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Testimonios rusos de la batalla de Stalingrado

Mié Nov 29, 2006 10:54 am

Hola a todos.
Aquí os paso unas traducciones del canal alemán ZDF sobre testimonios del bando ruso.
He creado este post para intentar reflejar al máximo, la crudeza de la batalla en la que tomaron parte los dos bandos.

La batalla de Stalingrado.
En la ciudad soviética de Volvogrado, antes llamada Stalingrado, murieron en la segunda guerra mundial más de un millón de personas. Muchos de esos cuerpos, aún no han sido recuperados, sino que yacen en la estepa rusa, sin tumba, entre chatarra.

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Monumento a las víctimas.

En la primavera del 2002, la profesora Galina Oreschkina, se dirige con sus alumnos a la estepa rusa, en las inmediaciones de Volvogrado, antes Stalingrado. Tienen la intención de encontrar algunos cuerpos.

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Hace mucho tiempo que los huesos yacen en la estepa.

Bajo la hierba de la estepa, se encuentra mucha chatarra y esqueletos pertenecientes a la gran batalla. Al fin, encuentran un hueso perteneciente a un caído. ¿Ruso o alemán? La muerte no hace distinciones. Entonces los chicos, Sergei y Tatjana, empiezan a cavar. Encuentran astillas de hueso, alambre y munición. Una vez encontraron la última voluntad de un moribundo: "Quien encuentre esta nota, que escriba a mi familia, porque habré caído en el campo de batalla". "Una frase que nos llegó al alma", dice Galina. Se encargan de acabar con la esperanza de poder encontrar aún a los seres queridos. Galina Oreschkina: "Para mí, los soldados caídos en batalla, no están muertos del todo. Veo sus ojos desaparecidos, oigo sus voces en el campo. Yacen aquí y nos esperan. Quieren un entierro decente".

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"Quien encuentre esta nota..."

Sombras del pasado.
Stalingrado, su nombre resuena como la mayor batalla de la segunda guerra mundial. Cerca de un millón de soldados soviéticos, cayeron en la defensa de la ciudad. Hitler perdió su VI ejército. Cerca de 230.000 hombres fueron rodeados. La mayoría se desangraron en las ruinas, fueron heridos, o murieron de hambre o de frío.

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Tropas en Stalingrado.

Galina Oreschkina se ocupa de los cementerios de soldados alemanes. Tuvo que soportar fuertes desavenencias. Muchos rusos no querían que los soldados alemanes recibieran sepultura en tierra rusa. Hay heridas que no cicatrizan. También hay dolor del lado alemán. Tristeza por los camaradas caídos. Más de 20.000 cuerpos de soldados alemanes, descansan en estos cementerios, cuya tierra está teñida de sangre. En las placas hay 11.000 nombres.

Aún siento ese horror.
Marcha hacia Stalingrado. Verano de 1942. La lucha se endureció. La población civil fue como siempre, la que más sufrió. Stalin prohibió la evacuación de los civiles. Debido a los ataques aéreos, más de 40.000 personas murieron en una semana. Un soldado ruso escribe a su hermana en Stalingrado. Espera que la guerra no le alcance.

Nadeschna Mitjukowa a quien iba destinada la carta, vivió el bombardeo con 8 años. No ha olvidado a su hermana pequeña ni a tantos muertos. Nunca volvió a ver a su padre Michail. Lo peor eran los ataques sobre los barcos con refugiados. La sangre enrojecía el Volga, recuerda. Nadeschna Mitjukowa: "Caían muchas bombas. Los barcos se balanceaban de un lado a otro. El barco que iba delante nuestro, fue alcazado y explotó. Las personas se ahogaron. Aún sueño con ello. Sueño como se ahogan lentamente. Aún siento aquel horror.

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Nadeschna Mitjukowa.

Las pesadillas de los habitantes de Volvogrado: La lucha casa por casa. Una muerte cruel en ambos bandos, como rusos y alemanes aún no habían presenciado. Balkas, se llamaban las pequeñas grietas en el terreno. Estaban llenas de cadáveres. Eberhard Stephan, comandante de un regimiento: "Era horrible. Estaba siempre rodeado de cadáveres. Se habían congelado. Horrible. Cientos y cientos. Los Balkas estaban llenos".

Reconstrucción a costa de sangre y sudor.
Volvogrado es una ciudad al lado del Volga, con un millón de habitantes, reconstruida con sangre y sudor. A causa de la batalla, pasó a la historia. La ciudad es un monumento conmemorativo a Stalin y la guerra de la patria.
"Ese terreno tan disputado, sobre todo la colina Malmajew, es para nosotros sagrado", dice Nikolai Feodotow. Es presidente de la asociación de veteranos de Stalingrado. Está muy comprometido con la conservación de los cementerios alemanes. Nikolai Feodotow: "Estaba presente, cuando se daba sepultura a los restos de algún joven soldado, cuando su cuerpo era enterrado. A veces vienen los familiares de los caídos. Han perdido a un ser querido. Eran jóvenes. No sabían con que finalidad lo hacían. Obedecían los órdenes de Hitler."

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Nikolai Feodotow.

Consuelo para el alma rusa.
El melancólico "Träumerei" de Schumann suena en la sala. Fuera hay un cementerio con 35.000 caídos por la madre patria. La tragedia convertida en piedra, consuelo para el alma rusa. En un extremo, prospera una tienda con recuerdos: Cascos antiguos y armas viejas se ofrecen como souvenir. El museo de guerra también ha cambiado. Hay nuevas fotos y uniformes en la exposición.

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La exposición se renueva.

En medio de la devoción a los héroes soviéticos, los soldados alemanes también tiene una cara. Ya no son como antes, una horda fascista. Se concentran y exhiben cartas de soldados alemanes. Cartas que nunca llegaron. "Querida esposa y queridos hijos", escribe un soldado. La última noticia que tuvieron de él sus seres queridos.

El museo tiene grandes problemas financieros. Incluso en el 2002, el año de la conmemoración del 60 aniversario del ataque a la ciudad, el director del museo se quejaba. Con la economía de Volvogrado todo va cuesta arriba. Una ciudad en decadencia con un gobierno comunista. El pasado tiene fuerza. Monumentos, estelas, cementerios por todas partes. En el centro de la ciudad: escolares con uniformes. Cada 20 minutos cambio de guardia. Son los mejores de la clase. Por eso pueden desfilar delante del monumento, y la guardia tiene armas históricas. Bajo el mandato de Gorbatschow se abolió, bajo el de Putin se volvió a introducir. Reflexiones sobre el pasado, sobre la victoria del invasor alemán.

