Switch to full style
Historias, relatos... escritos por los usuarios del foro
Escribir comentarios

Crisis. El Visitante, parte III

Jue Abr 21, 2016 3:24 pm



Crisis





Historia alternativa de la Segunda Guerra Mundial

Continuación de “El Visitante” y “La Pugna”




Para mi esposa y para mi hija. Todo se lo debo a ellas.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Abr 21, 2016 3:27 pm

“¡Qué tentación irresistible es pensar en lo que pudo ser y no fue!”


Enrique Chávez



Esta parte es continuación de:

El Visitante y La Pugna
Última edición por Domper el Jue Abr 21, 2016 3:39 pm, editado 2 veces en total

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Abr 21, 2016 3:29 pm

Prólogo

Es un tema recurrente en los grupos de discusión sobre la Segunda Guerra Mundial cómo Alemania, que estuvo a punto de conquistar el mundo, acabó sufriendo la mayor de las derrotas. El estudio de las circunstancias históricas sugiere que, afortunadamente para el mundo, la ambición de Hitler estaba condenada. Pero eso tal vez lo digan los fríos números, porque la sensación, al leer lo ocurrido en aquellos terribles años, es que si el mundo libre se salvó fue por una imprevisible carambola, pues lo sorprendente fue que la irresistible Alemania hitleriana no consiguiese culminar su serie de victorias.

En el verano de 1940 Alemania parecía que había conseguido ganar la guerra. No solo había conquistado a los estados que la rodeaban sino que había derrotado a Francia, su inveterada enemiga, e Inglaterra estaba contra las cuerdas. En nueve meses de guerra Hitler había logrado más que los cuatro años de pelea en el barro de las trincheras de la Primera Guerra Mundial. La victoria parecía segura ¿por qué no la consiguió?

En la novela “El Visitante” intentaba desarrollar las posibilidades que se le ofrecían a la Alemania nazi si hubiese seguido una estrategia diferente. Su continuación “La Pugna” hubiese debido llevarla hasta la conclusión, peor la obra creció de tal manera que he juzgado conveniente dividirla en dos partes.

En las anteriores partes de esta serie ya señalé que el régimen hitleriano ha sido uno de los más demoniacos que ha padecido la Humanidad en su larga y muchas veces triste Historia, e imaginar sobre un posible futuro que incluya aberraciones como Auschwitz o Treblinka me parece repulsivo. Pero en una ucronía puedo manejar la historia y, aun escribiendo sobre una época terrible, he intentado imaginar una alternativa algo más amable en las que los campos de exterminio no suceden. Espero que al lector le parezca plausible mi relato.

En la introducción hago un corto resumen de las dos partes anteriores. Ya que “Crisis” es el segundo libro de “La Pugna”, considero necesaria su lectura para la comprensión de la obra.

Disfruten del libro.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Abr 21, 2016 3:33 pm

Agradecimientos

Tengo que agradecer a los compañeros de los foros “Der Zweiter Weltkrieg” y del “Foro General Militar” que me han animado a continuar la obra, y que han revisado cuidadosamente las páginas advirtiéndome de la multitud de errores que habían pasado desapercibidos. Citar a todos significaría llenar medio libro, pero quiero destacar la ayuda de Ramcke, del foro Der Zweiter Weltkrieg, que ha revisado con detenimiento estas páginas. No puedo olvidar a otros amigos como AnibalClar, Grognard, Eriol, el Capitán Miller, Wyrm, Gaspacher, KL Albrecht Achilles, Luis M. García, ReyTuerto, Kaiser-1 o JLVassallo.

Como en partes anteriores ha sido preciso recopilar muchísima información, y sin la ayuda de Internet y de las herramientas de búsqueda hubiese sido imposible. Sigue asombrándome que millones de personas aporten desinteresadamente su esfuerzo para poner a disposición del mundo esos pedazos de saber. De nuevo, la lista de páginas que he revisado es larguísima, pero debo agradecer especialmente la labor de Wikipedia y de sus redactores.

Como en las anteriores entregas, muchos personajes que aparecen en esta obra son reales, y he tenido que imaginar como actuarían en situaciones diferentes. Todo lo que he escrito sobre ellos es fruto de imaginación, intentando describir como yo creo que hubiesen actuado en otras circunstancias. Soy responsable de los errores que seguramente he cometido, y pido disculpas por adelantado.

En último lugar, no porque sea de menor importancia sino porque sin su ayuda nada me sería posible, deseo agradecer con todo mi corazón a mi esposa María Rosa y mi hija Ana por tantas horas de felicidad.
Gracias.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Abr 21, 2016 3:34 pm

Introducción

La catástrofe que para Europa supuso la Primera Guerra Mundial no solo llevó al ascenso de ideologías totalitarias, sino que creó un sentimiento de resentimiento en los derrotados que desencadenó una nueva guerra en Europa apenas veinte años después. Pero la nueva guerra no fue igual que la anterior: los militares alemanes habían ideado una nueva estrategia que usaba los adelantos en la mecanización y en la aviación para vencer a los ejércitos enemigos, penetrar profundamente en su retaguardia y finalmente derrotarlos con rapidez y energía que hubiesen aplaudido Aníbal o Napoleón.

Con rapidez pasmosa Alemania conquistó Polonia, Dinamarca y Noruega, y en Mayo de 1940 se volvió contra el Oeste. En un mes derrotó los ejércitos franceses, ingleses y belgas. Aunque la mayor parte del ejército inglés pudo reembarcar en Dunkerque, tuvo que abandonar su armamento. Inglaterra quedó casi inerme ante el ejército alemán: solo su flota protegía sus costas del avance de los Panzer. Poco después el resto de los Países Bajos y de Francia cayeron bajo el yugo nazi.

La obra que precede la actual, “El Visitante”, comienza cuando el 27 de junio de 1940 un victorioso Adolf Hitler visita París. El dictador es un aficionado a la arquitectura y desea conocer los principales monumentos de la Ciudad de la Luz. Sin embargo un conspirador alemán ha entregado una bomba a un izquierdista francés. Hitler perece cuando la bomba estalla durante su visita a la Ópera, y la historia del mundo diverge.

Al llegar la noticia del asesinato de Hitler a Berlín el jefe de las SS, Heinrich Himmler, intenta hacerse con el poder ayudado por el jefe de seguridad del Reich, Reinhard Heydrich. Sin embargo uno de sus subordinados, el mayor Walter Schellenberg, decide cambiar de bando y alerta al Reichsmarschall Hermann Goering. Este consigue frustrar el golpe con la ayuda del general Beck, antiguo jefe del ejército caído en desgracia. Goering ordena la ejecución de Himmler y Heydrich, y además otros prominentes nazis mueren o son gravemente heridos durante la intentona. Goering aprovecha el asesinato de Hitler para acusar a las SS y disolverlas. Posteriormente organiza un plebiscito que le confirma en el poder, tomando el título de “Statthalter”, es decir, lugarteniente. Goering decide llamar al antiguo canciller Von Papen para dirigir la diplomacia alemana.

Tras la toma del poder Goering estudia junto con los altos cargos del ejército, la marina y la aviación como vencer a Inglaterra. Después de largas deliberaciones deciden que un asalto directo es imposible debido a la debilidad naval alemana, y prefieren atacar al Imperio Británico para hacer caer al Primer Ministro Británico Winston Churchill.

Von Papen consigue que Goering atenúe el antisemitismo nazi para hacer su régimen más digerible para otras naciones. Luego organiza en Aquisgrán una conferencia de la que surge una confederación de estados europeos, la Unión Paneuropea, y un organismo militar, el Pacto de Aquisgrán. La Unión Paneuropea incluye a Alemania y sus conquistas, Italia, la mayor parte de los Balcanes salvo Yugoslavia y Grecia, la renuente Francia y España.

El Reino Unido considera que la Unión Paneuropea es una amenaza e impone sanciones contra España. Las maquinaciones de Schellenberg, que ahora dirige los servicios de inteligencia alemanes, llevan a que Inglaterra declare la guerra a España. Los británicos desembarcan en Canarias, pero pocas semanas después Gibraltar es reconquistado por los españoles.

Goering presiona a Mussolini para que acepte la ayuda militar alemana, cuya llegada salva al ejército italiano de la contraofensiva inglesa en Egipto. El descubrimiento de petróleo en Libia da mayor importancia al escenario, por lo que ambas potencias llevan a África una gran fuerza militar, con gran componente acorazado, dirigida por los generales Von Manstein y Rommel. Los dos generales se complementan perfectamente y derrotan a los británicos primero en la frontera de Libia y luego en Egipto.

Simultáneamente el regente Pablo de Yugoslavia, con ayuda alemana, se proclama rey de Yugoslavia, que se une a la Unión Paneuropea. Grecia es atacada y derrotada por los alemanes, aunque los ingleses logran refugiarse en Creta.

Tras el golpe de estado antibritánico en Irak los ejércitos alemán e italiano, dirigidos por Von Manstein y Rommel, cruzan el Canal de Suez, derrotan al ejército inglés, e invaden Palestina, enlazando con los rebeldes iraquíes. Goering convoca una reunión de la Unión Paneuropea en Jerusalén.

Sin embargo Goering está siendo influido por miembros radicales del partido nazi, y retoma su nunca olvidado antisemitismo para proceder a la limpieza racial en Europa y Palestina. Asimismo decide invadir la URSS. Ofrece el mando de las operaciones a Von Manstein, ahora en Berlín, que diseña un complejo plan de operaciones para la invasión. Schellenberg, que es testigo de matanzas de judíos en Palestina, busca el apoyo de generales y políticos alemanes contra los planes del dictador. Al mismo tiempo Stalin, que engañado por Schellenberg ha desencadenado una nueva purga contra su ejército, planea invadir Europa Occidental adelantándose a la ofensiva alemana.

La posición de Churchill peligra, pero su habilidad como político le libra de una moción de censura. Pensando que los éxitos alemanes se deben a Goering envía un comando para atentar contra él. La operación fracasa pero el rumor llega a Berlín, donde un grupo de nazis, muchos de ellos relacionados con las antiguas SS, intentan tomar el poder, ayudados por el mariscal Beck y el almirante Canaris. Sin embargo Schellenberg, ayudado por Von Manstein, aborta el intento de golpe de estado.

