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Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun May 02, 2016 12:07 pm

Capítulo 3

Es fácil esquivar la lanza, mas no el puñal oculto.

Proverbio chino


Jules Bayac era un luchador por la libertad.

Hijo de una familia de obreros, aun llevaba calzones cortos cuando entró a trabajar en la mina, y pronto se significó como un luchador contra la tiranía y la opresión. El 1933 había conseguido el carnet del Partido, y en 1936 escuchó la llamada de la Internacional para acudir a España, donde estuvo luchando durante dos años en el batallón Louise Michel. Había llegado a teniente, siendo considerado uno de los mejores y más concienciados hombres del batallón, excelente comandante y mejor comunista. Pero al volver a Francia había roto con sus antiguos camaradas. No había vuelto a reunirse con sus compañeros, no se presentaba en las reuniones del Partido, al que finalmente renunció, y se le dejó de ver. Ni su familia, ni sus antiguos amigos —a los que repugnaba el comportamiento de Jules tras su vuelta de España— habían mantenido contacto con el ex brigadista, que parecía haber desaparecido de la faz de la tierra.

Nadie sabía dónde estaba Jules Bayac, porque ya no se llamaba así. El Partido le había ordenado que pasase a la clandestinidad y le había proporcionado nueva documentación. Ahora se llamaba Jacques Lernel, y trabajaba en una fábrica de cerveza en la pequeña ciudad de Saint-Dizier. Allí tampoco tenía amigos y no se relacionaba con mujeres. Hasta había sido considerado un esquirol por desoír las órdenes del Partido de oponerse a la participación en la guerra. Sin embargo, el supuesto belicista, como buen traidor, había conseguido eludir la movilización aduciendo una enfermedad pulmonar: se había entrenado en toser muy convincentemente, y un pequeño corte le había ayudado a escupir sangre. Había seguido trabajando en la fábrica durante la guerra y tras el armisticio.

Jules, ahora Jacques, se había convertido en un empleado de confianza que recorría las localidades cercanas para adquirir el cereal y el lúpulo que aromatizaba la bebida. Tarea que le iba que ni pintada, porque solo se le conocía una afición: recorrer las carreteras cercanas a Saint-Dizier con su baqueteada bicicleta. Hiciese el tiempo que hiciese, los domingos dejaba a primera hora el cuartucho en el que vivía como realquilado, llevando un zurrón con un poco de pan, queso y vino, y no volvía hasta el anochecer.

Lo que nadie sabía era que muchas de sus excursiones finalizaban en los extensos bosques que había al sur de la ciudad. Una vez en la espesura, tomaba un mal camino, realmente un antiguo cortafuegos cubierto de maleza, hasta llegar a una granja en la linde de la espesura. Ahí le recibía Pierrot, un hombre entrado en años al que Jacques no conocía, pero al que suponía un pasado parecido al suyo. Como también lo tendrían los otros ex brigadistas —a varios de los cuales Jacques conocía de España, habiendo recomendado al Partido su selección— que también habían recibido la orden de pasar a la clandestinidad, y que los días festivos acudían a la granja. Jacques, a pesar de su juventud, era el líder de la célula, que se entrenaba en el bosque en luchar con armas y sin ellas, en el sabotaje y en el empleo de explosivos. Al final del día dejaban las armas ocultas en un hueco bajo el piso de una leñera, y tras dejar marcas que les alertarían de visitas intempestivas, se despedían hasta la semana siguiente.

Un buen día Jacques llegaba de su recorrido por las granjas de las cercanías, tras haber pasado el día discutiendo con campesinos que ponían precios imposibles a la cebada que tenían en sus graneros. Pasaba por delante de la cantina —en la que raramente se detenía— cuando un desconocido le saludó.

—Jacques ¿cómo puedes pasar sin saludarme? ¿No te acuerdas de mí? Soy André Courteline. Fui tu compañero en la escuela.

El interpelado detuvo su bicicleta y saludó alegremente a André.

—André, perdóname porque no te había visto, pero es que con tan poca luz ¿Cómo no iba a reconocer a mi amigo de Dijon? Qué tiempos los de la escuela…

—Volvemos a juntarnos los de la Champolion —dijo André. Jacques siguió la insustancial charla, pero asintió silenciosamente. Los nombres de la ciudad y de la escuela eran las claves con las que reconocería a los enviados del Partido. Los dos entraron en la cantina y tras tomar un Pernod, el llamado André le invitó a visitarlo en el hotelito en el que se encontraba con el pretexto de ser un vendedor de vinos.

—Camarada —dijo el emisario tras comprobar que no había oídos indiscretos—, se acerca el momento de la verdad. Mañana llegará otro compañero al que debes buscar un alojamiento seguro. Llevará una radio e instrucciones para actuar.
Última edición por Domper el Lun May 02, 2016 6:02 pm, editado 1 vez en total

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun May 02, 2016 12:09 pm

Era una ciudad demasiado pequeña para semejante acontecimiento. Como tantas otras capitales provincianas, solo contaba con unos pocos hoteles más apropiados para viajantes de comercio que para diplomáticos. Había algunas mansiones señoriales pero no eran ni por asomo los palacetes a los que estaban acostumbrados las personalidades que se iban a dar cita en la pequeña urbe.

Pero el honor que se hacía a la localidad era demasiado grande y no podía ser rechazado. Durante unos días iba a ser el centro de Europa y, si sabía cumplir con lo que se le pedía, a la ciudad se le ofrecía un futuro esplendoroso. Con la promesa de la prosperidad futura poco costó al alcalde convencer a sus conciudadanos para que cediesen sus mejores casas: las delegaciones que en ellas se alojarían darían a conocer la ciudad por un motivo mejor que la muerte.

No solo eran precisos alojamientos sino también un local que pudiera admitir a la asamblea. Aunque inicialmente se había pensado en el teatro, resultaba demasiado pequeño. Tras inspeccionar algunos otros edificios se escogió el palacio episcopal, que ya no mostraba las cicatrices de los grandes obuses que poco más de veinte años antes habían martirizado la ciudad. Carecía de una sala de dimensiones adecuadas, pero la catedral adyacente, que estaba comunicada con el palacio, sería el mejor marco para la asamblea. Hubo que superar las reticencias del obispo, que se iba a quedar sin alojamiento y sin sede. Que la conferencia que se iba a celebrar fuese a traer la paz a Europa no fue suficiente: se precisó que el presidente Romier, un hombre religioso pero que no era un meapilas de los que solo veían a través del báculo, hablase con el arzobispo de Lyon, cardenal primado de Francia.

La ciudad se llenó de delegados que inspeccionaban los alojamientos que el alcalde les ofrecía. Los que representaban a las potencias más pudientes buscaban no ya alquilar sino adquirir propiedades que en un futuro pudieran ser embajadas, ofreciendo cantidades tan importantes que el valor de las viviendas se multiplicó.

Algunos de los delegados que pululaban por la pequeña urbe llevaban cámaras con las que fotografiaban los edificios que creyeron interesantes. Tenían que mostrárselas a sus jefes, que aprobarían o no las adquisiciones. Sin embargo, más de una foto encontró un destino insospechado.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar May 03, 2016 8:43 pm

Tras inspeccionar los alrededores, Jacques y Pierrrot decidieron que la granja sería el lugar más seguro para alojar al nuevo compañero. Estaba algo apartada, y un bosquecillo la ocultaba de los ocasionales viajeros que transitaban por la carretera. Además del edificio principal, había un establo y dos graneros de grandes dimensiones, y el cercano bosque permitía seguir con los entrenamientos clandestinos.

Valery llegó al día siguiente, como había predicho André. Era otro joven con las manos curtidas por el duro trabajo, que dijo buscar trabajo en la granja. Arrastraba un gran baúl con sus pertenencias, pero tras retirar las mantas, las ropas baratas, los útiles de aseo y una gastada novela de Julio Verne de una edición popular, el recién llegado desmontó un doble fondo. Debajo estaban las piezas de una radio. Estuvo unas horas trabajando hasta que funcionó: era un equipo bastante sencillo, que se alimentaba de baterías de coche. Labor de Jacques y de Pierrot iba a ser conseguir unas cuantas —que tuvieron que sustraer de los pocos automóviles que quedaban en las calles— y mantenerlas cargadas. Un alambre en el techo de la granja servía como antena.

Cuando tres días después el equipo estuvo listo Valery envió el primer mensaje. Valery escribió en una hoja el texto, dejando mucho espacio entre línea y línea. Luego tomó la novela que había traído y la abrió por la página resultante de la suma del día y del mes, más dos, multiplicando también por dos. Si esa página no estaba completa por ser el final de un capítulo, pasaba a la siguiente. Si el número resultante era mayor que el número de páginas de la novela, volvía a contar desde el principio. Luego escribió las primeras letras de la página debajo de las del mensaje. Repitió la operación con la página resultante de sumar día y mes, añadir tres y multiplicar por el mismo número. Luego pasó a sumar las letras, usando su valor numérico: a la “A” le correspondía el uno, a la “B” el dos, y así sucesivamente; si el resultado era superior a 25 —el número de letras del alfabeto francés menos uno—, dividía el número por ese valor y se quedaba por el resto: “C” + “P” + “U” = “M”. Finalmente, tradujo los resultados a letras: al cero le correspondía la “Z”, al uno la “A”, y así sucesivamente. Como Valery estaba bien entrenado, pudo hacer las operaciones rápidamente sin tener que escribir los números, y en pocos minutos había conseguido cifrar el mensaje, que ahora parecía un galimatías sin sentido. Lo precedió de un número de cuatro cifras, también producto de una operación tomando la fecha y una cifra de una serie que solo Valery conocía. Luego esperó hasta la noche, y a las 22:15 emitió el mensaje.

