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Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie May 11, 2018 8:51 pm

Plegó el papel y lo introdujo en un sobre que luego dejó en la repisa. Ya sabía que no llegaría a su destino, pues la Sección controlaba el correo que llegaba a la aldea bávara donde creían tener escondida a su familia, y le había dicho que las misivas no llegaban. Pero esas cartas eran la manera con la que Schellenberg creía conocer lo que Gerard pensaba, y por eso las escribía poniendo toda su pasión.

Hubiese podido enviar un mensaje directo a Nicole, y todos los días tenía que contenerse para no hacerlo. Pero no quería ponerla en riesgo. Gerard no se engañaba: si Schellenberg lo mantenía en las sombras, como un muerto viviente, era por considerarlo prescindible. En el momento que al general conviniese él sufriría un accidente como el que había acabado con Nebe. O no, pues Gerard no era tan tonto como para no haber preparado una escapada. La Sección ya tenía todo dispuesto y desde que diese la orden hasta que se reuniese con Nicole en Suiza apenas pasarían veinticuatro horas. Pero ahora no podía huir, ya que si seguía en Berlín no era por temor a Schellenberg sino por devoción al deber. Gerard se sentía como el líder de un ejército en el combate que se estaba librando en las sombras, en el que los soldados no caían segados por las ametralladoras, sino atropellados por camiones o asfixiados durante el sueño. Hasta ahora su enemigo había sido el espionaje rojo, pero ahora también se enfrentaba con Schellenberg y sus sibilinas maniobras, auxiliadas por los más recalcitrantes nazis y por una banda de matones agrupados en Correos. Los dos bandos le preocupaban y mucho.

Los rusos seguían con sus preparativos. Por lo que sabía, la red de espías, de la que controlaba la mayor parte, se había preparado para romper los lazos con Moscú. Ya tenían sus radios —en realidad la mayoría estaban en un sótano de la Central, y sus operadores, en calabozos—, sus planes —descubiertos gracias Joli— y estaban recibiendo armas. La escala de lo que preparaban era tal que cuadraba con una insurrección. Lo malo es que Schellenberg seguía sin tomar medidas; tan solo en los casos más palmarios, como el del grupo que tenía como objetivo el canal de Kiel, se había reforzado la seguridad. Pero si Gerard no podía proporcionar objetivos concretos no se hacía nada.

Tampoco se había alertado a la guarnición de Metz. Era muy potente, desde luego, y tras tanto magnicidio resultaba improbable que los ingleses pudiesen enviar algún avión o los rusos alguna partida. La seguridad en la ciudad también hacía difícil que pudiera colarse algún terrorista. De todas maneras, saber que algo se estaba preparando y que no se hiciese nada comía los nervios de Gerard. Lo malo es que el otro canal de comunicación aun no estaba abierto, y no deseaba forzarlo.

También le seguía preocupando el primer juego de fotos. Había enviado a un par de agentes de la Sección a Metz —oportunamente acreditados como policías— y no habían conseguido encontrar los rincones que los espías habían fotografiado. Aunque había que tener en cuenta que Metz era una gran ciudad; les iba a ordenar que siguiesen buscando, porque probablemente esas imágenes delatasen el cubil de las fieras. Ahora bien, a quien se había visto en la ciudad lorenesa eran a un par de carteros de Schellenberg.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun May 14, 2018 4:33 pm

Las actividades de la otra agencia le intranquilizaban. Schellenberg seguía manteniendo contactos no demasiado recomendables para alguien que formaba parte del triunvirato que había acabado con Goering. La compañía de elementos como Alfred Krupp, el perejil de todas las conspiraciones, no decía nada bueno de las intenciones del general. Gerard comprendía que en un régimen autoritario el jefe de la policía tenía que saber jugar a dos bandas y relacionarse con los que podían socavar el Estado para controlarlos y, de ser preciso, para adelantarse a sus planes. Pero la tentación de dar un paso más y convertirse en un Fouché era excesiva, y el antiguo policía empezaba a pensar que su actual jefe ya lo había dado. Era muy sospechoso que mantuviese un apartamento clandestino no para citas galantes sino para relacionarse con empresarios y militares, pues tenía otros medios para celebrar esas citas reservadas, incluso en su propio domicilio. Que además hubiese organizado su propia agencia secreta al margen de la Central, y que fuesen los plutócratas quienes la financiasen, hacía pensar no en gato sino en tigre encerrado.

Pero a un juego pueden jugar varios, y ahora Gerard participaba con su propia agencia, la Sección, apoyada por los recursos de la Central. Herta, cual reina del tablero, la dirigía con mano maestra, controlando no solo a Schellenberg sino también a sus «carteros». Las técnicas que antes le habían permitido descubrir a la red de agentes que manejaba Johan, el jefe de inteligencia de la embajada rusa, ahora estaban dando luz sobre las actividades de esa particular oficina de correos.

Los carteros no se dedicaban a recoger información. Parecía que bastaba con la que la Central suministraba. No organizaban vigilancias ni seguimientos; las únicas labores de seguridad que realizaban eran la custodia del pisito secreto de Schellenberg, y la lógica cautela cuando tenían alguna cita. Era paradójico que la principal actividad de los carteros fuese servir de mensajeros. Lo malo era que la lista de los contactados incluía la flor y nata del antiguo partido nazi. El proceso judicial de pocos meses antes había retirado de la circulación a los más prominentes, pero quedaban muchos gerifaltes de medio pelo que en su día no habían destacado lo suficiente para llamar la atención del Gabinete, pero que habían cubierto con entusiasmo los puestos dejados por los justiciados.

Los carteros también se relacionaban con las grandes fortunas del Reich. No con todas, pues parecía que grandes empresas como Rheinmetall o Henschel se estaban manteniendo al margen de los manejos; probablemente por no querer unirse a su rival Krupp. La química Farben proporcionaba buena parte de los fondos, pero no era la única. La lista de las empresas relacionadas venía a ser como el Quién es quién de la industria alemana.

En la madeja asimismo se enredaban miembros del ejército. Siembre había habido descontentos y ahora Correos los estaba tanteando. Eran de los pelajes más diversos: algunos estaban ahí por ser nazis fervientes. Otros por haber sido relegados por el motivo que fuese, que podía ir de la incompetencia a la cobardía pasando por la deshonestidad. Los había que recelaban por ser republicanos, o por ser monárquicos a los que no agradaba que el regente fuese otro militar; seguramente no hubiesen puesto inconvenientes de ser ellos mismos los coronados. Parecía que Jodl se estaba convirtiendo en el portavoz, ya que había mantenido un par de reuniones más con Schellenberg en el apartamento sin saber que estaba siendo grabado. De nuevo, la conversación había sido unilateral, con el militar relatando una lista de agravios que Schellenberg escuchaba sin apenas hacer comentarios.

Otros contactos de los carteros eran menos importantes pero señalaban un «estilo»: estaban reuniendo a matones procedentes de los bajos fondos, a antiguos escuadristas de las SA, y a todo tipo de energúmenos. Elementos a los que la vida les había tratado mal a los que no les importaba romper cabezas. Preocupante fue que varios de esos personajes, demasiado mayores para estar en el ejército pero que aun permanecían en la reserva, fuesen reunidos en uno de los batallones de depósito de Berlín. Hasta un niño hubiese imaginado cuál podría ser la misión de tal unidad militar.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie May 18, 2018 3:25 am

hola Domper
mis felicitaciones
llegamos a las 60.000 visitas
todos esperamos la continuacion de la historia
saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Dom May 20, 2018 2:03 pm

La labor de la Sección no era excesivamente compleja porque los carteros eran unos torpes. La Central había provisto sus filas bien con antiguos policías veteranos de las calles, bien con féminas que estaban demostrando valer su peso en oro; los mejores de los mejores habían acabado en la Sección. Sin embargo Schellenberg había tenido menos cuidado al seleccionar a sus hombres. Mejor dicho, no había sido él. Ahora Gerard empezaba a conocer la estructura de la agencia rival, y al frente parecía estar un tal Gustav Richter. Era uno de los muchos incompetentes que los nazis habían tenido en nómina y cuya contribución a la guerra había sido confeccionar listas de judíos y gitanos rumanos con vistas a su tratamiento racial. A Gerard le llamaba la atención que Schellenberg, que en su día lo había reclutado mostrándole los horrores nazis, se tratase con gente de tal calaña. Aunque bien pensado, los alemanes honestos y eficientes estaban en el ejército o contribuyendo al esfuerzo bélico; Schellenberg solo había podido contar con la escoria. Afortunadamente —para Gerard y tal vez para Alemania— era que Richter, aunque teóricamente había actuado como agente de inteligencia en Bucarest, no era sino otro matón de camisa parda. Uno poco más listo que la mayoría pues supo apartarse de las SS cuando cayeron en desgracia, pero seguía siendo un nazi brutal, de los que creían que una agencia de espionaje solo funcionaba si contaba con suficientes torturadores. Gerard despreciaba a esos inútiles que sabían arrancar uñas y romper dedos, pero que no tenían ni idea de discreción.

Era con discreción como la Sección los vigilaba. Observados desde lejos, ni llegaron a sospechar que les seguían los pasos. Aunque poco después la unidad que Herta lideraba tuvo que emprender una misión de la que no hubiera tenido que encomendarse. Todo comenzó cuando el general llamó a Gerard a su despacho.

—Bienvenido, amigo mío. Llevaba unos días sin verte y recordé que tenía que contarte algunas cosas, Gerard ¿o mejor dicho, Director? Es así es como te llaman ¿verdad?

—Tiene razón, mi general.

—Gerard, por favor, apéame del tratamiento, o te tendré que llamar Director —dijo el general sin recordar que hacía ya bastantes meses había tenido una charla similar con Goering—. Estoy más que satisfecho con tu labor. Me alegra decirte que si sigue todo como creo, en un par de meses podrás salir de la clandestinidad y reunirte con tu familia.

—Gracias, mi gene… digo Walter. No sabes cuánto deseo volver a verlos ¿Están bien? Me preocupa que Nicole no responda a mis cartas.

—Tranquilízate. Nicole y Marcel están muy bien y disfrutando de los deportes de invierno ¿No te había dicho que están en Baviera? Mira.

Gerard inspeccionó unas fotografías en las que se veía a su mujer y al niño enfundados de ropas de abrigo en un paisaje blanco.

—Gracias, Walter, aunque no sé por qué mi esposa no me escribe.

—Claro que lo hace, querido amigo, y aquí tienes sus cartas —dijo entregándole un mazo de sobres—. Hasta ahora no te las había podido hacer llegar porque me pareció que la vigilaban, pero ahora ya no hay ningún peligro. Los que iban detrás de ella eran un par de nazis del pueblo donde se refugia. Ahora esos imbéciles tienen otras cosas en las que pensar.

—Me alivia mucho, Walter. —Gerard esperó y al ver que Schellenberg permanecía en silencio, dijo—: Si no necesitas nada más…

—Un momento. Sé que sigues controlando a Johann, Joachim y a esos tipos de la embajada rusa.

—Desde luego. No les perdemos ojo.

—Pues voy a necesitar que los dejéis en paz durante unos días. Resulta que las negociaciones con la Unión Soviética están en una fase muy delicada y no puedo arriesgarme a que se produzca un incidente. Serán solo un par de semanas.

—Como quieras.

Gerard se retiró. Inmediatamente dio la orden de cesar el seguimiento de los dos rusos… pero al mismo tiempo le dijo a Herta que la Sección tenía que dedicar todos los recursos necesarios para mantenerlos controlados, aunque con el mayor disimulo del mundo.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Dom May 20, 2018 2:11 pm

Ya que hubo el otro día problemas con el foro, hoy ración doble.

Que la Central ya no siguiese a los agentes rusos liberaba recursos para mantener bajo control al resto de los espías. Gerard, siguiendo aparentemente las instrucciones de Schellenberg, ordenó que las operaciones debían seguir con cautela aun mayor de la habitual y evitando cuidadosamente cualquier incidente. No habría detenciones ni siquiera de los pillados in fraganti; en tales casos los agentes de la Central tenían que mirar hacia otro lado. Si los rusos mandaban más hombres, se les observaría desde lejos sin interferir. Podía ser un problema si intentaban contactar con las redes que la Central ya controlaba; en ese caso los dobles agentes sufrirían oportunos accidentes; que fuesen reales o figurados dependería de su colaboración.

De todas maneras Gerard ordenó que se siguiese controlando los envíos de «muebles» pues era la manera de conocer los grupos que se preparaban para la insurrección. Asimismo mandó que Joli sustrajese otro de los carretes que circulaban por sus manos y que lo sustituyese por otro indistinguible. Para asegurarse de evitar cualquier trampa, tuvo a un orfebre trabajando durante horas reproduciendo los arañazos que tenía el cartucho de película que se pretendía reemplazar. Luego el rollo de película velado siguió el curso habitual, mientras el sustraído pasaba a los laboratorios de la Central. De nuevo, solo contenía fotografías anodinas de calles. Tan solo en una se veía el perfil de las torres de un gran edificio religioso, seguramente una catedral. Pero los limitados conocimientos de arte de Gerard no le permitían identificarlo. La Central iba a precisar ayuda de la Universidad de Berlín.

