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Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mar Dic 30, 2014 1:40 pm

La trampa está tendida, las piezas, dispuestas. Se acerca la gran batalla de nuestro tiempo (por ahora y colaboración inglesa mediante) :mrgreen:
Es mala idea atacar al experto en guerra en el desierto en su terreno, si uno no es un Montgomery con superioridad total en todos los aspectos, claro está, :evil:

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mar Dic 30, 2014 2:28 pm

Esto... ¿desde cuando Mesopotamia es un desierto? ¿no anduvo por ahí el Edén?

Saludos

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mar Dic 30, 2014 4:32 pm

Me parece que entre Jordania y el Tigris y el Éufrates hay alguna extensión arenosa de cierta extensión, pero tienes razón, un desierto seco y arenoso no es desde luego.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Dic 31, 2014 12:27 am

Realmente la zona de "conexión fértil" entre el Mediterráneo y Mesopotamia está algo más al norte (recuerda lo del "creciente fértil"), donde el Éufrates se acerca al Mediterráneo. Transjordania (luego Jordania) se creó con un retazo "robado" en parte a la provincia turca de Palestina y en parte a lo que era clásicamente Arabia. El "dedo" que apunta hacia el Este, por donde se construyó el oleoducto Mosul Haifa (y más adelante el TAP) es una provincia volcánica, con campos pedregosos, y con zonas desérticas, pero también otras más húmedas de lo que se cree: por ejemplo los Altos del Golán reciben precipitaciones similares a las del Levante español.

De todas formas, donde se combate es en Mesopotamia, y era una zona pantanosa que solo milenios de agricultura, drenajes y demás han "domesticado", pero sigue siendo una zona parecida al Delta del Nilo, entrecruzada de canales, con lagos, alguno bastante grande (como el lago de Habbaniya). No es un desierto, ni mucho menos.

Saludos

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Dic 31, 2014 11:33 am

Relato de Ludwig Bauer.

La semana de combates incesantes empezaba a pasar factura. El ataque británico en el sur, en el que habían participado dos divisiones hindúes, había podido ser contenido mediante un contraataque del regimiento panzer. Sin embargo los británicos habían aprovechado la retirada de los tanques alemanes a la orilla derecha del Éufrates para lanzar un ataque desde Bagdad. La infantería alemana había conseguido conservar la pequeña ciudad de Faluya, que había quedado casi arrasada, pero más al norte los hindúes habían conseguido llegar a la margen oriental del Éufrates. Desde allí la artillería inició el bombardeo de la base aérea de Habbaniya, que quedó fuera de servicio. Tan sólo siguieron llegando los transportes Junkers 52, que operando desde una pista de circunstancias en el sur del perímetro consiguieron mantener el flujo de provisiones, municiones y combustible que necesitaba la 7ª panzer para seguir combatiendo. Incluso se había conseguido llevar un batallón paracaidista, que Von Funk envió a Ramadi, una población al norte de la base situada en la orilla derecha del Éufrates. Ramadi tenía gran importancia estratégica ya que no sólo la cruzaba el oleoducto Mosul – Haifa, sino que de ella partía el ramal ferroviario que conectaba con Mosul.

La mañana del 5 de agosto una patrulla alemana encontró la carretera a Ramadi cortada: durante la noche la 8ª división de infantería de la India había cruzado el Éufrates en pequeños botes, ocupando la estrecha franja de terreno entre el río y las pantanosas orillas del lago Habbaniya. Si los hindúes se consolidaban allí los paracaidistas quedarían aislados y podrían ser destruidos con facilidad. Además el perímetro defensivo de Habbaniya quedaría tan reducido que la resistencia sería imposible. Von Funk decidió que la amenaza era lo suficientemente grave como para arriesgar los tanques que le quedaban. El teniente coronel Hauser, que había sustituido al coronel Rothenburg, al que un cañón inglés había matado el día anterior, reunió a sus oficiales.

—Muchachos, tenemos que echar a los hindúes, pero el terreno no permite muchas filigranas —señaló el mapa: era una franja de apenas dos kilómetros de ancho entre el río y el lago, cruzada por acequias de riego—. Atacaremos por la orilla del río: el primer batallón en cabeza y el segundo como reserva. El tercer batallón protegerá el flanco derecho. Nos acompañarán dos compañías de infantería.

—¿Nos apoyará la artillería? —preguntó el mayor Schulz, que mandaba el primer batallón.

Hauser sonrió tristemente—. Quedan apenas veinte proyectiles para cada cañón y Von Funk los reserva para la última defensa. Lo compensaremos con la sorpresa. Quiero iniciar el ataque antes de una hora, para que los hindúes no tengan tiempo de llevar sus armas pesadas.

Los tanquistas se dirigieron a sus unidades. De la compañía de Bauer ya solo quedaban seis tanques, y el suyo era el único de cañón largo. El resto del regimiento estaba igual: cuando los panzer empezaron a moverse el teniente apenas pudo contar cuarenta tanques. Precisamente por su debilidad Hauser quería aparentar que era un ataque masivo, concentrando todos los blindados en un estrecho sector.

Los tanques aun no habían llegado a las posiciones de los hindúes cuando la artillería británica, emplazada al otro lado del río, empezó a disparar contra ellos. Las explosiones tuvieron escaso efecto en los tanques, pero la infantería tuvo que ponerse a cubierto. Hauser decidió que era mejor no perder tiempo y siguió adelante sólo con los panzer.

Esta vez no era como en el combate del sur. No se recorría una planicie pedregosa, sino pequeños huertos, cada uno con una caseta o una chabola, separados por hileras de árboles. El calor del verano había secado la tierra, y los tanques de cabeza levantaban una polvareda que ocultaba a los de detrás. El ruido de los motores y el fragor de la artillería anulaban otros ruidos, y Bauer sólo descubrió que le disparaban al oír como una ráfaga de balas golpeaba el blindaje. El teniente miró a su alrededor y descubrió dos casuchas a cien metros a la derecha. Luego se resguardó dentro de la torre.

—Arne —le dijo a su operador de radio—, dile a Heuman que en esa granja hay una ametralladora. Que la rodee por la izquierda. Yo la atacaré de frente.

El tanque cambió de dirección y se dirigió hacia las casetas, que Arne regaba de balas con la ametralladora del tanque. Al mismo tiempo los proyectiles de la ametralladora enemiga resonaban contra el blindaje frontal. Entonces Bauer vio salir a los dos tanques de Heuman del polvo y aplastar una de las casetas; de la otra escaparon soldados tocados con turbantes.

—Arne, dile a Heuman que los deje en paz y que siga adelante. Tú tírales un par de ráfagas para que corran.

El combate estaba arreciando en toda la línea. Bauer se asomó por la escotilla y miró a su alrededor: pudo ver un grupo de hindúes moviéndose hacia ellos.

—Teniente —dijo el radio operador Arne—. El capitán Lehner dice que tenemos una compañía delante a nuestra izquierda, y que nos encarguemos de ella.

Bauer ordenó a sus tanques que formasen una cuña tras él y se dirigió contra el nuevo enemigo. Miró a su alrededor, y vio que faltaban dos tanques ¿estarían averiados, o habrían sido atacados por un enemigo que no había visto? No podía preocuparse por ello, y se concentró en los hindúes que tenía delante. Entonces notó un mazazo en la parte anterior del tanque. Pero el motor seguía funcionando. El tanque se siguió moviendo mientras Bauer buscaba el antitanque enemigo. Vio un fogonazo algo a su derecha, y el tanque se volvió a estremecer.

—Arne, dile a los demás que tenemos un antitanque a las dos, y que lo flanqueen.

—Teniente, a Arne le han dado para el pelo, y la radio no funciona.

—Pues tendremos que hacerlo por las malas ¡Para! —gritó al conductor—. Blanco cañón, ochocientos metros, explosivo ¡Fuego!

El cañón disparó y Bauer pudo ver que el proyectil caía corto.

—Cien metros más, explosivo, fuego.

—Teniente, era el último explosivo.

—Pues perforante, o lo que sea.

El tanque recibió otros dos proyectiles del antitanque antes de alcanzar a su vez al enemigo.

—¡Adelante! —ordenó al conductor. El tanque empezó a moverse pero en seguida se sacudió cuando se rompió una de las cadenas. Bauer se levantó e hizo señas a otro tanque que se acercase. Cuando estuvo a su altura ordenó al jefe que le cambiase el puesto. Al reiniciar su avance echó un último vistazo a su Panzer III: la placa frontal mostraba los agujeros de bordes mellados causados por los proyectiles.

—¿Cómo andamos de munición?

—Diez explosivos y siete perforantes. Y cuatro cintas para las ametralladoras.

—¿Sólo? Da igual. Sigue, no nos podemos quedar atrás.

Los tanques siguieron avanzando. Entonces empezaron a ver cómo enfrente de ellos cada vez más soldados se levantaban brazos en alto, o echaban a correr.

