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Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie May 13, 2016 10:31 am

Relato de Víctor Loreto Leñanza

La Guerra en el mar estaba adquiriendo el mismo ritmo frenético que había tenido en la pasada Guerra Civil. Acabábamos de llegar a Casablanca escoltado al convoy de vuelta desde Tenerife, cuando tuvimos que aprestarnos a hacernos de nuevo a la mar. Apenas pude bajar a tierra ni para degustar la excelente cocina marroquí, que a decir de los entendidos era de las mejores del mundo. Desde luego, Casablanca era bastante mejor que Port Étienne, la base desde la que habíamos operado el mes anterior. No es que no nos gustase Port Étienne, que tan apartada como estaba y con las Afortunadas por medio daba una libertad de acción a la flota que no vea usted. El caserío no valía un pimiento: casas bajas de adobe que necesitaban una buena mano de cal, basuras por las calles, algún antro en el que mejor no entrar… lo típico de los puertos norteafricanos. También la bahía tenía sus defectillos, sobre todo esa amplísima entrada a la bahía que parecía que estaba diciendo a los submarinos enemigos “ven por aquí a ver si nos hacer un buen roto”. Pero los franceses, que seguían de lo más molestos con sus vecinos británicos por aquello de las acrobacias sobre Verdún, estaban haciendo de ese fondeadero una base naval como Dios manda, con campos de minas que hacían más azarosas las intrusiones, los aviones suficientes para espantar a cualquier portaaviones con malas intenciones, y hasta un radiotelémetro —operado por los alemanes— que como el nuestro del Galicia, era un centinela infatigable que permitía irse a la cama sabiendo que no te vas a despertar a remojo.

Además las visitas de los submarinos ingleses, de los que no hará falta que le recuerde lo malintencionados que eran, se habían hecho menos frecuentes desde que les habíamos expulsado de Portugal. La base más cercana que tenían era Madeira, y tras el repaso que les habíamos dado unas semanas antes los pérfidos se lo pensaban dos veces antes de dejar sus submarinos ahí, no sea que volviésemos a amanecer por esas aguas. Las Azores o la misma Inglaterra estaban bastante más lejos, por lo que solo los mayores submarinos —los más fáciles de detectar y destruir— se acercaban a la costa marroquí, y no se quedaban mucho tiempo. Mientras los gabachos, que seguían bastante amoscados con los ingleses, habían establecido un sistema de pequeños convoyes que iban dando saltos entre los puertos de la costa marroquí, evitando pasar la noche en alta mar. Eran protegidos por los aviones que tanto los franceses como los alemanes estaban basando en la costa, y escoltados por patrulleros franceses y españoles. Estos convoyes costeros estaban llegando con bastante seguridad hasta Fuerteventura, donde se estaba construyendo un segundo aeródromo, y luego a Port Étienne.

Sin embargo, Casablanca seguía teniendo grandes ventajas. Por de pronto era una ciudad como Dios manda, y aparte de la típica medina de callejones estrechos tenía alguna avenida digna de verse. Pero lo más importante era que como buena base naval, tenía las instalaciones adecuadas para mantener buques de guerra, incluso un dique seco que podía acoger cruceros. Estaba comunicada por ferrocarril con el Mediterráneo, algo que siempre resultaba de utilidad a la hora de traer caprichillos que se les antojasen a los almirantes: que si algún torpedillo, mire usted si no tendrán a mano unas pocas minas. Aunque la rada estaba atestaba, no solo por la flota que por sí sola ya ocupaba bastante, sino porque estaba llena de patrulleros: tras el disgusto que nos había dado un britón la última vez que salimos de ese puerto, el almirante Moreno había ofrecido a los franceses una flotilla de bous, sabiendo que les haría pupa en su amor propio, que ya sabe lo sensible que lo tienen los galos. Ni cortos ni perezosos, habían mandado a Marruecos un buen surtido de escoltas.

Tras los patrulleros que limpiaron el camino de polvo y paja había llegado un compañero al que vimos llegar con sentimientos ambivalentes. Porque la vista del Gneisenau nos recordaba al pobre Scharnhorst, que se deshacía contra las piedras de Larache, y al todavía más desafortunado Hipper. Al menos el Gneisenau no llegaba solo, pues los italianos, tras el sonado fiasco de Iachino, habían enviado al contralmirante Cattaneo con tres soberbios cruceros pesados: los Zara, Pola y Gorizia, que vinieron acompañados de media docena de destructores. Les acompañaba el Ermland, un petrolero de flota alemán capaz de alcanzar los 20 nudos.

Un pajarito me dijo que Gibraltar no había quedado vacío, pues los transalpinos habían mandado a un par de acorazados, los modernizados Doria y Duilio. No los había visto nunca en persona, pero sí algunas fotos, y los italianos los habían dejado hechos una preciosidad, que parecían cruceros de lujo. Mi duda estaba en si se había quedado todo en la carrocería, porque esos acorazados ya tenían sus añitos y me daba que no estaban para jugar en Primera División. Pero Radio Macuto decía que esos barquitos solo estaban allí para dejarse ver, y que en todo caso si salían al mar no se alejarían mucho y estarían en casa antes de las diez, como buenos chicos. Les acompañaban algunos cruceros ligeros, también con una línea preciosa, que eso se les daba muy bien a nuestros aliados, pero que además tenían la ventaja de ser tan iguales unos a otros que a los espías que tuviesen los míster les iba a costar diferenciarlos de los cruceros pesados.

Radio macuto estaba parlanchina, y se decía que también las frías aguas norteñas se estaban calentando, y esos acorazados de bolsillo tan cucos que tienen los alemanes —había visto al Scheer en Cádiz durante la guerra y majo era y tenía buenos cañones, pero me pareció un poco chiquitujo— se habían plantado en Noruega con ganas de decir “eh, que aquí estoy yo y a ver si me hacéis un poco de caso”.

No había que ser un Sherlock Holmes para imaginar que algo se cocía, y gordo. Como se puede imaginar, se decía de todo por la escuadra: desde que íbamos a recuperar las Azores hasta que se preparaba un desembarco en Dover. El mando tampoco ayudaba, pues era el primero en hacer correr todo tipo de rumores descabellados: lo mismo mandaban estudiar cómo estibar minas en la cubierta del Bismarck —eso hubiese sido curioso de ver, un monstruo de medio millón de quintales haciendo de minador— como la coordinación con hidroaviones. Unos cuantos chuletas de la Luftwaffe, que también se estaba dejando ver por esas aguas, iban diciendo que en habiendo hidros como los suyos, sobraban los portaaviones. Los que conocíamos el percal les dejábamos hablar un rato sin reírnos mucho, e incluso nos dejábamos invitar a un par de copas, que a la postre no eran malos compañeros y los aviadores habían puesto su granito de arena en la reciente victoria.

Al caer la noche los contramaestres tocaron sus chifles y los buques empezaron a desfilar por la bocana. Para variar el Galicia abría la marcha, pues el RTM que llevábamos estaba dando mucho de sí, pero esta vez las aguas estaban despejadas y no tuvimos ningún tropiezo. La flota, que era mandada por el recién ascendido Ciliax —para algo los alemanes ponían los barcos más gordos— enfiló al noroeste ¿Nos dirigíamos hacia el Atlántico Norte? Unas semanas antes los buques de Ciliax habían hecho barrabasadas por ahí, y el Canarias también había hecho alguna diablura; pero los cruceros italianos eran de patas cortas y no me los imaginaba rondando por aguas islandesas.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie May 13, 2016 4:54 pm

uhhhhh!!

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Sab May 14, 2016 5:17 pm

No iba muy desencaminado, pues poco antes del orto, cuando ya estábamos lejos de la costa, cambiamos el rumbo hacia el sudoeste. Esta vez nos mantuvimos alejados de la costa para no repetir el error de Iachino, y seguimos devorando millas. En la camareta los rumores que corrieron eran otros: en esa dirección estaban las Islas Afortunadas ¿íbamos a cañonear a los canadienses hasta que se rindiesen? No veía yo muy claro que movilizasen semejante flota solo para pegar unos cuantos pepinazos. Pero como si quisieran llevarme la contraria, desde el Canarias nos ordenaron al Díaz y a nuestro Galicia que nos adelantásemos —con señales ópticas, nada de usar la indiscreta radio—; el Barbiano seguiría con la escuadra haciendo de ojos y oídos. Iba a ser nuestro capitán, Don Pedro Nieto Antúnez, el que mandase los dos cruceros: parecería raro el papel tan protagonista que tenían los mandos españoles, pero España no solo ponía el Galicia sino también los destructores, y sobre todo, nuestro crucero tenía los mejores instrumentos de detección.

Don Pedro, fiel a su costumbre, nos dijo lo que sabía. O lo que podía decir, que tal vez no fuese lo mismo.

—Muchachos, volvemos a Canarias. No toda la flota, sino solo el Díaz y nuestro Galicia. Aunque Don Francisco —se refería al almirante Regalado— le ha jurado y perjurado al almirante Ciliax que en Canarias hasta las gaviotas llevan la cruz de San Andrés, el hombre no se fía del todo y quiere que demos otro repasito a los aeródromos. Por lo que nos dicen, el de Gando ya no está para muchos trotes pues la artillería que tenemos en la isla está dejando su pista perfecta para sembrar papas. Pero es posible que en Lanzarote aun haya algún avión que vuele, y nos han encargado que nos acerquemos a visitarles. Luego nos llegaremos hasta Gran Canaria, que tampoco pasará nada si damos un buen espectáculo de fuegos artificiales antes de reunirnos con la flota.

Esta vez no hizo falta tanto disimulo como en otras ocasiones. A plena luz del día nos acercamos a Lanzarote —una de las dos únicas islas canarias que aun sufrían el yugo inglés— sin temor a la aviación. Pues aunque aviones de veían, eran un par de Súper Pavas, que por lo visto vigilaban el aeródromo para guiar a los bombarderos procedentes de Fuerteventura. Señal que ya no quedaban cazas ingleses, y pocos de lo demás. Disparamos un par de cientos de pepinos antes de seguir hacia el sur, para pasar por el estrecho de la Bocaina y dirigirnos hacia Gran Canaria. Durante la noche nos acercamos a la gran isla, y saludamos al amanecer disparando contra las posiciones inglesas de Arinaga. No tiramos mucho porque había que reservarse, y solo se trataba de recordar a nuestros enemigos que mientras siguiesen en las Islas Afortunadas vivían de prestado.