En Jerusalén se prodigan las conspiraciones contra Goering, pero el antiguo SS y ahora comisario de policía Sepp Dietrich consigue desmantelarlas. Finalmente el mismo oficial alemán que había llevado la bomba a París consigue introducir otra bomba en la recepción que ofrece el dictador alemán a sus aliados. En el atentado mueren Goering y Mussolini, y la historia del mundo vuelve a cambiar.
Última edición por Domper el Vie Abr 22, 2016 10:42 am, editado 1 vez en total

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Abr 21, 2016 3:37 pm

En Berlín el joven teniente Von Hoesslin, un veterano de los combates de Egipto, donde quedó con una pierna inútil, es seleccionado como ayudante del mariscal Von Manstein. El mariscal ha organizado una división para la vigilancia de Berlín, y encomienda al capitán el enlace con la Kripo (policía criminal), que bajo el control del general Walter Schellenberg ha adquirido más responsabilidades.

El general Schellenberg está alarmado por la deriva del régimen de Goering, que pretende proseguir con el genocidio. Ha encomendado a un policía de la kripo, Gerard Wiessler, la investigación del atentado de Hitler, pero cuando descubre a los sospechosos, le ordena que cese la investigación. El regimiento al que pertenece el probable asesino es destinado a Jerusalén, para preparar la llegada de Goering. Mientras Wiessler investiga las relaciones entre los nazis más prominentes (liderados por Kaltenbrunner) y el ejército.

Cuando corre el rumor que Goering ha perecido en un atentado en Palestina —aunque en realidad los que han muerto han sido dos de sus ayudantes— Von Manstein se reúne con Schellenberg, y siguiendo los planes preparados organizan una trampa en la que caen los conspiradores que pretendían hacerse con el poder. Cuando días después Goering es asesinado en Jerusalén y Von Manstein y Schellenberg se hacen con el poder. Wiessler imagina lo sucedido, pero muere después en un accidente en circunstancias oscuras.

Schellenberg y Von Manstein se asocian con Franz Von Papen, ministro de Exteriores, y con Albert Speer, al que se le encomienda la producción industrial y de armamentos. Entre los cuatro forman un gabinete que controla el poder en Alemania, aunque nombran canciller a un prestigioso militar, el mariscal Von Brauchitsch, aunque con funciones puramente ceremoniales. Von Brauchitsch es un hombre enfermo pero más ambicioso de lo que esperan los cuatro socios en el Gabinete. El teniente Von Hoesslin pasa a actuar como secretario en sus reuniones.

Tras el asesinato de Goering el Primer Ministro británico Winston Churchill cree que es el momento de una contraofensiva general. En Irak el ejército inglés contrataca, ayudado por el cambio de bando de Transjordania, pero el general Rommel reacciona fulgurantemente destruyendo el régimen probritánico de Amman y rechazando la ofensiva inglesa, que había recuperado Bagdad. Planea un ataque que cerque a los ingleses en Irak, pero una sublevación en Siria le obliga a intervenir y retrasa sus planes.

Al mismo tiempo la inteligencia británica organiza un golpe de estado en Portugal, que pretende sustituir al dictador Salazar por el almirante Oliveira. Salazar consigue escapar a España con algunas tropas, pero en Portugal desembarca el ejército británico, tomando el país sin lucha e intentando invadir España, siendo la ofensiva detenida en Badajoz. La aviación inglesa en Portugal, sin embargo, causa muchos daños en España. Es preciso que Von Manstein se desplace a Madrid y ofrezca ayuda, aunque imponiendo algunas condiciones. Sin embargo el ejército español lanza una ofensiva en el norte de Portugal sin contar con los alemanes, que está a punto de acabar en desastre cuando los ingleses caen sobre su flanco. Ciudad Rodrigo es cercada y Salamanca está a punto de caer, hasta que los españoles, apoyados por la aviación alemana, consiguen rechazar a los británicos y socorrer Ciudad Rodrigo.

Mientras sigue la lucha en otros escenarios. Malta es invadida por los italianos, que también avanzan en Sudán. En Irak los ingleses atacan de nuevo y cercan a una división alemana cerca de Tikrit, y aunque Rommel puede liberarla tiene que replegarse. En Canarias la insurrección española prosigue, pero los ingleses asesinan al líder español, el teniente coronel Payeras —desde entonces los ingleses pasan a ser llamados “herejes” por los españoles—. En el Canal de la Mancha una nueva ofensiva aérea alemana es rechazada por la RAF.

El empeoramiento aparente de la posición alemana hace que Italia, que está dirigida por Badoglio —que había sucedido a Mussolini—, intente negociar con los ingleses. Francia, aunque es una aliada nominal de Alemania, se mantiene casi neutral. Incluso en Berlín se producen conspiraciones, alentadas por el canciller Von Brauchitsch, que amenazan la posición del gabinete. También en Berlín se descubre una red de espías soviéticos, que parece tener ramificaciones cada vez más amplias. Un policía trabajando en solitario emprende el desmantelamiento de las redes.

La posición de debilidad alemana es solo aparente. Se está preparando una ofensiva simultánea en todos los escenarios bélicos: el Canal de la Mancha, Portugal, el Mediterráneo, Canarias e Irak. Previamente al ataque el mariscal Von Manstein y el ministro Von Papen se desplazan a Francia para participar en una ceremonia en Verdún que conmemorará el fin de la anterior guerra. El día anterior contactan con el ministro Romier y el general Weygand, ambos colaboradores de Pétain, para intentar llegar a un acuerdo de paz definitivo entre Francia y Alemania que solucione la cuestión de las fronteras. Romier queda interesado, pero Weygand rechaza la propuesta. Al día siguiente, durante la ceremonia, se produce un ataque aéreo inglés, que luego se descubre ha sido instigado por Weygand. Von Manstein es levemente herido, pero la ocasión es aprovechada por un fanático para matar a Pétain. El almirante Darlan y el general Weygand intentan hacerse con el poder, pero el intento es detenido por los alemanes. El sucesor de Pétain es Romier, que ofendido por el ataque inglés declara la guerra y alinea a su país junto con Alemania. En Italia las conversaciones con Inglaterra fracasan, lo que lleva a la caída de Badoglio, sustituido por Ciano.

Entonces se inicia la gran ofensiva. En el mar los españoles organizan un ataque contra Canarias, coordinado por la guerrilla, para destruir al Ramillies, un acorazado inglés averiado. En Islandia los acorazados Bismarck y Tirpitz destruyen al Revenge, otro acorazado inglés. En Sudán los italianos, apoyados por los alemanes, reinician la ofensiva, toman Jartum y enlazan con Abisinia, acorralando a los ingleses en la costa del Mar Rojo. En Irak Rommel efectúa una finta para hacer creer que iba a atacar por el este del Tigris, haciéndolo en realidad por el oeste del Éufrates. El ejército inglés, sorprendido, se derrumba e intenta escapar hacia Basora. En el Mediterráneo son asaltadas Creta (por los italianos) y Chipre (por alemanes y franceses). En el Canal de la Mancha el cambio de tácticas de los alemanes derrota a la RAF en el sur de Inglaterra. Aunque se suspenden los bombardeos de las ciudades por motivos en parte humanitarios y en parte como medida de propaganda ante la opinión pública norteamericana, las instalaciones industriales sufren ataques repetidos.

La principal ofensiva es en Portugal. Los españoles lanzan varias ofensivas de distracción. La principal es desde Badajoz, pero el ejército británico contrataca; en una importante batalla en Estremoz los españoles los rechazan. Un grupo panzer alemán ataca algo más al sur y junto con los españoles consigue rodear a parte del ejército inglés, que tiene que rendirse en Évora. Prosigue la ofensiva hacia Lisboa, que cae dos semanas después; a los ingleses solo les queda la evacuación. Las victorias permiten además que sean sofocadas las conspiraciones contra el gabinete que dirige Alemania.

Mientras los buques alemanes, españoles e italianos vuelven al Atlántico. El Bismarck y el Tirpitz atacan dos convoyes cerca de Islandia y, tras un incidente con los norteamericanos que pone en evidencia el belicismo de Roosevelt, se internan en el Atlántico. Una escuadra de cruceros italoespañola mantiene un combate indeciso con otra inglesa. Los cruceros vuelven a salir al mar como cebo, y los ingleses se dirigen contra ellos. El almirante italiano Iachino manda una gran flota con cuatro acorazados, pero es atacado por un submarino y sufre averías en varios barcos; al día siguiente la Fuerza H de Sommerville cae sobre ellos; dos acorazados (Littorio y Vittorio Veneto) se retiran con serias averías, pero el Scharnhorst es hundido. Mientras un crucero de batalla inglés intenta destruir a los cruceros hispanoitalianos, pero es sorprendido y hundido por el Bismarck y el Tirpitz. En conjunto son tablas: los ingleses pueden proseguir la evacuación de Portugal aunque tiene muchísimas pérdidas: los españoles contratacan en Canarias con el apoyo de la flota y los ingleses quedan arrinconados en el norte de Gran Canaria y en Lanzarote.

En Inglaterra la situación es cada vez peor sobre todo a causa de las pérdidas causadas por los submarinos alemanes y por los bombardeos. En el continente, se reagrupan fuerzas para un nuevo ataque.

Mientras un policía, cada vez más alarmado, ve que ha cambiado el comportamiento de la red de espías soviéticos, que se prepara para un posible corte de comunicaciones.
Última edición por Domper el Vie Abr 22, 2016 10:43 am, editado 2 veces en total

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Abr 21, 2016 6:24 pm

Primera parte

Capítulo 1

¿Por qué se ha de temer a los cambios? Toda la vida es un cambio. ¿Por qué hemos de temerle?

George Herbert



Los aviones aceleraron sus motores y empezaron a carretear por la gran extensión herbosa, intentando evitar los grandes charcos que los casi continuos temporales de ese húmedo y frío invierno. La pareja de soldados montados en el ala, uno a cada lado, ayudaba al teniente Franz Kinau a evitar los peores agujeros. Una vez en el extremo de la pista los asistentes saltaron mientras el potente motor aumentaba las revoluciones y el aparato se aceleraba. El teniente era seguido por el avión del sargento Nussbaum, su piloto de escolta; ante ellos ya se elevaban los aparatos del capitán Quasthoff, el jefe de la escuadrilla, y de su punto. Los cazas, pesadamente cargados con sus depósitos lanzables, tardaron en dejar el suelo, y luego se remontaron poco a poco ya sobre las aguas del Canal. Fueron seguidos por los otros doce aviones de la escuadrilla.