Una hora después la orilla del Éufrates estaba despejada y se había capturado a setecientos hindúes. Pero el ataque había costado quince de los preciosos tanques de la 7ª.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Jue Ene 08, 2015 1:59 pm

Durante todo el día los aviones alemanes habían sobrevolado Ammán, lanzando miles de octavillas en inglés y en árabe. Unas decían que el rey Abdalá era un traidor, y que los traidores merecían la muerte, por lo que los soldados que defendiesen al rey traidor serían tratados como criminales. Otras indicaban que Alemania no hacía la guerra al pueblo árabe sino al felón que tenían por reyezuelo, y que la población civil no tenía nada que temer de los alemanes. La más interesante era una en la que anunciaba que los palacios reales serían bombardeados a mediodía del día siguiente, y retaban al rey a defenderlos y no a huir como había escapado de los saudíes en 1919. Recomendaba a la población alejarse al menos dos kilómetros de los palacios. Las octavillas señalaban dos colinas como zonas seguras desde las que podrían presenciar el ataque aquellos que lo deseasen.

La policía beduina del rey intentó recoger las octavillas, pero fue inútil: durante la noche la mayor parte de los habitantes de la ciudad abandonaron sus casas y se dirigieron a las colinas casi con espíritu festivo. Miles de árabes extendieron mantas sobre el terreno y sacaron cestas con comida, mientras esperaban el espectáculo. En pequeños tenderetes se vendían empanadas y dulces, que los expectantes árabes compraban para los niños que habían traído. Se cruzaban apuestas sobre si Abdalá aceptaría el reto, o si huiría como un cobarde. Todo tipo de rumores corrían entre la multitud: unos decían que Abdalá había escapado con el tesoro del reino, otros que esperaba en la azotea de su palacio armado con su escopeta de caza. Los que se daban de entendidos aseguraban que el rey estaba mandando su ejército que esperaba a los alemanes para derrotarlos, mientras que otros les contestaban que se había escondido entre sus mujeres. No faltaba quien aseguraba que Abdalá estaba entre ellos, y disfrazado se escondía entre la multitud. Pero era más habitual que los árabes alabasen la nobleza de los alemanes, que deseaban evitarles cualquier daño, y hasta qué punto debían despreciar a Abdalá si anunciaban cuando y donde iban a atacar.

A medida que el sol se elevaba la expectación aumentaba. Bastaba con que un niño señalase a algún pájaro para que la multitud se volviese intentando avistar algo. Por fin a la hora señalada se empezó a escuchar el rumor de los motores de aviación. Todos miraban el cielo, cuando cuatro cazas Bf 109 aparecieron rozando los tejados de los edificios. Se dirigieron a las colinas y empezaron a describir círculos sobre ellas. Los que tenían mejor vista pudieron ver que los pilotos habían abierto la cabina y saludaban con la mano a la multitud. De repente desde un huerto al pie de la colina se elevó una hilera de balas trazadoras, que pasó inofensivamente bajo uno de los cazas. Los aviones viraron y picaron hacia el huerto, mientras los espectadores echaban a correr. Sin embargo los cazas no dispararon, sino que agitaron las alas a modo de saludo. Los milicianos que servían la ametralladora abandonaron su arma y escaparon del huerto, para caer en manos de la multitud, que estaba al mismo tiempo aliviada por no haber sido atacada y enfurecida contra el intento hachemita de provocar un ataque. Cientos de manos golpearon y acuchillaron a los desgraciados soldados, cuyos restos fueron pisoteados y arrastrados antes que la multitud se calmase.

Poco después aparecieron los Stuka. Evitaron sobrevolar las colinas y describieron círculos sobre el complejo real. El coronel Dinort, que mandaba la formación, se lanzó primero. Las sirenas de su avión aullaban mientras el bombardero caía verticalmente, y no muy lejos del suelo soltó un punto negro que cayó sobre el palacio de Raghadan. Décimas de segundo después el tejado del palacio saltó por los aires como un corcho de champán, mientras chorros de humo negro y escombros salían por las ventanas. La multitud árabe aplaudió y vitoreó la pericia del piloto. Inmediatamente después otro Stuka picó y lanzó su bomba, y luego otro más, convirtiendo el antaño suntuoso edificio en una ruina llameante. Luego fue el turno de los palacetes Al-Sagheer y Al-Ma’wa, de la residencia del comisionado británico, hasta las casetas de los jardines fueron bombardeadas. Ninguna bomba cayó fuera del complejo real, y solo algunos cristales reventaron en las casas cercanas. Cuando los Stuka se elevaron nada quedaba del complejo. Luego los aviones sobrevolaron las colinas y agitaron las alas, saludando a la multitud, que alborozada los ovacionó.

Mientras los Stuka se iban llegó otro grupo de aviones, esta vez grandes y pesados trimotores, que se dirigieron directamente hacia las dos colinas. Esta vez nadie escapó, ni siquiera cuando desde los aviones empezaron a caer puntos blancos: eran pequeños paquetes con minúsculos paracaídas. Los niños corrieron para atraparlos, y al abrirlos encontraron golosinas y pequeños panecillos dulces. También cayeron octavillas con el saludo del general Rommel al pueblo árabe.

Los miles de felices espectadores notaron que ni un solo disparo había surgido del complejo real: el monarca había huido.

El bombardeo de los palacios acabó en una fiesta que se extendió a las calles de Ammán. Muchos antiguos sirvientes de Abdalá se unieron al jolgorio, aliviados al no experimentar la venganza alemana, mientras que otros, deseando hacer olvidar su pasado al servicio de los hachemitas, proclamaron la república y empezaron a buscar a la familia real.

Al mismo tiempo dos grandes columnas cruzaban el río Jordán al sur del mar de Galilea y en Jericó. La ofensiva se había retrasado tres días, ya que los árabes de Palestina se habían levantado en armas contra los alemanes, contra los judíos y hasta contra los árabes cristianos. Los panzer habían encontrado minas, barricadas y puentes destruidos en su camino, y cada vez que los ingenieros intentaban despejar el camino se les disparaba desde las colinas. Finalmente Rommel había tenido que ordenar castigos draconianos: avionetas Storch volaban delante de las columnas blindadas, y cuando veían bandas de irregulares, dirigían los bombarderos contra ellos. Aquellos que eran capturados eran pasados por las armas. Las casas de los notables de las aldeas cercanas eran derruidas, y si los ataques se repetían, la aldea era quemada y sus notables aprisionados. Enfrentados al poder de dos divisiones acorazadas las bandas de irregulares se dispersaron, y las dos columnas blindadas cruzaron el Jordán y se adentraron en Transjordania, mientras cuatro batallones de la 121ª perseguían a los últimos rebeldes.

Cuando las avanzadas de la 15ª panzer ascendieron por la carretera de Jericó a Amman se repitió la escena de dos meses antes: un grupo de notables árabes vestidos de blanco se presentaron ante los blindados y ofrecieron las llaves de Transjordania, que ya no era un reino, al general Von Prittwitz. El día 15 de Agosto los blindados entraban en Ammán y, casi inmediatamente, empezaron a llegar a la estación de ferrocarril los vagones plataforma que llevarían los panzer a Irak.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Sab Ene 10, 2015 12:28 am

De Globalpedia, la Enciclopedia Global.

“El rey Abdalá se granjeó la animadversión de los árabes de Oriente Medio al actuar como un rey cliente de Gran Bretaña. Sin embargo Abdalá no se consideraba un reyezuelo a sueldo británico, sino el sucesor de los hachemitas y por tanto con derecho a reinar no sobre la artificial Transjordania sino sobre un renovado califato que incluyese todo Oriente Medio. Eso le enemistó con los notables árabes de las regiones que Abdalá ambicionaba y, especialmente, con los saudíes, que habían expulsado a la familia hachemita de La Meca y el Heda en 1925. Además su tambaleante política exterior y su fama de cobardía hicieron que sus súbditos lo despreciasen.

El ejército del rey Abdalá, cuyo núcleo era la Legión Árabe, estaba reclutado entre los nómadas beduinos y estaban unidos al rey por devoción personal. Al empezar la guerra la legión había crecido y en 1941 estaba constituida por una brigada motorizada y otra en periodo de formación. Tras el golpe de estado de Rashid Alí en Irak los amos ingleses de Abdalá exigieron que la brigada motorizada fuese enviada a Mesopotamia.

Cuando Von Manstein derrotó al ejército británico en Suez y cayó sobre Palestina, Abdalá vio peligrar su reino, por lo que decidió unirse al carro de los vencedores: la legión árabe cambió de bando, permitiendo que los iraquíes de Rashid Alí recuperasen Bagdad. Sin embargo durante los Cuatro Días de Julio el rey pensó que las tornas habían cambiado, y volvió a cambiar de bando. Esta nueva traición hizo que el rey perdiese el respeto de buena parte de sus soldados, que empezaron a desertar. El rey rellenó las filas de su ejército con voluntarios de la fe, pensando que su número compensaría la falta de entrenamiento y su indisciplina. Buena parte de esos voluntarios fueron enviados a Palestina con el objetivo declarado de provocar una revuelta antialemana y antihebrea, pero con la misión real de incorporar Palestina a Transjordania.

Sin embargo el general Rommel, en lugar de mantenerse a la defensiva, lanzó una fulgurante invasión de Transjordania. Tras una demostración aérea el rey huyó de la capital, en la que se proclamó la república. Abdalá intentó escapar disfrazado de mujer, pero fue reconocido y asesinado. Su cuerpo fue arrastrado por las calles por las multitudes, mutilado y exhibido en el zoco.”