No nos entretuvimos demasiado. Quedaba la parte más importante de la operación, y Ciliax quería recuperar el RTM del Galicia. Su Tirpitz llevaba equipos que daban ciento y raya al nuestro, y también tenía al Barbiano; pero tres ojos ven más que dos. Una corta estrepada y nos reunimos con la escuadra, que había sobrepasado el canal entre Fuerteventura y África y estaba casi en la latitud del Aaiún.

Los siguientes tres días tan solo el trazo del lápiz sobre la carta mostró nuestros movimientos, pues las aguas, muy calmadas como es habitual en esas latitudes, permanecían vacías. Suponíamos que nuestra partida de Casablanca no había pasado inadvertida y que los peces gordos del Almirantazgo sudaban tinta intentando adivinar nuestras intenciones. Tampoco sería de extrañar que supiesen de la incorporación del Gneisenau a nuestra escuadra: aunque su puesto de observación de Gibraltar había sido destruido —los compañeros llegados del Peñón nos habían descrito el búnker de vigilancia clandestino que habían construido los ingleses—, seguían quedando demasiados malos españoles que se alegrarían si nuestro sempiterno enemigo nos derrotaba.

Para despistar a la galería, según nos contó Don Pedro Nieto Antúnez, los barcos italianos que quedaban en la bahía de Algeciras —los acorazados Andrea Doria y Caio Duilio, más una escuadra de cruceros ligeros, acompañados del habitual cortejo de destructores— iban a hacer una excursión por la costa española y portuguesa. Sin alejarse demasiado de la costa, para poder refugiarse en cualquier rincón si los britones hacían alguna insinuación, pues esos dos acorazados, como ya le he dicho, eran más presencia que otra cosa. Aunque la aviación del Pacto desplegada en Andalucía y Portugal estaba preparada para dar un quite —ya no solo la española y la alemana, pues los italianos también se habían invitado y habían llevado un buen número de torpederos—, cualquier buque de batalla de los míster, hasta los más viejos, podían mandar a los acorazados transalpinos a visitar a Neptuno. Según Don Pedro, el mando contaba con la aparente debilidad de esa división. Hasta ahora todas las operaciones de la flota del Pacto habían contado con diferentes agrupaciones que se apoyaban unas a otras; cuando los ingleses viesen que una, flojita y pequeñita, salía de paseo, tal vez se imaginasen que tenía sorpresa escondida y se lo pensasen dos veces antes de desenvolver el regalo. Ciliax quería aprovechar ese me lo estoy pensando para dar su golpe.

El 25 de enero el Ermland suministró fuel a los destructores —barcos rápidos pero de corto recorrido— antes de volverse hacia el norte. La escuadra pasó el canal entre Dakar y Cabo Verde por la noche, para escapar a los aviones de reconocimiento que pudiera haber en el archipiélago portugués. No tuvimos ningún mal encuentro y seguimos rumbo sur; más adelante supe que un comando alemán transportado en submarino había hecho una incursión contra el aeródromo de Praia, en Cabo Verde. Ya estábamos todos un poco extrañados ¿Qué se nos había perdido tan lejos? Tampoco se nos escapaba que los cruceros italianos tenían la autonomía justa para cruzar una piscina, y pronto tendrían que quemar el aceite de las ensaladas para seguir moviéndose. Nuestro objetivo real tenía que estar cerca.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun May 16, 2016 6:24 pm

Por la tarde del día siguiente se acabó nuestra soledad. Nos estábamos acercando a aguas vigiladas, pues en Freetown, la capital de las colonias inglesas del Golfo de Guinea, estaba la principal base británica en aguas ecuatoriales, y era una importante escala de los convoyes que se dirigían a Sudáfrica y al Índico.

Dos horas antes del ocaso nuestro RTM detectó un contacto que se nos aproximaba ¡por el oeste! Debía ser uno de los aviones de patrulla antisubmarina, que tras pasarse el día explorando las aguas en las que cazaban nuestros submarinos, se volvía a su base para echar un sueñecito. Lo malo es que en medio estábamos nosotros, y con un cielo en el que no se veía ni una miserable nube, no podíamos soñar con eludirlos. La flota aprestó los cañones por si tenía la fortuna de derribar al intruso, que en esas latitudes solo podía ser inglés. El RTM fue dando las marcaciones, y no mucho después pudimos ver un puntito que en poco tiempo se convirtió en un gran hidroavión cuatrimotor. La escuadra permaneció en silencio, pues Ciliax había dado la orden para hacernos pasar por barcos ingleses. El engaño no duraría mucho, pero con un poco de suerte el hidro de las narices se acercaría más de la cuenta y podríamos meterle un buen petardo.

Al principio todo resultó como esperábamos. El hidroavión, con un candor propios de tiempos más tranquilos, se acercó, nos echó un buen vistazo, e incluso preguntó —con una lámpara de señales— aquello de What ship? El muy inocente debió pensar que en el Golfo de Guinea solo podríamos ser barcos de la Royal Navy haciendo una visita a las colonias. La andanada con la que el Tirpitz le recibió —que fue seguida por un centenar de cañones de la flota— debió enseñarle que no hay que hablar con desconocidos. Pero el inglés tuvo la suerte de los tontos, y ni un solo cañonazo le acertó. El hidroavión salió echando mixtos y gritando por la radio que había encontrado esa flota enemiga que no se sabía dónde se había metido.

Tampoco importaba demasiado. Estábamos a solo ciento cincuenta millas de Freetown, apenas ocho horas para nuestros potentes barcos. Podíamos llegar en bastante menos tiempo, pero Ciliax no forzaba las máquinas sin motivo, pues quería ahorrar fuel. Tuvimos el honor de encabezar a la escuadra, usando el RTM para explorar nuestro curso. Bien que nos vino, porque a media noche detectamos un contacto a doce mil metros, que tras disparar unos iluminantes resultó ser otro de los malditos submarinos británicos. A esa distancia no nos podía hacer daño, y como un par de andanadas le obligaron a sumergirse, pudimos sortear el peligro sin sufrir sorpresas como la que no mucho antes se había llevado Iachino.

Aun era de noche cuando nos acercamos a la costa y el mar se llenó de ecos.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun May 16, 2016 6:29 pm

Me huelo mar en llamas... A alguien se le va a atragantar el puro :twisted:

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun May 16, 2016 11:36 pm

Los supervivientes nos dijeron que en Freetown se habían refugiado los buques de dos convoyes. Uno procedía de Liverpool y se estaba preparando para continuar hacia sus distantes destinos, pues la actividad de los corsarios alemanes y españoles hacía que la navegación independiente fuese peligrosa incluso en tan lejanas aguas; para garantizar su seguridad se organizaban pequeños grupos de buques escoltados por cruceros auxiliares. El otro convoy se estaba formando con buques procedentes de medio mundo cargados con valiosas mercancías, y estaba esperando a que los acorazados alemanes fuesen localizados para intentar llegar a Inglaterra. Además de cuatro cruceros auxiliares, media docena de cañoneros ofrecían “seguridad” al convoy, y si algún marino no estaba tranquilo del todo, bastaba con ver la airosa figura del crucero pesado Australia para calmar sus ansias. Al menos, hasta que el hidroavión de la tarde anterior dio el aviso.

No entiendo como al inglés que ostentaba el mando de la base no le dio un patatús cuando supo que media flota del Pacto le estaba cayendo encima. Las defensas de la base eran ridículas: lo único medianamente decente eran dos cañones de 23 centímetros que debían llevar años sin disparar. En la cercana base aérea había unos pocos aviones de transporte, y algún hidro en la bahía; suficiente para espantar a corsarios de medio pelo, pero no a un acorazado de verdad.

Yo no sé qué decisión hubiese tomado. Los marineros de tierra adentro que lean estas líneas pensarán que quedaban horas suficientes para dispersar los barcos por todo el Golfo de Guinea. Pero todos esos cargueros esperaban con las calderas apagadas, pues los marinos mercantes tienen muy presentes las economías, a veces demasiado, y les iba a costar horas hacerse a la mar. Aunque tuviesen presión tampoco podían salir por las buenas, pues las mareas imponían su ley, aparte que sacar un centenar de barcos de una rada no es algo que se haga en un momentín. Dicen que por ello el crucero Australia no pudo hacerse al mar hasta el amanecer. La otra opción hubiese sido ordenar a las tripulaciones que desembarcasen: los barcos se perderían —al fin y al cabo solo eran hierros— pero las vidas se salvarían. Lo malo es que una decisión tan humanitaria hubiese sido vista como cobardía, y desde lo del almirante Byng en el dieciocho todos los marinos ingleses sabían cómo las gastaba el Almirantazgo con los cobardes. Así que el mandamás británico —un contralmirante de la reserva, como supimos luego— ordenó que los barcos se hiciesen a la mar en cuanto pudiesen, y que sea lo que Dios quiera.

Nos cruzamos con los más diligentes cuando aun era de noche. El Galicia no les hizo mucho caso, pues con el Barbiano y el Díaz teníamos la misión de siempre: arrasar un aeródromo que los británicos tenían muy cerca del mar, al norte de la bahía. Pero detrás llegaban destructores y cruceros pesados como ángeles vengadores. A nuestra popa pudimos ver las luces de los proyectores y los fogonazos de las salvas que señalaban el fin de las pobres embarcaciones.

Al amanecer empezamos a disparar contra las pistas de la base aérea mientras el Bismarck lidiaba con la batería costera que defendía la rada —que intentaba defenderla, mejor dicho—. Los cruceros pesados siguieron machacando mercantes, y en medio de todo estaba el Tirpitz, con Ciliax señalando los blancos a cada buque. En la bahía había más barcos de los que haya visto nunca: según nos dijo luego el piloto de uno de los hidroaviones Arado del Gneisenau, había contado un centenar.

