodearon antes de que pudiéramos escapar. Maldita sea, no se qué ha pasado con los tanques. Debieron aparecer y nadie sabe nada de ellos. Tampoco los aviones. ¿Qué podíamos hacer sin el apoyo necesario?
- ¿Y qué pasará ahora?
- Dicen que el General Vasili quiere intentar romper el cerco. Se lo han ordenado desde arriba. Aquí en el bosque estamos relativamente seguros. Podemos aguantar aquí a los alemanes pues no pueden meter sus tanques y aviones. Pero el problema es que si no rompemos el cerco, los alemanes seguirán avanzando y nos quedaremos aquí aislados sin comida.
- Pero, recibiremos ayuda del Frente, ¿no?
- Supongo que sí. Nuestros tanques tendrán que aparecer antes o después.

El grupo atravesó la unidad hacia donde había una tienda de campaña. Los soldados formaban pequeños grupos y hablaba sobre los suceso del día anterior. En todos aquellos rostros no podía percibirse otra cosa que no fuera la derrota. Muchos de ellos presentaban arañazos inflingidos por las ramas e Iliá se preguntaba si habría alguien allí que realmente no hubiese huído. Ciertamente el combate verdadero había durado poco tiempo. El resto había sido una carrera alocada hacia el bosque, escuchando disparos que no iban a ninguna parte, carreras que se podían adivinar con los gritos, el crujir de ramas, los bufidos o un alarido corto cuando alguien tropezaba con alguna raíz o tronco y se hacía daño en el tobillo.

- Dentro de la tienda está el General Vasili. Hable con él sobre su amigo. Usted es politruk. Igual puede hacer algo por él.

A Iliá le sorprendieron aquellas palabras. El soldado que hace unos minutos le encañonaba y le preguntaba si era un desertor, dispuesto a arrestarle, demostraba una comprensión la cual, implícitamente, indicaba que él también había huído. Con una mecánica absurda pero imparable, unos desertores fusilaban a otros. Los últimos en llegar ya no recibían la indulgencia y servían de ejemplo para que la deserción no fuese masiva, para que un oficial de una unidad no tuviera que informar que su unidad al completo había desertado, o para evitar que sus hombres le asesinaran. Se fusilaban a unos cuantos desgraciados y se regresaba al status quo haciendo borrón y cuenta nueva. Todos aquellos hombres que hablaban en voz baja de la derrota formando pequeños grupos bajo los árboles, debían sentirse igual de mezquinos y al mismo tiempo aliviados de haber tenido la suerte de haber llegado a tiempo, probablemente porque habían iniciado su huída antes que los demás. Todos ellos, al susurrar, al esconder la mirada, estigmatizados por las ramas en su alocada carrera, conocían muy bien cuál era la situación.

- A sus órdenes mi General. Se presenta el Teniente Iliá, politruk del 56º de rifles.

El General Vasili, corto de estatura y regordente, no parecía muy marcial pese a que se esforzara en ello. Probablemente la contemplación de ver a toda su División dispersarse le había agotado en extremo. Iliá trató de imaginárselo tratando de hacer llegar órdenes que ya no tenían otro sentido que el de salvar su vida si es que él y su politruk adjunto lograban escapar de allí. Órdenes a los regimientos para que aguantasen una línea que se evaporaba, y peticiones al Frente para que enviaran a los tanques y aviones de una maldita vez.

- ¿Dónde está el politruk de la División?

Vasili soltó un bufido. Sin duda la presencia de un politruk de Compañía no le impresionaba gran cosa. Al menos no en aquellas circunstancias.

- Debe estar aún buscando a los tanques, si es que está vivo.

Iliá consideró que aquella era una buena noticia. Eran los politruki de mayor graduación los que decidían si un soldado o un oficial debía vivir o morir. Un politruk de Compañía no hacía más que dar charlas e informar sobre el estado de ánimo de los hombres.

- Camarada General, ordené a uno de mis hombres que se adelantara para reconocer el camino, pues no sentíamos perdidos en el bosque. Según he podido enterarme, ha sido arrestado como desertor y desearía interceder por él.
- ¿Un tal Mijaíl?
- Sí camarada General.
- La verdad es que me pareció un buen soldado, pero no un buen bolchevique.
- ¿Le interrogó usted, camarada General?
- Sí, no hace mucho. Su historia es la misma que me ha contado usted, así que supongo que será cierta. Pero hay algo en él que no me gusta, no sabría decirle el qué.
- Camarada General, yo soy el politruk de esa Compañía y conozco a mis hombres. Mijaíl no es un hombre del Partido, pero es útil como soldado. Sabe orientarse y manejar un fusil, y por ello le mandé a él en busca de nuestras filas. Considero que sería un error castigarle por ello.
- Entiendo. La verdad es que me hacen falta soldados capaces, y si su politruk intercede por él… -el General Vasili firmaba una orden mientras hablaba-. Tome usted la orden de liberación y reúna a sus soldados. Dentro de un par de horas anochecerá y trataremos de romper el cerco, así que descansen.
- Camarada General, ¿recibiremos ayuda del Frente?
- Eso espero, camarada politruk. Pero no podemos quedarnos aquí aislados.
- Por supuesto, camarada General.

:arrow:

Re: La situación.

Lun Ago 17, 2009 9:39 pm

VII.

Mijaíl mantenía la cabeza baja mientras Iliá entregaba la orden a los soldados que lo custodiaban.

- Venga, Mijaíl, vamos con los demás.
- Gracias, Iliá.

Le daba lástima Mijaíl. Tan soberbio cuando atisbaba una posibilidad de libertad, de vivir ajeno a la guerra y al régimen que odiaba; y ahora caminaba inseguro, llevándose con sus pies la pinocha del suelo, sin atreverse a mirar a nadie. Cuando alcanzaron al resto, todos lo abrazaron y lo trataron con simpatía. Iliá se esforzó por no mostrarse altivo cuando les anunció que Mijaíl estaba fuera de toda sospecha gracias a su intervención. Pero sí recuperó su postura como politruk cuando les explicó que al anochecer tratarían de romper el cerco. Todos ensombrecieron e Iliá mintió al asegurar que contarían con la ayuda de los tanques de la reserva del Frente.

- Iliá, tú nos has salvado –irrumpió Anatoli-. De no ser por ti estaríamos ahora frente a un pelotón de fusilamiento. Y está claro que no podemos quedarnos aquí aislados, ni tampoco ajenos a la guerra que, antes o después, llegará a nuestros hogares. Yo estoy contigo. Romperemos el cerco y podremos defender tanto tu ciudad como nuestras granjas. Te lo debemos, y se lo debemos a nuestras familias.

Bendito Anatoli. Era único a la hora de plasmar la situación.

- Anatoli y el politruk tienen razón –dijo Alexandr.
- Ahora ya no hay vuelta atrás –resumió Boris.

Mijaíl tardó un poco más en reaccionar. Aún debía estar tratando de digerir que un miembro del Partido le había salvado la vida, que estaba equivocado al pensar que podía encontrar la libertad que anhelaba en aquella guerra y, sin duda, que la esperanza de romper el cerco alemán eran mínimas.

- Yo te debo la vida, politruk. No volveré a escapar y estaré allí con vosotros. Si tenemos que volver a combatir y en circunstancias aún peores que las de ayer, lo mejor será que descansemos el tiempo que nos queda.

El tiempo que nos queda… Mijaíl debía ser de esa clase de hombres que no pueden evitar expresar sus pesares. Sin duda consideraba que le había salvado la vida, sí, pero no por mucho tiempo. Los cinco soldados se tumbaron bajo los árboles. Iliá volvió a observar a un pájaro rebotar entre las ramas, como si esquivara los rayos de sol que se filtraban. ¿En qué podían pensar el tiempo que nos queda? Anatoli y Alexandr se abandonarían a sus recuerdos de arados, tierra negra, madera de una casita destartalada, espigas de trigo lanzadas al sol con una horca, risas de niños y de una mujer envejecida prematuramente. Boris trataría de recuperar sonidos de metales chocando en la fábrica, una escala de grises que emergían de la penumbra y que ahora se le debían antojar como un hogar. Pero Mijaíl y él sólo podían pensar en aquello que parecía imposible: sobrevivir. Y es que Iliá llegaba a la conclusión de que ambos eran iguales pero con métodos diferentes. Si él basaba su oportunidad de supervivencia en su adhesión al Partido, en su confianza en la labor del régimen que había creado una máquina estatal que funcionaba y cuyos engranajes se lubricaban con la ilusión de cada miembro; Mijaíl, huérfano por culpa del mismo régimen, no podía ver más que como una amenaza toda aquella lógica que parecía imparable. Iliá, aunque no se lo creyera, no podía evitar depositar su confianza en que los tanques del Frente aparecerían y aplastarían a los alemanes que se interponían entre él y su supervivencia. Mijaíl, en cambio, se debía sentir atrapado, rodeando de soldados dispuestos a matarle si no cometía la misma estupidez que ellos, convencido como estaba de que no habrían ni tanques del Frente de la misma manera que no los hubo de la División. La lógica de Iliá se indexaba en la lógica del Partido. La lógica de Mijaíl no podía viajar más allá de sí mismo.

:arrow:

Re: La situación.

Lun Ago 17, 2009 9:40 pm

VIII.

Se despertaron con las voces, los silbatos y ruidos de pisadas sobre la pinocha. Oficiales del Ejército y del NKVD despertaban a los hombres, los agrupaban y distribuían munición. Iliá preguntó a un Capitán si sabía dónde debía formar con su pelotón, pero este estaba tan nervioso y confuso como él.

- Quédense ahí y avance siguiendo al resto. Cuando veáis caer a alguno, recogéis su arma y la munición.

Iliá, Anatoli, Alexandr, Boris y Mijaíl se quedaron quietos de pie sin decirse nada, aguardando a que la unidad se moviera. Iliá debía sentir lo mismo que sus hombres. Su pelotón de desgraciados era como una isla que aguardase que una ola la empujase lanzándola hacia lo desconocido. La oscuridad del bosque aumentaba la sensación de abandono y de incertidumbre. Al cabo de un rato el jaleo disminuyó y los hombres apenas ya se movían. Un búho se hizo oir desde alguna rama con un par de palabras incomprensibles, como todo aquello que pudiera proceder de aquel momento. Entonces sonó un silbato largo, trémulo y a la vez cortante. Los hombres comenzaron a avanzar, apartando ramas, aplastando pinocha y hojarasca. No se oía más que crujidos y bufidos. Nadie miraba otra cosa que no fuesen los pies del que tenía delante.

Caminaron un buen rato por el bosque con el sudor mezclándose con el aire fresco de la noche. Llegados a un punto, Iliá notó que la marcha se aceleraba cada vez más al tiempo que se tornaba más discernible un alarido constante vomitado por miles de bocas que se relevaban unas a otras para que no cejase. Entonces pudo percibir los disparos, las ráfagas y de pronto se sintió aterrado al ver el cielo de estrellas y la inmensidad de los trigales. Los grupos que iban por delante ya corrían y él reaccionó de la misma manera para no quedarse atrás.

- ¡Vamos! ¡Tenemos que conseguirlo!

