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Re: Crisis. El Visitante, parte III

Sab Feb 04, 2017 10:25 pm

—¿Hay algún cazador en la sección? Pelo o pluma, poco importa ¿Algún escopetero?

El teniente Padrós seguía buscando pero los reclutas, aun llevando cuatro días en el ejército, ya sabían que en la mili voluntarios ni para el rancho, y menos ahí, donde los ingleses premiaban a los espontáneos con medallas de plomo. El oficial juró un par de veces y al final habló con el sargento Ballarín, que pegó un berrido.

—¡Curilla! ¡Dónde leches te has metido!

—A sus órdenes, mi sargento —dijo Eustaquio resignándose.

—¿No pone en tu cartilla que tiras bien? ¿Es que no quieres servir a la Patria?

—Mi sargento, le di a la diana pero debió ser suerte. Era seminarista y no cazador —el recluta pensó que allá arriba le disculparían la mentirijilla. Había cazado una miríada de bichos pero no quería anotarse nada que tuviese alma.

—Me importa una p***a que acertases por suerte o porque pasase un ángel. Ve zumbando con el sargento Atienza que él te explicará. No penes que pronto estarás en un sitio mejor —dijo el sargento mirando hacia lo alto.

El humor negro del suboficial era lo último que le faltaba al recluta. Se acercó hasta el otro suboficial, el que por sus ropas parecía un pordiosero. Eustaquio sabía del rango que tenía porque se lo habían dicho, pero en eso que hacía pasar por uniforme no se veía ninguna insignia. El suboficial lo miró de arriba abajo y empezó a preguntarle.

—¿No eras tú el seminarista? Mejor, que en mi comarca los curas eran los más escopeteros ¿Tú cazabas?

Eustaquio notó que el sargento estaba mirando como empuñaba el arma, y supo que no podría engañarle.

—Un poco, mi sargento. De crío con tirachinas, luego en las vacaciones del Seminario salía con mi padre a gastar unos granos de pólvora.

—¿Vacaciones? ¿Cazabas en verano? Vaya furtivo que estás hecho. Después te confesarías.

—Mi sargento, siempre llevábamos una perdiz o algún conejo a la parroquia. Para los pobres.

—¡P’al pobre cura, me imagino! —dijo Atienza riendo—. Me gustas. Si cazabas con tirachinas será porque sabes acercarte a los bichos. Mejor, porque aquí me dedico a otra caza que es un poco respondona. Más vale que sepas disimulo o no durarás mucho conmigo. Pero primero veremos si dices verdad ¿Ver esa chumbera? ¿La que está a cincuenta pasos?

—Claro, mi sargento.

—Pues entonces me dices en qué lado está la flor.

Eustaquio señaló un punto de color en una pala a la derecha.

—Quiero que la desmoches. Tienes tres tiros. Tómate tu tiempo y hazlo bien.

El antiguo seminarista pero también cazador miró la hierba y vio que la sacudía un vientecillo que podía desviar el proyectil. Además no conocía su fusil, que le habían entregado en Algeciras pero que no había usado aun. Cargó el primer cartucho y apuntó a una piedra situada en una ladera. Disparó y vio que la bala se había ido una mano a la derecha y abajo. Entonces encaró la chumbera, compensó la desviación, respiró suavemente y mientras espiraba apretó el gatillo. La flor se deshizo. Sobraba un disparo.

—Bien, bien. Buen truco lo de ensayar con la ladera.

—Como no había podido regular el fusil he tirado para hacerme idea del ajuste. Es un truco que usábamos por Artajona para no espantar la presa.

—Me parece que nos llevaremos bien. Aunque —siguió el sargento mientras miraba a Eustaquio de arriba abajo— ¿Tú no tendrás reparos en matar herejes?

—Mi sargento…

—Me lo imaginaba. Todas esas pamplinas del no matarás que os meten en la mollera. Sepas que lo de no matar es a personas y los herejes no lo son ¿Entendido? Son ralea, hijos indignos de una loba y Satanás que no merecen ni el plomo con el que los envío al infierno. Pero no te preocupes que no tendrás que disparar.

El sargento explicó al navarro cuál sería su papel—: Los pacos —le gustaba usar esa palabra de sabor africano— no vamos solos. Por lo menos los que seguimos vivos. Yo necesito un ayudante que vigile por mí y que me guarde las espaldas. Lo que tienes que hacer es adelantarte y revisar el terreno con cuidado, mirando que no haya ningún vivales jugando a lo mismo que nosotros. Eso sin dejarse ver, pero no hará falta que se lo explique a un cazador ¿no? Luego yo me iré por delante mientras tú vigilas con estos prismáticos —le entregó unos excelentes Zeiss. Que ves peligro, me silbas, y yo lo dejaré para otro rato. Que ves que disparo, te fijas en si acierto o no. Y si salen los herejes a darme caza, me tienes que defender, que yo con todos no podré ¿Estamos? Ahora vamos a arreglarte un poco.

El resto de la tarde Eustaquio, que nunca había cosido, aprendió a emplear aguja e hilo prendiendo de su ropa tiras de tela de arpillera, hasta que acabó pareciendo un mendigo andrajoso como Atienza. Comprobó que cuando el sargento se quedaba quieto era casi imposible verlo, porque las tiras manchadas de tierra rompían la silueta. También cambió el casco por un gorro cuartelero con hierbajos prendidos. Tuvo que descoser las insignias, y cubrir las hebillas metálicas con telas. Finalmente Atienza revisó con cuidado el equipo comprobando que no hubiese nada que pudiese golpear y hacer ruido. Menos le gustó al ex seminarista mancharse la cara con el sucio barro del lugar. Cuando el soriano estuvo satisfecho le ordenó que le siguiese.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun Feb 06, 2017 12:40 am

Al caer la noche William se arrastró por la trinchera de comunicación. Le habían advertido que tuviese cuidado, que había Dons que veían como gatos; el sonido de un disparo alejado confirmó que había alguno de caza. A rastras, tardó casi una hora en llegar al lugar a resguardo de un farallón donde la compañía descansaba. Mostrando su plato se unió a la cola. Cuando llegó su turno el cocinero le correspondió con una cucharada de potaje y una rebanada de pan duro como la piedra.

—¿No le gusta el servicio, señoría? ¡Arreando que no tenemos toda la noche!

William intentó ingerir una pasta que venía a quedar entre el engrudo y la masa de modelar, de la que colgaban churretes de algo blando y pringoso. Partió el pan en trozos y lo mezclo con la bazofia a ver si se ablandaba. Luego intentó ingerirla, rumiándola poco a poco, hasta que un retortijón le obligó a echarla por la borda.

—¡Cuida con lo que vomitas, que no estás solo! —refunfuñó un compañero.

Apremiado por la urgencia William buscó algún rincón reservado. Cuando volvió ya no quedaba nada del condumio.

—Como no lo querías tampoco lo iba a dejar para los Dons.

William alzó la mano pero vio que el ladrón llevaba galones de cabo. Se resignó e intentó acomodarse para pasar la noche. Cada poco oía el retumbo de las explosiones. Hacia el norte, de repente, el horizonte se encendió.

—¡Bien por la Marina! —empezó a corear.

Los proyectiles rugieron como trenes expresos y cayeron no mucho más allá. William siguió gritando hasta que un veterano le recriminó.

—Deja de animar a esos merluzos que no pueden oírte. Además solo disparan por quedar bien, no creas que apuntan a algo. Bastante es que no nos hayamos comido alguno de sus regalos. Luego se van a descansar en sus camarotes mientras el camarero les sirve su ración de grog. Nosotros nos quedamos aquí a chupar barro.

Entonces se oyó un silbido y todos se lanzaron a tierra. Al momento estalló un proyectil no lejos de donde estaban.

—¿Ves? Ese ha debido ser un Pichi. Mucha fuerza no tienen pero sí una puntería de cojones. Los limeys cabrean a los Dons que luego la pagan con nosotros. Menos mal que los Dons tampoco tienen muchos pepinos, o las pasaríamos putas.

La noche transcurrió entre explosiones. Poco antes del amanecer empezó a llover otra vez, añadiendo más miseria a la vida de los soldados. William apenas había descansado cuando vio que se formaba la fila para el rancho. Allí le dieron otro trozo de pan, esta vez ya no seco sino enmohecido, y una lata de sardinas. Un compañero le comentó que los españoles de arriba de la montaña también eran aficionados al laterío. Iba a contestarle cuando otro apretón le obligó a agacharse para abonar la tierra. Se estaba subiendo los pantalones cuando un sargento hizo pitar un silbato.

—Todos para arriba.

La compañía empezó a ascender por la empinada ladera. Subiendo por el camino serpenteante William pensó que las vistas serían maravillosas si alguna vez se iba la condenada niebla; pero luego comprendió que si él podía ver, también le verían. La bruma les protegió y llegaron a lo alto de la colina sin incidentes, pero varios compañeros quedaron por el camino derrotados por la diarrea. Los demás se introdujeron en las trincheras que cubrían la estrecha cresta y se prepararon para defenderlas. Justo a tiempo, porque entonces empezaron a caer los morterazos. Una Vickers desgranó una carcajada hacia la derecha, y luego el tiroteo se generalizó. El soldado intentó ver algo pero solo había niebla y humo. Escuchó el estampido seco de las bombas de mano, señal que los españoles estaban cerca, pero luego todo acabó. Varios veteranos vitorearon, diciendo que habían derrotado un asalto. Pero William no había visto nada.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun Feb 06, 2017 4:30 pm

A Eustaquio no le molestó haberse perdido el ataque. Sus compañeros se habían internado en el gris húmedo que cubría las posiciones herejes para atacarlas por sorpresa, pero habían vuelto con el rabo entre las piernas. Bastantes menos de los que habían salido. Hasta el teniente Padrós retornó en parihuela, con el costado convertido en un alfiletero por la metralla. Pero no era bueno porque significaba que el desgraciado del Ballarín quedaba al mando. Atienza le tranquilizó.

—No pienses que Ballarín es un tragafuegos. Le conozco de Portugal y se deja la piel por sus hombres, no como esos tenientes que piensan que por sacar pecho los herejes se rendirán. Ya verás como lo hace mejor que el teniente. Pero arreando, que tenemos faena.

Los dos tiradores se arrastraron por la cresta. No pasaron por lo alto, por donde había asaltado la compañía, sino por la empinada ladera, donde aun quedaban arbustos. Eustaquio iba adelante, moviéndose con cuidado de no caer ni de mover las ramas, y vigilando los pocos metros que la niebla dejaba ver. Entonces le pareció notar algo raro, y se quedó quieto como una estatua. Unos metros más atrás, Atienza apreció el gesto: en la niebla, si uno no se movía resultaba invisible. Pero si se paraba significaba que el seminarista había notado algo. Con suma lentitud Atienza se llevó el fusil a la cara y empezó a inspeccionar el terreno por delante de su ayudante. Hasta que notó una forma demasiado regular.

Eustaquio seguía esperando —la paciencia es la virtud del cazador— sin atreverse a pestañear. Una mosca de esas gordas que comen carroña se posó en su cara; pero el navarro contuvo su repugnancia. El inglés que tenía a treinta metros por delante, sin embargo, no supo aguantarse y agitó una mano para apartar los insectos; las moscas volaron pero también lo hicieron sus sesos arrancados por la bala que le disparó Atienza. Eustaquio siguió sin moverse: donde hay uno puede haber dos y tres. No vio nada pero no se fiaba. Con cuidado tomó la bomba de mano que llevaba en el zurrón, presto a quitarle el seguro. Escuchó un débil silbido a su espalda: la señal. Eustaquio quitó el pasador y tiró la granada, para luego esconderse tras una piedra rezando para que su bomba no diese a nadie. Aun no estaba protegido cuando algo silbó cerca de su oreja, pero al momento estalló la bomba. El estampido le ensordeció, y por eso no oyó el disparo con el que Atienza liquidó a otro inglés.

—Bien, curilla —le susurró—. Ahora que ya saben que estamos por aquí tenemos que irnos. Vámonos en seguida que las cosas van a ponerse calientes.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mié Feb 08, 2017 4:26 pm

El siguiente asalto fue mucho peor. Los cañones de los Dons no dispararon y la niebla ocultó a los atacantes hasta que las bombas de mano cayeron como lluvia en la trinchera adelantada; luego saltó un demonio que con su metralleta iba barriendo a los compañeros de William. El soldado prefirió eludirlo y escapó corriendo hasta llegar a un repecho, sin haber llegado a disparar ni un tiro. Justo entonces los cañones ingleses volvieron a disparar y el asalto español se detuvo. Pero habían perdido una posición clave que habría que retomar.

Un sargento —el único suboficial que quedaba de la compañía— reunió a los pocos soldados supervivientes y los empujó hacia adelante. William iba en la segunda línea y solo pudo ver como algunos de sus compañeros caían. Al final alcanzaron una brecha en la loma que daba algún resguardo. Poco después llegó otra escuadra. Un soldado llevaba una ametralladora ligera, y otro unos bidones en la espalda que William reconoció por haberlos visto en los documentales. Un compañero sonrió, diciendo que ahora sí que correrían los negros.

La artillería británica volvió a disparar y lo que quedaba de la compañía, poco más de una sección, comenzó a moverse tras la barrera de explosiones. Cuando se aproximaron a las trincheras que los españoles acababan de arrebatarles el lanzallamas empezó a barrerlas con su chorro ígneo. Dos soldados enemigos, con las ropas ardiendo, salieron corriendo hasta que el ametrallador, piadoso, los remató. El portador del lanzallamas siguió adelante, y salvo por el chorro de llamas que despedía, con su depósito a la espalda y la manguera en las manos parecía un fumigador. De repente se encogió y empezó a derrumbarse, pero antes de caer al suelo el depósito estalló bañando con fuel ardiente al ametrallador. Los demás soldados retrocedieron hasta la brecha.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie Feb 10, 2017 6:38 pm

Eustaquio vio cómo se replegaban los británicos. Los tenía a tiro, pero prefirió tirar contra sus pies para meterles prisa. Temblaba pensando que había estado a punto de disparar al del lanzallamas. Pero mientras lo tenía en la mira, intentando superar todo lo aprendido en el seminario, Atienza se había adelantado metiéndole dos tiros. El navarro sabía que con la fenomenal puntería del sargento, estos habían acertado justo donde quería, en el depósito del arma.

Eliminada la amenaza del lanzallamas y del ametrallador ingleses, la sección de Ballarín reemprendió el ataque. No se movían por la estrecha loma, donde estaban demasiado expuestos, sino por la izquierda, unos metros por debajo, justo por encima del cantil que caía a pico sobre un barranco. Allí la vegetación les cubría, y con los morteros bombardeando la cresta, los españoles podrían acercarse a la posición inglesa. Si conseguían desalojarlos, los ingleses tendrían que replegarse hasta la Laguneta, un antiguo cráter donde el relieve se suavizaba y resultaría más difícil defenderse. Quién sabe, tal vez hasta tuviesen que abandonar las ruinas que habían sido Teror.

La artillería española, corta de munición, no prodigaba sus agasajos, y tenía que ser labor de Atienza suplirla. El soriano corrió por lo alto del cerro hasta resguardarse tras un murete de piedra casi derribado, y desde ahí empezó a vigilar la línea enemiga, disparando cada vez que veía movimiento para obligar a los contrarios a seguir con la cabeza baja. Eustaquio se situó a unos metros a su derecha. La pequeña barrera les protegía, peor no podía olvidar que tenían la espalda expuesta y si Jorgito disparaba les dejaría fritos. Pero eran sus compañeros los que se jugaban la vida. Entonces el navarro vio que un inglés se movía y señalaba al barranco: habían descubierto a los hombres de Ballarín y se preparaban para enviarles una lluvia de bombas de mano. Atienza se adelantó, y con dos disparos tiró a dos ingleses. Eustaquio también disparó, pero fallando aposta.

—Curilla, como sigas sin darles te la corto —gritó Atienza.

Eustaquio estaba pensando qué responderle y por eso no oyó venir al morterazo. Vio que el sargento se encogía. Luego, un destello y una sacudida, y sintió el costado entumecido, mientras le parecía que la niebla se cerraba. Aun escuchó al soriano decir—: No me j**as, curilla, aguanta.