Las máquinas del sótano seguían con sus tareas, pero de vez en cuando efectuaban las búsquedas que les encomendaban los agentes —mejor dicho, las agentes pues eran casi todas mujeres— que la Sección había infiltrado en la Central. Especial atención recibieron los adinerados empresarios que se relacionaban con Schellenberg; estudiando el flujo de dinero tal vez se pudiera saber si además de los «carteros» el general controlaba a más hombres. La sección también confeccionaba listados de los nuevos subordinados del general. Muchos eran matones. A otros Gerard ya los conocía, pues se trataba de esos antiguos agentes de inteligencia que la Central había admitido gracias a las «recomendaciones» de Schellenberg. Entre los carteros también había bastantes soplones y demás gentuzas de los bajos fondos. Las listas no estaban completas pues esos elementos preferían el dinero contante y sonante y no resultaban fáciles de detectar, pero tampoco importaba demasiado: los más peligrosos eran los de la Central y Gerard ya los tenía fichados. El lumpen podía ser brutal pero no tenía acceso al poder.

Gerard iba a seguir comprobando que no hubiese más agencias secretas aparte de la suya, de la Sección y de los carteros. No había encontrado indicios tras una búsqueda exhaustiva, lo que casi había despejado sus dudas. Pero el estado normal de un agente secreto es la paranoia y, como buen paranoico, sospechaba de todo y buscaba conspiraciones en todos los rincones. La confianza es una cualidad deseable en las relaciones humanas, pero era un vicio letal en el mundo del espionaje.

En cualquier caso, Gerard echaba en falta cada vez más un enlace directo con los miembros del Gabinete; depender de Schellenberg no contribuía a su tranquilidad de espíritu. Había descartado el abordarlos directamente pues ¿Qué podría decirles? ¿Qué dirigía una agencia secreta organizada por Schellenberg y que sospechaba de su jefe? No le creerían; lo tomarían por loco o por un envidioso que quería desplazar al general. Además los infiltrados de Schellenberg en la Central no le perdían ojo, y si sospechaban algo, serían Nicole y Marcel quienes pagasen las consecuencias. La Sección tenía recursos, y había preparado una operación para ponerlos a salvo, pero llevaría horas y no podría adelantarse a una llamada telefónica.

Gerard no estaba en su puesto por carecer de recursos. Ya estaba preparando un canal de comunicación. Aun no estaba listo pero sería el más seguro.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 24, 2018 1:05 pm

Nicholas Stargardt. Nazis contra cristianos: la ideología en la Alemania de la Restauración. Pantheon. München (2008).

… Durante el periodo del Statthalter Goering, aunque se disminuyó el rigor con el que se aplicaban las leyes raciales, el núcleo ideológico del régimen siguió siendo el mismo. Solo tras su muerte el Gabinete que sucedió al asesinado se atrevió a modificar la política interna alemana, comenzando un proceso que llevó a la restauración monárquica. Pero la situación bélica tampoco aconsejaba realizar cambios bruscos que pudieran comprometer el esfuerzo bélico: los miembros del Gabinete recordaban como la deposición de los zares llevó al derrumbamiento de Rusia, y el del káiser al de Alemania. Además los alemanes no aceptarían un viraje súbito, pues la propaganda nazi había conseguido calar profundamente en su mente. El gabinete se vio obligado a propiciar un ambiente que permitiese la abolición de las leyes en las que se basaba la política racial. Dado que un ataque directo contra el conjunto ideológico del nacional socialismo no parecía aconsejable, ni por ende contra el NSDP, se prefirió actuar contra sus miembros más destacados, no solo para apartarlos del poder sino para arrojar una sombra de sospecha sobre el partido. Una vez desacreditados sería más fácil modificar la ideología del partido.

Los Juicios de Berlín podrían ser una excelente herramienta propagandística, pero el gabinete se enfrentó a un problema: aunque abominaban de los crímenes cometidos durante el mandato de sus antecesores, eran de tal magnitud que no se les podía dar publicidad. Eran tan terribles que podrían enajenarles el apoyo de sus aliados. No debe olvidarse que algunos, como Francia, tenían una larga tradición democrática e igualitaria, y otros, sobre todo los del sur de Europa, eran profundamente católicos. Si llegaban a salir a la luz las masacres de judíos y de polacos no solo la imagen de Alemania quedaría por los suelos, sino que podía comprometer la ayuda de los aliados, que no querrían que se les considerase cómplices. También hubiesen dado motivo a los ingleses para extremar su resistencia, e incluso podrían llevar a una declaración de guerra norteamericana.

Sin embargo los juicios tampoco podían ser secretos. Si se ocultaban los procesos contra los criminales nazis parecerían reducirse a una purga interna. Por ello, aunque las sesiones no fuesen públicas, las actas de los procesos se divulgaron, aunque deformadas e incompletas. Las actas reales, sin embargo, se mantuvieron en secreto y siguen siendo reservadas por la Ley de los Cien Años. Parece que de lo publicado solo se aproximaban a la realidad las del llamado «proceso de los médicos» en el que fueron condenados los organizadores del programa Aktion T4, que había llevado al asesinato de miles de deficientes mentales. Aun así se presentó el programa como una iniciativa personal de Karl Brandt, el antiguo médico de Hitler, que habría creado una organización destinada a chantajear a las familias adineradas amenazando con incluir a sus hijos en el programa, y que abusaba de los disminuidos y los asesinaban para ocultar los rastros. Brandt fue condenado a muerte y ejecutado, uno de los pocos que lo fueron.

Similar pauta se siguió en los otros procesos. Los delitos reales fueron ocultados y a cambio se les acusaba de otros, escogidos por ser vergonzosos y arrojar sospechas sobre las organizaciones en las que actuaron: por ejemplo, las actas indicaban que el líder de las juventudes hitlerianas Baldur von Schirach había empleado su puesto para exigir favores sexuales a los chicos y chicas de la organización. De paso, la reputación de las juventudes hitlerianas quedó bajo sospecha. Asimismo se sugería que los condenados habían actuado por iniciativa propia y no dentro de una política de estado. Otros condenados fueron el antiguo ministro de justicia Gürtner (fallecido unos meses antes) y su sucesor Schlegelberger, acusados de ordenar la deportación y ejecución de judíos prominentes para robarles sus propiedades. Robert Ley, director del Frente Laboral Alemán, lo fue por emplear su puesto para enriquecerse y para seleccionar las trabajadoras más atractivas y forzarlas. Hans Frank, gobernador general del Este, fue condenado por saquear los territorios que gobernaba y por emplear esos fondos para corromper a jóvenes alemanas y ponerlas a su servicio. El almirante Canaris y el general Beck lo fueron por connivencia con el enemigo, y así sucesivamente. Siempre eran cargos por traición o por abusos de los más débiles, frecuentemente de índole sexual.

Tras los Juicios de Berlín se prosiguió con la desacreditación del partido nazi, atacando ahora a las «violetas de marzo», es decir, los que se habían afiliado al partido tras su ascenso al poder. La prensa publicó la detención de buen número de ellos por estar implicados en casos de casos de corrupción o de abuso de poder, sugiriendo que empleaban la afiliación como herramienta para lograr sobornos y para intentar sustraerse de la acción de la justicia. También se dio publicidad a la rehabilitación de varios judíos prominentes (sobre todo profesionales) a los que se compensó por sus propiedades y negocios sustraídos, acusando de nuevo a miembros del partido por enriquecerse con las deportaciones. Tampoco la vieja guardia quedó a salvo pues se dio publicidad a las rivalidades y sus peleas por el poder, y se recordó su vinculación con las escuadras de asalto, sin olvidar el papel que la homosexualidad había tenido en esa organización. En todo caso, el número de procesados fue pequeño (se estima que se investigó a unas treinta mil personas pero que solo unos cinco mil fueron condenados, normalmente con la expulsión del partido) pero la intención de la campaña era desacreditar a los antiguos miembros de la organización y hacer pensar a los alemanes que el partido había sido traicionado por sus dirigentes y que tenía que regenerarse. Paradójicamente tuvo gran papel el ministerio de Propaganda, ahora llamado de Difusión.

En los primeros meses de 1942 se comenzó con la «regeneración del partido» que implicaba realizar cambios organizativos que alejasen del poder a los nazis más recalcitrantes. Hay que tener en cuenta que la Restauración no solo implicaba la vuelta a la monarquía sino el abandono del autoritarismo. Sin embargo, no se pretendía volver a un sistema de corte liberal (no se olvide que tanto el segundo imperio como la república de Weimar estaban muy desprestigiados) sino a otro que fue llamado «democracia estructural» en el que la participación política se hacía a través de diferentes «estructuras». Como el partido iba a ser una de las estructuras de participación se justificaba su reorganización. En lo sucesivo se convertiría en una especie de asociación ceremonial para las élites del Reich, que no proporcionaría a sus miembros privilegios salvo el prestigio, el poder lucir el uniforme en actos solemnes y la posibilidad de votar en algunas elecciones. Para ello se reglamentó el acceso, que ya no sería libre o sujeto al capricho de los dirigentes sino de un sistema de puntos que se lograban de varias maneras. Podía ser mediante el servicio militar en tiempos de guerra, realizando actividades sociales, gracias a las carreras universitarias o al éxito empresarial. Una vez en el partido existía una escala en la que se progresaba de manera similar: las condecoraciones al valor daban automáticamente paso a un segundo o tercer nivel, pero también los premios a las artes, a las invenciones, etcétera. El partido, posteriormente, elegía a parte de los representantes en el Reichstag mediante sufragio secreto, pero no por voto directo sino con un sistema que recordaba al de las antiguas clases romanas, en el que las clases más altas presentaban a los candidatos y sus votos resultaban decisivos.

Pocos de los antiguos afiliados habían sido expulsados, pero los que conservaron su militancia se quedaron en el primer nivel sin poder ascender: así se consiguió que se invirtiese el prestigio que se conseguía por la pertenencia al partido, pues se insinuaba que los miembros antiguos habían entrado por interés o por recomendación, y solo los nuevos lo habían hecho por sus logros. Las antiguas jerarquías perdieron todo su poder pues ya no podían controlar el acceso, el ascenso al escalafón o la presentación de candidatos. Dos años después se renombró el partido que pasó a ser el «Movimiento Alemán». También se sustituyeron sus símbolos, y la esvástica, que se mantuvo pero en papel secundario, dio paso a la tradicional águila alemana.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 24, 2018 1:05 pm

Apenas tuve tiempo para atusarme, ponerme el uniforme e ir al palacio Schönhausen. Subí a mi despacho, aledaño con el del regente, y pedí a mi secretaria que me subiese un café y un par de aspirinas. Cuando me senté cayó sobre mí el cansancio de la noche. Mi pie también me recordaba los excesos que había cometido. Entonces se abrió la puerta.

—Roland, espero que no le moleste compartir una taza de café con un pobre regente solitario.

Intenté levantarme pero Von Lettow me ordenó con un gesto que me quedase sentado. Acercó una silla y se sentó a la mesa.

—Hedwig, súbale un café bien cargado al mayor. Yo también querré otra taza —dijo a mi secretaria—. Y suba alguna cosilla de la cocina o nuestro buen Roland no llegará al mediodía. Muchacho, te dije que salieses y que disfrutases —me dijo—, pero no pensé que te lo ibas a tomar a la tremenda.

—Disculpe, Alteza, pero es que he dormido mal y…

—¿Dormir mal? Me parece que ni has arrugado las sábanas. O tal vez sea lo contrario y has dejado la cama hecha un campo de batalla ¿lo adivino?

—No, Alteza, no es nada de eso…

—Roland, no me vengas con milongas, que lo único que quita el sueño a un joven como tú es un buen par de tetas —habitualmente ceremonioso, Von Lettow también sabía emplear un lenguaje más vulgar—. No te avergüences que yo también he sido joven. Aun recuerdo cómo se movía Martha, y eso que las ropas de entonces no ayudaban. Pero no me cuentes nada y limítate a disfrutar del café. Es la mezcla turca que hacía traer nuestro nunca suficientemente llorado Führer. Aunque ahora que lo pienso, no creo que le hubiese gustado que me la beba después de aquello que le dije.

Consiguió hacerme reír. Era famosa la respuesta que el actual regente había dado a Hitler cuando le ofreció la embajada en Berlín: según los rumores, le dijo, sin demasiadas florituras, que efectuase cierto acto anatómicamente improbable. Ya más relajados, disfrutamos del café y de unas tostadas con margarina. El regente, con la sabiduría que dan los años, me dijo que en lo sucesivo iba a poder prescindir de mi presencia bastantes noches.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 24, 2018 1:28 pm

Annelie había salido para hacer algunas compras mientras Savely la observaba desde lejos; solo cuando ya no estuvo a la vista volvió al apartamento. Se suponía que estaba en su empleo en Pankow, pero había ocultado a Annelie que el turno era de diez horas y no de doce, y que le quedaban algunas horas libres.

Tras comprobar que no había nadie movió con cuidado un armario: en su trasera se escondía el paquete de Johann, colgado de unos tornillos que Savely había incrustado en la madera. Lo puso en el suelo y lo abrió con cuidado. Había dos envoltorios: dentro del pequeño encontró una pequeña pistola automática Menta. El otro era mayor y parecía contener solo una bolsa llena de tuberías como las que podría usar un plomero. Savely las sacó una a una y las colocó sobre papeles de periódico, pues estaban cubiertas de grasa. Una vez extendidas y con mano experta las roscó y acopló; cuando terminó lo que tenía entre manos ya no era un conjunto de tubos sino un fusil. Que por su aspecto parecía salir de cualquier herrería; pero que en realidad era obra del mejor armero de Moscú. Ya satisfecho lo desmontó, volvió a meter las piezas en la bolsa y la colgó tras el armario. La pistola la guardó en el bolsillo interno del abrigo antes de salir.