Estábamos metidos en faena cuando un crucero pesado inglés salió del puerto con sus cañones desafiantes. Apuntó al Fiume y dando muestras de excelente puntería, consiguió centrarlo en la primera salva y tocarlo con la tercera. No hubo más. El Tirpitz tomó por blanco al crucero, y sus proyectiles de casi una tonelada hundieron sus planchas como si fuesen de papel. El crucero, ardiendo en pompa, aun pudo virar y embarrancar. Tras el crucero salieron varios buques de pasaje armados con cañones; pero los pesados proyectiles del Tirpitz los deshicieron como si fuesen blancos de una galería de tiro. Igualmente valiente fue la lucha de los pequeños cañoneros de escolta que salieron a retarnos. Para los cruceros pesados transalpinos fue un ejercicio de puntería mandar un par al fondo, y dañar de tal manera al resto que tuvieron que echarse a la costa.

Quedó la matanza. Nuestro crucero hundió a media docena de mercantes que intentaban escapar, y ni sé los que envió al fondo el resto de la flota. Los demás ingleses decidieron que su única oportunidad estaba en adentrarse en la pantanosa bahía. Siempre sería mejor embarrancar que ser deshechos a cañonazos, pero a pocos les salió bien. Los cruceros y acorazados lanzaron sus hidroaviones que no solo guiaron el fuego de los grandes cañones de la flota, sino que tiraron pequeñas bombas contra los barcos más alejados. Tras silenciar las baterías costeras el Bismarck disparó contra las instalaciones portuarias de la base. Llegó un momento en el que el humo de incendios se hizo tan denso que fue preciso suspender el fuego; pero fue el turno de los destructores, que se adentraron en la bahía buscando presas: la desbandada de los mercantes demostraba que no había campos de minas que la protegiesen.

Al caer la tarde habíamos gastado dos tercios de nuestras municiones. Abandonamos Freetown, que estaba convertida en un cementerio de barcos: habíamos hundido o destruido cincuenta o sesenta barcos, por lo menos trescientas mil toneladas. En los bajos fondos de la bahía Tagrin —una especie de estuario pantanoso en cuya punta sur estaba la ciudad— había incontables pecios, unos quemándose, otros con la quilla rota, que seguramente serían pasto del soplete. La ciudad ardía como una hoguera: la explosión de un mercante que debía ir cargado de explosivos, junto con el petróleo ardiente que escapaba de los petroleros despanzurrados, habían iniciado un pavoroso incendio que estaba arrasando Freetown. Tampoco quedaba mucho de la base aérea ni de los hidroaviones de patrulla enemigos. El mar estaba lleno de botes y lanchas salvavidas, tantos que a veces no podíamos evitarlas y las pasábamos por ojo. Con nuestro corazón ya no satisfecho sino oprimido por la terrible masacre que habíamos desencadenado, abandonamos esas funestas aguas y nos dirigimos hacia el norte.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar May 17, 2016 3:30 am

Arrea mi madre...la que se ha montado ¿qué buques grandes iban? Tirpitz, Bismarck, Gneisenau??? y todos esos destructores y cruceros italianos para volver a casa iban a tener que repostar en alta mar no?

Y ahora el grueso de la Royal Navy va a ir hacía el sur en busca de venganza y con portaviones de por medio....uff, mal regreso a casa veo.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar May 17, 2016 9:23 am

Depende. Es una carrera de tiempos. En la realidad si a los ingleses les daba tiempo para interceptar se debía a que leína las comunicaciones alemanas: no las de la marina, sí las de la Luftwaffe, que les daban pistas de lo que iba a ocurrir; a pesar de ello el Gneisenau y el Scharnhorst buen paseo se dieron en 1940. Si la Fuerza H está en las Azores (donde no tiene medios de mantenimiento) tiene 1.800 millas hasta llegar a una posición desde la que interceptar la flota. En ese tiempo la escuadra puede estar ya cerca de Canarias... pero hay otra alternativa ¿No hay ninguna posible base por la zona? Se me ocurren varias.

Aparte que "portaaviones" es mucho decir. Se relata que el Furious se ha llevado una bomba y que el Argus está para el arrastre (real), por lo que solo tienen el Indomitable y el Victorious (y uno de escolta, el Archer) para todo el océano: el Formidable sigue en el chapista. Como mucho pueden tener un portaaviones, y de nuevo se dice que se han establecido bases para aviación en la costa, una de ellas en Port Étienne, a la misma distancia de Freetown que las Azores.

Por otra parte si la flota sale de paseo los barcos italianos de Gibraltar podrían acercarse a Lisboa o al Ferrol y desde allí darse un garbeo por las rutas de los convoyes. Recuerda que un tercer acorazado (el Cesare) puede estar al quite, y las obras del Cavour están bastante adelantadas.

Finalmente, una operación así solo es factible, desde luego, contando con un buen número de Condor de reconocimiento que operen desde España.

Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar May 17, 2016 10:26 am

Además la posibilidad de intercepción es una cuestión de aritmética.

Ten en cuenta que la flota “del Pacto” tiene varios refugios seguros en la costa norteafricana. Como mínimo, Casablanca, Santa Cruz de Tenerife y Port Étienne (actual Nuadibú). Hay más puertos, como el de Nuakchot, pero ni sé si existían en 1940, y podríamos suponer que no funcionaban o que al menos no eran seguros.

Hay que tener en cuenta la gran debilidad de la aviación embarcada británica, y basta con que haya una escuadrilla de cazas y otra de torpederos en la base para que la flota no pueda acercarse. Podría intentar un ataque nocturno similar al de Tarento, pero no se pueden lanzar de un día para otro, y es de suponer que la flota adoptará medias de protección como protegerse con buques mercantes (lo mismo que hizo el Bismarck en Noruega).

Supongamos que la Fuerza H está preparada para hacerse a la mar al primer aviso, con los tanques llenos. Puede moverse a 25 nudos: velocidades superiores son factibles, pero implicarían un consumo de fuel demasiado rápido (de hecho la velocidad normal sería de unos 18 – 20 nudos pero vamos a suponer el caso menos favorable). Eso significa 600 millas (1.000 km) cada 24 horas.

Cuando la flota es avistada por un avión de reconocimiento junto a Freetown se hace a la mar. La flota del “Pacto” se acerca durante la noche y destruye Freetown. En ese tiempo, la Fuerza H ha podido llegar a la altura de Canarias. Sin acercarse porque en Santa Cruz hay una aviación potente que puede atacar a la flota. Si la flota del “Pacto” se dirige hacia Port Étienne, le quedan 900 millas, mientras que a la británica “solo” 600. Es decir, la intercepción sería posible. Pero…

– Al haber aviación en Port Étienne, y tras la experiencia de Larache, donde la flota ha sido bombardeada y se ha librado por poco de sufrir daños mayores (recuerda que en esas fechas el Royal Sovereign es torpedeado en el Mar Rojo), la flota no puede arriesgarse a combatir cerca de esa base. La intercepción debe producirse más al sur, cerca de Nuakchot. Pero implica también novecientas millas, es decir, que no llegarían a tiempo de interceptar a la flota.

– Se corre el peligro de los submarinos. Vigilada por aviones provistos de radar, es de su poner que en las cercanías de las Azores haya un buen número de submarinos. Es preciso navegar en zigzag al menos en las cercanías de la base, lo que implica mayores retrasos.

– Respecto a los cruceros italianos, su autonomía era limitada pero no tanto. El que menos tenía era el Díaz y tenían 3.000 millas a 21 nudos: lo justo para llegar a Port Étienne. El Barbiano tenía algo más, y a los cruceros pesados les sobraba para volverse directamente hasta Gibraltar. Desde luego, si se hace una estrepada la cuestión cambia y los cruceros se quedan bastante justos. Habría que valorar si es mejor seguir de una tacada y llegar muy justos, pero llegar, o detenerse a repostar por el camino, contando que solo precisarán hacerlo los destructores, el Díaz y el Barbiano.

– Todo esto, si se sigue por la costa. Pero la flota del “Pacto” podría adentrarse en el mar, bombardear Cabo Verde para dejar sin aviones de reconocimiento a los ingleses en la zona, atacar la navegación en el “estrecho” entre Brasil y África, antes de dirigirse hacia Canarias. Los buques menores (cruceros ligeros y destructores) tendrían que buscarse la vida, pero la Royal Navy tampoco se puede ir de excursión al trópico con una flota mayor y más potente a la espalda. Incluso ha podido planificar repostar en el Atlántico Central y llevarse a los cruceros ligeros y los destructores.

– Queda la cuestión del Atlántico norte (donde Alemania tiene cuatro grandes buques: dos Lutzow, el Prinz Eugen y el Seydlitz, más el Graf Zeppelin que acaba de ser terminado) y de Gibraltar (tres acorazados clase Cavour y varios cruceros ligeros bastante decentes) que hay que mantener vigilados.

Es decir, que la flota británica podría tratar de interceptar a los buques del “Pacto” pero con escasas garantías. Aparte que se olvida un factor importante ¿Dónde estaba la principal base francesa en el África ecuatorial, una base bien protegida y que es de suponer a esas alturas dispusiese de bastante aviación? Además, muy cercana a Freetown. Base donde puede meterse la flota, esperar a que los ingleses se queden sin combustible (porque tampoco podían permanecer en la mar indefinidamente) .

Saludos
Última edición por Domper el Mar May 17, 2016 1:50 pm, editado 1 vez en total

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar May 17, 2016 12:03 pm

Hola amigos:
Desde el móvil.
Maestro ¿ Cuántos barcos americanos había en Freetown? Porque se había muchos es un buen pretexto para el amigo del Martini.
Hasta otra. ><>

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar May 17, 2016 1:37 pm

Los que hubiese. Se trata de un puerto enemigo. Los barcos neutrales (según el derecho marítimo) no tienen ninguna salvaguarda cuando están en aguas de una de las potencias en conflicto. En la Guerra Civil Española la Royal Navy solo protegió a los barcos ingleses fuera de las tres millas. En puertos, allá ellos, que nadie les había dado vela en ese entierro.

De hecho, si nos ponemos puntillosos sobre el derecho marítimo, los británicos (y los norteamericanos) tendrían que haber declarado los buques mercantes que han sido armados y convertidos, por tanto, en buques de guerra. Que debieran ir debidamente identificados, estar sometidos a la autoridad militar, etcétera.