Luego, nada.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie Feb 10, 2017 6:39 pm

William estaba corriendo para tirar bombas de mano por la ladera cuando sintió las explosiones de los morteros. Temiendo un ataque por la cresta miró pero solo vio a un español con un uniforme que parecía hecho con jirones, que corría a auxiliar a un compañero. Tomó el fusil y lo encaró, pero Atienza fue más rápido. El inglés vio un fogonazo, y no llegó a sentir la bala.

Luego, nada.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mié Feb 22, 2017 6:23 pm

Domper, nos tienes abandonados a la espera del desenlace :cry: :cry: :cry:

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mié Feb 22, 2017 8:00 pm

Tranquilo. Lo bueno se hace esperar. :mrgreen:

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Dom Mar 05, 2017 9:17 pm

José Manuel Martínez Bande. La campaña de Canarias. Servicio Histórico Militar. Madrid, 1977.

La sustitución del coronel Pimentel por el general Muñoz Grandes, nuevo comandante del recién creado Cuerpo de Ejército de Gran Canaria dio impulso a la contraofensiva española, gracias a la llegada a la isla de refuerzos y de importantes cantidades de suministros tras la batalla del Cabo de San Vicente y la incursión en Freetown. Se esperaba que la superioridad de la aviación hispanoalemana en Tenerife, Fuerteventura y el Sáhara, junto al aislamiento al que estaban sometidas las fuerzas canadienses, permitiesen una fácil victoria que culminase con la reconquista de la isla.

El mando español pensaba que la guarnición canadiense, mandada por el general Roberts, estaba en situación muy delicada. Estimaba que había quedado reducida a cuatro brigadas incompletas, desmoralizadas, escasas de municiones y en malas condiciones sanitarias. Sin embargo el cálculo español resultó excesivamente optimista. Aunque Roberts había perdido una brigada en Fuerteventura y un regimiento en Lanzarote, la evacuación de las islas occidentales había permitido reforzar la guarnición. Además había suplido sus bajas incorporando al ejército al personal de la marina y de la fuerza aérea presente en la isla. También llegaban refuerzos procedentes de la metrópoli transportados por buques rápidos e incluso submarinos. Roberts se había retirado a la línea Telde –Santa Brígida – Teror – Gáldar para concentrar sus tropas en un frente más corto y fácilmente defendible, aunque implicaba renunciar a Gando. En todo caso no podía emplear la base tras la destrucción de las fuerzas aéreas en la isla, y podía negarla a los españoles mediante el fuego de la artillería terrestre y sobre todo naval.

Por otra parte, el terreno impuso a las fuerzas de Muñoz Grandes similares dificultades a las padecidas por los británicos cuando luchaban contra los guerrilleros. Aunque los españoles partían de posiciones a mayor altura que las británicas, el relieve era muy abrupto, con estrechos valles separados por sierras de paredes casi verticales. Lo angosto de valles y barrancos impedía progresar por ellos, y las sierras que los dominaban no solo eran muy estrechas sino que al estar muy próximas unas a otras permitían el apoyo mutuo. Había multitud de quebradas y brechas aptas para la resistencia a ultranza. Los espacios de relieve más dulce estaban cubiertos de cultivos con taludes reforzados con mampostería, alquerías, aldeas e incluso localidades de cierto tamaño que habían sido fortificadas. La abundante vegetación, que hubiese podido dar cobertura a los atacantes, había sido talada por los defensores o resultó arrasada durante los combates. No menos importante, la franja costera oriental, que tenía menores dificultades orográficas, era frecuentemente bombardeada por cruceros británicos. En ese sector los canadienses podían apoyarse en las casas de Telde, la segunda ciudad en tamaño de la isla, y en la sierra que la dominaba por el norte.

La actividad de los grupos aéreos basados en Tenerife y Fuerteventura había obligado a la Royal Navy a prescindir de los convoyes convencionales y emplear en su lugar destructores anticuados transformados en transportes rápidos, que podían situarse más allá del alcance de la aviación, acercarse por la noche y descargar, para partir esa misma noche o esperar a la siguiente, amparados por las baterías antiaéreas del Puerto de la Luz. Sin embargo eran barcos con capacidad reducida, mientras que las necesidades de Roberts eran muy importantes debido a la necesidad de alimentar a la población civil de la isla, que previamente al contrataque español había sido concentrada en el norte intentando contener a la guerrilla. En diciembre, dos terceras partes de los suministros transportados fueron de alimentos para los refugiados, y aun así resultaron insuficientes: cuando se produjo la ofensiva española ya habían perecido unos veinte mil canarios por inanición o a causa de enfermedades agravadas por la desnutrición. En diciembre Roberts se enfrentaba a una catástrofe humanitaria; aunque hasta ese momento sus tropas habían tratado con poca misericordia a los canarios, el general temía por sus hombres en caso de derrota. Por tanto llegó a un pacto con Muñoz Grandes, mediado por la Cruz Roja, según el cual se permitiría la evacuación de los civiles en buques de pasaje con bandera argentina. Una vez firmado el acuerdo Roberts restringió las partidas de alimentos destinadas a la población, aunque los buques argentinos de suministros y de pasaje se retrasaron. Cuando llegaron el general canadiense, incumpliendo el pacto alcanzado, reservó para sus tropas buena parte de las provisiones recibidas y, tras la evacuación, suspendió casi por completo la entrega de provisiones a la población que quedaba. Esta seguía siendo bastante numerosa pues se había retenido a los varones entre quince y cincuenta años que pudieran ser alistados, a las mujeres jóvenes solteras, aduciendo que podrían contribuir al esfuerzo de guerra enemigo, y a muchas familias completas, bien porque pudieran correr peligro de caer en manos españolas por sus tendencias republicanas, o como castigo por haberse significado apoyando a la guerrilla. Solo cuando la situación se hizo crítica y los canarios empezaron a morir cada día por cientos, Roberts permitió el paso de los más debilitados a la zona española, donde tampoco sobraban los alimentos. En total, se calcula que en los seis últimos meses de 1941 y en los primeros de 1942 perecieron cincuenta mil canarios, siendo la mortalidad especialmente elevada entre los niños y ancianos que no habían sido evacuados. No acabó ahí el calvario de los desplazados, pues en las islas ya reconquistadas por los españoles la agricultura apenas bastaba para alimentar la población preexistente y no había reservas. El gobierno español solicitó que la Cruz Roja enviase cargamentos de productos de primera necesidad desde Argentina, pero el gobierno británico, deseoso de agravar el bloqueo a la Unión Paneuropea, rechazó conceder los salvoconductos. Similar argumento sería empleado poco después contra Gran Bretaña.

El general Muñoz Grandes, aunque tenía superioridad marginal sobre los canadienses, especialmente tras la llegada de las divisiones 50ª y 74ª, carecía de la masa artillera necesaria para romper las fuertes defensas enemigas. Se pretendía suplirla con la aviación basada en Tenerife y en Fuerteventura, pero en el norte de Gran Canaria, durante el invierno, es habitual la formación de una capa de nubes bajas que impiden la actuación de los aviones. Por otra parte el Cuerpo de Ejército de Gran Canaria también afrontaba sus propios problemas de abastecimiento por no disponer del dominio del mar. Aunque tras los combates de San Vicente y de Freetown las unidades pesadas de la Royal Navy se habían retirado a las Azores, en la costa marroquí actuaban submarinos británicos que operaban desde las Azores y luego desde Madeira cuando se reconstruyó la base. A pesar de los esfuerzos de los buques de escolta españoles, franceses, italianos y alemanes que intentaban dar protección a la navegación, y de navegarse a la vista de la costa resguardándose en campos de minas, las pérdidas fueron graves y en diciembre el 30% de los buques enviados fueron hundidos. Existía una línea ferroviaria que comunicaba los puertos mediterráneos con el sur de Marruecos, pero su rendimiento era escaso y tampoco había puertos adecuados al sur de Agadir. Un puente aéreo entre Tarfaya y las Canarias permitía transportar al personal de refuerzo y los suministros más necesarios, pero resultaba insuficiente para las necesidades de las fuerzas en Canarias. Además los grupos aéreos basados en Fuerteventura y en Tenerife requerían grandes cantidades de combustible y munición, dejando aun menos capacidad de carga disponible para las fuerzas de Muñoz Grandes. Otro problema fue que los suministros se descargaban en el sur de Gran Canaria, y los bombardeos ingleses de la carretera costera obligaron a emplear las rutas del interior, en mal estado y que no permitían el paso de vehículos pesados. Fue necesario trasladar a la isla gran número de semovientes para que pudiesen transportar provisiones y municiones por los difíciles caminos de la montaña, sobrecargando aun más el puente aéreo.

A pesar de los inconvenientes, la 50º división pasó al ataque y con gran espíritu consiguió tomar la mayor parte de Telde, pero los intentos de tomar las colinas al norte de la ciudad fracasaron. Un segundo asalto en Valsequillo también fue rechazado, y lo mismo ocurrió con un tercero en la Herradura. Muñoz Grandes comprendió que mientras los británicos siguiesen controlando la montaña de Las Palmas progresar por el sector sería imposible, por lo que trasladó la ofensiva al interior. La 74ª división atacó en Teror y, tras intensos combates con gran coste para ambos bandos, consiguió expulsar al quinto batallón (Huntingdonshire) del regimiento Northamptonshire (una unidad territorial británica trasladada como refuerzo a la isla) de las ruinas de la ciudad, pero el avance fue detenido en Guanchia. Tras perder la tercera parte de la infantería de sus dos mejores divisiones, Muñoz Grandes renunció a realizar nuevos ataques hasta que no dispusiese de armamento pesado y no mejorase su abastecimiento. Fue por ello que a mediados de febrero las operaciones ofensivas se detuvieron, aunque prosiguió una intensa actividad de patrullas. Ambos bandos entendieron que para proseguir las operaciones sería preciso el envío de refuerzos, armamento pesado y municiones.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Sab Mar 18, 2017 6:35 pm

Capítulo 11

Quiero sacar a luz todos los secretos de vuestro fondo; y cuando estéis expuestos, escarbados, al sol, también vuestra mentira estará separada de vuestra verdad.

Friedrich Nietzsche


Los treinta mejores reclutas fueron reunidos en un barracón. Ahí entraron dos hombres: uno era cetrino, con aspecto mediterráneo. Otro era delgado y tenía unas facciones finas y pecosas, casi traviesas. Olexiy no se llamó a engaño: serían guerreros tan duros como él.

Cuando entraron los treinta hombres se pusieron en pie: tras el revés que había significado la Guerra de Invierno, la Unión Soviética había comprendido lo necesario de la disciplina y el respeto. Formaron en cuatro escuadras de cinco hombres. La de Olexiy incluía a Victor que sería su pareja, Arkhip con Emelyan, más un francotirador, Irakli. Las otras escuadras eran las de Andrey, Eduard y Grigorii. Otros cuatro hombres formaron con los recién llegados, y quedaba media docena de hombres sin asignar: se trataba candidatos que habían superado la prueba del bosque pero que eran menos prometedores, y que si seguían era para suplir posibles bajas.

El hombre de facciones aniñadas se dirigió a los hombres. Les dijo que se llamaba Iván y que iba a ser su jefe. El moreno, Pavel, iba a ser el segundo. No les dijo sus grados: en lo sucesivo iban a prescindir de la parafernalia militar y se tratarían como camaradas. Eso no querría decir que fuesen la sección más dura de toda la Rodina; pero la disciplina no se rebajaría a llevar uniformes pulcros o a saludar a los mandos. Tampoco sería una obediencia ciega: Iván les dijo que al ser veteranos inteligentes esperaba que supiesen reaccionar ante situaciones cambiantes. Finalmente animó a los hombres a que lo interrumpiesen si tenían alguna duda.

Olexiy se fijó en que hasta ahora no se había dicho ni una palabra de política. Como si le leyese la mente, Iván siguió.

—Camaradas, esto no va a ser una charla de zampolit. Sois servidores seleccionados de la Patria y no es necesario insuflar vuestro ánimo con propaganda barata. Las soflamas son para los tontos; vosotros ya sabéis cuál es vuestro deber. Pensad tan solo en que nuestra acción ayudará al pueblo a librarse de los tiranos.

Luego ordenó a los hombres que se presentasen uno a uno: tenían que conocerse unos a otros como si fueran amigos de toda la vida. También asignó las funciones. Su escuadra sería la de mando. Las de Olexiy, Andrey y Eduard, de asalto, y la actuaría Grigorii como apoyo.

Fue Grigorii el primero en preguntar—: ¿No nos faltará potencia de fuego? Mi sección es la única que tiene dos fusiles ametralladores. Los demás solo llevan metralletas, fusiles y bombas. Supongo que nuestros objetivos estarán muy bien defendidos y no creo que nos baste solo con la sorpresa.

—Bien pensado, Grigorii, ese es el espíritu. No es tontería lo que dices, y todos vosotros, que sois veteranos, sabéis de la importancia de las armas de apoyo. Pero se trata de una operación clandestina, en territorio enemigo ¿Cómo íbamos a poder llevar allí un cañón, ni siquiera un mortero? Tendremos que suplirlos con entrenamiento y con valor. Con todo, algo llevaremos —Iván ordenó a los hombres que le siguiesen hasta un pequeño almacén, donde había unas cajas.

—Olexiy ¿te importará ir abriéndolas? Con mucho cuidado.

Al soldado no le gustó mucho lo que encontró en las primeras cajas. Conocía las armas por haberlas visto en manuales, no por haberlas empleado: subfusiles MAS-38, un par de ametralladoras ligeras M29, y fusiles MAS 36, un arma precisa, tremendamente resistente, pero con el bonito detalle de carecer de seguro. En otra caja encontró bombas de varios tipos. Unas eran unas minas magnéticas de un sistema de “carga hueca” capaz de atravesar un tanque. Otras eran “limonka”, las bombas de mano de diseño francés fabricadas en Rusia. Buenas herramientas pero nada que supusiese gran diferencia en un apuro.

—Olexiy, abre esa otra caja pero con mucho cuidado.

Ahí encontró unos cilindros parecidos a latas de conserva.

—Ve con tiento —dijo Iván—. Son bombas de gas mostaza.

—¿Vamos a usar gases venenosos? Pensaba que estaban prohibidos —dijo un tal Kostya de la tercera escuadra.

—Esas prohibiciones son artimañas capitalistas para arrebatar al pueblo las armas que necesita para lograr sus objetivos —respondió Iván—. Las emplearemos para sacar a los fascistas de sus nidos. Pero primero nos entrenaremos con ellas.

Iván les mostró el equipo que iban a usar: máscaras que les cubrían la cara, guantes para las manos, y unos uniformes que parecían acartonados, tratados con sustancias químicas que antagonizaban el gas mostaza.

—Iván —dijo Ilya, un soldado de la segunda escuadra— ¿No te parece que esos uniformes no nos darán suficiente protección contra los gases?

—No os preocupéis, que menos defensa tendrán los fascistas.

Las ropas eran duras, olían mal, y hacían sudar incluso en el frío invernal. También costaba respirar con las máscaras puestas. Enfundados con el equipo de protección hicieron marchas y carreras, y luego se entrenaron con las bombas de gas. También aprendieron a usar las nuevas armas, que a fin de cuentas tampoco eran tan diferentes a las soviéticas. Finalmente, repitieron los ejercicios en el poblado Potemkin —esta vez ya no por escuadras sino la sección al completo— envueltos por las nubes amarillentas de los gases. Se entrenaron en asaltar el palacio del centro del poblado una y otra vez. Fueron ejercicios difíciles: Ilya, el que había protestado por los uniformes, sufrió un colapso durante una marcha, y cuatro hombres tuvieron que ser reemplazados tras sufrir quemaduras químicas.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun Abr 03, 2017 9:10 pm

Jules, ahora llamado Jacques, escuchó un nuevo mensaje que descifró con esfuerzo. Su controlador le ordenaba ampliar el refugio para acoger a dos docenas más de camaradas. Siguiendo las instrucciones puso a los hombres a construir un par de cabañas dentro del bosque, donde estarían lejos de miradas inquisitivas. También recibió provisiones adicionales, la mayoría no perecederas: legumbres, arroz, carne seca. Indicio de que la estancia en el bosque podía ser prolongada.