El pasado tiene fuerza.
Piojosos, delgados, enfermos y golpeados, 110.000 soldados alemanes acabaron en el cautiverio. Sólo 5.000 de ellos volvieron a ver Alemania. Nadeschda Mitjukowa tampoco puede olvidar esas imágenes, recuerdos de infancia. Nadeschda Mitjukowa: "Vi a los prisioneros alemanes. Tenían una pinta muy mala, estaban hambrientos y no tenían ropa de invierno a pesar de que hacía mucho frío. Me dieron much lástima, a pesar de todo. No les odiaba. Les tenía compasión, ya que también eran personas."

Nadeschda Mitjukowa es una de las que reconstruyeron la ciudad. Fue profesora de alemán. Nadeschda es presidenta del club "Niños de la ciudad de los héroes de Stalingrado", y recopila las historias de los niños que sufrieron el ataque.

Los alumnos de Galina Oreschkina han estado todo el día removiendo la tierra de la estepa de Rossoschka y han encontrado un montón de cosas. Está oscureciendo. Durante el camino de vuelta cantan una canción de la guerra, sobre soldados caídos. Las sombras de Stalingrado cubren aún a los jóvenes de Volvogrado.

Fuente: ZDF Politik und Zeitgeschehen

Saludos

Los últimos de Stalingrado

Sab Jun 02, 2007 7:44 pm

ANIVERSARIO / 60 AÑOS DE "CARNICERIA"
LOS ULTIMOS DE STALINGRADO
TRES VETERANOS rusos recorren con CRONICA las ruinas de la mítica batalla y desempolvan los recuerdos: alemanes que buscaban una bala perdida que los devolviera a casa, compañeros que se suicidaron poco antes de que llegara la ayuda, enemigos muertos, congelados con las manos estiradas hacia las fogatas...

DANIEL UTRILLA. Volgogrado

Desde que la artrosis les declaró la guerra, las placas de hielo pulido que alfombran las aceras de Volgogrado se han vuelto tan peligrosas para sus huesos como lo fueron en su día las minas alemanas. La avenida Lenin carece de pasos de cebra, lo que obliga a Mijail, Gamlet y Piotr a acelerar su andar cansino ante el despiadado embate de los Lada. Mucho ha nevado desde aquel día de agosto en que Piotr Aljutov se las vio cara a cara con los temibles acorazados panzer en Svetloyarsk, a las afueras de Stalingrado."Se nos echaban encima. Eran muchísimos, pero logramos destruir a tres", narra agarrado al enviado de CRONICA tras alcanzar con éxito la otra acera. Aún hoy se estremecen cuando ven una esvástica cruzar la pantalla del televisor durante una emisión de cine bélico. "Me entran hasta temblores", confiesa Piotr, que sigue oyendo el "ruski kaput!" que solían escupirles los alemanes.

Ninguno de ellos recuerda con exactitud cuántos nazis abatieron con su fusil automático del total de 80.000 que cayeron en Stalingrado."Muchos", confiesan. Han rebasado los 80 años y son la memoria viva de la batalla de Stalingrado, la ciudad a orillas del Volga cuyos edificios pulverizados por los proyectiles de la Luftwaffe se convirtieron en 1942 en símbolo de la barbarie y siniestra metáfora de la sinrazón en la Segunda Guerra Mundial.

La abuela de todas las batallas cumple hoy 60 años. El 2 de febrero de 1943, los restos de lo que fue el VI Ejército del mariscal alemán Friedrich Paulus se rendían tras 170 días de fiero combate, casa por casa, en el laberinto de entrañas de hormigón de la ciudad. "Para celebrarlo nos bebimos unos tragos de vodka", recuerda Gamlet Dallakian, veterano de origen armenio de 82 años.

En 1991, la capital de la Gran Guerra Patria (como llaman los rusos a la Segunda Guerra Mundial) cambió su nombre por Volgogrado."Queremos que vuelva a llamarse Stalingrado. En diciembre, el presidente Putin dijo por televisión que no merecía la pena rebautizarla porque se crearía malestar. Y como en la Duma existe una mayoría pro presidencial ", se resigna Gamlet.

El 8 de agosto de 1942, dos semanas antes de que los nazis irrumpieran en la ciudad, Gamlet estaba operativo en el cuartel del Estado Mayor excavado junto al Volga bajo las órdenes de Andrei Yeriomenko, el mítico comandante del frente de Stalingrado. "Él vivía allí.Yo lo veía todos los días con Jruschov [entonces comisario en jefe del frente]".

Durante los más de seis meses que duró la batalla, Gamlet se la jugó a la ruleta rusa culebreando bajo el torbellino de metralla.Para garantizarle la comunicación al Estado Mayor del 57ú Ejército, debía arrastrarse desenrollando bobinas de cable sobre los escombros oxidados encalados por la nieve.

Las medallas que tachonan la pechera de Mijail Matrosov tintinean bajo su cazadora de cuero mientras se desplaza con paso inseguro hacia el malecón del Volga flanqueado por sus otros dos tovarishi de trinchera. "Mi tarea consistía en vigilar con binoculares el movimiento de los alemanes, detectar las posiciones del fuego enemigo y tomar prisioneros vivos" narra el ex combatiente de la división 260 en Stalingrado y veterano más laureado de los 2.300 que aún viven en la ciudad. Cuando el prisionero se resistía a entregarse, "había que clavarle un punzón de zapatero en las nalgas".

La troika de veteranos se detiene ante la llamada Casa de Pavlov, un ruinoso edificio con vistas al Volga que el sargento Yakov mantuvo fuera del alcance de los alemanes durante 58 días, convirtiéndose en símbolo de la férrea resistencia soviética. "Cuando los alemanes llegaron al segundo piso de esta casa, una mujer paría en el sótano. Aquella niña, que aún vive, cuidó de mi hijo cuando era pequeño", recuerda Mijail ante la tétrica casa de ladrillo rojo horadada por enormes boquetes. El resto de la urbe fue reconstruido por completo. Sin embargo, la batería de su memoria, cargada de recuerdos siniestros, sigue atrapada entre las ruinas de la ciudad fósil que sólo ellos ven.