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Lun Ene 12, 2015 1:54 pm

Capítulo 8

Sebastian Haffner. “El nacimiento de Europa”. Op. cit.

“La inesperada invasión británica de Portugal trastornó tanto las operaciones militares del Pacto de Aquisgrán como la política de la Unión Paneuropea.

En Portugal el Doctor Oliveira Salazar dirigía el “Estado Novo”, un estado corporativista, nacionalista y antiliberal, de fuerte inspiración católica, ideológicamente muy cercano al fascismo italiano y al movimiento nacional español. Sin embargo el régimen portugués mantenía tradicionalmente buenas relaciones con Inglaterra. Portugal había rechazado adherirse a la Unión Paneuropea y aunque se había declarado neutral, su marina había ayudado a la Royal Navy británica vigilando los movimientos de los barcos del Pacto en el Atlántico.

Tras las reclamaciones de la Unión Paneuropea Salazar ordenó al almirante Mata Oliveira, jefe de la marina portuguesa, que cesase sus provocaciones. Aunque aparentemente Mata Oliveira aceptó la orden de Salazar, la consideró como una intromisión intolerable de la Unión Paneuropea que acabaría con la subordinación de Portugal a su vecino español. Mata Oliveira ofreció a los ingleses su colaboración si estos le ayudaban a derrocar a Salazar.

Sin embargo el Primer Ministro británico, Winston Churchill, estaba planeando una operación mucho más ambiciosa: deseaba que su ejército desembarcase en Portugal para emular la “guerra peninsular”, la campaña que Wellington había dirigido contra Napoleón en la península ibérica. Aprovechó la oferta de Mata Oliveira para imponer al Estado Mayor Imperial la operación de Portugal. El desembarco se llevó a cabo sin inconvenientes, aunque no se pudo evitar la huida del doctor Salazar y su gobierno, que solicitó la ayuda de la Unión Paneuropea.

Tras el desembarco el cuerpo de ejército canadiense intentó la invasión del sur de España, pero fue rechazado en Badajoz y en Cartaya. Sin embargo la RAF y la Royal Navy, operando desde suelo portugués, consiguieron que la flota del Pacto tuviese que abandonar Cádiz y se refugiase en el Mediterráneo. También se inició una campaña de bombardeos de las bases de submarinos de Vigo y el Ferrol, hundiendo tres submarinos en pocos días y causando daños importantes en las instalaciones portuarias.

Aunque el ejército y la aviación españoles eran muy numerosos, su material databa de la Guerra Civil y estaba muy gastado, por lo que tuvieron dificultades al enfrentarse a los modernos tanques y aviones británicos. Solo en Galicia, donde estaba basado un grupo de caza alemán, la R.A.F. sufrió pérdidas importantes. El gobierno español del generalísimo Franco, consciente de la obsolescencia de sus fuerzas armadas, solicitó ayuda a Alemania…”

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Lun Ene 12, 2015 11:21 pm

¿Qué flota tiene el eje en Cadiz en est epunto de la historia? No daría para enfrentarse a una mermada Navy??

Saludos

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mar Ene 13, 2015 2:23 am

Por lo que me parece recordar una división de cruceros pesados italianos junto a su escolta y en Gibraltar al Scharnhorst y al Gneisenau en reparaciones.
De la Armada no lo sé, y de la Royale francesa ningún buque.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mar Ene 13, 2015 12:53 pm

El Eje (mejor dicho el Pacto) podría llegar a tener en el Golfo de Cádiz:

¬– Alemania: nada: el Gnisenau y el Schanhorst habían llegado a El Ferrol, donde no había medios para repararlos, por lo que se va a solicitar su traslado a Francia (Lorient). En todo caso podrían estar el Gnisenau y el Hipper. El Bismarck, el Tirpitz, el Scheer, el Lutzow (que no se ha expuesto a los bombarderos ingleses en Noruega) y el Prinz Eugen están en Alemania.

– Italia: Littorio y Vittorio Veneto, Cesare, Doria y Duilio. Más todos sus cruceros pesados. Aunque la flota italiana esté en el Mediterráneo Central puede acudir a Cádiz en poco tiempo.

– Francia: acorazados Strasbourg y Provence (de escaso valor militar). El Richelieu sigue en Dakar, mientras que el Jean Bart (no citado hasta ahora en la historia, pero estaba en el futuro) puede volver al Mediterráneo para intentar terminar su alistamiento en Tolón. Había también siete cruceros (cuatro pesados y tres ligeros).

– España: cruceros Canarias (muy gastado, en reparaciones) y Almirante Cervera.

En total el Pacto podría reunir cuatro acorazados rápidos modernos y dos viejos modernizados (ya que el Provence no tenía velocidad suficiente), más doce cruceros pesados (asumiendo que ninguno estuviese siendo reparado).

La flota inglesa, a estas alturas, se componía de:

– Dos acorazados modernos (KGV, PoW, el Duke of York fue entregado en Noviembre) más tres cruceros de batalla (Hood, Renown, Repulse).

– Ocho acorazados viejos, pero varios estaban siendo reparados. Solo el Queen Elizabeth estaba ampliamente modernizado (porque el Valiant estaba siendo reparado tras ser dañado en el Mar Rojo).

– Tres portaaviones modernos (Ark Royal, Victorious, Indomitable) ya que el Formidable también había sido dañado en el Mar Rojo.

– Tres portaaviones antiguos (Argus, Furious, Hermes).

Sobre el papel el Pacto tiene ventaja marginal al poder oponer siete acorazados rápidos (cifra que incluye a los tres Doria) a solo cinco británicos. Pero los británicos pueden contar en poco tiempo con el DoY y, su armamento es mucho más potente: los ingleses solo tienen un “blanco flotante”, el Repulse mientras que la resistencia de los Doria a una granada de 381 mm es como mínimo dudosa. Pase que el Hood y el Renown tampoco es que fuesen peritas en dulce, pero el Pacto solo tiene dos barcos con cañones de 380 mm (los dos Littorio) estando todos los demás mucho peor armados. Además ya sabes que los defectos de la artillería italiana hacían que las probabilidades de que un Littorio le diese a algo más pequeño que Mallorca eran bastante escasas.

Pero el Pacto tiene una ventaja y dos grandes debilidades:

– La ventaja: les guste a los ingleses o no, tienen que mantener una flota potente en Scapa Flow ante el riesgo de correrías por parte de los Bismarck (que ya son dos, con todo lo que eso implica).

– Las desventajas:

Coordinación. Hablamos de buques de cuatro marinas, que usan lenguas diferentes, que jamás han operado juntas. Lo razonable sería esperar que cada flota operase por su cuenta (por ejemplo a la francesa se le podría encomendar la vigilancia de Tolón), y entonces la superioridad del Pacto ya no es tan grande. Sobre todo porque (repito) me dan mucho miedo los Doria enfrentándose a barcos más potentes que un torpedero, debido a las deficiencias de su artillería, a la protección de papelina, la protección submarina aun peor, y la inestabilidad de sus pólvoras, mayor aun que las de los ingleses, que ya es decir.

Portaaviones: recordemos que el Pacto aun no tiene ni un solo portaaviones. La Royan Navy no puede enviar todo a Portugal, pero sí un portaaviones moderno y uno o dos antiguos. Además Inglaterra puede desplegar (y ha desplegado) bombarderos y torpederos en Portugal. Tras las averías del Scharnhorst los alemanes le han tomado un sano respeto a los portaaviones.

Salir a alta mar en esas condiciones es peligroso ¿vale la pena aceptar ese riesgo? Por ahora no, pero quien sabe más adelante.

Saludos
Última edición por Domper el Mar Ene 13, 2015 1:02 pm, editado 1 vez en total

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mar Ene 13, 2015 1:01 pm

De pérdidas a estas alturas (inglesas, las del Pacto han sido mínimas), vamos con:

– Tres acorazados: Royal Oak, Warspite, Ramillies. Otros están siendo reparados.

– Cuatro portaaviones: Corageous, Glorious, Eagle, Illustrious (había un error en la historia, ya corregido, mezclando Eagle y Hermes).

Respecto a nuevas construcciones, el Duke of York está a punto de ser entregado, pero el Anson y el Howe están retrasados. De portaaviones, al Unicorn le queda un año de obras, los dos Indomitable aun están peor.

El Pacto tiene en reparación por entonces al Cavour, al Scharnhorst y al Dunkerque. De nuevas construcciones, al acorazado italiano Roma le queda año y pico. El Graf Zeppelin va adelantado, pero (aunque aun no se cita) se está encontrando todo tipo de problemas. Al Aquila también le queda año y medio de obras.

Saludos
Última edición por Domper el Mar Ene 13, 2015 1:57 pm, editado 1 vez en total

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mar Ene 13, 2015 1:54 pm

Aclaración agradecida y muy prolija.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mar Ene 13, 2015 1:59 pm

Ok! Es que no me acordaba.