Tres días después otro mensaje le avisó de la llegada de otro compañero. Se trataba de un hombre con aspecto ratonil y gruesas gafas de miope que dijo llamarse Yves. Jacques ya sabía que era un “nom de guerre”. Se limitó a llevarlo a la apartada granja del bosque donde lo presentó a los resistentes. Algunos de los hombres, de temperamento jovial, al ver la pinta de oficinista que tenía el recién llegado intentaron sonsacarlo. Pero Yves acudió a Jacques, que reprendió a los curiosos. Ya sabrían para qué había venido, pero solo en su momento.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar Abr 04, 2017 10:22 am

Tras los ensayos con gases, Iván ordenó al grupo que prendiese fuego al poblado Potemkin. Dedicaron horas a extender las llamas hasta que apenas quedaron ascuas. Luego fueron hasta la puerta del campo de los presos. Al llegar vieron que los guardias ya no estaban. Iván alineó a los soldados ante la puerta, que era un marco de alambre de espino, y se dirigió al hombre de la tercera escuadra, el que antes había cuestionado el empleo de gases:

—Kostya, tráeme una cabeza.

—Perdona, Iván, no te entiendo.

—¿No hablo ruso? Te lo explicaré ¿Tienes un cuchillo?

—Ya sabes que sí, Iván.

—Enséñamelo.

El llamado Kostya se lo mostró a Iván. Era un cuchillo de combate del ejército, pero afilado y afinado como una navaja.

—Perfecto. Pues ahora vas al campo y me traes una cabeza. Quiero que sea morena, de ojos azules. Tienes cinco minutos —dijo mientras sacaba un reloj.

El tal Kostya salió corriendo, abrió la puerta y la cerró tras pasar. A los cuatro minutos trajo un objeto del que chorreaba sangre.

—Bien. Déjalo allí. Sergei, ahora quiero unas manos. Que sean del mismo juego. Petya, tú me traerás unos pies. En la cabaña de las herramientas encontraréis hachas.

—¿Qué quieres que hagamos con sus dueños?

—¡Qué más me da! Son enemigos del Estado. Haced lo que os digo.

Uno a uno los despojos sangrientos fueron acumulándose. Las “misiones” se hicieron cada vez más comprometidas pues los gritos de alarma estaban corriendo por el campo y muchos internos habían salido de sus barracones. Algunos estaban tratando de superar las alambradas, pero se habían enredado en ellas. Otros habían formado grupos que esgrimían sus herramientas de trabajo para defenderse.

No costó mucho que llegase el turno de Olexiy.

—Olexiy, ya vi lo bien que te manejas con el cuchillo en tu excursión por el bosque. Vamos a ver qué tal lo empleas ahora. Quiero ojos. Una docena. No me importa el color.

El soldado asintió. Sacó su cuchillo y se dirigió al campo, pensando que Iván no había establecido normas ni tampoco había indicado ningún tiempo. Por entonces los presos, que sabían lo que les esperaba, se estaban organizando, y Olexiy comprendió que si se enfrentaba con ellos no tendría ninguna oportunidad. Pero las órdenes pueden cumplirse con brutalidad o con ingenio. Se fijó en que varios de los prisioneros seguían atrapados en el alambre de espino, que era demasiado denso y se había enredado en las ropas de los que trataban de saltar la barrera. Olexiy entró en la barraca de las herramientas hasta encontrar unos alicates y el mango de un pico. Luego entró en el campo, se dirigió al primer cadáver que encontró —era el que había matado Petya— y le quitó el gorro y arrancó un paño de la chaqueta acolchada. Volvió a salir y con los alicates cortó un buen trozo de alambre de la alambrada exterior, y protegiéndose las manos con los trapos lo ató al palo formando una lazada. Luego entró en el espacio entre las dos líneas de alambradas que cerraban el campo, y se acercó a uno de los presos que estaban atrapados en el alambre de la valla interior. Con el lazo de alambre lo enganchó, y entonces lo degolló y le sacó los ojos, que dejó caer en el gorro que había tomado. Hizo lo mismo con otros cinco y luego presentó su cosecha a Iván.

—Bien, bien, veo que tienes recursos. Bueno, se acabaron los juegos. Vais a limpiar el campo. Organizaos como queráis, usad lo que encontréis pero no quiero que queden testigos.

Una treintena de hombres con cuchillos no lo tenían fácil contra los cientos que, desesperados y pretendiendo llevarse a alguno de sus asesinos con ellos, se habían reunido en el otro extremo del campo. Algunos habían arrancado tablas de sus barracones, y otros, empleando ropas para protegerse, habían conseguido superar la alambrada interna. Un grupo había formado una línea para defenderse de los asesinos.

—Vamos a buscar herramientas en la cabaña —dijo Kostya, que parecía haber perdido sus escrúpulos— y luego acabaremos con ellos.

A Olexiy no le gustó mucho la propuesta—: mirad esos de allí: están a punto de saltar al bosque y si lo consiguen nos costará mucho encontrarlos. Vamos a hacerlo de otra manera.

Los soldados al ver que Olexiy tomaba el mando se subordinaron instintivamente, mientras recibían las órdenes.

—Kostya y los demás de la tercera escuadra, tomad mi palo y las hachas de Sergei y Petya, e id a patrullar la valla por fuera para que nadie salte. Grigorii, quédate con la cuarta escuadra para proteger la puerta. Los demás vamos a buscar armas.

En la cabaña de herramientas tomaron cuatro picos y la media docena de hachas que había. Con ellas cortaron varias ramas y ataron los cuchillos a los extremos, para fabricar lanzas improvisadas. Con las hachas rompieron el revestimiento de la pared para fabricar rudimentarios escudos. Luego Olexiy llevó a las dos escuadras al espacio entre ambas vallas, matando a la docena de presos que habían conseguido superar la primera y que pensando estar más cerca de la libertad habían quedado aislados de sus camaradas. Entonces la tercera escuadra, la de Kostya, pasó a vigilar ese espacio, mientras la cuarta seguía guardando la puerta. Las otras dos entraron en el campo, donde dieron caza a los presos que estaban separados. Los prisioneros, aunque solo llevaban listones y estaban debilitados por el hambre y el frío, se agruparon para resistir a los soldados. Olexiy formó una cuña que, protegida con los escudos y empuñando las lanzas improvisadas, atacó a la masa. Con la ventaja que da la distancia, hirieron a los presos hasta que estos perdieron el ánimo y escaparon para refugiarse en los barracones. Olexiy ordenó rematar a los heridos, mientras miraba las barracas. Allí esperaban los presos; sabían que no podrían escapar pero intentarían llevarse consigo a los primeros soldados que se asomasen por la puerta o las ventanas.

No era esa la intención de Olexiy. Dejando a sus hombres vigilando, se volvió hacia la entrada, tiró abajo la puerta de la caseta de los guardias y la registró hasta encontrar varias botellas de vodka y algunas pastillas de margarina. Embardunó con las grasas unos trapos, los ató a las botellas, y fue hacia el primer barracón acompañado por dos escuadras. Una bloqueó las salidas, la otra, empleando las lanzas, alejó a los presos de una ventana, por la que Olexiy lanzó dos botellas incendiarias. Luego solo fue cuestión de bloquear las salidas hasta que el barracón ardió por los cuatro costados. Lo mismo hizo con otro. Del tercero algunos intentaron escapar por las ventanas, con los harapos en llamas, solo para ser finiquitados por los soldados. Los presos de las dos últimas barracas salieron corriendo, pero fue fácil matarlos uno a uno.

Iván entró en el campo y le gritó a Olexiy.

—¿Quién te ha autorizado a quemar los barracones?

—Me diste orden de limpiarlos como fuese. Lo he hecho con fuego.

—Pues has hecho bien y me has ahorrado trabajo. Quemad los demás. Estad atentos por si queda algún reaccionario escondido.

Durante las dos horas siguientes fueron incendiando el resto del campo y matando a los pocos presos que aun seguían ocultos.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mié Abr 05, 2017 10:12 am

Miles de trabajadores se afanaban en la ciudad. Las obras en la catedral ya estaban prácticamente acabadas, y ya se habían instalado las colgaduras que al mismo tiempo darían lustre al sobrio edificio y también proporcionarían algún aislamiento. Sabiendo que el tiempo puede ser inclemente en el noroeste de Francia, se instaló en el exterior una gran caldera con un radiador y un sistema de tiro forzado que introduciría aire caliente en la nave, pues no tendría buen efecto que en las filmaciones los delegados apareciesen con pellizas y mitones.

También se colocaron estufas en el palacio adyacente, en las que artesanos de media Europa trabajaban en la decoración. Las que habían sido austeras salas estaban preparadas para acoger a los distinguidos visitantes que se esperaban, y ya no recordaban una sede episcopal sino a las galerías de Versalles o de Postdam. Con más retraso iban los trabajos en el liceo y en los barracones de madera que acogerían a las delegaciones de menor importancia; aunque estuviesen hechos de madera se estaba procurando que ni el interior ni el exterior desmereciesen a un hotel de lujo.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie Abr 07, 2017 9:14 pm

Dos excavadoras entraron en el campamento de los presos. Donde había estado un barracón el calor había ablandado la tierra, y poco costó cavar una gran zanja donde amontonaron los restos ennegrecidos. Los hombres estaban cabizbajos con el olor a muerte y a carne quemada aun flotando, pero Olexiy entendió los motivos de Iván: quería que sus soldados probasen la sangre, que entendiesen que matar era fácil. Iván les dijo:

—No os lamentéis. Esos que habéis ejecutado eran criminales que merecían mil veces la muerte. Estoy orgulloso de vosotros. Es ahora cuando formamos de verdad un equipo.

Luego se dirigió a Olexiy.

—Enhorabuena, camarada. Si la Rodina tuviese mil hombres como tú no le quedarían enemigos. Pero recuerda que nada hubieses hecho sin la ayuda de tus compañeros. Vámonos, que aun nos queda mucho por hacer.

Mientras las dos excavadoras se dirigían al poblado Potemkin para aplastar los restos, Iván llevó a los hombres hasta el cercano campo donde se habían alojado hasta ahora. Allí cambiaron sus uniformes por ropas civiles. Luego, llevando las cajas de las armas, subieron a dos camiones que los acercaron al apartadero del ferrocarril, donde subieron a un vagón cerrado. Iván volvió a hablarles:

—Ha acabado la preparación. Ahora vamos a cumplir nuestra misión. Ya os imagináis cuál va a ser: tenemos que acabar con esos fascistas reaccionarios cuyas caras habéis estudiado. Más adelante repasaremos los planes. Pero primero tenemos que llegar a nuestro objetivo sin que nadie sepa que nos acercamos. Tomad estos folletos y leedlos. Vamos a convertirnos en marineros.

Los libritos describían de manera un tanto superficial un barco, sus partes, y los cometidos de una tripulación. Iván les ordenó estudiarlos para que no llamasen “parte de delante” a la proa y supiesen que no había que mear contra el viento. No se pretendía que marinasen un buque, sino que pudiesen dar alguna explicación si algún policía se la pedía. Estudiando los folletos se entretuvieron durante el largo viaje, cinco días de traqueteos, hasta que llegaron a un puerto situado en una costa montañosa. El olor a hidrocarburos flotaba en el aire, que era fresco pero ya no helador. Pero los soldados siguieron en el vagón hasta que se hizo de noche. Solo entonces desembarcaron y marcharon hasta el puerto, donde embarcaron en un petrolero, el Mossovets. A los soldados les pareció enorme pero según Iván era bastante pequeño.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun Abr 10, 2017 2:46 pm

Relato de Federico Artigas Lorenzo

Extrañado me tenía el coronelejo gatuno pues en habiendo en Canarias un circo de tres pistas y jaula de leones, no me había reclutado voluntario ni para trapecista. Que se batiese el cobre por Las Palmas y a mí no me buscasen para hacer de protagonista me daba repelús pues señal era que el mando, digo el gilieso de coronel que por mí velaba en Madrid, me tenía reservado para más altos menesteres. Por eso raro se me hacía pasar el tiempo jugando al mus y chupando un morapio de Borgoña que malo no estaba pero que lo debían fabricar en toneles con duelas de palosanto de caro que era.

Me venía para la cocorota que algo se tramaba y justo fue pensarlo para que llegase un emperifollado teniente coronel directamente desde el Ministerio. Se decía que el tal Felipe Montes que nos habían mandado era el primeraco de la promoción del veintiséis, la promoción de la flor en el culo que les decíamos, que habían salido estampillados cuando en el moro ya no había tiros y bastaba con una merendola campestre para conseguir galones, y entre esos y los que ganaron haciendo cuartel consiguieron las estrellas que se necesitaban para no mamar trinchera en la Cruzada. El tal Montes, blandiendo su puesto en la promoción, se había pasado toda la guerra en el Estado Mayor del Caudillo, sacando un par de promociones supongo que por méritos de escritorio más que de guerra. Luego el buen hombre se había colocado en Madrid cuando los boinazos con los herejes, me imagino que de correveidile de mi amorcito de las estrellas de ocho puntas, que debió recordar que yo me aburría en Versalles y lo mandó para que me diese la tabarra.

El elemento era un ordenancista que lo primero que hizo fue pasarnos revista como si fuésemos cadetes. Al menos se ahorró los sopapos que según radio macuto volaban por la Academia, y mejor porque si me toca un pelo de la cara el hijo de la señora Lorenzo le devuelve un revés que le deja mirando pa Cuenca. Que la Militar Individual además de engrosar la nómina sirve para que el menda pueda tomarse alguna libertad, y más si no hay nadie mirando. Cuente con que los compañeros que tenía en Versalles podían avergonzar hasta a los de la O.N.C.E. si se terciaba. Además ¿qué era lo peor que podía caerme? ¿Unas vacaciones en un castillo? Total, en Figueras o en la Mola haría fresquito pero no caía acero inglés.

No hubo esa suerte. El comandante Fernández debió tener una charla con el general Galera, y ese mismo día llamaron al Montes para una conferencia con Madrid de la que volvió con las orejas coloradas. Con todo, siguió insistiendo en lo de la presencia, que mal no me parecía, que la cara es el espejo del alma y si el alma era española mejor era que fuese bien rasurada, no fuesen a pensar los gabachos y los krauts que éramos una panda de bandoleros. Como a esas alturas ya nos habíamos pillado un par de gabachitas que nos hacían la colada y la plancha, nos alineamos refulgiendo como soles ante el teniente coronel. Yo con la cintita de la Individual, que siempre luce más que la Cruz de San Hermenegildo que paseaba nuestro nuevo amigo.

El Montes tenía como misión, además de dar la barrila, meternos en vereda. Pues al mando no se le había ocurrido mejor idea que organizar una unidad con oficiales de todas las armas y servicios —vamos, que no sería una unidad sino una pluridad, una muchicidad o cómo se diga— para lucirnos ante la concurrencia. Íbamos a participar en un desfile multinacional, y no querían que nosotros diésemos la nota con ese particular gracejo que sabemos sacar a relucir en el momento más oportuno. Hablando en plata, que aunque los alemanes hiciesen el paso de la oca, nosotros no teníamos que hacer el salto del ganso.

Entendámonos, yo eso de las formaciones y los desfiles lo tenía un tanto olvidado, que durante la Guerra Civil éramos más de trinchera que de alinearse, y en los cuatro días que hubo de paz luego no me dio tiempo ni para aprender a ponerme firmes. Que a fin de cuentas eso es cosa de sargentos y reclutas y no de oficiales hechos y derechos, que siempre podemos formar con un poco de relajo mirando con condescendencia a los metepatas que hay en todas las compañías. Menos mal que nos dijeron que no todos íbamos a desfilar a pie, sino montados en coches y en blindados pues por ahí abajo andaban muy orgullosos de lo de Valiño en Estremoz y querían mostrar al mundo que en la Península también nos apañábamos con las máquinas. Mejor aun, como se trataba de lucirse, en lugar de mandarnos algún Pardillo abollado o un Tejón lleno de agujeros, íbamos a recibir directos desde Praga una hornada de preciosos Tejones 2, o Marder 2 para los amigos teutones. No vaya a pensar que eran unos leviatanes con cadenas, sino los Pardillos de siempre pero con el mismo arreglo que los Tejones, aunque viniendo de fábrica era de esperar que estuviese mejor hecho. Lo que no me hizo mucha gracia fue lo del cañón. Los amigos de ČKD —que curiosa esa especie de mezcla de ce y de eñe— sabían que los Tejones iban a ser para la plebe y no para el olimpo alemán. Por eso, en lugar de ponerles esos Pak 40 del siete y medio tan monos que ya había visto cuando mi pase por los panzer, le habían plantado un checo del ocho. Buen cañón pero ni por asomo como el teutón. A cambio hubo otro detalle que me gustó, y mucho, era que le habían metido techo al invento. Luego supe que por sugerencia del comandante Don Félix Verdeja del que luego les contaré. No a todo el mundo gustaba, que estar encerrado en una casamata da agobio, y salir por pies cuando las cosas se ponen que arden resulta más entretenido. Pero las placas de metal vienen muy bien para proteger de la lluvia, sea de agua o de metralla.

