Uno de esos soldados reacios a regresar a la vida civil fue el cabo Adolf Hitler. Para él, que había llevado una vida desarraigada llena de privaciones derivadas de su rechazo a una sociedad que sentía lo marginaba en su empeño artístico, que a su vez, con su excentricidad, le provocaba una negación a llevar una vida estable, y que había encontrado en la camaradería de la trinchera su única relación afectiva digna de mención, el retorno a esa sociedad hostil debía suponer un muro infranqueable habiendo sobrepasado la treintena, sin ningún oficio en el que poder involucrarse frente a la paga militar. Por ello, pese a la revolución soviética bávara, él no abandonó la milicia y tuvo que estar a las órdenes de la extrema izquierda. Su posterior promoción al Comando de Propaganda destinado al adoctrinamiento de los soldados de la mano del capitán Karl Mayr, un cazador de talentos del ejército, hace sospechar de su papel como informador durante la experiencia revolucionaria. Fue el mismo Karl Mayr quien encargó a Hitler la respuesta a una pregunta acerca del antisemitismo de un alumno de los cursos que este impartía. Hitler respondió que se debía convertir el prejuicio antisemita en una propuesta política basada en el carácter racial del judaísmo, en lugar del religioso -los judíos son incuestionablemente una raza no una comunidad religiosa-, en su anacionalismo -el judío mismo nunca se describe como un judío alemán, o un judío polaco o un judío americano. Los judíos nunca han adoptado más que el lenguaje de la nación extranjera en cuyo medio viven-, y su materialismo -y puesto que los sentimientos del judío se limitan al reino puramente material, sus pensamientos y ambiciones están limitadas para ser así, incluso más fuertemente-, para lograr la eliminación completa de todos los judíos de nuestro medio, cosa que sólo podía lograrse por un gobierno de fuerza nacional y no por un gobierno de impotencia nacional. Tras esto, siguiendo la norma habitual del ejército de vigilar a todas las formaciones políticas bávaras tras la liquidación de la República Soviética, a Hitler le encomendaron que espiara las actividades del Partido Obrero Nacional (DAP), fundado por el periodista deportivo afiliado a la Sociedad Thule, Karl Harrer, y el activista Anton Drexler.
Un joven Adolf Hitler
La Sociedad Thule, de carácter ocultista y cuyo objetivo teórico era averiguar el origen de la raza aria, estaba compuesta por personas más interesadas en el antisemitismo práctico que en la ariasofía, muy a pesar de su fundador, el masón Adam Alfred Rudolf Glauer, más conocido por su sobrenombre barón von Sebonttendorff, título nobiliario más que dudoso. La Sociedad había comprado el periódico Münchener Beobachter para reconvertirlo, en un intento de lograr más tirada, en el Münchener Beobachter und Sportblatt, para pasar finalmente a Völkischer Beobachter. Karl Harrer sería el editor de este periódico.
Emblema de la Sociedad Thule
Anton Drexler, un cerrajero ferroviario, procedía de una familia socialdemócrata de Munich. Su ruptura con el SPD derivó de una pelea con el sindicato de Berlín que le hizo perder su empleo, viéndose obligado a tocar la cítara para ganarse la vida, mientras buscaba y perdía empleos por su enfrentamiento con los judíos que, según sus memorias, abusaban de él. Una vez estalló la guerra, Drexler desarrolló un fervoroso nacionalismo que aunaría a su antisemitismo y que reconvertiría en activismo político tras ser rechazado por el ejército por motivos de salud y ver cómo, desde su óptica, había quien estaba dispuesto a provocar la derrota de Alemania para acaparar el poder mediante la revolución. Drexler deseaba un nacionalismo promovido desde la experiencia bélica basado en la solidaridad de todas las capas sociales, que fuese capaz, mediante la incorporación del trabajador a la ideología völkisch, de anular las condiciones en las que crecía el judeobolchevismo internacionalista mediante un nuevo orden económico. Drexler iniciaría su andadura política en el movimiento de Tirpitz que desembocaría en el monárquico DNVP, de manera frenética, desmarcándose del nacionalismo del momento al sentirse defraudado por las clases altas reacias a renunciar a sus privilegios, y del socialismo al