Los viejos acorazados italianos y franceses pueden ser muy utiles en el mar Negro una vez empiece "Barbarroja". Respecto a los más modernos ¿no estaría mejor el Gneisenau en el Mediterráneo? En Francia sería muy vulnerable a los ataques aéreos. Y aunque los ingleses tenían peor punteria que un cojo resfriado disparando en movimiento al final le acabaron danto, históricamente. Así de paso podría realizar alguna que otra maniobra de entrenamiento con los buques franceses e italianos y formar una escuadra decente que salga alguna vez a "asustar". Así, aparte de dejar 2 BB modernos ,1CV y varios CAs en Scapa Flow por lo que la Kriegsmarine tiene en el Báltico deberian dejar otra fuerza poderosa en las Canarias o Azores por si a esa fuerza del pacto le da por asomarse. Y en ese momento la Navy se ha quedado, prácticamente en cuadro.

Saludos

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mar Ene 13, 2015 2:43 pm

¿Qué Barbarroja?

Del Gneisenau, es que estaba en El Ferrol, y para llegar a Cádiz tiene que arriesgarse y cruzar ante la costa portuguesa.

Un detalle que no he citado, por cierto, es que los barcos italianos tenían una autonomía muy limitada al estar concebidos para el Mediterráneo.

Saludos

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mar Ene 13, 2015 4:27 pm

Diario de Von Hoesslin.

El desembarco inglés en Portugal fue completamente inesperado. No es que Portugal fuese un rincón olvidado: el ministro Von Papen ya había planteado varias veces el problema que suponía ese país, y había sugerido invadirlo. Pero el gabinete de guerra —como le gustaba a la terna que la llamasen— había decidido la invasión no aportaría suficientes ventajas, mientras que permitir que la nación lusa conservase su neutralidad facilitaba las comunicaciones con las naciones neutrales de Hispanoamérica.

Nosotros pensábamos que también a los ingleses les convenía la neutralidad portuguesa. Lisboa era un hervidero de espías, la mejor fuente de información sobre el Pacto que tenían los ingleses. Además el mariscal Von Manstein pensaba que ni Churchill sería tan loco como para poner un ejército más a nuestro alcance. Entonces ocurrió lo mismo que cuando un esgrimista veterano combate contra un novato: el inexperto a veces efectúa fintas tan absurdas que el veterano no las espera. Por eso nadie en Berlín esperaba ver a los ingleses desembarcar en Lisboa. Sin embargo una cosa es que en Berlín no lo hubiésemos previsto, otra que los españoles, que estaban ahí al lado, no se hubiesen preparado para la eventualidad de un desembarco inglés. Yo todavía no sabía que lógica, preparación y Madrid son términos incompatibles.

La cuestión fue que durante la fase más vulnerable, las primeras horas del desembarco, los españoles no molestaron a los ingleses, y solo decidieron enviar unos pocos aviones de reconocimiento cuando los británicos ya se habían consolidado. Lógicamente esas misiones tuvieron bastantes pérdidas, por lo que en Madrid decidieron no arriesgar más aviones, y se pusieron a la defensiva. Así los ingleses pudieron llevar a Portugal un ejército entero sin que pudiesen creerse su suerte. Luego lo lanzaron contra España: por lo visto el objetivo de Churchill era nada menos que recuperar Gibraltar. Pero los españoles podrían ser descuidados, pero cobardes, no. Los pobres canadienses que Churchill había utilizado aprendieron por las malas que con tanta guerra civil los españoles habían aprendido a pelear, y salieron trasquilados.

Para los españoles lo malo era que aunque su valor y su habilidad les había permitido resistir, incluso con el anticuado armamento de su ejército, para pasar a la ofensiva necesitaban algo mejor que la colección de antiguallas a las que llamaban tanques. Pronto empezaron a pedirnos desde Madrid armamento moderno. Von Papen convocó una reunión del gabinete de guerra para decidir la política a seguir.

—Ya sabéis lo que está pasando en la Península. El reciente desembarco inglés en Portugal está poniendo en serios problemas a los españoles y sobre todo al dictador Franco. En Madrid debían estar mirando hacia otro lado y los ingleses han podido llevar un ejército a Lisboa sin que los españoles se lo oliesen. Por lo menos el ataque inglés lo han podido parar, que si no hubiese sido así algunos generales españoles ya estarían pidiendo la cabeza de Franco. Aunque parezca que el generalísimo controla un régimen monolítico, es todo fachada: mucho culto a la personalidad, mucho hablar de su inteligencia, su presciencia y su carisma…

—¿Carisma? —preguntó Von Manstein.

—Es un término religioso, viene a ser algo así como magnetismo personal.

—¿Franco tiene magnetismo? —respondió burlonamente el mariscal—. Yo no lo he conocido personalmente, pero me han contado que es bajito, gordinflón, y con la voz aflautada como la de una tiple. Si ese tipo es magnético yo soy obispo anglicano.

—Yo también pienso lo mismo —dijo Von Papen—. Todo eso del carisma no es más que palabrería para que los españoles crean que su generalísimo es Alejandro Magno redivivo, cuando el único motivo por el que Franco está donde está es porque ganó la guerra.

—Más bien, porque nuestras armas y nuestros aviones ganaron su guerra a su pesar—intervino Von Manstein—, porque como estratega ese Franco... No le cabe en la cabeza más de un batallón, y todo lo que sabe hacer es atacar de frente a ver quién se cansa antes.

—Si como general no es muy bueno, ni te diré como gobernante —respondió Von Papen—. Su receta es matar a sus opositores políticos, echar la culpa a los comunistas y soñar con el imperio. Solo se mantiene por el prestigio que le dio la victoria en su guerrita civil, pero las derrotas militares le pueden arrebatar ese carisma del que presume. La invasión inglesa de las Canarias sentó muy mal a varios generales españoles que en el fondo son más monárquicos que franquistas. Su pueblo lo está pasando mal, este último ha sido un invierno de hambre y frío. Si los ingleses siguen en la frontera española o, peor aún, si avanzan por España, es posible que su régimen se derrumbe. Eso no sería nada bueno.

Los otros miembros del gabinete siguieron en silencio, meditando las palabras de Von Papen.

—No es que militarmente España tenga mucho valor —siguió Von Papen—. Eric, tú sabes más de eso, pero los ejércitos españoles no me parecen muy potentes. Más valiosa es su posición estratégica. Pero os recuerdo que estamos luchando en una guerra en la que lo moral tiene tanta importancia como lo militar. España es miembro de la Unión Paneuropea y no podemos dejarla caer.

—Coincido contigo en el escaso valor de los ejércitos españoles —dijo Von Manstein—, aunque sus soldados son excelentes. Mira los problemas que están teniendo los ingleses en Canarias. Lo realmente importante es su posición estratégica. El almirante Marschall me ha llamado para pedirme que intervengamos cuanto antes en España. Los puertos españoles resultan ideales para nuestra flota, sobre todo para los submarinos de Doenitz, pero ahora están amenazados desde Portugal, a donde los ingleses están llevando bombarderos. Es cuestión de tiempo, además, que la flota inglesa use el puerto de Lisboa, uno de los mejores del sur de Europa.

—¿Podemos enviar ayuda a los españoles? —preguntó Schellenberg.

—Desde luego —repuso el mariscal—. La mayor parte de nuestro ejército está inactivo, hasta tal punto que estaba pensando ordenar la desmovilización de alguna de las quintas de mayor edad. No costará mucho mandar unas cuantas divisiones a España.

—Lo que no sé es si será prudente — repuso Von Papen.

—No te entiendo —dijo Schellenberg— ¿No estabas diciendo que es crítico ayudar a los españoles?

—Sí, pero no de esa manera. Si somos nosotros los que conseguimos la victoria el prestigio de Franco no saldrá bien librado.

—Por lo que dices Franco es un inútil ¿no sería mejor sustituirlo por alguno otro? —preguntó Von Manstein.

Por primera vez Schellenberg intervino

—Si tuviésemos una alternativa a Franco ni lo dudaría. Pero los españoles están divididos en un montón de facciones que sólo Franco mantiene unidas. Ese generalísimo de gobernar sabe poco pero de politiquería, mucho. Más adelante tal vez convenga buscarle un sustituto, pero por ahora creo que nos conviene mantener a Franco en su puesto.

—Entonces convendría que ganasen alguna batalla antes de nuestra intervención ¿No sería mejor mandar sólo armas? —preguntó Von Papen.

Von Manstein respondió con otra pregunta— ¿Eso no llevaría a que los ingleses enviasen más fuerzas? —vio que Schellenberg sonreía—. Ya te veo venir. Si enviamos armas a Franco y consigue ganar alguna batalla, los ingleses mandarán refuerzos a Portugal, y entonces…

—Nosotros los aniquilaremos —dijo el general Schellenberg.

Los tres se pusieron de acuerdo. Enviando armamento a España Alemania no sólo se mostraría como una aliada confiable, sino que sostendría el régimen de Franco y además provocaría a los ingleses para que enviasen sus ejércitos a donde Alemania podría destruirlos.

Von Manstein dijo, pensativo—. Miraré qué podemos mandarles, pero creo que podremos prescindir de nuestros tanques checos, los Panzer 38. Respecto a artillería, tenemos muchos cañones capturados que podíamos regalarle a Franco.