—¿Qué haces aquí, Fricis? ¿No habías ido al trabajo?

Savely maldijo para sus adentros. La muy puta de la casera había vuelto a casa mucho antes de lo que creía ¿Sospecharía algo?

—Yo ir metro pero cerrado niño atropello.

—¡Qué horror! ¿No vas a ir al trabajo?

—Si no llegar a tiempo jefe no pago y si no pago Fricis va no.

—¿No irás a perder el empleo, verdad?

—Mujer, en Berlín faltar gente trabajo. No miedo despida.

Annelie tomó a Fricis del brazo y lo atrajo a un rincón.

—Bueno, si no vas a trabajar ya buscaremos como pasar el rato.

A pocos kilómetros de allí las máquinas de la Central seguían haciendo pasar las tarjetas perforadas. Cada vez que expulsaban una, un agente corría a la policía para que inspeccionase al residente ilegal; pero el Alto seguía sin aparecer.

—Bueno, así no parece que vayamos a lograr nada. Pero en algún sitio se habrá tenido que meter. Piensen ¿si ustedes viniesen de Rusia, hablasen el alemán con mucho acento y no quisiesen llamar la atención ¿dónde se ocultarían?

—En cualquier barrio de trabajadores. Están llenos de inmigrantes del este —contestó el subdirector.

—Eso ya lo suponíamos. No creo que el Alto se domicilie en un palacio de la Under der Linden. Pensad en algo más concreto. Estamos en Berlín en invierno y hace frío ¿Dónde se mete?

—Tal vez se esté haciendo pasar por un pordiosero, o se refugie en una cloaca.

—No lo creo —dijo el adjunto de operaciones—. La policía registra los refugios buscando desertores y de vez en cuando detiene a los mendigos. Supongo que el Alto preferirá pasar desapercibido.

—Es posible que tenga algún piso franco.

—Si es así ¿cómo podríamos encontrarlo? —preguntó el Director.

—Me imagino que ese piso estará registrado a nombre de alguien con pasado izquierdista.

—Excelente. Ya solo tenemos que investigar a medio Berlín.

Parecía que se había llegado a un punto muerto, pero el Director planteó otra cuestión.

—No creo que se esconda en un apartamento. Llamaría la atención de los vecinos ¿No os parece que una pensión sería más conveniente? Es donde se alojan los extranjeros.

—Hemos peinado los registros y no hemos encontrado nada.

—Pues entonces no estará en una pensión registrada. Empiecen a buscar alojamientos clandestinos y pensiones que no suelan dar de alta a sus clientes.


Como esto estaba un poco abandonado, va lo que quedaba del capítulo

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie May 25, 2018 9:52 am

Capítulo 28

No siento el menor deseo de jugar en un mundo en el que todos hacen trampa.

François Mauriac



Tras repostar el grupo antisubmarino zarpó y puso rumbo al este, con el Vulcano en cabeza y los cuatro cañoneros abiertos por sus bandas. Los sonotelémetros funcionaban a todo trapo. Para variar pasamos por el estrecho de noche —el mando seguía sin fiarse de quien pusiera estar mirando— y nos adentramos en el Mediterráneo. La tarde siguiente sobrepasamos el islote del Alborán y al siguiente amanecer nos encontramos con el convoy que debíamos escoltar, que llevaba días cruzando esas aguas pero que ya había puesto proa hacia Gibraltar.

No vayamos a exagerar, no se trataba de uno de esos enormes convoyes que estilaban los ingleses, capaces de juntar sesenta u ochenta mercantes. Era «solo» una veintena de barcos, pero todos grandes, modernos y rápidos, lo mejorcito de lo que había en el Mare Nostrum. Seguro que el Lori hubiese disfrutado un montón viéndolos y pensando en cómo hundirlos. Lo malo de escoltar a esos correcaminos era que los cañoneros apenas les sacábamos unos nudos de velocidad y nos costaba mantenernos a su altura. Para compensar la escolta iba a ser de campanillas: una escuadrilla de destructores —los tres Alsedo y los cuatro ex legionarios, que habían sido reconstruidos como barcos de escolta— y dos grupos antisubmarinos: el del Júpiter y el nuestro, el del Vulcano. Al mando estaba el contralmirante Pastor Tomasety, mientras que el vicealmirante Giuseppe Lombardi tenía el del convoy. Además nos apoyarían los Dornier que hasta entonces habían patrullado el golfo de Cádiz y que se estaban trasladando a la costa marroquí.

El primer día transcurrió sin pena ni gloria pues ahora dominábamos el sector. Pasamos el estrecho pero esta vez a plena luz del día. Nos cruzamos con varios grandes transatlánticos que desde Tánger volvían al Mediterráneo, y pusimos rumbo al suroeste, aprovechando el corredor minado que, por desgracia, finalizaba poco más allá de Larache. Muchas millas quedaban hasta nuestro destino, que era la bahía de Agadir, en el sur de Marruecos: dos días y pico de navegación que prometían ser eternos. Aunque intentábamos mantenernos cerca de la costa los campos de minas no eran suficientemente extensos y seguía existiendo el peligro de los submarinos ingleses. Los Dornier detectaron un par, por suerte demasiado lejos para suponer peligro.

Sin embargo el panorama cambió al llegar a la altura de Kenitra. Un hidro Catalina, que debía venir de Madeira, nos sobrevoló y empezó a seguirnos desde lejos. Mi amigo Lori seguro que se habría entusiasmado porque los aviones enemigos atraen bichos de mal agüero, pero ni Pastor ni Lombardi tenían las aficiones subacuáticas del ahí presente y solicitaron el apoyo de cazas de escolta que espantasen al moscón. También podrían haber pedido la luna, o eso les debió parecer a los del aire, que les costó cuatro horas mandar un par de cazas bimotores franceses que ni siquiera fueron capaces de alcanzar al Catalina.

Lo lógico hubiese sido que el convoy aprovechase la cercanía de Casablanca para refugiarse en su bien protegida rada pero Lombardi, que italiano tenía que ser, se empeñó en seguir adelante. Tendría ansias de superar a Iachino. Yo me imaginaba que a esas alturas en todos los barcos de la Royal los contramaestres hacían sonar sus chifles metiendo orden para salir a la mar. Luego supe que no estaba nada descaminado, pues ese mismo día otro avión inglés descubrió a la flota combinada, que también había salido al mar para darnos protección. En pocas horas los amarraderos de las Azores quedaron vacíos mientras la Fuerza H al completo se dirigía contra nosotros.

Temiendo lo que nos preparase el destino sobrepasamos Casablanca con la sensación de dejar atrás el último refugio. Seguimos barajando la costa africana hacia el suroeste. Al menos las primeras millas, cercanas a la gran base naval francesa, habían sido adecuadamente minadas. Los britanos ya habían perdido allí más de un sumergible y ahora se mantenían alejados de esas aguas.


Bueno, ya por fin se acercan los tiros.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Dom May 27, 2018 7:15 pm

Seis tediosos días había estado la combinada cerca del islote de Alborán, un peñón en medio del extremo occidental del Mediterráneo donde solo había unos pocos soldados españoles y muchas gaviotas. Entonces comenzó la actividad. Lo primero fue el paso de un extraño convoy con varios enormes barcos de pasaje, alguno casi tan grande como el Tirpitz. El radiotelémetro los detectó pero no llegamos a verlos; la megafonía nos anunció que se dirigían a Tánger. Aun así permanecimos en el Mediterráneo mientras los destructores aprovechaban para rellenar sus depósitos. Apenas habían finalizado cuando un segundo convoy, cerca de cuarenta barcos entre mercantes y escoltas, llegó desde el este para dirigirse hacia el Atlántico. Esa tarde fue el turno de la flota: levamos anclas para esa misma noche cruzar el Estrecho y estar lejos de las vistas de tierra al amanecer.

Al día siguiente la combinada siguió hacia el oeste con una bienvenida compañía: durante todo el día fuimos sobrevolados por aviones de caza, primero monomotores y luego bimotores. Nos acompañaban aparatos Dornier y Condor que con sus radiotelémetros intentaban descubrir los sumergibles contrarios. El capitán Topp, comandante del Tirpitz, nos informó que los días pasados junto a Alborán había sido aprovechados por los españoles para hacer una escabechina con los sumergibles ingleses. Aun así el riesgo existía, aunque afortunadamente no se materializó. Por desgracia el radiotelémetro nos avisó de una visita menos apreciada: un aparato de grandes dimensiones que llegaba desde el este. No respondía a las señales del radiotelémetro: o se trataba de un aparato anticuado que no tenía el sistema de receptor y emisor que identificaba a los aviones, o era enemigo. Un mensaje con radio de onda corta encaminó a los cazas de escolta hacia el intruso. Resultó ser un gran hidroavión de tipo Sunderland, que se defendió con uñas y dientes, y que antes de caer se llevó por delante a dos Messerschmitt alemanes mientras radiaba al éter el avistamiento.

La partida se estaba haciendo más peligrosa. Si los ingleses sabían que estábamos en el mar enviarían contra nosotros todo lo que flotase. Hubiese sido el momento ideal para volverse e intentarlo otro día, pero no podíamos dejar a su suerte al convoy. Al ver que la combinada desviaba su curso hacia el sur, rumbo a las Canarias, supuse que no nos quedaba otra opción que apechugar. Aunque con la experiencia de las anteriores salidas, me sorprendía que el almirante Ciliax no intentase alguna añagaza.

Que el Sunderland nos había delatado resultó evidente cuando un segundo hidro llegó unas horas después. Esta vez los aviones de escolta solo consiguieron ahuyentarlo sin poder evitar que echase un buen vistazo a la agrupación. De nuevo, Ciliax, para mi sorpresa, no tomó ninguna medida. Mantuvo el curso y la velocidad, facilitando la tarea a un tercer avión. Era un moderno Halifax que se mantuvo a distancia prudencial, sin exponerse a los cazas y menos a los cañones antiaéreos. Los sensores del acorazado nos dieron una mala noticia: el aparato inglés estaba equipado con radiotelémetro, por lo que escapar de su vigilancia se presumía imposible. La llegada de la noche no interrumpió el seguimiento, porque el Halifax fue sustituido por otros aviones también con radiotelémetros. Eran al menos dos los que nos seguían.

A medianoche la flota invirtió el rumbo. Todos a bordo del Tirpitz esperábamos que fuese para volver a Gibraltar o al menos, para dirigirnos a la cercana Casablanca mientras el convoy se refugiaba en cualquier puerto de la costa, pero Ciliax nos sorprendió aproando hacia el Cabo de San Vicente. Los rumores empezaron a correr por el Tirpitz, hasta tal punto que el capitán Topp tuvo que informar por la megafonía que el convoy mantenía su rumbo hacia Canarias y que la misión de la flota era protegerlo. A nadie convenció: el curso que seguíamos animaba a los ingleses para que se nos echasen encima. Cuando llegó el mediodía la flota cambió por fin su rumbo hacia el sur, en demanda de la costa marroquí. Una agrupación de cruceros se separó y apuntó hacia Casablanca; aunque fuesen barcos italianos, me sentí como si me quitasen la ropa: entendía que el convoy necesitase protección, pero no creía que fuese aconsejable dividir la flota cuando la batalla era inminente. Finalmente el capitán anunció la noticia que todos temíamos: una importante flota inglesa había sido detectada al este de Madeira. Se encontraba a menos de cuatrocientas millas de distancia en posición ideal para interceptarnos. Forzando las máquinas aun se podría rehuir un enfrentamiento de superficie, pero no el ataque aéreo que casi con seguridad se produciría a la mañana siguiente.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun May 28, 2018 11:00 am

Ya era la tercera patrulla de combate del U-217. Como en las anteriores la salida de Vigo había sido protegida por barcos antisubmarinos españoles y alemanes, y además había gozado de la escolta de cazas. La compañía no disgustaba al alférez Dieter Oster, pues aunque el riesgo de un ataque aéreo había disminuido mucho —las cosas no debían ir nada bien para los ingleses— no era raro que los submarinos ingleses rondasen Vigo plantando minas e incluso intentando cobrarse algún U-boot.

En otras ocasiones el sumergible aproaba al noroeste una vez en aguas abiertas, pero esta vez mantuvo el rumbo suroeste. El alférez pensó que el submarino se dirigía al Caribe, pero unas horas después el capitán Reichenbach-Klinke informó a la dotación que su destino era Madeira. Fue una sorpresa porque ese sector correspondía a los submarinos de Cádiz. Pero si el capitán no había dicho nada más era o por no saberlo o no querer contarlo, y Oster nada ganaría con preguntas.

La isla portuguesa se estaba convirtiendo en una importante base británica colmada de aviones, lo que no hizo fácil la vida al U-217 cuando dos días después llegó a su área de patrulla. Dos veces seguidas fue preciso sumergirse cuando el Java —el sistema de alerta pasivo—detectó la aproximación de aviones enemigos. El capitán incluso ordenó desplegar el schnorchel, aparato odiado por los tripulantes por los violentos cambios de presión que causaba, que torturaban los oídos. Finalmente los aviones se alejaron. El capitán aun esperó treinta minutos antes de volver a cota periscópica; que el horizonte pareciese vacío no le tranquilizó e hizo un barrido con el radiotelémetro antes de atreverse a emerger.