El sistema de cifrado que usaba Valery no era del todo seguro, y para un criptoanalista que dispusiese de suficientes mensajes y supiese cuál era el libro empleado sería trivial descifrarlos. Incluso sin tener la novela se podrían sacar algunos fragmentos en claro si el mensaje era suficientemente largo, error que ni Valery ni su controlador iban a cometer. A cambio, el libro usado como clave era absolutamente inocente, y podía adquirirse en casi cualquier sitio, sin tener que mostrarlo a celosos aduaneros. Lógicamente, cada agente de la red usaba una novela diferente, por lo que la captura de algún radio operador no comprometía al resto de las redes.

En la cercana Suiza el mensaje fue captado, y el radioperador respondió con un corto código que mostró a Valery que el mensaje había sido recibido. El controlador lo descifró siguiendo el procedimiento inverso, y al día siguiente emitió su respuesta: aprobaba las decisiones de Jacques, pero le ordenaba que preparase alojamientos en el bosque para más camaradas que llegarían en los días siguientes.

No costó mucho buscar un lugar siempre que los visitantes no fuesen muy exquisitos. En lugar de intentar acomodarlos en las localidades cercanas, pues sus idas y venidas llamarían la atención, iban a acampar en el bosque, parte del cual pertenecía a la granja y estaba cercado. Había una hondonada quedaba fuera de las vistas, y allí colgaron lonas de los troncos de los árboles, manchadas con barro para que fuesen menos conspicuas. Si el tiempo empeoraba se acomodaría a los recién llegados en un granero. Eso no gustaba mucho a Pierrot, que temía llamar la atención de algún vecino. Pero Jacques sabía que un soldado cansado y enfermo no servía para nada, e impuso su criterio.
Última edición por Domper el Mar May 03, 2016 10:15 pm, editado 1 vez en total

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar May 03, 2016 8:46 pm

Una delegación alemana acompañó a los franceses para comprobar la idoneidad de los edificios que habían escogido. Aprobaron la elección del palacio y la catedral, aunque les parecieron un tanto austeros; sería necesario poner colgaduras que diesen la adecuada pompa, y también habría que mejorar la iluminación, pues las reuniones de la asamblea serían filmadas para que la posteridad conservase memoria del acto fundacional de Europa. Algunos de los salones del palacio serían habilitados para permitir la reunión de comisiones; otros, como salas de prensa, comedores o despachos. En la catedral, tras celebrar un acto que la desacralizaría temporalmente —no había que ofender la sensibilidad de los católicos—, se desmontaron o se cubrieron las figuras religiosas —no había que ofender la sensibilidad de los protestantes— y se instalaron asientos para las delegaciones y tribunas para el público y al prensa.

Los alemanes, para alojar su delegación, alquilaron un palacete de aspecto extraño, que combinaba las torrecillas de la arquitectura victoriana con elementos modernos. Inicialmente les había llamado la atención el imponente Palacio de los Oficios, pero los franceses se lo habían reservado, y era crítico evitarles cualquier ofensa y más en esa ciudad. Sin embargo, como el palacete desluciría la representación alemana, se decidió adquirir unos terrenos cercanos al río para construir un edificio que diese lustre a la futura embajada. La delegación italiana prefirió un hotelito de las afueras; para el resto se habilitaron el liceo y un colegio. También se inició la construcción de unos barracones en las afueras, que albergarían a la prensa.

Tras la experiencia de Douaumont, se prestó especial atención a la seguridad de la reunión. En los alrededores de la pequeña ciudad se situaron equipos de vigilancia aérea, y en los altozanos se situaron cañones antiaéreos. También se mejoraron los sótanos para que pudiesen servir como refugio si Churchill, nuevamente, intentaba descabezar a la Europa unida.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar May 03, 2016 8:52 pm

Durante la semana siguiente llegaron a Saint-Dizier varios viajeros buscando una dirección de la calle Gambetta. Al llegar al mercado eran abordados por algún vecino: se trataba de los hombres de la célula de Jacques, que iban turnándose para no despertar sospechas, y encaminaban a los recién llegados a las afueras de la ciudad. Allí se encontraban con otro camarada que les conducía hasta el escondite del bosque. Pronto fueron doce: demasiados para poder ser alimentados indefinidamente. No tenían cartillas de racionamiento —hubiesen llamado la atención— y ni Jacques ni Pierrot disponían de fondos para acudir al mercado negro, algo que también hubiese puesto sobre aviso a la gendarmería. Pero en el Partido habían pensado en todo y el controlador de la célula, mediante otro mensaje, les señaló un punto en el que recoger alimentos: productos de granja, generalmente patatas o cereales, pero a veces verduras, algún queso e incluso un poco de carne. La recogida se hacía tomando máximas precauciones: uno de los camaradas tenía que vigilar el lugar donde se dejaban los suministros, lo suficientemente cerca como para asegurarse que su colaborador no era seguido, pero no tanto como para reconocerlo: el controlador de la célula les había prohibido terminantemente entrar en contacto con él. Tras recoger las provisiones no se encaminaban hacia la granja de Pierrot, sino que daban un nuevo rodeo por los bosques, en las que otro centinela comprobaba que no atrajesen compañía inesperada.

Con tantos camaradas fue preciso suspender los entrenamientos en el bosque, que hubiesen sido demasiado conspicuos. Pasaban el tiempo en la hondonada, montando y desmontando armas, o en el granero, jugando a las cartas; tenían prohibido hablar de su vida anterior.

Jacques supuso que la estancia no se alargaría pues se deterioraría tanto la forma física como la moral de sus hombres. Sin embargo el Partido aun tardó casi diez días en avisar de la llegada de una renqueante furgoneta movida por gasógeno, cargada de paja medio podrida; el mal olor que desprendía ahuyentaba las miradas inquisitivas de la gendarmería. Pero dentro de las pacas de abajo, envuelto en tela encerada, había un importante alijo de armas: fusiles, ametralladoras, bombas y explosivos.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 05, 2016 12:23 pm

Relato de Federico Artigas Lorenzo

Tanto correr para nada. Cuando la división llegó a Versalles desembarcó todos sus vehículos, tanques, cañones y demás parafernalia, y se dedicó al dolce far niente. Relajados con esa manera tan característica que tiene los alemanes, con los suboficiales pegando gritos a los pobres soldados, que se pegan todo el día puliendo sus hebillas y corriendo de aquí para allá. Nosotros nos atusamos un poco, que había que lucir los uniformes, pero nada de esa locura por el brillo que les daba a los teutones.

Bien pensado, tampoco era tan tonto lo que hacían los alemanes. Dicen que un barco ocupado es un barco feliz, y que el ocio es la madre de todos los vicios. Además, para lo que había que hacer en Versalles… Todo el día lloviendo, como para que crezca hierba hasta detrás de las orejas. Había cuatro tascuchos que vendían un vino a precio de champán, que no sé qué se habrán creído esos gabachos, que ponen un mostrador, media docena de taburetes, una capa de roña, y se piensan que es el Maxim. La división tampoco tenía cantina y se suponía que teníamos que beber por nuestra cuenta, cada uno en nuestro agujero. Los teutones debieron pensar que con mucho soldado desocupado callejeando acabarían con líos, y los sargentos pusieron a los pobres feldgraus a limpiar botas y pulir insignias.

A esas alturas todos los españoles que nos habíamos incorporado a la división teníamos un ataque agudo de morriña y estábamos todo el día importunando al comandante Fernández por si sabía cuándo se acabaría nuestra visita a los panzer. Porque según los enteraos, que de esos siempre hay, en España se estaba reconstruyendo la acorazada, y el general Galera me había prometido un puesto en ella. Fernández, que tampoco sabía lo que pasaba, estaba todo el día intentando hablar con Madrid, pero al cargo debía estar el dichoso coronelejo que tanto me quería y que daba largas a las llamadas. Al final Fernández se debió hartar y le dijo al comandante que dejase de importunar, que íbamos a quedarnos en Versalles hasta que las ranas se hiciesen rizos con el pelo y que si volvía a preguntar le metía un paquete de cágate lorito.

Mi impresión era que se habían olvidado de nosotros, pero mientras decidían entre Madrid y Berlín lo que hacían con nosotros, me resigné a ver llover, jugar al mus y matar el tiempo.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 05, 2016 12:59 pm

Hola amigos:
Maestro ¿No se te habrá ocurrido hacer Leon Marino aprovechando que la Royal Pérfida está en las Azores y el pobre Artigas va ver campiñas y lluvia tuti plen? Porque Barbarroja...
Hasta otra ><>

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 05, 2016 7:14 pm

De las Azores al Canal hay dos días de navegación. No, por ahora no habrá León Marino... salvo que haya alguna sorpresa, desde luego.

Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 05, 2016 7:40 pm

Sebastian Haffner. El nacimiento de Europa. Data Becker GmbH. Berlín, 1987.

El Tratado de Metz

El Tratado de Metz, también llamado Tratado Papen – Bichelonne, fue un tratado de paz entre Alemania y Francia que se considera el primero de los que dieron cuerpo a la Unión Paneuropea. Fue firmado el 1 de febrero por Francia y Alemania en la ciudad de Metz, capital de la región de Lorena, zona disputada entre ambos países.

El tratado establecía el cese definitivo del estado de guerra entre las dos potencias, la normalización de las relaciones entre ambas, y la alianza en la lucha contra el Imperio Británico. También se establecía el retorno de los últimos prisioneros franceses. Ambas partes renunciaban a las indemnizaciones de guerra, abrogando las deudas que restasen tras el Tratado de Versalles o el armisticio de Compiegne.

De las provisiones del tratado, una de las más controvertidas fue la que establecía zonas de soberanía común entre las dos potencias. Aparentemente la medida estaba encaminada a la reconciliación entre los dos países, eliminando los puntos de fricción. Sin embargo el efecto real fue la partición de los Países Bajos, cediéndose la zona belga francoparlante a Francia, Luxemburgo a Alemania y la flamenca al reino de Holanda, que se convirtió en un satélite de Alemania.

Otra provisión acusaba a Inglaterra de ser la causante de los conflictos entre las dos potencias signatarias. Se considera que esa cláusula se incluyó para no responsabilizar a Francia o a Alemania de desencadenar el nuevo conflicto, y fue anulada cuando en 1946 el Tratado de Metz fue refundido en el Tratado de Bruselas, Carta Magna de la Europa unida.

La importancia del Tratado de Metz fue que al unir a Francia y a Alemania permitió romper el “equilibrio continental”, objetivo de la política británica durante siglos.

El equilibrio continental

Tras la división el imperio carolingio en el Reino de Francia y el Sacro Imperio Romano, quedó entre las dos nuevas potencias un territorio, la Lotaringia, que durante los siglos posteriores fue objeto de las ambiciones tanto francesas como alemanas. La debilidad alemana durante la Edad Moderna permitió que Francia llegase a controlar buena parte de la antigua Lotaringia, especialmente la parte sur, que correspondía a los antiguos ducados de Borgoña y de Saboya. Los Países Bajos quedaron fuera del dominio francés, al pasar a manos españolas (de las que se independizaría la zona norte) y luego austriacas, y finalmente gracias a las maquinaciones de la política exterior británica.

La insularidad de Gran Bretaña que impedía las invasiones terrestres permitió que los monarcas ingleses desatendiesen su ejército construyendo a cambio una flota que no solo salvaguardase sus costas, sino que derrotase a las rivales y permitiese que los plutócratas ingleses se hiciesen con el comercio y con las colonias de sus enemigos. Por el contrario, otras potencias marítimas, como el Imperio Español u Holanda, tuvieron que destinar enormes recursos para proteger sus fronteras terrestres, y a la postre sus flotas pudieron ser derrotadas por las británicas. A finales del siglo XVIII gran parte del comercio ultramarino europeo quedó en manos inglesas, lo que favoreció el gran desarrollo económico e industrial de Inglaterra en el siglo XIX.

Sin embargo esa política solo se podría mantener mientras no surgiese en el continente una potencia dominante que, sin temor a las agresiones enemigas, pudiese construir una flota que rivalizase con la inglesa. Pero igual que las potencias europeas no tenían una flota que pudiese derrotar a la británica, Inglaterra tampoco disponía de un ejército comparable a los europeos. Disponiendo de los grandes recursos económicos proporcionados por el dominio del comercio y de la industria, Gran Bretaña formó y financió coaliciones que se enfrentasen a la nación europea que predominase en cada ocasión: España, Francia, Rusia o Alemania. Inglaterra apoyaba esas coaliciones económicamente, con su flota, y con pequeños ejércitos.

Pero la mejor estrategia para impedir la formación de potencias dominantes era mantener la fragmentación de Europa, lo que por una parte mantenía en la impotencia a naciones como Alemania o Italia, por otra favorecía la creación de coaliciones, y mantenía perennes conflictos entre las potencias continentales. Esa estrategia fracasó parcialmente durante el siglo XIX, cuando Inglaterra no pudo impedir la unificación de Alemania e Italia; pero con el pretexto de proteger la independencia de los pueblos (algo que negaba a los irlandeses) Gran Bretaña apoyó la destrucción de los imperios para formar pequeños estados artificiales que se convertían, de facto, en protectorados ingleses, como ocurrió en Hispanoamérica o en los Balcanes. Varios de esos estados se formaron en la antigua Lotaringia: Luxemburgo, que había formado parte del Imperio alemán, Bélgica, creación artificial formada a partir de los antiguos países bajos españoles, y Holanda, cuya independencia había sido favorecida y tutelada por los británicos.

La soberanía compartida

En las regiones fronterizas de los imperios habían quedado zonas en las que había población de diferentes orígenes. Esas regiones fueron arrebatadas a los imperios que las poseían y cedidas como recompensa a los aliados de Inglaterra o entregadas a los estados artificiales que promovía. Tras el Tratado de Versalles quedaron más allá de las fronteras germanas regiones en las que además de alemanes había franceses, italianos o eslavos. A pesar de la política de inmersión cultural practicada por los nuevos tenedores de esos territorios, se mantuvo una importante proporción de población germanoparlante, especialmente en Alsacia y Lorena, el Tirol del Sur, los Sudetes y en Pomerania oriental. Directriz de la política regeracionista del Führer Adolf Hitler fue recuperar esos territorios, lo que logró primero con maniobras políticas y luego militares. Pero en los territorios recuperados quedó una proporción importante de población no germanoparlante que amenazaba ser motivo de un nuevo enfrentamiento.

En su afán por mantener la guerra contra la Unión Paneuropea, organización promovida por Alemania, los británicos orquestaron una serie de atentados que acabó con gran parte de los actores de la política europea de los años treinta. Pero esos crímenes en lugar de debilitar a la Unión llevaron al ascenso de nuevos líderes que comprendieron que en los territorios fronterizos estaba el germen de nuevas guerras en Europa. Guerras que solo beneficiarían a quienes esperaban obtener provecho de la desunión: no solo Gran Bretaña, sino también Rusia o Estados Unidos.

Conscientes de ese riesgo, el presidente francés Romier y el ministro de Asuntos Exteriores alemán Von Papen buscaron una fórmula que impidiese nuevas fricciones. Tras considerar varias alternativas, como el fraccionamiento de los territorios fronterizos y el reasentamiento de sus poblaciones, se decidió emplear un sistema absolutamente novedoso: la soberanía compartida. Era un sistema por el que dos o más potencias mantenían sus derechos sobre un territorio, que compartían según diferentes fórmulas. Un antecedente fue el archipiélago de Samoa, en el Pacífico, compartido por Gran Bretaña y Alemania hasta la Gran Guerra. Para los territorios en disputa entre Alemania y Francia (Lorena, Alsacia y el Sarre) se decidió basarse en los deseos de sus ciudadanos, que podrían adoptar la ciudadanía francesa o alemana a su elección. Independientemente de esta, podrían seguir viviendo en cualquiera de los dos países con los mismos derechos que los nacionales; inicialmente ese derecho se restringió a las regiones fronterizas, pero luego se extendió a la totalidad de Francia y Alemania.

El Tratado de Metz establecía que los territorios en los que el 80% o más de población se decantase por una nacionalidad pasarían a integrarse en dicha nación; esta elección se haría periódicamente (cada diez años). La elección no era según municipios sino con territorios más amplios: por ejemplo, las tres regiones fronterizas entre Francia y Alemania (Lorena, Alsacia y Sarre) fueron divididas en cuatro distritos cada una, con el objeto de evitar “islas”, es decir, enclaves franceses o alemanes en el otro país. Dado que el estado de guerra no hacía aconsejable la realización de un plebiscito que podía aumentar la tensión entre Francia y Alemania, inicialmente la división se hizo siguiendo el censo de 1910: los cuatro distritos del Sarre, dos de Alsacia y uno de Lorena pasaron a ser alemanes.

Sin embargo se mantenía el problema de los distritos en los que hubiese mezcla de poblaciones. Para solucionarlo se estableció que en aquellos en los que no se alcanzase el 80% pasasen a ser compartidos, y en ellos coexistirían las administraciones francesa y alemana, a las cuales los ciudadanos se dirigirían según su adscripción. Para evitar conflictos y favoritismos se creó un organismo francoalemán, la Cámara de la Unión (que no hay que confundir con la Unión Paneuropea) al cual estaban subordinadas las administraciones locales, y que debía dirimir en los casos más conflictivos como el del reclutamiento. En los años siguientes dicho organismo conjunto se convirtió en el principal órgano administrativo de las regiones disputadas. Dos distritos de Lorena y uno de Alsacia pasaron a ser compartidos. Asimismo se creó el Tribunal Supremo de la Unión cuya función iba a ser amoldar las legislaciones de las dos potencias a la realidad compartida. Ambos organismos tuvieron su sede en Estrasburgo.