Había gritado sin atreverse siquiera a mirarles, pero podía sentirles allí, junto a él, con el mismo pánico a aquel espacio abierto. La pendiente de la frontera entre el bosque y los campos hizo que ganaran velocidad y la sensación de vértigo. Iliá luchaba ahora por controlar sus náuseas y que sus pies no le traicionasen tirándolo al suelo. Llegados al campo el terreno se nivelaba y la marea humana se frenaba y se agrupaba. Los gritos individuales y los disparos y explosiones se filtraban en el trigal por debajo del alarido interminable de la noche, como corrientes de agua que se abrían paso entre terrones de tierra y espigas aplastadas. Tan sólo un poco después Iliá tenía dificultades para avanzar a la carrera sin tropezar con el de delante y, casi de inmediato, los de atrás le empujaban estrujándole contra la siguiente fila. Era como si la ola hubiese chocado contra un dique y su energía se revolviese hacia él, trayéndole reflujos de aire cálido procedentes de explosiones cercanas que iluminaban la noche a cada momento. Los sonidos de disparos aislados y ráfagas que segaban los campos eran ya muy fuertes y el alarido de miles de bocas se perdía entre una cacofonía de gritos aislados. La ola terminó por frenarse entonces, e Iliá fue aplastado contra los de delante. Trató de mantener el equilibrio, pero cuando los tropiezos y caídas se multiplicaron en las filas se vio arrastrado. La ola se había reconvertido en un castillo de naipes que se derrumbaba al completo e Iliá, ya en el suelo sobre el soldado que iba delante, luchaba por quitarse de encima al que iba detrás. Agitaba sus brazos y piernas como si se hundiera irremisiblemente en el agua, tratando de sacar la cabeza el tiempo justo para tomar aire. Los pisotones, las patadas y el peso de los que caían sobre él amenazaban con romperle y sepultarle allí para siempre. La culata de un fusil llegó desde la noche y cayó sobre su sien. Mientras todo se volvía borroso, trató de mantener sus músculos en tensión para seguir luchando para no quedar allí enterrado. Cuando por fin cesaron las patadas, cuando ya no caían más cuerpos sobre él, Iliá cedió y quedó insconciente.

:arrow:

Re: La situación.

Lun Ago 17, 2009 9:40 pm

IX.

Una amalgama de retazos marrones y negros se retorcía ante él mientras sus oídos captaban un chirrido que se repetía aquí y allá. Sentía que su cuerpo seguía dormido con la sangre paralizada y se esforzó por recuperar el contacto con sus extremidades. Poco a poco las manchas marrones recuperaban la variedad tonal perdida y ya podía percibir retazos más claros y hasta dos círculos blancos sobre una mancha negra. Los círculos blancos parecían moverse en torno a la mancha y entonces se concentró en fijarlos. Ahora ya podía mover los dedos y percatarse que los brazos estaban inmovilizados por el peso de más extrañas mezclas de tonalidades marrones. Comenzó a parpadear para retirar el velo y buscó de nuevo los círculos blancos sobre la mancha negra. Ahora los cículos poseían otros más pequeños también negros, y la mancha ya tomaba forma de óvalo y aparecían allí otras manchas blancas. Aquello no tenía sentido, pensó, y trató de moverse. Un brazo parecía desencajarse mientras movía con suavidad lo que ahora parecía una montaña de marrones bajo un cielo azul. Consiguió recuperar el brazo y, ganándolo como punto de apoyo, se dedicó a desenterrar el otro. Por fin con ambos brazos bajo su pecho volvió a enfocar el laberinto de negros y blancos de enfrente. Dos ojos le miraban desde lo alto de una boca desencajada. Se incorporó un poco como para poder mirar por encima de los marrones. Entonces tuvo una revelación. Graznidos. Los chirridos eran graznidos de cuervos.

Iliá contempló unos segundos el mar de marrones que se extendía a su alrededor sobre los trigales e inició un particular combate por liberar las piernas. Una vez logró colocarse de rodillas en el hueco de donde había emergido vio a lo lejos a un soldado que se ponía de pie mirando a su alrededor como si no acabara de creer. Iliá iba a ponerse de pie y hacerle señales, pero un estruendo cruzó el mar de cadáveres y el soldado se dobló para caer hacia atrás. Como si se hubieran liberado resortes desconocidos, el politruk se agachó e introdujo piernas y brazos en sus lugares de partida, obligando a los cuerpos a mecerse otra vez mientras deseaba con todas sus fuerzas que no le hubiesen visto.

:arrow:

Re: La situación.

Lun Ago 17, 2009 9:41 pm

X.

Un zumbido zigzagueaba alrededor. El sol caía desde el cielo con sentido de justicia divina que aplastaba aquel submundo de cuerpos inanimados en el cual los insectos pululaban con frenesí de patas, antenas y alas transparentes que batían alocadamente. Iliá, entumecido por las horas de quietud absoluta, escondió su cabeza bajo el abdomen de un soldado desconocido en tal de aliviar la presión del calor. Su cabeza se acomodó al lado de la del soldado que llevaba horas mirándole con la boca abierta como un pez sacado del agua. Allí, bajo el pecho de aquel desgraciado, aparecía una mano que debía pertenecer a otro cuerpo. La mano extendía sus dedos en un gesto de súplica desesperante, mostrando uñas sucias de tierra.

Había oído más disparos. Cada vez que un incauto recobraba la conciencia, regresaba de la muerte para encontrarla definitivamente cual broma pesada. ¿Hasta cuándo los alemanes vigilarían aquellos campos de muerte? No lo sabía, pero Iliá no tenía intención de moverse hasta la noche. Se esforzaba por no enloquecer acosado por el calor, las moscas y la visión de aquella feria de muerte. De cuando en cuando lograba mover la lengua pastosa para vomitar un poco de aquellas atmósfera recalentada donde el olor a tiera se mezclaba con el del sudor y la sangre.

Hacía bastante que había cesado en su intento de no sucumbir tratando de pensar en algo que lo distrajera. No había logrado reconocer en el amasijo inmediato a ninguno de sus compañeros, pero suponía que estaban allí, no demasiado lejos. No podrían haber huído porque la masa de soldados se frenó de pronto y todos se vieron empujados y empujaron, en un caos estúpido digno de alguna comedia representada en la plaza de un pueblo. Anatoli, Alexandr, Boris y Mijaíl eran los nombres de aquellos desconocidos que había encontrado en el bosque y a los que la situación había unido con lazos que no acababa de comprender. ¿Les había entregado él a la muerte? ¿Él que les había recordado su deber, la necesidad de combatir al enemigo, les había arrastrado a morir absurdamente contra la muralla de metralla alemana o, aún peor, aplastados por sus propios compatriotas en una orgía de terror? No, no, se decía. Mijaíl había demostrado que estaba equivocado, que no se podía escapar. Sin embargo, tenía que admitir, él también se había equivocado pues, efectivamente, no se podía escapar. Pero, también, al mismo tiempo, Mijaíl había acertado en algo. No hubo tanques del Frente. Iliá se preguntaba si alguna vez los hubo, si alguna vez hubo un Frente, un engranaje preciso en su sistema de supervivencia. Quizás los tanques sólo existieron en aquellas charlas que daba a la Compañía, al igual que los tractores para las granjas colectivas. No hubo tractores entonces, no hubo tanques ahora. Del engranaje sólo existía la lubricación sentimental de los nuevos bolcheviques como él que trataban de convencer de las ventajas de una maquinaria estatal inexistente. Su ciudad natal caería en breve en manos de los alemanes. Iliá ya no podía albergar tampoco esperanzas de que su familia hubiese sido trasladada. Nada funcionaba, quedaba claro, y por tanto no se podía escapar.

:arrow:

Re: La situación.

Lun Ago 17, 2009 9:41 pm

XI.

El sol se estaba ocultando y todo parecía tranquilo. Iliá volvió a sacar la cabeza de debajo del soldado que le había proporcionado sombra y le había salvado de la locura provocada por el sol. Espero a que oscureciera por completo y sólo entonces se atrevió a librar a sus extremidades y volverse a ponerse de rodillas. Se sentía mareado. Había dormido, pero llevaba casi dos días sin comer. Entonces oyó movimiento y un siseo en la oscuridad. Se acurrucó cuanto pudo para no destacar su silueta entre los cuerpos y escudrinó las sombras. Aquí y allá, se levantaban los muertos y avanzaban agachados hacia el bosque. Iliá entendió que no había sido el único en sobrevivir y comprender que debía aguardar a la noche para salir de allí. Sin decir nada, decenas de sombras espectrales se deslizaban hacia la mole negra en que se había tornado los árboles.

En el bosque proseguía el silencio. Los hombres caminaban despacio tratando de no hacer ruido. Iliá supo que había llegado al punto de partida porque los soldados se congregaban y hablaban en voz baja. Algunos oficiales retomaron su papel y organizaron vigilias. En la tienda del General, se encendió una lámpara y se adivinó su silueta baja y redondeada. No se molestó en buscar a sus amigos. Nadie se había movido en su zona en el campo y supuso que habían muerto. Buscó un sitio donde tumbarse, pues no había nada mejor que hacer. Se sentía vacío. No había nada más en su cabeza que la maraña oscura que apenas se adivinaba sobre los árboles. Volvió a escuchar al búho y pequeños fuegos aparecieron atrayendo a los hombres a su alrededor. Se oía la misma conversación una y otra vez.

- Usted es politruk, ¿verdad?

La pregunta le había sorprendido y pensó que se trataba de algún soldado dispuesto a matarle como venganza de tanto desastre. Sin embargo pudo distinguir que quien le preguntaba era del NKVD.

- Sí, del 56º.
- Diríjase a la tienda del General Vasili. Quiere hablar a los oficiales.

Iliá se levanto sin ganas y caminó hacia la tienda. Pudo percatarse que cuantos se dirigían hacia ella recibían miradas furtivas de los soldados. ¿Les dispararían una vez se congregasen al lado de la tienda? Cuando llegó el General se había subido a un cajón de municiones y comenzaba su discurso.

- ¡Camaradas oficiales del Ejército Rojo! Hemos fracasado en nuestro intento de ruptura del cerco, pero la guerra aún no ha terminado para nosotros. Aquí en el bosque podemos establecer un núcleo de resistencia. Es el deseo del camarada Stalin que nos mantengamos firmes y organicemos ataques en la retaguardia del enemigo fascista, dificultando su capacidad de suministro. Debemos igualmente cuidar de que la población civil no trabaje para el enemigo. Organizaremos patrullas que vayan a por alimentos a las granjas y capturen y ajusticien a los traidores.

Todo el mundo se quedó de piedra. Allí, en la derrota y abandono más absoluto, el General hablaba de resistencia. El mismo General que les había lanzado contra la muralla de acero alemana. Iliá pensó que ahora era cuando todo terminaba, cuando sería asesinado por sus propios compatriotas. Pudo comprender entonces la desesperanza de un Mijaíl atrapado y sin salida. Sin embargo, no ocurrió nada de aquello. Los soldados se mantuvieron a la escucha junto a sus fogatas, y luego cumplieron las órdenes de sus oficiales. Ya aquella misma noche se organizaron patrullas de reconocimiento para averiguar dónde estaban exactamente los alemanes. Iliá pensó entonces que la actividad y una vaga ilusión de esperanza habían servido para reconducir el odio de aquellos soldados hacia sus quehaceres construyendo trincheras, cabañas y búnkers.

- ¿Hay algún politruk entre nosotros? –preguntó el General.
- Sí, yo.
- Ah, me acuerdo de usted. Me alegro de que haya sobrevivido. Usted es idóneo para su labor como politruk. Venga a la tienda, deseo hablar con usted en privado.

:arrow:

Re: La situación.

Lun Ago 17, 2009 9:44 pm

XII.

El General Vasili sirvió dos vasos de vodka y ofreció tabaco. Iliá no tenía ni idea de por qué un General de División precisaba a un politruk de Compañía.

- Camarada General, ¿por qué ha dicho que soy idóneo?
- ¿Ha visto usted a algún otro politruk?
- No, no he visto a nadie.
- Exacto. Usted es el único. Los demás han muerto en combate, asesinados por sus soldados o han huído.

Iliá intentó sopesar el significado de aquello.

- ¿Cómo dijo que se llamaba usted?
- Iliá.
- Muy bien, Iliá. Usted debe tener algo especial. Usted llegó aquí con vida pese a estar acompañado de sus soldados. Es muy raro que no le matasen. Y también que usted intercediera por uno de ellos que, era evidente, había desertado.
- Camarada General…
- ¡Oh, vamos, camarada politruk! No se moleste en darme explicaciones. Ese soldado no era un bolchevique. Resultaba imposible que usted confiara en él. Pero aún así usted le salvó. Debe ser usted muy especial para llegar aquí con vida con un grupo de soldados que indudablemente le odian y, pese a ello, le salva la vida a quien le ha traicionado. Es la clase de hombre que necesito aquí en el bosque.
- No le entiendo, camarada General. Yo…
- Usted es un oficial del Partido que ha sido capaz de ganarse a sus soldados. Mírenos. Esos hombres están desesperados y ya no confían en nosotros. De momento no reaccionan, pero probablemente será por el efecto de la sorpresa y el agotamiento. Dentro de poco el hambre será una prioridad y, con tan pocos oficiales, y aquí abandonados a nuestra suerte, resultará muy difícil mantener la disciplina. Necesito de su magia para mantenerlos a nuestro lado. Piense usted cuántos soldados querrán regresar cuando les mandemos de patrulla a las granjas en busca de alimentos. ¿Querrán enfrentarse a los alemanes cuando han visto cómo han sido derrotados por ellos? Le necesito a usted, camarada politruk. Necesito esa habilidad que tiene y que le ha mantenido con vida.