Durante la noche el U-217 recargó sus baterías. Un par de horas después llegó un mensaje del Ferrol: el almirante Doenitz ordenaba variar la zona de patrulla: iban a estar a solo cincuenta millas de Porto Novo, isla al norte de Madeira donde los ingleses tenían un gran aeródromo. Con una base tan cerca enseguida se detectó la aproximación de aviones; el capitán ordenó la inmersión y que se desplegase el schnorchel; luego dijo al sanitario que repartiese aspirinas. Al menos las aguas no estaban muy agitadas y solo unas cuantas veces notó Dieter como las máquinas vaciaban de aire el sumergible. Con el amanecer llegó otra orden: el U-217 iba a cambiar esa zona tan peligrosa por otra más al este. Con el schnorchel desplegado el sumergible se alejó renqueando hasta que cesaron las emisiones de los equipos enemigos; entonces el barco emergió para poder navegar a mayor velocidad, aunque aun fue preciso sumergirse a toda prisa en otra ocasión. Por la noche ya estaba en su nueva zona. Apenas se insinuaba la aurora cuando el Java empezó detectar emisiones enemigas.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 31, 2018 1:39 pm

Teníamos tal confianza en nuestros aviones que esperábamos con ansia el enfrentamiento que con seguridad se iba a producir, ya que nadie creía que se hubiese movilizado tal fuerza aérea porque sí. No íbamos descaminados porque a la mañana siguiente el capitán Quasthoff nos reunió para informarnos.

—Todos ustedes sabrán que en las cercanas islas Canarias los españoles y los ingleses llevan algo más de un año peleándose. Nuestra flota permitió que el ejército español recuperase casi todas las islas y parte de Gran Canaria, pero nuestros aliados no tienen suficientes fuerzas para expulsar de una vez a los ingleses. La marina del Pacto está organizando una operación muy ambiciosa para llevar hasta Gran Canaria un convoy de grandes dimensiones, que incluirá el traslado de dos divisiones italianas. ¿Sí, teniente Peters? —dijo el capitán al ver que en el fondo un par de pilotos sonreían.

—Decíamos que muchas ganas de expulsar a los ingleses no tendrán si están pidiendo ayuda italiana.

—Muy divertido, Peters. Puedo decirle que las fuerzas que los italianos que van a traer son las que han conquistado Malta y Chipre ¿Le parecen bien o será mejor que consultemos con el mariscal Manstein y con el conde Ciano?

Peters quedó contrito mientras Quasthoff seguía—. Bien, ya saben que no me molestan las interrupciones pero, de ser posible, que sean con comentarios de mayor interés ¿Puedo seguir, Peters? —El aludido intentó desaparecer bajo su asiento—. Como les decía, en estos momentos está acercándose un gran convoy. Suponemos que a los ingleses no les parecerá del todo bien e intentarán atacarlo. Para protegerlo será escoltado por prácticamente toda la flota de superficie del Pacto ¿Entienden la importancia de la operación? Las marinas alemana e italiana, casi al completo, van a salir al Atlántico. Esperamos que, a su vez, la Royal Navy traiga hasta su última canoa para enfrentarse a nuestros buques.

El capitán calló un momento para que meditásemos en lo que acababa de decir. Tras unos instantes prosiguió—. Podrán ver que se está preparando una de esas grandes batallas navales que deciden las guerras, como Trafalgar o Jutlandia. Hasta ahora los ingleses siempre habían tenido ventaja, pero ahora la diferencia la podremos que poner nosotros. Tenemos la ocasión ya que la superioridad de la Royal Navy no es tan grande como en Jutlandia. Con todo no debemos olvidar que se trata de una fuerza veterana y entrenada, mientras que la flota del Pacto es una amalgama de barcos de varios países. Se ha hecho un enorme esfuerzo para mejorar la coordinación y el control, pero aun así no creo que nuestras escuadras puedan superar a las inglesas. Deben recordar los ingleses cuentan no solo con acorazados sino también con portaaviones, y supongo que ustedes no necesitarán que les recuerde que donde hay águilas, no hay merluzos que valgan.

Las risas se extendieron por la sala. Cuando se calmaron el capitán continuó—. Hace dos meses se produjo un poco al norte de donde estamos una batalla aeronaval en la que nuestro valiente acorazado Scharnhorst fue hundido por aviones torpederos ingleses. En aquella ocasión la aviación del Pacto no fue capaz de contener a los británicos y el almirante Iachino se libró porque a los ingleses, como en Jutlandia, les faltó decisión. Ahora la Luftwaffe va a equilibrar la balanza. Seremos nosotros los que derrotemos a los ingleses.

Tras la alocución, un tanto patriótica para mi gusto —todos éramos profesionales y no necesitábamos soflamas— el capitán procedió a describir las misiones que debía emprender cada escuadrilla. A esas horas el convoy se encontraba a la altura de Kenitra, demasiado al norte para nosotros. Aunque nuestros cazas tenían suficiente alcance, apenas podríamos mantenernos una hora en la zona. Tendrían que ser otros grupos emplazados en aeródromos norteños los encargados de la protección. Aun así no íbamos a estar de brazos cruzados, porque se nos iba a encomendar una caza poco prometedora pero de crucial importancia: acabar con los aviones de reconocimiento británicos que salían desde Madeira. Había que dejar al enemigo ciego, y los grandes polimotores eran sus ojos. En las últimas semanas los ingleses habían incrementado sus patrullas; ahora pagarían las consecuencias.

Por desgracia dar caza a un avión en medio del océano no era fácil. Contábamos con la red de radiotelémetros que se había emplazado a lo largo de la costa para vigilancia naval o aérea, pero no sería fácil interceptar a los contrarios: simple cuestión de matemáticas: aunque nuestros cazas doblasen la velocidad de los aparatos de reconocimiento ingleses, llevaba demasiado tiempo despegar, tomar altura y alcanzarlos. Así que íbamos a mantener patrullas sobre la costa, en el radio de acción de los radiotelémetros, que serían los que nos guiarían hacia el enemigo.

La misión se prometía tediosa y lo fue más de lo que esperábamos. Yo cubrí tres patrullas, y dos veces tuve que salir para interceptar intrusos; pero acabaron siendo Focke Wulf Condor alemanes. Lo único que conseguí de las misiones fue familiarizarme con la costa a cambio de muchas fatigas. Solo la patrulla del capitán Quasthoff se anotó el derribo de un hidro Catalina. Al atardecer el sentimiento era de frustración tras haber pasado todo el día volando para nada. Sin embargo fue entonces cuando llegó una noticia electrizante: se había avistado a la flota inglesa. Al día siguiente se produciría la batalla.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Dom Jun 03, 2018 11:52 pm

De nuevo el U-217 se sumergió, aunque solo lo justo para mantener periscopios y antenas por encima del agua, que hubo que sumergir varias veces cuando el radiotelémetro o el Java detectaban la aproximación de aviones. A mediodía el sonotelemetrista advirtió de un contacto.

—Capitán, se escuchan hélices rápidas por el este.

Con el periscopio no se veía nada, y Reichenbach-Klinke no quiso arriesgarse a emplear el radiotelémetro. Ordenó bajar los mástiles y esperar. El sonotelemetrista siguió punteando los sonidos.

—El volumen ha aumentado pero la demora no se ha modificado. Creo que vienen hacia nosotros.

—¿Distancia?

—Imposible saberlo. Tal vez veinte mil metros.

Excesiva para un ataque. Aun así el capitán se arriesgó a sacar otra vez el periscopio y hacer un barrido visual, pero no vio nada. Inmediatamente lo sumergió: si era una fuerza enemiga, seguramente incluiría portaaviones. Se mantuvo a velocidad reducida, apenas la justa para mantener el control de la nave. Siguió asomando el periscopio a intervalos irregulares, cada diez o quince minutos. Tras la última mirada llamó al segundo.

—Mira a ver qué te parece, Hans.

El oficial miró y silbó.

—Es la Royal Navy entera.

—Eso parece. Y en pocos minutos estará al alcance de nuestros torpedos ¡Periscopio abajo!

—¿Envío un informe de contacto, señor?

—No, Hans. Las instrucciones lo dejan a mi arbitrio, y no quiero alarmar a la presa.

El U-217 aumentó su velocidad a cinco nudos mientras el capitán seguía asomando la lente cada varios minutos.

—Periscopio abajo. Rumbo 270. Viene un destructor.

La tripulación empezó a escuchar el batir de las hélices, y el sonotelemetrista oía los tañidos del sonotelémetro enemigo. El destructor pasó casi por encima, atronando las aguas, pero como el submarino presentaba la proa no consiguió hacer buen contacto. Reichenbach-Klinke esperó un minuto antes de volver a sacar el periscopio.

—Tenemos un acorazado a nuestro alcance. Atacaremos con los tubos de proa, luego viraremos y dispararemos el de popa. Preparen para tiro de velocidad. Marcación. Fuego el uno, fuego el dos— el submarino se sacudió—. Marcación. Fuego el tres, fuego el cuatro. Media potencia, todo a estribor. Marcación. Fuego el cinco. Hans, llévanos al fondo.

El U-217 se inclinó hacia proa. El segundo miraba el cronómetro.

—El primero ha fallado —fue interrumpido por una explosión cercana—. ¡Impacto! —Se escucharon otras dos explosiones—. El quinto se ha perdido —dijo el segundo.

—Tres de cinco, no está mal —sonrió el capitán. Ahora, preparémonos.

—Hélices rápidas acercándose.

—Listos para soportar cargas. Agárrense a algo —el capitán esperó unos segundos mientras el golpeteo de las hélices se acercaba— Todo a babor. Máxima potencia.

El submarino empezó a virar y casi al momento fue sacudido por ocho grandes explosiones. Todo lo que no estaba bien afirmado salió volando por los aires y los tripulantes quedaron aturdidos. Pero el barco parecía que seguía intacto.

—Tenemos una filtración a proa —dijo el segundo—. No aparenta ser grave.

—Preparados para marcha silenciosa.

Las revoluciones de los motores bajaron y el sumergible, ya por debajo de la «capa» (la separación entre las aguas cálidas superficiales y las frías profundas) se dispuso a esperar. Otro destructor pasó y lanzó un rosario de cargas, pero estallaron por encima del submarino.

—Media potencia —el capitán quería aprovechar la turbulencia de las aguas para escapar—. Todo a estribor. Disminuyan revoluciones.

El juego mortal siguió durante seis horas: los destructores hacían pasadas y lanzaban cargas, y el U-217 maniobraba para eludir los ataques. Cuatro explosiones fueron muy cercanas y causaron daños adicionales en el submarino, que empezó a embarcar más agua. Pero cuando habían contado ochenta y siete cargas los ataques cesaron.

—Se escuchan ruidos de hundimiento— el agua que entraba en el barco creaba bolsas de aire que al final se rompían, desgarrando el metal y produciendo un sonido distintivo. Al final dos grandes explosiones se sintieron en el submarino. Sin embargo, Reichenbach-Klinke mantuvo la cota y la velocidad reducida mientras se alejaba. Solo a las cuatro horas se atrevió a volver a cota periscópica.

—Arriba el periscopio— el capitán. Ya era de noche y no pudo ver nada, por lo que ordenó elevar la antena del radiotelémetro, que tampoco detectó buques enemigos.
—Envíe un informe: acorazado británico atacado y probablemente hundido. Posición 32º 9' 11N, 13º 11' 25º.

Luego el U-217 emergió, puso en marcha sus motores diésel y se dirigió hacia el norte, mientras se realizaban las reparaciones de emergencia. Ya había jugado su papel en la batalla.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar Jun 05, 2018 11:12 am

Néstor González Luján. La Guerra de Supremacía en el mar. Op. Cit.

La batalla de Mogador

Los planes británicos


Mientras las marinas del Pacto planificaban su futura ofensiva, la Royal Navy también estaba preparando una operación en el área. La situación británica se había deteriorado gravemente durante los dos años de guerra tras las derrotas de Noruega, Francia, Egipto, Irak y Portugal. Ahora la amenaza se cernía no solo sobre las colonias, donde peligraban las posiciones en el África ecuatorial y en el Índico, sino sobre la misma metrópoli. En el Estado Mayor Imperial se pensaba que si la guerra seguía el mismo curso acabaría con la derrota británica en unos meses. Aunque Londres confiaba en que una intervención norteamericana revertiría el conflicto, se temía que Inglaterra no consiguiese resistir hasta entonces.

Había quedado demostrado que la capacidad de las fuerzas armadas británicas era muy limitada. El ejército había sufrido repetidas derrotas (mejor descritas como desastres) y aunque se estaba reconstruyendo gracias a los masivos envíos de armas norteamericanas, se echaban en falta los cuadros, los oficiales y suboficiales veteranos que ahora languidecían en los campos de prisioneros. La ofensiva aérea contra Alemania había fracasado ya que la contraofensiva germana había afectado a la producción aérea y había obligado a la RAF en centrarse en los cazas de defensa. Solo la Royal Navy seguía manteniendo cierta superioridad, pero no era capaz de afectar a una potencia continental como era Alemania. Sin embargo, existía una posibilidad: si se lograba una victoria naval que afectase a las marinas del Pacto no solo mejoraría la situación de la metrópoli sino, sobre todo, se lograría un efecto moral que permitiría resistir hasta que el conflicto se extendiese.