Donde hoy se extiende un bonito malecón fluvial, visualizan las barcazas repletas de soldados soviéticos cruzando el río entre los géiseres de agua levantados por los proyectiles de la aviación alemana. Ante la infinita escalinata flanqueada de álamos que conduce a la cima de Mamaev Kurgan, colina coronada por una descomunal estatua femenina de la Madre Patria, nuestros veteranos proyectan los surtidos de arena y sangre levantados por la Luftwaffe. Hollywood pagaría millones por acceder al archivo de memoria fotográfica que atesoran sus retinas. El recuerdo escrito de lo que fue la cruenta batalla ha quedado plasmado en Stalingrado, de Antony Beevor (publicado por Memoria Crítica), un libro que se ha convertido en un best-seller mundial y que recoge cartas de soldados y testimonios de supervivientes.

VIVEN PARA CONTARLO
Con 18 años, Mijail fue enviado desde lo más profundo de su Siberia natal al infierno de Stalingrado. Hoy volvería a defender la ciudad entonando el grito marcial ruso de "Urrah!". "Fui patriota y sigo siéndolo", sentencia Gamlet con los ojos encendidos.

Ningún alto mando militar del Ejército Rojo vive para celebrar la victoria. Sólo los más bisoños, aquéllos que en 1942 apenas contaban 20 años, brindarán hoy sabedores de que no sobrevivirán al próximo aniversario con cifra redonda. De los militares soviéticos que participaron en la batalla sólo viven 50.000 (40.000 en la Federación Rusa).

El imperio rojo que defendieron en Stalingrado ya no existe.Conservan sus lesiones de guerra, pero el capitalismo que invadió Rusia en 1991 les ha hecho más mella que las balas del Tercer Reich. Los hombres que pararon los pies a Hitler (de cuya llegada al poder se han cumplido esta semana 70 años) cobran hoy pensiones militares de 3.000 rublos (90 euros). El gobierno local les ha obsequiado con 900 rublos (27 euros) por del 60ú aniversario.Una ofensa para quienes coagularon con su sangre el avance nazi.Stalin no escatimó en vidas: 485.751 militares soviéticos perecieron en la batalla.

Stalingrado le retorció la mano derecha cuando una bala se le alojó entre varias falanges. Aun así, tras la guerra pudo trabajar 50 años en la fábrica de artillería Barricade, uno de los edificios neurálgicos durante la batalla. Unas botas amarillas de fabricación norteamericana salvaron la vida a Piotr cuando los tanques alemanes rompieron la línea de defensa de su brigada. "Una explosión me alcanzó la pierna, pero las botas tenían una suela muy gorda que quedó completamente destrozada", cuenta.

En Stalingrado, Gamlet fue herido en la espalda, pero fue durante su posterior avance hacia Berlín cuando la explosión de una mina le causó una fuerte contusión. Hoy, su pensión por invalidez de 3.626 rublos (109 euros) no le alcanza para costearse los medicamentos. "En teoría deberían darnos las medicinas, pero durante siete años no he recibido ni una píldora gratis", se indigna.

AÑORANZA COMUNISTA
Gamlet, que tras la guerra trabajó como corresponsal de la agencia Itar-Tass en Bakú, añora el paternalismo comunista que no conocerán sus dos nietos ni su par de biznietos, la audiencia predilecta de sus batallitas. "En la época soviética yo recibía 132 rublos, tenía un apartamento de cinco habitaciones y pagaba al mes 17 rublos por él. Ahora vivo en una jruschova [apartamento prefabricado de los años 60] y he de pagar 600 rublos por agua, luz y gas.Desde 1928 y durante todo el periodo soviético, un kilowatio de electricidad costaba cuatro kopeks [centésima parte de un rublo]. Ahora cada mes suben los precios. Se burlan de nosotros", se indigna.

Su actitud demuestra que el toque de atención dado por la UE a Rusia para que liberalice los precios domésticos de su sector energético va a encontrar en los veteranos de Stalingrado una feroz resistencia.

El 23 de agosto de 1942, los aviones alemanes de la cuarta flota aérea, comandados por el barón Wolfram von Richtofen (autor de la destrucción de Gernika en 1937), rociaron la ciudad con 1.000 toneladas de proyectiles en el primer bombardeo masivo de Stalingrado.De los 600.000 habitantes de la ciudad, 40.000 perecieron en la primera semana. "Vi esta ciudad unos días antes del bombardeo.Era muy bella. Con casas buenas de piedra Pero los alemanes se propusieron aniquilarla. Un bombardeo como el que hubo aquí no existió en ninguna parte", explica Gamlet cerca de los tres modelos a escala de aviones del Ejército Rojo que dominan desde sus peanas la vista al Volga.

A escasos metros de donde nos encontramos vivió un tétrico episodio que aún hoy le impide conciliar el sueño. "Era de noche. A nuestro chófer lo había descuartizado un proyectil durante los terribles bombardeos y nos disponíamos a enterrarlo cerca del río. Cuando acabamos y empezó a despuntar el alba, vimos que no habíamos enterrado su piernas", narra con la voz tomada por la emoción.

El devastador ataque nazi sobre la ciudad movió a Stalin a lanzar desde Moscú una consigna incontestable: "Ni shag nasad!" ("¡Ni un paso atrás!"). Las miradas furibundas de los dos dictadores más temibles del siglo XX se clavaron en el mismo punto del mapa.Destacamentos especiales del Ejército Rojo fusilaban en el acto a los desertores y a quienes se lesionaban adrede para ser evacuados."Cuando hacíamos reconocimientos a ras del suelo, había quienes alzaban las manos para que les diera una bala perdida", recuerda Mijail.

En septiembre, el VI Ejército de Paulus lanzó una oleada de exitosos ataques contra los centros fabriles septentrionales en la orilla occidental del Volga, donde los soviéticos mantenían bolsas dispersas de resistencia encabezadas por el 62ú ejército de Vasili Chuikov.Había comenzado lo que los alemanes llamaron rattenkrieg (guerra de ratas), un combate casa por casa que permitió a los soviéticos encasquillar la guerra hasta la llegada del invierno. Una guerra de emboscadas urbanas que Moscú perdería medio siglo después en las calles de Grozni. "En su actual estado, el Ejército ruso sería incapaz de vencer de nuevo a los nazis. A los jóvenes les falta nuestro patriotismo. Nuestro Ejército Rojo era tan poderoso que, si los aliados nos hubieran dejado, habríamos llegado no sólo a Berlín, sino hasta el Golfo de Vizcaya", exagera Gamlet.