El convenio de la Haya, por otra parte, no permite el bombardeo de puertos o ciudades que no estén defendidos. Aparte que los ingleses se han pasado el citado convenio por cierto sitio una y otra vez, es que Freetown sí estaba defendida, con dos cañones de 234 mm. Incluso, en plan puntilloso de nuevo, el convenio de la Haya permite el bombardeo de puertos o ciudades sin defensa si tras la correspondiente advertencia los ciudadanos no destruyen las instalaciones militares.

El convenio indica que el comandante de la fuerza naval debe advertir “si las exigencias militares lo permiten”, algo que con la flota británica en el mar obviamente no puede hacerse.

Vamos, que un barco neutral que está en un puerto enemigo defendido, protegido además por buques de guerra, no puede sino aguantar. La única salvaguarda que tienen aparte de la prohibición general de no causar daños innecesarios y respetar a los náufragos, es que si son hechos prisioneros deben ser liberados tras hacer una promesa por escrito de no volver a implicarse en el conflicto.

En la realidad USA no dijo nada por los buques dañados en bombardeos de puertos durante el Blitz.

Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar May 17, 2016 5:40 pm

Hola amigos:
Nuevamente desde el móvil.
Estoy plenamente de acuerdo Maestro. Pero ello no sería óbice para una campaña de prensa que hiciera un poco antipáticos a los alemanes. Además a esas alturas de la guerra y tal y como va la cosa no creo que el de los martinis no intentara aprovecharse.
Hasta otra><>

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar May 17, 2016 7:52 pm

Tampoco es que ellos se hayan distinguido por respetar a los buques alemanes, como a cierto petrolero del que radiaron su posición y con su posterior colaboración en el ametrallamiento de la tripulación.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar May 17, 2016 8:16 pm

Estando tan al sur existía el riesgo de encontrarse a la vuelta con la Royal Navy. No es que tuviésemos mucho miedo. En anteriores aventuras habían estado siempre nuestros cruceros en desventaja, temerosos de toparnos con alguna flotilla más gorda que la nuestra que nos diese p’al pelo. Pero esta vez nos acompañaban los tres acorazados de Ciliax. El Gneisenau muy grande no era, pero los otros dos monstruos los compensaban. Los míster tampoco estaban desnudos, que tenían tres acorazados modernos. Pero tras los disgustos que Don Otto Ciliax había dado, era más que probable que los ingleses no se atreviesen a un duelo de igual a igual, sobre todo porque estando de nuestro lado los seis cruceros pesados italianos podrían poner los puntos sobre las íes. Era de suponer que, fiel a su larga tradición, los marinos de la Royal quisiesen presentarse con derroche de medios, pero eso significaba incluir en la flota sus acorazados viejos, blindados como tortugas pero no mucho más rápidas que los quelonios y a los que podríamos dar esquinazo con nuestros veloces buques.

Pero no dimos ocasión. A media mañana del día siguiente fondeamos en Dakar, uno de los mejores puertos de África, donde no solo había artillería para dar y vender, sino también un buen número de avioncitos que los franceses habían mandado para que el Richelieu pudiese dormir tranquilo. En Dakar nos encontramos con varios petroleros, desde el enorme Esso Hamburg al minúsculo Alberta, a los que la marina francesa había escoltado siguiendo la costa africana. Procedieron a rellenar los sedientos depósitos de cruceros y destructores mientras los aviones patrullaban los alrededores para evitar sorpresas desagradables. Pero parecía que los ingleses habían adquirido un sano temor a los acorazados alemanes, y se estaban pensando dos veces si venir a saludarnos o no. La verdad, tampoco podían dejar el Estrecho sin vigilancia no fuera que los acorazados italianos de Gibraltar se diesen una vuelta por el Atlántico. De hecho, un submarino había podido avistar cerca de las Azores —demasiado lejos para poder atacarlos, por desgracia— a dos acorazados de tipo moderno y a un portaaviones enemigo, se supone que esperando a ver qué hacíamos.

He citado al Richelieu, y es que ese modernísimo acorazado era el otro objetivo de la operación. El buque, que estaba casi completo en junio de 1940, había escapado de Brest y se había refugiado en Dakar. Los británicos, con esa habilidad que siempre han tenido para hacerse amigos, lo habían torpedeado a traición. Con los escasos medios disponibles en ese apartado rincón se habían parcheado las brechas del casco y ya estaba listo para hacerse a la mar, pero no podía superar los 15 nudos e intentar trasladarlo a la metrópoli para su reparación era suicida.

La escuadra iba a hacer de señorita de compañía para el coloso francés. Estuvimos un par de días en la rada, suficientes para que los cruceros llenasen sus tanques y también para comprobar que no había moros en la costa: aunque a nosotros no nos diese miedo otro rifirrafe con los ingleses, el mando tenía presente que las peleas entre acorazados eran una lotería, y que siendo la nuestra era la principal escuadra del Pacto, no era cuestión de cometer imprudencias. Pero cuando supimos que la Fuerza H seguía en las cercanías de las Azores nos aprestamos para volver a aguas europeas. El Richelieu se hizo a la mar escoltado por tres destructores y varios patrulleros, todos galos, mientras la escuadra le daba protección desde el océano. Como primera medida, el almirante Cattaneo se llevó a sus cruceros pesados, que aun tenían bastantes municiones, a dar un nuevo repaso a las bases aéreas que los britones tenían en Cabo Verde. Luego seguimos hacia el norte, mientras por la proa vigilaban nuestros ángeles de la guarda, es decir, los Focke Wulf Condor. Solo nos costó un día llegar hasta Port Étienne, pero como los ingleses seguían sin dar señales de vida seguimos adelante. Tras dejar atrás Villa Cisneros —otro de los fondeaderos usados en la ruta protegida costera— llegamos a Santa Cruz de Tenerife. Justo a tiempo, porque igual que nosotros habíamos pasado por delante de Cabo Verde sin que nos viesen, la Fuerza H inglesa también se había escurrido y estaba cerca de Madeira, preparada para caer sobre la escuadra. Pero, de nuevo, los ingleses no se atrevieron a ponerse al alcance de los aviones que operaban desde las bases tinerfeñas.

Nos quedamos en las Afortunadas a esperar al Richelieu, prestos a dar un quite si se terciaba. Aprovechamos para repostar de nuevo, cargar municiones, y puestos a disfrutar de la visita, acercarnos a Gran Canaria. Don Francisco Regalado condujo a sus cruceros —incluyendo al Galicia— y a los de Cattaneo hasta las proximidades de Las Palmas, y ayudado por los aviones de reconocimiento y por las indicaciones de los guerrilleros que infestaban la isla sometió a un durísimo bombardeo a los canadienses que quedaban por allí. Los pobres que quedaban debían estar a la última pregunta, pues desde un mes antes apenas recibían suministros. Los civiles tampoco lo estaban pasando bien, y el Caudillo, vía la embajada en Buenos Aires, había ofrecido llegar a un acuerdo por el que barcos con la enseña de la Cruz Roja transportarían alimentos a la isla. Churchill, el jefe de los piratas —es que me sublevo recordando las fotos de los niños canarios desnutridos— ni se dio por aludido. Ni siquiera cuando en un discurso emitido por la radio el Generalísimo amenazó con tratar como criminales de guerra a los británicos capturados.

Por tanto, iba a ser labor de la flota acabar con la resistencia. Nuestra presencia en aguas canarias permitió que otro gran convoy llegase a Santa Cruz y descargase miles de toneladas de bombas. Otros barcos de menor porte llevaron al puerto grancanario de Agaete, que ya estaba en nuestras manos, aun más armas y municiones, que sirvieron para equipar a otra brigada española que fue transportada por vía aérea.

Estábamos volviendo a Santa Cruz cuando nos llegó un importante aviso: un submarino había atacado infructuosamente a la fuerza H cerca de las Azores. Era el momento para dar el salto, y la escuadra entera partió para Casablanca, a donde llegó veinticuatro horas después, sin que durante el trayecto ocurriese nada de especial. Ni siquiera entramos en el puerto marroquí, pues estando el camino libre aprovechamos para seguir hacia Gibraltar, donde entramos a los quince días de nuestra salida de Casablanca. El Richelieu tuvo que hacer escala en Casablanca pues tampoco estaba para carreritas, pero unos días después pudo aparejar hacia Gibraltar y Tolón, donde ya estaba el Jean Bart, que había llegado un par de meses antes. Seis meses después el Richelieu se unió a la flota del Pacto.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar May 17, 2016 8:31 pm

Madrecita mia...la ristra que le puede caer a los acorazados británicos cómo se atrevan a asomar el moco

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar May 17, 2016 9:06 pm

Siempre les pueden pedir prestado alguno a sus primos de América, si es que consiguen escamotearlo.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mar May 17, 2016 11:17 pm

Si, podría ser una opción pero una cosa es prestarle 50 viejos destructores de la 1ªGM y otra un acorazado. Incluso prestarle uno de los viejos no iba a variar mucho la situación. Para enfrentarse a una posible flota formada por hasta 7 acorazados rápidos se necesitaría alguno de los novisimos North Carolina cómo refuerzo, he incluso estos se quedaban en 28 N creo recordar. La flota del pacto seguiria teniendo ventaja táctica en cualquier combate.

A todo esto, ¿encajarán bien los Richelieu y su "peculiar" artilleria principal con buques con una disposición más convencional? :?

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mié May 18, 2016 12:41 am

Reunir buques de cuatro nacionalidades diferentes resultará un problema en cualquier situación. No por la disposición de la artillería, sino por tener diferentes velocidades económicas, utilizar procedimientos diferentes, hasta las conexiones de las mangas de reabastecimiento podía ser bastante emocionante.

Lo razonable sería mantener tres agrupaciones diferentes: la alemana, la italiana y la francesa. Unirlas, pues sí, nueve acorazados rápidos pueden dar bastante juego, pero puede suponer bastantes complicaciones. Pero la posición central del Mediterráneo puede permitir, por ejemplo, tener una agrupación (o dos) en el Atlántico y otra molestando por el Índico.

Con todo, para los británicos el antídoto no está en tener más acorazados rápidos. Hay uno mucho mejor y más barato. Se llama portaaviones.

Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 19, 2016 10:39 am

De Globalpedia, la Enciclopedia Total.

Destructores Tipo 1936b

Los Zerstörer 1936b, Tipo 1936b, o Narvik-B como fueron conocidos por los aliados, fueron una clase de destructores construidos durante la Guerra de Supremacía por la Kriegsmarine, la marina del Tercer Imperio Alemán. Como otras clases de buques ligeros construidos por Alemania durante ese periodo, los 1936b no recibieron nombres propios y fueron conocidos solo por sus numerales (Z31 a Z39).

Diseño

Los tipo 1936b se apartaban de la línea de desarrollo seguida hasta entonces por la Kriegsmarine, y aprovecharon las lecciones de las clases precedentes para aumentar su fiabilidad y estabilidad.

Los destructores del tipo 1934 habían resultado muy problemáticos. Su casco era poco resistente y sufría daños estructurales con mala mar, y lo bajo de la proa los hacía muy húmedos e inadecuados para los tormentosos mares del norte. La maquinaria con turbinas de vapor engranadas de alta presión, que tenía que ser potente y económica, resultó muy frágil. Los destructores del tipo 1934 raramente alcanzaron la velocidad de diseño y presentaron averías tan frecuentes que su disponibilidad siempre fue muy escasa. La posterior clase 1936 solucionaba buena parte de los fallos del tipo precedente, especialmente los relacionados con la resistencia del casco. Sin embargo su maquinaria, aunque más fiable que la de los tipo 1934, seguía siendo compleja y propensa a los fallos.

Tras sustituir al almirante Raeder, el almirante Marschall cuestionó los diseños construidos hasta entonces, considerándolos excesivamente caros, complejos, e inadecuados para la guerra moderna. Fue muy crítico con las plantas motrices instaladas hasta entonces, tan problemáticas que era habitual que la mitad de la flota de destructores permaneciese en puerto efectuando tareas de mantenimiento. Asimismo pensaba que los buques construidos hasta la fecha, aunque tenían un armamento de superficie y torpedero que casi los hacía comparables a cruceros ligeros (aunque con un casco mucho más susceptible a los daños en combate), adolecían de armamento antiaéreo adecuado, carencia que se agravaba por no tener la Kriegsmarine buques antiaéreos especializados. Marschall ordenó detener las obras de las unidades en construcción mientras se reevaluaban nuevos proyectos. Finalmente fueron acabados con un diseño modificado que los hizo equivalentes a los destructores antiaéreos de la clase Akizuki japonesa.

El armamento, relativamente ligero para su tamaño, consistía en tres montajes dobles Dop. L. C/41 con los cañones 10,5 cm/65 SK C/35. Los montajes eran una copia a escala ligeramente mayor del Tipo 98 japonés de 100 mm. Estaban en una torre completamente cerrada, que mejoraba la protección de la dotación y permitía operar en las adversas condiciones habituales en latitudes nórdicas. Las cuatro últimas unidades recibieron el montaje Dop. L. C/43 con el cañón 10,5 cm/65 SK C/37, que era una versión automática en la que se prescindía de los mecanismos de regulación que el desarrollo de espoletas de proximidad había hecho innecesarios.

Para el armamento secundario se seleccionó el cañón Flak M41 de 3,7 cm. Se trataba de un cañón automático alimentado por cargadores de cinco disparos con cadencia de tiro mucho más elevada que los modelos precedentes. Fue el primer cañón antiaéreo ligero alemán provisto de escudo, omisión llamativa en modelos previos. Las primeras cuatro unidades recibieron seis montajes dobles de la versión M41/1. Las cuatro últimas unidades fueron equipadas con cuatro montajes dobles M41/3. Estos montajes eran completamente cerrados, estabilizados en tres ejes y operados tanto en giro como en elevación por motores eléctricos. La alimentación ya no era mediante cargadores sino mediante cintas desintegrables, permitiendo disminuir la dotación de las piezas a solo ocho servidores, y la cadencia de tiro pasó de los 180 disparos por minuto (reales) de la versión precedente a 280 disparos por minuto. Los montajes eran operados remotamente, aunque podían ser apuntados manualmente en caso de emergencia. La batería antiaérea se complementaba con cuatro cañones de 2 cm/65 C/41 en montajes simples. Los destructores 1936b llevaban un montaje cuádruple lanzatorpedos de 533 mm, pero como la misión principal de la clase era la defensa de la flota solían llevar torpedos acústicos antisubmarinos. También disponían de dos varaderos de cargas de profundidad. Contrariamente a las clases precedentes, no tenían capacidad para lanzamiento de minas.

Para mejorar la fiabilidad de las máquinas se disminuyó la presión máxima de operación de las calderas, medida que aunque limitó la velocidad máxima de los barcos a 33 nudos, los hizo mucho más fiables. El casco se reforzó y se aumentó la altura de la proa, instalando planchas que protegían contra los rociones de las olas. El armamento, ligero para el tamaño de los buques, mejoró la distribución de masas haciendo a estos buques mucho más marineros.

Los destructores de la clase destacaban por su equipo electrónico. Contaban con un radar de exploración aérea y de superficie FuMO 301b Morse, con un alcance de hasta 50 km, asociado a un FuME-4 de identificación de contactos y a un FuG 304c Narwal de dirección de tiro. También tenían un director de tiro antiaéreo FuMO 26 de gran elevación para la batería principal, y en los últimos buques dos FuMO 26b para la secundaria. También contaban con instalaciones FuMB 7 Timor para la detección de radiotelémetros enemigos y un FuMS/T 5 Libau para interferirlos. Los tipo 1936b, además, al estar diseñados como escoltas de flota, tenían equipos mejorados de comunicaciones que permitían que fuesen controlados por los buques directores de tiro antiaéreo.

Los destructores Tipo 1936b sirvieron como modelo al Tipo 1942, que eran similares salvo por la sustitución de la planta de alta presión por las nuevas calderas Rateau-Bretagne de diseño francés con turbinas engranadas Wagner.

Servicio

Los 1936b fueron los primeros buques antiaéreos de la flota y operaron habitualmente escoltando a los buques mayores de la Kriegsmarine, por lo que no participaron en acciones de superficie. Su potente armamento antiaéreo y sobre todo sus modernos sistemas electrónicos supusieron un gran avance en la defensa antiaérea de la flota. En el combate de las Lofoten se atribuyó al destructor Z-33 (que había sido provisto de la nueva munición antiaérea con espoletas de proximidad) el derribo de diecisiete aviones aliados. Aunque investigaciones posteriores redujeron a siete la cifra de derribos, sigue resultando un tanteo impresionante. El efecto de los 1936b fue tal que en lo sucesivo los aviadores aliados recibieron instrucciones de evitar acercarse a los buques de esa clase, y se ordenó a los submarinos que los atacasen, dando únicamente preferencia al ataque a acorazados o portaaviones.

Esta clase de destructores no resultaró objetivo fácil para los submarinos, y con los torpedos antisubmarinos acústicos G7es/T6 Wiedehopf eran adversarios muy peligrosos. Aunque los Z37 y Z39 fueron hundidos y el Z32 dado de baja tras ser torpedeados, hundieron al menos siete submarinos aliados.

Tipo 1936c

Ocho buques adicionales (Z35 y Z36, Z40 a Z45) fueron construidos como destructores lanzamisiles equipados con el misil antibuque teledirigido Ludwig X. Los tipo 1936c (conocidos como Narvik-C por los aliados) eran similares al tipo anterior, pero sustituían una de las torres de 10,5 cm (C/43) por el lanzador de misiles y el hangar asociado. El peso del lanzador y de las antenas de radar asociadas obligó a desembarcar también los tubos lanzatorpedos. El armamento antiaéreo ligero era similar a los últimos 1936b, con cuatro montajes dobles automáticos de 3,7 cm M41/3.

Los Z35 y Z36 participaron en el combate de las Lofoten y parece que fue el Z36 el que alcanzó con un misil Ludwig X al crucero norteamericano Tuscaloosa. Sin embargo en dicha acción el Z35 fue hundido por aviones aliados que hicieron estallar los misiles estibados en el hangar, mostrando la gran vulnerabilidad del sistema.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 19, 2016 9:36 pm

Domper escribió:Lo razonable sería mantener tres agrupaciones diferentes: la alemana, la italiana y la francesa. Unirlas, pues sí, nueve acorazados rápidos pueden dar bastante juego, pero puede suponer bastantes complicaciones. Pero la posición central del Mediterráneo puede permitir, por ejemplo, tener una agrupación (o dos) en el Atlántico y otra molestando por el Índico.


Haciendo cuentas:

Alemania: 2 Bismarck y ¿1 Scharnhorst? más cruceros pesados y acorazados de bolsillos y unidades ligeras
Italia: 2 Littorio y ¿2 remozados? más cruceros pesados y unidades ligeras.
Francia: 2 acorazados (cuando se terminen) y ¿2 cruceros de batalla? más cruceros pesados y unidades ligeras.

Cualquiera de estas flotas puede dar un buen susto a otra rival sino se anda con cuidado y están en ventaja numérica o táctica. Ahora bien, ya que lo insinuas....¿que flota usar en cada sitio?

Dado que, en mi opinión, los peores buques son los italianos mandaria estas fuerzas a Alejandria o Mar Rojo para actuar en esa zona. Eso ya obligaria a que hubiera al menos 2 acorazados modernos y otro 2 viejos más algún portaaviones en el Índico. En Cadiz, Dakar, Casablanca...basaria las flotas alemanas y francesa lo que obligaría a tener en este mar 3 o 4 acorazados modernos y alguno más viejo y portaaviones con sus respectivos buques de escolta. A unas malas, y por dispersar aún más y si al final se lanza Barbarroja y hay prestamo y arriendo para la URSS, llevaría alguna unidad pesada (¿el Schanhorst?) a Noruega para que la Home fleet tuviera que tener también acorazados modernos. Se le iba a quedar a la Royal Navy un galimatias bonito si...al final no iban a saber ni por donde le van los tiros. Y mientras tanto los U-boot seguro que se cobrarían alguna otra unidad importante por que tener que andar escoltando lentos convoyes por el Atlántico los haría blancos muy suculentos.