Aunque adentrarse en espacio aéreo hostil sin haber alcanzado la altura de crucero era peligroso, la caza británica había desaparecido casi por completo del Canal de la Mancha, que era vigilado por los radiotelémetros alemanes y patrullado por aviones alemanes y franceses. Ascendiendo mientras se acercaban a la costa inglesa se conseguía extender la autonomía, algo necesario porque el objetivo del día era la lejana factoría Armstrong-Withworth de Newcastle. Situada a algo más de 500 kilómetros, estaba en el límite del alcance incluso del Messerschmitt Bf 109 F-7/B, la versión de escolta del clásico caza alemán, que incluso llevando depósitos auxiliares solo dispondría de unos minutos para combatir. Además la misión de la escuadrilla era la más comprometida: otras debían escoltar a los bombarderos —modernos Dornier Do 217— durante su recorrido, pero los aviones de Quasthoff iban a tener que proteger los últimos kilómetros de la misión. Franz no estaba preocupado por lo prolongado de la operación, y ni siquiera por la probabilidad de tener que enfrentarse a los aviones ingleses; de hecho, lo deseaba, porque llevaba ya un mes sin participar en ningún combate aéreo.

La Segunda Batalla de Inglaterra, como era llamada, se prolongaba ya cuatro meses, desde que en septiembre se habían reiniciado las misiones diurnas sobre Gran Bretaña. Los primeros combates fueron amargos, pues los cazas británicos habían hecho pagar un fuerte peaje a los germanos, e incluso el teniente había sido derribado, teniendo que amerizar en el Canal. Pero la potencia cada vez mayor de la Luftwaffe, cuya fuerza de cazas casi había duplicado su potencial —debido en buena parte a las medidas económicas del ministro Speer— y sobre todo los cambios de tácticas habían invertido la situación. Las destrucción de las estaciones de radar de la costa inglesa había privado a los cazas enemigos de su control desde tierra, y los aviones ingleses caían por docenas al no haber aprendido a contrarrestar las tácticas alemanas; apenas habían pasado de la obsoleta “uve” al vuelo por parejas, que llamaban “finger four”, mientras que Kinau y sus compañeros estaban usando el “vuelo de Salvador”, desarrollado por un piloto español y que había multiplicado la eficiencia de la caza alemana.

A Franz ni siquiera le preocupó que la ruta más corta hacia Newcastle implicase recorrer toda Inglaterra. Los bombarderos iban a segur una ruta más larga pero también más segura, sobrevolando el Mar del Norte antes de entrar en suelo inglés casi frente a su objetivo; pero esa trayectoria era demasiado larga para los ligeros cazas, que iban a tener que recorrer la costa inglesa, sobrevolando la red de radares. Mejor dicho, lo que quedaba de ella: el teniente pudo ver algunas humaredas que mostraban que las antenas de radar habían sido atacadas de nuevo. Aun así podrían ser sorprendidos por cazas británicos, especialmente por Spitfire, los únicos aparatos enemigos que volaban bien a alta cota; pero desde los combates de noviembre era excepcional que los cazas ingleses buscasen pelea con los alemanes. Por lo general los rehuían para intentar centrarse en los bombarderos, y solo se enfrentaban a los ágiles Bf 109 cuando no tenían otras opciones. En las bases aéreas que los alemanes tenían en la costa belga se decía que el puesto más seguro durante una batalla estaba en el asiento de un Messerschmitt.

Con todo, era probable que en esta misión hubiese más acción. La industria aeronáutica estaba siendo trasladada más allá del alcance de los cazas de escolta germanos, protegida por varios grupos que la RAF había retirado en parte para que se recuperasen y en parte para defender lo que quedaba de la industria de cualquier bombardero alemán que volase sin escolta. Pero el avión del teniente no solo llevaba el depósito de 500 litros bajo el fuselaje, sino otros dos de 150 litros bajo las alas, que extendían el radio de acción del avión casi 200 kilómetros más. Newcastle se había considerada seguro hasta ahora, y los aviones ingleses que la defendían seguramente creerían que podrían masacrar a los bombarderos alemanes; la escuadrilla de Quasthoff iba a hacerles despertar del sueño.

Los cuatro aviones prosiguieron su pausado vuelo, vigilando las revoluciones y el consumo de gasolina. Sobrevolaron el estuario del Humber, fácilmente reconocible, y continuaron hacia el noroeste, alejándose de la costa y adentrándose en el mar del Norte hasta encontrarse con los bombarderos Dornier, que ya estaban enfilando hacia su objetivo. Quasthoff guio a los aviones hasta situarlos por delante y mil metros sobre los bombarderos. Llegando desde el este tendrían el sol a la espalda, y la altura les daría ventaja contra los ingleses.

Estaban acercándose de nuevo a la costa cuando el teniente divisó varios puntos a su frente y bastante por debajo. El capitán ordenó lanzar los depósitos y adoptar la posición de ataque, y cada schwarm —dos parejas— formó una línea y describió una larga curva para situarse a la cola de los aviones enemigos. Cuando estuvo cerca pudo ver que los aviones que estaban intentando interceptar a los bombarderos eran P-39 Airacobra de origen norteamericano, aparatos peligrosos a baja altura pero penosamente inferiores a los alemanes a alta cota. Franz tomó uno de los aparatos como objetivo, y pudo ver que el Airacobra culebreaba: su piloto debía ser un novato que ni siquiera sabía compensar el par motor, y mucho menos mirar a su alrededor. Solo en el último momento uno de los aviones enemigos eludió el ataque con un giro cerrado que lo hizo caer en barrena. Los otros tres lo intentaron pero era demasiado tarde: una ráfaga bastó para incendiar a la presa de Franz: su noveno derribo. Los otros dos también cayeron, y la schwarm tomó altura preparándose para atacar de nuevo.

Los alemanes vieron otros aviones que trataban de acercarse a los bombarderos. El capitán ordenó atacarlos, y se libró un combate parecido al anterior: en una pasada rápida cayeron dos ingleses, que a Franz le parecieron Hurricane, y volvieron a atacarlos hasta que se dispersaron. Por entonces los pilotos germanos ya habían gastado demasiado combustible y tuvieron que poner rumbo hacia nuestra base. A la cola dejaron Newscastle, sobre la que se elevaba un dosel de humo. El viaje de vuelta transcurrió sin incidentes, y cuando aterrizaron tuvimos la satisfacción de ver que no faltaba nadie; además la escuadrilla había acabado con once aparatos ingleses.

Franz no creía que la R.A.F. pudiese aguantar el castigo durante mucho tiempo.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Abr 21, 2016 6:40 pm

Perdona por cortar el tema, Herr Domper, pero no podía hacer otra cosa salvo agradecer ese, por otro lado inmerecido debido a mi escasa participación, agradecimiento, valga la redundancia.

Que este nuevo proyecto continúe tan bien -o mejor si cabe- que lo anteriores, y que haya muchos Visitantes, tomándose por el sentido que se quiera... :wink:


Muchas gracias.
Saludos.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Abr 21, 2016 6:43 pm

Cuando parece que no es posible que sea más emocionante, ¡tachán! giro inesperado y mordiéndote las uñas una vez más. :mrgreen:

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Abr 21, 2016 9:03 pm

Celebro el poder seguir leyendo la tercera parte de "El Visitante", porque no me cabe duda que disfrutaremos tanto o más que con las dos anteriores partes. Ahora, sólo queda permanecer atentos a la pantalla y deleitarnos con la historia que queda por contar.

Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Abr 21, 2016 9:34 pm

Federico Artigas esperaba la orden de reincorporarse al ejército español, pero se hacía esperar. Con disgusto, pensó que el cuento que iba contando, que había un coronel en Madrid que le tenía ojeriza, igual tenía algo de razón. Porque a Federico le parecía que tras haberse chupado toda la campaña de Portugal, batalla por batalla, y haber pasado un par de meses con los teutones, ya le tocaba volver a una unidad española, pues prefería comer garbanzos y no col. De paso, que le llegase esa estrella de ocho puntas que le tenían prometida.

Un segundo ascenso por méritos de guerra no estaría nada mal, aunque fuese a comandante, que según el dicho del ejército no vale ni para arrestar. Pues por lo general los jefes con esa estrella son destinados a puestos administrativos, sin mando directo sobre tropa. Incluso para algo tan nimio como arrestar a un imbécil tienen que dar parte al capitán de su compañía o al teniente coronel del batallón. Pero en tiempo de guerra todo cambia, los jefes son demasiado valiosos para tenerlos amarrados a un escritorio, y como mínimo podría esperar el mando de un batallón. Pudiendo alardear de dos ascensos por méritos de guerra, luciendo la Medalla Militar individual y la Cruz de Hierro, y con la recomendación del general Galera que seguro que tendría, igual hasta lo habilitaban para algo más gordo. Camino directo para el fajín.

Artigas pensaba que si alguna vez llegaba la generalato no sería por falta de méritos. Por si hubiese visto pocos tiros en la Guerra Civil, se había comido toda la campaña de Portugal mandando antitanques, un puesto peligroso donde los haya. Podía alardear que las unidades bajo sus órdenes se habían cepillado cuarenta tanques herejes, y que personalmente se había cargado a once: eso le convertía en todo un as de los antitanques, no al nivel del mítico Barkmann, pero no creía que en toda España hubiese quien le hiciese sombra. Por eso esperaba ansiosamente el pasaporte que le devolviese a la acorazada, pero nada. Cuando preguntó, le dijeron que seguiría en la sexta panzer hasta nueva orden. Teniendo en cuenta que los alemanes estaban haciendo las maletas a toda prisa, y que los tanques de la sexta ya iban rumbo a Salamanca para embarcar en los trenes —pues las carreteras del sur de Portugal habían quedado un tanto perjudicadas por los chicos de los Messer— Artigas imaginó que le quedaba mucho chucrut que trasegar.

Al menos iba entendiendo algunas palabras sueltas del teutón, y lo que no pillaba se lo traducía el teniente Coll, que el pobre había tenido un maestro con la peregrina idea de que el alemán era crucial para la formación humana y espiritual. Los mozos del batallón de reconocimiento al que estaba asignado —le habían destinado a la sección de cañones sin retroceso— eran buenos chicos, y el capitán Reimar, más majo que las pesetas. Pero Artigas echaba en falta la camaradería de las salas de banderas y de las cantinas españolas.