Fue en estas escaramuzas callejeras donde Mijail se ganó a pulso su medalla de la gloria militar. Los alemanes le habían rodeado a él y a seis camaradas en el interior de una casa semiderruida."Querían arrestarnos vivos. Hice un llamamiento a nuestra artillería para que abriera fuego contra la casa: "Moriremos por la patria, abran fuego hacia nuestra posición". Uno de nosotros no soportó la tensión y se suicidó con una granada. Cuando empezó el fuego, logramos bajar al sótano, los tanques se alejaron y salimos con vida", dice con la tranquilidad de quien narra sus peripecias vacacionales.

Gamlet tuvo ocasión de resarcirse pocas semanas después, cuando el Ejército Rojo desplegó desde el río Don su mítico cerco para aislar al VI Ejército (donde quedaron atrapados 290.000 alemanes), plan concebido por el jefe del Estado Mayor, el mariscal Gueorgui Zhukov. El 19 de noviembre, la división de Mijail cercó una unidad militar alemana. En ese momento, el VI Ejército, esquilmado por los piojos, la desnutrición, la disentería y las bajas temperaturas de hasta 30 grados bajo cero, era abastecido por medio de un puente aéreo con aviones de carga Junkers 52, que lanzaban productos en paracaídas.

El fuerte viento desvió tres cajas hacia una zona neutral, lo que desató una batalla entre alemanes y soviéticos, quienes, aunque mejor abrigados, no andaban sobrados de víveres. "Nos hicimos con la mercancía, pero resultó que dentro sólo había avena Los alemanes ya no tenían caballos, se los habían comido.¿Entonces, por qué les lanzaban avena?", pregunta Mijail.

Con la llegada del invierno, el hambre hizo mella en ambos bandos."No había agua. La traían de un lago y la filtraban: la mitad era líquido y la otra mitad, gusanos", rememora el octogenario.Pese a que el infierno blanco -sumado a la dimensión del contraataque rojo- apenas dejaba resquicio a la esperanza, Hitler se mostró inflexible y prohibió al VI Ejército cualquier maniobra de retirada con la promesa de un reabastecimiento que nunca llegó.

"Yo acompañé a unos emisarios de tregua el 8 de enero del año 1943 en la región de Koni Rasiest", recuerda Matrosov con exactitud enciclopédica. "Les ofrecimos rendirse prometiéndoles que después de la guerra volverían a su patria. Ellos nos propusieron huir del anillo a través de un corredor. Nuestros jefes no aceptaron y el 10 de enero de 1943 tomaron la decisión de aniquilarlos", relata, gélido.

COMO NAPOLEON
Las escenas que se vivieron entonces recordaban a la debacle del Ejército napoleónico en el invierno ruso de 1812. "Encontramos alemanes muertos por congelación con las manos estiradas hacia las fogatas. Mientras el soldado soviético iba vestido con valienki (botas de fieltro), abrigo y gorro de piel, el alemán vestía uniforme ligero y gorrito de verano", explica Mijail.

Pese al rencor que aún guarda a los invasores, Mijail entabló una entrañable amistad en los últimos años con un ex soldado alemán. "Cuando se cumplieron 50 años de la victoria vino una delegación de veteranos alemanes. De repente, uno de ellos se levanta y me dice: "Yo le recuerdo. Usted me hizo prisionero.Soy Víctor Prusan"". Desde entonces y hasta su reciente muerte, Prusan volvió cada año a Volgogrado en su particular purga con la Historia. "Reconocieron su culpa", dice Mijail mientras sostiene un periódico amarillo de posguerra con una foto suya 60 años más joven.


SEIS SOVIÉTICOS MUERTOS POR CADA ALEMAN
En noviembre de 1942 el VI Ejército de Paulus sucumbía ante el inesperado cerco soviético ("Operación Urano"), un ataque envolvente que dejó aislados a 290.000 alemanes. Si en el aire la "Luftwaffe" dio mil vueltas a los cazas rusos -1.200 aparatos frente a 337-, en la guerra de tanques fueron los versátiles T-34 del Ejército Rojo quienes amilanaron a los más numerosos 'panzer' y 'tiger'.El derroche de vidas entre los soviéticos fue abrumador: 485.751 bajas mortales de un total de 1.100.000. Los alemanes contaron 80.000 muertos, aunque hay fuentes que doblan la cifra.

PELICULAS "ENFRENTADAS"
La más reciente película sobre la batalla de Stalingrado es Enemigo a las puertas (2001), del francés Jean-Jacques Annaud, que recrea la historia real del francotirador soviético Vasili Zaitsev, que mató a 149 alemanes en Stalingrado. Anteriormente, el filme germanosueco Stalingrado (1993), dirigido por Joseph Vilsmaier, hurgó en la herida de la ética militar con una historia de soldados alemanes atormentados. Desde la norteamericana El chico de Stalingrado (1943), de Sidney Salkow, cineastas de los dos bandos enfrentados aportaron su visión. La batalla de Stalingrado I y II, de Vladimir Petrov (1949-50) y Soldados, de Alexander Ivanov (1956) por parte de la URSS; Perros, ¿queréis vivir para siempre?, de Frank Wisbar (1958) y El doctor de Stalingrado, de Géza von Radvanyi (1958) por parte de Alemania Occidental.

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Gamlet Dallakian, Mijail Matrosov y Piotr Aljutov (de izda. a dcha.), veteranos de Stalingrado, ante las ruinas de la llamada "Casa de Pavlov".

Fuente: [i] http://www.elmundo.es/2003/02/02/cronic ... esora.html


Saludos

Sab Jun 02, 2007 8:52 pm

Paradise , sin palabras, ¿donde encuentras estas joyas? :shock:

Mar Ene 01, 2008 10:19 pm

La herida de la contienda hermana a los supervivientes de la antigua Unión Soviética
Desgarradores testimonios de ciudadanos de la URSS que hace 60 años vencieron a los invasores nazis


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KIEV, UCRANIA.- Dos mujeres veteranas de la II Guerra Mundial, las hermanas Galina (c) y María (d) Shchura,
muestran un retrato del comandante soviético Georgiy Zhukov durante un acto de conmemoración del final de la II Guerra Mundial en Kiev, Ucrania.