Domper escribió:Con todo, para los británicos el antídoto no está en tener más acorazados rápidos. Hay uno mucho mejor y más barato. Se llama portaaviones.

Evidentemente camarada. Pero cómo haber había más acorazados que portaaviones disponibles. Por no hablar de lo pésimos que eran los portaaviones briánicos y sus alas embarcadas (creo que eran el peor tandem del conflicto, incluso puede que peor que los germanos). El caso es que con tanto acorazado del pacto pupulando por ahí los acorazados británicos iban a estar en desventaja si o si. Por que incluso aunque se encontrasen con una flota menor del pacto esta podría salir por patas por que los únicos buques británicos igual o más rápidos que los del pacto serían los cruceros de batalla, y no creo que fuese buena idea enfrentarlos a acorazados mejor blindados.

Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 19, 2016 9:43 pm

Camarada...una cosa ¿has pensado algo para el Clemenceau? Estaba muy verde en mayo de 1940 pero un año después se remolcó desde Brest a Landevenec por lo que navegar podía. ¿podría ser una opción para convertir en portaaviones?

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 19, 2016 10:32 pm

Respecto al Clemanceau: revisa el texto, que ya se nombró su conversión en portaaviones en el capítulo 24.

“También en abril de 1944 se acabó la transformación del Gallieni, nuevo nombre del Clemenceau, que iba a ser el tercer acorazado de la clase Richelieu. Su construcción estaba muy retrasada en 1940, y se decidió transformarlo en portaaviones con el mismo diseño de hangares, ascensores y torre de mando que los Pétain”

Respecto a los acorazados, lo cierto es que la Royal Navy queda en una posición muy delicada. Precisamente por eso sería mejor no dividir la flota: en lugar de aprovechar el Mediterráneo como posición central, pasan a ser los británicos los que disponen de ella.

Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Jue May 19, 2016 11:10 pm

Ahhh, ni me acordaba! Empiezan a ser demasiados datos... :D :D Lo cual es una gozada por cierto :wink: :wink:

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie May 20, 2016 9:49 am

A ese casco ya le había echado un ojo. Estuve comprobando el estado de finalización, etcétera, y era ideal (dentro de las limitaciones de los cascos de acorazados, que nunca han sido buenos para portaaviones) para su transformación.

Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie May 20, 2016 8:40 pm

Capítulo 6

Por mí reinan los reyes y los soberanos decretan la justicia; por mí gobiernan los príncipes y los nobles juzgan la tierra.

Proverbios 8:15-16

Sebastian Haffner. El nacimiento de Europa. Op. cit.

Hasta la Gran Guerra el principal recurso energético europeo había sido el carbón, pero en la posguerra fue sustituido por el petróleo como fuente de energía dada su gran eficiencia energética, el ahorro de trabajadores al no ser preciso alimentar los hornos manualmente, y por poderse utilizar para vehículos automotores. Sin embargo la transformación del carbón al petróleo supuso que muchas potencias, hasta entonces autosuficientes energéticamente, corriesen riesgo de desabastecimiento, pues los yacimientos de petróleo estaban menos distribuidos que los de carbón y en su mayoría se encontraban en otros continentes. En Europa tan solo tenían importancia los campos petrolíferos de Ploiesti, en Rumania, y los de Transcaucasia, controlados por la Unión Soviética. En los años treinta la mayor parte del petróleo consumido en Alemania era importado por vía marítima. Cuando el conflicto entre el Reich alemán y el irredentismo polaco desencadenó la Guerra de Supremacía, Inglaterra utilizó su superioridad naval para bloquear las importaciones europeas.

Aunque se aumentó la producción de Ploiesti, el petróleo rumano no bastaba para las economías de la Unión Paneuropea ni siquiera con un férreo racionamiento. La URSS pasó a ser el principal suministrador de Alemania, pero la alianza con Stalin implicaba tener que hacer concesiones políticas que amenazaban a la estabilidad de la Unión. La suspensión temporal de suministros decidida por Stalin durante la primavera de 1941 causó gran alarma en Berlín al mostrar el riesgo que suponía la dependencia de los recursos soviéticos.

La falta de combustible llevó a un apreciable deterioro de las condiciones de vida, especialmente en los estados periféricos en situación más vulnerable, como España, Italia, Yugoslavia y, paradójicamente, Rumania. La carencia disminuyó el rendimiento de la agricultura que estaba empezando a mecanizarse, provocó paros temporales en las fábricas, y dificultó la distribución de alimentos. También tuvo repercusión sobre las operaciones militares, especialmente las navales, y durante el verano de 1941 la carencia de combustible impidió que las flotas de la Unión Paneuropea pudiesen aprovechar la favorable coyuntura que se les ofrecía tras la derrota británica en el Mediterráneo. Aunque el descubrimiento de inmensas reservas petrolíferas en la colonia italiana de Libia y posteriormente en Argelia prometía paliar la escasez, y las muestras extraídas indicaban que el petróleo de excelente calidad, estaba situado en bolsas a gran profundidad y su explotación suponía un gran reto técnico. No parecía probable que Libia empezase a producir cantidades apreciables de fuel hasta finales de 1942.

El favorable curso de las operaciones bélicas remedió la carencia de petróleo. En Egipto había varios campos petrolíferos que fueron abandonados por los británicos durante el pánico de febrero de 1941, siendo capturados casi intactos por los italoalemanes. Parte de los yacimientos estaban demasiado próximos al Canal de Suez, y hasta que los ingleses no fueron expulsados de Palestina no pudo iniciarse su reparación, pero los situados al oeste del Nilo reiniciaron su producción en marzo de 1941. Tras la derrota británica se encontraron nuevos yacimientos en las cercanías de Suez y en la Península del Sinaí que estaban a menor profundidad que los libios, por lo que se pudo empezar la extracción de petróleo en un plazo breve. En noviembre de 1941 la producción de petróleo egipcio bastaba para las necesidades energéticas de Italia y de las flotas del Pacto desplegadas en el Mediterráneo. Al mismo tiempo la rebelión iraquí, seguida por la llegada de fuerzas alemanas, hizo que los campos del norte de Irak, de gran riqueza, cayesen intactos en manos alemanas. El vital oleoducto entre Kirkuk y Haifa solo sufrió daños moderados que pudieron ser solventados rápidamente. En julio de 1941 el fuel de Mosul empezó a manar hacia Haifa, y en noviembre llegaban a Haifa más siete mil toneladas de petróleo cada día. La expulsión de la Royal Navy del Mediterráneo permitió transportar directamente el petróleo hasta puertos italianos y franceses.

Paradójicamente, la captura del petróleo egipcio hizo que Stalin comprendiese que los cortes de suministro no solo no estaban perjudicando a la Unión Paneuropea, sino que suponían el riesgo de un enfrentamiento que en ese momento no convenía a la Unión Soviética, inmersa en la llamada “purga del Hambre”. El suministro de fuel se restableció en verano, y se mantuvo a pesar de las dificultades políticas experimentadas por Alemania tras la muerte del Statthalter Goering. La URSS también entregó grandes cantidades de cereal que procedían en su mayoría de las reservas ucranianas y de Asia Central. La incautación del grano destinado a la exportación provocó una grave hambruna que fue conocida como el Segundo Holodomor, que se estima causó unas 600.000 muertes en Ucrania (predominantemente en los distritos occidentales), 100.000 en Crimea y 400.000 en las repúblicas de Asia Central. También se cedieron importantes cantidades de fibras textiles (lana y algodón) y minerales estratégicos.

La energía barata y el cereal egipcio y soviético acabaron con la carestía que sufrían varios países de la Unión Paneuropea. La disponibilidad de grandes cantidades de petróleo hizo que las medidas económicas establecidas por el equipo del ministro de Economía Albert Speer tuviesen efecto mucho antes de lo esperado. Italia olvidó sus veleidades antigermanas, e incluso se logró cierto reconocimiento por parte del gobierno francés. En el campo interno la calidad de vida de los ciudadanos de la Unión mejoró gracias al pleno empleo debido al aumento de la producción industrial (sobre todo de armamentos), a la elevación de los salarios, al cese de la inflación (al finalizar las medidas monetarias alemanas que habían causado la crisis inflacionaria de algunos de sus aliados como Italia o Rumania) y a la suavización del racionamiento.

Una medida muy atrevida tomada por Speer fue la autorización de la venta libre de ciertas categorías de artículos, que incluían algunos alimentos (inicialmente el pan y sus derivados, seguido por los lácteos) y textiles. Aunque inicialmente se elevaron los precios, se consiguió que saliesen al mercado grandes existencias que anteriormente se reservaban para el mercado negro, llevando a la postre a la estabilización de los precios. Esta medida fue imitada primero por Francia y España, y finalmente por Italia y el resto de los aliados. Como consecuencia, la calidad de vida en algunas regiones llegó a ser superior a la de la preguerra, especialmente en las regiones industriales españolas que habían estado sufriendo las consecuencias de su Guerra Civil. La propaganda germana utilizó esos logros, junto con las victorias militares en Irak, Sudán, el Mediterráneo y Portugal, para conseguir el apoyo de la población tanto alemana como de los países aliados.
Última edición por Domper el Vie May 20, 2016 9:21 pm, editado 1 vez en total

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Vie May 20, 2016 9:20 pm

Diario de Von Hoesslin

Había sido un día agotador. Tras el desfile por las calles de Lisboa vino una ceremonia religiosa, la recepción por las autoridades locales, una reunión para planificar las siguientes operaciones y como colofón una cena de gala. Yo estaba agotado, y a saber cómo se encontraba el mariscal, que me doblaba la edad. Apenas llevaba unos minutos descansando cuando llegó el mensaje de Berlín.

Normalmente no hubiese molestado al mariscal. Von Manstein creía que el descanso era indispensable, y que un jefe agotado acababa cometiendo errores que costaban vidas. El mariscal intentaba finalizar las tareas al atardecer para gozar de un rato de asueto durante la cena, durante la que conversaba afablemente con sus invitados, entre los que tenía el honor de ser incluido. En esas charlas se hablaba de lo divino y de lo humano, y con ellas el mariscal conseguía mantener una relación cada vez más estrecha con sus colaboradores. Luego Von Manstein se acostaba, esperando que no se le avisase por nada menos serio que un desembarco en Berlín.

