Casi desde los primeros tiempos de la participación norteamericana en la guerra aérea contra Alemania -año 1943- el Alto Mando de las Fuerzas Aéreas norteamericanas se mostró vivamente interesado por la idea del "bombardeo lanzadera", o sea de los ataques contra objetivos alemanes, por aviones que partiendo de las bases británicas pudieran proseguir su viaje hacia el este para refugiarse en aeródromos rusos. Desde allí, una vez convenientemente repostados y abastecidos de munición -y con las tripulaciones descansadas- podrían emprender el regreso a Inglaterra atacando de paso otros objetivos enemigos.
La razón principal de esta nueva idea aeroestratégica radicaba en el hecho de que, por aquel entonces, los alemanes habían empezado a trasladar masivamente gran parte de su industria bélica a sus territorios orientales, para así sustraerla de la creciente amenaza aérea occidental, muy particularmente la ejercida por el Bomber Command británico. Consecuentemente, los nuevos objetivos quedaban casi al limite del radio de acción de los aviones angloaméricanos, lo que suponía un penosísimo y azaroso viaje de regreso en el transcurso del cual sufrían pérdidas muy considerables.
Realmente el proyecto presentaba enormes ventajas: notoria ampliación de la autonomía de los aviones; posibilidad de atacar cualquier objetivo enemigo; perfecta puesta a punto de personal y aparatos, ganancia de tiempo y elasticidad en la acción; obtención de la sorpresa y dispersión de la defensa airea enemiga. Desde el punto de vista norteamericano, otros dos importantes aspectos de la cuestión eran el deseo de demostrar a los rusos, vistas las continuas peticiones de éstos, la decidida voluntad de los Estados Unidos de combatir a fondo contra Alemania y él ansia de poner de manifiesto la capacidad de las Fuerzas Aéreas estadounidenses, asunto que, en lo relativo al bombardeo' estratégico, estaba siendo puesto en duda veladamente por la RAF británica y claramente por los soviéticos.
En octubre de 1943, el general Arnold, jefe supremo de las Fuerzas Aéreas de los EEUU, incluyó la Operación Frantic en sus directrices y, obtenida sin discusión la aquiescencia británica, dictó las órdenes convenientes -ya que se necesitaban bases aéreas rusas- para que el caso fuera resuelto ante ,las autoridades soviéticas por el general Deane, jefe de la misión militar norteamericana establecida en Moscú. Pronto se pudo comprobar que una cosa eran las necesidades militares y otra m ;distinta el pleno entrenamiento -a pesar de ser al dos y de luchar contra enemigo común- entre estados mayores de URSS y los EEUU. En efecto, la demanda norteamericana no sólo no s citó entusiasmo alguno los soviéticos hacia la Operación Frantic, sino que rápidamente se puso de manifiesto que el clima ruso era nada propicio respecto las pretensiones estadounidenses. En cuanto Deane expuso su petición ante el mando soviético, éste declinó todo tipo de respuesta, declarando que la decisión correspondía a autoridades superiores. Deane no se rindió y apeló a círculos superiores; pero, de un modo u otro, las evasivas soviéticas continuaron, incluso tras la manifestación de W. Molotov, ministro de Relaciones Exteriores, de que "en principio, la URSS, aprobaba el proyecto".
Prosiguieron tenazmente las peticiones norteamericanas y así, en el transcurso de la Conferencia de Teherán (diciembre de 1943) el embajador americano en la URSS Averell Harriman, recibió seguridades de "vía libre" al proyecto del propio Stalin. Sin embargo, ni siquiera con esta altísima aprobación, cuajó nada en concreto. De esta forma pasaron los meses de diciembre de 1943 y de enero de 1944. Finalmente -cuando .ya casi no esperaba nada- Harriman, tras una larga entrevista con el máximo dirigente soviético, el día 2 de febrero de 1944 consiguió la confirmación definitiva tanto para la "Operación Frantic", como para, dentro de la misma, la utilización de seis aeródromos soviéticos capaces para recibir a unos 200 bombarderos pesados norteamericanos, con su correspondiente escolta de caza.
Incluso, parece ser, que Stalin -y esto quizás constituya una curiosa novedad para los lectores interesados en estas cuestiones- declaró al embajador americano que, en su día, tampoco pondría obstáculos para la cesión a la USAAF, de bases en Siberia, con objeto de que ésta desarrollara su ofensiva aeroestratégica contra Japón. A este respecto, señalemos que este extremo está indicado en una comunicación de Deane a Arnold de fecha 2 de febrero de 1944 y en un posterior mensaje del propio Deane al general Marshall, jefe supremo de las Fuerzas Armadas norteamericanas, de fecha 2 de mayo de 1944. Para ser totalmente imparciales, digamos, no obstante, que las fuentes soviéticas nunca han confirmado nada en este sentido. Las bases siberianas para uso norteamericano jamás llegaron' a emplearse y sólo hasta el tardío día 8 de agosto de 1945 -siete días antes de la capitulación nipona la URSS, entró en guerra contra Japón.