Al final tuvo que salir hacia Salamanca con sus kubelwagen, detrás de las filas de camiones de transporte de tanques que atascaban las carreteras. En Ciudad Rodrigo, donde la terminal ferroviaria ya había sido reparada, vigiló como montaban sus coches en el tren, y luego, para Francia. El viaje por España fue, como no, tedioso: si alguien tenía prisa, mejor que evitase los trenes españoles. Ni siquiera pasó por Zaragoza y no pudo echarle ese par de besos que tantas ganas tenía de propinar a Merchines. En Hendaya tocó el circo del cambio de trenes, pues las vías españolas eran más anchas que las francesas: había tal atasco que estuvo dos días allí. Al menos pudo acercarse a San Sebastián, donde se tomó unos chiquitos por el casco viejo y luego se pegó un buen atracón en la Nicolasa, que ya veía por qué tenía fama. Por Francia el viaje fue algo más cómodo, y al día siguiente llegó el convoy a Versalles: la ciudad francesa de la que había salido apenas dos meses antes.

A Artigas le buscaron alojamiento con otros oficiales, entre los que estaban Reimar y Coll —no se atrevería a ir a ninguna parte sin el teniente—, y se dedicó a matar el tiempo con los naipes, pues a los alemanes les había gustado jugar al tute. El tiempo era desapacible y no apetecía pasear por la ciudad, en la que tampoco había mucho que ver, pues el acceso al palacio estaba prohibido. A esperar.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Abr 21, 2016 10:40 pm

Bien, bien, no hay dos sin tres :D . Y a ver si el autor mantiene la inspiración y podemos también decir eso de que no hay quinto malo. De cualquier manera, muchas gracias Domper por poder seguir disfrutando de El Visitante. Que conste que las esperas entre entrega y entrega se hacen largas, pero valen la pena, pardiez.

Saludos.

P.D.
No sé porque me huelo que el bueno de Artigas va a ver mundo. Estepa, para ser exacto, y no la de la provincia de Sevilla. :mrgreen:

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue Abr 21, 2016 11:31 pm

Ya se sabe que el coronelillo de Madrid tiene muchos enchufes... :twisted: :twisted:

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie Abr 22, 2016 12:40 am

Muchas gracias Domper por el agradecimiento.

Fue un placer haberte podido ayudar, aunque sólo fuera un poquito.

Mucho ánimo con el nuevo proyecto y mucha suerte.

Saludos.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie Abr 22, 2016 7:49 am

Muchas gracias Domper por esta tercera entrega.

Saludos.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie Abr 22, 2016 10:40 am

Aunque la 74º se hubiese lucido en Portugal, había sufrido pocas bajas, y eso significaba obviamente un cambio de aires en busca del calor. Del calorcito de los explosivos, claro, que Nazario Ballarín no creía que lo fuesen a mandar a un balneario. Tampoco le hubiese importado, pues estaba un poco cansado de tiros. En España había estado en el Ebro, donde casi deja la piel, y luego en Portugal había estado en el remate del cerco de Évora y en los últimos combates cerca de Sintra. Se había desempeñado bastante bien, y esperaba que le cayese algún galón más. Pero los señoritos lo veían con cara de niño y pensaron que un subteniente tenía que ser un hombre hecho y derecho, por lo que Nazario siguió con los galones de sargento primero. Lo malo es que le habían mandado otro barbilindo, un alférez recién estampillado, a mandar la sección. Esperaba que el nuevo, un tal García, se dejase aconsejar y no como ese inútil de Manrique que se hizo matar en Vila Nova.

A la división le dieron poco reposo. No habían tenido ni dos días de descanso cuando les ordenaron montar en camiones que los llevaron hacia Cáceres. Por el camino vieron las huellas de la batalla: casas arruinadas, vehículos abrasados, y largas hileras de prisioneros que marchaban a pie. Una vez en la ciudad extremeña montaron en un tren que les llevó hasta Algeciras. Por las ventanas el sargento vio la silueta del Peñón, donde ondeaba la rojigualda. Él había tenido que ver, y hasta le habían prometido la individual por eso, pero al capitán le habían apiolado al poco y nadie se acordó de Nazario. Eso sí, de haber llevado alguna estrella todo hubiesen sido parabienes. Ya se sabe, los sargentos cardan la lana y los oficiales se llevan la fama.

En Algeciras les montaron en un barco de Transmediterránea que los llevó hasta Tánger. Esa parte del camino no le hizo ninguna gracia a Nazario: aunque un par de bous escoltaban al barco, el que hubiesen repartido chalecos salvavidas no le parecía buen augurio, por lo que se quedó en cubierta, pensando que a una mala sería fácil saltar. Corría un poco de aire que levantaba cabrillas, que a Nazario, al que le daba miedo hasta la jofaina del aseo, le parecían torpedos de los herejes; pero la travesía transcurrió sin incidentes. Luego tocó montar en tren, en un largo viaje por un terreno que cada vez parecía más seco. Ni las estepas de los Monegros se parecían a esos secarrales. Tres días les llevó llegar a Marrakech, una ciudad que decían que era muy bonita pero que no pudo ver. Allí trasbordaron a un ferrocarril de vía estrecha que les llevó hasta Tantán, ya en pleno desierto. Nazario se esperaba otro viajecito en barco, pero no. Les condujeron a un gran campamento, donde estuvieron otros dos días más —largo se estaba haciendo todo—. Hasta que por fin les ordenaron marchar hasta el campo de aviación, donde esperaban varios trimotores de gran tamaño con insignias italianas.

El viaje en avión le gustó a Nazario aun menos que el del barco. No tenía paracaídas y no podía bajarse en marcha, por lo que si amanecía algún caza hereje lo más que podría hacer sería rezar. Pero la aviación inglesa estaba desaparecida en combate —nunca mejor dicho—, y sin más incidencias que unos cuantos meneos y alguna vomitona, aterrizaron en el pequeño aeródromo de Maspalomas.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie Abr 22, 2016 10:44 am

Capitan Miller escribió:No sé porque me huelo que el bueno de Artigas va a ver mundo. Estepa, para ser exacto, y no la de la provincia de Sevilla. :mrgreen:


Está sin escribir pero, si no cambio el argumento a mitad (no será la primera vez) me parece que el señor Artigas va a tener otras ocupaciones.

Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Sab Abr 23, 2016 1:47 am

Vaya! Pues sólo me queda decir lo mismo que el resto de compañeros: gracias por los agradecimientos que están de más. Yo por mi parte seguiré leyendo en cuanto salga un nuevo capítulo a la espera de que mantengan el excelso nivel de las 2 partes anteriores.

A estas alturas las críticas históricas son un poco fatuas por que todo ha cambiado mucho pero si que me interesaría camarada Domper que nos explicases un poco más a fondo el tema económico, en que fecha estamos para que la industria ya esté produciendo tanto tan rápido, en qué momento llegó Speer al mando...algo a vuelapluma dee tema económico/industrial.


Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Sab Abr 23, 2016 11:10 am

Pues todo eso ya saldrá más adelante, pero yo no esperaría excesivos cambios al menos a medio plazo.

Ya se ha comentado repetidamente que el “milagro Speer” tuvo un componente muy importante de autobombo. Muchas medidas ya se habían tomado previamente, y si uno revisa la producción (atendiendo a múltiples indicadores), no hay un “salto”. Sí, la producción de cazas se disparó en 1944, pero en parte a costa de la calidad y en parte debido a que se dejaron de producir otros tipos.

Con todo, en esta historia hay tres cambios cruciales:

– Las medidas de racionalización se han tomado antes. Iniciándose con los planes para atacar a la URSS que requieren rearmar el ejército, y con el ascenso de Speer, que algo hizo. Que se hayan acabado personalismos como los de Goering también tendría su importancia.

– Se dispone de más energía gracias a la llegada de petróleo primero egipcio y luego iraquí.

– Hay mayor integración entre las economías de la “Unión Paneuropea” especialmente la francesa.

¿Qué efecto podría tener? Es difícil cuantificarlo, pero yo calcularía, a ojo, que la producción de equipos militares ha aumentado al doble que en la realidad (en toda Europa, incluyendo Italia y Francia), y la de Alemania sola, en un 30-50%. Además se ha iniciado la producción de tipos mejorados: por ejemplo, el tanque principal ha pasado a ser el Panzer IV de cañón largo habiéndose relegado el Panzer III y el Panzer 38 (para vehículos auxiliares y autopropulsados). En aviones de combate, pocos cambios respecto a la realidad: aunque se haya acelerado la producción e reactores, no estarán hasta finales de 1943. Lo mismo con cazas como el “Me 318” (el Bf 109 doble que sustituya al Bf 110) o con la producción en varios países del Fw 190.

Hay que tener en cuenta que parte del aumento de la producción industrial ha acabado en el campo naval. Aunque sigue la fabricación de submarinos a marchas forzadas (y no, el tipo XXI no se ha acelerado porque aun no se ha detectado su necesidad) se han ampliado los astilleros (un factor clave en la construcción naval germana), y se ha puesto la quilla a una larga serie de cruceros, portaaviones (de dos tipos, pesados y ligeros), superdestructores antiaéreos y torpederos. De nuevo, no se pueden esperar milagros: hasta finales del 43 no empezarán a entregarse las primeras unidades. Hasta entonces, solo buques ligeros, y tal vez algún barco que ya estuviese en construcción (los Etna, el De Grasse o los cruceros de la clase “Amsterdam”, en realidad los De Zeven Provincien).

Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Sab Abr 23, 2016 2:15 pm

“Chiquitín” Herrera también iba a cambiar de aires. Expulsados los míster de Portugal, la amenaza contra las ciudades españolas había desaparecido. Pero los Mochos —apodo del Fw 190— eran demasiado valiosos y Chiquitín no esperaba vacaciones. Iba bien encaminado, pues al poco llegaron órdenes de trasladarse a Tenerife.

Si se podían mandar aviones a esa isla, tenía que ser porque en Canarias las cosas no iban mal del todo, pensó el piloto. Una escuadrilla necesita mucha “chicha” para funcionar entre gasolina, aceite, munición y repuestos, y no se podía llevar en un par de chalupas. La radio decía que a la Royal Hereje le habían dado por donde no luce el sol, pero ya se sabe que lo que dicen en los noticiarios tiene una parte de verdad y nueve de propaganda. Que fuesen a volar hasta allí indicaba que en Canarias no se había puesto el sol.

El viaje fue largo pero cómodo: un salto hasta Casablanca, cruzando el mar, acompañados por un Heinkel que hacía de perrito pastor —perderse en mar abierto era más fácil de lo que parecía—. Otro brinco hasta Agadir, donde tuvieron que esperar un día por una tormenta, y uno más hasta Tefía, en Fuerteventura: la isla acababa de ser reconquistada, y una miríada de prisioneros canadienses trabajaban para mejorar el aeródromo, vigilados por majoreros de mirada torva. Por lo que Chiquitín había oído, más les valía a los prisioneros portarse bien, pues los canarios les tenían muchas ganas y estaban deseando que alguno hiciese el tonto, y si intentase escapar, mejor.