—Espero que no sea basura —dijo Von Papen—. Los españoles también se han quejado de la mala calidad de los aviones que les cedimos.

—No te preocupes por eso —le respondió el mariscal—. Tenemos artillería checoslovaca muy buena, tanto que estamos equipando a varias de nuestras divisiones con ella. Los españoles quedarán más que satisfechos.

—Si os parece bien, decidido —respondió Schellenberg.

—Un detalle más —siguió Von Papen—. El dictador portugués está refugiado en Madrid ¿Os parece que aceptemos a Portugal en la Unión Paneuropea? Podríamos tener un gobierno portugués en el exilio, igual que los ingleses tienen los de Holanda o Noruega. Hasta podríamos formar alguna legión portuguesa. Los ingleses están continuamente haciendo gala de sus gobiernos títere, repitiendo al mundo que los alemanes invadimos a nuestros vecinos y luego los presentamos como aliados cuando realmente son nuestras marionetas.

—¿No es eso precisamente lo que hacemos? —preguntó con sorna Schellenberg.

—Walter, será mejor que no hagas gala de ese humor tuyo en público —repuso Von Papen—. Aunque sean nuestras marionetas, y aunque todo el mundo lo sepa, no se puede decir en alto. Nuestros "aliados" tienen su orgullo que es mejor no ofender.

—Trátalos con toda la ceremonia que quieras, pero son nuestros vasallos. O nuestros satélites, o como quieras llamarlos.

—Claro, Walter. Pero nos vendría muy bien mostrar al mundo que los ingleses hacen lo mismo. Podríamos organizar una asamblea de la Unión para admitir a Portugal. Hasta podríamos organizar un ejército portugués libre. Eso nos daría un pretexto para controlar Portugal cuando echemos a los ingleses.

—No es mala idea. Habrá que ir a Madrid para hablar con Franco y con Salazar ¿Te parecería bien ir a ti? —le preguntó Von Papen a Von Manstein—. Te llevaste muy bien con los italianos. Los latinos se te dan bien.

Von Manstein aceptó el encargo. Iban a dejar la reunión por acabada, cuando Schellenberg les interrumpió.

—Si no os importa esperar un momento ¿Podríamos quedar para mañana o pasado? Os dije que tenía un candidato para Economía y Armamentos, y os lo quiero presentar.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Ene 14, 2015 12:38 pm

Por primera vez el nuevo ministro de Armamentos y Economía de Guerra, Albert Speer, se incorporó a las deliberaciones. Yo seguí actuando como secretario de Von Manstein, teniendo acceso a las deliberaciones del Gabinete de Guerra.

—Erich, Franz, ya me habíais oído hablar de Albert Speer —dijo Schellenberg presentando a su protegido—. No sé si lo conocíais de antes. Albert profesaba una admiración rayana en la idolatría a nuestro finado Führer, pero tras su inesperada muerte el doctor Todt lo relegó a una oficinucha. Yo lo rescaté para que hiciese algunas investigaciones para mí, y Albert cumplió con creces. Sus estudios sobre nuestra economía y la de nuestros enemigos han resultado muy esclarecedores. Tal vez demasiado, porque hubiese dormido más tranquilo sin conocer algunos hechos.

El ministro Von papen y el mariscal preguntaron lo que quería decir. Schellenberg le pidió a Speer que lo explicase.

—Ministro Von Papen, mariscal Von Manstein…

—Albert, estás entre amigos. A partir de ahora serán Franz y Eric. Cuéntales aquello de Estados Unidos.

—Como quiera, general… digo Walter. Hace pocos meses hice un estudio comparativo sobre nuestra capacidad industrial y la de nuestros enemigos, y las cifras son realmente preocupantes. Supongo que les sorprenderá…

—Albert, apéanos del tratamiento —repitió Schellenberg.

—Gracias. Como os decía —se notaba que para Speer significaba un esfuerzo la familiaridad—, supongo que os sorprenderá saber que mis estimaciones el año pasado Inglaterra fue capaz de fabricar tantos aviones como nosotros, y esperan fabricar este año más tanques que nosotros.

—De poco les vale fabricar más tanques si los pierden a puñados —dijo Von Papen.

Von Manstein intervino—. En parte tienes razón. Los ingleses no están siendo muy hábiles manejando sus blindados, y algunos de los modelos que están fabricando tienen defectos serios. Pero otros, como su tanque Valentine, son fantásticos. Cuando aprendan a usarlos, que antes o después aprenderán, serán una amenaza muy seria. Pero a mí lo que me extraña es que puedan fabricar tantas armas ¿no es nuestra industria más fuerte?

—En principio, sí —repuso Speer—. Lo que ocurre es que nuestra economía es menos eficiente que la británica. Seguimos actuando como en tiempos de paz ¡si los Gauleiters siguen construyéndose palacetes!

—No lo sabía, pero no te preocupes, que eso se acabará —dijo sombríamente Schellenberg.

—Es lamentable pero hay miembros del partido que deben creer que ellos solitos han ganado la guerra, y que tienen derecho al botín —dijo a su vez Von Papen. Yo voy a tener que hacer una limpieza en nuestros oficiales de enlace con nuestros aliados. Precisamente os quería consultar sobre un personajillo que cada vez me disgusta más ¿Ninguno de vosotros tenéis relación con Otto Abetz, verdad? Es nuestro embajador en París, y se está dedicando a coleccionar arte. Como imaginaréis, no lo compra, sino que lo roba. Se hace acompañar por soldados alemanes y se presenta en los museos para exigir lo que le gusta aduciendo que son reparaciones de guerra. También se dedica a extorsionar a los judíos. Quise destituirlo, pero Goering no me dejó.

Los presentes dijeron que no les unía ninguna relación personal con el embajador Abetz. Von Papen siguió.

—Si no os importa, un castigo ejemplar serviría para escarmentar a algunos de nuestro bando. Son desaprensivos que están haciéndonos tanto daño que parece que trabajen para Churchill.

—Creo que vamos a descubrir que el embajador Abetz era partidario de Kaltenbrunner—dijo el general Schellenberg—. Es una lástima cuantos partidarios de Himmler y Kaltenbrunner siguen apareciendo.

—¿Te encargas tú? Esas cosas se te dan muy bien —le soltó Von Papen a Schellenberg.

—No pienses que disfruto con eso —repuso el general—. Pero esos imbéciles nos deshonran, y por lo que dices Abetz es capaz de malponernos con los franceses, todo por arramblar con un par de cuadros de Manet. Ese imbécil verá a donde le lleva su avaricia. Por de pronto, le obligaré a que devuelva todo, y después ya veré si le dejo conservar la cabeza sobre los hombros. Pero no estamos dejando hablar a Albert. Sigue, por favor.

—Como os decía, un problema grave está siendo el despilfarro de nuestros escasos recursos. Para una economía de guerra hay dos cuestiones cruciales: las horas de trabajo y las materias primas. Son dos recursos escasos. Nos faltan trabajadores porque muchos de nuestros mejores operarios visten el uniforme. De recursos, tenemos que importar casi todo. Incluso el poco carbón que nos sobra lo tenemos que destinar a fabricar gasolina. Los ingleses no están mucho mejor, pero tienen acceso a medio mundo, mientras que nosotros solo podemos contar con lo que se extrae en el territorio que controlamos. Por lo menos esta vez el hambre no nos amenaza como en 1917. Podemos pasar sin artículos de lujo como el azúcar o el café, pero no podremos resistir sin petróleo, cobre o manganeso. Lo malo es que en nuestro territorio faltan muchos materiales estratégicos, y los tenemos que obtener de la Unión Soviética. Depender de la buena voluntad de Stalin supone un tremendo riesgo. No sé qué pensáis vosotros de Stalin, pero yo me fiaría más de una cobra que de él.

—¿Tenemos otras fuentes alternativas? —preguntó Von Papen.

—En algunos casos, no. Espero que pronto empecemos a recibir el petróleo de Libia y de Mosul, y de la Península Ibérica podemos obtener muchos minerales estratégicos, aunque lo malo es que las principales minas de wolframio están en Portugal y ahora las controlan los ingleses. Pero algunos minerales estratégicos como el níquel, el cromo o el manganeso, que necesitamos para fabricar aceros, dependemos casi por completo de las minas rusas. Rusia sigue siendo, además, nuestro principal suministrador de petróleo. Un problema añadido es que Stalin está exigiendo cada vez mayores pagos. Nosotros no producimos casi nada que le interese a los rusos. Los soviéticos se están negando a aceptar nuestros marcos, diciendo que están sobrevalorados y que no tienen respaldo. En parte les entiendo, porque la verdad es que durante los últimos años cada vez que se necesitaban fondos todo lo que hacía el Ministerio de Economía era imprimir unos cuantos miles de millones de marcos. Supongo que Stalin pensará que si quiere billetes, él mismo se los puede imprimir, y por eso nos está exigiendo que le paguemos en metales preciosos. Las reservas de oro del Reich han aumentado tras nuestras victorias de los últimos años, pero durante estos últimos meses han disminuido bastante.