Iliá no acababa de entender. ¿Qué había hecho él en especial? Nada. Su suerte, si así podía llamarse, había sido un producto de la situación.

- Ahora vaya usted a descansar. Mañana quiero que inicie un ciclo de charlas con los soldados. Hábleles de sus familias. La mayoría son campesinos analfabetos que no entienden las cifras del Partido. Hágales entender que manteniendo el tipo aquí defenderán a los suyos, aunque estén lejos de aquí.

Hablarles de sus familias no era lo suyo, pensaba Iliá, pero sí de vengarse. Si algo había aprendido como politruk aquel par de días, es que sus soldados no entendían que lo que sucedía allí afectaba a la seguridad de sus granjas lejanas. Anatoli, Alexandr, Boris y Mijaíl se habían unido a él sólo porque era una vía de salida, una manera de mantenerse vivos. Y sólo cuando había intercedido por Mijaíl habían dado muestras de un compañerismo limitado. Él mismo había rebajado su discurso del todo por la Patria al todo por su ciudad a punto de caer. Sus soldados, su pelotón de desgraciados, habían elevado su capacidad de comprensión del peligro real de la guerra en la misma manera que él la había hecho descender en picado. Quizás, pensaba ya fuera de la tienda, su magia consistía en haber dejado de ser un hombre del Partido para convertirse en un hombre preocupado por lo más inmediato. Su secreto era que había sabido ser como ellos: había huído de la batalla, había regresado por miedo, y había perdido igualmente toda esperanza. Y ahora Iliá lo único que encontraba con sentido era la venganza. Así que no les hablaría de sus familias, sino de los alemanes que les habían masacrado sin piedad, de los alemanes que les habían arrebatado toda ilusión de escapar de aquel horror, de los alemanes que habían creado la situación en la que unos desertores fusilaban a otros. La familia, la granja, y peor aún la Patria o el Partido, eran conceptos ya caducos en aquel bosque de odio. Nadie allí podía mantener los sueños de antaño. Allí lo único que podía aguardarles era la muerte. Así que Iliá les hablaría de la muerte, de la muerte de sus compañeros, de la muerte que les esperaba y les preguntaría qué pensaban hacer con el tiempo que les queda. Porque Iliá había aprendido mucho de Mijaíl. Había comprendido gracias a él que no había nada con más fuerza que la sinceridad. Y que no existía engranaje ni maquinaria más demoledora que la lógica individual. Estamos muertos pero aún podemos matar a quienes nos mataron, les diría, y aquellos seres acosados por una infrahumanidad impuesta por el pánico y la vergüenza se galvanizarían y lograrían rescatar el íntimo reducto de todo ser humano: la lógica instintiva, individual y común a la vez.

Allí, junto a una fogata, unos soldados sonreían mientras miraban hacia el suelo. Un gatito correteaba de uno a otro, saltaba sobre alguna presa imaginaria y se dejaba acariciar. Los soldados reían y parecían recobrar su ilusión con las piruetas del animalito. Le daban trocitos de comida pese a estar ellos hambrientos y depositaban sus esperanzas en sus logros, contentos de ver cómo el gatito engordaba y afilaba sus uñas en un árbol. Iliá les observaba cómo le alimentaban y se jactaban de su innata fiereza, apostando a que, en crecer, se convertiría en un auténtico asesino de ratones. No estaba allí Anatoli para extraer de su cabeza lo que pensaba, pero el politruk podía percatarse perfectamente de cuál era ahora la situación.

FIN

Re: La situación.

Lun Ago 17, 2009 9:55 pm

Muy bueno, sí señor. :)

Saludos.

Re: La situación.

Mié Ago 19, 2009 3:22 pm

Un relato magnífico, Bitxo. Ha merecido la pena esperar para leer otro cuento tuyo.

Re: La situación.

Mié Ago 19, 2009 4:05 pm

Gracias por vuestros comentarios. Llevo la idea de continuarlo... algún día, quizás...

Re: La situación.

Lun Ago 24, 2009 10:42 pm

La situación II: El hijo pródigo.

I.

Marrón y verde. A donde quiera que mirase en el bosque de Gutka había que esforzarse para ver otro color. El campamento surgía de una alfombra marrón moteada de verdes pisoteados y tocones invadidos por líquenes blancos o amarillos. La frontera era una línea de parapetos fabricados con gruesas ramas alineadas y de trincheras parcialmente techadas por más ramas cubiertas por una capa de tierra y pinocha. Se habían construído cuatro isbas con los troncos talados: la del General Vasili, la enfermería, la armería y un almacén para los alimentos. También habían algunas tiendas de campaña de lona color arena que hacían juego con las pocas rocas grisáceas que emergían del suelo. Más allá, el bosque se revelaba como una muralla mucho más imponente que los parapetos donde la llegada del otoño había supuesto la intromisión de los ocres.

- Camarada politruk, el General Vasili quiere verle.
- Ahora voy, Demin.

Iliá soltó un bufido mientras se dirigía a la isba de Vasili. Cuando Vasili llamaba a un oficial era para encargarle una misión. Si tenía suerte sería tan sólo una patrulla por el bosque, o un reconocimiento de los caminos y carreteras cercanos en tal de averiguar qué unidades alemanas se movían por la zona.

- Adelante Iliá. Pase y siéntese –dijo el General nada más abrió la puerta.

Se sentó en un taburete junto a la mesa donde había un mapa donde el General señalaba con piedrecitas dónde se hallaban los alemanes.

- ¿Quiere usted un vodka?

Aquella era mala señal. En el campamento había una leyenda negra que aseguraba que si Vasili te invitaba a beber es porque la muerte acechaba.

- Ha hecho usted un gran trabajo como politruk. Sus charlas han ayudado mucho a la hora de levantar la moral del soldado. Y también tengo entendido que ha mejorado mucho en su entrenamiento.

Iliá llevaba dos meses en aquel campamento de partisanos. Desde que regresara milagrosamente vivo de la matanza en el intento de ruptura del cerco, se había dedicado a cumplir obsesivamente con su labor de politruk inspirando el odio en los soldados hacia el invasor, logrando que deseasen continuar vivos en tal de matar a cuantos alemanes pudiesen. También se había entrenado como soldado. No sólo había mejorado su habilidad con las armas, sino que también había aprendido a colocar minas y explosivos. Y es que la principal misión del grupo partisano era la del sabotaje. El sabotaje y el robo. En sus charlas Iliá había encontrado dificultades a la hora de explicar a sus compañeros y a sí mismo cómo actuar con un granjero que se negase a entregar comida o, pero aún, les delatase. Matar alemanes era una cosa, pero tener que matar a un granjero soviético que trataba de sobrevivir a la locura de la guerra resultaba siempre muy desagradable.

- Pienso que ya es hora de que comande usted una salida del bosque.

Una salida del bosque… En el bosque uno se sentía enterrado en vida, asfixiado por su eternidad cromática y aromática. Marrón y verde, y siempre el vaho de la podredumbre del suelo. Pero salir del bosque era muy peligroso. Los alemanes controlaban las carreteras, caminos y granjas. Topar con una patrulla alemana suponía siempre una arriesgada apuesta.

- Ya es hora de que le hagamos una visita a Potapov. Él siempre ha colaborado con nosotros y no debería tener problemas en obtener comida. Pregúntele también si sabe algo de los alemanes. Y también sobre ese Rogov y su pandilla de vendidos a los alemanes. Me gustaría darles un escarmiento a esos traidores, pero antes quisiera reunir toda la información posible sobre ellos.
- ¿Alguna cosa más, camarada General?
- No. Llévese a Baranov y que él le ayude a escoger a los hombres. Salgan antes del anochecer para estar en la granja de Potapov cuando ya no haya luz. Y buena suerte.
- A sus órdenes, camarada General.

:arrow:

Re: La situación.

Lun Ago 24, 2009 10:43 pm

II.

Baranov era un buen soldado. Iliá ya se había fijado en él cuando daba sus charlas pues siempre prestaba gran atención a cuanto decía. Cuando oía dudas o quejas de sus compañeros, reafirmaba cuanto había dicho el politruk. Pero no sólo era un buen soldado porque estuviese convencido de su causa, sino que además poseía buenas habilidades para el manejo de armas y explosivos. Y un valor increíble. Cuando Iliá se interesó por él, los soldados le contaron historias de decisión y destreza. En una salida para colocar minas, Baganov no se quedó contento con el trabajo realizado y ordenó a sus hombres adentrarse en territorio hostil para sabotear la línea férrea. Colocando la mina bajo el raíl, se acercó un tren cargado de alemanes. Los dos soldados que acompañaban a Baranov se escondieron de inmediato en un bosquecillo de abedules, pero él se quedó junto a la vía terminando de colocar la mina y sólo salió corriendo cuando el tren estaba ya muy cerca. Los alemanes comenzaron a disparar pero de inmediato la locomotora sufrió una sacudida e inició la frenada. El primer vagón descarriló por efecto de la brusca frenada y el hueco que la explosión había hecho en el raíl. El segundo vagón también descarriló mientras aplastaba al primero. Para cuando los alemanes se rehicieron, el grupo de Baranov corría como perseguidos por el diablo hacia el campo donde habían colocado las minas. Avdeev, quien le contaba esta historia, se emocionaba y abría sobremanera los ojos al recordar cómo las balas segaban el aire a su alrededor. Entonces giraron dejando el campo minado entre los alemanes y ellos, y los alemanes sintieron la lógica fatal de continuar recto hacia ellos para atajarles. Avdeev confesó que el miedo ante la seguridad de la muerte aflojó de tal manera sus piernas que más que correr levitaba. Cuando un alemán pisó una mina y explotó se detuvieron y ellos pudieron oír sus gritos de advertencia del peligro ya internándose en el bosque. Baranov es muy duro, afirmaba Avdeev más bien molesto. Iliá estaba contento de poder contar con Baranov. Además, pensó, así podría conocer mejor a aquel hombre. Afortunadamente sería él quien comandase la salida y podría limitar su excesivo ardor.

- Hola Baranov, ¿quieres un papirosi?

Baranov se tensó e Iliá se arripintió de haberle ofrecido tabaco. Hacía un momento Vasili le había ofrecido vodka como preámbulo a una posible muerte.

- Gracias, camarada politruk. ¿Qué desea usted de mí?

Baranov no era tonto. Era un partisano veterano, otro superviviente de la matanza del cerco, tal y como la recordaban todos aquellos soldados que un día pertenecieron al 56º o al 48º de Rifles.

- Vasili me ha encomendado una visita a Potapov.
- ¿Sólo eso?

Iliá se preguntó si a Baranov le parecía poco o si es que sospechaba que había algo más.

- Tenemos que pedirle comida y preguntarle por los alemanes y por Rogov.
- Ese maldito Rogov…

Hubo mucho odio en las palabras de Baranov. Rogov era un comerciante de Baranavichy que se había vendido a los alemanes. Según contaba Kuchma, el hijo de un granjero de Lokhozva, Rogov llegó con sus hombres para registrar, interrogar y llevarse cuanto pudiesen. Bondarchuk, el padre de Kuchma, había tratado de contentarles con vodka, como de costumbre. Pero ese día Rogov ya venía muy borracho de otras granjas y quería algo más que aguardiente. Bondarchuk ya había dado cuanto había podido a los partisanos de Vasili y apenas le quedaba para él y su familia. Rogov se enfureció tanto que golpeó a Bondarchuk y ordenó a sus hombres que arrestaran a Nadia, la hermana de Kuchma. Entonces este se rebeló y trató de ensartar con la horca a uno de los milicianos. Lo único que logró fue recibir una paliza y ser conducido afuera del villorrio para ser ejecutado. Sacando fuerzas de la desesperación, logró zafarse de sus captores y huir en una alocada carrera entre bosquecillos de abedules y trigales. Rogov tuvo que contentarse con Nadia, a quien se llevaron a Baranavichy.