En el aeródromo de Tefía apenas se detuvieron para repostar: de vez en cuando algún barco inglés se acercaba por la noche, haciendo imprescindible que cada avión durmiese en uno de esos refugios hechos con muretes de piedras que parecían como los que los isleños construían para cultivar sus vides. Pero no había sitio para los Mochos de la escuadrilla, y el mando prefirió no dejarlos dormir en Fuerteventura. Salieron para hacer el último salto, otra vez por mar, pero no directo, sino que antes dieron un rodeo sobre Las Palmas, casi el último rincón canario donde aun ondeaba la Unión Jack. Había sido idea del comandante Salvador hacer unas cabriolas para mostrar a los herejes que se reían de sus cañones, y también para dar un poco de moral a los pobres canariones. Después de unos cuantos loopings —que les quedaron de cine—, siguieron hacia el oeste, hasta que se posaron en Tenerife, en el recién construido aeródromo de Los Abrigos. Aun seguían las obras, y Chiquitín pudo ver a unos cuantos paisanos llevando piedras.

Las instalaciones eran espartanas: una pista no muy larga, refugios para aviones, y unas pocas tiendas. Que al lado hubiesen cavado trincheras era indicio de que por Tenerife la cosa aun seguía caliente. Una vez aterrizó la escuadrilla, el personal de tierra guio a los aviones hasta los cobijos donde dejaron a los Mochos, que eran semicírculos construidos con piedras volcánicas y sacos terreros. Luego acompañaron a los pilotos hasta la cantina, que estaba en una antigua granja.

El teniente coronel al mando les dio la bienvenida. Saludó sobre todo al comandante Salvador, no solo por sus dos Medallas Militares individuales, sino porque había llegado hasta Tenerife la noticia de la táctica que había inventado. Luego indicó a los recién llegados que tuviesen cuidado con las luces: los ingleses aprovechaban la noche para acercarse a Gran Canaria con sus rápidos destructores, que llevaban algunos suministros que mantenían mal que bien a la guarnición, y no era raro que a la vuelta alguno se acercase a Tenerife a gastar algunos cañonazos. Por si quedaba alguna duda, el teniente coronel mostró las marcas de metralla en la pared de la cantina.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun Abr 25, 2016 11:46 pm

También llegó a Canarias el incorregible Max Freitag. A la Cruz de Hierro ganada en Manam se le había unido la de Caballero, conseguida al hundir un destructor cerca de Peniche; pero las condecoraciones no le habían curado de su manía de improvisar. Al recibir la orden de salir hacia Fuerteventura, cargó sus pocos efectos en el Junkers que los acompañaba, y salió zumbando hacia Canarias sin entretenerse en minucias como comprobar el parte meteorológico. Como era de esperar, se encontró en Marruecos con un buen temporal, y por los pelos pudo aterrizar cerca de Safí, mientras rezongaba diciendo que quién iba a esperar que lloviese en el desierto. Que Safí fuese un vergel, al menos para lo que se estilaba en Marruecos, no bastó para convencer a Freitag de su error.

El copiloto le dijo que si volvía a hacer una de esas pediría el traslado, pues le tenía demasiado aprecio a la piel como para jugársela con un loco. Max se disculpó como pudo, pero enseguida la volvió a hacer, cuando salió hacia Canarias e intentó aterrizar en la primera isla que encontró. Era Lanzarote, que estaba aun en manos británicas. Los ingleses se debían estar relamiendo mientras esperaban para hacerse con el avión del imprudente, pero un grito del copiloto sacó a Max de su ensoñación, a tiempo para dar gases y remontarse. Una ametralladora tuvo el descaro de dispararle, pero Max le enseñó con una ráfaga de las armas de su cañonero que en cuanto a ametralladoras, él se las pintaba solo.

El avión llegó a Tefía con unos cuantos agujeros. Ya estaba allí el resto de la escuadrilla —cuyos aviones eran pilotados por gente sensata— y también había mecánicos que remendaron el Heinkel, que había quedado como un colador. Max calmó al copiloto como pudo y le invitó a tomar alguna copa. Vano intento, porque en la isla no quedaba ni una gota de licor, pues los ingleses se habían bebido todo antes de rendirse. Apenas pudo conseguir una botella de vino peleón que no mejoró el humor de su compañero.

Ya con más calma, Max reunió a sus pilotos para estudiar la misión que se les había encomendado. Los ingleses habían comprobado que un buque rápido, como un crucero pequeño o un destructor, si navegaba a toda máquina, podía partir desde más allá del alcance de la aviación del Pacto basada en Tenerife y en el continente, y llegar al Puerto de la Luz en Gran Canaria, donde la antiaérea le daría alguna protección. A la noche siguiente y tras descargar, una carrerita y ya estaba lejos del alcance de la aviación. Para dar vidilla no era raro que a la ida o a la vuelta se acercasen a pegar algunos cañonazos. Esas actividades nocturnas estaban resultando de lo más molesto, y como Max Freitag había demostrado que sabía pelear de noche, se le encomendó interrumpir las correrías de los barcos ingleses. Para ello contaría no solo con sus tres aviones ametralladores —el cuarto se había perdido en Portugal— y dos Focke Wulf 189 que lanzarían iluminantes, sino también otros cuatro Heinkel 111 torpederos.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun Abr 25, 2016 11:59 pm

Los tanques del teniente coronel Thorsten Koertig proseguían su avance por la orilla del Golfo Pérsico. Aunque el terreno era seco, el invierno había traído algunas tormentas y los wadis desbordaban de agua, dando excelentes posiciones a los hindúes que pretendían retrasar su avance.

El teniente coronel ya había renunciado a atrapar a los últimos restos del ejército británico de Mesopotamia. Aunque el rápido avance por las orillas de los ríos había atrapado a miles de soldados, y en Basora habían capturado a bastantes más —según inteligencia, la última cifra de prisioneros era de sesenta y siete mil—, lo que quedaba del ejército británico había violado la neutralidad persa y se había retirado por la costa, en dirección al puerto de Bandar Bushehr. Rommel, siguiendo órdenes de Berlín, había esperado en la frontera hasta que consiguió el permiso de Teherán; pero ya era demasiado tarde. Los tanques avanzaban con dificultad por el complicado terreno, y además Koertig tenía órdenes de no arriesgar sus blindados inútilmente. Aun así, el ejército en retirada, mandado por un tal Percival, que había sustituido a Alexander, iba dejando un rastro de rezagados que alzaban las manos en cuanto veían a las patrullas de reconocimiento.

Tampoco ayudaba a la persecución que muchos de sus mejores hombres hubiesen sido llamados a Alemania, donde debían ser los instructores de una nueva generación de tanquistas. Los reemplazos que habían llegado, formados en la escuela de tanques de Blomberg, eran voluntariosos y pensaban que conocían el oficio; pero Koertig veía que aun estaban un poco verdes. Podían llegar a ser magníficos tripulantes de panzer, siempre que no pereciesen como carne de cañón en una operación que, según pensaba el teniente coronel, probablemente fuese infructuosa.

Al menos la aviación estaba haciendo su agosto. Operando desde Basora y Kuwait estaba martirizando a los barcos británicos que trataban de reembarcar al ejército. En las cálidas aguas del Golfo Pérsico la Royal Navy volvió a sufrir la ordalía que ya había padecido en Dunkerque, en el Mar Rojo o en Portugal. Careciendo de protección aérea —el portaaviones Hermes fue dañado por un Junkers 88 al principio de la batalla— y tras perder seis mercantes de un convoy de nueve, la evacuación tuvo que hacerse mediante cruceros y destructores. El teniente coronel pensaba que la mayor parte de las tropas escaparían, pues los británicos habían conseguido gran experiencia en operaciones de evacuación. Pero en los alrededores de Bandar Bushehr se estaba acumulando una montaña de armamento abandonado que resultaría un excelente botín.

Uno de los hombres que había dejado Irak era el teniente Ludwig Bauer. Un veterano de la séptima panzer que había combatido en Habbaniya y en el Tigris, fue reclamado para la escuela de Blomberg. Primero en avión y luego en tren, emprendió un largo y tedioso viaje hacia su nuevo puesto.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar Abr 26, 2016 11:07 am

Todo el mundo cambiaba de aires menos el alférez de navío Víctor Loreto. Maldita suerte, pensaba. Había sido muy divertido lo de mandar al fondo a los britones —su buque, el Galicia, había participado en los hundimientos del Ramillies y del Repulse, algo que pocos cruceros podían decir— pero ya le apetecía un buen permiso en tierra, a ser posible en el Ferrol, donde tenía echado el ojo a una gallegiña. Pero en la guerra naval, se seguía la máxima clásica: “dar primero, dar fuerte y seguir dando” y ahora tocaba lo de seguir. Tras el combate de San Vicente en el que había sido hundido el Repulse, y después de bombardear Fuerteventura para apoyar el desembarco español, la escuadra se había retirado a Casablanca. Santa Cruz de Tenerife no solo estaba demasiado expuesta sino que carecía de las instalaciones de mantenimiento necesarias; pero en el puerto marroquí apenas pudo bajar a dar algún paseo, porque la Armada, para variar, estaba preparándose para hacerle algún otro siete a los pérfidos.

Pero si Víctor esperaba otro encuentro emocionante, como los combates de las Salvajes o el citado de San Vicente, estaba muy equivocado. La siguiente acción en la que participó el Galicia resultó de lo más aburrida… pero no por ello menos peligrosa. Fue sosa porque todo lo que tuvo que hacer el Galicia —acompañado como era habitual por el Díaz, más el Bande Nere, otro crucero italiano que había sustituido al perdido Cadorna— fue escoltar un convoy desde el puerto marroquí hacia Tenerife: una docena de barcos, todos grandes y modernos, que llevaban las municiones y el combustible que necesitaba la cada vez más potente aviación del Pacto en la isla.

Escoltar a un convoy podría parecer una misión rutinaria, pero Madeira y las Azores, que estaban cerca, seguían en manos inglesas, y a la Royal Navy le podría tentar dar un repaso a esos españolitos que habían salido respondones.