Adicionalmente, incluso en los distritos que se decantasen por una potencia se creó otro organismo que representaría a los que se decantasen por la otra, salvaguardando sus derechos ciudadanos y lingüísticos: en la práctica, Alsacia, Lorena y el Sarre se convirtieron en bilingües. Una cláusula adicional establecía que los ciudadanos franceses o alemanes no podrían ser relegados por su adscripción, aunque tuviesen su residencia en un distrito que se hubiese decantado por la otra potencia. Asimismo las dos potencias dispusieron del derecho de vetar las decisiones tomadas por la otra potencia que atañesen a las regiones en disputa, incluso en las circunscripciones que no eran compartidas por tener mayoría francesa o alemana. Para esos casos se estableció un mecanismo para resolver disputas que implicaba a la Cámara y al Tribunal de la Unión, y a los tribunales supremos francés y alemán.

Posteriormente el principio de soberanía compartida fue ampliado. El derecho de adscripción (es decir, la elección de una u otra ciudadanía) y de residencia se extendió a todo el territorio de Francia y de Alemania. Se llegó asimismo a un acuerdo similar con el Reino de Italia. En la posguerra el Tratado de Breslau extendió la soberanía compartida a los antiguos territorios polacos, permitiendo el renacimiento de Polonia, aunque subordinando su política exterior a la Unión Paneuropea.

El interés de las potencias en inclinar a la población hacia uno u otro lado hizo que las regiones de soberanía compartida recibiesen un trato preferente, que favoreció su desarrollo económico y demográfico. Como era de esperar, se produjeron desencuentros, en ocasiones debidos a vetos (siendo más frecuentes los franceses), o a decisiones del Tribunal de la Unión; más frecuentemente se debieron a acciones de grupos radicales. El más grave fue el motín de las banderas de 1943, cuando un grupo de incontrolados quemó la bandera del Reich que ondeaba en Estrasburgo para sustituirla por la tricolor. Los radicales tuvieron que ser disueltos por la policía, pero en las siguientes horas se produjeron disturbios que causaron al menos siete víctimas mortales. El gobernó de París desautorizó a los revoltosos y colaboró con las autoridades alemanas; en Estrasburgo, una gran manifestación a favor de la soberanía compartida, en la que participaron al menos medio millón de personas (de las que al menos una tercera parte eran francoparlantes) mostró el gran apoyo popular que tenía el nuevo régimen.

El reparto de Bélgica

Considerando que la situación de los Países Bajos era similar a la de las regiones limítrofes, se estableció un estatuto similar que afectó sobre todo a Bélgica, que fue repartida entre sus vecinos. Se estableció que los cantones belgas tenían que elegir entre unirse a Holanda (lo que hizo la zona de habla flamenca), a Francia (destino de la francoparlante, incluyendo Bruselas, la antigua capital) o al Reich, lo que hicieron los cantones germanófonos del oeste de Bélgica. En el plebiscito de 1947 que consolidó el reparto los antiguos ciudadanos belgas solo pudieron escoger entre las tres opciones: hasta 1957 no se restauró el estado belga según los mismos principios que el polaco; aunque parece que Bélgica fue peor tratada que Polonia, en el ánimo tanto de Romier como de Von Papen pesaba el convencimiento de que Bélgica era una creación artificial impuesta por Gran Bretaña.

Paradójicamente la monarquía belga no fue abolida, aunque pasó a ser un título honorífico integrado en el Reich. Leopoldo III se erigió en representante de los antiguos belgas logrando un merecido respeto en su antiguo pueblo, y su vuelta al palacio real Bruselas en 1958 fue un acontecimiento de masas.

El tratado estableció que Luxemburgo volvía al Imperio Alemán como región autónoma. En el caso de Holanda, el tratado acusó a la Casa de Orange de abandonar a su pueblo, declarándola traidora. Se estableció una regencia y Holanda fue admitida en la Unión Paneuropea, estableciendo que tras diez años el pueblo holandés decidiría si integrarse en el Reich como un estado autónomo, o conservar la independencia; hasta entonces se convertiría en un protectorado de Alemania, con una figura legal similar a los protectorados de Bohemia o de Eslovaquia…

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Sab May 07, 2016 5:44 pm

Capítulo 4

Hay siempre dos personas en cada imagen: el fotógrafo y el espectador.

Ansel Adams


A cientos de kilómetros de Moscú, casi en los confines de Europa, el paisaje está dominado por extensos bosques apenas tocados por la mano humana; pequeños claros albergan aldeas que llevan un milenio tratando de sobrevivir en un ambiente hostil. Pero a esos viejos asentamientos se han añadido otros en los que seres aun más desgraciados intentan llegar vivos a la siguiente noche.

En uno de esos claros se alza una ciudad extraña. Construida con maderos y telas, en nada se parece a las cabañas de troncos de la región, ni siquiera a los aislados monasterios que un día fueron focos de cultura y que hoy languidecen abandonados. Las nevadas han hundido techos y paredes, pero eso no es óbice para que una multitud de desgraciados se afane en reconstruirlos. Vigilados por guardas que esgrimen tanto porras como armas, los presos sustituyen las tablas rotas y vuelven a tender las lonas que remedaban las fachadas. Más de uno mira las casas con desaprobación: no serían capaces de aguantar la nieve ni aunque estuviesen bien hechos; pero los que tratan de convencer a los capataces son reprendidos y golpeados.

Otro hombre, también con abrigo verde, pasea entre las construcciones, comparándolas con las fotografías que lleva en una carpeta; grita cuando algo no coincide, y los guardas empujan a los prisioneros para que corrijan el error.

Cuando acaba el día, los trabajadores son arreados como ganado a un cercano campo, del que solo saldrán para reparar una y otra vez el decorado de maderas y telas. Porque se trataba de enemigos del pueblo irrecuperables, que así hacían un último servicio a la Patria antes de ser recompensados con un tiro en la nuca.

Cerca de allí, otros presos igual de miserables terminaban en medio del bosque un campamento parecido al suyo, con grandes barracones, alambradas y torres de vigilancia. Imaginaron que la vesania de Stalin iba a llenarlo de más víctimas.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Sab May 07, 2016 5:48 pm

Sin embargo los que llegaron al nuevo campo no llevaban los harapos carcelarios sino uniformes verdes de nueva factura. Se alinearon en la explanada cubierta de nieve que había ante los barracones para escuchar la arenga del coronel.

—¡Camaradas! El destino del mundo depende de nosotros. Nuestra Sección Especial ya hirió a la bestia fascista en Jerusalén, y ahora nosotros vamos a tener la oportunidad de rematarla.

Los soldados permanecieron firmes y en silencio, aunque en el interior se regocijaron, pues coronel les había confirmado lo que hasta ahora solo era un rumor: había sido un equipo como el suyo el que había acabado con Goering y Mussolini.

—¡Compañeros! Sois hombres inteligentes y sabréis que la misión que la Patria va a encomendarnos no será nada fácil. La bestia fascista ha conocido el poder de nuestras garras, y ahora vamos a atacarla en su guarida, donde se refugia y se defiende con todo su poder. Va a ser una misión difícil que lograremos, pues daremos nuestro mejor esfuerzo para el triunfo de la Revolución Mundial. Será difícil escapar, pero todos entregaremos nuestra vida con gusto si la Patria nos la pide.

Los agentes habían sido seleccionados cuidadosamente por sus antecedentes proletarios sin tacha y por su entusiasmo político, pero también por su inteligencia. Por eso se mantuvieron firmes, sin apenas cambiar su expresión, pues eran tropas de élite que no se entregaban a entusiasmos inútiles. Siguieron escuchando al coronel mientras pensaban en la manera de cumplir mejor su misión.

Olexiy Aksakov era uno de los soldados. Hijo de un obrero ferroviario de Leningrado que había muerto luchando contra los blancos, había destacado en la escuela, en el Komsomol y el ejército, antes de ser llamado por la NKVD para sus grupos de acciones especiales. Con ellos había participado en la Guerra de Invierno contra los traidores fineses que habían abandonado a la Madre Patria en el momento de la Revolución, y había efectuado varias incursiones en las líneas enemigas. Operaciones muy difíciles de las que pocos volvieron, pero que endurecieron a los supervivientes. Como Olexiy, sus nuevos compañeros Viktor, Arkhip, Savely, Emelyan, mandados por el teniente Sviatoslav, pertenecían a la flor y nata del proletariado y tenían experiencia de combate adquirida en Mongolia, Polonia y Finlandia.