- Escoge a tres hombres. Diles que saldremos antes del anochecer.

:arrow:

Re: La situación.

Lun Ago 24, 2009 10:43 pm

III.

El sol se debilitaba y apenas podía ya sostenerse sobre los árboles de Gutka. Baranov se presentó ante Iliá junto a otros tres hombres. Iliá los observó y comenzó a relacionarlos con la misión que le esperaba. En primer lugar reconoció a Kuchma, el muchacho que había logrado escapar milagrosamente de la ira de Rogov. Luego a Didenko, un soldado del 48º no menos duro que Baganov. Y a Babkin, otro hijo de granjero huído de Zherebilovichi y de los desmanes de la milicia. Iliá pensó que allí se concentraba mucho odio, especialmente hacia Rogov, y consideró la posibilidad de que Vasili le hubiese pintado la misión mucho más fácil de lo que era. ¿Sólo eso?, había preguntado Baranov. Y Baranov era un hombre de Vasili, es decir, de su absoluta confianza. Aunque no era más que sargento en el Ejército, frecuentaba la isba del general y se hacía cargo de muchas acciones de sabotaje. El sabotaje era la salida más peligrosa porque suponía internarse en territorio alemán y atacar donde estos solían patrullar: la carretera, los caminos principales entre los villorrios o la línea férrea. A su vez, Didenko era un soldado de la confianza de Baranov que solía acompañarle en sus arriesgadas aventuras. Kuchma tenía motivos sobrados para odiar, y aunque apenas sabía nada de Babkin, éste tampoco debía tener la intención de quedarse con las ganas. Aquellos hombres parecían escogidos para una salida de ataque, en lugar de obtención de alimentos e información.

- Venga, si ya estáis preparados, nos vamos.

Se encaminaron hacia Lokhozva. Iliá había dejado a Baranov que les guiara, dada su experiencia, pero prefirió advertirle que era él quien estaba a cargo de la salida. El Sargento había aceptado sin reservas, lo cual hizo aumentar las sospechas del politruk. Demasiado fácil, pensaba. Mientras recorrían el monótono bosque trató de evadirse conversando con Babkin, intentando además conocerle mejor.

- Babkin, cuéntame tu historia. ¿Cómo acabaste de partisano?
- Los alemanes mataron a mi hermano. La milicia vino a requisarnos cuanto teníamos. Ya sabrás que Rogov es un rico comerciante de Baranavichy. Se dedica a robar cuanto puede y a venderlo. Los alemanes se lo permiten porque con su dinero costea una milicia que les ayuda a controlar toda esta zona entre Baranavichy y Slonim. Rogov apareció una noche. Fue en sus inicios de jefe miliciano. Entonces aún no tenía el poder que tiene ahora. Mi padre tuvo miedo y quiso dejarse robar, pero mi hermano mayor le plantó cara. Entonces Rogov le denunció al starosta de Baranavichy, Stepanchuk, quien hace negocios con él. El starosta denunció a mi hermano a los alemanes y estos le colgaron con uno de esos carteles de advertencia que ponen.

Más odio. Iliá era consciente de que él mismo había fomentado ese odio hacia los alemanes en el bosque. Pero ahora parecía volverse contra él. Con aquellos partisanos, una simple misión podía resultar explosiva a la menor complicación. Por un lado sabía que podía contar con ellos. Por otro se sentía intranquilo. Si Potapov siempre colaboraba, ¿por qué Vasili había enviado a sus hombres más fanáticos? ¿Por qué le había enviado a él con un Baranov curtido en salidas del bosque? Lo normal es que hubiese ido uno u otro. Arriesgar la vida de dos oficiales parecía una insensatez.

Arribaron a la frontera del bosque. Iliá no pudo evitar estremecerse. Dos meses atrás descendía a la carrera por aquel terraplén acompañado de Mijaíl, Anatoli, Boris y Alexandr para estrellarse contra la metralla alemana. La matanza del cerco había quedado soldada en su memoria. Era el recuerdo más doloroso de cuantos disponía. Iliá había aprendido que la guerra era una sucesión de recuerdos lacerantes que descarnaban a todo soldado y, como en toda colección, siempre había una pieza que destacaba. Aquel día millares de hombres perecieron cuando corrían desesperados hacia una batalla desigual, imposible de vencer. Pero ese día no sólo murieron absurdamente los amigos y los desconocidos. Ese día, en aquellos campos cubiertos de cadáveres, en aquel infierno de moscas que pululaban en el hedor de los cuerpos abandonados al sol, murió lo que quedaba del joven bolchevique que trabajaba con ilusión en pos de una sociedad mejor. A partir de entonces el invasor era el epicentro de su vida. Su rudo hogar en el bosque era el impuesto por los alemanes. Su comida era la que robaba a los alemanes. Sus tareas cotidianas estaban diseñadas por y para los alemanes. Mientras se agazapaban entre los árboles de la frontera, Iliá sentía a flor de piel el odio que sentía. Un odio que había institucionalizado tras dos meses de charlas, y que también había logrado hasta cierto punto mitigar en un proceso de normalización inconsciente. Tanto hablar de la perversidad de los alemanes, ciertamente, no sólo le había ayudado a desahogarse, sino que también había mitificado sus propios sentimientos, convirtiéndolos en una leyenda personal, en una historia que gusta de contar pero no de revivir. Ahora, escondido tras un matorral, escudriñando los campos que llevaban a Lokhozva, aquel renacimiento le turbaba y comenzaba a preguntarse si no había estado demasiado tiempo en el bosque. El trigo había sido cosechado y ya no estaban los cadáveres, pero no tenía más que cerrar los ojos para revivir la terrible escena.

:arrow:

Re: La situación.

Lun Ago 24, 2009 10:44 pm

IV.

Recorrieron agachados los campos vacíos hasta una línea de fresnos que los separaban del camino. Iliá no podía reprimir la reverberancia de la última vez que estuvo en aquellos campos. Nada más bajar el terraplén había vuelto a sentirse desnudo en aquel inmenso espacio diáfano. El hecho de que fuese época de siembra no hacía más que empeorar el ataque de pánico. Una noche como aquella, hacía dos meses, salvó milagrosamente su vida.

Donde estaban, el terreno se hundía lo suficiente como para que no pudieran ver nada en los extremos del camino. Didenko fue hacia el lado que llevaba a Lokhozva, y Kuchma al contrario, hacia la carretera que unía Slonim con Berezkova. Al cabo de unos momentos, ambos dieron señales con el brazo de que estaba despejado y se reunieron con Didenko. Baranov les guió hasta un bosquecillo donde pudieron esconderse de nuevo.

- Camarada politruk – susurró Baranov-, siempre que venimos aquí un par de hombres se quedan escondidos en el borde de este bosque que da al camino para emboscar a los milicianos o a los alemanes si se presentan. El resto va a la granja de Potapov.
- Me parece bien. Didenko y Babkin pueden quedarse aquí. Didenko tiene más experiencia en combate que Babkin, y tú que yo o que Kuchma. Y Kuchma conoce a la gente de por aquí.
- Estoy de acuerdo.
- Vamos, pues.

La granja de Potapov era una isba más bien grande con un anexo y un establo separado. Junto a este, una troika abandonada por la falta de caballos parecía esperar tiempos mejores.

- Kuchma, tú eres lo más parecido a un granjero. Llama a la puerta y comprueba que Potapov no tenga compañía.

El muchacho se aprestó a cumplir la orden del politruk. A cada metro que recorría hacia la puerta de la isba miraba hacia un lado y otro para comprobar que estaba todo despejado.

- Ya no parece un campesino –se burló Baranov.

Por fin llamó a la puerta y al cabo de unos interminables segundos esta se abrió dejando escapar la luz del interior. Hubo cuchicheos y Kuchma dio la señal. Baranov e Iliá fueron a la carrera y entraron en la isba a la velocidad del rayo. Iliá tardó un instante en acostumbrarse a la luz de la lámpara de queroseno. Recobrado pudo captar de inmediato la incomodidad de Potapov, quien ya sacaba vodka para ellos, y de Arina, su esposa, quien continuó frunziendo como si aquello no fuese con ella.

- Potapov, este es el camarada Iliá –arrancó Baranov-. Es el politruk de nuestro grupo.

Potapov dilató un poco más las pupilas al oir la palabra politruk.

- Ah, un politruk. Es un honor tener a un hombre del Partido en mi humilde casa.

Iliá pensó que Potapov era cualquier cosa menos humilde. La isba era más grande de lo normal y el anexo indicaba que su familia había proliferado y se había quedado allí cómodamente al haber trabajo y comida para todos. La troika de afuera era otro signo de tiempos mejores. En las alacenas aún podían verse algunas piezas de porcelana de la GFZ que destacaban sobre las de barro más comunes. De hecho el hogar estaba bien equipado con toda clase de utensilios y ropa del hogar. En una de las paredes pendía un gobelino de un icono religioso probablemente recuperado tras el fin del dominio bolchevique. Potapov olía a nuevo kulak y puede que la guerra le hubiera dejado la casa vacía de hijos y caballos, pero aún podía mantener una forma de vida que no correspondía exactamente con el término humilde, dados los tiempos.

- ¿Aún no sabes nada de tus hijos? –Baranov parecía dispuesto a iniciar el interrogatorio.
- ¿Mis hijos? ¡No, no se nada de ellos! Quizás hayan muerto en el frente o estén prisioneros, no lo se.
- ¿Quién te ayuda en el campo?
- ¿Que quién me ayuda? Bueno, los muchachos de Safonov me ayudan mucho. Claro, que se llevan una parte.
- Comprendo. No te deben ir mal del todos las cosas por lo que veo.
- ¿Por qué lo dices? –el viejo Potapov se iba poniendo cada vez más nervioso y hasta Arina parecía salir de su ensimismamiento con miradas de reojo.
- Veo que aún te queda porcelana por vender y mantienes tu troika. ¿Y ese gobelino? Sacarías algo por él.
- No, el gobelino no. Es un recuerdo de familia. Y la troika, mientras pueda, no quiero deshacerme de ella. Quién sabe, a lo mejor vienen tiempos mejores.
- ¿Tiempos mejores? –irrumpió Iliá enfadado-. Los tiempos mejores vendrán cuando expulsemos a los alemanes de nuestra tierra.
- Sí, sí –Potapov estaba ya casi histérico-. A eso me refería.
- ¿Cómo es que la troika no te la han robado los alemanes? –retomó el interrogatorio Baranov.
- Bueno, no lo se. Ellos tienen camiones, ¿no? Quizás no les haga falta un carro tan viejo. Se llevaron los caballos, eso sí.
- Y, dime Potapov, si los muchachos de Safonov te ayudan… ¿Cómo es que están en la milicia de Rogov? ¿Pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo? Mejor dicho las tres, porque seguro que también ayudan a su padre.

Potapov abría ya tanto los ojos y la boca mientras trataba de balbucear alguna excusa que resultaba patético. Baranov se aprestó a rematarlo con la última pregunta:

- ¿Quién es ese hombre que nadie conoce, Potapov? ¿A quién tienes escondido en el granero?

Al mismo tiempo Baranov hizo una seña y Kuchma comenzó a subir la escalera que daba a la planta de arriba, la cual era utilizada como granero, con su pistola Nagant en la mano. Iliá trataba a su vez salir de su asombro. ¿Un hombre que nadie conoce? ¿Quién? ¿Por qué nadie le había dicho nada?

- Por… por favor no nos hagáis daño –tartamudeaba Potapov-. No tengo ayuda y tengo que sobrevivir. Ese hombre no quiere saber nada de la guerra y le escondo a cambio de su trabajo. Vamos, ¡siempre os doy comida y os informo de cuanto se! ¡Llevaos lo que queráis! ¡Arina, sácales harina y panceta!