Pero el asunto era grave y me pareció que requería acción inmediata. Fui a despertar al general Hoth para indicarle que el mariscal casi con total seguridad saldría hacia Berlín al amanecer. También alerté a la Luftwaffe para que tuviese dispuesto un Condor en Beja y un avión ligero en Benavente. Asimismo ordené que se dispusiese un coche con escolta, y que se preparase el equipaje de Von Manstein. Me arrogué una autoridad que no tenía, pero pensé que si me equivocaba me arriesgaba era a una reprimenda, pero si acertaba ganaría para el mariscal unas horas vitales.

Dejé descansar al mariscal un par de horas más mientras hacía los preparativos, y luego llamé a su puerta. No me costó mucho despertarle; mis órdenes habían causado un ajetreo capaz de despertar a un muerto.

—¿Qué demonios está ocurriendo, teniente? —Que no me llamase por mi nombre era indicio de cuanto le disgustaba que le molestasen con tonterías.

—Discúlpeme, mariscal, pero ha llegado este mensaje desde Berlín y juzgué que era importante. —Le entregué el mensaje descifrado. Von Manstein, todavía en pijama, leyó el papel, se sentó en la cama y me miró a los ojos.

—Otra vez ¿Es que esto no acabará nunca? Roland, tenemos que volver a Berlín inmediatamente. Disponlo todo.

—Me he permitido la libertad de hacerlo. El coche ya está esperando en la puerta, y le llevará al aeropuerto, donde ya estará dispuesto un avión. He hecho que le preparen un desayuno.

—Gracias, Roland. No sé qué haría sin ti ¿Has hecho tus maletas? Porque te vienes conmigo.

—A sus órdenes, mariscal.

—Bien, corre a recoger tus cosas. En veinte minutos saldremos.

Ya había preparado mi petate, y utilicé ese tiempo para confirmar que todo estaba listo. Ordené que se silenciase la partida del mariscal: aunque con la campaña tan avanzada ya no era precisa su presencia, imaginé que no querría que corriesen rumores.

Veinte minutos después, ni uno más ni uno menos, el mariscal montaba en el Mercedes que esperaba en la puerta. Era un coche de campaña normal, y la escolta no era de motoristas, sino de dos coches blindados: parecía un vehículo de mando más. Salimos inmediatamente y recorrimos las calles lisboetas, que a pesar del oscurecimiento aun seguían llenas de juerguistas. Con tanto jaleo no llamó la atención nuestra comitiva, y sin especiales incidentes llegamos al aeródromo, donde esperaba una avioneta Messerschmitt. Volamos un poco apretados, pero una hora después, con las primeras luces, aterrizamos en Beja. Durante el vuelo el mariscal permaneció en silencio, pero lo conocía lo bastante como para saber que estaba meditando sobre el papel que le había entregado.

El mensaje estaba cifrado con una clave de uso único que el general Schellenberg me había entregado antes de salir de Berlín, y era imposible de interceptar. Apenas contenía una línea:


ERIC VUELVE BERLIN INMEDIATAMENTE EL CANCILLER SE MUERE

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun May 23, 2016 10:11 am

Cuando el mariscal decidió tomar el mando directo de las operaciones en España tuvo presente que podía ser necesario regresar rápidamente a la capital. Había ordenado a la Luftwaffe que enviase a la Península uno de los Fw 200 Condor que habían sido de la Lufthansa y que estaban habilitados como transporte especial. El aparato nos estaba esperando en Beja, y la avioneta se detuvo a su lado. Unos asistentes cargaron el equipaje, mientras nos acomodábamos en el lujoso interior. Inmediatamente después el Condor despegó y se dirigió hacia el noroeste, escoltado por dos Me 110. Un asistente nos ofreció una taza de café y luego se retiró. El mariscal me ordenó cerrar la puerta de comunicación antes de desahogarse de sus preocupaciones, sabiendo que con el ruido de los motores nadie sería capaz de escuchar ni una palabra.

—Roland —me dijo el mariscal—, ya has leído el mensaje y sabes lo que ocurre. Cuando salimos de Berlín la salud de Von Brauchitsch no era buena, y poco le habrán ayudado la detención de Halder o el escándalo de las municiones. Pero no esperaba que fuese a morir tan pronto, y tengo que estar en Berlín cuando fallezca para asegurar la lealtad del Ejército. Si me quedo en Lisboa doy la ocasión perfecta para que cualquier ambicioso corte las comunicaciones y empiece a dar órdenes en mi nombre. Porque volvemos a estar igual que en el verano: los del gabinete de guerra conservamos el poder en Alemania, pero nuestra situación es más ilegal que un billete de siete marcos. A mí me importa poco que nuestros puestos nos los hayamos ganado, los hayamos heredado o nos los haya dado el sursuncorda, porque lo importante no es que nos sentemos en una poltrona sino que Alemania salga con bien de esta guerra. Pero ya te puedes imaginar cuántos intrigantes están pensando que igual que nosotros mandamos, podrían hacerlo ellos. A nadie se le ocurre pegarle un tiro a un ministro para sustituirlo, pero un dictador militar es blanco para cualquier insatisfecho. Triste es la condición humana pero estoy seguro de que, aunque Alemania se estuviese sumiendo en el abismo, habría arribistas luchando por hacerse con un trocito de poder.

Yo asentí mientras el mariscal seguía con su discurso—: Ese es el problema de la ilegitimidad, que intentamos solucionar nombrando un canciller. Yo propuse a Brauchitsch por su prestigio, aunque mi corazón me decía que no podíamos fiarnos de ese hombre y que mejor estaría en una guarnición en Tombuctú. Pero pensé que le bastaría con los honores y una buena suma de marcos. Me equivoqué: Brauchitsch era un ambicioso que deseaba era el poder que había tenido Hitler, sin pensar en que un dictador hubiese llevado a Alemania a la catástrofe.

Le pregunté por qué pensaba eso, y Von Manstein me lo explicó.

—Roland, recuerda el caso de Napoleón. Fue el general y gobernante con mayor genio de todos los que ha padecido Europa. Pero él mismo se sabía tan superior a los demás que no atendió a sus consejeros, y acabó cometiendo errores que destruyeron su Imperio. Si Napoleón no consiguió mantener su obra ¿cómo podría hacerlo uno de nosotros? Roland, el problema de los dictadores es que no tienen ni compañeros ni consejeros, sino solo aduladores, y llega un momento en que se pasan de la raya. Si el dictador es un hombre bonancible sus errores sólo le arrastran a él y a su régimen; pero si por desgracia el dictador es un rufián sanguinario como Stalin, ocurren desastres como el de este invierno en Ucrania. No creo que Brauchitsch fuese un asesino como Stalin, pero era un hombre de luces mucho más limitadas de lo que él mismo creía, y como general en jefe, una medianía que se dejaba influir demasiado por los amigotes. Con él al mando a lo más que podríamos aspirar sería a una guerra muy larga que acabaríamos perdiendo.

—¿Cómo puede perder Alemania contra Inglaterra? —me arriesgué a sugerir.

—Si solo fuese contra Inglaterra... Pero si Inglaterra se une con los rusos y con Estados Unidos será nuestro fin. Te parecerá una alianza contra natura, pero para ganar una guerra cosas más raras se han visto. No les resultaría fácil derrotarnos, porque el Reich es fuerte y podrá resistir durante años. Pero sería una lucha sin esperanza. Por eso tenemos que poner a Inglaterra de rodillas cuanto antes.

—Entonces usted tendría que ser el próximo canciller.

—Te equivocas, Roland ¿Por qué yo iba a ser inmune a la enfermedad del dictador? Además soy consciente de mis limitaciones, y aunque las relaciones con nuestros aliados no se me dan mal, y hasta podría llegar a sustituir a Papen, nunca sabría manejar las complejidades de la política o de la economía. Lo mismo se puede decir de mis compañeros. Papen no tiene suficiente prestigio, Speer es demasiado joven, y de Schellenberg no me termino de fiar, pues no sé lo que esconde su alma. Creo que Alemania necesita que siga habiendo un Gabinete en el que unos podamos contrapesar a los otros. Pero el Reich también necesita estabilidad política, y eso significa que debe haber alguien al frente.

Esa palabra del mariscal iluminó mi mente como un relámpago. Callé apenas un momento antes de disparar mi sugerencia.

—Mariscal, si Alemania es un imperio, lo que necesitará es un emperador. El III Reich precisa un Káiser.

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun May 23, 2016 11:27 am

Una pregunta...esto no lo pusistes antes? Que luego Von Hoesslin propone alternativas basadas en la historia alemana?

Comprobado...al final de La Pugna.

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Re: Crisis. El Visitante, parte III

Lun May 23, 2016 11:50 am

Sí, hay partes repetidas.

Ya dije que estaba reescribiendo el texto. El libro anterior acabó en el capítulo 50, y el siguiente incluye partes que ya salieron (aunque reescritas: si te fijas encontrarás bastantes diferencias) con otras nuevas.

Gracias por leer la historia. Saludos

Re: Crisis. El Visitante, parte III

Mié May 25, 2016 12:04 am

Von Manstein me respondió secamente, casi indignado— ¿Otro Hohenzollern al frente de Alemania? ¡Jamás! Tú no conociste al káiser Guillermo, pero te aseguro que fueron sus dislates los que llevaron a Europa a la ruina. Sus absurdas fanfarronadas desencadenaron una guerra innecesaria que acabó destruyendo a Alemania, y que acabó creando en Rusia un monstruo con el que antes o después nos tendremos que enfrentar. Dicen que el Konprinz es un hombre decente, pero estuvo al frente de la carnicería de Verdún. Pero aunque fuese un buen emperador ¿cómo será su hijo? ¿o su nieto?

—Mariscal, no me ha dejado terminar. La dinastía Hohenzollern ha sido reciente, como también lo fue la Habsburgo. Pero la monarquía hereditaria no es tradición alemana. Cuando el imperio alemán fue fuerte, los monarcas eran elegidos entre los mejores.

Von Manstein quedó en silencio unos momentos y me dejó seguir.

—Yo estaba pensando en volver a la monarquía electiva, pero sin los conflictos a los que llevó la elección de emperadores. Se podría elegir a un káiser, con papel únicamente representativo, y que deje trabajar al gabinete para conseguir la victoria.