—¿Para cuánto tiempo tenemos reservas de metales preciosos? —preguntó el general Schellenberg.

—En Economía lo sabrán mejor, pero yo calculo que al ritmo actual no durarán más de nueve o como mucho doce meses.

—¿Podemos pagar de otra forma?

—Claro que sí —respondió Speer—. Stalin nos está pidiendo continuamente que le vendamos armamento moderno. Si le cedemos parte de nuestra flota seguramente podríamos aguantar seis meses más. Pero supongo que eso está fuera de cuestión.

—Supones bien— respondió Von Manstein.

—Pues entonces solo podemos pagar a los rusos con oro.

—¿Y cuándo se acabe el oro? —preguntó Schellenberg.

—Entonces todo acabará. No podremos comprar ni mineral de hierro a los suecos ni petróleo a los rusos. La producción industrial se detendrá, nos quedaremos sin municiones ni gasolina, y perderemos la guerra.

En la sala se hizo el silencio, como si los miembros del gabinete hubiesen visto a la mano de Dios escribir su destino en la pared. Finalmente Von Manstein dijo.

—Entiendo que dependemos de los rusos, y que dentro de poco no podremos pagarles ¿Qué propones? Porque espero que no recomiendes la invasión de la Unión Soviética. Sería una locura.

—No, no desde luego que no. En el estado actual de nuestra economía atacar a los rusos sería suicida. Os he dicho que por ahora no tenemos otras fuentes de esos materiales estratégicos, pero en cuanto contemos con otras fuentes de petróleo nuestra situación económica se aliviará bastante. Desde luego, si conseguimos derrotar a los ingleses de una vez podremos comerciar con todo el mundo y el problema se resolverá. Mientras, teneos que saber que de la mayor parte de nuestros recursos tenemos cantidades limitadas, y tenemos que administrarlos sabiamente, como lo haría una familia que se hubiese quedado sin trabajo.

—¿Cómo propones hacerlo? —preguntó Schellenberg.

—Tenemos que ser muy avaros con nuestros medios, y eso se consigue administrando las prioridades y racionalizando la producción. El saber establecer prioridades tendría que ser lógico: estamos inmersos en una guerra a muerte, por lo que lo principal, lo único importante, debe ser la victoria. Eso sí que lo sabe nuestro enemigo Churchill, que ha movilizado a toda su nación: hasta las mujeres tienen que prestar servicio, no con las armas, pero sí en cometidos auxiliares y hasta en las fábricas. Cada mecanógrafa, cada obrera, permite que haya un soldado, un marino o un minero más. Según tus servicios de Inteligencia —dijo Speer mirando a Schellenberg—, Inglaterra está sometida a un racionamiento severísimo. La gente ya no encuentra piezas de repuesto, resulta casi imposible conseguir gasolina para uso particular, y ni siquiera se encuentran con facilidad ropas de abrigo. Los ricos y aristócratas no solo han tenido que renunciar a su servicio, que ahora trabaja en las fábricas, sino que ellos mismos han tenido que hacer lo mismo, trabajando hombro con hombro junto a sus antiguos criados. Toda Inglaterra se está esforzando para ganar la guerra. Es justo lo contrario a lo que está pasando en nuestra patria, donde cientos de miles de alemanes y alemanas sanos siguen limpiando las casas de los ricos. La burocracia absorbe un ejército de oficinistas que se pasan papeles de unos a otros, con la intención disimulada de parecer necesarios y así evitar incorporarse al ejército. Los diferentes departamentos no es que se coordinen sino que rivalizan unos con otros, peleándose por los trabajadores o por las materias primas, y de esta rivalidad solo resulta el desconcierto y la ineficiencia. En medio de esta confusión reina la corrupción, en la que las ratas, por desgracia muchas de ellas vertidas con el uniforme del partido, medran consiguiendo enriquecerse.

—Eso que dices ¿son opiniones o tienes pruebas? —preguntó Schellenberg.

—No hablo por hablar. He hecho una investigación sobre lo que cuesta fabricar un tanque, comparando nuestras fábricas con las de Estados Unidos, donde aun se puede acceder a los registros públicos. En Alemania para producir mil toneladas de tanques se necesita un 50% más de horas de trabajo y un 20% más de materiales estratégicos, como pueden ser el cobre o el manganeso, que en Estados Unidos. Los destructores que están construyéndose en nuestros astilleros requieren más del doble de horas de trabajo que los barcos similares norteamericanos y además, si mis informes son correctos, nuestros barcos resultan bastante peores.

—O sea, que tienes mucho donde intervenir —dijo Schellenberg.

—Desde luego. En primer lugar quiero establecer prioridades. Me gustaría hacer un estudio a fondo sobre lo que se produce en nuestras fábricas y en las de nuestros socios europeos. La fabricación de todo lo que no sea estrictamente indispensable para el esfuerzo de guerra debe cesar, y centrarnos solo en lo imprescindible. Por ejemplo, podemos seguir viviendo sin relojes de pulsera nuevos, y en esos talleres pueden dedicarse a fabricar espoletas para la artillería.

—Entiendo lo de la priorización —dijo Von Manstein— pero me gustaría saber cómo pretendes racionalizar nuestra industria.

—De varias formas. En primer lugar, creo que sería conveniente unificar en lo posible los tipos de armas que se fabrican. Voy a ponerte un ejemplo: ya sabes que el ejército utiliza más de cien modelos diferentes de camiones, y si contamos los de nuestros aliados, la cifra se duplica. Eso tiene muchos inconvenientes. Por de pronto, es mucho más barato fabricar diez mil camiones de un único tipo que de cuatro diferentes, por cuestiones de economía de escala. Además al tener todos esos modelos diferentes de camiones, proveerlos de piezas de repuesto supone un esfuerzo ímprobo, y aun así muchos de nuestros camiones no pueden ser reparados a la espera de alguna pieza rara. Tenemos fábricas dedicadas a fabricar pequeñas series de repuestos, casi a demanda, y eso es tremendamente ineficiente en materiales, en espacio fabril y sobre todo en horas de trabajo. Sé que me repito, pero resultaría mucho mejor fabricar unos pocos modelos en grandes series. Lo ideal sería limitarse a solo diez o veinte modelos, introduciendo los menores cambios posibles durante la producción, y que cada fábrica se especialice: podríamos tener a la Renault francesa construyendo camiones ligeros, a Opel fabricando los pesados, a Fiat produciendo coches todo terreno, etcétera.

Von Papen intervino—. Es decir, pretendes controlar no solo nuestra economía sino la de nuestros aliados. No será tan fácil.

—¿Por qué no? Todos los problemas que os he relatado de la industria alemana se multiplican en el caso de nuestros aliados. Por ejemplo, los españoles están construyendo aviones de combate, pero como su tecnología es rudimentaria, lo que fabrican son biplanos anticuados ¿no sería mejor que esos obreros se dediquen a algo que puedan hacer bien? Imagina que en esa factoría española se dedica a construir aviones ligeros para toda Europa. Al especializarse, podría fabricar aviones de muy buena calidad. De la misma forma, podríamos intentar, por ejemplo, que la francesa Renault fabrique camiones ligeros para toda Europa. Renault conseguiría buenos beneficios y los trabajadores, buenos salarios, lo que supongo que sería muy bueno para normalizar nuestras relaciones con nuestro querido enemigo.

Von Papen asintió—. Desde luego que ayudaría. Pero ¿qué pasará si en una fábrica se empeñan en hacerlo mal?

—Pues se les deja de hacer pedidos —repuso Speer—. Entonces la factoría tiene que cerrar, y sus instalaciones pueden ser confiscadas y entregadas a otra empresa más eficiente.

—El palo y la zanahoria —repuso Von Papen—. No es muy original ¿Crees que podremos conseguir que Francia olvide sus agravios? Porque Francia e Italia son nuestros principales socios industriales. Italia sigue siendo una buena aliada, pero en el caso francés me parece que no hay buena voluntad.

—Eso tendrá que ser tarea tuya. Supongo que se podría llegar a un acuerdo con ellos que incluya Bélgica, Alsacia y Lorena.

—Walter —rio Von Papen—, este amigo tuyo ha adquirido tus malas costumbres y se debe dedicar a espiarme. Precisamente estoy negociando una propuesta de ese tipo con los franceses.

—Perfecto —siguió Speer—, porque cuanto antes podamos organizar la producción, mejor. Pero esa no será la única medida. Hay que revisar la producción de artículos esenciales y abaratarlos: si revisáis nuestras armas —sacó Speer una pistola y la puso sobre la mesa— veréis que están muy bien hechas. Esta pistola tiene un pavonado muy atractivo, que combina con el cromado del interior del cañón y la madera de las cachas. Comparadla con esta otra —puso un tosco revólver sobre la mesa—. Esto es un revólver Enfield inglés. Mirad el tosco acabado del metal y la mala calidad de la madera. Si la desmontáis veréis que no tiene piezas torneadas, sino solo estampadas, y además con un acabado bastante malo. Cualquier aficionado a las armas se cortaría una mano antes de tenerla en su colección. Pero este revólver dispara tan bien como nuestras pistolas Walther, y cuesta la mitad. No propongo que adoptemos esta arma tan tosca —dijo apartando el revólver—, pero nuestras pistolas funcionarán igual de bien sin pavonado ni cromado. Aunque no sean tan bonitas.