Arina dio un brinco en la silla y abandonó un cojín forrado de colorines.

- ¡Quieto, no te muevas!

Iliá se precipitó hacia las escaleras al oir el grito de Kuchma. Al llegar arriba apuntó de inmediato a la sombra de al lado de la ventana y le apuntó con el fusil. Sin duda aquél hombre había tratado de saltar para huir, pero se detuvo al ver la Nagant de Kuchma.

- Hola, politruk.

Iliá se quedó helado. Estaba seguro de recordar aquella voz y trató de forzar la vista en la oscuridad. Kuchma ya había prendido un candil y por fin se pudo ver el rostro del hombre.

- Kuchma, vete abajo con Baranov. Recoged toda la comida que podáis.

Kuchma bajó para unirse a la crisis nerviosa de la planta baja, donde un Potapov daba órdenes a su esposa que correteaba a un lado a otro sacando los alimentos escondidos.

- Me alegra mucho saber que estás vivo, Mijaíl.
- Lo mismo digo, Iliá.

El silencio inundó el granero y sólo se oían las súplicas de Potapov. Ambos se miraban fijamente sin saber qué decir.

- No puedo dejarte escapar. Lo sabes. Además, ¿a dónde irías? ¿a otra granja para vivir como esclavo?
- En esta tierra sólo se puede ser esclavo. Esclavo de un granjero. Esclavo de los alemanes o esclavo de los partisanos. ¿Qué más da? Al menos aquí no tengo que dejarme matar ante las ametralladoras alemanas y no me falta la comida.
- Ahora todo es distinto, Mijaíl. En el bosque no se vive tan mal y hacemos lo que debemos.
- Yo lo que debo hacer es sobrevivir.
- Con nosotros tendrás más posibilidades. Los alemanes no se atreven a adentrarse en el bosque.
- Ya, claro, ¿y quién me dice que no me van a fusilar tus amigos?
- Ya te salvé de eso una vez, ¿recuerdas?
- ¿Y crees que puedes conseguirlo otra vez? Te lo agradezco, Iliá, pero no deseo ser un partisano. Dentro de poco los alemanes os vencerán y surgirá un nuevo gobierno. Sólo tengo que tener paciencia.
- ¡Los alemanes no nos vencerán! Sus fuerzas están exhaustas. Ni tan siquiera son capaces de controlar debidamente el territorio que ocupan.
- ¡Y no les hace falta! Sólo quedáis unos cuantos cabezotas como tú en los bosques. En los campos y ciudades casi todo el mundo está de parte de los alemanes. Antes o depués tu amigo Stalin tendrá que pactar con ellos y se acabará la guerra. Los alemanes se irán y seremos libres.
- ¿Eso piensas? ¡Qué ignorante eres! Los alemanes nos están exterminando. Hay fosas repletas de cadáveres por todas partes. Y cuando ganen, ¿quién dice que se irán? Han venido aquí para quedarse con nuestra tierra. Se quedarán y seguirás siendo un esclavo. Un esclavo de un nuevo kulak esclavo de los alemanes.

Baranov apareció desde las escaleras y miró un segundo a Mijaíl.

- Ya lo tenemos todo, Iliá. Debemos irnos –y mirando otra vez a Mijaíl-. Kuchma me ha dicho que ya os conocíais. Debes ser uno de los soldados de su compañía. Bienvenido, amigo, para ti se acabó ser esclavo del viejo.

Mijaíl no decía nada. Debía estar tratando de pensar a toda prisa qué debía hacer o decir. Se veía en su rostro que las dudas se agolpaban en su interior. Entonces se oyeron disparos desde el camino y Kuchma subió a toda prisa para advertir lo que habían supuesto.

- ¡Hay que darse prisa! Rogov está en el camino y Didenko y Babkin están luchando contra ellos. ¡No podrán aguantar mucho tiempo!
- ¡Vamos! –gritó Baranov.

Iliá agarró a Mijaíl del brazo y lo empujó para que fuese delante de él. Abajo Potapov y Arina se habían acurrucado en el suelo visiblemente espantados. Nada más salir de la isba vieron a Didenko y a Babkin correr hacia ellos desencajados.

- ¡Cubridnos! ¡Cubridnos!

Baranov, Iliá y Kuchma comenzaron a disparar hacia cualquier bulto en la noche, parapetados tras la troika. Desde el camino se devolvían las balas que se estrellaban en la pared de la isba, del establo o en la misma troika delante de sus narices.

- ¡Vamos, de uno en uno, corred hacia los árboles!

Babkin salió hacia allá y se perdió en la oscuridad. Inmediatamente después le siguió Kuchma. Los milicianos de Rogov se acercaban peligrosamente y no se podían contener.

- ¡Iliá, vete con tu amigo!
- Nos iremos todos, Baranov.

Iliá volvió a agarrar del brazo a Mijaíl y lo lanzó afuera. Al verse sin cobertura, Mijaíl reaccionó instintivamente y corrió hacia el bosquecillo.

- ¡Ahora o nunca, Baranov!

Los dos partisanos iniciaron una loca carrera tras Mijaíl. Afortunadamente, Didenko y Babkin no les habían abandonado y les cubrieron desde los árboles. Los milicianos no se atrevieron a avanzar más, y el grupo pudo retirarse escalonadamente hasta el extremo opuesto. Desde allí todos miraron con aprensión los campos vacíos. Había algo más de medio kilómetro hasta el bosque. Medio kilómetro de carrera agachado en la desnudez de aquellos campos. Reuniendo el valor necesario, se aprestaron a recorrer aquel espacio que parecía inmenso, pero tras un centenar de metros tuvieron que echarse al suelo porque los milicianos habían tratado de rodearles en el bosque y ahora aparecían por los costados.

- Si se han dividido para rodearnos en el bosque es porque están esperando a los alemanes –dijo Baranov-. Debemos llegar a Gutka cuanto antes.

Resolvieron volver a escalonarse. Unos se quedaban cuerpo a tierra disparando mientras el resto avanzaba unos metros más. Por suerte para ellos los milicianos, a sabiendas de que pronto llegarían los alemanes, no quisieron arriesgarse y disparaban desde lejos contra la oscuridad. El grupo pudo por fin alcanzar el bosque de Gutka e internarse en él a la carrera. Iliá no tuvo que recordar cómo corrió dos meses atrás en aquel mismo bosque cuando los alemanes rompieron la línea y la batalla se transmutó en una orgía de pánico.

:arrow:

Re: La situación.

Lun Ago 24, 2009 10:46 pm

V.

- Ya falta poco para llegar al campamento.

Baranov dijo aquello con evidente satisfacción. Habían logrado rescatar a un soldado que estaba siendo esclavizado por un nuevo kulak y habían salido ilesos del combate contra la mlicia de Rogov. Pero Iliá estaba sumido en la confusión. Mijaíl estaba allí, caminando pesadamente a su lado, evitando mirar siquiera a quienes le habían salvado. Evitando mirarle a él, quien había llorado su muerte. Por otro lado, no acababa de entender a Potapov. Tenía entendido que siempre le había proporcionado todo los posible a los partisanos. Y al mismo tiempo era un ávaro capaz de mantener escondido a un hombre a cambio de esclavizarlo. Probablemente había perdido a sus hijos a manos de los alemanes, y era capaz de tratar con ellos o con Rogov en tal de recuperar un status perdido, unas cuantas piezas de porcelana por otro lado procedentes de la fábrica estatal bolchevique, y por una troika sin caballos.

- Quiero que sepas que no huí. No te traicioné, Iliá. Te doy mi palabra.

El sorpresivo susurro de Mijaíl le había pillado desprevenido. No quería que le oyesen los demás, sin duda, pero tampoco dejaba de plasmar una envoltura de orgullo para la súplica.

- No te preocupes, Mijaíl.
- Me preocupa que pienses que te traicioné. No lo hice. Eso es todo.

La corta conversación con Mijaíl le apartó de Potapov para centrarlo de nuevo en él. ¿Había sido casualidad que Vasili le encomendara aquella salida? ¿Por qué dos oficiales para una salida a una granja donde siempre habían colaborado? ¿Sólo eso?, había preguntado Baranov. No, claro que no. No podía ser sólo eso. Sin embargo a Mijaíl no le ejecutaron allí mismo, como hubiese sido lo normal. ¿Para qué cargar con él como prisionero por todo el bosque? ¿Sabía Vasili que el hombre que nadie conoce era Mijaíl? ¿Cómo? Y de ser así, ¿por qué le traía de vuelta al bosque? Baranov no debía saber nada. Eso era seguro porque Baranov le hubiese ejecutado en la misma granja de Potapov de haber sabido que era un desertor.

- ¡Las estrellas nos pertenecen!

Iliá salió de su ensimismamiento con el grito de Didenko. Aquella era una de las contraseñas destinadas a levantar la moral que se le ocurrían a Vasili. Puede que las estrellas les perteneciesen, pero allí en Gutka, enterrados bajo sus ramas, acoplados a sus raíces, los hombres no podían verlas nunca.

Llegaron a la isba que hacía de almacén y pidieron algo de comer. Allí se sentaron en el suelo y comenzaron a narrar la salida al resto de partisanos. Mijaíl se presentaba a los demás y agradecía el salvamento con evidente incomodidez. Iliá observaba fascinado de que nadie demostrara saber nada. Aquellos hombres no hubieran vacilado en asesinarle de saber que era un desertor, un traidor. Le ofrecían vodka y papirosi, y se felicitaban de tener al soldado desaparecido otra vez entre ellos. Sin duda Mijaíl debía recordar cuando lo capturaron en el bosque dos meses antes y sólo la aparición de Iliá evitó su fusilamiento pese a que todos habían tenido su mismo comportamiento en la batalla.

- Camarada politruk, el General Vasili desea hablar con usted.

Iliá miró fijamente a Demin.

- ¿Es ese el soldado que estaba esclavizado por Potapov?

Él lo sabía. Iliá podía leerlo en su mirada, en su sonrisa mal disimulada. Demin, quien hacía de ordenanza, era otro de los hombres de Vasili.

- Ahora mismo voy, Demin.

Caminó furioso hacia la isba de Vasili sin comprender exactamente por qué estaba así. Si Vasili lo sabía y no había ordenado la ejecución de Mijaíl… Si lo sabía y no se lo había dicho, enviándolo con Baranov… Claro que sí. Sí que sabía por qué estaba furioso. Pero al abrir la puerta su enfado se disipó ante el temor de provocar un cambio de actitud.

- A sus órdenes camarada General.
- ¡Camarada politruk! –Vasili abrió los brazos como si fuese a envolverlo-. Siéntese y tómese un vodka conmigo. Me alegra saber que ha vuelto usted ileso de su primera salida.

Vasili buscó dos vasitos donde depositar el aguardiente sin abandonar su sonrisa ni dejar de mirarle de reojo. Había perdido peso durante el transcurso de aquellos dos meses en Gutka, pero no había dejado de ser un maldito cabrón de alta graduación. Iliá soltó un bufido tratando de expulsar su rabia, y de pensamientos que debían corresponder a Mijaíl.

- Hemos tenido suerte, camarada General. Rogov estuvo cerca de apresarnos.
- Ese maldito Rogov… Algún día acabaremos con él, te lo aseguro.

Inmediatamente se dirigió a la ventana y observó al grupo que se había congregado en torno a Mijaíl.

- Ese hombre que habéis rescatado… ¿No es aquél soldado al que estuve a punto de fusilar?

Maldito cabrón, pensaba Iliá.

- Sí, camarada General. Es el mismo. Me ha alegrado mucho saber que estaba vivo.
- Y a mí también. Creo recordar que me informó que era un buen soldado –Vasili no dejaba de mirale de hito en hito.
- Es un buen soldado, camarada General.
- Sin embargo no huyó de la granja de Potapov para unirse a nosotros…
- Puede que no conociese nuestra existencia, camarada General.
- Es raro, porque íbamos allí cada semana…
- Puede que escuchara algo y que Potapov le engañara con otra cosa.
- Sí, bueno, nosotros no éramos los únicos que acudíamos a Potapov.