El escenario escogido fue el mismo que el elegido por el Pacto: las aguas próximas a Canarias. Por una parte, la situación de su guarnición, como ya se ha dicho anteriormente, era crítica. Tras los combates de las Salvajes y de San Vicente los ingleses se habían visto obligados a evacuar las islas occidentales, había perdido Lanzarote y Fuerteventura y la mayor parte de Gran Canaria, donde se había pasado en poco tiempo de estar luchando para dominar a la guerrilla a pelear por la supervivencia. La aviación del Pacto desplegada en las islas (sobre todo en Lanzarote y Fuerteventura) había hecho prohibitivos los movimientos durante el día cerca de las islas. Para enviar refuerzos y provisiones se había dependido de buques rápidos que operaban por la noche. Sin embargo, incluso este medio había quedado casi cortado primero por la actividad de aviones de torpedeo nocturno y luego por la llegada de escuadrillas de lanchas rápidas. Aunque estas solo lograron hundir un destructor a cambio de sufrir bastantes pérdidas, se cebaron en las pequeñas embarcaciones y en los muelles auxiliares que los ingleses empleaban para la descarga. Como alternativa, se había intentado construir pistas de aterrizaje, pero lo abrupto del terreno no lo facilitaba. Se construyeron varias pistas muy cortas pero solo resultaban aptas para aviones ligeros, y la de mayor longitud, la de Gáldar, era regularmente bombardeada por la aviación y por la artillería española de largo alcance. En la práctica, a partir de mediados de febrero solo se conseguía mantener un precario enlace mediante sumergibles (sobrecargando a la no muy numerosa fuerza británica) y con hidroaviones de largo radio de acción.

La falta de suministros y de relevos estaba afectando a la capacidad combativa de la guarnición hasta tal punto que el general Deverett, jefe del Estado Mayor Imperial, abogaba por la retirada. Deverett quería evacuarla no solo por la situación estratégica sino porque el ejército de Canadá proporcionaba el grueso de las tropas y su pérdida amenazaría a la ya frágil estabilidad del dominio. Pero tal medida supondría una grave pérdida de prestigio, no solo para Gran Bretaña sino para el Primer Ministro Churchill, que había sido el impulsor de la invasión de las Afortunadas. Según documentos publicados posteriormente Churchill había pensado en convertir a las islas en una colonia británica similar a Gibraltar, Malta o Chipre, aprovechando el gran valor estratégico del archipiélago. Reconocer la derrota probablemente conllevaría el final de la carrera política del primer ministro. Churchill que, como se ha indicado, identificaba su suerte con la del Imperio, apremió a la marina para que preparase un gran convoy con suministros.

Churchill pensaba con razón que el Pacto de Aquisgrán no podría tolerar que los ingleses se afirmasen en las Canarias. En España la reconquista de la mayor parte del archipiélago se había celebrado como una gran victoria sobre el enemigo consuetudinario, y había afirmado la posesión de Franco. Perder las islas podría afectaría a la estabilidad del régimen. Aun peores consecuencias tendría para Francia. Las comunicaciones con sus colonias en el África central habían quedado cortadas, permitiendo que los renegados de De Gaulle se hiciesen con el control de varias. Al producirse la declaración de guerra, los británicos habían realizado varias incursiones contra las posesiones francesas. Habían sido poco decididas y contaban con medios insuficientes, por lo que habían sido controladas con facilidad. Sin embargo, suponían un serio aviso: era cuestión de tiempo que los ingleses reuniesen fuerzas suficientes, bien propias bien de sus dominios, y redujesen las colonias francesas una a una. Los franceses habían empezado a construir a marchas forzadas un ferrocarril transahariano, pero las grandes distancias y lo extremo del clima hacían previsible que las obras tardasen por lo menos un año más. La mejora de la posición en las Canarias había supuesto un gran alivio pues había permitido enviar pequeños convoyes que costeando llegaban a Nuakchot y a Dakar. Si los ingleses reconquistaban las canarias la línea costera volvería a quedar interrumpida y las colonias ecuatoriales, aisladas.

El primer ministro Churchill consiguió convencer al Estado Mayor Imperial, que comenzó a reunir los recursos necesarios. Algo que no resultaba nada fácil a causa de los múltiples compromisos británicos.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Sab Jun 16, 2018 3:18 am

hola Domper
cada dia se hace mas largo sin nuevos mensajes
ya 10 dias largos de espera
ademas ahora estaba muy interesante
se que hablo en nombre de muchos al pedirte que continues que todos esperamos con impaciencia
saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Dom Jun 17, 2018 1:36 pm

Reunir las fuerzas suficientes no resultó fácil. La Royal Navy había quedado muy disminuida en el periodo de entreguerras, en parte debido a la depresión económica y sobre todo como consecuencia de los tratados de limitaciones navales de Washington y de Londres. Además en los dos años de guerra había sufrido importantes bajas, y la presión sobre sus comunicaciones marítimas había obligado a dar prioridad a la construcción de buques de escolta sobre los de guerra. Aunque la Royal Navy seguía siendo una marina muy poderosa, estaba combatiendo en varios escenarios y no tenía medios suficientes para cubrirlos.

Incluso preparar el convoy de suministros supuso un problema al ser preciso retener en puertos escoceses a los mejores buques de la marina mercante, los más modernos y rápidos. También se asignó al convoy una docena de paquebotes que debían transportar a la 49ª división (West Riding), hasta poco antes destinada a Islandia y que había sido relevada por unidades norteamericanas. El convoy iba a precisar buen número de unidades de escolta pero no se reunirían hasta el último momento. Sin embargo, lo más complejo iba a ser organizar la fuerza naval que escoltase al convoy y que derrotase a la flota del Pacto.

La marina británica tenía compromisos globales pero no todos los escenarios tenían la misma importancia. El principal era el del Atlántico Norte, ya que Inglaterra era deficitaria en casi todo (según palabras de Churchill, lo único que producían las islas era «el agua para el té y el carbón para calentarla») y sin los suministros que transportaban los convoyes procedentes de Norteamérica Inglaterra apenas podría resistir unas semanas. En el Atlántico se estaba pagando un grave error de cálculo: antes del comienzo del conflicto en el Almirantazgo se creía que los submarinos alemanes seguirían tácticas similares a las de la Gran Guerra. Para conjurar la amenaza bastaría con restablecer el sistema de convoyes, y los barcos de escolta, provistos de ASDIC (la versión inglesa del sonotelémetro) detectarían y destruirían a los atacantes. Pero ni el ASDIC resultó tan efectivo, ni había suficientes barcos antisubmarino, y los U-boot germanos actuaron con gran agresividad con tácticas novedosas. Por ejemplo, los ataques en superficie realizados en la primera parte del conflicto hacían inútil el ASDIC. Cuando los británicos empezaron a desplegar más buques de escolta, algunos de ellos provistos de radar (el equivalente al radiotelémetro germano) los alemanes mejoraron las características de sus sumergibles y modificaron de nuevo sus tácticas. Desde mediados de 1941 mejoró la coordinación entre submarinos y aviones de largo alcance aumentando la eficacia de la fuerza alemana, que ya no tenía que establecer líneas de vigilancia. Un nuevo problema se planteó cuando los U-boot centraron los ataques en los barcos de escolta: solo en el periodo entre septiembre de 1941 y febrero de 1942, coincidiendo con la campaña de Portugal, se perdieron el 32% de las unidades destinadas a esta misión en el Atlántico. La necesidad de reponerlos hizo que la construcción de otros tipos de buques se detuviese, y para tripularlos hubo que recurrir a las dotaciones de los barcos de la flota, en los que muchos marinos veteranos fueron sustituidos por reclutas.

La amenaza submarina no era la única. En 1941 los acorazados y cruceros del Pacto habían efectuado varias incursiones en el Atlántico que aunque no causaron excesivas pérdidas trastocaron el sistema de convoyes durante semanas. Inicialmente la peor amenaza provenía de Noruega, pero tras el traslado de los acorazados a España solo quedó en aguas nórdicas una fuerza de cruceros de los tipos Scheer y Hipper. Tras el combate de las Feroe los británicos creyeron que habían quedado fuera de combate durante unos meses. Sin embargo esta valoración era errónea, pues solo el crucero pesado (antes llamado acorazado de bolsillo) Admiral Scheer había sufrido daños importantes. El Scheer permaneció fuera de servicio durante un año, pues durante el traslado a Alemania fue torpedeado por el submarino HMS Osiris; aunque el crucero pudo mantenerse a flote sufrió daños muy graves. Respecto a los otros buques averiados, los daños en el Lutzow y el Prinz Eugen eran mucho menores y pudieron ser reparados localmente. Además el Scheer fue sustituido por el novísimo crucero Seydlitz, y la escuadra de cruceros de Noruega pudo volver a las operaciones en pocas semanas.

Creyendo que la fuerza alemana en Noruega estaba fuera de combate el Almirantazgo transfirió las mejores unidades de la Home Fleet a la Fuerza H, que era la que se enfrentaba a la peor amenaza: la «flota combinada» establecida en Gibraltar. Debe señalarse que la delicada situación británica en el Atlántico se debía al irreflexivo ataque de Churchill contra España: las bases en la Península (bien la de Gibraltar, la nueva de Vigo, o las de Cádiz o el Ferrol del Caudillo) estaban adentradas en el Atlántico y a resguardo de ataques navales o aéreos. Solo se puede especular con lo que hubiese podido ocurrir de permanecer España neutral, pero probablemente la posición británica hubiese sido mucho mejor, pues desde Gibraltar se hubiese podido impedir la salida al Atlántico de la flota italiana, y habría sido más sencillo vigilar las bases alemanas que pudiesen establecerse en Noruega o en la costa occidental francesa.

La «flota combinada» era una agrupación muy potente. Disponía de tres acorazados alemanes modernos (Tirpitz, Bismarck y Gneisenau) y para compensar las pérdidas de San Vicente se le había unido una división de acorazados italianos modernizados mandada por el almirante Bergamini. Se trataba de barcos que habían sufrido una modernización radical en el periodo de entreguerras y aunque su protección dejaba bastante que desear, alcanzaban los 26 nudos y podían operar con los acorazados rápidos; en la práctica, equivalían a los denostados cruceros de batalla británicos. Además la «flota combinada» tenía buen número de cruceros y destructores, algunos provistos de equipos electrónicos de los últimos modelos. Tan peligrosa como su potencia era su situación. La base de Gibraltar había sido restaurada parcialmente y el dique seco, de nuevo en servicio, permitía realizar las reparaciones más urgentes. Al controlar el Pacto el mar Mediterráneo se podía contar con las grandes instalaciones de la costa francesa y de la italiana, y el transporte de suministros era mucho más sencillo que a otras bases más alejadas, como Vigo. Además Gibraltar, que estaba a cubierto de ataques aéreos o navales británicos, contaba con la ventaja de la posición central. Desde ahí la flota podía partir sin ser advertida y bloquear las Canarias, efectuar alguna otra incursión en el Atlántico Central o incluso amenazar los convoyes del Atlántico Norte. Tampoco se podía descartar que cruzase el Mediterráneo y el Mar Rojo para aparecer en el océano Índico. La ventajosa posición de Gibraltar obligó a los británicos a dividir sus buques en cuatro agrupaciones.

Clásicamente la más potente había sido la Home Fleet, basada en las Orcadas, al norte de Escocia, pero tras la transferencia de unidades había quedado reducida a dos viejos acorazados (Resolution y Barham) y a un portaaviones casi igualmente obsoleto, el Argus. Este buque, de origen civil, tenía graves problemas con sus máquinas y sufría averías frecuentes. La Home Fleet contaba también con varios cruceros que vigilaban las salidas al Atlántico. En el caso que la escuadra alemana de Noruega intentase atacar las rutas de los convoyes dichos cruceros, en principio, serían suficientes, y de ser necesarios los dos acorazados bastarían para desequilibrar cualquier combate. Hay que tener en cuenta que en el tormentoso Atlántico Norte invernal los cruceros apenas tenían ventaja en velocidad respecto a los más grandes acorazados.

Nominalmente estaban asignados a la Home Fleet otros tres acorazados algo más modernos: el Queen Elizabeth y dos de la clase Nelson (Nelson y Rodney). Estos últimos, aunque lentos (consecuencia del límite de desplazamiento establecido en el tratado de Washington) estaban bien armados y protegidos. El Queen Elizabeth, aunque se trataba del acorazado más viejo de la flota (había combatido en los Dardanelos) había sido reconstruido en los años treinta. Los tres acorazados, como se ha dicho, habitualmente no operaban con la Home Fleet sino que estaban asignados a la escolta de convoyes en el Atlántico norte y en la práctica podían considerarse una fuerza independiente.