acusar a los sindicatos de minar el esfuerzo de guerra. Para el activista ferroviario henchido de patriotismo y antisemitismo, pero incapaz de olvidar su condición obrera, la sociedad precisaba un nuevo enfoque donde el verdadero socialismo sólo podía darse en el marco del nacionalismo, rechazando a quienes se aprovechaban de la guerra y su rumbo para hacer negocio sin participar en el esfuerzo realizado por los trabajadores, identificando a estos usureros con los judíos, por lo que iba más allá de la lucha de clases tradicional que había resultado un fraude para la patria. En 1918 decidió crear su propia plataforma política, una rama del Comité de Trabajadores Libres por una Buena Paz, con el apoyo de unos pocos compañeros de trabajo. Dada la escasez de recursos ante el ingente panorama de la revolución y de la derrota en la guerra, aceptó contactar, a través de Karl Harrer, con la Sociedad Thule, para cofundar con este, en octubre de 1918, el Círculo Político Obrero. Anton Drexler aportaría su experiencia y sus contactos dentro del mundo obrero antisindicalista y antimarxista, y Karl Harrer su vinculación con una sociedad interesada en inocular su ariosofía en la sociedad y de importantes recursos económicos. Pero, más allá de la diferencia de clase entre el cerrajero y el elitismo de la Sociedad Thule, a este le molestaría el papel limitado al sectarismo cultural frente a la preferencia manifestada por el DSP, también apoyado en su fundación por la Sociedad, a través del Münchener Beobachter. Al igual que muchos de los propios integrantes de la Sociedad, Drexler no deseaba reducir su actividad al sectarismo, sino que buscaba un movimiento de masas para sus ideas nacionalsocialistas, por lo que lucharía para que el Círculo tuviera un programa propio que daría vida al DAP, escapando así de la idea de Harrer de dejar en manos de las ligas patrióticas el pretendido movimiento, si bien este lograría evitar la aparición del término socialista en el nombre de la organización destinada a diferenciarse del resto de agrupaciones völkisch de corte exclusivamente conservadora, liberal, burguesa o proletaria. Su tesón sentaría la base, la concepción del nacionalsocialismo, una raíz que él mismo se sentía incapaz de hacer progresar dada su limitada capacidad para la comunicación. Por ello, cuando escuchó al cabo Hitler responder al profesor Baumann que defendía la separación de Baviera del reich, en su primera aproximación de espionaje al DAP, no dudó en que aquel era un hombre necesario para el movimiento.
Anton Drexler
Hitler lograría su ingreso en el DAP tras demostrar su valía como orador y no tardó en exigir una base financiera que pudiera sustentar al partido como organización de propaganda de masas. Para ello pidió que se alquilasen locales de reunión para más de cien personas y que estas pagaran una entrada de manera que colaboraran en el esfuerzo económico. Si bien es cierto que, dada su permanencia en el ejército, Hitler parecía dudar entre su función de espionaje o su ya descubierta vocación de agitador político, el hecho de que aportara su paga militar parece inclinarlo hacia la segunda opción ya desde un inicio. La fama que consolidó como orador, frente a la envidia que suscitaba entre sus compañeros de partido, normalmente trabajadores que no podían permitirse una actividad tan febril, le valió la promoción de Drexler como jefe de propaganda, tras apoyarlo en su petición de una oportunidad de representar al partido en un mitin. Sus exitosas intervenciones públicas le colocarían en posición de enfrentarse a Harrer con el apoyo de un Drexler deseoso de librarse de quien siempre le había obstaculizado en su sueño de convertir al DAP en un partido de masas. Precisamente fue en un debate sobre la celebración de un mitin de este tipo donde Hitler venció a Harrer mediante una solicitud de democratización del partido para que este abandonara definitivamente su carácter de grupo conspiratorio, lo que obligó al cofundador a dimitir. Harrer no pudo luchar ante un Hitler que había protagonizado, en un año, 31 de las 48 conferencias realizadas por el DAP, demostrando que el partido estaba preparado para superar la actitud sectaria mostrada ahora como su incompetencia en la dirección.