El teniente había renunciado a aleccionar a sus hombres. Los sabía más entusiastas que él mismo, y cualquier arenga sonaría falsa. Dejaría los discursos para el zampolit que iba a darles la lata todas las noches, y preparó a su equipo para la operación. Les dijo que iban a tener que entrenarse duramente pues esta vez se enfrentarían a una tarea mucho más difícil que nada que hubiesen hecho, pero que lográndola conseguirían que el proletariado diese un paso de gigante en su pugna contra los opresores fascistas. Iba a ser una misión tan exigente que solo los mejores podrían cumplirla. En las próximas semanas iban a tener que esforzarse como nunca lo habían hecho para conseguir el privilegio de servir a la Rodina.

Luego les distribuyó las armas. No eran rusas, sino alemanas y francesas: subfusiles M38 y fusiles Máuser —con alza telescópica—, fusiles ametralladores MAC 24/29, bombas de mano F1, y cantidades ingentes de munición. Durante los días siguientes la escuadra hizo miles de disparos, pues tenían que conocer a fondo las tres armas. También se entrenaron en la lucha cuerpo a cuerpo y con arma blanca, y en demoliciones, haciendo caer cientos de árboles del bosque mediante pequeñas cargas.

Más sorprendentemente, los soldados tuvieron que dedicar horas al estudio de idiomas. Se esforzaban en aprender unas palabras de alemán y de francés; aunque nunca podrían pasar por uno de ellos, tenían que ser capaces de responder a saludos sencillos, y poder interrumpir a cualquier preguntón incómodo. Si no bastaba, sería el turno de los cuchillos.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Sab May 07, 2016 11:04 pm

Ay mae, ¿que estarán tramando los tovarish??

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Dom May 08, 2016 12:10 am

Tovarich Eriol, por favor, preséntese de inmediato en la sede de la NKVD más cercana a su domicilio. El camarada Secretario General quiere tener unas palabras acerca de su falta de fe en el Partido y sus comentarios burgueses.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Dom May 08, 2016 1:21 am

Jajajajajaj!!!

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Dom May 08, 2016 1:28 am

Los mandos animaron a los soldados para que trabasen lazos con sus compañeros, con los que convivían día y noche, hasta convertirlos en algo parecido a hermanos. Los oficiales estaban atentos a los conflictos entre sus hombres, y más de un soldado tuvo que cambiar de escuadra. También siguieron familiarizándose con sus armas en el campo de tiro, que tenían que dominar mejor que las de su propio ejército. Solo cuando las manejaban al dedillo pasaron a entrenarse. Las escuadras tuvieron que aprender a cooperar hasta que cada uno sabía qué iban a hacer los demás.

Los entrenamientos no solo eran en los bosques cercanos, sino también en los barracones del campamento. Un veterano de la guerra civil española, que había luchado en la Ciudad Universitaria de Madrid y en Teruel, les enseñó las mañas del combate callejero, que tenían que ensayar una y otra vez. Los ejercicios eran con fuego real y varios observadores juzgaban su actuación. Cuando en otra escuadra una bomba de mano lanzada intempestivamente causó tres bajas, se detuvo a los supervivientes, incluyendo al teniente que la mandaba: era un fallo del equipo. Otra escuadra fue apartada cuando no mostró suficiente resolución.

Cuando la noche caía era el momento de las lecciones. Los instructores les advirtieron que no eran juegos, y quienes no se aplicasen también serían descartados. Estudiaron idiomas, formación política, pero también pasaron muchas horas estudiando fotografías y viendo películas de calles francesas y alemanas, para que supiesen como vestir y cómo moverse por ellas.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Dom May 08, 2016 11:35 pm

Los ejercicios se fueron haciendo cada vez más difíciles y complejos. Las escuadras se enfrentaban unas contra otras en el bosque y entre los barracones. Los observadores permanecían atentos a los movimientos de los soldados, y pronto los que habían mostrado menos diligencia, menor iniciativa o, simplemente, no eran capaces de orientarse, eran apartados. En una semana otros diez soldados desaparecieron, así como tres oficiales. Habitualmente desaparecían equipos completos, mostrando que el fallo de una persona comprometía a todos. Las escuadras empezaron a actuar más integradamente, pero también los peores de los soldados sufrieron las consecuencias de su torpeza. Tres fueron golpeados brutalmente, y otros dos denunciados; los cinco desaparecieron, pero no se molestó al resto del equipo. Felizmente, el de Olexiy fue de los pocos en los que todos los componentes se esforzaron al máximo, redundando en el buen rendimiento del equipo.

Un día los soldados fueron reunidos en un barracón para ser informados del siguiente ejercicio. El coronel entregó a cada uno de los sesenta que quedaban una chincheta con un número. La misión que iban a tener que cumplir, les dijo, era de lo más sencillo: tenían que clavar su chincheta en la puerta de un monasterio de la ciudad de Koygorodok —les mostró una foto de la iglesia— y luego volver al campamento antes de cinco días. Iba a ser una misión eliminatoria: solo los veinticinco mejores serían seleccionados. Entonces el coronel les sorprendió al indicarles cuáles serían las reglas del nuevo juego: ninguna. Podrían intentar cumplirla individualmente en grupo, hacerse con el equipo que quisiesen, y hacer lo que fuese para llevar a cabo la misión. Tendrían autorización para cometer cualquier delito, incluso matar; lo único que importaba era que clavasen su chincheta y volviesen antes de cinco días.

A los soldados, criados en la rígidamente organizada Unión Soviética, donde cada acto estaba reglamentado, les extrañó que se les diese tal libertad de acción. Simplemente llegar hasta el monasterio sería difícil: siendo rusos ya sabían del frío, pero además su experiencia en Finlandia les decía que realizar esa misión en pleno invierno ártico no sería fácil; pero al menos sabían cómo orientarse y sobrevivir en los bosques. Esperaron que se les entregasen mapas y brújulas, pero el coronel les ordenó que se alineasen y se denudasen. Fueron registrados minuciosamente, y luego se les entregó unos andrajos con los que tenían que vestirse: ropas de prisioneros. El coronel les dijo que se iba a alertar a la milicia de una fuga masiva de un campo próximo. Tras colocar a los soldados unas capuchas que los cegaban, los maniataron, los subieron a camiones que partieron en varias direcciones y, cada varios kilómetros, los lanzaron de uno en uno a la nieve.
Última edición por Domper el Mar May 10, 2016 3:22 pm, editado 1 vez en total

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun May 09, 2016 9:06 pm

Olexiy fue uno de los últimos en ser empujado. Cayó sobre la blanda capa y dio varias volteretas antes de parar. Inmediatamente empezó a contorsionarse hasta conseguir poner las manos ante su cara. Apartó la capucha, viendo que estaba en un camino en medio de un bosque, ahora sin hojas. Iba a intentar quitarse las ataduras cuando le pareció escuchar un ruido. Temiendo una añagaza, Olexiy cubrió con nieve la marca que había hecho al caer, se tendió bajo un arbusto y se cubrió con más nieve. Poco después pasó un camión que circulaba muy despacio, con dos milicianos agarrados a las puertas que parecían buscar huellas; pero no vieron a Olexiy y el camión pasó de largo. Solo cuando se hubo alejado el soldado empezó a frotar las cuerdas contra una piedra, hasta conseguir cortarlas y liberarse las manos. Luego se introdujo dos dedos en el ano: aunque los hubiesen registrado, Olexiy conocía un escondite que los guardias no revisaban. Sacó un estuche que limpió con la nieve, y de él unos rublos, una pequeña navaja y una brújula. Con la navajita, que no asustaría ni a un niño, cortó un palo y lo aguzó: ya tenía un arma.

Entonces Olexiy meditó sobre sus próximas acciones. El cielo estaba encapotado y no se veía el sol, pero con la brújula supo que la carretera iba de norte sur. Tampoco le servía de mucho, porque ni sabía dónde estaba ni dónde quedaba su objetivo; poco conseguiría andando sin rumbo por el bosque. Pero si seguía por la carretera, las ropas de presidiario le delatarían. Cualquier policía que lo viese lo detendría, y se habría acabado el ejercicio, la participación en la operación, y a saber qué más. Es decir, tenía que hacer dos cosas. Necesitaba cambiar sus ropas, y tenía que averiguar dónde estaba. En la Rodina no había carteles de carreteras, y no podía ir a la primera casa que encontrase y preguntar. Salvo que…

Olexiy anduvo hasta los bosques, dejando un rastro más que visible, y volvió sobre sus huellas para volver a ocultarse junto a la carretera. Un par de horas después había empezado a caer la noche y la temperatura se había hecho heladora, pero en el agujero cubierto de nieve no se aguantaba mal. Entonces oyó que el camión volvía. Al pasar junto a sus huellas se detuvo, y del vehículo descendieron dos milicianos que siguiendo el rastro se adentraron en el bosque. En la caja del camión se quedaron tres prisioneros esposados, vigilados por el conductor. Poco después también el tercer guardia bajó y se acercó a un árbol, con la intención de aliviarse. No notó que Olexiy se le acercaba hasta que rodeó su cuello con la chaqueta y empezó a apretar. Olexiy hizo señas a los prisioneros para que siguiesen en silencio. Cambió sus ropas por las del guardia inconsciente y tomó su fusil. Luego esperó a los milicianos que se habían internado en el bosque.