Moscú - El tiempo diezma a los portadores de la memoria histórica de la Segunda Guerra Mundial. Los ciudadanos de la Unión Soviética que hace 60 años vencieron a los invasores nazis ni siquiera comparten ya la patria común que defendieron contra los alemanes.

Sin embargo, cada primavera, al llegar estas fechas, una vieja herida se reabre y les hermana en la memoria del sufrimiento vivido. Más allá de los clichés, de las controversias históricas sobre la figura de Stalin y de la política, estos son los testimonios de algunos supervivientes de una guerra que costó millones de vidas a la URSS.

Ala Gudkova tenía 17 años y residía en Stalingrado (hoy Volgogrado) el 22 de junio de 1941. Volvía de una acampada cuando oyó la noticia por los altavoces: Hitler había invadido la URSS. Y tal como iba, con la mochila de aquella bucólica excursión de final de curso, acudió a alistarse para el frente.

La mandaron a una escuela de enfermeras y, al año siguiente, cuando Stalingrado se convirtió en escenario de la batalla decisiva, la destinaron a una barcaza que trasladaba a los heridos por el río hasta Astrajan, en la desembocadura del Volga. Sorteando minas y bombardeos, el Iván Turguénev cumplió con éxito su cometido donde otros buques de más calado naufragaron.

Una imagen acompaña a Gudkova hasta hoy: "En el Volga iluminado por la luna flotaban los cadáveres. Los que tenían brazos o piernas escayoladas no flotaban normalmente. Lastrados por la escayola, se deslizaban en posturas extrañas, de costado, semihundidos en el agua, dejando tras sí una estela de gasas". Después de aquello, Ala no volvió a nadar en el río junto al cual nació, aunque sí ha regresado a esos lugares muchas veces como guía turística en excursiones dedicadas a la guerra.


STALINGRADO SERÁ SIEMPRE STALINGRADO

En Stalingrado murió su padre, Piotr, comisario de un batallón. Tras la guerra, Ala se trasladó a Moscú, estudió teatro y se casó con un militar. "Tuve mucha suerte porque en aquella época había muy pocos hombres de mi edad y además mi marido era una excelente persona". Viuda desde 1971, Gudkova cobra una pensión de casi 8.000 rublos (unos 220 euros) y reside en un amplio apartamento junto con su hija y su nieto. Asegura que vive cómodamente y que sus recursos cubren sus necesidades.

Cuando unos veteranos se enteraron que estaba invitada al Kremlin, le pidieron que trasmitiera al presidente Vladimir Putin su malestar, pero se negó. No solo por una cuestión de cortesía, sino porque no comparte la insatisfacción de otros ancianos. "Jamás he vivido mejor en mi vida", asegura. "Putin es el mejor dirigente que he conocido. Joven, sano, sobrio, precavido y deportivo, ¿qué más podemos desear?"

¿Es partidaria de que Volgogrado recupere el nombre de Stalingrado? Para ella son dos ciudades diferentes. La suya, donde vivió, será siempre Stalingrado. La que visita hoy y no reconoce como suya es Volgogrado. "A la ciudad la volverán a llamar Stalingrado, pero cuando dejen de vincularla con el nombre de Stalin. Si de mi dependiera, la llamaría Stalingrado porque ésa era mi ciudad, pero la razón me dice que sería caro, complicado y también doloroso para los que viven allí".

Su actitud ante Stalin es ambigua. Le llama "déspota" y condena la represión de los años treinta "en la que murieron millones de personas", pero cree que su "mano dura" fue clave para la victoria. Cuando Stalin murió, Ala se deshizo en lágrimas. "Hoy ya no creo en Dios, pero no voy pregonando por todas partes que he perdido la fe", dice.

La odisea de Stalingrado acababa cuando Guénrij Ribakov fue llamado al frente en febrero de 1943. Tenía 17 años y prisa por irse, porque deseaba comerse cuanto antes el pollo que su madre le había metido en la mochila. Se despidió a la ligera y fue enviado al frente de Karelia como infante de marina. En los bosques y pantanos de aquella región, la guerra comenzó como un juego, que se hizo real con los primeros combates.


RECUERDOS IMPREGNADOS DE MUERTE

A diferencia de otros veteranos que dan charlas, Ribakov no se prodiga a la hora de contar sus recuerdos, impregnados de muerte. Tan solo en los años ochenta pudo narrar su experiencia y aún hoy hay capítulos que apenas toca.

Evoca Ribakov al compañero que clavó en el suelo el cadáver de un soldado finlandés para poder arrancarle las botas. "Le dije que despojar a un muerto traía mala suerte, pero no me hizo caso. Dos semanas más tarde le mataron calzado con aquellas mismas botas". Ribakov enterró al compañero en una fosa colectiva y 40 años después supo que su madre seguía buscándolo como desaparecido.

En la densidad del bosque, la guerra tiene sus peculiaridades. Una bucólica escena, como el descanso de un grupo de soldados tras la comida, puede ser transformada en un momento en una carnicería por una bomba, sin que después apenas quede rastro del paso del hombre por la naturaleza. Herido de gravedad en la cabeza, estuvo varios meses internado en una clínica sin reconocer a nadie.

En 1945 regresó a su hogar en Kimri, no lejos de Moscú, donde todavía reside. Sus amigos se habían convertido en inválidos y no hablaban de combates. Más tarde Ribakov se casó con una española -la niña de la guerra María Luisa Suárez-﷓, estudió ingeniería y trabajó como profesor de dibujo técnico. Hoy cobra una pensión de cerca de 8.000 rublos, cuida de su huerto y no gusta de lucir sus medallas en los desfiles, entre otras cosas porque éstos ponen de manifiesto su creciente soledad de superviviente.

Stalin está ausente en su relato de la guerra, aunque a Ribakov, con los años, le guste elogiarlo, sobre todo cuando quiere subrayar la necesidad de orden.


ARTISTAS DANDO ANIMO A LOS SOLDADOS

"Nuestro teatro estaba de gira en Vedenó. Había una atmósfera de fiesta, la llegada de los artistas era un gran acontecimiento para los habitantes de la zona, el tiempo era magnífico, con cielos despejados y un sol esplendoroso. Nada presagiaba la tragedia que se nos venía encima. Inesperadamente se oyó el altavoz que había junto a Correos; se hizo el silencio y la gente comenzó a correr hacia allí; pronto oímos los gritos y llantos de las mujeres".