Vasili lo sabía todo, no le cabía duda. Pero ahora le dejaba una puerta abierta a la redención.

- ¿Se refiere a Rogov?
- Potapov trataba de llevarse bien con todos. Es su instinto de supervivencia. A nosotros nos daba comida e información de Rogov. Y a Rogov le daba aguardiente e información de nosotros. Nos resultaba conveniente a ambos.
- Camarada General… -Iliá se sentía al borde del abismo, pero debía resolver sus dudas o no podría dormir en mucho tiempo- ¿Usted sabía que Mijaíl estaba allí?
- Sí, lo confieso –contestó con una sonrisa-. Un amigo de un muchacho de Safonov se lo dijo a Kuchma hace ya tiempo. Ya nos parecía raro que Potapov pudiese trabajar la tierra él solo. También le dijo que era un soldado que había sobrevivido al intento de ruptura del cerco. Un soldado que se llamaba Mijaíl y que pertenecía al 56º -y mirándole fijamente con una sonrisa, añadió:-. No podía ser otro más que nuestro Mijaíl, ¿verdad?
- ¿Por eso me mandó allí?
- Bueno, no tenía claro cuál sería la actitud de su amigo y pensé que lo mejor era que usted estuviese presente para dialogar con él.
- ¿Y por eso me mandó con Baranov y Kuchma?

Ahora era Iliá el que miraba fijamente, lanzando un desafío que no podía ganar. Bastaba una palabra de Vasili para que él y Mijaíl acabasen frente a un pelotón de fusilamiento. Pero estaba ya demasiado furioso como para contenerse. Ahora no le cabía la menor duda. Vasili lo sabía todo y había sospechado de él. Iliá se había esforzado durante aquellos dos meses en su labor de politruk y en su adiestramiento como partisano, afrontando el reto que les unía a todos: destruir a los alemanes. Y ahora se daba cuenta de que no había dejado de ser el centro de las sospechas del General.

- Camarada politruk –contestó con firmeza Vasili, acentuando cada sílaba-, serénese usted. Quizás se haya percatado de que Baranov no sabía nada. Kuchma sí, por supuesto. Y si usted no se hubiera comportado como un oficial digno de su patria, no hubiese dudado en advertir a Baranov. Y este, téngalo por seguro, le hubiese ejecutado allí mismo en el acto. De hecho no le dije nada a Baranov para asegurarme de que usted no desapareciese misteriosamente en el bosque.

Iliá quedó desconcertado. Era cierto lo que le decía Vasili. Él mismo se había dado cuenta de que Baranov no sabía nada.

- Mire, vivimos tiempos muy difíciles –prosiguió Vasili suavizando la voz-. La traición es una vergüenza que ha roto la filas. Como jefe de este grupo de partisanos es mi deber asegurarme la lealtad de mis hombres. Estoy seguro de que usted me creerá si le digo que otro en mi lugar le hubiese fusilado a usted y a su amigo.

De eso no le cabía la menor duda a Iliá.

- Yo he preferido asegurarme de su lealtad. Les perdoné la deserción la primera vez y no me arrepentí. Ambos lucharon por romper el cerco, y usted ha sido un buen politruk todo este tiempo. Tanto es así que por fin me decidí a reunirles otra vez. Creo en su lealtad a la causa y el hecho de haber ido a rescatar a su amigo es una buena prueba de ello.

Iliá comenzaba a relajarse. Todo su enfado se transmutaba en la flaccidez de sus músculos, como si todo su cuerpo se alegrase de haber salido airoso de conato de ira.

:arrow:

Re: La situación.

Lun Ago 24, 2009 10:46 pm

VI.

Cuando salió de la isba del General Mijaíl estaba aguardándole. Le miraba expectante, con la duda acrecentada por el vacío en los ojos del politruk. Y es que Iliá había salido de allí agotado. Había soportado una tensión enorme, mezcla de su enfado y del miedo a ser ejecutado. Ahora cabía añadir su desmoronamiento al comprobar que, pese a su empeño por la causa y pese a su adhesión al Partido, había faltado muy poco para morir en manos de sus propios camaradas.

- ¿Y bien?
- Nos ha faltado poco, Mijaíl. Será mejor que no vuelvas a escaparte. He ligado mi destino al tuyo y créeme si te digo que Vasili es muy consciente de ello. Se ha asegurado la lealtad de dos partisanos dudosos.
- Te lo agradezco, Iliá. Tú sabes que esto no es lo que yo quería.
- ¿Y qué te crees que quiero yo? ¡Maldita sea!

Mijaíl agachó la cabeza. Iliá intuyó que se quedaba con las ganas de espetarle algo como tú estás con los tuyos, y sin duda hubiese explotado si lo hubiese dicho. No estaba como para soportar la letanía de aquel hombre rebelde que soñaba con estar al margen de todo.

- Es la situación, ¿recuerdas? –prosiguió Iliá-. Ahora debemos estar unidos y expulsar a los alemanes. Luego si quieres puedes seguir viviendo en tu mundo de fantasía, o si quieres nos matamos otra vez entre nosotros. Pero ahora no podemos huir de nuestro destino. Y nuestro destino es el que sellaron los alemanes. Ellos vinieron aquí y nosotros debemos expulsarlos. Es así de simple. Tú has estado fuera del bosque, Mijaíl, tú debes saber incluso más que yo lo que nos están haciendo. Así que vuelves a huir Vasili tendrá toda la razón de este mundo para fusilarte. Y a mí también por ser tan estúpido de defenderte.

Mijaíl le miró con una inusitada bondad en su rostro. La tensión había desaparecido y sus pupilas se habían dilatado un poco. Y lo más increíble, sonreía.

- Quiero que sepas dos cosas Iliá –le dijo sin dejar de sonreir-. A mí me importa un bledo Vasili y el mismísimo Stalin. No son mejores que los alemanes. Pero yo no volví a escapar. En la batalla por la ruptura del cerco, corrí hacia delante todo lo que pude, dejándoos atrás. Caí al suelo al tropezar con los que ya huían hacia el bosque. En esos momentos, cuando los alemanes nos barrían con sus ametralladoras y tenía que luchar para no morir aplastado por los que caían muertos sobre mí, yo también deseé lo mismo que tú. Pero, después, mientras esperaba a que anocheciese de nuevo en aquel campo sembrado de cadáveres, llegué de nuevo a la conclusión de que aquella no era la solución. Así que me fui en sentido contrario al bosque y llegué a la granja de Potapov. Pensé que estabas muerto y que, en cualquier caso, mi deuda contigo estaba salvada pues acudí a la muerte porque tú me lo pediste. ¿Acaso crees que no hay más de uno de tus partisanos que no se zafaron en el bosque mientras avanzábamos aquella noche? ¿Tú viste a Vasili a la cabeza de sus tropas? No, claro que no. Él se quedó en el bosque para ver el resultado de la batalla. Y el resultado no podía ser otro. Pero él tenía miedo de que le acusaran de cobardía y por eso nos mandó a aquel infierno.

Mijaíl hizo una pausa para comprobar el efecto de sus palabras. Y el efecto era que Iliá se sumergía otra vez en la confusión. Trataba de luchar contra la realidad de los hechos. Vasili era un cerdo, no le cabía le menor duda. Pero era el cerdo que le brindaba la oportunidad de continuar su lucha contra el invasor. Potapov era otro cerdo. El cerdo que permitió a Mijaíl vivir al margen de todo aún como su esclavo. Si Iliá había optado por conformarse en ser un esclavo de Vasili, el cual podía hacerle fusilar en cualquier momento; Mijaíl había preferido refugiarse en la granja de Potapov, quien podía venderle en cualquier momento a los alemanes o a Rogov, trabajando para él a cambio de comida y un escondrijo en el granero.

- De todas formas no importa –añadió Mijaíl-. La verdad es que ya estaba harto de vivir en aquel agujero y de ser el esclavo de un granjero. Y tú no eres como los demás.



FIN

Re: La situación.

Lun Ago 24, 2009 10:50 pm

Os pongo una pequeño vocabulario, por si no conocéis algunas palabras rusas:

GFZ: Gossudarstvennyi Farforovyi Zavod, Fábrica de Porcelana del Estado. En tiempos del zar era la Fábrica Imperial.
Troika: carro tirado por tres caballos.
Papirosi: tabaco ruso.
Starosta: alcalde.

Re: La situación.

Mié Ago 26, 2009 3:00 pm

Al final me lo he leido en dos sentadas porque merece la pena tomarle su tiempo, y esta Situación es digna continuación de la primera. ¿O serán ambas la misma aunque parezcan ser distintas, como las guerras? Muy buen trabajo, sí señor. :)

Re: La situación.

Mié Ago 26, 2009 3:38 pm

Me ha gustado mucho la continuación. No me atrevo a preguntar... ¿habrá tercera parte?

Re: La situación.

Mié Ago 26, 2009 5:29 pm

Pues ya tengo el guión para la tercera entrega. Que cuándo la tendré es algo que no se. No esperaba tener la 2ª tan pronto. Igual tengo otro ataque de inspiración y la termino pronto, o igual me tiro varios meses para terminarla. Al texto le falta trabajo, pero es lo que tiene escribir a toda pastilla. Por otro lado, cuando escribí la primera parte no llevaba la intención de continuarla, y eso se nota. Pero me gustaron los personajes y la situación en sí misma, y pensé que podría elaborar varias entregas. Y todas girarían en torno a lo mismo (la situación), unos pocos personajes centrales y unos cuantos más secundarios que se enfrentan al hecho de una guerra tan dura como la del Frente del Este, cada cual con sus ideas en la cabeza. Me he releído un par de libros y he visionado un montón de fotografías de la red para hacerme un poco a la idea de cómo podrían ser los personajes, cuáles eran sus motivaciones, y también de cómo era el escenario. Eso no se nota mucho porque, como os digo, he escrito con prisas en tal de avanzar (no pretendo escribir un Guerra y paz ni mucho menos), pero sí hay un cierto trabajo de documentación. Los nombres de los pueblos y ciudades son verdaderos y pertenecen a una zona de Bielorrusia. Me imprimí un trozo de mapa para inspirarme y porque resulta más fácil así que inventarlo uno mismo. De hecho Gutka está en un bosque, pero no es un bosque, por ejemplo :D .

Re: La situación.

Mié Ago 26, 2009 5:35 pm

Pues para un trabajo "improvisado" como tú dices, está para hacerte la ola.
Esperamos con impaciencia continuación. La situación no es la misma sin saber cómo sigue la historia.

Re: La situación.

Sab Oct 03, 2009 4:48 pm

La situación (III): Nadia. Nadie.

I.

El humo expelido se acumulaba en el bajo techo de la isba de Petrenko, el padre de Babkin. Liudmila, la madre, ya hacía tiempo que se había retirado dejando a los hombres en su cháchara sobre aquello que tanto detestaba: la guerra. Padre e hijo se sentían felices de poder estar juntos tomando vodka y fumando papirosi sin miedo a un arresto. El invierno había caído sobre los alemanes cual justicia divina y sus tropas estaban empeñadas en un caos de agrupaciones inconexas que hacían frente a la furia de un Ejército Rojo que les devolvía la gentileza de tratar de llegar a Moscú. La escasa Feldgendarmerie igualmente buscaba refugio del frío y de las alocadas salidas de Gutka del grupo Vasili. Aquellos eran buenos tiempos para los partisanos y para todos los soviéticos entre Baranavichy y Slonim que estaban de su parte. Granjeros que como Petrenko tenían algún hijo escondido en el bosque y que por fin podían reunirse durante la noche.

Iliá no podía eludirse de aquella atmósfera de extraña felicidad. Con las buenas noticias que llegaban desde el frente, la facilidad con la que llevaban a cabo sus misiones de sabotaje al estar los alemanes escondidos y aquella sorprendente reunión familiar. Ciertamente, tras meses radicado en Gutka, la pequeña isba de Petrenko repleta de humo resultaba sumamente grata. Pero había algo más. Mijaíl estaba con él. Desde que se uniera al grupo, Vasili había mostrado su desconfianza al no mandarles juntos en una salida. A Mijaíl siempre le había mandado con Baranov. Con él, en cambio, había sido más indulgente y le había permitido comandar sus propias salidas, pero no sin la compañía de Kuchma y Babkin. Esa mañana, Demin le había dicho el acostumbrado Vasili quiere verte, solo que Vasili no le había dicho lo de siempre.