—Para un soldado también es importante la apariencia —contestó Von Manstein— ¿No fue Napoleón el que dijo que si se les daba a los soldados unas cintas de colores lucharían hasta la muerte?

—No recuerdo la frase, pero Napoleón se refería a las condecoraciones y a los uniformes vistosos. Creo que en ese aspecto podemos transigir un poco. También creo que habrá que seguir produciendo una pequeña cantidad de bienes de lujo, para que los trabajadores puedan gastar su dinero en algo. Lo que he dicho era solo un ejemplo.

—Entiendo el ejemplo, y yo puedo pasar con una pistola más tosca si dispara bien —concedió Von Manstein.

—Gracias, mariscal. Me alegra que me entiendas. Por otra parte quiero revisar de cerca el sistema de contratos. Hasta ahora nuestros fabricantes no tienen especial estímulo para abaratar su producción. Al contrario, cuanto más caro sea lo que fabrican, más beneficios obtienen. No es que me importe mucho que pidan un millón o dos millones de marcos, porque siempre podremos imprimirlos —los presentes en la sala sonrieron—. El problema es que ese artículo caro requiere más horas de trabajo de obreros más especializados, y más materiales estratégicos. Cuando el Ministerio se cansa del sistema y les obliga a bajar los precios nuestros industriales no mejoran sus sistemas de producción, sino que cargan ese coste en otra partida. Si tienen que aumentar su capacidad de producción, en lugar de reformar sus factorías simplemente alquilan las de otras empresas. Quiero acabar con todo eso. Quiero establecer un sistema de control estricto, que pueda premiar y castigar. Quiero que las industrias más eficientes reciban más beneficios, y las menos, que sean incautadas. También quiero que nuestros departamentos dejen de interferir con la fabricación, ordenando continuos cambios de última hora. Quiero que ganemos la guerra.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Mié Ene 14, 2015 11:38 pm

A ver si es verdad y Speer pone un poco de orden en la industria y la economía alemanas, que parecen el dormitorio de un pavo.

Gracias por la continuación, Domper.

Saludos.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Jue Ene 15, 2015 12:59 am

Fina lo que se dice fina no es que anduviese. Claro que en este escenario, con menos presión y con petróleo (esperemos) la situación no es tan acuciante. pero pensando lo que ocurrió en la realidad, con todas esas fábricas de aviación francesas que lo más que sabían hacer era unas pocas avionetas y algún Junkers...

Saludos

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Jue Ene 15, 2015 1:45 am

Esperemos que con menos sabotajes. :mrgreen:

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Jue Ene 15, 2015 3:26 pm

Gracias a Ramcke por su ayuda.

De sabotajes, una forma de luchar contra ellos es seguir una estrategia mercantil. Tu fábrica me suministra veinte aviones, pero dan muchos problemas, por un control de calidad deficiente (intencionada o por simple desidia): perfecto, te los devuelvo con un lacito de adorno y no te pago (para eso se inventó lo del pago a noventa días). Si la fábrica no recibe los pagos, y además tiene que abonar a los proveedores, tiene que cerrar y vender sus instalaciones, tal vez a un grupo más eficiente.

Es decir, que el señor Louis Renault reúne a sus directivos y les dice que en Alemania están muy disgustados por los neumáticos con agujeros que están poniendo en sus camiones. Si el director de departamento es muy patriota, perfecto, pero su departamento se va a la porra y él mismo, a la calle. De lo contrario, pasa la patata caliente a los jefes de sección, y así sucesivamente. Además para control de sabotajes está la trazabilidad: ha fallado el cojinete del palier del camión modelo AHS número de bastidor 34572, que estaba a cargo del taller...

La única dificultad es que el sistema solo se sostiene si todo el mundo tiene beneficios, desde el director (lo que no sería ningún problema con Monsieur Renault) hasta el último obrero: deben pagarse salarios razonables. Además esos salarios tiene que servir para comprar cosas: Alemania no se puede dedicar a saquear económicamente a Francia. Tampoco debe humillarla. De paso, suele ser bueno que los trabajadores sepan que al menos parte de sus productos van a ir destinados al ejército francés.

En cualquier caso, la firma de un tratado de paz definitivo entre Francia y el Reich empieza a hacerse urgente.

Saludos

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Jue Ene 15, 2015 3:45 pm

Yo creía que el clima de Madrid sería parecido al del sur de Italia: había oído hablar tanto de la soleada España… Suponía que el verano sería caluroso, pero clima del otoño se parecería al de la Costa Azul. Sin embargo cuando desembarqué del Condor del mariscal Von Manstein y sentí el viento, sufrí un escalofrío. El oficial de enlace español, el comandante Roca de Togores, que hablaba el alemán bastante bien, me lo explicó.

—Mayor, estamos en el aeródromo de Cuatro Vientos y ya ve por qué lo llamamos así. Usted no tiene que confundir Madrid con Andalucía. Aquí solo hace calor en verano, el resto del año disfrutamos de este aire tan fino que viene de la sierra.

El recorrido desde Cuatro Vientos a Madrid fue deprimente. La ciudad estaba llena de escombros. Roca me decía que durante casi toda la Guerra Civil el frente había estado en Madrid y la capital había sufrido mucho. Era posible, pero me parecía que en dos años habrían podido quitar los escombros de las calles. El aspecto de la gente era triste. Todos estaban muy delgados, vestían ropas raídas, y nos miraban de reojo. Al final nos dejaron en el Hotel Ritz, un hotel moderno pero que no tenía nada que ver con su homónimo parisino: aun se notaban los efectos del paso de los milicianos, y la restauración iba a un ritmo… dejémoslo en que iba a ritmo tranquilo. Por lo menos nuestras habitaciones tenían calefacción y baños decentes. No era poco pedir, porque por lo que vi en los días siguientes los palacios españoles eran caserones suntuosos pero desangelados en los que no había calefacción. No sabía si era porque los españoles estaban habituados a ese aire fino y no notaban el frío, o se debía a que preferían la magnificencia a la comodidad. En Berlín esa cuestión no ofrecía dudas, y todas las salas de los palacios tenían calefacción. Aunque hubiese que prescindir de algún cortinón de brocado.

Al día siguiente ofrecieron al mariscal una recepción de campanillas, que incluyó una visita guiada por Madrid, aunque no pudimos visitar el Museo del Prado: Roca de Togores me dijo que lo estaban reformando. Sin embargo pude ver alguna camioneta en la que se cargaban grandes cajas, y supuse que lo que lo que realmente estaban haciendo era evacuar los valiosos cuadros. Luego el ministro Moscardó nos ofreció una comida en el Palacio de Buenavista, sede del Ministerio del Ejército, y por la tarde una corrida de toros. No me gustó mucho el espectáculo, y tampoco entendía que habiendo hambre se dedicasen a montar espectáculos con animales. El comandante Roca me dijo que luego la carne se distribuía en los comedores sociales, pero aun así.

Esa noche hubo un espectáculo diferente. A media noche sonaron las alarmas y un conserje llamó a nuestra puerta y nos pidió que lo acompañásemos al refugio antiaéreo de los sótanos del hotel. No mucho después oímos motores de aviones y explosiones cercanas. Media noche estuvieron tirando bombas los ingleses, y creo que en Madrid nadie pegó un ojo.

A la mañana siguiente el mariscal pidió poder ver los daños que había sufrido la ciudad. El comandante Roca se negaba, pero el mariscal insistió, con un argumento contra el que cabía poca respuesta: si no podía ver qué efectos tenían los bombardeos no podría saber qué ayudas iba a necesitar España. El comandante tuvo que hacer varias llamadas hasta obtener autorización, y fuimos a la zona más afectada. Aunque habían caído bombas por todas partes, el bombardeo había sido más intenso en los barrios populares del sur de la capital, donde había grandes instalaciones ferroviarias. Recorrimos las calles, viendo los edificios en ruinas o en llamas, mientras los vecinos intentaban rescatar sus míseros enseres. Me afectó mucho ver a una mujerica vestida de negro, sollozando ante unos bultos informes tapados con mantas. La gente rehuía la mirada al vernos hasta que un hombre mayor, al reconocer nuestros uniformes, se encaró con nosotros. En seguida se adelantaron dos de nuestros escoltas, lo aferraron y se lo llevaron, mientras la multitud murmuraba desaprobadoramente. Vi como el comandante Roca acercaba la mano a su pistolera y me temí lo peor, pero entonces llegó una patrulla de guardias civiles, unos policías con uniforme verde y curiosos sombreros, y la multitud se dispersó.

Entendí que no solo los españoles estaban sufriendo mucho, sino que odiaban verse de nuevo envueltos en una guerra. Si los madrileños, que estaban férreamente controlados, se atrevían a enfrentarse con nosotros, la situación en otras ciudades sería mucho peor. El régimen de Franco corría peligro.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Jue Ene 15, 2015 4:18 pm

Va la historia muy bien, Domper.

Eso sí, por favor, cuidado con la calle Fuente del Berro, que vive mi familia ahí. :mrgreen:
Que caigan las bombas por otros sitios.