Lo mejor de la llegada del bicho fue que yo iba a ser uno de los agraciados con un paseo en blindado. Resultó que como mi medalla y sobre todo la Cruz de Hierro molaban mucho por estos lares, iba que desfilar en un Tejón, de pie, firme y saludando. Mejor, que en tanque se dan menos traspiés que marcando el paso y hasta había una agarradera por los baches. Un solo Tejón II no quedaba demasiado lucido y Montes preguntó a la capital si podrían mandarnos alguno de los otros, pero le dijeron que los Pardillos necesitaban una mano de pintura y que en la chapa de los Tejones había demasiadas ventilaciones por cortesía británica. Vamos, que mis camaradas iban a tener que seguirme en el coche de San Fernando, con el primeraco a la cabeza —a ver qué tal se le daba lo de formar— y yo iba a ser el único en taxi. Desfilar en limusina, aunque fuese con cañón, era buen cambio tras pasadas experiencias.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar Abr 11, 2017 5:30 pm

La guerra que había recorrido el Mediterráneo apenas había tocado a la Costa Azul. Durante las dos semanas que había durado el enfrentamiento entre Italia y Francia se habían avistado algunos submarinos transalpinos, que en los meses siguientes fueron sustituidos por los británicos. Pero tras la caída de Gibraltar y de Suez esos funestos peces de acero habían desaparecido dejando que los puertos se dedicasen a sus actividades tradicionales. Los barquitos que salían de Antibes, La Ciotat o Canet volvían cargados de pescados que esperaban ansiosos los encogidos estómagos galos. El flujo de proteínas marítimas resultaba tan necesario que desde París se había dado orden a la gendarmería de no molestar a los pescadores ni cuando entretenían sus ratos con actividades más lucrativas. Los gendarmes, fumando sus Chesterfield de matute, recibieron con entusiasmo la directriz.

Los tiempos de guerra eran ideales para los emprendedores locales, que cada vez con más frecuencia en vez de buscar los pescados que escondían las olas preferían los alijos que esperaban en calas recónditas de Italia o España. Henry había resultado tener una aguda visión empresarial, y sus idas y venidas resultaron tan provechosas que había sustituido su Vieux Charles por el Jeune Charles, un precioso barquito de veinte metros tal vez algo excesivo para la pesca diaria. Por tanto a nadie extrañaba que las singladuras del barco se alargasen varios días, y que a la vuelta la esposa del Adjudant-Chef luciese medias de seda nuevas. Porque el tam-tam contaba que el Jeune Charles se citaba en alta mar con un buque de bandera turca que empleaba su pabellón neutral como enseña de bazar flotante, en el que se mercadeaba con estilográficas, cigarrillos, licores o cualquier chirimbolo de esos que tan poco gustaban a los aduaneros. Ayudaba a los negocios que el patrón de la patrullera guardacostas nunca se encontrarse con Henry en el mar, pues un sueldecillo extra siempre ayuda en los años difíciles.

Henry, aunque parecía un devoto partidario del libre comercio, tenía otro lado que le había llevado a comprar una novela de Romain Roland, con la que descifraba los mensajes que emitían desde Suiza. La Central no solo le había indicado como servir al pueblo, sino que le había proporcionado la embarcación con la que ahora tan bien se ganaba la vida. Que si el servidor de la Revolución experimentaba los decadentes lujos capitalistas era para conocer mejor al enemigo.

Así que el Jeune Charles se hizo a la mar, y como tras él partió el Vieux Charles, la parroquia pensó que Henry estaba mostrando una sana ambición que volvería a levantar a Francia y de paso lograría que los francos corriesen por las calles de Martigues. Que tuviese que llevar un par de botes a remolque era lo sensato porque las mejores capturas se cobraban junto a la costa, tanto las de escama como las de matute. Tampoco nadie se molestó porque Henry hubiese enrolado a esos marselleses a los que nadie conocía, que la mieses mucha y hay alijos para todos.

Negocios similares surgían por toda Francia y no era el menor el de los transportes. Camionetas movidas a gasógeno recorrían estrechas carreteras en las que los gendarmes no se aventuraban o no querían aventurarse. Si Marcel, ese amigo de Henry, había traído sus vehículos hasta la costa era porque esperaba que su colega consiguiese una gran captura. De lo que fuese, que la curiosidad perdió al gato y no eran buenos tiempos para los cotillas.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun Abr 17, 2017 4:21 pm

Los soldados permanecieron en un sollado hasta que el petrolero estuvo lejos de la costa. Luego pudieron subir a cubierta pero siempre manteniéndose apartados de la dotación, y atentos al sonido del silbato que les ordenaba esconderse. Pitido va pitido viene los soldados no pudieron admirar ni la bella Estambul ni los Dardanelos. Tampoco les importó mucho, pues en el Mar Negro el Mossovets tuvo que lidiar con un temporal y al llegar a los estrechos los pasajeros estaban terriblemente mareados.

En el Egeo el tiempo mejoró aunque el petrolero aun tuvo que soportar una mar de fondo que apenas dio pausa a los estómagos. En los momentos que Iván mejoraba lo suficiente —en los cortos ratos que el mar daba alguna tregua— el oficial ilustraba sobre las circunstancias del viaje a aquellos de sus hombres que podían prestarle atención. Según Iván la Unión Soviética, necesitada de obtener los recursos con los que apoyar la lucha del proletariado, estaba vendiendo petróleo a los fascistas, y el Mossovets era uno de los buques que lo llevaban. El buque, que ya había hecho varios viajes a Marsella cargado de oro negro, era candidato ideal para llevar otras mercancías no menos importantes. También les dijo que el único peligro al que se enfrentaba el comando era el de echar hasta la primera papilla, porque el Mediterráneo se había convertido en un mar alemán. Los fascistas y sus esbirros dominaban todas sus orillas y hasta los últimos ingleses que resistían en Chipre se terminado por rendirse. Así que nada perturbó la singladura del barco mientras ponía rumbo a Poniente, si se exceptúa algún que otro golpe de mar. El petrolero evitó el estrecho de Mesina, paso que acortaba el viaje pero podía someterlo a alguna inoportuna inspección, y cruzó estrecho de Sicilia, más amplio y ahora limpio de minas. Solo tras superar el cabo Spartivento varió hacia el Norte, proa hacia Marsella. Dos días después el barco atracó ante una costa desconocida.

Con mejor tiempo las citas de contrabandistas siempre son más tranquilas en alta mar, pero el Mediterráneo, con esa pinta de bonachón que tiene en verano, reserva sus malos humos para el invierno. Soplando el gregal resultaba más conveniente aprovechar la tradición corsa de no ver, no oír, y pase lo que pase no hablar. Los cargésiens hacían gala de su herencia y dejaban que su bahía fuese lugar de encuentro entra barcos y barcas que no solo se dedicaban al comercio y la pesca sino a actividades que rolaban entre el mercadeo y la piratería. Dado que la numerosa tripulación del Mossovets podía resultar llamativa incluso para el aduanero más miope, el petrolero atracó en la bahía ondeando pabellón turco —de la nación que hacía su agosto en un mundo en guerra— mientras el viejo y el joven Charles se le abarloaban. Por el lado del mar, que aunque los cargésiens supiesen callar siempre podía haber algún gendarme pinzuti con una malsana curiosidad por esos pasajeros sin deseos de registrarse en la aduana. En unas horas de faena trasbordaron a los pesqueros varias pesadas cajas y después a los turistas procedentes del Este. Luego tanto el Mossovets como los Vieux y Jeune Charles levaron anclas y si te he visto no me acuerdo. El petrolero siguió su derrota hacia Marsella mientras los dos barquitos se internaron en el mar y no se dirigieron hacia su destino real hasta estar muy lejos de tierra.

Para Henry, conocido por ser no solo un negociante próspero sino también espléndido, poco había costado encontrar un par de vecinos deseosos de ganar una buena propina por una leve ocupación. Pues esperar por la noche en una cala rocosa era desagradable por el viento fresco, pero bastante menos cansado que destripar los duros terrones de esa tierra seca. Todo lo que tuvieron que hacer fue esperar hasta ver las luces del mar, y luego responder con una señal convenida. Luego se alejaron, pues los negocios de Henry no se beneficiaban de las vistas ajenas. Por eso no vieron que no solo llegaron botes a la orilla sino también dos viejos camiones Renault de gasógeno que emitía nubes de humo negro, en los que subieron pasaje y carga. A la mañana siguiente los dos Charles entraron en el puerto. Mucho pescado no llevaban, pero sí un licor que hizo las delicias de los gendarmes.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Abr 20, 2017 12:29 am

Con el Tejón llegó una caja de proyectiles que había que probar. Al-gún comité había debido pasar muchas sobremesas rumiando sobre la dura piel de los tanques herejes Matilda y Valentina, que se reían hasta de los checos del ocho. Aunque viendo que ni con tanto acero como llevaban podían impedir que los cañones sin retroceso les hiciesen sietes, el comité encargó para los cañones checos unas granadas del mismo tipo, de las de carga hueca. Así que me fui con el blindado al campo de tiro para probar los perdigones nuevos. No fue mal del todo. El cañón que ya conocía seguía siendo igual de preciso, y los proyectiles especiales también hacían buenos agujeros, aunque no funcionasen tan bien como los que allí mismo había disparado hacía un par de meses, cuando estuvimos probando los cañones sin retroceso antes de las vacaciones portuguesas.

Lo mejor de todo era el nuevo Tejón, que heredaba las buenas cualidades del Pardillo y en vez de parecer una batidora motorizada como los Tejones antiguos, era casi hasta cómodo. El techo ya le he dicho que venía de perlas, aunque estando dentro del blindado no se veía ni un pimiento; en el polígono de tiro ya vi que, si se podía, era mejor ir de pie en la escotilla. Claro que entonces pega el sol y la lluvia, y ya pensé en hacerme un sombrajo como esos que montamos en los Tejones antiguos en Ciudad Rodrigo. Pero Montes me dijo que ni se me ocurriese, que los armadijos de hierros y lona no quedan bien en los desfiles. Magnífica idea en una tierra en las que llueve un día sí y otro también, pero me agencié un paraguas de pastor y por lo menos no me mojaba en las idas y vueltas al campo de tiro. Aunque, bien mirado, si un Tejón con toldo tenía poca presencia, imagínelo con un paraguas.

Con el Tejón llegó una bienvenida visita, el comandante Félix Verdeja. El tío era un hacha de esos que con una bacinilla y unos alicates te hacen un reloj despertador. Él solito había diseñado un tanque cuando la Guerra Civil que daba sopas con honda a panzer, T-26 y demás. Solo quedaba fabricarlo pero ya se sabe cómo son las cosas por nuestra amada Patria. Aun andaba el proyecto rebotando de un despacho a otro cuando entraron las prisas con lo del Castillo de Bellver, y más aun cuando los herejes se plantaron en Lisboa. Pero se pusieron a construir los tanques de Verdeja en una fábrica valenciana que llamaban “El portarretratos” porque servía para que colocar a la familia. Los trabajadores eran buenos, pero había tal cuadrilla de mangantes en la dirección, cuyo único mérito era su relación con jerarcas y gerifaltes, que ya se puede imaginar lo que salió de esa cueva de ladrones. Lo que fabricaban más que tanques eran adefesios, y Verdeja decidió mandar a todos esos inútiles con influencias por donde no luce el sol, y se pasaportó para Europa a buscar si veía alguna cosa que le pareciese más aparente.

Muy quemado tenía que estar Don Félix para ser tan sincero, que hasta nos contó que la fábrica de los Pardillos y los Tejones tampoco le había terminado de gustar. No por la simpleza tecnológica de los tanques, que el comandante sabía qué manazas teníamos por casa y mejor no darles Haigas a esos bestias que pasaban por conductores. Lo que no le parecía bien era el acero, que según decía era demasiado rígido y se rajaba cuando le daban un pepinazo al tanque. Satisfacía que por una vez no era culpa nuestra sino de los checos, que ya sabe, en todas partes cuecen habas. Pero sabiendo eso no daba demasiada confianza montar en un Pardillo salido de esa fábrica.

Otra cosa que disgustaba al comandante era el cañoncito de juguete que llevaban los Pardillos. El apaño de los Súper Pardillos era eso, un apaño que permitía montar un cañón de verdad a costa de dejar un blindaje que era como los visillos, que protegían de las vistas y nada más. Los Tejones a Verdeja le parecían útiles pero como medida de emergencia porque carecían de torre. Sobre todo, fuesen Pardillos, Súper Pardillos o Tejones le parecía que tenían poco blindaje para su gusto. Tampoco para el mío que por poco dejan sin hijo a la señora Lorenzo en Ciudad Rodrigo, así que le daba la razón. Por eso el comandante había aconsejado no fabricar esos tanques en España sino mirar algo mejor, y seguía rebuscando a ver qué encontraba.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Abr 20, 2017 12:51 am

Javier de Mazarrasa. Los carros de combate en España. Colección Armas nº 1. San Martín. Madrid, 1977.

El Verdeja fue un carro de combate de proyecto autóctono destinado a reemplazar a los tanques Panzer I y T-26 del Ejército Español. Fue desarrollado por el capitán Don Félix Verdeja Bardales, que estaba al mando de la compañía de Carros de Combate de la Legión. El capitán Verdeja, comprendiendo la necesidad que el Ejército Nacional tendría de tanques, emprendió el diseño de un carro de combate que aunase las mejores características de los tanques Panzer I alemanes y T-26 rusos. Debido a su posición el capitán tenía acceso a los dos modelos, conocía su rendimiento en combate y sus principales defectos, y pensaba que podía diseñar un nuevo tanque que, mejorando los dos carros antes citados, pudiese ser construido por la industria nacional.

Desde un primer momento Verdeja mostró mayor visión que los proyectistas de otros países al escoger para su tanque el cañón más potente disponible: el 45L46 de origen soviético, que tenía capacidad para disparar proyectiles perforantes y explosivos. El montaje del cañón tenía gran elevación, dándole capacidad de tiro antiaéreo, algo de dudosa utilidad contra aviones pero que permitía combatir los pisos altos en los combates urbanos. Asimismo montaba dos ametralladoras ligeras coaxiales. La suspensión era una modificación de la que llevaba el T-26, que a su vez era copia de un diseño Vickers. Estaba propulsado por un motor Ford V8 de 85 HP, con el que conseguía una velocidad máxima de 70 km/h. La característica más interesante del tanque era la protección: por primera vez en la Historia se daba prioridad a la seguridad de la tripulación. También fue el primer tanque en llevar coraza sería oblicua con gran inclinación, que hacía que los 30 mm de protección máxima equivaliesen a 75 mm verticales (mayor protección que los Panzer IV alemanes). La distribución no era convencional al llevar el motor delante, proporcionando protección adicional, y la cámara de combate (con la torre) retrasada, separada por un mamparo del motor y del depósito de gasolina. La munición se almacenaba en el suelo del carro para hacerla menos vulnerable a los impactos; estas medidas hubiesen dado muchas probabilidades de sobrevivir a los tripulantes de carros Verdeja alcanzados. Además el bajo perfil convertía al Verdeja en un blanco difícil. El jefe del carro disponía de un periscopio panorámico que daba excelente visibilidad, que le permitía mantener el contacto con las tropas propias y detectar precozmente al enemigo: el capitán Verdeja sabía que la limitada visibilidad de los modelos existentes hacía que muchas veces los tanques se desorientasen en el campo de batalla o que fuesen sorprendidos por combatientes aislados: durante la guerra civil un tanque T-26 fue averiado por un legionario que dañó los radiadores con su cuchillo de combate.

