Switch to full style
Archivos, documentos, tratados, discursos...
Escribir comentarios

Hermann Göring: discurso del 30 de enero de 1943

Vie Ene 08, 2010 7:26 pm

Hola a todos.
Os dejo aquí el discurso que hizo Göring el 30 de enero de 1943, a propósito de la resistencia final del VI Ejército en Stalingrado. Después paso a comentar algunas de sus peculiaridades, por llamarlo de alguna manera.

[...] Entre todas estas gigantescas luchas se yergue ahora, igual que un momento, la lucha de Stalingrado. Perdurará como la mayor lucha de héroes de nuestra historia. Lo que allí están haciendo ahora nuestros granaderos, zapadores, artilleros, soldados de la defensa antiaérea y todos los que se encuentran en esa ciudad, desde el general hasta el último hombre, es único.

Con valor inquebrantable y, sin embargo, en parte agotados y extenuados, luchan contra una poderosa superioridad numérica en cada manzana, en cada piedra, en cada agujero, en cada zanja. Conocemos una espléndida epopeya de una lucha sin igual. Se llama "La lucha de los Nibelungos". También ellos estuvieron en un pórtico lleno de fuego y de llamas, apagaron la sed con su propia sangre, pero lucharon hasta el último hombre. Una lucha así es la que ruge hoy allí y todavía dentro de mil años cualquier alemán hablará con santo temor y profunda reverencia de esa lucha y recordará que, a pesar de todo, fue allí donde quedó decidido el triunfo de Alemania... Si los defensores de Stalingrado no hubiesen tomado sobre sí esta lucha heroica, si no hubiesen atraído sobre ellos a no menos de 60 ó 70 divisiones bolcheviques, estas divisiones habrían irrumpido entonces y, probablemente, el bolchevismo habría alcanzado su objetivo. Ahora llega ya demasiado tarde. La resistencia alemana ha podido organizarse; las nuevas líneas están fortificadas, pero sólo pudieron fortificarse, porque en el campo de escombros de aquella ciudad luchaban los héroes y siguen luchando. Y seguirán así por pocos que sean: mientras exista un soldado alemán, continuará la lucha.

Soldados mío, la mayoría de vosotros ha oído hablar de un ejemplo análogo de la grande y poderosa Historia de Europa. Aunque en aquella ocasión el número era pequeño, el final no tuvo ninguna diferencia con el de ahora. Hace dos milenios y medio, en un pequeño desfiladero de Grecia, un hombre infinitamente valeroso y temerario, Leonidas, se situó allí con trescientos espartanos, hombres procedentes de un pueblo famoso por su valor y su temeridad. Una mayoría abrumadora atacaba una y otra vez a aquel pequeño grupo. El cielo se oscurecía por el número de flechas disparadas. También entonces había que resistir el asalto de unas hordas lanzadas contra el hombre nórdico. Jerjes tenía a su disposición un número impresionante de combatientes, pero los trescientos espartanos ni cedieron ni titubearon, riñeron una vez y otra una lucha sin esperanzas, sin esperanzas en sus resultados, pero no en su significación. Cayó por fin el último hombre. En aquel desfiladero hay ahora una lápida con esta inscripción: "pasajero, ve y di a Esparta que aquí hemos muerto por obedecer sus sagradas leyes."
Fueron trescientos hombres, camaradas míos, han transcurrido milenios y hoy siguen valiendo aquella lucha y aquel sacrificio tan heroico como ejemplo del más alto espíritu militar. Y una vez más se dirá de la historia de nuestros días: Ve y di a Alemania que nos has visto luchar en Stalingrado como nos había mandado la ley, la ley de la seguridad de nuestro pueblo. Y esta ley la lleva cada uno de nosotros en nuestro pecho. La ley de morir por Alemania, si la vida de Alemania os lo exige. Pero eso no constituye sólo un deber para nosotros, los soldados. Este heroísmo, este sacrificio obligan al pueblo entero.

Los combatientes de Stalingrado tenían que resistir porque así se lo ordenaba la ley, la ley del honor y de la guerra. Esta ley de la guerra es la única que rige para la salvación de nuestro pueblo. Es el fin último, por duro que pueda sonar esto, tanto para el soldado que está en Stalingrado como para el que lucha y cae en Rschew o en los desiertos de África o arriba, en los hielos de Noruega. Todo el que aporta su sacrificio es igualmente grande. Lo aporta por la vida de su pueblo como en tiempos lo aportaron los trescientos hombres de Leonidas, de los que hoy seguimos hablando con la misma admiración que hablamos de la lucha de héroes de los últimos dioses en los barrancos del Vesubio. También a ellos la ley les ordenó morir para que la raza pudiera seguir viviendo y triunfando [...]


Fuente: Stalingrado, de Joachim Wieder

Saludos
Escribir comentarios