Así recuerda el primer día de la guerra la chechena Zinaída Isákova, de 79 años. Nueve hombres había entre los actores de gira, que inmediatamente se alistaron como voluntarios; todos perecieron en el frente. Las mujeres tardaron dos días en hacer el camino de regreso a Grozni, pues tuvieron que ir a pie. Allí formaron una brigada de artistas, y con ella Zinaída recorrió todo el frente del Cáucaso del Norte.

"Pedíamos que nos llevaran a los lugares donde se desarrollaban los combates más duros. Ansiábamos dar ánimos a nuestros soldados, apoyarlos para que pudieran resistir en ese infierno". Los momentos de mayor peligro los pasó en Armavir, donde se vieron bajo el bombardeo de la artillería enemiga. Allí Zinaída y dos colegas resultaron heridas. Además de cantar, bailar y organizar espectáculos, los artistas ayudaban a los soldados a escribir cartas, sobre todo a los heridos en los hospitales.

"La víspera del fatídico día -el 23 de febrero de 1944, cuando por orden de Stalin desterraron a chechenos e ingushes-﷓﷓ nos sacaron del frente. Sin sospechar nada, alcanzamos a dar conciertos en los tres hospitales de Grozni. A las dos de la madrugada los soldados de Beria, que durante meses habíamos acogido en nuestras casas, nos dijeron que teníamos 20 minutos para vestirnos. Nos encerraron en vagones para ganado y viajamos durante 18 largos días, hasta llegar a Kazajistán. Por el camino, murieron muchos y a los enfermos los soldados los tiraban de los vagones. Para nosotros, Stalin había sido como un padre. Su crimen no tiene perdón. Por eso ahora sólo puedo hablar mal de ese hombre", dice.

En 1958 Zinaída regresó a Chechenia, pero todavía le tocaría pasar por dos guerras más. "Las desataron los halcones del Kremlin", opina. Ahora vive con su sobrina en un minúsculo apartamento en Grozni. Su pensión es de 5.400 rublos (150 euros). "Es mejor que muchas, pero no me alcanza para mis medicinas", se lamenta Zinaída, que debe andar con un bastón después de haber sufrido dos fracturas de cadera. Al final de su dura vida, Zinaída recuerda con cariño los años de la guerra: "Era joven, tenía 15 años, estaba llena de energía y me sabía útil".

Fuente: http://archivo.elnuevodiario.com.ni/200 ... acionales/

Saludos

Re: Los últimos de Stalingrado

Mar Ene 01, 2008 10:35 pm

ParadiseLost escribió:Imagen
Gamlet Dallakian, Mijail Matrosov y Piotr Aljutov (de izda. a dcha.), veteranos de Stalingrado, ante las ruinas de la llamada "Casa de Pavlov".


Hola a todos,
el autor del artículo anterior, cometió un error al confundir la Casa Pavlov con la Fábrica de harina que se encontraba justo enfrente de la citada casa, y por consiguiente, más cerca del Volga. Es un error muy común en este escenario de la batalla.

Saludos

Mié Ene 02, 2008 1:05 pm

A mí me ha impresionado la historia del soldado alemán que reconoció a su captor ruso para pasar a ser amigos. Resulta conmovedor.

Vie Ene 04, 2008 3:49 am

Un trabajo extraordinario, como a los que nos tiene acostumbrado Paradise. Cuando estaba preparando el mío sobre Volgograd lo ví por ahí atareadísimo entrevistandoa unos rusos. Los resultados están a la vista, felicitaciones.

Vie Ene 04, 2008 4:02 am

Gracias Raoul.
A mi personalmente el testimonio que más me impresionó es este diario:
http://www.zweiterweltkrieg.org/phpBB2/ ... .php?t=474

Es realmente duro.
Saludos

Dom May 25, 2008 3:11 am

Hola a todos,
El horror y el dolor de los habitantes de Stalingrado es uno de los pasajes poco conocidos de la batalla de Stalingrado, y es realmente asombroso, que a finales de enero, aun quedasen 10.000 supervivientes (entre ellos, 1000 niños). Entre los primeros bombardeos y el 10 de septiembre se permitió la evacuación de los civiles de Stalingrado, si bien la cifra hoy día es imposible se saber con exactitud, oscilando entre 200.000-300.000.
Otra evacuación se produjo bajo las órdenes de Hitler, concretamente la del 2 de septiembre, que ordenaba despejar de civiles Stalingrado, marchando en columnas el 14 de septiembre. Pese a estas evacuaciones, se cree que el número de civiles atrapados entre las tropas alemanas y el Volga fue de 50.000.
De los civiles que fueron evacuados por los alemanes, 60.000 acabaron en Alemania, como mano de obra esclava.
Y por último, las últimas grandes evacuaciones de civiles tuvieron lugar al 5 de octubre y a inicios de noviembre, siendo transportados los civiles a las campos de Voroponovo, Marinovka, Kalach y Nizhne-Chirskaia, donde no corrieron una mejor suerte que los civiles atrapados en la ciudad.
La última movilización fue al campo de Karpovka, donde las condiciones eran realmente espantosas, y pocos sobrevivieron al campo.

Aquí os dejo una traducción de la web alemana de Der Spiegel, donde se narran algunas da las vivencias de los civiles rusos en Stalingrado. Estas narraciones son un pequeño extracto del libro ... und die Wolga brannte (... y el Volga ardió), donde aparecen recopiladas las vivencias de los por aquel entonces niños de Stalingrado.



Los niños de Stalingrado
El sufrimiento de los soldados de Hitler en Stalingrado ha sido descrito miles de veces. Los supervivientes han descrito por primera vez, después de 60 años los horrores de su infancia - con ayuda de una alemana.

Texto: Jochen Bölsche
Traducción: Paradise Lost


Con sus blancas casas y sus exuberantes jardines, en los que la vid, la adelfa y el nogal crecían, la ciudad en el Volga era una de las más bonitas del país. Y la hija de la profesora, Wera Scholobowa, una hermosa niña con trenzas rubias, llevaba una feliz y tranquila vida, hasta el espantoso domingo de agosto de 1942, cuando el general Wolfram von Richthofen ordenó que se relizaran 1600 misiones contra Stalingrado, y la floreciente ciudad se convirtió en un campo de ruinas con las miles de toneladas de bombas.
Ancianos, mujeres y niños - en total murieron 40.000 personas durante el bombardeo en el que tomaron parte 600 Junkers-Ju-88 y Heinkel-He-111 así como los Stukas. De entre las 22 personas de la familia con las que Wera pasó su infancia, sólo 7 sobrevivieron al infierno.

