El Ingeniero de vuelo.
Por Saburo Sakai
La última semana de mayo de 1942, el ala de Lae llevó a cabo una serie de operaciones de caza con la intención de disminuir al mínimo la presencia de cazas enemigos en el área de Port Moresby. En consecuencia, luego de tres días de cruentos combates aéreos, habíamos logrado infligir graves pérdidas al enemigo. En vista de ello, Moresby aparentaba preparado para recibir un golpe decisivo. El primero de junio, dieciocho bombarderos, escoltados por trece cazas de Lae y otros once provenientes de Rabaul, se propusieron realizar el ataque final a este vital bastión del enemigo.
Considerábamos imposible que los aliados pudieran presentar una vigorosa oposición en el aire luego de los combates previos. Sin embargo, nuestras estimaciones fueron erróneas. Veinte cazas arremetieron contra nuestra gran formación, y una vez más, se inició una batalla entre cazas en la que siete cazas enemigos fueron derribados, uno de ellos por mí. Pero el enemigo logró su propósito, dispersando a nuestros bombarderos y anulando la precisión de su ataque.
Mientras regresábamos a Lae, uno de nuestros bombarderos se desprendió de la formación y comenzó a desplazarse erráticamente en el aire. Volé hacia él junto a cinco cazas más para cubrir su vuelo y entonces aprecié el estado calamitoso en el que se hallaba. Con sus alas y fuselaje acribillados por impactos de ametralladora y de cañón, la apariencia de la nave era la de un colador. Me aproximé aún más, hasta situarme encima de la trompa, y eché un vistazo dentro de la cabina. A pesar de la distancia, pude ver la sangre esparcida sobre los asientos y el panel de control.
Tripulación japonesa en la cabina de un bombardero “Betty” (John White)
Piloto y copiloto yacían en el piso de la cabina, en sendos charcos de sangre. Era un milagro que el avión continuara su vuelo. El ingeniero de Vuelo forcejeaba con los controles, poco familiares para él. No había rastros de los otros cuatro tripulantes. Dos de las torretas de ametralladoras estaban destrozadas, y los hombres que las servían habrían muerto, o se encontraban heridos. Sólo el ingeniero de vuelo, luchando por mantener la aeronave en vuelo, parecía haber salido ileso del combate.
De una forma u otra, logró continuar en vuelo, balanceándose y serpenteando en el aire hasta llegar a la base aérea de Lae. Estaba haciendo un trabajo brillante, aparentemente, repitiendo de memoria los movimientos que había visto hacer al piloto y copiloto. Una tarea bastante difícil para cualquier hombre sin experiencia a los mandos de una aeronave... Pero hacerlo con un bombardero casi destruido... ¡Esto era prácticamente imposible!
Una vez que alcanzamos Lae, el ingeniero se encontró sin saber qué hacer a continuación. Había logrado mantener el avión en vuelo, pero aterrizarlo, con las dificultades que implicaba el largo descenso y la disminución de velocidad, era un asunto completamente diferente.
La averiada máquina inició una serie vueltas sobre el campo de vuelo, girando una y otra vez, mientras el ingeniero estudiaba la angosta pista que se extendía debajo. No había manera de ayudar al desgraciado hombre dentro de aquella cabina. Nos acercamos para intentar conducirlo en el camino hacia abajo, pero cada vez que sus ojos se apartaban de los controles el bombardero se inclinaba peligrosamente. Gradualmente, fue disminuyendo la velocidad y comenzó el descenso. No tenía sentido continuar en el aire hasta que se acabara el combustible. El bombardero sobrevoló el mar, se deslizó pavorosamente al virar, y luego se aproximó a la pista. Contuve la respiración. No iba a poder lograrlo. Con la velocidad al mínimo, el avión comenzó a sacudirse en el aire. Sus motores pronto se detendrían: se estrellaría en cualquier momento.
Entonces ocurrió el milagro. El piloto se puso de pie. Su rostro estaba blanco y salpicado de sangre. Se apoyó pesadamente en los hombros del ingeniero. En aquellos segundos vitales del descenso el piloto empujó los controles y recobró velocidad. Tocó tierra con las ruedas retraídas y los flaps hacia arriba. Una nube de polvo inundó la atmósfera mientras el avión se deslizaba descontroladamente sobre la pista. En su marcha, embistió dos cazas aparcados reduciéndolos a chatarra. Luego, el bombardero continuó, tembloroso, hasta que se detuvo y se partió en dos.
Aterrizamos inmediatamente después, y nos acercamos rodando lentamente hacia el avión, el que milagrosamente no se incendió. El piloto, que esforzadamente se había puesto de pie apenas un mutuo atrás, yacía inconsciente. El copiloto estaba muerto. Y el ingeniero que había volado la aeronave hasta la base estaba tan gravemente herido en las piernas, que tuvo ser bajado desde la cabina. Los dos tripulantes encargados del bombardeo habían recibido varios disparos. Los huesos del brazo de uno de ellos asomaban através de la piel destrozada, y ambos Hombres estaban empapados en su propia sangre. Los dos artilleros estaban semiconscientes, gravemente heridos y bañados en sangre, y pendían de las ametralladoras aún sujetos con sus trabas metálicas.
Por primera vez veíamos de cerca el poder de destrucción de las armas con que atacaba un caza. La muerte en el aire nunca se había presentado tan abiertamente; aún aquellos hombres que morían en los aviones que caían envueltos en llamas parecían remotos y distantes. Un hombre regresaba a casa o nó, pero esta vez vimos qué era lo que realmente sucedía con ellos...
Fuentes:
-“Imperial Japonese Naval Aviator 1937-45” de Osamu Tagaya
-“Samurai” de Saburo Sakai
http://www.pacificwrecks.com
Saludos