El riesgo era doble. Por una parte los sumergibles ingleses seguían dejándose ver por esas aguas, aunque no tan frecuentemente como antes de la caída de Portugal. Tras desagradables experiencias como la experimentada por Iachino frente a Larache, la escolta del crucero era muy potente: tres destructores, dos bous y dos de los nuevos patrulleros. Pero a ninguno llevaba todavía radiotelémetros, que se habían revelado como la mejor arma contra los sumergibles. Iban a tener que ser los del Galicia y el del Bande Nere —que había acabado su reforma unas semanas antes y llevaba un equipo similar al del Galicia— los que explorasen las aguas. Lo malo era que eso obligaba a los tres pequeños cruceros mantenerse cerca del convoy, algo peligroso no solo por poderse comer un torpedo, sino porque de amanecer algún chico grande al Galicia le tocaría sacrificarse.

Esos chicos grandes eran el otro peligro: expulsada de Portugal, los ingleses habían desplazado a las Azores la Fuerza H. Había sido reforzada por parte de la Home Fleet, pues en Noruega los alemanes ya no tenían acorazados modernos y ya no era necesario mantener una flota potente en esas aguas: según los informes de inteligencia y las observaciones de los Condor de reconocimiento, la Royal Navy había modificado el despliegue de sus buques, enviando a las frías aguas norteñas a los cruceros de batalla: la pérdida del Repulse había mostrado a las claras que lo de Jutlandia no era casualidad, demostrando que resultaba muy peligroso empeñar a un crucero de batalla contra un acorazado. En el Atlántico Norte la Kriegsmarine ya solo tenía a los cruceros acorazados Lutzow y Scheer, y los pesados Prinz Eugen y Seydlitz; barcos contra los que el Hood o el Renown podían enfrentarse sin correr el riesgo de irse al fondo a la primera andanada.

En las Azores estaba apostado lo mejor de la Royal Navy: sus tres acorazados modernos de la clase King George V, apoyados por los más viejos pero potentes Nelson; los Queen Elizabeth habían sido relegados a misiones de escolta, aunque de ser preciso podrían unirse a la flota, especialmente el Queen Elizabeth y el Valiant, que habían sido modernizados a fondo. Los dos viejos acorazados supervivientes de la clase Revenge estaban en el Índico.

La flota del Pacto seguía siendo menos numerosa tras las pérdidas sufridas en Larache. Aunque la Regia Marina había enviado a Gibraltar a dos de sus acorazados modernizados para reemplazar al Littorio y al Veneto, el Doria y el Duilio eran aun más vulnerables que los cruceros de batalla ingleses, que ya es decir, y de velocidad andaban justitos; pero menos da una piedra. A la postre, ni reunida al completo la Fuerza H preocupaba demasiado: los acorazados viejos la lastrarían, y los más rápidos del Pacto, que le sacaban lo menos cinco nudos, podrían salir por pies; si los ingleses intentaban darles caza con sus tres acorazados modernos, quedarían en desventaja.

De hecho, esas eran las intenciones del Pacto: utilizar el convoy a Tenerife como un cebo que tentase a la Royal Navy. En las cercanías del convoy el contraalmirante Ciliax acechaba con sus dos acorazados y tres cruceros pesados, esperando atrapar a algún imprudente. Pero mientras tendrían que ser los tres débiles cruceros ligeros —incluyendo al Galicia de Víctor— los que entretuviesen a los británicos, tarea más que peligrosa dada la casi total ausencia de blindaje de sus buques.

Desgraciadamente —o por suerte si era desde el punto de vista de Víctor— los británicos ya tenían cierto grado de mosqueo, y cuando vieron que los españoles salían al mar debieron suponer que había gato encerrado. Aunque un hidro de los que habían vuelto a operar desde Madeira detectó al Galicia —malo— y un Condor avisó de la salida de la Fuerza H —peor— todo quedó en agua de borrajas, pues otro hidro inglés, buscando más allá del convoy español, pudo vislumbrar a los acorazados de Ciliax. La Royal Navy interpretó que todo el asunto del convoy no era sino una añagaza para pillarles otra vez a contrapié, y decidieron dejar el asunto correr.

Sin más incidencias que el miedo que habían pasado, el convoy arribó a Santa Cruz, donde procedió a descargar a toda prisa. Luego, vuelta hacia Casablanca, otra vez con el Galicia jugándosela para escoltar a los mercantes. Pero no hubo nada más molesto que los graznidos de las gaviotas.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mié Abr 27, 2016 2:19 pm

Otro que no cambió de destino fue ese policía que ya no existía. Meses de trabajo le había costado desenredar la compleja trama del espionaje soviético en Berlín. Para ello, lo que había empezado como una labor individual se había convertido en una tarea que implicaba a centenares de personas. El policía, ahora teniente coronel—aunque sin poder lucir las insignias— operaba casi en la clandestinidad, pues su organización sin nombre no tenía su base en ninguno de los numerosos edificios oficiales que adornaban el centro de la ciudad, sino en un edificio de apartamentos del distrito de Steglitz. Cuando rendía informes a su jefe no lo hacía en su despacho, sino que se citaba en alguno de los muchos tugurios de Berlín. Tras comprender el alcance de las redes de espionaje comunistas, el policía entendía los motivos de tales precauciones: los bolcheviques habían conseguido infiltrarse, como mínimo, en el Estado Mayor de la Luftwaffe, y tampoco parecía muy de fiar la SD: había absorbido tanto a la Gestapo como a la Abwehr, que estaban plagadas de nazis recalcitrantes y de seguidores del golpista Canaris. Pero el policía también pensaba que la creación de su agencia se debía al interés de su jefe por mantener un área de su exclusivo poder personal. Además, eso de citarse en cervecerías y cabarets cuadraba muy bien a Schellenberg, un crápula con afición a lo rocambolesco.

Esa tarde tenía otra de esas reuniones, y previamente compuso un informe que, bien lo sabía, iba a ser intranquilizador. Los espías estaban cambiando su comportamiento y eso nunca es casual. Iba a necesitar más dinero y más personal, no solo en Berlín sino por todo el Reich.

Tras acabar el informe escribió una de esas cartas que luego guardaba, pues no se atrevía a mandar.

Nicole, te quiero. Te quiero tanto que te tengo que pedir que no vengas, que sigas en esa aldea aburrida pero segura en sus montañas. Quiero verte pero no quiero tenerte aquí. Deseo estar contigo, pero debo seguir en mi puesto.

Ya no tengo ninguna duda de lo que va a ocurrir. Ayer llegó un mensaje de Johan, el controlador de Jutta, y la pobre mujer, que todavía tiene metido el miedo en el cuerpo, se ha apresurado a enseñármelo ¿Te acuerdas de Jutta? Era la mujer del pobre Jürgen, ese espía traidor al que le ofrecí colaborar conmigo y seguir vivo, pero que intentó traicionarme y tuvo un encuentro con el verdugo. Jutta, que no tenía prisa por acompañar a su marido, se mostró más receptiva, aunque nunca he terminado de confiar en ella.

La intuición no me ha fallado. Jürgen y Jutta tenían otro amigo al que llamaré Jansen. Jutta pensaba que al callarse mantenía una baza, pero cuando me enfrenté con la traidora inquiriéndole quién era ese Jansen por el que Johan preguntaba, se apresuró a sacarme de dudas. Para que aprendiese la llevé a Plötzensee a que viese la guillotina, diciéndole que la próxima vez no solo vería la hoja sino que la sentiría. Luego conversé un rato con ella; su cara llevará para siempre el recuerdo de nuestra charla. Nicole, entiéndeme. Sabes que no disfruto con la sangre, pero consagré mi vida a defender a nuestro pueblo a nuestra patria, y Jutta es una enemiga mucho más peligrosa que el soldado que se agazapa con un fusil. En este juego mortal no caben medias tintas.

Jutta me ha explicado quién es Jansen y a qué se dedica. Ese tal Jansen es otro renegado que en su día se unió a los bolcheviques, pero que aleccionado por sus jefes permaneció en silencio. Aparentemente es un policía que cumple como el mejor, defendiendo la patria de criminales. Alardea ante sus compañeros de su amor por el régimen y por Alemania, amor que le lleva a viajar por todo el país durante sus vacaciones. Por ahora he dejado a Jansen en paz, sometiéndole a una vigilancia muy discreta. Hace pocos días tuvo un corto permiso; siguiéndole, me ha llevado a visitar los bosques que rodean nuestra querida Berlín. Una vez Jansen volvió a su casa, me hice acompañar por guardabosques hasta encontrar un rincón perdido con marcas de disparos en los árboles.

Al mismo tiempo Jens, el secretario del diplomático al que estoy vigilando, ha vuelto a las andadas. Ha aprovechado su último viaje a Budapest para adquirir unos muebles e importarlos. Como podrás imaginar, los he revisado antes de que llegasen a su destinatario, que no era otro que Jansen. En el interior encontré armas que no eran escopetas de caza. Nicole, piensa en Jansen. Es policía y tiene una pistola ¿Para qué necesitará un fusil ametrallador? No me ha durado mucho la duda porque Jutta, que ya no se atreve a guardar secretos, me ha mostrado la orden que acaba de recibir y que tiene que transmitir a Jansen: la de asesinar a mi jefe.

También me alarma que este no ha sido el único envío de Jens. Tenía controlada una empresa de importación y exportación, pero pensé que tal vez Jens tuviese tratos con otros, y una búsqueda por los archivos me lo ha confirmado. Además de muebles, Jens también importa alfombras, cajas de vino, objetos de arte y qué sé yo, utilizando cada vez un nombre. Salvaguarda que de poco le ha servido, porque me ha bastado con investigar otras agencias radicadas en las ciudades que Jens visitaba. Algunas de ellas tenían clientes casi tan diligentes como Jens, salvo que los destinos nunca coincidían; en mi negocio las casualidades no existen, como comprobé en una visita nocturna que hicieron mis agentes en esos almacenes. Te extrañará que mis hombres deban recurrir a métodos de ladrones, pero esas investigaciones con peligrosas pues pueden alertar a los ladrones. Nicole, lo digo y parece absurdo, pero mis agentes entran en oficinas usando ganzúas como un criminal, para ver unos archivos que me hubiesen entregado con solo pedirlos. Pero si un policía como Jansen es un traidor ¿Cuántos otros Jansen podrá haber?