Si bien el papel de Hitler en la mítica reunión en la Hofbräuhaus fue secundario, logró superar a su mentor y preparar el camino para su futuro papel como líder del movimiento. Resulta paradójico que fuera Drexler el que tuviera que convencer a Hitler de la necesidad de la elaboración de un programa para el partido para permitir después que fuera él quien lo leyera. Los 25 puntos fueron redactados por Drexler y revisados junto a Hitler en casa del primero. Este no sería su único error, también aceptaría el cambio de nombre del partido, pasando a NSDAP, y hasta su bandera, con lo que se vincularían a Hitler tanto el programa del partido como la re-fundación de este. Que el programa resultase poco original, no siendo más que un repaso a las ideas ya sobradamente asentadas en la cultura völkisch, poco importaba. Todo lo contrario, su escaso detalle incurriría en un no menor grado de compromiso y, por tanto, en una envidiable flexibilidad a la hora de orientar el discurso a una clase social concreta y en un momento dado. El NSDAP proseguiría con el discurso de rechazo al viejo orden, al imperio, tanto como a la revolución surgida de su caída y que había traicionado a los trabajadores con su rápida conversión al interés del terrateniente o del gran industrial, al tiempo que criticaba con ferocidad a los criminales de noviembre. Con ello el partido se mostraba revolucionario con respecto al imperio y contrarrevolucionario con respecto a la república, situándose a la izquierda del populismo con su preocupación por el trabajador y dando un paso más allá de las ligas o Freikorps en su intento de movimiento de masas que superara la barrera de la generación de la trinchera sin dejar de recordar, en ningún momento, el esfuerzo de sangre alemán traicionado por los judeobolcheviques asentados en el poder. En definitiva, el NSDAP era, por supuesto, el DAP, si bien se constataba, por fin, su enfoque como partido de masas distinto a la multitud de agrupaciones similares por su socialismo dentro del nacionalismo, ahora resaltado en su nuevo nombre, y el uso del antisemitismo como elemento de cimentación de sus afiliados. Sin embargo, sí se comenzaba a ver un cambio que determinaría la caída de su fundador, a favor de su jefe de propaganda. El crecimiento del partido suponía un debilitamiento de la vieja guardia. Los nuevos cuadros, además, se distinguirían por su procedencia del ejército, los Freikorps o las ligas patrióticas, lo que suponía una afiliación más agresiva y al tiempo más disciplinaria en torno a la figura de un líder. Su experiencia violenta que habían adoptado como modo de vida distaba mucho de la vieja guardia de trabajadores ferroviarios en la que Drexler podía apoyarse, y que precisaban de un marco de aureolas consignatarias, de uniformes y bandera y de todo aquello que les permitiera revivir la experiencia de la trinchera al suponer la política como una continuación de la guerra, de recuperación de la batalla perdida. Estas nuevas afiliaciones verían en Hitler, el experto en la liturgia y la demagogia, y no en Drexler, el teórico obrero de rasgos débiles, a su líder natural.
Dietrich Eckart
Las diferencias entre el fundador y líder teórico del partido y su jefe de propaganda y líder práctico, no se harían de esperar. Drexler veía al partido como uno más del movimiento que antes o después tiraría abajo el edificio democrático con el apoyo del ejército, y por ello encontraba conveniente una fusión con el DSP de Brunner, partido que gozaba de una importancia con la que él sólo se atrevía a soñar; con la Comunidad de Trabajo de la Liga de Occidente de Dickel o con las facciones austriacas y checoslovacas. Drexler y su vieja guardia obrera entendían la política al modo clásico, mediante una propaganda y un debate respetuoso más allá de sus ideas radicales, y por tanto la fusión era una cuestión de lógica. Para Hitler, en cambio, y los nuevos cuadros, la visión de la política correspondía a la de un partido fascista todavía demasiado apoyado en el aparato paramilitar. Ellos vislumbraban la proximidad del fin de la república y no sentían ningún deseo de perder su identidad difuminándose en el universo populista del momento. Todo lo contrario, era su deseo centrar todos los esfuerzos en un área dada y no dispersarlos en un momento tan precario como el que atravesaba el partido en plena reestructuración y consolidación. Hitler sólo pudo vencer el pulso con Drexler gracias a las amistades granjeadas en los últimos meses, personas comos Eckart o Rosenberg.
Dietrich Eckart, un periodista que editaba el semanario Auf gut Deutsch, otro periódico antibolchevique y antisemita, también pertenecía a la Sociedad Thule. Sería él el que presentaría a Hitler a la clase alta, no sin antes enseñarle cómo debía comportarse ante esta. Hitler lograría fondos para el NSDAP de estos contactos. Alfred Rosenberg, colaborador del periódico de Eckart, era de origen letón y proporcionaría los contactos con la Aufbau, una organización de inmigrantes rusos blancos que financiaban movimientos de extrema derecha en Alemania albergando la esperanza de que les ayudaran, en su momento, a recuperar el poder perdido ante la revolución bolchevique en su país. Gracias a estos contactos, aunados a los suyos propios en el ejército a través del general von Epp, Hitler pudo comprar el Völkischer Beobachter, que, pese a sus sucesivos cambios de nombre, se hallaba en plena crisis, sin por ello dejar de ser el periódico populista más prestigioso de toda Baviera. Ello supuso un duro golpe al DSP, que perdía su mejor órgano publicitario para ponerse al servicio de un NSDAP al que apenas había prestado atención hasta el momento. Hitler, además, contactaría con el ejecutivo de la Siemens, Emil Gansser, y con el gran empresario de la fabricación de locomotoras Ernst von Borsig, que ya financiaba al DVP, al DNVP y a varias organizaciones como los Stahlhelms. Además de von Epp, el almirante Gerhard Schroeder también le aseguraría la simpatía de las fuerzas armadas, algo indispensable para alcanzar el poder. Otro hecho que le haría aumentar más su prestigio sería otro éxito como orador al llenar la Zirkus Krone en plena crisis de gobierno derivada del acoso de los aliados.