Ese día, cuando los alemanes llegaron, la niña tenía 14 años. Más de 60 años después, el horror aun está presente: "A mi tía, un proyectil le arrancó la cabeza y fue lanzada contra un gancho, en el que se quedó enganchada con su elegante cabello; la cabeza se balanceaba y miraba con sus ojos azules muertos al cadáver carbonizado de su hija Tanja."
"Milotschka, la niña de siete años, se desangró y murió en los brazos de su madre herida", recuerda la jubilada: "Mi amiga Tanja Popowa se quemó en su caso con su hermanito y su abuela, y su madre perdió el juicio por la conmoción."

Imagen
Civiles atrapados en Stalingrado.
Fuente: Revista Der Spiegel, nú 51


Stalingrado - esa palabra recuerda sobre todo, a los alemanes, el destino del VI Ejército abandonado por Hitler. Los rusos por le contrario, glorifican a los héroes del Ejército Rojo durante la reconquista de la ya supuesta ciudad perdida.
El sufrimiento de los civiles en el infierno de Stalingrado es algo desconocido para la mayoría de alemanes. Muy pocos saben algo sobre el destino de esos niños, que perdieron su familia en el bombardeo, o sobre los adolescentes que en vagones para ganado fueron deportados a Alemania, donde fueron obligados a trabajar tras las alambradas para la industria armamentística de Hitler con la inscripción en sus ropas "OST".
Muchas víctimas de entonces se ven hasta hoy día imposibilitadas para describir los horrores de los años 1942/43. Las trabajadoras y trabajadores forzados tenían miedo después de su vuelta a Rusia a la discriminación. Según la lógica absurda de los estalinistas todos los que cayeron vivos en manos enemigas estaban bajo la sospecha de colaboración con el enemigo. Los trabajadores del OST eran tildados de traidores al pueblo, no podían estudiar, tenían que vivir con sueldos bajos y hoy reciben pensiones mínimas.

No antes de la vejez, algunos de esos mujeres y hombres, que cuando eran niños vivieron el horror de Stalingrado, han decidido romper su silencio. Se decidieron a hacerlo gracias a una alemana, Frauke Eickhoff de Colonia, nacida en 1940, de la asociación para el fomento del hermanamiento entre las ciudades de Colonia y Volgogrado.
Por encargo de la asociación de Colonia, que también organiza donaciones viajes de alumnos, Eickhoff pidió a los periódicos rusos, que pusieran por escrito sus recuerdos. 50 jubiladas y jubilados aportaron sus artículos para una publicación con el título "... y el Volga ardió".

El día que las bombas alemanas destruyeron las plantas petroquímicas en la orilla del río ruso, Lidija Serebrjakowa recuerda: "El petróleo prendió fuego... Mi madre me agarró... Entre gemidos, llamadas de auxilio, explosiones y el zumbido de los aviones... La orilla era una orilla de muerte. Algunos se aferraban a los botes, otros a tablones."
Casi todos los periódicos hablaban del hambre en la ciudad disputada. "Nos alimentábamos con trigo quemado (1)", apunta Galina Kalinina: "El agua la sacábamos de las zanjas, era amarga y repugnante, por eso alguien enfermó: mi hermana sangraba por el cuello.
La familia de Konstantin Simin vivía sólo de los pellejos de las vacas. "Cortábamos los pellejos en trozos, los chamuscábamos sobre la cocina y con ello hacíamos una sopa. Cuando se enfriaba, se volvía oscura, de color negro."
En las ruinas de la ciudad devastada, los niños hacían macabros descubrimientos cuando buscaban leña. La pequeña Wera encontró "la mano azulada de una mujer con la piel seca" - "por lo visto la mujer intentó salir de los muros derruidos de la casa que la cubrían, pero no lo consiguió."

Imagen
Civiles huyendo de Stalingrado.
Fuente: http://www.spiegel.de


Los recuerdos de los autores rusos sobre los encuentros con los soldados alemanes impresionaban por su "exactitud y exposición detallada", opina Frauke Eickhoff.
Wladislaw Mamontow describe, como él cuando era niño le pidió a un soldado alemán un trozo de pan. Uno le gritó: "¡Largo, cerdo ruso!" Pero otro "nos lanzó los restos de su pan con mantequilla... en un santiamén me zampé el trocito de pan. El sabor del trozo de pan blanco permaneció mucho tiempo en mi boca."

Cuando los soldados de Hitler, rodeados por el Ejército Rojo, sufrieron progresivamente por las heladas y suministros deficientes, su comportamiento cambió, escribe Konstantin Simin: "Los alemanes, piojosos, hambrientos, congelados por el frío y los fuertes vientos, se transformaron en bestias salvajes. Cualquier tipo de ropa para calentarse que podían arrebatarles a los habitantes, se la quedaban para ellos. Los alemanes se llevaban los pañuelos de las mujeres que ataban juntos para taparse con ellos."
En enero de 1943 la madre del pequeño Konstantin murió de una hipotermia y de desnutrición: "De alguna manera, la sacamos fuera, la dejamos sobre la nieve al lado de una pared de un edificio destruido, la tapamos con unos trapos y después con nieve." Poco después también enfermaron sus hermanos pequeñas Schenja y Galja: "Casi inaudiblemente pedían algo para comer, pero no había nada. Los dos murieron en el mismo minuto. Los tumbamos al lado de nuestra madre y los tapamos con nieve."


(1) El trigo quemado provenía casi con total seguridad del Silo de grano capturado por los alemanes en el sur de la ciudad a medidados finales de septiembre. Los civiles rusos intentaban robar el grano quemado para sobrevivir y muchas veces eran abatidos por los francotiradores alemanes cuando eran descubiertos.

Fuentes: Stalingrado, Antony Beevor
http://www.spiegel.de/netzwelt/web/0,15 ... 97,00.html

Dom May 25, 2008 4:05 am

Una muy buena cosa que se haya reanudado este crónica. Gracias.