Saludos.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Dom Ene 18, 2015 9:40 pm

— Excelencia, ha llegado el mariscal Peirse.

— Haga que pase.

— Excelencia ¿deseaba verme?

— Pase, Richard. He estado revisando los planes para el bombardeo de Madrid y creo que son casi perfectos. Tan solo sugeriría un pequeño cambio. Ha indicado como el punto central del bombardeo el Palacio de Buenavista.

— Es la sede de su Estado Mayor.

— Ya, pero no se ha fijado en que está al lado de la Casa de las Siete Chimeneas, que fue la sede de la embajada de Su Graciosa Majestad en otro tiempo, y donde queremos instalar al Virrey que gobernará la Península. Es probable que la casa sea alcanzada por las bombas, lo que la hará incómoda para su futuro uso. Creo que sería conveniente desplazar el centro del bombardeo más al Este, más allá del Parque del Retiro. En esos barrios populosos nuestras bombas causarán más efecto. He estado revisando el plano y aquí hay una calleja... espere que me ponga las gafas... pone "Calle de Fuente del Perro", o del Berro, o algo así. Con ese nombre sería el objetivo ideal.

— Lo que usted desee, Premier.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Dom Ene 18, 2015 9:54 pm

No hay derecho :cry: :cry: :cry:

Esperemos que fallen el bombardeo :mrgreen:

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Dom Ene 18, 2015 10:07 pm

Tú fíate del Bomber Command y échate a dormir. :mrgreen:

Saludos.

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Lun Ene 19, 2015 1:02 am

Muy curioso. Ya nos dan por conquistados. ¿Y a Churchill le gusta la historia de las Guerras Napoleónicas? :mrgreen:

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Lun Ene 19, 2015 2:39 am

Jajajajaja. ¿A eso como se le llama? HAVR ¿Historias Alternativas con Venganza Recochinera?? :D :D :D

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Lun Ene 19, 2015 1:39 pm

Suponía que sería Franco quien nos recibiese, pero no fue así, sino que envió en su lugar al general Moscardó, uno de sus hombres de confianza. Moscardó era el héroe del Alcázar de Toledo, una especie de castillo donde había resistido contra los milicianos rojos durante varios meses. Luego había mandado un cuerpo de ejército durante la guerra pero, por la expresión del mariscal Von Manstein, al que ya conocía bastante bien, vi que no respetaba mucho sus cualidades militares.

Héroe o no, el que fuese Moscardó el que nos atendiese y no Franco era un desprecio, y así se lo dije al mariscal, pero Von Manstein me dijo que el Generalísimo pensaba que era Jefe de Estado por designación divina, y que solo se consideraba igual a otros jefes de estado. Yo le dije que tendríamos que haber traído a Von Brauchitsch, que sabría apreciar el carisma y el aire fino de la sierra. El mariscal se puso a reír a carcajadas, y apenas podía contenerse cuando llegamos al palacio de Buenavista.

Era mejor que el mariscal estuviese con ánimo festivo, porque el general Moscardó nos presentó una lista de necesidades capaz de matar a un caballo. Pidió nada menos que mil tanques, dos mil cañones y mil aviones, la mitad, bombarderos. Para defender las costas de España, a tenor de lo que nos pedía, se necesitaba media Kriegsmarine. Todo regalado, desde luego, porque Moscardó no olvidó decir que España no tenía ni un marco. Von Manstein le dijo que esas peticiones eran exageradas y que, aunque Alemania tuviese ese armamento y pudiese cederlo, los españoles no sabrían manejarlo, ya que la dotación de un tanque no se improvisa de un día para otro. En eso Moscardó dio la razón al mariscal, y tuvo el descaro de pedir que mandásemos un ejército panzer completo, que quedaría subordinado al mando español.

Von Manstein no se enfureció, sino que permaneció serio, en silencio, aunque yo que ya lo conocía bien vi que apenas podía contener las carcajadas. Mejor fue que Von Manstein tuviese tanto autocontrol, porque a saber que hubiese hecho el español si nos hubiésemos echado a reír en su cara. Finalmente le dijo con buenas palabras que nanay, que Alemania podría mandar un cuerpo de ejército panzer, pero que ni por asomo quedaría bajo el mando de españoles. Para suavizar el argumento adujo que los generales españoles no estaban familiarizados con la dirección de formaciones acorazadas. Al contrario, propuso un acuerdo parecido al habíamos llegado con los italianos en Libia: sobre el papel podría estar al mando un general español, pero que la dirección de las operaciones, al menos las de las fuerzas alemanas, estaría a cargo de un general alemán. Si los españoles no lo aceptaban Alemania no enviaría fuerzas. También dijo que el Reich suministraría equipo más moderno a los españoles, pero Moscardó tenía que entender que las fábricas no daban abasto ni para proveer a las fuerzas armadas alemanas, y habría que estudiar detenidamente lo que se podría ceder.

El mensaje quedó claro: si los españoles estaban dispuestos a subordinar la dirección de las operaciones a un general alemán, lo que quisiesen. Si preferían seguir por su cuenta solo recibirían quincalla. Mucho mejor que la colección de trastos oxidados que los españoles llamaban armamento, pero que seguiría siendo quincalla.

El general Moscardó rechazó nuestra oferta, y el mariscal estuvo a punto de mandarlo al cuerno. Yo sabía lo que significaría: el Reich necesitaba demasiado la posición estratégica española como para dejar que los ingleses se estableciesen, pero Franco era prescindible. Se podía dejar que cayese para sustituirlo por otro espadón más dócil. Pero Von Papen ya nos había indicado que tampoco había demasiadas alternativas al carismático generalísimo. El mariscal no sabía cómo salir del impasse, cuando los ingleses nos hicieron un favor: volvieron a sonar las alarmas aéreas.

Moscardó nos instó a que fuésemos al refugio, pero el mariscal prefirió salir al exterior a ver qué ocurría. Desde el jardín del palacio pudimos ver como un grupo de bombarderos ingleses sobrevolaba Madrid con impunidad, mientras unos cuantos biplanos intentaban darles alcance. Pero es difícil alcanzar a un avión que es más rápido y vuela más alto que el tuyo. Los bombarderos ingleses ignoraron a los anticuados cazas españoles, lanzaron sus bombas y escaparon sin ser molestados. Luego nos dijeron luego que las bombas habían caído sobre una estación de trenes, la del Norte.

Cuando volvimos a la sala de reuniones el mariscal le preguntó a Moscardó donde estaban los Messerschmitt que España había recibido de Alemania, sin que el general español nos diese una respuesta concreta. Nosotros sabíamos que habían mandado la mayoría de sus aviones modernos al Sáhara, preparando una quimérica operación de reconquista de las Canarias. Von Manstein fue claro: aunque respetaba a algunos generales españoles, otros no sabrían hacer ni la ‘O’ con un canuto. A esos generales no se atrevería ni a darles una pistola, mucho menos un tanque, y si esperaban que Alemania pusiese sus valiosísimas divisiones panzer bajo su mando iban dados. Que estaba muy bien que Franco se hiciese el digno, pero que sin la ayuda alemana su régimen no duraría ni un mes.

O mucho me equivoco o fue ahora Moscardó el que quiso mandarnos al cuerno, pero no se atrevió. Intentó mantener el tipo y siguió muy serio, argumentando que antes de tomar cualquier decisión de este tipo tendría que efectuar consultas. Esa misma tarde, tras una comida en la que nos dieron un guiso pesadote que llaman “cocido”, el general español entró con las orejas bajas. Seguía manteniendo su postura digna, pero con muchos circunloquios nos explicó que para Franco era cuestión de prestigio que fuesen los españoles los que venciesen a los ingleses, pero que el Ejército Español, a pesar de todo lo glorioso y valiente que era, no podría hacerlo solo, y necesitaba ayuda alemana urgentemente. Von Manstein a su vez presentó una propuesta más admisible para los españoles: a nosotros tampoco nos convenía que los ingleses consiguiesen hundir el régimen franquista. No costó demasiado llegar a un acuerdo: Alemania enviaría un ejército bajo el mando de un general alemán, que sería autónomo, pero a cambio el Reich equiparía al ejército español para que también pudiese participar en la ofensiva. Como medida de emergencia se enviaría a España una flota aérea que defendiese sus ciudades.
Última edición por Domper el Mar Ene 20, 2015 1:24 am, editado 1 vez en total

Re: La pugna. Continuación de "El visitante"

Lun Ene 19, 2015 10:14 pm

Desde luego que poner a Moscardó como interlocutor de von Manstein es una de las mejores ideas que se le podían ocurrir al Invicto. Es lo que tienen las sobredosis de carisma...

Vale que Yagüe, germanófilo convencido, estaba condenado al ostracismo, pero Varela si estaba disponible y habría sido un interlocutor mucho más válido. Otra cosa es que a Paco le interesara alguien bien mandado en lugar de alguien con cierto nivel en cuestiones militares, además de hacer un "menudo soy yo" a sus aliados alemanes.

En cualquier caso, de sainete la conferencia Moscardó-Manstein. :mrgreen:

Saludos.
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