- Iliá, pienso que ya es hora de que usted y su amigo Mijaíl vayan juntos en una salida.

Vasili le había observado tratando de captar alguna reacción involuntaria en su rostro. Y a Iliá no le cabía la menor duda de que la había encontrado, pues siempre había deseado salir del bosque con Mijaíl. Él era, ante todo, su amigo. No era sólo un compañero de armas con el que entablar la misma conversación políticamente correcta mientras iban y venían por Gutka. Y fuera de allí, Iliá estaba deseoso de poder contar con algo más que un profesional del sabotaje, del asesinato o de la extorsión; de contar con alguien en quien realmente podía confiar más allá de un interés mutuo en salvar la vida. Porque Mijaíl era su amigo y eso era un lujo que muy pocos podían disponer en aquel mundo de odio y muerte, venganza y presunción de valor.

- ¿Ya confía usted en nosotros, camarada General?
- Bueno, no voy a negar que ambos han prestado un gran servicio en la lucha contra el enemigo. Y Didenko desea regresar con Baranov. Ya sabe. Los dos están igual de locos.
- Por mi parte no voy a negar que me alegra la noticia.
- Lo se. He pensado que esta noche podríais ir a ver a Petrenko para lo de siempre, comida e información. Que os acompañen Kuchma y, por supuesto, Babkin.

Y allí estaban él, Mijaíl, Kuchma y un feliz Babkin contento de poder reunirse con su padre, y además de que este le mostrara lo orgulloso que estaba de su hijo por su lucha contra el invasor. En aquella pequeña isba apartada de Zherebilovichi, casi enterrada por la nieve, Iliá absorvía toda aquella bienaventuranza y veía en ella un signo de un futuro próspero donde ellos, los nuevos bolcheviques, los héroes que derrotarían al fascismo alemán, sentarían la base para una nueva sociedad donde el gobierno fuese capaz de convencer a todos aquellos mujiks que habían sufrido el azote del invasor. Miraba de reojo a su amigo Mijaíl, tan refractario siempre a compartir su ilusión por un mundo mejor, y se regocijaba al ver que incluso él no podía escapar de la magia del momento, con el rostro enrojecido por el vodka y los ojos entrecerrados por la persistencia del papirosi, mostrando en todo momento una amable sonrisa y dando señales de aprobación a los constantes guiños entre padre e hijo. Probablemente, pensaba, la escena le recordase alguna otra análoga en su propio hogar. Un padre contento con su hijo por la tarea realizada en la granja. Un padre apenas disfrutado porque se lo llevó el Partido… Sí, quedaba mucho por hacer. Pero se podía hacer. Ese preciso momento en la isba de Petrenko era una prueba de ello.

Sólo Kuchma podía irrumpir con su ansiedad habitual en aquel reducto inmerso en la guerra.

- Petrenko, ¿tiene usted alguna novedad sobre Rogov?

Todos allí sabían que si Kuchma preguntaba por Rogov era porque, en realidad, preguntaba por la oportunidad de matarle y rescatar a su hermana Nadia.

- Rogov… Ese maldito asesino…

Mencionar a Rogov suponía llamar siempre a la rabia, al odio y a la venganza que todo partisano y granjero afín sentían por su culpa. Pero hacerlo en la isba de Petrenko era además lanzarlo a la consternación.

- Ese maldito perro mató a mi Feklenko…
- Padre, acabaremos con él. Te doy mi palabra.

La voluptuosidad del papirosi se quebró en un instante, y el vodka ya no inspiraba más que una violencia difícilmente contenida.

- Si no fuese tan viejo, Babkin, estaría en el bosque con vosotros -Petrenko se había apoyado en su ira para sobreponerse a la tristeza-. Escuchadme bien todos. Rogov ha perdido poder en la misma medida que lo han perdido los alemanes. Su milicia ya no es tan valiente desde que ellos se han refugiado en Baranvichy y Slonim y apenas salen de allí.
- Es cierto que ya no hay tantos alemanes por aquí. Eso se nota mucho en nuestras salidas –aseveró Mijaíl.
- Sí –se rió un poco Petrenko-, a ellos no les gusta nuestro invierno. Empeñaron toda su reserva en el frente y ahora no quedan muchos por aquí. Los pocos que quedan se limitan a vigilar como pueden el ferrocarril y algunos cruces en la carretera. En Baranavichy no hay muchos, y suelen estar borrachos o dormidos. Ya no hay tanta disciplina como antes. Casi todos van a una especie de teatro que ha montado Rogov y Stepanchuk, el starosta, para que se entretengan. Rogov va allí cada noche y se emborracha con los oficiales. Luego regresa solo a casa muy tarde.
- ¿Dices que regresa solo a casa? ¿No le acompaña ningún miliciano?
- No, no. Él está enamorado de una de las actrices, una tal Katia. Prefiere ir y venir solo porque piensa que así no se enterará Niusa, su mujer.

Todos se rieron de aquello. ¡El gran Rogov temeroso de su mujer!

- Es el momento perfecto para ajustar cuentas –expresó Kuchma lo que todos pensaban.
- Sí, estoy de acuerdo. Pero debemos regresar a Gutka para avisar a Vasily. Ya sabéis que no debemos actuar por nuestra cuenta –aclaró Iliá.
- Baranov sí actúa por su cuenta –se enfadó Kuchma.
- Pero yo no me llamo Baranov. Además, Vasily puede disponer de más información de utilidad. Él recoge información de todos nosotros. Y es ya tarde. No llegaríamos a Baranavichy antes del amanecer y sería imposible actuar de día. De hecho debemos regresar ya a Gutka.
- Muchacho, haz caso al politruk. No es buena idea que os precipitéis. Aún queda invierno por delante y esa Katia parece que no soltará a Rogov mientras este pueda protegerla.
- Está bien, está bien. Tenéis razón –admitió Kuchma-. Petrenko, ¿sabe usted algo de Nadia, mi hermana?

El rostro de Petrenko se ensombreció y todos temieron lo peor.

- Hijo, escucha, tu hermana está viva. Pero es mejor que no vayas a buscarla.
- ¿Y por qué no debo ir a buscarla?
- Hijo, hay cosas que tú aún no sabes de la guerra. Para tí la guerra es Gutka y no sabes todo lo que pasa por aquí.
- ¿A qué te refieres?
- Muchacho, sigue el consejo de este anciano. No busques a tu hermana. Ella sabe cómo sobrevivir. Es valiente y hace lo único que puede hacer. Tú no puedes ayudarla ahora.
- Pero… ¡No entiendo nada!
- Iliá, marchaos ya. Se os hace tarde y si os demoráis correréis un peligro innecesario.

Todos se levantaron y recogieron los atillos donde habían metido la harina y la panceta que les había guardado Petrenko. Kuchma estaba muy confuso, pero entendió que debían marcharse cuanto antes. El viejo asió a Iliá antes de que saliera por la puerta y acercó su desdentada boca a su oído.

- No permitas que vaya a buscarla. Es muy joven y no lo entenderá.

El propio Iliá no entendía a qué se refería, pero intuyó que el anciano sabía de lo que hablaba y agradeció su consejo. Ya fuera, el frío les cortaba la piel del rostro y se concentraron en caminar para no quedarse congelados.

:arrow:

Re: La situación.

Sab Oct 03, 2009 4:49 pm

II.

- Hola Iliá, Demin me ha dicho que querías contarme algo.

Iliá sonrió. Era la primera vez que había abordado a Demin para decirle quiero hablar con Vasili y no al revés.

- Camarada General, según la información de Petrenko ahora es relativamente sencillo acabar con Rogov.
- ¿Sí? ¡Qué interesante! Siéntese y cuénteme.
- Rogov se ha enamorado de una actriz de una especie de teatro que ha montado para los alemanes en Baranavichy.
- Sí, he oído algo de ese teatro. La mayoría de las chicas trabajan allí para evitar la deportación.
- ¿La deportación?
- Parece ser que a los alemanes les falta mano de obra en sus fábricas, así que obligan a los jóvenes a ir a Alemania para trabajar allí.
- ¡Es increíble! Encima tenemos que fabricarles nosotros las armas con que nos invaden…
- Así es. Pero es una noticia que debe alegrarnos, pues es un síntoma de su debilidad.
- Cierto.
- Y bien, ¿qué tiene que ver eso con que resulte fácil acabar con él?
- Pues resulta muy gracioso. Rogov teme que su esposa se entere de su lío con la actriz, así que va y viene sólo de ese teatro, sin sus milicianos.

Vasili le miró primero asombrado para estallar en una carcajada. Luego le miró fijamente.

- ¿Piensas que puedes hacerte cargo de esa misión?
- Para mí sería un honor eliminar a uno de nuestros peores enemigos, camarada General.
- Estoy seguro de ello. Pero pienso que Baranov debería ir también con su grupo.
- Tantos partisanos en Baranavichy, camarada General…
- No irán allí. Harán ruido fuera de allí para que los alemanes salgan de Baranavichy.
- Eso sería perfecto, camarada General.

Iliá salió de la isba de Vasili en busca de sus compañeros de salida. Mijaíl, Kuchma y Babkin le esperaban impacientes tratando de calentarse al lado de una pequeña hoguera. La nieve cubría el campamento y la vida allí se había endurecido tantos grados como había descendido la temperatura. Los partisanos solían encerrarse en las tiendas, en los agujeros cavados en el suelo techados con ramas y pinocha desde donde emergían pequeñas columnas de humo. Los más afortunados se amontonaban en la enfermería o el almacén, y los más desafortunados hacían guardia bien aprovisionados de vodka para combatir el frío.

- ¿Qué ha dicho Vasili? –preguntó de inmediato un ansioso Kuchma.
- Lo haremos nosotros. Baranov distraerá a los alemanes para que salgan de Baranavichy.
- ¡Estupendo! Por fin acabaremos con ese cerdo.
- Babkin, ¿aún tienes ese reloj alemán?
- Si, claro. ¿Por qué?
- Llévalo contigo. No debemos entrar en Baranavichy antes de la hora convenida. A esa hora Baranov hará ruido y nosotros debemos observar si los alemanes acuden a su zona.

Mijaíl abandonó con Iliá a los muchachos. Una vez alejados, le preguntó muy seriamente:

- ¿Qué te dijo el viejo?

Iliá también se puso serio. Aquel tema le preocupaba casi más que eliminar a Rogov.

- Que mantenga apartado a Kuchma de su hermana.
- ¿Piensas lo mismo que yo?
- Vasili me ha habaldo de la deportación. Los alemanes se han llevado a muchas chicas a sus fábricas como obreras. Según me ha dicho, las actrices de ese teatro están allí como medio de evitar ese destino.
- No olvides que Rogov secuestró a la chica.
- ¿Qué quieres decir?
- Quiero decir que probablemente Rogov la haya tratado como te puedes imaginar.
- Entonces tendrá más motivos para odiarle.
- En cambio está en el teatro de Rogov divirtiendo a los alemanes. Y lo más importante, no la han deportado.
- No la han deportado porque está en el teatro, ¿no? No entiendo qué quieres decir.
- Pues que Petrenko sabe algo que no quiso contar. Algo lo suficientemente doloroso para recomendar al chico que no busque a su hermana.
- Claro, si Rogov la violó y además la ha prostituído o vete tú a saber qué…
- Eso cuadra, pero falta algo. Estos mujiks están acostumbrados a las vejaciones. Ello no sería motivo para que aconsejara a Kuchma olvidarse de su hermana. Ello sería un motivo más para ir a por ella. Falta algo, Iliá. Y cuando estemos en Baranavichy rodeados de enemigos, mejor será para nosotros no tener sorpresas.