Tengo otro motivo para preocuparte. No sé quién ha recibido los otros paquetes de Jens, y tampoco conozco como esos traidores se comunican con sus jefes. El tiempo apremia, pero voy a tener que efectuar otra de esas investigaciones minuciosas, buscando deslices y cabos sueltos. Mientras voy a alertar a mi jefe. Nicole, no tengo secretos para ti y sabes que no es la piel de Schellenberg la que me preocupa. Será un servidor de la Patria, pero también el que me ha relegado a este exilio interior que nos ha separado. Pero pensando en mi despacho me he estado preguntando por los motivos que han llevado a los soviéticos a querer matarle. Es un hombre inteligente y hábil, pero si muere no faltará quien le suceda, que puede ser mejor. Poco ganarán con el asesinato; a lo sumo, unas semanas de desconcierto durante la transición.

Nicole, no sé si lo sabes, pero el espionaje ruso no es esa colección de torpes intrigantes de las películas de propaganda, ni se regodea en matar a los servidores de la Patria. Nuestro enemigo, y cuando digo esa palabra no es casualmente, es una organización controlada con mano de hierro por mentes muy competente. Cuando asesinan es con un fin, y Schellenberg no se ha significado lo suficiente como para merecer la inquina personal de Stalin. Si quieren su muerte es para anular los servicios de inteligencia del Reich durante unas semanas, para algo que no será bueno ni para a Patria ni para nosotros. Para algo que te amenaza a ti, a Marcel, y a todos los niños alemanes.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie Abr 29, 2016 3:21 pm

Capítulo 2

Los hombres de Estado son como los cirujanos: sus errores son mortales.

François Mauriac


McGregor, Robert Stuart. De Hannover a Windsor, auge y caída de una dinastía de Robert Stuart MacGregor. Ediciones Loch. Dùn Èideann, 1963.

…. a las 15:30 terminó la reunión. El Primer Ministro Sir Winston Churchill había propuesto que se estudiase la factibilidad de un desembarco en Francia que atrajese a los reservas alemanas y aliviase la crítica situación del ejército en Portugal. Tanto el nuevo comandante del Cuartel General de Operaciones Combinadas como los demás miembros de la Royal Navy y del Ejército se opusieron a la idea, considerando que un desembarco en Francia necesitaría mayores recursos y fuerzas que las usadas en Portugal, que no estaban disponibles en el momento actual, recomendando que la operación se considerase en un momento posterior de la guerra. Se decidió que por el momento tan solo se harían planes para un futuro desembarco, y que las operaciones se limitarían a incursiones con comandos.

De acuerdo con los testimonios de los presentes, durante la despedida el almirante Bruce Fraser comentó que el HMS Kelly, el antiguo destructor de Mountbatten, se encontraba en el Clyde para realizar reparaciones tras haber sufrido algunos daños durante las operaciones en Portugal. Parece que Lord Louis Mountbatten ordenó a su chófer que efectuase un pequeño desvío antes de volver a Glasgow, posiblemente para realizar una breve visita....

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie Abr 29, 2016 3:24 pm

Actas del Consejo de Guerra al Mayor Maxwell Page, de los Archivos Militares Británicos de la Guerra de Supremacía, Tomo 3156, Legajo 438, Berlín.


...

Brigadier Francis Tuker: Mayor Page ¿podría entonces aclararnos cuál era la situación en los muelles de Dumbarton?

Mayor Maxwell Page: Como ya he indicado, en el puerto se encontraban varios barcos del convoy HX167, procedente de Halifax, entre ellos el Salacia y el City of Florence, cuyas cargas incluían explosivos. Durante el ataque aéreo de la noche anterior los alemanes no se dejaron engañar por las luces en las colinas Kilpatrick ni por los señuelos, y los aviones causaron ciertos daños en las instalaciones portuarias.

FT: ¿Pero aun así las instalaciones del puerto podían operar?

MP: Sí, aunque su capacidad se había visto reducida provocando retrasos en la carga de los buques y que se acumulasen los cargamentos en el muelle.

FT: Mayor, siendo así ¿no hubiera sido mejor hacer salir los barcos del Clyde?

MP: Desgraciadamente no. Los ataques a convoyes en el Canal de Bristol habían demostrado que la aviación alemana atacaba deliberadamente a los buques en aguas confinadas, donde no estaban protegidos por la artillería antiaérea, y los barcos alcanzados podían causar su pérdida total por hundimiento. Además se había cursado una alerta sobre la posible presencia de minas de fondo en el estuario, ya que varios aviones alemanes habían efectuado vuelos a baja altura durante la noche. También se había alertado sobre la el posible avistamiento de un submarino alemán en el Mar de Irlanda. En cualquier caso, fueron las municiones que aun no se habían cargado las que causaron el accidente.

FT: ¿Por qué se acumularon explosivos en el muelle?

MP: Al tratarse de una zona del puerto en la que habitualmente no se operaba con municiones, los estibadores exigieron que se tomasen precauciones extraordinarias que causaron algunos retrasos.

FT: Díganos, mayor ¿es práctica habitual que se almacenen explosivos y municiones en esa zona de los muelles?

MP: Habitualmente no. Pero los bombardeos de las noches anteriores habían hecho que se considerase que la carga y descarga de explosivos en Port Glasgow o en Clydebank era peligrosa. Además el ataque de la noche anterior había causado un incendio cercano al muelle dedicado a la carga de explosivos que no había podido ser completamente extinguido. Los retrasos en las operaciones de carga fueron las causantes de que se acumulasen las municiones.

FT: Una vez que se permitió que se almacenasen cargas en el mismo muelle que incluían explosivos ¿no se adoptaron mayores medidas de seguridad?

MP: Por desgracia el personal disponible para la vigilancia era excesivamente reducido. Aunque la marina es la que mantiene la vigilancia de las instalaciones portuarias, suele ser apoyada por la Home Guard local. Sin embargo, se había alertado respecto a la presencia de un submarino en el Mar de Irlanda, donde no habían sido detectados desde dos años antes, y se temió que se produjese una incursión con comandos, por lo que las unidades de la Home Guard fueron enviadas a vigilar las costas. También se encomendó a buena parte de los centinelas del puerto que vigilasen posibles ataques desde el mar. Finalmente, el peligro de un ataque por paracaidistas alemanes obligaba a que el personal de tierra mantuviese la vigilancia antiaérea.

FT: ¿No esperaban una amenaza en el mismo puerto?

MP: No, señor.

...

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie Abr 29, 2016 3:25 pm

Sebastian Haffner. El nacimiento de Europa. Data Becker GmbH. Berlín, 1987.

El activista irlandés Andrews O’Higgins “Ojignos” no estaba encuadrado en ningún comando operativo del IRA, ni tampoco mantenía contactos con dicha organización desde la muerte de su progenitor. Su padre, Ciaran O’Higgins, había sido un veterano del conflicto angloirlandés y de la guerra civil irlandesa, en la que había servido bajo las órdenes de Michael Collins, pero tras el asesinato de Collins se desentendió del IRA. Andrews O’Higgins no mantenía contactos con el IRA y ni siquiera con el Sinn Féin, aunque al parecer simpatizaba con sus ideas. Tampoco tenía contactos con agentes de otras potencias, y su única relación con extranjeros había sido durante la temporada en la que trabajó con pescadores de altura gallegos, que le dieron el apodo por el que era conocido.

Los testimonios de sus compañeros marineros coinciden en que O’Higgins era pendenciero y un bebedor habitual. Al prohibirse la salida al mar del mercante Clan Macdonald, el barco en el que estaba enrolado, el marinero estuvo emborrachándose en un pub cercano al puerto. Enfurecido por su permanencia en tierra, estuvo injuriando a los ingleses hasta que fue expulsado del local, del que salió en estado de embriaguez. No se sabe cómo pudo acceder O’Higgins a los muelles, pero probablemente se debió a que la alerta ante una posible incursión alemana desde el mar hizo que se descuidase la vigilancia de los accesos terrestres. Los centinelas no detectaron a O’Higgins hasta que intentó salir llevando una caja que había sustraído.

Tanto los centinelas como O’Higgins hicieron declaraciones contradictorias sobre lo sucedido posteriormente. Según O’Higgins, había recogido unas herramientas que había dejado olvidadas. Intentó explicar a los centinelas su presencia en los muelles, pero estos le dispararon al escuchar su acento irlandés. Los dos vigilantes que sobrevivieron a la cadena de explosiones afirmaron que O’Higgins había robado una caja de municiones y que llevaba un arma con la que les disparó cuando trataron de darle el alto. El arma no fue encontrada, aunque el estado en el que quedó el muelle dificultó la investigación. Fuese cual fuese la causa, se produjo un tiroteo durante el cual el cabo Roger Rush lanzó una bomba de mano hacia el lugar en el que se había escondido O’Higgins, que causó al irlandés heridas de cierta gravedad. El incidente no hubiese tenido mayor trascendencia si no hubiese sido porque en el muelle había gran cantidad de polvo de carbón, procedente de un buque que había descargado el día anterior. La granada incendió el polvo y se produjo una pequeña deflagración y un incendio, que se extendió a unas cajas de municiones que habían sido dejadas descuidadamente en el muelle. Por desgracia los daños causados por los bombarderos alemanes en Clydebank habían hecho que se descargasen explosivos y municiones en un muelle que no tenía experiencia en el manejo de sustancias peligrosas, y buen número de cajas quedaron expuestas, excesivamente cercanas unas de otras, y sin protección.

Parece ser que el vehículo de Lord Mountbatten se encontraba en las cercanías, y al ver el resplandor de las llamas el almirante se dirigió hacia los muelles para investigar lo que ocurría. Fue en ese momento cuando el incendio alcanzó las cajas de municiones, iniciándose una serie de explosiones en cadena que alcanzaron al vehículo de Mountbatten.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Dom May 01, 2016 12:43 am

Extracto de “Great Troubles” de Andrew Finegan, Editorial Rugers, Belfast 1972.

Desde el primer momento tanto Scotland Yard como los servicios de inteligencia consideraron que la gran explosión de Dumbarton había sido accidental y que no se debía a una acción del IRA. Pero el Primer Ministro Churchill tenía una estrecha relación con el comodoro Louis Mountbatten, fallecido en la explosión, y tomó medidas que a la postre resultaron desastrosas. Al saber que se había detenido a un irlandés que podía estar relacionado con la explosión, el Primer Ministro decidió que la explosión no había sido un accidente sino un atentado del IRA, y ordenó el envío de tropas de refuerzo al Ulster sin convocar al Gabinete de Guerra ni informar al resto del gobierno.