El proyecto fue aprobado en 1938, pero la penuria obligó al capitán a construir su prototipo aprovechando restos desechados de otros vehículos: el motor Ford fue tomado de un camión civil, la transmisión de un Panzer I, y la suspensión con rodillos procedía de un T-26. Las pruebas del prototipo fueron favorables, recomendándose solo pequeñas modificaciones. De haberse construido en ese momento, el Verdeja hubiese sido uno de los mejores tanques del mundo: con un peso de 7 Tn, estaba mejor armado que los tanques alemanes, y tan bien protegido como los tanques de infantería ingleses.

Tras la aprobación el capitán Verdeja empezó a construir un segundo prototipo en la factoría de la Unión Naval de Bilbao. Los trabajos avanzaban lentamente debido a la escasez de recursos, hasta que la agresión inglesa de septiembre de 1941 hizo que España buscase nuevas fuentes de armamentos y se potenciase la industria autóctona. Se aprobó la construcción de 1.000 tanques Verdeja en una nueva factoría que originariamente hubiese debido construirse en Zaragoza, pero que finalmente se instaló en Valencia.

Sin embargo las grandes carencias de la industria española retrasaron la producción del nuevo tanque. El segundo prototipo no estuvo listo hasta enero de 1941, y en marzo de 1941 se inició la construcción de la primera serie de 100 unidades. Pero los objetivos que se pretendían eran excesivamente ambiciosos, y la producción simultánea de 100 carros de combate colapsó las pequeñas instalaciones de la Unión Naval del Levante. Los frecuentes apagones por falta de energía eléctrica, los retrasos en el suministro de las placas de coraza y la mala calidad de los materiales supusieron más obstáculos. En mayo se tomó la decisión de paralizar la construcción de 80 barcazas para poder finalizar cuanto antes las 20 más adelantadas. Los primeros tanques fueron entregados al ejército en julio. Se planificó la entrega de una serie más de veinte ejemplares en agosto, y otra más en septiembre.

Las pruebas de las primeras unidades de serie mostraron graves deficiencias, relacionadas con la mala calidad de los materiales y la tosca construcción: aunque el motor era fiable, la caja de cambios se averiaba con facilidad, y las ballestas de la suspensión se rompían por el pobre tratamiento térmico del acero empleado. El ejército consideró que la primera serie de Verdeja no era apta para el combate, y ordenó la finalización de otros veinte ejemplares, tomando componentes de la primera serie, y rectificando los peores defectos. La invasión inglesa de Portugal hizo la necesidad de tanques más apremiante, y a pesar del retraso que conllevó la corrección de los peores defectos, la segunda serie de veinte tanques se empezó a entregar en septiembre. Los nuevos tanques fueron enviados urgentemente a Segovia, para equipar una compañía de la Legión.

Coincidiendo con la entrega de los Verdeja, el ejército alemán cedió un gran número de tanques Panzer 38 (unos 250) procedentes de sus almacenes, así como varias decenas de cañones de asalto Marder. Los nuevos vehículos (llamados en España Pardillos y Tejones) no eran mejores que los tanques Verdeja, y especialmente la protección era deficiente. Pero estaban disponibles inmediatamente y eran más fiables. Se decidió anular la fabricación de los Verdeja tras la entrega de la tercera serie, también de 20 unidades. En su lugar se construirían diseños de origen exterior: inicialmente se consideró fabricar el Panzer 38, pero finalmente se escogió el carro de combate Lince diseñado por Ansaldo. Las barcazas que quedaban en la factoría y que estaban en diferentes estados de finalización fueron desmanteladas, salvo una docena que se usaron en la misma fábrica como tractores. Similar destino corrió la primera serie de 20 ejemplares, de los que se habían retirado los motores y otros componentes clave. Algunos Verdeja inacabados fueron convertidos en prototipos de cañones de asalto o de artillería autopropulsada, pero no fueron aceptados para la producción en serie.

La única unidad equipada con tanques Verdeja, la compañía de tanques de la Legión, fue reequipada con tanques T-26, cediendo sus Verdeja a la escuela de carros de combate de Segovia. En la escuela apenas fueron empleados y la mayor parte fueron dados de baja y desmantelados, o usados como blancos cuando quedaban fuera de servicio por las frecuentes averías mecánicas. Con la tercera serie se equipó una compañía de tanques en Marruecos que no llegó a combatir; sus carros fueron sustituidos por tanques Lince a finales de 1943, y se desguazó a los Verdeja. Hoy solo quedan siete ejemplares conservados como monumentos en diferentes acuartelamientos, la mayor parte incompletos. Los dos en mejor estado se encuentran en el Museo Panzer de El Goloso, pero son reconstrucciones partiendo de tractores abandonados en la fábrica de la Unión Naval en Valencia.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar May 02, 2017 12:59 pm

Capítulo 12

El talento se educa en la calma y el carácter en la tempestad.

Johann Wolfgang Goethe



Diario de Von Hoesslin

El gabinete de guerra seguía manteniendo sus periódicas reuniones. Pero la de hoy iba a ser diferente. No solo la presidiría el canciller Speer, sino también iba a ser la primera a la primera a la que asistiese su majestad imperial Paul Emil von Lettow-Vorbeck, Paul I, regente del Tercer Imperio Alemán.

Aun no había aceptado el nombramiento. Es más, en la anterior reunión el doctor Speer había contado las dificultades que había tenido para conseguir la aquiescencia del viejo general. Von Lettow-Vorbeck se consideraba un servidor de Alemania y como tal había entrado en las luchas políticas de los años veinte; pero también odiaba a los nazis, y sobre todo se consideraba un monárquico de la vieja escuela, que aun rendía admiración a los Hohenzollern. Aunque el último de ellos, el difunto káiser Wilhelm, había sido un inútil que había llevado a Alemania a la catástrofe. Aceptar la regencia era de traicionar su devoción a la antigua familia imperial. Tampoco había ayudado el carácter del militar, uno de los pocos que se había atrevido —según se decía— a rehusar una oferta del Führer Hitler con un lenguaje algo menos que correcto.

Pero Speer contaba con un arma poderosísima: su simpatía natural. No a la manera del general Schellenberg, cuya cara alegre y jovial ocultaba las ideas que se movían por su mente y que ni hoy día me atrevo a suponer cuáles fueron. No, el canciller Speer ganaba amistades gracias a su sinceridad, su dinamismo y su dedicación. Cualquiera que quisiese bien a Alemania sentía una instintiva atracción por el doctor Speer, y Von Lettow-Vorbeck no lo fue menos. Que Speer sufriese las secuelas del atentado contra el Führer tampoco le desagradó: el general sabía valorar a los que ofrecían su sangre por la Patria. No por ello aceptó la propuesta así como así, sino que simplemente consintió en tener una charla a solas con el mariscal Von Manstein. Militar con militar, dijo, podrían entenderse. En realidad, creo que la principal causa por la que Von Lettow exigió esa cita fue porque, al contrario que Speer o Schellenberg, Von Manstein había vivido la Gran Guerra.

El mariscal consiguió convencer a Von Lettow. No sé cómo, pues no estuve presente en la charla: fue una reunión a solas de la que no quedaron registros, y el mariscal nunca comentó nada sobre la conversación. Supongo que Von Manstein le habló al viejo general de las ventajas de la monarquía —que a mí me parecían obvias— pero del riesgo que suponía el sistema hereditario, en el que un imbécil con sangre azul podía hundir a cualquier país. Alemania había tenido una suerte loca con los Hohenzollern, una dinastía admirable si la comparamos con los locos Hannover o los irresponsables Borbones. Pero había bastado con un emperador que no supo estar a la altura para acabar con el Imperio. Me imagino que Von Manstein intentaría encender la imaginación del general con las épocas heroicas de los emperadores elegidos, y que trataría de calmar sus inquietudes aduciendo que igual que las guerras sucesorias eran cosa del pasado, también lo serían los conflictos que conllevaron las elecciones de tiempos pretéritos. Aunque también es posible Von Manstein que fuese a lo práctico y simplemente dijese que Alemania necesitaba un regente para estabilizarse políticamente y para cerrar el paso a los nazis, de los que aun quedaban demasiados a pesar de los juicios de Berlín. También supongo que le diría que la regencia no sería una carga demasiado pesada, y que de todas maneras podría retirarse cuando acabase la guerra o a lo sumo en 1950, cuando cumpliese los ochenta. El caso es que tuve el honor de ser el primer alemán —aparte del futuro regente y del mariscal— en saber que Von Lettow había aceptado. Pues al salir del despacho el general se me dirigió directamente.

—Buenos días, mayor Von Hoesslin. Debo felicitarle por su reciente ascenso —miró la muleta que descansaba en una silla antes de seguir—. Sé que aun padece por las heridas que sufrió luchando por el Reich, pero piense que esas cicatrices son más honrosas que cualquier otro honor. Además, por lo que a mí respecta, pocos más va a conseguir. Eric —dijo señalando con la cabeza a Von Manstein— me ha dicho que la idea de la restauración ha sido suya, y anhelo el día en el que tome posesión del puesto de regente para enviarle de cónsul honorario a Tombuctú.

El mariscal rio la broma. Von Lettow no movió ni un músculo de la cara: como iría aprendiendo, sus facciones no se perturbaban por minucias como pelear una batalla o ser escogido para ocupar un trono.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie May 05, 2017 12:17 am

Se había acordado que el papel del Prinzregent —aunque aun no era oficial empezó a actuar como tal— debía ser únicamente ceremonial, algo que demostró que el gabinete no conocía a Von Lettow. El general fue terminante: estaba dispuesto a aceptar el cargo, y entendía que no debía interferir con las deliberaciones del gobierno. Más aun, también comprendía que no debía estar en las reuniones salvo en contadas ocasiones. Pero esta sería una de ellas porque tenía que saber cuál era el estado del Reich. No había alternativas: o el gabinete aceptaba, o el general recogía su bastón y se volvía a su casa. No sería la última vez que pondría al gobierno entre la espada y la pared.

También había impuesto otra condición que planteó en esa primera reunión una vez finalizadas las presentaciones

—Bien, caballeros, no sé si sentirme honrado u ofendido por la propuesta que me hizo el mariscal —aunque a Von Manstein lo tuteaba en privado, en las reuniones Von Lettow fue siempre formal—. No puedo olvidar que ustedes medraron en el régimen nazi. Voy a ser claro: me parece una ideología repugnante. Aunque sea el primero en estar convencido en que el pueblo alemán puede y debe liderar Europa, difícilmente puedo ser racista cuando los africanos que sirvieron bajo mis órdenes lucharon como leones. También pelearon conmigo, codo a codo, alemanes de religión hebrea a los que los nazis culpan de los males de Alemania. No es mi único reparo. La legalidad de las medidas tomadas en Alemania durante los últimos meses ha sido bastante dudosa. Necesito que me justifiquen lo que hicieron y, si no lo hacen a mi gusto, me levantaré y me iré.

Von Manstein puso cara de disgusto: el regente —si aceptaba el cargo— no le había prevenido de semejante exigencia. Al reservarse la bomba no solo querría conseguir explicaciones, que en mi opinión justificaban de sobra lo ocurrido, sino que lograba un ascendiente sobre el gabinete. Mentalmente aplaudí la estratagema.

—Alteza… —empezó a decir Von Papen.

—No, por ahora soy solo un general.

—Como desee, mi general. Aunque le sorprenda, todos los miembros del gabinete concordamos con sus opiniones. La ideología racista nazi es una perversión que hubiese manchado el nombre de Alemania durante generaciones. Mi general, aunque varios de mis colegas —dijo refiriéndose a Schellenberg y Speer— fueron fascinados por ese partido que prometía regenerar Alemania, hace ya tiempo que quedaron desengañados. Antes de llegar al poder ya habíamos decidido que el partido nazi debía desaparecer, y que los responsables de los crímenes que ensuciaron el nombre de Alemania debían pagar por sus actos. Pero estamos en una guerra, y usted es el primero en saber que nuestros enemigos, si consiguen vencernos, no permitirán que Alemania conserve su independencia. Arruinarán el país y lo dividirán para condenarlo a las rivalidades que tanto padeció Alemania antes de la Unificación. Tenemos que vencer y no podemos mostrar debilidades. Por eso, aunque nos repugne, debemos mantener al partido nazi. Pero reducido a poco más que un ceremonial, manteniendo la pompa y la parafernalia pero despojándolo de cualquier poder. Por desgracia, también creímos que no bastaría con descafeinar el partido, pues en nombre de Alemania se habían cometido crímenes horribles que no podían quedar impunes.

—Por eso ustedes han acabado con los nazis malos. Qué casualidad que también fuesen sus rivales —soltó Von Lettow demostrando que no tenía pelos en la lengua.

Fue Von Manstein el que tomó la palabra—. General, poco antes de ser relevado de mi mando en Palestina pude ver como se asesinaba a miles de prisioneros solo por ser judíos. Esos crímenes fueron cometidos por comandos que obedecían órdenes directas de Berlín, y cuando los denuncié fui relevado de mi puesto. Quien dio las órdenes de esos asesinatos fue el Statthalter. En los años que Hitler y Goering estuvieron en el poder se realizaron actos vergonzantes. No fueron ellos solos, muchos de nuestros compatriotas colaboraron con entusiasmo en esas salvajadas. El honor de Alemania exigía que los culpables recibiesen su castigo, y esa fue nuestra primera meta cuando tomamos el poder. Pero no tiene por qué creer mis palabras. Disponemos de pruebas que están a su disposición.

—Ha citado a Goering, cuya muerte fue para ustedes muy oportuna ¿Qué tuvieron que ver con ella?

Ahora contestó Speer—. Mi general, usted sabe que fui un rendido admirador de Hitler y me hubiese resultado imposible mover un dedo contra él o contra su sucesor. Sabemos quién cometió el atentado: fue el mismo militar antifascista que ya había asesinado a Hitler. El criminal había conseguido eludir la investigación tras el asesinato del Führer gracias el revuelo que causó la intentona de Himmler, y aprovechó el viaje de Goering a Palestina para acabar con él. También murió en ese atentado; como le ha dicho el mariscal, tenemos pruebas que no se han hecho públicas y que cuando desee le mostraremos. Lo que no voy a negar es que el asesino hizo un favor a nuestra Patria. Ahora sé que Goering fue un megalomaníaco que se había puesto como meta continuar la tarea homicida de Hitler.

—¿No decía que lo admiraba, canciller? —interrumpió Von Lettow.

—Mi general —siguió Speer, yo lo admiraba porque supo levantar a Alemania. Pero mi lealtad es con la Patria, no con las personas, y tampoco es ciega. No puedo imaginar qué hubiese hecho Hitler de seguir vivo pero, ahora que sé lo que realmente estaba ocurriendo en demasiados de nuestra patria y de Polonia, temo cualquier cosa. Supongo que usted no ha oído hablar del programa Aktion T4 ¿no es así?

Von Lettow sacudió ligeramente la cabeza y Speer siguió— ¿Qué le parecería asesinar a un pobre niño enfermo? Es lo que se Hitler ordenó hacer supuestamente por el bien de la patria. No fueron uno ni dos, sino miles. La muerte de Hitler no acabó con el horror. Goering presentaba una cara amable mientras proseguía con los planes de su antecesor, que hizo suyos y quiso continuar en un grado inusitado. El Statthalter pretendía limpiar Europa de los que llamaba subhombres, y para eso se estaba preparando para atacar a la Unión Soviética y exterminar a su población. No sé si Alemania hubiese vencido, pero de lograrlo, el nombre de nuestra Patria se asociaría a uno de los periodos más infames de la historia.

Von Lettow se mantuvo imperturbable, y repuso—: También corre el rumor que ustedes ordenaron la muerte de Reichenau.

Speer empezó a decir que había sido un accidente, pero Schellenberg le hizo un gesto con la mano y se adelantó.

—Mi general, debo asumir la responsabilidad. Yo ordené la muerte del mariscal Reichenau. Pero no por rivalidad ni por ambición. El mariscal acababa de participar en un intento de golpe de estado.

—No sabía nada de eso.

—Como le ha dicho mi colega, estamos en guerra, y consideramos prudente mantener la intentona en secreto. No tomamos medidas punitivas contra los participantes salvo contra el organizador, el coronel general Halder, que está en reclusión a la espera de sentencia. A los demás solo se les obligó a pasar al retiro. Pero Reichenau, en cuanto quedó libre, empezó a conspirar con los antiguos nazis ¿Qué castigo cree usted que merecía? Se le podría haber juzgado por traición, pero preferí ordenar que se le matase. Me pareció que sería una solución que haría menos daño a Alemania.