La tercera agrupación era la más potente: la Fuerza H. Inicialmente basada en Gibraltar y luego en Portugal, a principios de 1942 operaba desde las Azores, un archipiélago portugués teóricamente controlado por los oliveristas pero en la práctica ocupado por los británicos. La Fuerza H contaba con los buques más modernos de la Royal Navy: los tres acorazados de la clase King George V (King George V, Prince of Wales y Duke of York), el crucero de batalla Hood (que realmente era un acorazado rápido con armamento y protección similar a los Queen Elizabeth) y el del mismo tipo Renown, transferido desde la Home Fleet tras el combate de las Feroe. Contaba también con los portaaviones blindados Indomitable, y Victorious (este también procedente de la Home Fleet) y acababa de incorporarse el portaaviones ligero Unicorn. Por desgracia la Fuerza H ocupaba una posición muy deficiente. Como se ha citado la intervención española primero y luego la pérdida de Gibraltar y de Lisboa habían trastornado la estrategia británica pues ya no quedaban bases en el Atlántico central: las del sur de Inglaterra, las más próximas, estaban sometidos a ataques aéreos constantes. Las de Escocia (que también empezaron a correr peligro cuando Alemania desplegó cazas con mayor autonomía) estaban demasiado alejadas, y más aun las de las islas Bermudas, el Caribe o Cabo Verde. Si la Fuerza H se establecía en puestos tan alejados le resultaría imposible impedir las operaciones de la flota del Pacto.

Los dos archipiélagos portugueses del Atlántico, Madeira y las Azores, estaban mejor situados. Madeira fue descartada por estar demasiado al sur y por quedar dentro del alcance de la aviación de Canarias. Las Azores, aun estando un tanto alejadas, gozaban de mejor posición, pues desde allí se podía actuar en aguas canarias, en la costa portuguesa, en el Atlántico central o en el norte. A cambio se carecía de fondeaderos adecuados, y los pequeños puertos existentes solo podían acoger a destructores o buques de menor porte. Solo el puerto de Ponta Delgada tenía cierta capacidad, pero en 1941 aun estaba en obras. En él se amarraron dos diques flotantes, necesarios al no haber instalaciones fijas en las islas. Finalmente fue preciso dispersar la flota, empleando varios fondeaderos. Los mejores eran los de Velas y el de Angra do Heroísmo, en la isla de Terceira, pero eran demasiado pequeños. En Praia da Victoria, también en Terceira, se había construido un rompeolas artificial hundiendo varios barcos viejos cargados de rocas, pero en caso de temporal del este los buques allí fondeados tenían que abandonarlo.

La operatividad de la Fuerza H quedaba condicionada por tener que operar desde radas tan inadecuadas. El mantenimiento de los buques era difícil, las dotaciones se fatigaban, y la dispersión hacía que la flota tardase casi un día en reunirse. Además, al tratarse de fondeaderos abiertos existía el riesgo de un ataque submarino. Se instalaron redes antisubmarinas, pero un temporal del sur arrastró las de Vela. Fue preciso llevar a las Azores varios «radares», aviones antisubmarinos y barcos de patrulla, debilitando la escolta de los convoyes del Atlántico norte.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun Jul 02, 2018 12:20 am

hola domper
una semana sin nada que leer
que largos se hacen los dias
saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun Jul 02, 2018 6:19 pm

VACACIONES

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie Jul 06, 2018 12:06 pm

Además de la Fuerza H, la de escolta de convoyes y la Home Fleet había una cuarta agrupación británica que no iba a poder intervenir en la operación planeada. Navegaba hacia un escenario alejado pero preocupan-te: el océano Índico. Ahí la Royal Navy se enfrentaba a las consecuencias de la expansión de los siglos XVIII y XIX, cuando se había construido un imperio colonial basado en el poder naval y las comunicaciones marítimas. El alejamiento de esas posesiones suponía un serio reto para una flota que tras los tratados de limitaciones navales de Washington y de Londres había quedado muy reducida en número. Lo reducido de la flota había dado aun más valor a la tradicional política exterior británica, que buscaba el control del Mediterráneo y de sus dos salidas. Había sido la vía más rápida para conectar la Home Fleet, la Mediterranean Fleet y la Eastern Fleet, pero ahora, tras la pérdida de Gibraltar y Suez, las fuerzas británicas habían quedado divididas.

Aunque los buques del Pacto actuaban en prácticamente todos los mares del mundo, se trataba por lo general de submarinos o de cruceros auxiliares. Desde las bases españolas, que no podían ser bloqueadas, par-tían buques de aprovisionamiento que extendían la amenaza submarina; si no era mayor se debía a que Alemania aun no disponía de suficientes U-boot. Pero se trataba de unidades que aunque fuesen muy activas eran incapaces de enfrentarse a buques de guerra. Para proteger esas aguas alejadas la Royal Navy empleaba cruceros anticuados y varias decenas de buques de pasaje convertidos en cruceros auxiliares, suficientes para luchar contra los corsarios. La lucha antisubmarina descansaba en los escasos buques de las marinas australiana e hindú, y en «trawlers», es decir, en pesqueros armados. Eran unidades de capacidad limitada pero permitían proteger los convoyes de mayor valor.

Sin embargo en el océano Índico la situación bélica tenía peor cariz. Era clave para el imperio británico: en sus orillas se encontraban algunas de las principales posesiones inglesas: los dominios de Sudáfrica y de Australia, colonias como Kenia, Adén o Singapur, y sobre todo la India, la perla de la corona imperial. El pobladísimo subcontinente era la posesión de mayor importancia de los ingleses y su ejército era la principal fuerza que disponían los británicos en ultramar, aunque se extendían el rechazo al sistema colonial y las ansias de independencia.

Clásicamente el dominio británico del Índico solo había sido amena-zado por los corsarios, y las misiones de la Eastern Fleet se habían limitado a mostrar la bandera, bombardear algún sultanato díscolo y perseguir a los piratas. Por ello la flota del Índico solía estar equipaba con buques anticuados o defectuosos. Pero esos barcos habían tenido que ser dados de baja en parte por los tratados de reducción de fuerzas navales, en parte por la depresión económica. Es importante recordar que en los años veinte, mientras la economía mundial florecía (aunque se encaminaba a la Gran Depresión) el Reino Unido había sufrido un declive consecuencia de las erróneas decisiones de Churchill, por entonces Primer lord del Tesoro. La consecuencia era que la Royal Navy ya no disponía de barcos viejos que enviar al Índico. Además la ruptura de la alianza con Japón y la expansión de su marina habían hecho necesario reforzar las otras flotas. Pero la entrada en guerra de Italia y España habían cerrado el Mediterráneo y cortado la comunicación con la Home Fleet, y tanto la Mediterranean Fleet como la Eastern Fleet habían quedado muy disminuidas en las operaciones de evacuación de Aqaba y de Sudán. Además la pérdida de Suez y de Bab-el-Mandeb significaba que una escuadra del Pacto podía trasladarse en unos días desde Gibraltar hasta Adén para atacar a la India. Ante tal amenaza la Eastern Fleet estaba casi desarmada: su barco más potente, el acorazado Royal Sovereign, estaba siendo reparado tras haber sido torpedeado cuando protegía la evacuación de Sudán. Solo contaba con el portaaviones ligero Hermes (el de escolta Ardent, el antiguo USS Long Island, aun no estaba disponible) y una docena de cruceros, la mitad anticuados. Como la Royal Navy no podía desprenderse de sus acorazados rápidos, tuvo que enviar al Índico tres viejos barcos de batalla de la cosecha de la Gran Guerra: los acorazados Valiant, Malaya y Barham, acompañados por el portaaviones de escolta Archer. Inicialmente se había pensado asignar al Índico al ya citado portaaviones ligero Unicorn, pero la pérdida del Ark Royal y los daños del Furious y del Formidable habían aconsejado mantenerlo en el Atlántico.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun Jul 09, 2018 12:33 pm

Los planes británicos para Canarias implicaban el envío de un importante convoy de refuerzos, y así obligar a la flota del Pacto a presentar batalla so pena de perder el control de las islas. Era preciso reunir una fuerza superior y para proteger al convoy fueron transferidos temporalmente a la Fuerza H los acorazados destinados a la protección de convoyes. El más viejo, el Queen Elizabeth, debía proteger las comunicaciones entre la metrópoli y las Azores, mientras que los buques de carga enviados a Gran Canaria serían escoltados por el Nelson y el Rodney. Como en las últimas millas existía el riesgo de la aviación del Pacto en Canarias, también se asignó a su escolta el portaaviones ligero Unicorn. Hay que tener en cuenta que el Unicorn había sido diseñado como «portaaviones de mantenimiento» antes de ser terminado como portaaviones ligero, y era más lento que los de la clase Illustrious. También se había pensado incorporar los portaaviones de escolta Avenger y Biter, recién entregados por Estados Unidos, pero sus dotaciones aun se estaban entrenando.

Un único portaaviones sería insuficiente para protegerse de ataques aéreos, por lo que se consideraba un requisito imprescindible suprimir las bases aéreas de Canarias, sobre todo las tinerfeñas. Con tal objetivo se amplió la base aérea de Porto Santo (junto a Madeira) para que pudiese acoger bombarderos de gran alcance. Unos días antes de la operación se había planeado que una escuadra de cruceros bombardease durante la noche los aeródromos de Tenerife, Lanzarote y Fuerteventura. Finalmente, cuando el convoy se acercase a las islas los dos acorazados terminarían de destruir las bases. Muestra de lo improvisado de la operación y de la escasa información que se tenía era que no se sabía que en las Canarias se habían construido varias pistas auxiliares que probablemente hubiesen hecho poco efectivo el bombardeo.

Simultáneamente el grueso de la Fuerza H se mantendría en una posición intermedia entre las Azores y el convoy, intentando quedar fuera del alcance de los aviones de reconocimiento del Pacto que operaban desde Andalucía, esperando la salida de la «flota combinada». Dado que el objetivo de la operación no era tanto el refuerzo de Gran Canaria como la destrucción de la flota del Pacto, estaba previsto que si se detectaba su salida el convoy se retiraría y los buques que lo escoltaban (sobre todo los dos acorazados y el portaaviones) se unirían a la Fuerza H.

A principios de febrero se empezó a reunir en Escocia el convoy, que en cuanto se organizase debía partir hacia las Azores con una potente escolta de superficie y antisubmarina.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie Jul 20, 2018 11:36 am

La estrategia británica

Como se ha visto el objetivo británico era la destrucción de la flota combinada, pero ni el Almirantazgo ni el almirante Somerville estaban ciegos ante lo arriesgado de la operación. Seguramente la flota del Pacto se mantendría cerca de la costa para mantenerse bajo el paraguas de la aviación propia y para poder refugiarse en puertos como Casablanca. Por tanto, si la Fuerza H deseaba conseguir la victoria tendría que exponerse a la fuerza aérea del Pacto, que ya había demostrado su eficacia en el Mediterráneo y en el Mar Rojo. Sin embargo se confiaba que las medidas tomadas tras el combate de San Vicente diesen frutos. Escuchemos al teniente Bentwick, que servía en el portaaviones Unicorn.

«Hasta la fecha el balance de los enfrentamientos entre la Royal Navy y la aviación alemana (sic) era descorazonador. En el Mediterráneo los hunos habían hundido al valiente Warspite, y la lista de barcos heridos por las bombas era más larga que la hoja de servicios de Somerville. Sin embargo, la experiencia de la batalla de Larache (sic) nos daba cierta confianza. Los cazas del Furious y del Indomitable habían conseguido rechazar a la mayoría de los atacantes y los daños que los alemanes pudieron infligir fueron limitados. Lamentablemente, entre las bajas estaba el portaaviones Furious, averiado por una bomba, pero había sido sustituido por el portaaviones acorazado Victorious y por nuestro Unicorn. Además los grupos aéreos habían sido modificados aumentando la proporción de cazas: el Unicorn llevaba veinte Sea Hurricane y doce torpederos Albacore; el Indomitable y el Victorious llevaban cada uno treinta y cinco cazas de los modelos Fulmar y Martlet. También se habían mejorado los procedimientos de control de las aeronaves. Los tres portaaviones llevaban un radar del tipo 281B, un equipo muy moderno capaz no solo de detectar la llegada de aviones enemigos sino de dirigir a nuestros cazas. Para ello llevábamos un equipo especializado en esa función. Además un potente crucero antiaéreo iba a escoltar a cada portaaviones. En nuestro caso sería el Euryalus, que también llevaba un radar tipo 281».

Según el planteamiento británico, los noventa cazas con los que se iba a contar debieran bastar para controlar la amenaza de los aviones del Pacto. Sigue Bentwick:

«En Larache la Fuerza H solo había tenido cuarenta cazas. Aun así bastaron para defender a la flota y para escoltar a los aviones que hundieron al alemán Sachenhost (sic) y dañaron irremediablemente a dos acorazados italianos. Ahora íbamos a disponer de más del doble de cazas, de modelos mejores, y teníamos nuevos sistemas para dirigirlos. Sabíamos que los aviones del Pacto eran muy buenos, pero los informes de Inteligencia decían que los mejores estaban desplegados en el Canal de la Mancha. En Marruecos y en las Canarias el enemigo tenía unos cuatrocientos aviones, la mayoría italianos y franceses de modelos anticuados. Tan solo nos preocupaba una escuadrilla alemana de Stukas y otra española de cazas Focke Wulf. Puede parecer que era temerario exponerse a cuatrocientos o seiscientos aviones del Pacto contando con solo noventa cazas. Pero debe tenerse en cuenta que nuestros aparatos, al operar sobre la flota, podrían realizar más misiones, mantenerse más tiempo sobre nosotros, y controlar los cielos sobre nuestros barcos. Además la experiencia de Larache decía que los alemanes no conseguían coordinar sus escuadrillas, que en lugar de reunirse para lanzar ataques masivos llegaban una a una, permitiendo que nuestros cazas las diezmaran. El papel de los portaaviones no iba a ser solo defensivo: los torpederos Albacore que llevábamos tendrían como misión averiar a los acorazados enemigos. Luego los acorazados de Somerville los rematarían con sus grandes cañones ».