El mariscal me miró a los ojos fijamente y dijo—. Roland, cuando te escogí como ayudante sabía que eras inteligente, pero ahora de verdad que me has sorprendido. Has tenido una idea genial. Si no te importa ¿podrías seguir pensando en voz alta? ¿Cómo organizarías el Estado? ¿Te parecería bien volver al sistema de 1914?

—Mariscal, soy demasiado joven y no lo conocí. Me crie en la década pasada y me enseñaron que los partidos políticos son funestos. La verdad es que creo que los nazis tenían algo de razón. No me gusta el nacionalsocialismo, usted ya lo sabe, pero las politiquerías no ayudan a resolver los problemas de la nación ¿Recuerda que en una conversación Von Papen estuvo hablando en como Franco estaba utilizando a su partido único, la Falange? Pues podríamos hacer algo así. Convertir el partido nazi en un organismo meritorio y ceremonial, pero que también tenga algún papel representativo. Que sirva como filtro que permita ascender a los mejores alemanes.

—Eso sería darle demasiada fuerza —respondió el mariscal—. Significaría que a la política solo llegarían hombres del Partido.

—Tiene razón, mariscal, y así sería si fuese la única vía de acceso a la política. Pero ahora estaba pensando en un tiempo aun más lejano que el Sacro Imperio. En los tiempos heroicos de la República Romana, cuando supo derrotar a Aníbal y conquistar el Mediterráneo, los romanos tenían múltiples asambleas y comicios que se compensaban unos con otros, dejando la última palabra en el grupo de hombres fuertes que controlaban al Senado. Pensaba en un sistema similar, con varios poderes que se equilibren. Debo ser un nostálgico, pero tengo cierta inclinación romántica hacia esa Alemania heroica en la que condes y electores daban fuerza al imperio. Se podría dar cierta voz a los gaus.

—Así que tendríamos al partido y a los gauleiter, electores o como les quieras llamar ¿enfrentados?

Seguía pensando e inventando un sistema sobre la marcha—: No, mariscal, yo pensaba en una cámara dividida no en dos bandos enfrentados sino en tercios. Solo uno sería controlado por el Partido. Otro tercio podría ser territorial, con representantes territoriales cuya misión sería no solo trabajar en la cámara popular, sino velar por sus distritos. El tercer tercio provendría del mundo laboral, con delegados procedentes del Frente Nacional del Trabajo.

—Roland, estoy viendo una debilidad en tu sistema. De esos tercios, supongo que el territorial sería elegido por elección directa ¿Cómo evitarías que surgiesen de nuevo los partidos políticos que, según has dicho, te parecen funestos? Piensa que ese tercio se arrogaría el papel de ser el único representante del pueblo, como en su día ocurrió con el Tercer Estado.

Entendí lo que apuntaba el mariscal: cuando el rey francés Luis XVI convocó los Estados Generales, una especie de parlamento francés, los representantes del pueblo llano, que eran el “tercer estado”, consideraron que eran los únicos legitimados por el pueblo. Se reunieron por separado, iniciando la cadena de acontecimientos que llevó a la Revolución Francesa. Y al Terror.

—Mariscal, no es cuestión baladí la que plantea. Creo que si el sistema espera tener alguna credibilidad será preciso que los representantes sean elegidos por el pueblo. No solo los territoriales, sino también los del Partido, y los del trabajo. Un ingeniero acabaría votando dos veces: para elegir al representante del distrito, y para escoger al delegado de los ingenieros. Además, un profesional sería miembro del Partido y participaría también en la selección de sus representantes.

—Te entiendo —dijo el mariscal antes de plantearme otra objeción—. Crees que resultará difícil que esos tercios se pongan de acuerdo. Pero imagina que surge, qué sé yo, un partido agrario. Dominaría no solo los diputados procedentes de su rama del trabajo, sino también los distritos rurales, e incluso la organización del Partido en esas zonas, lo que acabaría por convertir a ese partido en una importante fuerza política. Sea un parlamento normal o dividido por tercios, tendríamos a un partido designando a los candidatos locales, y acabaría pervirtiendo el sistema.

—Tiene razón, mariscal —me detuve un poco antes de seguir—. Sería crucial impedir que se formasen esos partidos. Creo que sería importante que la futura constitución los prohíba expresamente por ser instrumentos no del pueblo sino de unos pocos aprovechados. Debiera indicarse que al prohibirse la política partidista los representantes podrán tener libertad para actuar y votar según su conciencia. Simplemente con la prohibición se complicaría mucho la formación de agrupaciones políticas, y permitiría que la policía persiguiese las organizaciones clandestinas.

—Prohibidos los partidos pues. Sigue, Ronald.

—De todas formas, pienso que la clave del sistema no estaría tanto en la abolición del sistema partidista, sino en el proceso de selección de los candidatos. Se podría establecer que solo pudiesen serlo quienes cumpliesen ciertos criterios. Por ejemplo, en el caso de los representantes de los trabajadores, podría exigirse tener veinte años de experiencia profesional: así se dificultaría que se escogiese la política como profesión. Algo parecido para los candidatos al tercio local o al del Partido. Los requisitos podrían ser de todo tipo: por ejemplo, gozar de experiencia de combate u ostentar condecoraciones. La idea es impedir que cualquier pelanas pudiese convertirse en diputado, que los que puedan serlo tengan tal bagaje personal que puedan reírse de partidismos y banderías y votar u actuar según su conciencia.

—Aun así me parece que esa cámara que propones tendría demasiado poder.

—Es que estaba pensando en un sistema bicameral. La que ya he descrito sería la cámara popular, encargada de la confección de las leyes, aprobar presupuestos, etcétera. Pero yo sugeriría crear una segunda cámara con una nueva aristocracia, equivalente a los lores de los ingleses, que tendría que aprobar las decisiones de la cámara popular, y además hacerse cargo del sistema judicial. Pero no desearía que esas labores las acometiesen caducos condes y marqueses, sino los mejores hombres de la nación, escogidos por sus méritos. Militares de mayor grado y héroes de guerra, antiguos ministros, gauleiters, catedráticos de universidad, científicos, artistas insignes, etcétera. El káiser designaría a los miembros a propuesta del gabinete, que serían vitalicios. Así tendríamos una cámara popular, en el que el poder se equilibraría entre el Partido, el sindicato y las regiones, y una cámara alta aun más independiente. Seguramente no se podría impedir que las dos discrepasen…

—Y como no podrían ponerse de acuerdo, sería el gobierno el que mantuviese el poder. Bien, Roland. Sigue así.

—Pues mire, pienso que sería conveniente que hubiese algún organismo que estuviese por encima de las luchas partidistas que a pesar de todo seguramente se producirán. Se podría tener un Consejo de Electores —la nostalgia por la historia de Alemania me arrastraba— que sería un grupo reducido, de una docena o poco más, formado por personajes con experiencia de gobierno: antiguos cancilleres, jefes del ejército, la marina o la aviación, algún rector de Universidad… Ese consejo, que representaría la tradición, mediaría entre las dos cámaras.

—Bien, Roland. Ya has pergeñado el estado ¿Y la dirección?

—Por ahora no lo modificaría. Por lo menos hasta que ganemos la guerra, es mejor que el poder siga en manos del gabinete de guerra. Aunque creo que sería conveniente que alguno de ustedes pase a ser el canciller, aunque solamente cara a la galería: ustedes cuatro seguirían tomando las decisiones por consenso. Tras la victoria ustedes podrían decidir si quieren seguir en el poder, o si es mejor institucionalizar el sistema.

—Preferiría un sistema organizado. Ya te he dicho que temo las dictaduras.

—Le entiendo. Si hay que organizarlo, creo que Alemania necesita una mano fuerte al timón, que podría ser el canciller. Pero me parece una cuestión espinosa. El canciller necesitará autonomía, pero no gustaría que tuviese tanta que pudiera convertirse en un dictador, en una especie de shogun. Para impedirlo pienso que el canciller podría ser propuesto por el káiser y el consejo de electores, para luego ser aprobado por las cámaras, y que el consejo supervise su actuación: me parece el organismo ideal para esas funciones de control, pues no solo estaría al margen de las luchas partidistas, sino que sería el primer interesado en evitar personalismos. De todas formas limitaría el mandato a diez o doce años improrrogables.

—Ya solo falta la guinda: necesitaríamos a un káiser ¿Cómo se podría elegir?

—Cuando el sistema esté organizado, tendría que ser con el método más ceremonioso posible: por ejemplo, que el gobierno proponga tres candidatos, y el consejo de electores designe uno. Luego tendría que someterse a la aprobación de las dos cámaras y, finalmente, a un plebiscito. Yo prohibiría cualquier sistema de sucesión familiar, e impondría la retirada del káiser a los ochenta años o si sufre una enfermedad incapacitante. Nada de ancianos babeantes en el trono.

—Todo eso está muy bien, pero ahora no tenemos ni consejo, ni cámaras, ni nada. Tú dices que convendría designar a un emperador ¿a quién?

La pregunta era comprometida, pero tenía una respuesta.

—Más que un emperador, por ahora podría ser un regente, para resaltar la provisionalidad del sistema. Tendría que ser algún militar con mucho prestigio.

—Espero que no pienses en mí. Aun no estoy para que me aten a un trono.

—No, mariscal. Debiera ser alguien con más antigüedad.

—¿Von Runstedt o Von Leeb? Serían más problemáticos que Von Brauchitsch ¿No te imaginas al amigo Gerd intentando aferrarse al poder?

—Mariscal, estaba pensando en un militar ya retirado, de edad avanzada pero lúcido como el que más, que tiene un prestigio inmenso, y que se ha opuesto tanto a los nazis como a los socialistas o a los republicanos.

El mariscal adivinó mi pensamiento y me interrumpió—. Roland, no hace falta que sigas, que veo por dónde vas. Me parece que en lo sucesivo vas a tener más responsabilidades. Por de pronto, tendrás que encargar un nuevo uniforme con las insignias de mayor. Antes de eso, vas a tener tarea durante este viaje. Toma papel y lápiz y redacta un boceto de esa constitución. Me gustaría revisarlo antes de aterrizar en Berlín.
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