—Entiendo. Caballeros, me han dicho que tienen pruebas. Quiero estudiarlas antes de tomar ninguna decisión. Espero que el mayor Von Hoesslin, que veo que está actuando como secretario, me traiga los documentos cuanto antes. Dentro de dos días, a esta misma hora, les haré saber mi decisión.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Dom May 07, 2017 11:15 am

Por el bien de mi Patria debo callar lo que contenían esos documentos, y solo puedo decir que las pruebas eran abrumadoras. Lo sé porque el regente —para mí ya lo era y no dejé de referirme a él como Alteza— me pidió que le ayudase en la revisión. Mi presencia en las reuniones del gabinete me había permitido conocer, en líneas generales, su contenido. Pero enfrentarse a las pruebas del horror resulta estremecedor. La matanza de Palestina estaba documentada con declaraciones de testigos y fotografías de las fosas comunes. Ocurría lo mismo con los centros en los que se asesinaba —eutanasia, lo llamaban; qué descaro es llamarlo buena muerte— a niños y enfermos: se habían recogido no solo las declaraciones de los directores de esos agujeros de horror, sino los libros en los que se contabilizaban los homicidios. No constaban los nombres de las víctimas, que esos criminales habían reducido a números, pero sí leímos cartas en las que esos seres, que no merecían llamarse personas, se vanagloriaban por haber superado los “objetivos” que se les asignaban. Que esos miserables hubiesen sido ejecutados en su mayoría tras los juicios de Berlín —unos pocos habían salvado la vida al haber actuado como testigos— no suavizaba la degradación a la que el nazismo había llegado. Igualmente terribles eran los planes de lo que los nazis querían hacer en Rusia. Lo llamaban limpieza racial pero era pura y simplemente maldad. Siempre había tenido sentimientos antinazis; a partir de aquel día, solo asco.

—Mayor, ni en mis peores pesadillas hubiese soñado con algo así —me dijo el regente al final.

Me imaginaba el efecto de las pruebas, pues yo sabía que en su campaña africana Von Lettow había respetado escrupulosamente las reglas de la guerra.

—También veo que usted está muy afectado —siguió el regente.

—Alteza, si me permite hablar un momento…

—Hágalo, se lo ruego.

—Alteza, usted ya sabrá que perdí mi pie en Egipto, en esa campaña que culminó con asesinatos en masa. Me siento a la vez insultado y traicionado. Yo no tuve nada que ver con el que mató a Goering, pero tras conocer lo que pasó me resultaría imposible condenarlo.

—Le comprendo. Si acepto el cargo, una de las primeras medidas que exigiré será que se ignoren los nombres de Hitler y Goering. No puedo imponer el olvido, pero sí el desprecio. Jamás aceptaré dirigir un estado en cuya flota haya barcos que lleven los nombres de asesinos —el futuro regente sabía que los primeros portaaviones que Alemania ya estaba construyendo iban a llevar esos nombres. No se volvió a hablar de ello, pero el Goering acabó llamándose König, y el Hitler, Hindenburg. Ningún barco de guerra alemán acabó llevando nombres de nazis.

—Si no me necesita más, Alteza… —dije mientras me ponía en pie.

—Siéntese, mayor. Tengo una pregunta personal para usted. Sé que suya fue la idea de la monarquía, y que consiguió convencer a Von Manstein ¿es que usted es monárquico?

—Alteza, mi familia lo era pero yo nací y me crie en una república. No sé lo que es realmente una monarquía salvo por mis lecturas. Además sé que hay reyes y reyes, y regímenes y regímenes. No puedo admirar el absolutismo, ni el despotismo ilustrado, ni siquiera esos regímenes en los que el rey interviene en la política, normalmente solo para complicarla. Si sugerí al mariscal el cambio de sistema fue en parte por admiración a Enrique, a Otón, a Barbarroja, a esos grandes hombres de otra época. Pero también porque me parecía que la monarquía era la única manera de poner coto al nazismo. Una ideología puede dominar a una república, pero el emperador está, o debe estar, por encima de las facciones.

—Guillermo segundo no lo estuvo.

—Perdone si le molesta lo que voy a decir, pero la lacra de la monarquía era que encumbraba a mediocres gracias al accidente del nacimiento. Por eso le propuse al mariscal que el emperador se escogiese entre los mejores de Alemania. Yo crecí leyendo sus hazañas en África, pero al saber de su rectitud personal mi admiración se acrecentó. Usted, u otros como usted, pueden conseguir preservar a la Patria de caer en la barbarie. Son los únicos capaces de mantenerla en la senda de la Humanidad.

—Comandante, me está haciendo sonrojar —el general se permitió una ligera sonrisa. Entendí que Von Lettow las reservaba para sus hombres, y que con ese leve gesto había pasado a serlo.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun May 08, 2017 12:39 pm

Von Lettow-Vorbeck aceptó hacerse cargo de la regencia, aunque con otra condición: el sistema de elección del emperador que yo había propuesto le parecía adecuado, pero dijo que él no había sido elegido sino designado. Por eso no podría aceptar ser emperador. Solo ostentaría el título de regente, rechazando ser alteza imperial. Aunque tuvo que resignarse a ser llamado simplemente alteza. El regente —que lo era de facto— señaló que renunciaría a su cargo en cuando se pudiese nombrar un emperador. Los miembros del gabinete admitieron los términos, pero solo externamente. Pues el regente se granjeó tal admiración que cuando en 1948 se eligió un emperador, su primer decreto imperial fue conceder al regente saliente el mismo título, a pesar de las protestas de Von Lettow.

En la siguiente reunión los miembros del gabinete presentaron al regente la situación del país. Comenzando, lógicamente, por la evolución del conflicto bélico.

—Parece que, por fin, hemos conseguido hacer daño a los ingleses —dijo Von Manstein—. La operación Streitkolben tenía un objetivo más moral que militar, porque yo no creía que pudiésemos dañar significativamente la capacidad británica para seguir la guerra. Pero entre los errores del enemigo y el magnífico comportamiento del ejército español hemos conseguido que la victoria de Portugal haya sido mayor de lo esperado. Los ingleses han perdido cerca de ciento cincuenta mil hombres, incluyendo ochenta mil prisioneros. Si contamos los éxitos de Chipre, Creta, Sudán e Irak, hemos causado a los británicos cerca de medio millón de bajas en los últimos tres meses, de las que al menos trescientas mil son definitivas.

—Es apenas la cuarta parte de su ejército —dijo Speer.

—Sí, pero se trataba de la mejor. Se han quedado sin dos terceras partes de sus oficiales y suboficiales veteranos, y van a tener muchas dificultades para reponer las inmensas cantidades de armamento perdidas. Incluso con la ayuda de Roosevelt tardarán por lo menos un año en recuperarse, si no dos.

—¿Y nuestras bajas? —el canciller Speer estaba muy preocupado por el impacto de la ya prolongada guerra en la moral de la nación. Además sabía que el segundo hijo de Von Lettow, Arnd, había sido herido gravemente en uno de los últimos combates junto a Lisboa; su primogénito Rüdiger ya había caído en 1940.

—Han sido mucho menores —repuso el mariscal, que hablaba con una formalidad que no era habitual en el gabinete, en el que el trato era personal; pero en presencia del regente siempre se mantenían las formas—. Tenga en cuenta que al hablar de bajas definitivas no me limito a los fallecidos o a los mutilados, sino también a los prisioneros, y los ingleses han capturado muy pocos. Contando todos los escenarios, en estos tres meses hemos perdido cien mil, la mitad alemanes, el resto españoles e italianos. Aparte hay otros ciento cincuenta mil heridos que se podrán recuperar. Aunque sean muchas bajas no llegan a la tercera parte de las sufridas por el enemigo. Además no solo hemos dañado a su ejército. La Royal Navy también ha tenido serias pérdidas, y su marina mercante lo está pasando mal. Calculamos que durante el mes de diciembre hemos hundido la décima parte de los barcos que intentaban cruzar el Atlántico. Tal vez no parezcan muchos, pero para un marino esa tasa de pérdidas significa que las probabilidades de llegar vivo al final del año son ínfimas. Las fotografías tomadas por nuestros aviones de reconocimiento muestran que en los astilleros británicos se han suspendido las obras en los buques de guerra grandes, para destinar los recursos a buques de escolta y más mercantes. Aun así, muelles y puertos británicos están atiborrados de barcos dañados esperando su turno para ser reparados.

—Mariscal —interrumpió por primera vez pero no única Von Lettow—, a este ritmo ¿cuánto podrán resistir los ingleses?

—Es difícil saberlo, Alteza —fue la primera vez que escuché esa palabra de los labios del mariscal—. Si estuviesen solos, a lo sumo seis meses. Pero su aliado norteamericano se está implicando cada vez más en la guerra, y de los astilleros yanquis salen cantidades ingentes de barcos de todo tipo, en muchos de los cuales acaba ondeando la Unión Jack. Pero la guerra al tráfico no se hace para hundir mercantes sino también para asfixiar a Inglaterra. Entre las pérdidas que les causamos, los inconvenientes que implica el sistema de convoyes, y las incursiones de nuestros buques pesados…

—Perdone otra vez, mariscal, pero por lo que sé nuestros acorazados apenas han dañado algunos convoyes.

—Tiene razón, Alteza. Pero cada vez que salen a la mar todo el sistema de navegación británica se trastoca. Tienen que poner escolta con acorazados a los convoyes más valiosos, y se ven obligados a desviar al resto a derroteros alejados, u ordenarles que vuelvan a puerto. En total, calculamos que en estos dos últimos meses las importaciones inglesas se han reducido a la mitad. Incluso tienen problemas para distribuir lo poco que les llega. La Luftwaffe les ha obligado a abandonar los puertos del sur y de las Midlands, y los del Ulster no pueden usarlos porque el minado de las aguas ha interrumpido casi por completo el cabotaje. Se han visto obligados a descargar en los puertos escoceses y luego distribuir las mercancías por ferrocarril. Pero la red ferroviaria británica, aunque sigue activa, sufre serios retrasos al tener que emplear vías secundarias, ya que las principales rutas norte-sur y este-oeste sufren muchas interrupciones. También hemos dañado parte de su material rodante. Los problemas con la distribución está afectando a la industria británica y, por si fuese poco, los ataques contra las centrales de producción de energía eléctrica y de procesado de productos petrolíferos parece que han sido muy efectivos y han afectado todavía más a la producción.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Speer, más por curiosidad que por dudar de las palabras del mariscal.

—Gracias a los reconocimientos aéreos. Aunque los ingleses intentan ocultar el efecto de nuestros bombardeos, hay algunas actividades que no pueden disimular. Hemos comprobado que en sus astilleros se han paralizado las obras salvo la construcción de mercantes y de barcos de escolta pequeños. Como he dicho, en los muelles o embarrancados en aguas someras hay cientos de barcos mercantes que parecen estar a la espera de reparación: son millones de toneladas que ya no están disponibles. También han suspendido las obras en los grandes buques y parece que algunos cascos están siendo desguazados. Teniendo en cuenta que en la fase actual la guerra naval es de crucial importancia, significa que su industria está al límite. Sin embargo, me temo que los efectos sobre la vida civil son menores…

Schellenberg, que hasta entonces apenas había hablado, se inmiscuyó—. Perdone si le interrumpo, pero está entrando es mi campo. Hay que tener en cuenta que lo que voy a contar son solo estimaciones. Por desgracia, no tengo fuentes fiables en Inglaterra: aunque en la preguerra creamos una red de espías, y hemos enviado más, hay indicios que me hacen pensar que toda la red ha sido descubierta por los ingleses.

—¿Los han detenido? —dijo Von Manstein, preocupado por la suerte de los agentes.

—No, al menos aparentemente. La mayoría sigue enviando sus mensajes, aunque algunos han sufrido desgraciados accidentes.

—Como el del pobre Reichenau —Von Papen quiso señalar que no solo eran los británicos los que se saltaban las reglas, pero inmediatamente se dio cuenta del error que había cometido cuando Von Lettow puso cara de disgusto.

—Más o menos —repuso Schellenberg—. Los espías que siguen vivos envían informes muy bien trufados, mezclando datos reales con alguna que otra “perla” que nos intentan colar. Por ejemplo, ahora están intentando venderme una historia según la cual están formando un gran ejército en Escocia preparado para invadir Noruega. Tanto las fotografías aéreas como las intercepciones radiofónicas o la lectura de la prensa —que recibimos a través de embajadas neutrales— parecen confirmarlo: por ejemplo, se ha detectado la concentración de por lo menos dos divisiones acorazadas cerca de Aberdeen. También están acumulando lanchas de desembarco en esos puertos ¿No es así, mariscal?

—Cierto. Por lo visto están reequipando esas fuerzas con armamento norteamericano. Personalmente, que pretendan invadir Noruega me parece un dislate.

—Y a mí. Por eso quiero enviar algún agente para que compruebe si de verdad se está produciendo esa concentración. Me he tomado la libertad de contactar con nuestros aliados italianos, pues tienen unidades de nadadores que podrán echar un vistazo sin precisar la cooperación de la red que tenemos en Inglaterra. O que tienen los ingleses. Pero me apuesto la paga del mes a que todo resultará ser un engaño.

—De todas maneras —dijo Von Manstein— es posible que haya algo real. Lanzar una gran invasión de Noruega sería absurdo, pero no descarto que hagan alguna incursión, o incluso que intenten apoderarse de algún enclave costero.

—Debo recordar —intervino el canciller Speer— que gran parte del hierro que necesita nuestra industria procede de minas suecas. En verano llega por el Báltico, pero en invierno tiene que hacerlo por Narvik y costeando la costa noruega. Si los ingleses consiguen interrumpir la navegación nos encontraremos ante un serio problema.

—No se preocupe —repuso Von Manstein—. No tenemos demasiadas fuerzas en el país nórdico, pero desplazar un par de grupos de aviones es algo que puede hacerse en pocos días. Previendo posibles operaciones inglesas, he dado orden de crear almacenes con municiones, combustible y repuestos a lo largo de toda la costa europea. En menos de 48 horas podríamos tener un millar de aviones en Escandinavia.

—Me tranquiliza —repuso Speer—. Pero si se concreta la amenaza inglesa pienso que será necesario reforzar la guarnición. Disculpe que vuelva a preguntar —dijo a Schellenberg— ¿Está seguro de que lo de Escocia es una añagaza?

—A ver si me explico. Las pruebas son abrumadoras y cada vez tengo más. Demasiadas para mi gusto. Mis agentes están encontrando pocas dificultades para moverse por el país, y han fotografiado filas de tanques, grandes campamentos… Excesivo. Es lo que dicen: cuando todo va bien, es que hay gato encerrado.

—Veremos si los italianos nos sacan de dudas —repuso Von Manstein—. Pero retomemos el hilo ¿qué nos decía de la moral de la población inglesa?

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Sab May 27, 2017 11:08 am

Hola amigos:
En ascuas nos tienes maestro ¿Que pasara con los Ivanes en Metz? ¿Te has cargado al pobre curilla? Por el hereje no lo siento, por él si ¿Vas a meter al bueno de Dietrich en Metz? Por favor no nos sigas torturando con la espera
Hasta otra><>

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Jun 01, 2017 11:07 pm

Me alegra comunicar a la distinguida concurrencia que hace una hora he enviado a la editorial el último capítulo del libro, y puedo reincorporarme a las historias que tenía un tanto dejadas.

Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Jun 01, 2017 11:17 pm

—Repito lo mismo —dijo Schellenberg—. Según mi red en Inglaterra, la población sigue con la moral muy alta, segura de la victoria final, y nuestros ataques aéreos, aunque molestos, no han tenido efectos demasiado graves. Los espías me dicen que los ingleses están aguantando bien y que su industria se está recuperando.

—Eso no es cierto —dijo Speer—. Economía ha hecho una evaluación de la producción industrial, basándose en el ritmo de trabajo en los astilleros y en la actividad de los ferrocarriles, y es apenas el 60% de la de 1940.