Iliá sopesó las palabras de Mijaíl. Pero, ¿qué podía faltar en aquel rompecabezas? Era normal que Kuchma quisiera tener noticias de su hermana. Incluso de que tratase de rescatarla. No obstante no era buena idea que el chico pusiera la vida de todos en peligro por su hermana. Era un partisano. Un soldado en la retaguardia enemiga cuya misión era el sabotaje del suministro alemán. Tenía una historia dolorosa como cualquier otro, y por tanto ningún derecho a anteponer su dolor a su misión.

:arrow:

Re: La situación.

Sab Oct 03, 2009 4:50 pm

III.

El invierno tenía varias ventajas para los partisanos. Los alemanes se encerraban en las isbas para refugiarse y la noche era más larga. Estos dos factores habían facilitado una mayor presencia del grupo Vasili, incluso en sectores más alejados. Menos vigilancia y más tiempo para ir y regresar significaba una gran diferencia. Ahora los partisanos requisaban, ajusticiaban y saboteaban incluso en los villorrios más alejados como Lotvichi o Perevna al norte. Sin embargo lo más efectivo era asaltar a una patrulla en la carretera que unía Slonim con Berezkova y Baranavichy. Incluso resultaba más fácil alcanzar la vía férrea al sur de Berezkova, más allá de Lesnaya. La mayor presencia y radio de acción partisana había supuesto, además, lograr más amigos. A Baranov y Didenko, por ejemplo, les gustaba colocar minas bien en la carretera o bien en los raíles al sur de Lesnaya, para refugiarse a la vuelta en la granja de Sidorchuk, un campesino de Tartachek, a medio camino entre la carretera y el río Shchara. Y eso es precisamente lo que harían esa noche. Los alemanes mimaban mucho su ferrocarril, especialmente ahora que llevaba refuerzos vitales a su descompuesto frente. Desde Baranavichy hasta Lesnaya, pasando por Berezkova, había distancia más que suficiente como para que estuvieran entretenidos toda la noche.

El grupo de Iliá había recorrido una vez más los campos cubiertos de nieve entre Gutka y Zherebilovichi. Nada más abrir la puerta, al viejo Petrenko se le había iluminado tanto el rostro que todos pudieron percibirlo pese a la luz del interior que se escapaba tras su espalda.

- Veo que Vasily no se lo ha pensado dos veces –dijo con una risita.
- Esta noche no tenemos tiempo para habla contigo, Petrenko. Sólo quiero saber si tienes alguna noticia de última hora.
- No, no se nada más. Ya sabes, ahora con el frío es raro tener visitas y hasta la semana que viene no volveré al mercado de Baranavichy.

Los partisanos continuaron su camino y, ciertamente, no vieron a ningún alma hasta que vieron las luces de las ventanas de las casas de Baranavichy.

- ¿Qué hora es, Babkin?
- Faltan diez minutos para las doce.
- Bien, Baranov no tardará en actuar. Subamos a esa colina para observar si se mueven los alemanes.

Arriba, en la colina, el grupo se escondió entre los abedules y se turnaron para vigilar. Bebieron vodka y dieron saltitos para no acabar congelados. Iliá miraba las estrellas. Le fascinaba aquel espectáculo inmenso, vacío y lleno a la vez, oscuro e iluminado. Él era de ciudad, y la guerra lo había hecho del bosque. Sólo cuando salía a una misión podía contemplar aquella extraña fantasía. Miles de ojos te observan, Iliá, pensaba. Piensas que estás solo, pero miles de ojos te observan y esperan de ti lo mejor. Iliá recordó aquella consigna de Vasily: ¡Las estrellas nos pertenecen!. Pero él sentía que era al revés. Que él pertenecía a las estrellas. Supuso que aquel matiz era lo que le diferenciaba del General y que por ello era politruk. A diferencia de Vasily, que enaltecía al soldado haciéndole creer que era el dueño de su destino, Iliá le galvanizaba ligando su destino al de la nación. No era fácil, desde luego, ser comunista en época de supervivencia y necesario egoísmo.

- ¡Allí! Se mueven.

Todos acudieron donde estaba Mijaíl. Abajo, Baranavichy se presentaba como un conjunto de isbas abandonadas bajo la nieve. El silencio y la quietud se quebraban en el frenesí de un soldado que corría de puerta en puerta, dando la voz de alarma. Al poco se concentraban los soldados y formaban a las órdenes de un oficial. Esperaron un poco más y apareció un camión desde el otro lado del pueblo. Los soldados formaron somnolientos hasta que el oficial les ordenó subir al camión que debía llevarles a Lesnaya.

Esperaron un rato más para que los sobresaltados alemanes que quedaban volvieran a dormirse. Los partisanos estaban ansiosos por actuar, aunque fuese sólo por su estado cercano al congelamiento. En esos momentos nadie podía evitar realimentar su rabia contra el alemán que ocupaba sus casas al calor de una estufa mientras ellos debían luchar contra el intenso frío dando saltitos y bebiendo vodka. Iliá se cansó de esperar y dio la señal para avanzar. Descendieron por un lado que daba a un huerto con manzanos y allí se dividieron para cubrir ambos lados de la primera calle. No vieron ningún alma y se dirigieron a la segunda calle, manteniéndose divididos para poder vigilar. Iliá vio que Mijaíl, con Kuchma, le hacía señales para que fuese a donde estaban ellos.

- ¿Habéis visto a alguien? –les preguntó.
- No, pero Kuchma dice que aquella es la isba de Rogov, la que tiene ese manzano tan grande en el huerto.
- Perfecto. El estar tan cerca de la ruta de escape nos simplifica las cosas.
- Sí. Podemos esperarle en esos dos huertos vecinos. Así vigilaremos también el otro lado desde donde vendrá Rogov.
- Me parece bien, Mijaíl. Babkin y yo iremos a ese que está donde vendrá él.
- Camarada politruk, déjeme matar a mí a Rogov

Iliá miró a Kuchma y adivinó en la oscuridad un rostro cargado de ira.

- Camarada politruk, yo también tengo motivos para matar a Rogov.

Iliá no se molestó ya en mirar a Babkin. Ahora miraba a Mijaíl para mostrarle su cara de fastidio.

- Ciertamente tenéis más motivos que nosotros para matarle –accedió al fin-. Colocaos allí para aguardarle, pero no le ataquéis hasta que esté muy cerca. Debéis taparle la boca para que no le oiga nadie. Le matais y regresais con nosotros, ¿de acuerdo?
- A la orden, camarada politruk.

Los dos muchachos se dirigieron a gatas hacia el huerto de la derecha. Iliá y Mijaíl hacia el inmediato de la izquierda.

- No me gusta dejar solos a los chicos. Son capaces de pelearse para matarlo y pueden armar mucho ruido.
- No les quites ojo, Mijaíl. No podía negarme.
- Labores de politruk, supongo.
- Tú lo has dicho. ¿Que querías hacerlo tú?
- Tendrás que reconocer que soy el más efectivo de los cuatro.
- ¡Oh! Lo reconozco, lo reconozco –contestó con sorna Iliá al presumido de su amigo-. Pero tú tendrás que reconocer que no eres precisamente el más motivado de los cuatro.
- En tal de salir vivo de aquí, incluso en tal de regresar al calor del fuego, soy capaz de cualquier cosa, amigo politruk.
- ¡Ja! Esa es una motivación que se me había pasado…
- Quizás por eso Vasily comenzó a sacarte de Gutka, porque no eres tan buen politruk como presumes –se burló Mijaíl.
- ¡Bah! No estaba bien que un oficial y miembro del Partido no diese ejemplo… Además, al engrosar las filas con los mujiks descontentos con los alemanes, hacían falta más jefes de misión.
- Ejemplo es precisamente lo que le falta a Vasily…
- ¡Cuidado, soldado! No olvide que está hablando con un politruk –rio Iliá-. Si tuviera que calificar su moral me vería obligado a ponerle un cero.
- ¿Las ordenanzas me obligan a reirte las burlas?
- ¡Eh, no nos despistemos! ¡Ahí llega Rogov!

:arrow:

Re: La situación.

Sab Oct 03, 2009 4:51 pm

IV.

A Rogov parecía enderezarle el frío. Caminaba con torpeza bajo el efecto del vodka dando pasos cortos para no resbalar ni perder el equilibrio, y parecía sujetarse así mismo al llevar cruzados los brazos frente al pecho. Iliá observaba más a Kuchma y a Babkin que a Rogov, si bien no dejaba de interesarse por aquel hombre que se había granjeado el odio de toda la comarca. Era la primera vez que le veía y, allí en la oscuridad, el enjuto hombre que escondía el rostro en la ousanka (gorro ruso) le producía una decepción acrecentada por su estado de ebriedad.

- Más nos vale que lo hagan rápido y sin ruido –susurró.
- Lo harán bien –contestó Mijaíl-. Están motivados.

Iliá tuvo que reprimir una carcajada ante el comentario de su amigo, pero se esforzó por no llamar la atención. Rogov se acercaba sin saberlo hacia su muerte. Una muerte garantizada por su contínuo aprovechamiento de la situación. Le estará bien empleado, pensaba.

Faltaban unos metros. Unos interminables pasitos inseguros en la nieve. La helada le mantenía en pie y para los vigilantes partisanos era lo único que se la hacía recordar. Iliá sentía hervir su sangre en el cuerpo e imaginaba el rojo elemento fluir por las venas de los muchachos a la velocidad del rayo. Rogov iba a morir. Aquello que parecía imposible meses atrás estaba a punto de suceder. Le matarían y regresarían a Gutka como si cualquier cosa, no sin antes beber aguardiente y fumar papirosi en la isba de Petrenko. La justicia por fin regresaba a los habitantes de aquella región bielorrusa, de igual manera que regresaba en el lejano frente, en las batallas que libraba el Ejército para expulsar a los alemanes de Moscú. Matar a Rogov resultaba la manera partisana de proclamar una victoria cercana, de restaurar la confianza en el régimen y en sí mismos.

Dos bultos surgieron tras la valla del huerto. Los cuerpos chocaron y se oyó un conato de grito. Pero Babkin ya le tapaba la boca desde atrás al tiempo que lo agarraba de un brazo. Kuchma le golpeó en el estómago para ganar tiempo y sacar el cuchillo. Iliá no lo vio dudar ni un segundo cuando comenzó a apuñalarle. Babkin, viendo que se quedaba atrás, soltó el brazo de Rogov para coger su cuchillo y clavárselo por los riñones. Rogov debía ser un hombre fuerte pues, pese al ímpetu de los jóvenes, no cesó de forcejear y se mantuvo en pie hasta la novena puñalada. Entonces cayó de rodillas al suelo, y del golpe cayó su sangre en la nieve. Ya no hacía falta sujetarlo ni amordazarlo y los partisanos podían ahora ganar impulso en sus cuchilladas, atravesando con facilidad la pelliza. La terrible escena comenzó a molestar a Iliá.

- ¡Chssst! –les llamó la atención para pasarse un dedo por la garganta- ¡Acabad ya!

Kuchma estaba demasiado enardecido para atender a Iliá, pero Babkin sí se percató y cumplió la orden. Echó hacia atrás la cabeza de Rogov agarrándola por la ousanka y le rajó de oreja a oreja. Un borbotón de sangre se liberó del cuerpo que se precipitaba hacia atrás. Rogov había muerto y todos contenieron un ¡hurra!. Babkin dio un golpe en el hombro de Kuchma para sonsacarlo de su éxtasis y echó a correr hacia donde estaban Iliá y Mijaíl. Pero Kuchma se quedó allí parado, de pie con el cuchillo en la mano, desde donde goteaba la sangre.

- Pero… ¿qué hace? ¡Ven, maldita sea!

Kuchma seguía quieto, mirándoles como si no les viera y volteando la cabeza a cada momento hacia el interior de Baranavichy.

- Mierda… -se oyó a Mijaíl.
- Pero, ¿no me ha seguido? –inquirió Babkin que ya se reunía con ellos.
- No se qué hace ese estúpido –se enfadaba Iliá.
- Quiere quedarse, el muy idiota.
- ¿Qué dices, Mijaíl? ¿Quedarse?

- Perdonadme… -se oyó susurrar a Kuchma-. Debo ir a por mi hermana.

:arrow:
Escribir comentarios