Pocos minutos después volvieron, con sus uniformes cubiertos de nieve y rezongando.

—Vladimir ¿has visto algo? El rastro se pierde entre los árboles y con tan poca luz me podría chocar con ese malnacido y no lo vería —dijo uno de los milicianos mientras se aproximaba.

Olexiy no respondió, porque no sabía hasta qué punto se conocían los guardias y si se reconocerían por sus voces. Los dejó acercarse y, cuando estaban a punto de subir a la cabina, les apuntó con el fusil. Sorprendidos, los dos milicianos levantaron las manos. Olexeiy los desarmó y los ató con sus propias ropas, y mientras los seguía encañonando registró la cabina hasta que encontró las llaves de las esposas. Soltó a sus compañeros y les dijo que desnudasen a los guardias.

—¿Qué hacemos con ellos? —preguntó uno.

—Si los dejamos, nos delatarán —repuso otro de los soldados.

—Pero no podemos matarlos.

—Las instrucciones fueron claras —dijo Olexiy—. Tenemos que hacer lo que sea para conseguir nuestro objetivo, y si fuese por mi me los cargaba. Pero aun nos harán un servicio. Dadles vuestros uniformes de presos, pero quedaos con las botas.

Los dos milicianos se pusieron las ropas. Olexiy les ordenó que tomasen al otro guardia —solo inconsciente— y que subiesen a la cabina.

—Si queréis vivir seguiréis mis órdenes. Os vamos a atar y amordazar, y además os vigilaremos de cerca. Como os oiga aunque solo sea toser, os abandonaremos en el bosque.

—¡Sin botas no aguantaremos ni una hora!

Olexiy era un soldado de élite y durante su servicio en Finlandia había sentido en su nuca el aliento de los cobardes de la NKVD, que solo se atrevían a disparar contra indefensos reclutas. Despreciaba a los guardias de los campos, y creía que su muerte haría más bien que mal a la patria. Apuntó a los dos vigilantes hasta que cedieron. Los compañeros los ataron y los echaron al fondo de la caja del camión. Luego se puso al volante y abandonó el lugar.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar May 10, 2016 3:20 pm

Había un plano en la cabina del camión, pero seguía sin servir de mucho si Olexiy no sabía dónde estaba. Pero ahora el uniforme de la NKVD le daba la manera de averiguarlo. Condujo el camión por la carretera hasta que se aproximó a una granja; entonces lo escondió en un ramal, cuidando con no dejarlo atrapado en la nieve, pero sin olvidar cubrir el rastro. Con un compañero se dirigió hacia la casa; los otros esperaron en la cabina del camión y vigilando a los guardias. Olexiy aporreó la puerta de la isba; una mujercilla abrió la puerta y al verle, empezó a temblar; nada era más temido que una visita nocturna de los Órganos, la temida NKVD.

El soldado empujó a la mujer y entró en la casa. Allí empezó a gritar. Estaba persiguiendo a unos contrarrevolucionarios fugados ¿se habían escondido allí?

—No, señor policía, aquí no he visto a nadie, se lo juro por… Digo, le prometo por mis padres que aquí no están.

—Vieja, a los órganos no se les engaña ¿Dónde están esos traidores?

La mujer siguió insistiendo en que estaba sola. Dijo que su marido había muerto y que su hijo había sido reclutado. Olexiy siguió acosándola y le obligó a que le mostrase la despensa, para comprobar que no estuviese contrabandeando alimentos. Una vez en ella, “confiscó” un par de botellas de vodka y un buen pernil. Solo entonces le dijo a la mujer que creía en lo que le decía, pero que tenía que seguir buscando a los presos. Le preguntó a qué distancia estaba la siguiente aldea.

—Noshul está a quince verstas hacia mediodía.

Los dos falsos policías salieron: habían averiguado dónde estaban. Exigieron en otra isba que les diesen pan y licor y volvieron al camión. Salieron en la dirección que les había dicho la mujer; pero se desviaron en el primer cruce, y no mucho más allá se escondieron de nuevo para pasar la noche: nadie en su sano juicio conduciría con temperaturas tan bajas. En la cabina habían encontrado el material que necesitaban para pasar la noche: una lona que tendieron alrededor del camión, y una pequeña estufa de carbón que pusieron bajo el motor: la lona y la estufa eran fundamentales para los conductores rusos en invierno. Se amontonaron en los bajos —hasta los guardias presos, pues dejarlos en la caja hubiese sido igual que matarlos— y pasaron la noche lo mejor que pudieron.

Al amanecer siguieron por la carretera. Se cruzaron un par de veces con policías, e incluso con una patrulla con presos, que resultaron ser otros compañeros. Olexiy decidió repetir la jugada de la tarde anterior: diez minutos después los presos eran guardias y los guardias, presos amordazados. La comitiva entró en Koygorodok sin problemas: bastó con esgrimir los documentos de los milicianos y gritar un poco. Una vez en la ciudad, buscó un patio donde esconder los dos camiones. La mayor parte de los soldados se quedaron, vigilando los vehículos y a los presos.

El coronel no había dicho nada de poner la señal personalmente, y Olexiy se temía otra celada. Tomó los clavos de sus compañeros, y acompañado por otro soldado, también disfrazado de guardia, se aproximó al monasterio. No parecía que estuviese vigilado; mas la aventura por el bosque le hacía desconfiar. Que no viese a nadie no quería decir nada: si había vigilantes, estarían escondidos. Hasta resultaba peligroso quedarse rondando por ahí. Pero se le había ocurrido una manera de dejar los clavos sin riesgos. Se vistieron otra vez con los uniformes de presidiario y llamaron a un arrapiezo, al que convencieron para que dejase las marcas en la puerta a cambio de una botella de alcohol. Una vez el chiquillo se fue volvieron a ponerse los uniformes de guardias y vigilaron desde lejos lo que hacía el crío. Habían hecho bien en ser precavidos: el niño pudo llegar a la puerta y dejar los clavos, pero cuando volvía le salieron al paso dos policías. Olexiy y su compañero se volvieron hasta los camiones. La policía empezó a buscar presos por las calles de la ciudad, pero los camiones ya habían salido hacia el campamento.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mié May 11, 2016 10:15 am

Olexiy y los doce hombres que lo acompañaron fueron los primeros en cumplir la misión. El soldado no sabía que esperar, pues no sabía si el objetivo del ejercicio era demostrar su iniciativa o su capacidad de sobrevivir en el bosque en invierno. Tampoco estaba seguro que hubiese hecho bien liberando a sus compañeros. De hecho, el coronel se sorprendió cuando los vio llegar tan pronto. Tras ordenar que llevasen a un calabozo a los guardias que sus soldados habían apresado, llamó por teléfono a Koygorodok para comprobar que se hubiese cumplido la misión. Luego interrogó a los soldados uno por uno, ordenándoles que, por su bien, no callasen nada. Olexiy hasta contó lo del estuche que llevaba en el recto, un viejo truco carcelario que le había enseñado su padre antes de morir en la Guerra Civil.

El coronel interrogó a los demás solados y luego llamó a Olexiy a su despacho. Empezó a acosarlo, preguntándole quién le había dado permiso para apresar policías, para liberar a otros soldados o para robar a los civiles. El soldado no se dejó amedrentar: si se había equivocado al interpretar las órdenes, de todas formas sería castigado, y pidiendo disculpas solo conseguiría empeorar las cosas. Con todo el aplomo que consiguió reunir respondió al coronel que sus órdenes le autorizaban para tomar cualquier medida. El jefe calló unos momentos antes de echarse a reír. Palmeó la espalda de Olexiy, y tras sacar una botella de alcohol y dos vasos, brindó por su ascenso a sargento.

En los días siguientes siguieron llegando otros soldados. La mayoría habían cumplido su misión andando a pie por los bosques nevados, y varios habían tenido que escapar tras ser capturados. Olexiy y sus nuevos amigos —pues los hombres que le habían acompañado sabían que debían a su nuevo líder el superar la misión— pudieron darse el placer de hacer algunas burlas a los recién llegados antes de felicitarles y convidarles. Finalmente fueron treinta y dos soldados los que culminaron la misión; a los siete más lentos no se les descartó, sino que formaron un equipo de reserva. Entre los que no consiguieron llegar estaba el teniente Sviatoslav; Olexiy lo sustituyó al mando del equipo. Lo formaban Viktor, Arkhip y Emelyan, más Irakli había sustituido a Savely, que también había fallado.

A partir de entonces los equipos empezaron a entrenarse en el poblado Potemkin. Se reunió a los soldados en el cobertizo, donde se les proyectó una película; no era de entretenimiento, ni siquiera un documental, sino una sucesión de fotografías de una ciudad que por sus formas se veía claramente que no era rusa. Luego les entregaron un plano y les llevaron a recorrer el decorado. Vieron que las casas seguían fielmente el trazado de las calles del plano. En la periferia la confección del decorado era muy tosca, pero a medida que se acercaban al centro los edificios estaban mejor imitados. Solo en su aspecto, pues eran poco más que andamios con lonas pintadas que simulaban las fachadas; pero puertas y ventanas eran practicables. Incluso en algunos edificios del centro el interior también estaba imitado; aunque los instructores tenían pocas fotos de esos interiores —apenas unas pocas del gran templo— disponían de descripciones bastante detalladas.