—Son esas discordancias las que me hacen pensar que los ingleses están controlando toda nuestra red. Afortunadamente, tengo otras fuentes que cuentan una historia diferente. Ya saben que Irlanda ha empezado a cooperar aunque clandestinamente, y su embajada nos informa puntualmente de lo que ocurre en Inglaterra. No se preocupen que el sistema de comunicación es completamente seguro y no compromete a los irlandeses. Aunque tampoco nos perjudicaría que Churchill tomase medidas contra Irlanda, que poco beneficiarían sus relaciones con la República y además requerirían fuerzas adicionales. No dependo solo de los irlandeses, pues tengo a sueldo a varios diplomáticos de países neutrales que me han relatado las dificultades cada vez mayores a las que se enfrentan los londinenses. Los cortes de electricidad son continuos y en Londres solo se dispone de luz eléctrica de cuatro a seis horas al día. Hay cortes incluso en los refugios subterráneos en los que los londinenses pasan casi todas las noches.

Von Papen interrumpió— ¿No habíamos dejado de atacar sus ciudades?

—Sí y no —repuso Von Manstein—. Hay grandes zonas que declaramos seguras, pero también hemos anunciado largas listas de objetivos que seguimos atacando casi todas las noches; aunque ya no deseemos matar civiles, podemos dejarlos sin dormir. Estamos enviando pequeños grupos de bombarderos con cargas reducidas que atacan los objetivos declarados de las ciudades, pues lo que queremos no es causar daño, sino hacer sonar las alarmas.

—¿Qué es eso de los objetivos declarados? —quiso saber el regente.

—Alteza, estamos lanzando octavillas que avisan a los ciudadanos de los blancos de los siguientes ataques. Así pueden alejarse de los blancos.

—¿No es muy arriesgado?

—Solo en parte —contestó Von Manstein—. Las pérdidas son algo superiores, pero también las inglesas, pues a esas zonas enviamos nuestros escuadrones de caza nocturna. Disminuye un poco la eficacia de nuestros ataques porque trasladan lo que pueden, pero eso también disloca su producción. Pero lo principal es que así demostramos el desprecio que nos merecen las defensas enemigas.

—Es la mejor herramienta de propaganda —dijo Schellenberg—. Basta con que caigan los folletos para que la población abandone en masa los barrios donde están los objetivos, trastornando más la producción que las mismas bombas. Además, como resulta difícil impedir que algunos bombarderos se desvíen, los londinenses tienen que dormir en los refugios, y están agotados. Según los diplomáticos, en el mes de enero sonaron las alarmas en Londres veinticuatro noches. Tengo otros datos muy interesantes: aunque en teoría el racionamiento no se ha endurecido, se forman largas colas ante las tiendas y no se encuentran muchos productos. Los precios en el mercado negro se han disparado. El suministro de agua sufre interrupciones constantes y muchos barrios dependen de fuentes o de la que se lleva en cisternas. La guinda es que los cortes de electricidad han disminuido la producción y muchos obreros han sido despedidos. El malestar de la población es cada vez mayor, y cada vez hay más protestas contra la guerra y contra Churchill. Tanto los diplomáticos como las fuentes irlandesas coinciden en que varias manifestaciones han tenido que ser disueltas por el ejército, y que se han producido algunas víctimas. Los irlandeses me han indicado que por Londres corre el rumor que varias unidades del ejército se han negado a cumplir las órdenes de abrir fuego. Entiendan, se trata de una habladuría sin confirmar pero, de ser cierto, significa que el régimen de Churchill tiene los días contados.
Última edición por Domper el Lun Jun 05, 2017 8:15 pm, editado 1 vez en total

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie Jun 02, 2017 11:16 am

—¿Cuál es el despliegue británico actual? —preguntó el regente.

—En la actualidad los principales combates son aéreos y navales, y solo en Canarias hay en curso una campaña terrestre. Esa tranquilidad les está permitiendo rearmar su ejército, sobre todo con equipos estadounidenses. Los ingleses tienen la mayor parte de sus fuerzas en Gran Bretaña, en posiciones preparadas para defender una invasión.

—¿Vamos a invadirlos? Sería la manera de acabar con la guerra de una vez.

—Qué más quisiéramos, Alteza —dijo el mariscal—. Yo también era de los que creían que cruzar el Canal no era sino pasar un río un poco más ancho, pero el almirante Marschall, un hombre muy capaz que tendré que presentarle, me ha hecho ver la realidad. Mientras la marina inglesa siga a flote, intentar una invasión sería suicida. Ni siquiera con paracaidistas, que caerían en un avispero de cañones y trampas. Además los ingleses, que no son tontos, han situado sus mejores fuerzas justo detrás de los mejores puntos para un ataque. Nuestros hombres se encontrarían luchando con tanques nada más llegar a tierra. Antes de que me lo pregunte, la Luftwaffe no podrá compensar nuestra debilidad. Tal vez de día, sino llueve o hay niebla, que es lo habitual en esas costas. Pero las noches son demasiado largas. Es lamentable pero, hoy por hoy, invadir las islas está fuera de nuestras posibilidades. Claro que una cosa es que nosotros sepamos que es imposible, y otra lo que crean los británicos. Seguimos haciendo preparativos, situando tropas en la costa occidental de Europa, mejorando los puertos y las bases aéreas y restaurando las comunicaciones ferroviarias. Estamos haciendo muchos preparativos en Noruega, para que parezca que amenazamos las islas Shetland; inicialmente habíamos pensado asaltarlas para emplearlas como base contra Escocia, pero ahora la guarnición es demasiado grande.

—Si usted lo dice, no será factible, pero es una lástima que no podamos invadirlos.

—Tiene razón, pero se trataría de una operación muy arriesgada y lo que menos nos interesa es que Churchill consiga alguna victoria. Mientras que con la situación actual su ejército se está hastiando, pasando días, semanas y meses en las trincheras, bajo un alud de bombas, mientras el mar sigue vacío. Además nuestras maniobras han conseguido que los británicos hayan reforzado los archipiélagos atlánticos. No solo las más cercanas como las Shetland, las Orcadas y las Feroe, sino también las Bermudas y Bahamas. Lo mismo con las islas portuguesas, es decir, Azores, Madeira y Cabo Verde. Supongo que temen que empleemos nuestra flota para dar un golpe de mano. Se mantienen en el estrecho de Bab-el-Mandeb, en esos emiratos títeres que conservan por el Golfo Pérsico, y en algunas partes de la costa iraní. Sin embargo no están reforzando esas guarniciones a pesar de tener la India cerca. Al parecer por esa colonia se está extendiendo el malestar tras el desastre que sufrieron en Irak y no se atreven a aumentar el reclutamiento. Los pocos soldados que reclutan los mandan al Extremo Oriente, pues temen que los japoneses los ataquen.

—¿No se supone que los nipones son nuestros aliados? ¿A qué esperan?

—No nos conviene que lo hagan, Alteza —dijo Von Papen—. Por una parte, los de Tokio no son aliados nuestros, sino que van a lo suyo; si nuestros intereses coinciden, mejor, pero ya tuvimos muchos problemas con los franceses por culpa de una guerrita que el sátrapa de Siam organizó por cuenta y riesgo de los japoneses. Además el peligro está en que si Japón se mueve, puede dar a Roosevelt el pretexto que necesita para entrar en guerra. No niego que la ayuda japonesa nos vendría de perlas, pues tienen una potente flota que es justo lo que necesitamos para derrotar a los ingleses. Pero no si significa ir a la guerra con Estados Unidos. Por otra parte, les hemos tanteado consultándoles si estarían dispuestos a enviar alguna escuadra al Atlántico, y nos han dado largas. Como le decía, Alteza, Japón va a lo suyo que no es lo nuestro. De hecho, como le podría explicar el ministro Von Papen, se está convirtiendo en un dolor de cabeza para nuestra diplomacia. Usted no lo sabe, pero hace un par de meses estuvieron a punto de atacar a los norteamericanos.

—¿A los yanquis? —dijo Von Lettow— ¿Están locos?

—Eso pensamos nosotros. Por lo visto esos irresponsables querían invadir las colonias europeas en Asia, pero como consideraban que la flota norteamericana del Pacífico era un peligro, habían planeado atacarla en sus bases de Hawái. Justo lo que Roosevelt hubiese deseado. Afortunadamente nuestros servicios de inteligencia consiguieron enterarse de lo que iban a hacer nuestros supuestos aliados.

—General —dijo refiriéndose a Schellenberg— ¿Tan mala seguridad tienen en Tokio?

—Mala no, pésima —respondió el general—. Estaban moviendo sus fuerzas por medio Pacífico y seguro que los yanquis ya lo sabían y les esperaban con el cuchillo entre los dientes. Hubo que amenazar a esos inútiles para que detuviesen el ataque. Pero como le estaba explicando el mariscal, existe el riesgo de que estén preparando alguna otra locura que acabe implicándonos. Decidimos intentar aplacar a los japoneses ofreciéndoles las Indias Orientales Holandesas, pero puede pasar cualquier cosa.

—Gracias, general —dijo Von Lettow—. Mariscal, le ruego que disculpe mi interrupción y que siga con su exposición.

—Gracias. Como le decía, el ejército inglés, hoy por hoy, tiene poco papel en la guerra. Respecto a la fuerza aérea inglesa, está concentrada casi por completo en sus islas. Todavía no hemos conseguido destruirla por completo, ya que se refugia en bases alejadas. Pero cuando asoma la nariz les causamos pérdidas muy graves, y además les está afectando la disminución de la producción industrial. Como usted mismo habrá podido comprobar, la actividad de sus bombarderos nocturnos ha disminuido casi por completo. Aunque se están reequipando con aviones norteamericanos, vaya por delante que no son nada malos, el principal problema con el que se están encontrando es con las dotaciones. Los ingleses fueron previsores y antes de la guerra crearon una gran organización de instrucción que les proporciona todos los aviadores que necesitan, pero son bisoños sin experiencia que no pueden reemplazar a los pilotos veteranos. En resumen, aunque todavía no hemos derrotado a la RAF, ya no es un factor que influya en los combates.

—Algo satisfactorio. Pero siempre que no se recuperen —repuso Von Lettow, que siempre preveía no solo el lado favorable son también el oscuro—. Pero todavía no me ha dicho nada del arma por excelencia de los ingleses, su marina.

—En este momento es nuestra principal enemiga —respondió Von Manstein—. En estos momentos los ingleses ya solo tienen una discreta superioridad material, pero mientras que nuestra flota es un conglomerado de escuadras de diferentes países con dificultades de coordinación, la suya es una fuerza integrada, veterana, que además tiene ventaja en ciertos tipos como los portaaviones. En una gran batalla en la que cada parte contase con todo su potencial, me temo que seríamos derrotados. Pero la situación estratégica nos es favorable. Los ingleses se ven obligados a dividir su flota. Tienen la Home Fleet en Escocia, un buen número de destructores en puertos cercanos al Canal para actuar contra una posible invasión, y la Fuerza H en las Azores. Pero tenga en cuenta que podrían reunir todos esos barcos en unos pocos días. Además, mantienen una fuerza más pequeña y de buques más viejos en el Índico, que está completamente aislada.

—Pues destrúyanla.

—No es tan sencillo, Alteza. El océano es muy grande y podrían retirarse a bases en la India o incluso en Australia.

—Pues aprovechen que ahora tienen sus fuerzas separadas para atacar una antes que puedan juntarlas. Así se acabaría la guerra.

—Alteza —prosiguió Von Manstein—, según el almirante Marschall se podría intentar pero supondría un gravísimo riesgo. Sería jugarse la guerra a cara o cruz, y recuerde que nuestra flota es menos numerosa e inferior técnicamente. El almirante recomienda mantener la táctica actual, hiriendo una y otra vez a los ingleses hasta que se desangren.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun Jun 05, 2017 8:36 pm

—La situación interna ya la conozco —dijo Von Lettow. Recuerden hasta hace pocos días era un ciudadano más. La gente está contenta y el que no haya demasiadas bajas la satisface, aunque se empieza a cansar de la guerra. Me interesa más saber cómo sigue la producción industrial.

Fue a responder Speer pero se adelantó Von Manstein.

—Canciller, sé lo modesto que es usted y por eso será mejor que conteste yo. Llevamos ya dos años y tres meses de guerra, lo que ha permitido transformar la industria civil en militar. Ha costado pero la producción de armamentos está a pleno rendimiento. El año pasado fabricamos trece mil aviones de combate, más otros cinco mil de nuestros aliados. Aun así no bastan: Inglaterra ha construido quince mil en el mismo periodo.

—¿Más que nosotros? —repuso con extrañeza Von Lettow.

—Así es, Alteza —dijo ahora Speer—. Esto va a cambiar y para este próximo año las estimaciones son que nuestra producción aumentará hasta los veinticinco mil aparatos. Aunque mejora día a día, nuestra industria sigue siendo menos eficiente que la inglesa, y además ni Hitler ni Goering quisieron imponer privaciones a los alemanes. Algo que me parece absurdo porque ¿qué privación sería peor que perder la guerra? En los demás campos el panorama es algo más favorable para nosotros y, más importante, contamos con la superioridad técnica salvo en el mar. Estamos introduciendo nuevos tipos de aviones y nuestros tanques son muy superiores a los ingleses. Además del tipo IV mejorado, hemos empezado a fabricar un tanque pesado, el Tiger, que es enormemente superior a nada que exista en el mundo. Mejor todavía, nuestros aliados también se están beneficiando de la reordenación económica y su industria armamentística está entregando los equipos que necesitan. Están sustituyendo por fin las antiguallas con las que empezaron la guerra. Incluso ha mejorado el nivel de vida de los ciudadanos italianos y franceses.

—Me lo están poniendo todo de rosas.

—Ojalá —fue el turno de Von Manstein—. Porque mi principal preocupación no está aquí sino en el Este. Lo que de verdad me quita el sueño es lo que haga la Unión Soviética. Está realizando preparativos que parecen ofensivos. Y la fuerza que tienen no es despreciable: el ejército que los rusos han reunido al otro lado de la frontera es enorme; baste decirle que nos superan tres a uno. Lo más alarmante es que ni podemos imaginar lo que van a hacer, pues adivinar lo que pueda estar pasando por la mente de Stalin es igual que jugar a la lotería. Probablemente ni sus colaboradores más cercanos conocen sus intenciones. El general Schellenberg está intentando frenarles, pero no podrá hacerlo indefinidamente.

—General, por favor —Von Lettow solicitó explicaciones de Schellenberg.

—Alteza, llevo un año intentando avivar la paranoia de Stalin. Recordará usted las terribles purgas que sufrió la URSS; pues creo que he conseguido provocar otra. Le hice creer que parte de su ejército estaba preparando un golpe de estado, y el dictador ruso, por lo que sabemos a través de los refugiados, ha reaccionado todavía más violentamente de lo que esperaba. Tenemos indicios de que la mayor parte del cuerpo de oficiales ha sido destruido, incluyendo a casi todos los supervivientes de la anterior purga. Los desertores dicen que solo siguen en sus puestos unos pocos aduladores, y que están sustituyendo a los oficiales de carrera por jovenzuelos y por comisarios políticos procedentes del partido comunista.

Von Lettow se agitó casi imperceptiblemente y dijo—: pobres rusos ¿Cómo ha provocado esa purga?

—Lo he logrado mediante una herramienta muy poderosa —respondió Schellenberg—. Igual que los ingleses han conseguido pervertir mi red en Gran Bretaña, creo haber hecho lo mismo con las tramas rusas. Controlamos a gran parte de las redes soviéticas en Europa y podemos suministrar información falsa. Es un juego delicado, porque para poder entregar una mentira hay que envolverlas con capas y capas de verdad. He tenido que organizar un gran tinglado, que ha incluido desde hasta la realización de maniobras militares para que los espías soviéticos las viesen, hasta la infiltración de falsos espías, pasando por el engaño puro y simple. El guion que quería hacer creer a Stalin era que un grupo de conspiradores del ejército y del Partido se habían confabulado para derribarle, que habían buscado nuestra ayuda, y que nosotros preparábamos nuestro ejército para apoyar la sublevación. No ha sido necesario fabricar muchas más pruebas: los torturadores de la NKVD las habrán sabido lograr. Mientras yo empleaba la red rusa, cada vez más interesada en nuestros preparativos, para introducir alguna perla. Sin dejar de prestar atención a lo que buscaban, porque lo más importante de controlar el espionaje enemigo no es engañarlo, sino que nos revele las más profundas sospechas de sus jefes, aquello que les preocupa… que es una manera de decirnos lo que van a hacer.

—¿Y qué van a hacer, general?