Como la campaña de Portugal estaba reclamando la mayoría de las tropas instruidas, fueron desplazados al Ulster los batallones 6º, 9º y 10º del Loyal North Lancashire Regiment y el 2/4 batallón del South Lancashire Regiment (The Prince of Wales's Volunteers), que estaban efectuando maniobras en Cumberland. Por orden directa del Primer Ministro los cuatro batallones embarcaron en buques de la armada y llegaron a Belfast al día siguiente. Parece que el Primer Ministro solo quería hacer una demostración, y que la estancia de las tropas debía ser solo temporal, como se recoge en la carta que Churchill envió a John Andrews, Primer Ministro de Irlanda del Norte. La orden fue revocada a la mañana siguiente por el gobierno, y posiblemente hubiera quedado como una exhibición de la capacidad de reacción rápida frente a cualquier agresión y de la garantía británica sobre el Ulster.

Sin embargo la apresurada selección de las tropas enviadas se reveló como un grave error. Se trataba de batallones recientemente organizados, formados con reservistas y con miembros de la Home Guard llamados al servicio activo. El traslado urgente al Ulster sin permitirles despedirse de sus familias tuvo efectos deplorables sobre la moral de las tropas. Los oficiales de los regimientos eran también reservistas con escasa experiencia en el mando de tropas. El jefe de la fuerza era el coronel Michael Willoughby, barón de Middleton, un veterano de la Primera Guerra Mundial que al comienzo de la Guerra de Supremacía se había incorporado al ejército territorial. Willoughby era un ordenancista que durante su estancia en la Cámara de los Lores había destacado por su oposición intransigente a la creación del Estado Libre Irlandés.

Ya durante el desembarco en Belfast se produjo un enfrentamiento entre algunos soldados y un campesino de Carnmoney al que los militares habían oído hablar en gaélico. Pero los incidentes más graves se produjeron en el barrio católico de Portadown. Tras la muerte de Mountbatten y los rumores que atribuían al IRA su asesinato, un grupo de orangistas, dirigidos por antiguos miembros de los Ulster Imperial Guards, atacaron varias casas en Obins Street. La respuesta de los católicos acabó en una pelea multitudinaria en la que hubo dos muertos y varios heridos, que acabó requiriendo la intervención de la policía y los bomberos.

Al día siguiente se repitieron los altercados, que coincidieron con el paso de los batallones británicos que se dirigían hacia Armagh. El coronel Willoughby, a pesar de las instrucciones que tenía de mantenerse al margen, ordenó a sus hombres que se desplegasen por la ciudad en apoyo de la policía y de los unionistas. Los disturbios fueron ganando en intensidad, y varios comercios católicos de Garvaghy Road fueron saqueados e incendiados. Parece que algún propietario católico intentó defender su propiedad con una escopeta de caza. Al oír los disparos, Willoughby ordenó que se respondiese al fuego. En una serie de confusos incidentes los bisoños soldados abrieron fuego contra la multitud e incluso se dispararon unos a otros. Lo que había comenzado como una algarada pasó a convertirse en una matanza cuando unos radicales unionistas condujeron a una sección de soldados a la iglesia de Saint John the Baptist, en la que se estaba celebrando el funeral por los fallecidos el día anterior. Incitados por los radicales, que decían que en la iglesia se refugiaban los asesinos de Mountbatten, los soldados entraron en el templo y dispararon indiscriminadamente contra los feligreses. Hubo al menos veintitrés muertos (parece que varios fueron rematados a bayonetazos), incluyendo el sacerdote que oficiaba la ceremonia, y decenas de heridos.

Aunque el gobierno del Ulster intentó ocultar el alcance de la matanza, los rumores sobre los saqueos y la masacre se extendieron. Algunos sectores de la sociedad norirlandesa, sobre todo los protestantes, reaccionaron con incredulidad o acusaron a los católicos de ser los responsables. Pero la comunidad católica protestó violentamente contra la violencia unionista y británica. Manifestantes católicos se enfrentaron con manifestantes protestantes o con las fuerzas del ejército. La policía (de mayoría protestante) y el ejército, desbordados por la magnitud de los altercados, reaccionaron violentamente, produciéndose tiroteos en Belfast y Derry con el resultado de otros diez católicos muertos y varias decenas de heridos.

Parece que el IRA también fue sorprendido por los acontecimientos. Aunque algunos de sus miembros se alinearon con los manifestantes católicos, la organización no fue capaz de una reacción organizada. Pero un pequeño grupo de activistas hizo detonar un camión cargado de combustible y explosivos al paso de una patrulla británica, en las cercanías de Omagh. Los oficiales perdieron el control de sus asustadas e inexpertas tropas, que estaban sufriendo muchas bajas, la mayoría por fuego propio. Los soldados reaccionaron brutalmente, y el conflicto se extendió por Irlanda del Norte, en lo que sería llamada la “Semana Negra de Portadown” que culminaría en Lifford.
Última edición por Domper el Lun May 02, 2016 6:03 pm, editado 1 vez en total

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Dom May 01, 2016 6:39 pm

Sullivan Clark. El final de las Magdalenas. Republic Editions. Dublín, 1993.

… La República de Irlanda seguía al margen de la situación que se vivía en Irlanda del Norte. En la ciudad irlandesa de Lifford, cercana a la frontera, se estaba celebrando la inauguración de la Lavandería de Lifford, una dependencia del Asilo de las Magdalenas de la localidad. Durante la celebración, a la que asistían los dignatarios locales y el obispo Harris de Raphoe, se estaba grabando un documental con el objetivo de recaudar fondos. El obispo pronunció un discurso en favor de las trabajadoras, pero la superiora de la congregación y varias de las “madres” (monjas a cargo de las internas) hicieron comentarios despectivos sobre las acogidas. Sus palabras fueron recogidas por los micrófonos y tuvieron gran repercusión tras los sucesos posteriores.

A mediodía se produjo en la cercana localidad de Strabane, en el Ulster, un atentado del IRA. Una bomba estalló al paso de una compañía, que sufrió varias bajas. Un comando de insurgentes disparó contra los supervivientes, pero los soldados repelieron la agresión y salieron en persecución de los guerrilleros nacionalistas, que intentaron refugiarse cruzando la frontera irlandesa, a solo unos centenares de metros. Los soldados ingleses cruzaron la línea fronteriza y llegaron a la cercana Lifford. Dos policías irlandeses intentaron detener a los británicos, que les dispararon. Los policías respondieron con sus armas antes de caer abatidos. Parece que el tiroteo hizo creer a los ingleses que se estaban enfrentando a los guerrilleros del IRA, y los soldados se adentraron en las calles de la población disparando indiscriminadamente. Algunos viandantes se refugiaron en el asilo, y una patrulla lo asaltó, pensando que allí se escondían los miembros del IRA.

Las cámaras grabaron la entrada de los soldados británicos en la lavandería y como las “madres” salieron corriendo, atropellando al obispo, internas y niños. Una interna, Anna R. O’Brian, una madre soltera cuya familia acababa de enviarla al asilo, se dirigió hacia la puerta de dos hojas y la mantuvo cerrada aunque los ingleses dispararon a través de la madera, causándole graves heridas. A pesar de ello Anna se mantuvo apoyada, bloqueando la puerta hasta que fue volada por una carga explosiva. Algunos asistentes que no habían podido escapar fueron fusilados por los británicos, que incendiaron el local antes de salir. Un cámara consiguió rescatar la cinta en la que se recogió la tenaz resistencia de Anna y su heroica muerte. Los minutos ganados por esa “mujer perdida” (como poco antes la habían llamado las “madres” ante las cámaras) permitieron la salvación de decenas de internas y de huérfanos.

La difusión del documental no solo causó una gravísima crisis entre Irlanda y el Reino Unido, sino que provocó un brusco cambio en la imagen que de la mujer y de la Iglesia había en toda Irlanda. La publicación de testimonios de abusos sufridos por madres solteras desacreditó a las Hermanas de la Misericordia, obligando a la intervención del gobierno de la República y llevando finalmente al cierre de la red de asilos.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Dom May 01, 2016 6:48 pm

De Globalpedia, la Enciclopedia Total.

Aunque la figura del Primer Ministro Churchill todavía conservaba su prestigio ante el hombre de la calle, que lo seguía considerando el líder que dirigía la nación en el momento más difícil de su historia, cada vez tenía menos crédito no solo en ambas cámaras sino en el ejército.

Se acusaba al Primer Ministro de ser el responsable de los desastres a los que habían llevado sus iniciativas personales. Algunas decisiones de Churchill, como la de intervenir en Grecia, la negativa a la retirada en Palestina o la malhadada invasión de Portugal, habían sido la causa de la sucesión de derrotas que estaban sufriendo las fuerzas imperiales. De manera contradictoria también se acusaba a Churchill de haber ordenado un repliegue innecesario en Sudán. La destitución de los generales Brooke, Wavell, Alexander o Wilson, más las acusaciones de cobardía de Churchill contra el general Simonds y su intento de llevarlo ante un consejo de guerra, empañaron aun más la imagen del Primer Ministro ante el ejército. La inesperada crisis irlandesa, que había sido desencadenada por una decisión personal, agotó la escasa autoridad que Churchill aun pudiera conservar. En el Partido Conservador había cada vez más voces discrepantes que apoyaban las tesis de Lord Halifax, partidario de llegar a un entendimiento con la Unión Paneuropea.

Incluso entre la población civil, que había adorado a Churchill, empezaban a levantarse protestas a consecuencia de los bombardeos aéreos, el desabastecimiento y los cortes de electricidad. Además el cambio político en la Unión Paneuropea y sobre todo en Alemania hacía sospechar a amplias capas de la población que la guerra ya no tenía motivación ideológica, sino que era tan solo una pelea por la supremacía y los mercados del mundo. Paradójicamente, solo el Partido Laborista siguió apoyando al Primer Ministro, probablemente influenciado por su ala más extremista, que recibía instrucciones secretas de Moscú.

La oposición a Churchill empezó a concretarse aprovechando el regreso del Duque de Windsor a Londres para el funeral de su primo Louis Mountbatten. Varias personalidades solicitaron al duque que intermediase ante Jorge VI, pues deseaban que el monarca presionase al Gabinete para que modificase su política exterior y tratase de reanudar los contactos que se habían mantenido con el ministro de exteriores alemán Von Papen en Estocolmo.

Algunos historiadores han denominado este movimiento la “Nueva Rebelión de los Barones”, y la han considerado el desencadenante de la serie de acontecimientos que llevó a la disolución del Imperio Británico.
Escribir comentarios