Los informes de inteligencia británicos, sin embargo, subestimaban burdamente a la aviación del Pacto en la costa africana. Durante las semanas previas se habían construido gran número de aeródromos en Marruecos. Se trataba de instalaciones rudimentarias, apenas con una banda de tierra despejada de piedras y algunas tiendas de campaña; al ser tan toscas los británicos creían que aun no eran operativas. Los ingleses también pensaban que las dificultades de aprovisionamiento impedirían el despliegue de una fuerza aérea numerosa. Sin embargo el Pacto llevaba varias semanas acumulando combustible y municiones, y había planificado el traslado rápido de formaciones aéreas desde Italia y el Canal de la Mancha. Estos preparativos se habían llevado con la mayor reserva y el traslado de aviones no comenzó hasta dos días antes de que la flota del Pacto volviese al Atlántico. En pocos días se trasladó una gran masa de aviones y cuando se produjo la batalla los británicos eran superados quince a uno en aviones, y seis a uno en cazas.

Los planes británicos se trastocaron cuando la flota del Pacto dio signos de actividad. Tras salida en falso y la incursión de los cruceros del almirante Regalado en el Atlántico se decidió posponer el envío del convoy con refuerzos, y se ordenó a los buques que debían escoltarlo que se incorporasen a la Fuerza H. Cuando se detectaron los primeros movimientos de tropas y el traslado de aviones se ordenó a los buques que estaban intentando dar caza a los cruceros de Regalado (el King George V, el Renown y el portaaviones Indomitable) que se reincorporasen a la Fuerza H. Estaban llegando a las Azores cuando se alertó del paso de un importante convoy por el estrecho de Gibraltar.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie Jul 20, 2018 11:38 am

Si me paraba a pensarlo parecía una locura. Todo un mayor y además de caballería, sabedor de secretos que harían temblar a las columnas del Reichstag, viviendo una relación que parecía un noviazgo de adolescentes. Un paseo, una suave caricia, un beso furtivo. Yo me moría de deseo al verla, y quería gritarle que cambiase esas ropas grises que la afeaban por otras que revelasen su esplendor. Si mis compañeros de la caballería me viesen echar miradas furtivas a su escote o a su regazo seguro que se reirían a carcajadas. Claro que Katrin tampoco era el modelo de mujer que ellos hubiesen preferido, pues tenían gustos más próximos a los de mi amigo Hans, que buscaba redondeces a las que aferrarse. No es que Katrin fuese una tabla de planchar; sus formas, por lo que permitían ver los vestidos con los que se enfundaba, parecían propias de una diosa. No de una voluptuosa diosa griega sino de las duras propias de nuestras tierras. Aunque cualquier atisbo de severidad naufragaba en sus ojos.

Esa tarde era de aquellas que anunciaban la primavera. Ella llevaba el abrigo pardo de siempre, pero bajo él un vestido más ligero que hacía justicia a su alegría. Ni me lo pensé; al verla me acerqué —cojeando, esa era mi desgracia—, la abracé y la besé, ante las miradas de reproche de las gentes.

No me importaron. Solo existía Katrin.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie Jul 20, 2018 11:41 am

Tras llegar a la pensión Savely movió con cuidado el armario y colgó en su parte trasera la bolsa con el fusil. Estaba poniéndolo en su sitio cuando le pareció escuchar un ruido.

—¿Annelie? ¿Estar tí allá?

—Vengo ahora de la cola del pan ¿qué haces tan pronto en casa?

—Máquina romper y encargado decirme no pago. No pago pues yo casa, vuelvo mañana.

—Mejor. Hace una tarde preciosa ¿No te apetece salir un poco?

Savely tomó su tabardo y cerró la puerta de la habitación, sin notar la mirada de reojo de Annelie.

A unos pocos kilómetros de ahí, en un despacho que no existe de una agencia que no existe, un hombre muerto se reúne con sus colaboradores.

—Va a ser imposible, señor Director. Hemos encontrado centenares de vigilantes que cuadran con el perfil. No será posible investigarlos.

—En la central no existe la palabra imposible. En mi diccionaro solo viene «laborioso» que significa por «reto». Pónganse a la labor. Sigan revisando las fichas de los vigilantes y crúcenlas con las de viudas de guerra. También quiero que estudien los registros de las tiendas de los alrededores para ver si han aumentado las ventas.

—Será una labor ímproba.

—Motivo de sobra para que empiecen ahora mismo.

El Alto no había vuelto a dar señales de vida. Johann había hecho varias salidas más dejando paquetes que no habían sido recogidos; Gerard pensaba que se trataba de una maniobra de distracción. Pero mantener la vigilancia de Johann estaba agotando los recursos de la Sección, ya que tras la orden de Schellenberg no podía emplear los de la Central. En la práctica, estaba sumiendo a su agencia en la inoperancia.

No olvidaba que había en curso algo muy serio. Faltaba apenas una semana para la celebración de Metz y seguían sin modificarse las medidas de vigilancia; Gerard había vuelto a alertar a Schellenberg. El general le había dado las gracias y le había dicho que transmitiría su mensaje, pero la Sección comprobó que nada había cambiado. Habían cesado los envíos de «muebles» pero ahora eran barcos mercantes soviéticos los que se estaban deteniendo en rincones de la costa mediterránea. Era posible que se tratase de contrabando; también pudiera ocurrir que le nombrasen cardenal. Pero a pesar de las advertencias no se habían tomado más precauciones. Para el ejército o los servicios de inteligencia solo existía el Este.

Gerard ya sabía que iba a tener que actuar a espaldas de Schellenberg, pero aun no estaba preparado.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie Jul 20, 2018 11:41 am

Tras la interrupción vacacional, entrega triple para compensar.

Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar Jul 24, 2018 11:57 am

Capítulo 29

Pues sabe, que no es vencido sino el que se cree serlo

Fernando de Rojas. La Celestina


Néstor González Luján. La Guerra de Supremacía en el mar. Op. Cit.

La batalla de Mogador

La salida de la Fuerza H


Los británicos vigilaban el estrecho de Gibraltar con tres medios: observadores en tierra (uno de ellos había alertado de la salida del almirante Iachino tres meses antes), con submarinos y mediante reconocimientos aéreos y. Sin embargo el dispositivo de vigilancia había perdido efectividad en los meses previos a la batalla. Por una parte, el incremento de la vigilancia policial desarticuló varias redes de espías. Aunque aun quedaban células activas, la vigilancia (gracias a la llegada de varios equipos técnicos alemanes) dificultaba las comunicaciones radiofónicas e impedía que los avisos llegasen a tiempo. El segundo pilar, los submarinos, ya estaba comprometido por lo limitado de la fuerza británica, que tenía que actuar en demasiados escenarios. Además el barrido antisubmarino tras la salida en falso de la flota se había saldado con la destrucción de cuatro sumergibles británicos y daños en otros dos, a cambio de un cañonero y un «bou». Finalmente, tras la pérdida de Portugal los vuelos de reconocimiento tenían que partir de las lejanas Azores o Madeira. Se trataba de bases muy alejadas: Madeira estaba a mil kilómetros de Gibraltar y la isla más cercana de las Azores, a mil setecientos, es decir, que se requería de tres a seis horas para llegar al área de patrulla. Como además la capacidad de las bases era limitada (a pesar de la ampliación de la de Porto Santo en la isla del mismo nombre junto a Madeira) la cobertura era parcial. Además el Pacto había desplegado en Andalucía y en Marruecos cazas de largo alcance Me 110 y Potez 631 que, dirigidos por los radiotelémetros, consiguieron derribar a algunos aparatos de reconocimiento. Como resultado la vigilancia británica del Estrecho era deficiente. Como precaución adicional las agrupaciones del Pacto lo atravesaron por la noche para ocultarse de miradas inoportunas; así se consiguió retrasar la alerta durante unas horas clave.

El primer indicio de la nueva operación del Pacto se produjo cuando varios transportes de tropas de grandes dimensiones entraron en la rada de Tánger. El consulado de Estados Unidos transmitió no solo la noticia la noticia de la llevada del convoy de tropas sino además que estaban desembarcando elementos de dos divisiones de infantería italianas. Las tropas empezaron a ser trasladados hacia el sur mediante el ferrocarril costero, medio lento pero sin los riesgos de la ruta marítima. Indicativo de los defectos en la vigilancia de Gibraltar fue que el primer aviso no llegase de los medios de vigilancia británicos, y que el avión de reconocimiento enviado para confirmar el avistamiento desapareciese. Al mismo tiempo que el consulado daba el primer aviso, agentes situados en España y en Marruecos informaron de la llegada de gran cantidad de unidades aéreas, muchas procedentes del Canal de la Mancha. Sin embargo no se habían detectado movimientos de la flota combinada y todo apuntaba a un intento de refuerzo de las Canarias empleando medios aéreos. Aun así ya hemos visto que el Almirantazgo decidió retrasar la operación de refuerzo aunque el convoy, reunido en el Clyde, estaba casi completo. Asimismo se ordenó que las unidades asignadas a la escolta del convoy se uniesen a la Fuerza H, y que se le reintegrasen los buques que estaban persiguiendo a los cruceros mandados por el almirante Regalado. Un nuevo avistamiento que se produjo unas horas después mostró que la operación que estaba iniciando el Pacto iba a ser de mayor calado.

La última noche de febrero un importante convoy cruzó el estrecho y tras él pasó la flota combinada. Esta vez ningún submarino detectó el paso, y solo a mediodía del día siguiente un hidroavión Sunderland partido de Madeira localizó a los mercantes. Sin embargo los avisos radiofónicos del Sunderland no fueron captados, y solo cuando el aparato volvió a su base se supo que un importante convoy se dirigía hacia el sur siguiendo la costa africana. El almirante Somerville sospechó que el convoy no iría solo y ordenó la salida de la Fuerza H; horas después otro Sunderland confirmó la intuición del almirante al detectar la presencia de la flota combinada en el golfo de Cádiz.

A pesar de la rápida respuesta británica el retraso en la detección y las demoras debidas a la dispersión de sus buques hicieron que cuando la flota partió de São Miguel el convoy del ya llevaba veinticuatro horas en el Atlántico y estaba cerca de Casablanca. Aun así la superior velocidad de la Fuerza H aun permitía interceptar a los barcos del Pacto, aunque para ello fuese preciso acercarse peligrosamente a la costa africana. Más importante, los aparatos de reconocimiento indicaron que la flota combinada se aprestaba para defender al convoy. Se trataba de la ocasión para destruir a la flota enemiga que tanto Somerville como Churchill estaban esperando. Para evitar que la flota enemiga pudiese rehuir el combate Somerville ordenó a la Fuerza H que incrementase su andar, aunque fuese a costa de retrasar su reagrupación. Por ello inicialmente se movió en dos agrupaciones separadas, lo que llevó a algunos errores de interpretación por parte del Pacto.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Sab Ago 18, 2018 3:48 pm

hola domper
nos tienes abandonados
los que buscamos todos los dias alguna nueva entrega estamos tristes
seguiremos esperando con paciencia
saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar Ago 21, 2018 8:03 pm

También fue advertida por sus enemigos la partida de los barcos ingleses. En primero en detectar a la Fuerza H fue el U-118, el prototipo de un revolucionario tipo de submarino que al ser tan sigiloso se estaba usando para la vigilancia de las Azores. Aunque el U-118 no llegó a avistar a los barcos ingleses, sus instrumentos detectaron las características emisiones de sus radiotelémetros. Horas después un avión Focke Wulf Fw 200 Condor confirmó la detección, aunque el informe contenía errores ya que el avión alemán solo se había detectado tres acorazados y un portaaviones. Desde Casablanca se pidió al Condor que confirmase el avistamiento, pero para entonces el cuatrimotor alemán había sido derribado por cazas ingleses.

Si se creía en el informe del Condor la flota del Pacto tenía ventaja en blindaje, pues contaba con seis acorazados, aunque no tenía portaaviones. Sin embargo el almirante Ciliax receló creyendo que estaba incompleto. Por tanto, en lugar de buscar el enfrentamiento decidió mantener los planes originales y modificó curso de la flota combinada hacia el norte, aparentando que buscaba la seguridad de la costa portuguesa. El cambio de rumbo fue inmediatamente detectado por los aviones británicos, pero Somerville no se dejó engañar y siguió dirigiéndose hacia el convoy. Ciliax comprendió que si la flota se seguía alejando el convoy quedaría muy expuesto, y en cuanto oscureció volvió hacia el sur. El nuevo cambio tampoco pasó desapercibido pues la flota combinada era seguida por aviones de reconocimiento británicos que contaban con radiotelémetros. Sin embargo el aviso no llegó a cuatro hidroaviones Catalina de ayuda norteamericana, también provistos de radiotelémetro, que buscaron infructuosamente a los barcos del Pacto para torpedearlos.

Durante la noche Ciliax aumentó el andar de sus buques para acercarse a tierra. Al amanecer estaba a la vista del cabo de Bojador y a menos de cuarenta millas del convoy. Dado que el ataque británico se consideraba inminente se desprendió de una escuadra de cruceros italianos, que se incorporó a la protección de los mercantes. Al tomar esa medida se debilitó, pero pensaba que la escolta del convoy era insuficiente especialmente en armas antiaéreas. Temía que los ingleses se mantuviesen a distancia y empleasen los aparatos de sus portaaviones para atacarlo.