—Por ahora, nada. Bastante tienen con seguir asesinando a sospechosos y rivales. Los rusos están reconstruyendo el ejército, pero a marcha lenta debido a los exagerados controles de seguridad. No voy a decir que no tenemos nada de lo que preocuparnos, pero la amenaza no es inminente.

Entonces no lo sabía, pero Schellenberg había callado que el espionaje rojo estaba dando pasos muy inquietantes.

Von Lettow, por primera vez en toda la reunión, miró apreciativamente al general. Pero aun no había acabado la puesta al día. Fue Von Papen el que tomó la palabra.

—Siguiendo con nuestros aliados, el proyecto de la Unión Europea sigue adelante.

—¿No era la Paneuropea?

—Sí, Alteza, pero esa era una construcción de Goering impuesta por las armas. Ahora pretendemos formar una organización en la que los países se integren por su propia voluntad. Estamos a punto de firmar un tratado de paz y alianza con Francia, al que con seguridad se unirán Italia, España, Portugal, Hungría y Rumania. Estamos inmersos en los preparativos de la conferencia en la que nacerá la nueva Unión.

—Gracias por su tiempo, señores. Me quedo tranquilo viendo que el destino de Alemania está en manos sensatas. Tengo que decirles que me temía cualquier cosa cuando el mariscal me presentó su propuesta. Ya saben que el mismísimo Hitler hace algún tiempo me vino con una oferta que no me pareció adecuada y que me vi obligado a declinar. —Todos rieron, pues era famosa la respuesta, no especialmente diplomática, que le había espetado el ahora regente al difunto Führer—. Al ver que ustedes me venían con otra historia pensé que no fueran sino otro grupo de arribistas de los que tantos ha habido por Berlín estos últimos años.

Todos arrugaron el ceño al escuchar las palabras francas del regente; pero Von Lettow se consideraba un militar al que le gustaba llamar a las cosas por su nombre.

—Pero me alegra ver que, independientemente de cuales sean sus objetivos personales, que todavía no conozco, su labor está redundando en el beneficio de Alemania. De todas maneras, me gustaría, si no les supone inconveniente, que mantuviésemos algunas conversaciones más, pues hay algunas cuestiones que se han tratado un tanto superficialmente. Pero no quiero robarles más de su valioso tiempo. Tan solo un último detalle. Mariscal ¿tendrá la noche libre? Tanto usted como yo hemos hecho carrera en África, pero no he tenido la fortuna de conocer Egipto. Tal vez pueda explicarme sus campañas durante la cena.
Última edición por Domper el Mar Jun 06, 2017 1:17 pm, editado 1 vez en total

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar Jun 06, 2017 12:09 pm

Al día siguiente me llamaron al palacio Schönhausen, que iba a ser la nueva residencia del regente. Al principio Von Lettow había rehusado ocupar cualquier palacio real, pero su nueva función incluiría ofrecer recepciones a personalidades tanto alemanas como extranjeras, algo que no podía hacerse en un restaurante. Además el regente iba a precisar su propia casa, y los ayudantes, secretarios, etcétera, iban a necesitar un lugar donde trabajar. En Berlín había muchos palacios, pero los reales eran los más convenientes porque estaban en medio de jardines, algo que tras los asesinatos de Hitler y Goering preocupaba y mucho. Aun así, el regente había escogido el más pequeño y humilde de cuantos se le ofrecieron.

El caserón estaba en obras cuando llegué, con miríadas de albañiles, carpinteros y fontaneros recorriendo las salas, dando martillazos y llenando todo de polvo. Con puertas y ventanas abiertas y la calefacción a medio montar, un frío helador corría por los pasillos. Me condujeron al despacho del regente. Aunque era una habitación grande —no se encuentran cubículos en los palacios reales— estaba decorado muy sencillamente, con muebles que parecían traídos de cualquier cuartel. Von Lettow se calentaba las manos con un pequeño brasero. No pude dejar de observar la diferencia entre los modestos gustos de Von Lettow y el boato que tanto apreciaban Hitler y Goering.

—Adelante, mayor. Se preguntará por qué le he hecho llamar.

—Estoy a su servicio para lo que desee.

—Los Hoesslin siempre al servicio de Alemania. Bien, me gusta. Mire, mayor, ayer estuve hablando con el mariscal Von Manstein sobre usted. Le tiene en muy alta estima.

—Gracias, Alteza. No creo haber ganado tal reconocimiento.

—Mayor, no sea tan humilde. El mariscal me volvió a contar como durante el viaje de vuelta de Lisboa usted fue capaz de pergeñar la futura estructura del estado. Un sistema muy imaginativo y que, a mi modesto entender, tiene visos de prosperar. Lo que lamento es que me escogiese a mí para encabezarlo. Estaba pensando en castigarle como se merece y entonces pensé ¿por qué no lo nombro mi ayudante? Será adecuada penitencia para su pecado.

Me quedé de piedra. Von Lettow-Vorbeck había sido el ídolo de mi juventud.

—Vamos, mayor, que no tengo todo el día. Si le preocupa lo que piense el mariscal, ya le adelanté mi deseo, y Von Manstein estuvo encantado de cederme su persona.

Tragué saliva antes de asentir—. Siempre a sus órdenes, Alteza.

—Así me gusta. Y ahora me gustaría que charlásemos un poco pero, por favor, sin tantos formalismos ¿Le parece que le llame Roland?

—Como desee, Alteza.

—Mal vamos ¿No podría llamarme simplemente Paul? ¿Ni Herr Paul? Veo que no ¿tal vez general le parezca mejor?

—Si no le importa, habiendo tantos generales emplear ese término se me haría extraño ¿Puedo seguir dirigiéndome a usted como Alteza?

A Von Lettow no debió gustarle, pero comprendió que empleando su grado militar desmerecía ante coroneles generales y mariscales.

—Veo que no habrá otro remedio. Pero nada de alteza real ni monsergas de ese estilo. Tampoco quiero rodeos y ceremonias. Aunque preferiría Paul o general, ya que no va a ser posible, llámeme simplemente alteza ¿de acuerdo?

—Como desee, alteza.

Von Lettow se resignó antes de seguir con otros asuntos—. Roland, ahora que ya nos hemos puesto de acuerdo, me gustaría que me acompañase por el palacio. Quiero ver cómo van los trabajos en lo que van a ser mis aposentos, y usted también necesitará algún lugar para alojarse y trabajar ¿Me acompaña? Tome su abrigo que lo necesitará.

Me apresuré a seguirle. El regente tuvo la deferencia de andar despacio, algo que agradecí porque mi pie ortopédico no me dejaba correr. Fue recorriendo los pasillos, revisando el palacio, hasta que llegó hasta la puerta principal. Estaba abierta de par y par y corría una gélida corriente. A cada momento entraban operarios cargando tablones o sacos de yeso, y el estruendo de martillos y sierras retumbaba en las desnudas paredes.

—Roland, no puedo aguantar este ruido. Mejor será que vayamos fuera.

Salimos al exterior. El parque ajardinado tenía los caminos recubiertos de losas, denotando que el arquitecto sabía que estábamos en el norte de Alemania. Algo que el desapacible clima recordaba, con un viento frío cargado de aguanieve que golpeaba nuestros rostros. El regente continuó, impertérrito, hasta que pudo refugiarse al redoso de unos cipreses. Solo entonces se sinceró.

—Roland, pensarás que estoy loco al salir fuera con este tiempo, pero es que quería tener una conversación franca contigo, y con tanta gente rondando por el palacio a saber quién podría estar escuchando tras las puertas.

—¿Qué quería decirme, Alteza?

—Ayer me quedé muy preocupado con la reunión del gabinete. Me gustó que se expusiese tan claramente el panorama, aunque me gustaría tener conversaciones detalladas con nada ministro para conocer más a fondo la situación. Pero hubo algo que me preocupó y mucho. Casi no he dormido esta noche dándole vueltas.

—¿A qué se refiere, Alteza?

—Roland, piensa un poco en lo que se dijo ayer ¿te acuerdas cuando el mariscal comentó lo de los rusos?

—Como no. A cualquiera le inquietaría. Pero supongo que el mariscal ya le explicaría durante la cena los preparativos que se están haciendo en Polonia, y como el general Schellenberg ha conseguido crear el caos en el ejército ruso.

—Sí, me ha tranquilizado en ese aspecto —repuso Von Lettow—. También me ha dicho que el tiempo está ayudando, pues este año la estación del fango en Rusia y en Polonia se prevé mucho peor de lo habitual. Si a los rusos se les ocurriese atacar ahora se iban a tener que mover por unas pocas carreteras y serían pasto de nuestros cañones. El frío y la lluvia nos van a dar un periodo de gracia.

Pero no ha sido eso lo que me ha desvelado. Tú estuviste allí, oyendo a Schellenberg cuando explicaba como había atizado la paranoia de Stalin. Seré sincero, cuando veo a ese hombre se me pone piel de gallina. Resulta una persona muy atractiva, con su encanto personal y su inteligencia, pero podría darle lecciones al mismísimo Maquiavelo.

—Alteza, el general Schellenberg ha demostrado ser un leal servidor de Alemania.

—Desde luego. Aunque ten en cuenta que le convenía, pues su carrera política iba ligada a la victoria en la guerra. Pero piensa en lo que has hecho. Alemania ya no va a ser una dictadura, sino una monarquía , y se ha nombrado a un canciller, el doctor Speer, que hasta hace cuatro días era un subordinado de Schellenberg ¿Se han dado cuenta de lo que han hecho?

Me atreví a preguntar— ¿Qué quiere decir con eso, Alteza?

—Que hasta ayer Schellenberg podía soñar con alcanzar el poder. Era el más joven del Gabinete descontando a Speer, su pupilo, y además manejaba los servicios de inteligencia, un arma poderosísima en cualquier régimen. Ahora sigue dirigiendo a esos servicios, pero han interpuesto muchas barreras en su camino.

El regente dejó de hablar y volvió al palacio. Yo le seguí, meditando en lo que había dicho. Y también en qué orejas podrían ser las que escuchasen tras las puertas.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Jun 08, 2017 10:22 am

De Globalpedia, la Enciclopedia Total

Heia Safari (película)

Heia Safari es un filme histórico dirigido en 1942 por Veit Harlan y estrenado en 1942. Producido y filmado durante la Guerra de Supremacía, fue utilizado por el Ministerio de Propaganda para apoyar la candidatura imperial del general Paul Emil von Lettow-Vorbeck.

La película está basada en las memorias del general Von Lettow-Vorbeck durante la Primera Guerra Mundial. Relata la historia de la resistencia de las fuerzas coloniales alemanas que durante cuatro años rechazaron el acoso de los aliados, capitulando tan sólo tras el armisticio de 1918.

Argumento

El general Von Lettow-Vorbeck es enviado en 1914 al África Oriental Alemana donde se le encomienda la dirección de las escasas fuerzas coloniales: unos tres mil soldados alemanes y doce compañías de askaris (soldados nativos). Debido a la debilidad de las fuerzas de la colonia y la falta de municiones el gobierno de Berlín ordena al general que en caso de conflicto se mantenga a la defensiva.

Al desencadenarse la guerra el gobernador Von Schnee (retratado como un pusilánime que seguía al pie de la letra las directrices de Berlín, por absurdas que fuesen) confirma las órdenes de evitar las operaciones ofensivas. Entonces los británicos desembarcan en Tanga, en la costa de Tanganika; sin dar tiempo a que se consoliden, Von Lettow contrataca y los derrota estrepitosamente. Sin embargo, tras la victoria el general reflexiona sobre la batalla concluyendo que la estrategia defensiva es perjudicial, pues los británicos podrían atacar en masa a las guarniciones aisladas y derrotarlas por partes. Von Lettow decide actuar a la inversa y ser él quien tome la iniciativa, para poder concentrar sus escasas fuerzas contra puestos aliados desprevenidos. En una escena Von Schnee queda aterrado ante los proyectos del general y le ordena abandonarlos bajo la amenaza de destitución; pero Von Lettow-Vorbeck le contesta que su mando militar no está subordinado al gobernador, que solo responde ante el Estado Mayor de Berlín, y al estar cortadas las comunicaciones él era la máxima autoridad militar. El general ataca a los ingleses de Kenia y los derrota en Jassin y en el Kilimanjaro. Aunque las tropas alemanas sufren muchas bajas, se consigue capturar un gran arsenal que permitirá mantener la resistencia.

Con todo, el gran coste de esas operaciones obliga a que Von Lettow-Vorbeck cambie su estrategia. Reconociendo su inferioridad numérica decide rehuir los enfrentamientos con el ejército enemigo, para seguir tácticas de guerrillas que dice haber aprendido de la lectura de obras sobre la Guerra de Independencia española; parece que esa escena fue añadida para congraciarse con el gobierno español. Von Lettow evita las batallas pero lanza ataques relámpago contra los británicos de Kenia y de Rhodesia, consiguiendo paralizarlos y obligándoles a mantener en África el gran ejército que estaban organizando y que querían llevar a Europa.

El 1916 el general sudafricano Smuts, al que se pinta como un bóer vendido a los ingleses, lanza una gran ofensiva contra el África Oriental Alemana. Pero el general Von Lettow utiliza su conocimiento del terreno para rodear y derrotar una y otra vez a los británicos, consiguiendo no solo recuperar el territorio perdido sino invadir Mozambique, ya que Portugal se acaba de unir a los aliados. En otra escena un oficial portugués capturado se lamenta de que su país está actuando como un lacayo de los ingleses cuando su verdadera amiga tendría que ser Alemania; después colabora con Von Lettow para que logre el apoyo de la población local. En 1918 el general vuelve a Tanganika para eludir otra ofensiva de Smuts, y finalmente invade de nuevo Rhodesia, derrotando de nuevo a los británicos. En los efectos capturados encuentra un periódico en el que se dice que la guerra ha terminado y que el ejército de Von Lettow-Vorbeck es el único que sigue combatiendo. Tras comprobar que no se trata de una artimaña, Von Lettow-Vorbeck ordena entregar las armas y se despide de sus tropas.

Tras el armisticio el general se esfuerza en conseguir que sus hombres sean repatriados, y que los soldados nativos sean tratados de la misma forma que los europeos. En 1919 vuelve a Alemania, donde los socialistas conspiran junto con el gobernador Von Schnee para juzgar al general por desobedecer las órdenes. Pero el clamor del pueblo alemán fuerza a los gobernantes a que reconozcan el mérito del Von Lettow y de sus hombres, que habían formado el único ejército alemán siempre victorioso. La película acaba con Von Lettow-Vorbeck desfilando en Berlín al frente de sus tropas, ostentando la medalla Pour le Mérite, la máxima condecoración alemana; en la escena final la medalla se desdibuja para convertirse en una corona imperial.

Producción

Aunque durante el periodo de entreguerras hubo varios intentos de llevar la historia de Von Lettow-Vorbeck a las pantallas, el distanciamiento entre el general y la cúpula del Partido Nazi impidieron que los intentos llegasen a buen término. En 1940 el Statthalter Goering decidió apoyar su posición como sucesor del Führer Hitler con una serie de películas sobre grandes figuras de la historia alemana, incluyendo una dedicada al general. Pero las campañas de África se habían librado en sabanas y en bosques tropicales a los que era imposible acceder en plena guerra. El director Veit Harlan propuso utilizar parte del metraje filmado para una película de aventuras sobre un viaje a Tanganika de Kara Ben Nemsi, un personaje de Karl May; hay que señalar que dicho viaje había sido imaginado por el guionista ya que no se encuentra en la obra de May.

Tras la muerte del Statthalter el proyecto recibió mayor prioridad. Varios miles de soldados actuaron como extras en las escenas de combates y se construyeron grandes escenarios para simular las aldeas africanas. Las batallas se filmaron en escenarios naturales en Sicilia y en Yugoslavia, y el resto en los estudios berlineses. La película fue estrenada en febrero de 1942, coincidiendo con la campaña que apoyaba la figura del general Von Lettow-Vorbeck como regente. Lo apresurado de la finalización hizo que el resultado final se resintiese, aunque el épico el argumento conquistó el favor del público. Tras finalizar la Guerra de Supremacía Veit Harlan volvió a filmar gran parte de las escenas en los escenarios reales, pero la oposición del káiser impidió el reestreno de la obra hasta 1965, un año tras el fallecimiento de Paul I.
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