Drexler trataría de aprovechar la ausencia de Hitler durante sus viajes en busca de contactos y fondos lanzando una campaña de desprestigio en su contra y lo que consideraba su guardia pretoriana. Demasiado tarde, pues Hitler ya contaba con muchos apoyos y, para el colmo, también con la ayuda de Julius Streicher, un profesor de escuela que había basado su discurso político en un antisemitismo iracundo cuyo mal gusto incomodaba incluso en el ambiente völkisch y que le había traído no pocos problemas legales, suponiendo su ruptura con el DSP para alojarse en la organización de Dickel. Streicher también se opondría a la fusión del grupo al que pertenecía con el NSDAP, temiendo que ello supusiera un triunfo para el sector moderado populista, lo que le dificultaría aún más la colocación de su discurso de un racismo extremo. Su posición de fuerza en Nuremberg, la otra capital bávara, frenaría decisivamente el impulso de los sectores moderados inclinados a la fusión. Entonces Hitler se sintió fuerte para amenazar con dimitir si no se aprobaban sus exigencias de convertirse en jefe del partido, lo que le permitiría depurarlo; mantener la dirección en Munich, donde residía su fuerza; la prohibición de modificar el nombre del partido o de su programa, que habían sido asociado a su persona; frenar cualquier intento de fusión, invitando tan sólo a aquellos que estuvieran de acuerdo con las ideas del partido y hasta la prohibición de asistir a reuniones con otros partidos afines en Austria. La dirección del partido reaccionó decretando la expulsión de dos lugartenientes de Hitler, Esser y Körner, y convocando una asamblea general. Si bien la expulsión sería vista como una crisis temporal y superable, mucho más afable que una arriesgada petición de apoyo a los militantes fácilmente dominados por el prestigioso Hitler, resultó otro error de Drexler pues respondió favorablemente a la táctica de su adversario de presentar sus exigencias como un cambio necesario de estrategia del partido, en lugar de hacerlo como un enfrentamiento personal, una pugna por el poder. Todo lo contrario, la expulsión sería interpretada justo como lo que se deseaba evitar: como un castigo a los partidarios de Hitler por el mero hecho de serlo. El posterior reparto previo a la asamblea de un panfleto en el que se mencionaba a Adolfo Hitler I, Rey de Munich, y donde se le acusaba de comportarse igual que un judío tratando de acaparar todo el poder, agravó esta sensación pese a que el panfleto tenía toda la pinta de haber sido redactado desde la esfera hitleriana. Drexler fue aplastado en la asamblea y Hitler cerró la crisis asumiendo el poder y relegando a su mentor a un cargo de dirección meramente nominal, desde no ofreciera ningún peligro y sí plasmar la generosidad del nuevo líder hacia el fundador, pues, por supuesto, no se trataba de ningún enfrentamiento personal, de ninguna ambición de poder y, por tanto, no debía haber una venganza desde una posición de ira.
Julius Streicher
Drexler, relegado a ser Presidente de Honor, habría de soportar a los cuadros de Hitler, hábilmente distribuidos en la subsiguiente reorganización del partido, y esperar a que el nuevo líder cometiera un error insalvable que le diese la oportunidad de recuperar la posición perdida, un error que probablemente derivaría de la excesiva presión e impaciencia de las numerosas organizaciones paramilitares en destruir a la república, como de hecho, así fue. Sin embargo, no podía esperar el cerrajero activista que incluso la prisión supondría una ventaja para Hitler a la hora de reorganizar otra vez el partido a su gusto y en torno a su persona.
Bibliografía
De Munich a Auschwitz, de Ferran Gallego.
Todos los hombres del Fuhrer, de Ferran Gallego.
Negocios son negocios, de Daniel Muchnik.
Wilkipedia[/b]