Al mismo tiempo la aviación del Pacto desplegada en Marruecos y Canarias comenzó sus operaciones.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Sab May 18, 2019 11:08 am

Llevo mil años sin amanecer por aquí pero bueno, retomemos la historia.

—Bueno, parece que por fin el mando se ha decidido a acabar con los herejes de las Canarias —nos dijo el comandante Salvador—. Ya sabéis lo costoso que ha sido traer abastecimientos. No solo para nosotros sino también para los herejes cabrones que aun siguen en Canarias. Ahora vamos a lanzar un órdago a la grande, a la chica y a pares. En estos momentos un montón de barcos, protegidos por toda la flota del Pacto, están pasando el estrecho de Gibraltar y se viene para aquí. No se os escapará que la maniobra tiene más peligro que un mono con una pistola, pues es lo que la pérfida navy estará esperando para machacar a nuestros marinos. Por desgracia, en el mar los ingleses todavía tienen fuerzas como para ponernos la cara como un mapa. No porque sus barcos sean mejores, sino porque tienen portaaviones, y ya se sabe que donde hay un avión los popeyes solo pueden cerrar la mui. Así que se trata de chafarles el plan a los herejes y demostrarles a los herejes que nuestros cazas son tan buenos sobre el mar como sobre tierra ¿Estamos?

El comandante siguió describiendo la operación. No íbamos a escoltar a los bombarderos: dado que se iban a lanzar decenas de ataques, y que por muchos aviones que pudiesen llevar los portaaviones herejes, no tendrían más que unas decenas de cazas, resultaba más económico realizar primero uno en masa para lograr la superioridad aérea, y a partir de entonces cubrir a la flota enemiga con una pantalla de cazas e ir derribando a los ingleses a medida que fuesen despegando. No debiera resultarnos muy difícil, ya que la navy seguía empleando aparatos más aptos para un museo —de horrores— que para una fuerza aérea. Es decir, que seguían con los funestos Fulmar, algo así como una furgoneta con alas. Como mucho podríamos ver algunos Martlet de origen norteamericano, que eran coriáceos pero con la maniobrabilidad de un ladrillo. También se apuntaba la posibilidad de que hubiesen embarcado los Hurricane, pero esos trastos, aunque como verdugos de bombarderos no lo hacían mal, tampoco es que nos quitasen el sueño a los que pilotábamos los Mochos.

Amaneció el día de autos con todos nosotros en el cobertizo de alerta, esperando un aviso para salir que no llegaba. Al parecer la flota enemiga estaba bastante lejos, en el límite del alcance de nuestros aviones. Solo partían los bombarderos, que a ellos sí les llegaba la gasofa. Nosotros nos quedamos en tierra, viéndolos despegar y mordiéndonos las uñas. El único aviso fue cuando el radiotelémetro detectó un avión de reconocimiento inglés, al que intentó dar caza —infructuosamente— la patrulla del comandante Salvador. Solo después de comer hicimos una salida en condiciones, pues un informe señalaba la presencia de una fuerza enemiga a doscientos kilómetros al norte de la isla; pero el avión que dio la alerta habría confundido a las marsopas con acorazados, y aparte de mar vacío no encontramos nada. Al no haber combatido costó poco ponerse tras el Bacalao que nos devolvió a casa sin especiales apreturas. Llegamos frustrados, pues del éter saltaban chispas con los gritos radiofónicos de nuestros hombres y, obviamente, de los herejes.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun May 20, 2019 1:21 pm

Toda la flota sabía que el día sería decisivo. Durante la noche se había mantenido la alerta en los buques: parte de la dotación permaneció en sus puestos mientras el resto descansaba, pues los mandos sabían que mantener a la tripulación en alerta continua solo serviría para que en el momento clave estuviese agotada. Fue la vela de armas pero también el momento de los aviones con radiotelémetros. Los Halifax y Sunderland británicos se cruzaban con Condor y Dornier alemanes a distancias cada vez menores, mostrando que la distancia entre las escuadras se reducía. Al menos teníamos un informe tranquilizador: la flota enemiga era manifiestamente inferior. Las salidas de los barcos del almirante Regalado habían atraído al norte a parte de la flota inglesa, y los Condor solo habían detectado a tres acorazados y dos portaaviones. En artillería los superábamos de largo pues teníamos seis buques de batalla, y aunque la del Gneisenau y los italianos era poco potente —suponiendo que a un pepino de trescientos kilos llegando al doble de la velocidad del sonido lo llamemos poco potente—la del Bismarck y la de nuestro Tirpitz era tan buena como la inglesa. Aun así el almirante Ciliax había preferido rehuir un encuentro esa noche. Sabíamos que los británicos llevaban años ensayando los enfrentamientos nocturnos, y sus destructores eran un peligro aunque nuestros barcos llevasen radiotelémetros. Por ello el almirante había mantenido el rumbo sur que nos acercaba a tierra y la noche, a pesar de la tensión que nos embargaba, transcurrió sin incidentes.

Al amanecer teníamos a la vista la baja costa del cabo Mogador. Un nombre que a los alemanes no nos decía nada, pero que más adelante me contó un marino español que a ellos les traía recuerdos de batallas con los corsarios berberiscos que desde tiempos inmemoriales habían anidado en esas aguas. La cercanía de tierra trajo una más que bienvenida ayuda: unos aviones que los equipos ópticos de mi dirección de tiro me permitieron identificar como modernos cazas Potez 670 franceses. No mucho después se sumó a la escolta aérea otra escuadrilla, esta vez de monomotores Messerschmitt, y aun llegó otra de bimotores Bf 110. Estos últimos llegaron justo a tiempo, cuando los Potez ya se retiraban con sus depósitos vacíos. El radiotelémetro del Tirpitz también detectó el paso de grandes oleadas de aviones que volaban hacia el oeste y que volvían tras lanzar sus explosivos. Pero entre tanto avión llegó una formación cuyos aparatos no respondían a nuestras señales electrónicas. El oficial de enlace con la Luftwaffe que nos acompañaba se puso en contacto con los cazas, que partieron para interceptar a los enemigos. Asimismo, el capitán Topp ordenó el zafarrancho de combate y los cañones antiaéreos apuntaron hacia poniente.

Como el combate se produjo a baja altura no se formaron estelas, pero si se pudieron observar nubecillas de humo a gran distancia que seguramente correspondían a aviones que exhalaban sus últimos suspiros. Digo pudieron pues mi puesto de combate estaba a babor y yo tenía un ángulo de visión muy limitado, pero desde la dirección antiaérea de estribor —gemela de la mía— relataron el combate y luego cantaron la aproximación de media docena de aparatos. Dos echaban humo pero tenazmente seguían volando hacia nosotros, indiferentes a la danza macabra que se producía sobre sus cabezas. Uno estalló cuando aun estaba lejos, y el otro dejó caer su torpedo y se volvió, seguramente con averías. Pero los cuatro restantes tomaron el Tirpitz como objetivo: siendo grande y estando en cabeza de la columna de acorazados éramos el objetivo evidente. Los aparatos se separaron para atacar por ambas bandas. Fue en ese momento cuando el capitán Topp autorizó el fuego, y pocos segundos después disparó la batería de estribor del diez con cinco.

Para dificultar el blanco el Tirpitz empezó a virar. Mi batería se descubrió y conseguí ver a los atacantes. Tomé como objetivo el aparato que estaba más abierto, y los cañones de babor se incorporaron al fuego. Desde mi puesto privilegiado en lo alto podía ver como los servidores tomaban los proyectiles, ajustaban las espoletas —en máquinas que se regulaban a distancia desde el puesto de tiro— y cargaban los proyectiles a toda la velocidad, demostrando que eran los hombres mejor preparados de la flota. Se formaron nubecillas de humo alrededor de los enemigos, pero como había ocurrido en San Vicente los torpederos —podía distinguirlos como biplanos Albacore— prosiguieron su curso imperturbablemente. El Tirpitz siguió virando, demasiado despacio para mi gusto, mientras los antiaéreos ligeros se preparaban para disparar. Sin embargo los aviones británicos es mantenían en el aire, volando directamente hacia nosotros. No sería fácil evitar cuatro torpedos.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Dom May 26, 2019 7:09 pm

Néstor González Luján. La Guerra de Supremacía en el mar. Op. Cit.

La batalla de Mogador

Primera sangre


Ya se han descrito los preparativos del Pacto de Aquisgrán. Cinco días antes había comenzado el traslado de las formaciones aéreas y, aunque hubo algunos problemas de coordinación, el día de la batalla se había conseguido llevar a Marruecos una fuerza impresionante: mil novecientos aviones entre cazas, bombarderos, torpederos y aviones de reconocimiento. Era el triple de la máxima estimación británica. Las fuerzas británicas eran de entidad mucho menor: tenían en Madeira y Porto Santo trescientos aviones, pero solo cincuenta eran torpederos de gran radio de acción; el resto eran bombarderos pesados o aparatos de reconocimiento, más algunos cazas de defensa que poco podrían influir en la batalla. A sabiendas de las limitaciones de la RAF Somerville esperaba poco de su intervención en la batalla, aunque esperaba recibir informes sobre los movimientos de la flota enemiga. Sin embargo, los británicos disponían de una ventaja: los ciento treinta aparatos de los tres portaaviones. Tras el combate de San Vicente se habían reforzado los grupos de caza en detrimento de los de ataque, y la Fuerza H contaba con noventa cazas de los modelos Sea Hurricane y Fulmar (ingleses) y Martlet (norteamericano). Somerville confiaba en que sus cazas, operando a pie de obra, lograsen la superioridad aérea sobre la flota. Al mismo tiempo sus torpederos (cincuenta, tantos como el combate de San Vicente) debían inhabilitar a los buques de batalla enemigos para luego rematarlos con los acorazados. Aunque al jefe británico le preocupaba la fuerza aérea del Pacto, no solo pensaba que era menos numerosa, sino que seguía con los problemas de coordinación que había sufrido en el anterior enfrentamiento.

Durante la tarde anterior se produjeron escaramuzas entre aviones de reconocimiento y cazas de largo alcance que se saldaron con la pérdida de tres aviones por cada bando. Sin embargo el día de la batalla la primera sangre no se la cobró la aviación. Los aviones Condor de reconocimiento habían guiado contra la flota británica a buen número de submarinos, y al amanecer el U-217 torpedeó al moderno acorazado Prince of Wales. Solo dos de los cinco torpedos lanzados alcanzaron al blindado británico, que quedó malparado: quedaron dañados los generadores (lo que impedía operar a la artillería principal) y el buque embarcó siete mil toneladas de agua, causando una escora de doce grados. Aunque fue compensada contrainundando, el acorazado quedó fuera de combate y tuvo que ser enviado a Inglaterra escoltado por dos destructores. El quinto torpedo de la andanada falló al Prince of Wales pero logró un inesperado premio al alcanzar al destructor Kelvin que casi se partió por la mitad. El HMS Jupiter rescató a la tripulación y tuvo que hundir el derrelicto al cañón. Esos ruidos fueron escuchados por el U-217 e interpretados como causados por el hundimiento del acorazado.

Casi al mismo tiempo el U-254 atacó a la agrupación más retrasada, alcanzando al portaaviones Victorious con un único torpedo. Se trataba de un moderno G7e eléctrico de espoleta magnética, que estalló bajo la quilla del portaaviones destruyendo la sala de turbinas de proa. El gran barco quedó al garete y aunque la pérdida de vapor pudo ser aislada, su andar quedó reducido a seis nudos, ya que velocidades mayores podrían romper los debilitados mamparos. Somerville ordenó que transfiriese sus aviones a sus otros dos portaaviones, pero solo pudieron hacerlo los ocho cazas Fulmar y cuatro Albacore de reconocimiento que ya estaban en el aire.

El almirante se quedó muy alarmado por la eficacia de las fuerzas sub-marinas enemigas. No era la primera vez que los submarinos causaban sensibles pérdidas a los británicos: en aguas cercanas a Inglaterra se había perdido el Corageous al poco de iniciarse el conflicto, y recientemente el hundido había sido el Ark Royal. En el Mediterráneo habían causado sensibles pérdidas, pero se trataba de aguas confinadas. Signo de mayor preocupación era la cooperación entre sumergibles y aviones que estaba haciendo pasar un calvario a los convoyes en el Atlántico norte. Pero Somerville, aun asumiendo el riesgo, pensaba que entre la velocidad de sus barcos y la potente escolta el riesgo que iba a correr no era excesivo. Sin embargo parte de sus destructores habían quedado en las Azores escasos de fuel (fue el único efecto de la correría de los cruceros del almirante Regalado). Además los aviones de reconocimiento alemanes habían dirigido contra la fuerza H nada menos que cincuenta submarinos, la mitad de la fuerza disponible, que se habían desplegado en su previsible curso. En la hora siguiente se produjeron tres nuevos ataques, todos infructuosos, y los destructores de escolta consiguieron hundir los submarinos U-77 (alemán), Beilul y Ammiraglio Millo (italianos). Somerville tuvo que modificar el curso de sus buques para alejarlos del área; la maniobra retrasó sus operaciones aéreas durante casi dos horas.
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