Los soldados se familiarizaron con el poblado. Primero, paseando por él; luego, entrenándose por sus calles. Tenían que perseguirse unos equipos a otros, defender objetivos o buscarlos, tender emboscadas… juegos que parecían pueriles pero que estaban destinados a que conociesen las calles tan bien como las palmas de sus manos. Se entrenaron tanto a la luz del día como por la noche a pesar del frío helador. Luego, en los periodos de descanso, volvían a repasar las fotografías de la ciudad.

Un día les entregaron otras fotos, esta vez de personas, y se les ordenó que las estudiasen: iban a ser sus objetivos.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 12, 2016 10:39 am

De Globalpedia, la Enciclopedia Total.

La Purga del Hambre

La Purga del hambre (en ruso “produvka golod”, aunque también conocida en Rusia como la “era de Beria”) es el nombre que se da a una serie de campañas de represión, persecución y asesinatos políticos llevadas a cabo en la Unión Soviética en 1941 y 1942. Fue continuación de la “Gran Purga”, y fue llamada “del hambre” por coincidir con una grave hambruna provocada por la requisa de grandes cantidades de cereal que iban a ser vendidas a Alemania y a sus aliados.

En esta purga el número de ejecuciones fue inferior al de la “Gran Purga”, y se estima que las víctimas directas de la represión fueron entre la tercera parte y la mitad de la persecución anterior. Sin embargo la hambruna causó un número de muertes muy superior. La mayoría se produjeron en distritos sospechosos de colaboración con los enemigos de la Unión Soviética, en las que las requisas de cereales apenas dejaron reservas; los documentos demuestran que esas requisas fueron aprobadas personalmente por Stalin, el dirigente de la Unión Soviética.

Los militares fueron de nuevo los más afectados por la persecución, especialmente los de los distritos militares del oeste o los relacionados con las fuerzas mecanizadas. En esta ocasión la persecución no se limitó, como en la anterior, a los oficiales de alta graduación, sino que también afectó a oficiales subalternos. Decenas miles fueron ejecutados, y muchos más enviados a campos de trabajo o expulsados de las fuerzas armadas. Se promovió a sus sustitutos atendiendo sobre todo a sus antecedentes proletarios, y el cuerpo de oficiales políticos fue reforzado, pasando a ejercer la máxima autoridad del ejército. También sufrieron la persecución sectores ya afectados por la anterior purga, y muchos presos fueron juzgados de nuevo y ejecutados.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 12, 2016 10:52 am

Capítulo 5

Que inapropiado llamar Tierra a este planeta, cuando es evidente que debería llamarse Océano.

Arthur C. Clarke


De Globalpedia, la Enciclopedia Total

El combate de las islas Dahlak

Tras la caída de Jartum en manos italianas el general Platt comunicó a Londres que no podría mantener la resistencia en Sudán, y su XX cuerpo emprendió la retirada hacia Suakim, en la costa del mar Rojo. Platt disponía de unos 52.000 hombres, de los que tan solo 16.000 eran tropas de combate, con las que estableció un perímetro en torno a los puertos de Suakim y Port Sudán. La línea defensiva era de casi setenta kilómetros, por lo que las tropas de Platt solo pudieron establecer media docena de puntos fuertes, notoriamente insuficientes en caso de un ataque acorazado. Considerando la debilidad de sus fuerzas, Platt apremió a Londres para que acelerase la evacuación. Sin embargo la presencia de cuatro destructores italianos en Massawa obligaba a escoltar a los buques que participasen e impedía utilizar fuerzas ligeras.

El seis de enero, el mismo día en el que los italianos enlazaban en Mentema con su colonia aislada de Abisinia, llegó a Port Sudán un primer convoy británico compuesto de dos cruceros, cuatro destructores y siete buques de transporte, que evacuó a 17.000 hombres. La navegación del convoy discurrió sin incidentes hasta las cercanías de Adén, donde fueron atacados por aviones franceses e italianos, que averiaron al transporte Duchess of Bedford. Un segundo convoy evacuó de Port Sudán a otros once mil hombres el doce de enero, pero el Empress of Japan se hundió en el estrecho con gran pérdida de vidas tras chocar con una mina. Por entonces Platt había tenido que evacuar Port Sudán y tan solo mantenía Suakim. Aunque al reducirse la bolsa la resistencia era más firme, se estaba quedando sin municiones, por lo que solicitó que el siguiente convoy le suministrase las que necesitaba.

Hasta entonces la flota del Índico, mandada por el almirante Layton y formada por el acorazado Royal Sovereign, el portaaviones Hermes, cuatro cruceros pesados y tres ligeros, se había mantenido fuera del Mar Rojo para no exponerse a los ataques aéreos. Sin embargo Layton recibió un informe según el cual el Canal de Suez estaba abierto de nuevo a la navegación, y que varios buques de guerra de grandes dimensiones lo estaban atravesando. Layton decidió escoltar al convoy con su acorazado y con los cruceros pesados Shropshire y Exeter. Renunció a llevar al Hermes a causa de lo débil de su grupo de caza.

El día catorce de enero una agrupación francesa mandada por el almirante Laborde había cruzado el Canal de Suez. Estaba formada por el acorazado Strasbourg, cuatro cruceros (Algérie, Dupleix, Colbert y Marseillaise) y seis destructores. Los buques de Laborde se mantuvieron en las cercanías de Sarm-el-Seikh hasta que el diecinueve de enero fue informado de la entrada de una agrupación enemiga en el Mar Rojo. Laborde confiaba que sus buques derrotarían con facilidad a los barcos ingleses, ya que no sabía que su enemigo contaba con un acorazado.

Al amanecer del día 21 un hidroavión lanzado por el Marseillaise localizó al convoy a ochenta millas al sur, escoltado por cruceros y destructores, pero falló en detectar la presencia del acorazado de Layton. Simultáneamente los barcos de Laborde eran descubiertos por un hidroavión del Exeter. Dos horas después desde el Strasbourg se divisaron los mástiles de un crucero, que resultó ser el Shropshire, y diez minutos después el acorazado francés abrió fuego. Unos minutos más tarde se incorporaron al combate los cruceros pesados de ambos bandos. Los cruceros de Layton, en desventaja frente a los barcos franceses, se retiraron hacia el Royal Sovereign. A las 9:55 desde el Strasbourg se descubrió la presencia del acorazado británico.

El Royal Sovereign era, aparentemente, más potente que el acorazado francés, a veces descrito como crucero de batalla a causa de su armamento, relativamente poco potente, y por su protección limitada. Los cañones de 381 mm del acorazado británico podían perforar con facilidad los 280 mm de coraza francesa, mientras que los cañones de 330 mm franceses solo tenían capacidad marginal contra el barco británico. Sin embargo el Royal Sovereign apenas había sido modificado en el periodo de entreguerras. Su artillería principal seguía teniendo una elevación máxima de 20º que limitaba el alcance a 21.000 m, mientras que la del Strasbourg superaba los 40.000 m.

Al descubrir la presencia de un acorazado enemigo Laborde rehuyó el combate y mantuvo una distancia superior a 22.000 m. Layton intentó dar caza a los barcos franceses, pero la superior velocidad del Strasbourg permitió que Laborde permaneciese a distancia. Cada pocos minutos el Strasbourg se cruzaba en el rumbo del Royal Sovereign y disparaba varias andanadas, para luego aumentar la distancia antes de caer dentro del alcance británico. En esa fase del combate el Strasbourg consiguió un impacto en el Royal Sovereign: el proyectil, cayendo con gran ángulo de incidencia, perforó la cubierta blindada e inició un peligroso incendio que dejó fuera de combate tres casamatas de 152 mm de estribor. Layton intentó que sus tres cruceros pesados interviniesen en el combate, pero el Strasbourg cambió de blanco y disparó tres andanadas que se acercaron peligrosamente al Shropshire, obligando al almirante británico a ordenar la retirada de los cruceros.

Layton comprendió que no solo no podría alcanzar al Strasbourg, sino que su buque corría serio peligro en un combate a larga distancia, a pesar de lo cual mantuvo la persecución de Laborde para alejar a los franceses del convoy. Laborde suspendió el fuego para ahorrar munición (pues había disparado treinta andanadas con 217 proyectiles), e intentó rodear por el este a los buques ingleses. Pero en el estrecho Mar Rojo Layton no tuvo dificultades para abortar el intento francés. Laborde decidió volver a enfrentarse con el acorazado inglés. Sin embargo la torre II sufrió una avería en su motor que la dejó fuera de combate durante una hora, obligando al almirante francés a interrumpir el combate por segunda vez. Una vez reparada la avería Laborde envió su buque contra Layton. En este tercer enfrentamiento el Royal Sovereign fue alcanzado otras dos veces sin graves consecuencias.

Tras ocho horas de combate para Laborde era evidente que salvo que consiguiese un disparo de fortuna, no iba a conseguir dejar fuera de combate al acorazado inglés. La noche se aproximaba, y el almirante francés sabía que los barcos ingleses estaban equipados con radiotelémetros que les daban superioridad en el combate nocturno, por lo que suspendió definitivamente el combate y se retiró hacia el norte. Layton también abandonó la persecución para no alejarse demasiado del convoy.

Mientras el convoy, que se estaba acercando a Suakim, fue atacado por bombarderos Ju 88 alemanes y torpederos SM.79 italianos. La artillería antiaérea derribó seis de los aviones atacantes, pero estos consiguieron alcanzar al Empire Brutus, cargado con gasolina y municiones, que estalló y se hundió. Los transportes de tropas Orford y Cameronia también fueron alcanzados; aunque el Cameronia pudo seguir con el convoy, el Orford tuvo que embarrancar en la costa de Arabia Saudí. El resto de los buques llegaron a Suakim, pero el estrecho canal de entrada hizo que el convoy no pudiese entrar en el puerto hasta la mañana siguiente. Una vez en la rada los barcos sufrieron repetidos ataques que hundieron al Cameronia y al Ascania.

Durante el día Laborde intentó de nuevo atacar al convoy, pero de nuevo fue descubierto por un hidroavión. El Royal Sovereign se aprestó de nuevo contra el Strasbourg, que rehuyó el combate. Pero desde el Strasbourg se guio a los aviones del Pacto contra los buques de Layton; el almirante inglés sabía que de ser alcanzado su buque no solo estaría perdido el convoy, sino que se comprometería la posición británica en el Índico, por lo que Layton indicó a Platt que solo podría permanecer frente a Suakim hasta el amanecer del día siguiente. En las siguientes horas por lo menos doce mil soldados embarcaron en los tres transportes de tropas que quedaban, que al amanecer partieron hacia Adén. Un nuevo intento de Laborde fue de nuevo abortado por el acorazado de Layton. Sin embargo el Royal Sovereign sufrió un nuevo ataque aéreo, siendo alcanzado por un torpedo que causó daños moderados, pero que limitó su velocidad a 12 nudos. En Adén el convoy fue atacado de nuevo, y el Reina del Pacífico fue alcanzado por cuatro bombas y se incendió; aunque no se hundió, los soldados abandonaron el buque en masa y cientos de ellos perecieron ahogados o atacados por tiburones.

Laborde no intentó perseguir a Layton, sino que condujo sus buques contra Suakim. El crucero Colbert chocó con dos minas y tuvo que volver hacia Suez remolcado por el Marseillaise, pero el resto de la flota inició el bombardeo de las posiciones británicas. Rodeado, casi sin municiones y sin esperanza de rescate, Platt capituló con sus últimos doce mil hombres el 26 de enero.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 12, 2016 11:38 am

Blindaje y pegada vs velocidad...también se aprecia bien el problema del diseño francés de grandes buques.

Me extraña no obstante que no esté el Strasbourg en el Atlántico donde cómo corsario sería más útil. Incluso tras las perdidas en la costa marroquí, cuando se menciona que se mandaron 2 viejos acorazados remozados italianos para sustituirlas, sería más lógico haber mandado estos buques ¿no? Al menos podrían mantener la velocidad del resto de la escuadra con lo que no limitarian su eficiencia táctica. Con mantenerlos a popa de los acorazados de verdad para que no fueran blanco y luego se sumaran al cañoneo serían muy utiles.

Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 12, 2016 12:13 pm

Según lo que se cuenta en la historia, los franceses apenas llevan unas semanas colaborando con el “Pacto”. En ese tiempo no se habrán podido establecer protocolos de comunicaciones, etcétera, por lo que unir el Strasbourg a los acorazados rápidos alemanes puede suponer más una rémora que una ventaja, y parecido pretender que operen junto a los barcos italianos. Tal vez en un futuro, pero en ese caso, como bien indicas, el lugar del Strasbourg está junto a los barcos más modernos.

Por otra parte, utilizar al Strasbourg como corsario, operando por libre en el Atlántico, aun puede suponer cierto riesgo de defección.

Más: se trata casi del único acorazado que se dispone que se puede enviar al Mar Rojo: los Cavour modernizados no pueden enfrentarse ni contra los clase Revenge y sus cañones de 381 mm, y el Provence aun peor, porque estaría superado en potencia de fuego y armamento, y no podría utilizar la velocidad. Además, meter a los Cavour en un duelo aunque sea retrasados me parece un grave riesgo, porque en cuanto sean identificados pasarán a ser los primeros objetivos: es mejor empezar por el barco menos blindado (el crucero de batalla o el acorazado viejo), dejarlo fuera de combate a las primeras de cambio, y luego volverse contra los modernos, que al revés.

Más aun: la presencia de un acorazado rápido como el Strasbourg en el Mar Rojo supone una gravísima amenaza: a los ingleses solo les queda su enclave de Adén. En el estrecho de Bab el Mandeb no había artillería (las posiciones existentes son muy posteriores, de los años sesenta) y la única manera que tenían los británicos para cerrar el estrecho era mediante campos minados (que dan seguridad relativa y pueden dragarse) o aviación, sometida a la superior fuerza aérea germanoitaliana.

Si el Strasbourg sale al Índico puede operar con casi total libertad, sin que haya en ese océano nada que pueda darle caza: casi el único buque capaz de hacerlo sería el Hood, y tal vez el Renown , que están en el Atlántico norte. Si la RN se ve obligada a desplegarlos en el Índico, el Pacto consigue una victoria estratégica. Aparte que, navegando por vías interiores, el Strasbourg podría estar en Gibraltar en poco más de una semana. Es decir, un acorazado rápido en Suez o en el Mar Rojo supone un caso paradigmático de “flota en potencia” que causa serias dificultades al despliegue contrario.

Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 12, 2016 1:45 pm

Curioso, pasarían de ser "cazadores de corsarios" como los Deutschland (Lutzow) y Admiral Scheer a corsarios terriblemente eficaces.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 12, 2016 2:11 pm

La cuestión de la eficacia de los corsarios, por desgracia, sería para tomarla con pinzas. No olvides que estamos en 1942 cuando los aviones se empiezan a equipar con radares, y hay muchos más aparatos disponibles que unos meses antes. Aparte que el horizonte desde un acorazado es mucho menor que desde un avión: la combinación ideal sería tener aviones operando desde Djibouti o desde la Somalia británica (cuando se recapture) que guíen a los barcos de superficie. Pero en ese escenario un crucero lo hace tan bien como un acorazado.

Es más que probable que el Strasbourg cambie de aguas en un futuro próximo y se una a la flota del “pacto” con los acorazados rápidos, que habíamos dejado en Casablanca y no sé si pretende seguir dando guerra. Literalmente.

Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 12, 2016 2:18 pm

Y, con la enorme ventaja que suponen las lineas interiores, trasladar la escuadra de Cadiz en un momento hasta el Mar Rojo para que hagan una apaño bueno con todo lo que encuentren por allí??Así facilitarian la salida del Strasbourg al Índico para ponerse las botas y no sería difícil mandar un aprovisionador al Índico medio para que una vez se de un par de vueltas por Ceilan o Golfo Pérsico reposte y se vuelva a casa rodeando África, repostando otra vez en el Altántico sur. Cómo bien dices obligaría a mandar buques al Índico desguarneciendo el Atlántico propiciando otra salida del gueso de la flota del pacto que ya estaría otra vez en Cadiz...las ventajas del Mediterráneo que en otros sitios no se aprecian. :roll: :roll:

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 12, 2016 7:19 pm

Cierto, como corsario en el 42 la vida no era nada fácil (aunque creo que los japoneses los emplearon en el Índico ese mismo año), pero es muy probable que el los buques con radar se reservaran en principio para el Atlántico, donde la amenaza de superficie es mucho mayor (cuatro países reunidos contra la Royal Navy) y las líneas de comunicación marítima, más críticas.
Obviamente, que se presente un buque del porte del Strasbourg en el Índico trastocaría todos los convoyes en el Índico (aunque no se si navegaban así o en solitario) y ocasionaría que, al menos, se enviase alguno de los KGV o a la pareja Renown y Hood. Si se envía a esa pareja la línea de vigilancia del Atlántico Norte se debilitará y será muy vulnerable, aunque los portaaviones ya serían una seria amenaza mientras no haya operaciones más acuciantes que los reclame en el Atlántico.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 12, 2016 7:21 pm

En el Índico se navegaba individualmente, salvo algunos convoyes de especial valor.

Respecto a lo de amanecer toda la flota en el Mar Rojo, recordad que son quince días ida y vuelta. Solo lo haría si hubiese algún objetivo que mereciese la pena. Claro que, ahora que lo pienso, sí lo hay y cerca de... Ya veremos.

Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 12, 2016 9:08 pm

Como decía un humorista: "¡Uy que malajeeeeee!" :twisted: :twisted:

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 12, 2016 10:18 pm

Caguen to...ya estamos con la intriga. Si lo se me quedo calladito
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