Salu2

Dom May 25, 2008 5:50 pm

También yo me alegro. Stalingrado tiene, por varias razones, un hueco en mi corazón. Por cierto ParadiseLost, las fotos en color son
reales, ¿ verdad ? quiero decir que no son coloreadas... Me han llamado muchísimo la atención.
:D Un saludo cordial.
García-Morato.

Lun May 26, 2008 12:27 am

Gracias si os han gustado los relatos.

Las fotos son originales en color de la época, no coloreadas. Aunque no hay muchas en color de Stalingrado, de haberlas haylas.
Si se tiene el ojo un poco entrenado es fácil diferenciar las coloreadas de las auténticas.
A simple vista parece que el color sea original, pero la diferencia estriba en que los negros son siempre más fuertes y permanecen sobre el color, como si se sumasen con el color añadido encima. Si se trabaja con Photoshop es fácil verlo.

Antes, para tintar las fotografías, se hacía una copia fotográfica, y con anilinas agua y pincel o algodón, mayormente, se les daba ese toque de color, y es en esa época, donde se veía más la diferencia del negro, como en las películas antiguas coloreadas.

Saludos

Lun May 26, 2008 2:02 am

Acabo de descubrir este post y me lei todas las paginas de estos testimonios.

Un excelente trabajo paradise :)

Re: Testimonios rusos de la batalla de Stalingrado

Vie Dic 09, 2011 4:02 am

Los niños fueron hasta espías y combatieron con el Ejército soviético en la batalla de Stalingrado
Elena Kósova, RIA Novosti
En la primavera de 1943, Stalingrado (actual Volgogrado, a orillas del Volga) estuvo llena de cadáveres que producían un hedor nauseabundo. Según los datos oficiales, unos 150 mil cuerpos humanos y 16 mil cadáveres de animales se pudrieron en las calles. Las condiciones higiénicas y sanitarias en la ciudad dejaban mucho que desear, pero los que lograron sobrevivir a la batalla de Stalingrado, que duró 200 días, hacían la vista gorda ante las malas condiciones de vida. Estaban vivos y eso era lo más importante.

El primer edificio reconstruido fue la Casa de Pávlov
Los habitantes de Stalingrado acostumbrados a vivir en sótanos, cuevas o tranvías empezaron a reconstruir los edificios por sus propias manos. El sangriento enfrentamiento entre las tropas nazis y el Ejércirto soviético duró unos seis meses. El 91% de los edificios de la ciudad quedó destruido.
Una vez terminada la guerra, se formó una brigada de voluntarias encabezada por Alexandra Cherkásova que se encargó de la reconstrucción de la ciudad. Cherkásova trabajó en una fábrica de carne antes de la guerra. Durante la defensa de Stalingrado, esta mujer ayudó a retirar a los heridos del campo de batalla y después de la guerra encabezó un equipo de barrenderos para limpiar la ciudad.
El primer edificio reparado por el grupo de Cherkásova fue la Casa de Pávlov. La reconstrucción duró 58 días, igual que su defensa durante la batalla, símbolo de la resistencia heroica del pueblo soviético, que en los días de la batalla de Stalingrado se convirtió en fortaleza.

Una niña nació en el sótano de la Casa de Pávlov durante la batalla de Stalingrado
El 17 de julio de 1942, la aviación alemana lanzó los primeros ataques contra Stalingrado. Aquel día, una mujer embarazada se escondió en el sótano del edificio número 61 en la calle Pénzenskaia. Esta calle todavía no había recibido el nombre del sargento ruso Pávlov.
En este sótano vivían los padres de la mujer que dio a luz una niña cuatro días después del inicio del ataque. La madre llamó Zinaída a su hija recién nacida.
Dos meses después, cuando Stalingrado ya era escenario de combates encarnizados, un grupo de soldados soviéticos bajo el mando del suboficial Yákov Pávlov ocupó este edificio y lo convirtió en una fortaleza.
Este edificio de cuatro plantas se encontraba en una plaza en el centro de Stalingrado, camino hacia la orilla del río Volga. La misión principal del ejército consistía en impedir que el enemigo se abriese paso hacia el río. Cada vez que los alemanes intentaban atravesar la plaza, los soldados de Pavlov abrían fuego contra ellos desde el sótano, las ventanas o el tejado del edificio obligándoles a retirarse. Resistieron durante 58 días. Durante todo este tiempo, la niña Zinaída, su madre y sus abuelos continuaban viviendo en el sótano.
El padre de la niña, el soldado Piotr Selezniov, pereció en uno de los combates callejeros en Stalingrado. Zinaída también estuvo a punto de morir pero finalmente logró sobrevivir a los ataques.
"Estaba muy débil. Los soldados empezaron a cavar una tumba para mí y encontraron un medallón con la imagen de la Virgen. Se lo entregaron a mi madre que me lo colgó al cuello. Y logré sobrevivir", contó luego Zinaída.
Los soldados le traían a la madre de Zinaída harina mezclada con arena desde el molino de Gerhard para alimentarla. Este molino se convirtió en una fortificación, como muchos otros edificios de Stalingrado. Después de la guerra se decidió conservarlo tal como fue en los días de la batalla. El molino forma parte del museo dedicado a la batalla de Stalingrado.
En 1993, Zinaída Andreeva encabezó la Asociación "Niños de Stalingrado" integrada por 12 mil personas. La componen los niños que estuvieron en la ciudad durante la Batalla, considerada como la más sangrienta en la historia de la humanidad. Muchos niños se quedaron huérfanos y vieron como su ciudad fue totalmente arrasada.

El fuego de las bombas derretía el asfalto
En agosto de 1942, a las 16:18 hora local, la Wehrmacht lanzó una ofensiva aérea contra Stalingrado.
Durante la primera semana de los bombardeos, los aviones de la Luftwaffe lanzaron sobre Stalingrado 12.500 bombas de 1.000 kg de peso. La explosión de este tipo de artefacto deja un agujero en el que podría caber un edificio de dos pisos.
La ciudad estaba en llamas. Los alemanes destruyeron la zona petrolera. El petróleo se virtió en el río Volga y ardía sin compasión. Las llamas de más de 200 metros de altura provocaron un espectacular incendio que derretía el asfalto de la ciudad.

La gente se empujaba sin cesar para subir al buque que iba a la orilla opuesta del Volga
"El fuego estaba destrozando la ciudad. El ruido de las explosiones era tan fuerte que tuvimos que taparnos bien fuerte los oídos para evitar que el tímpano se nos reventase", recuerda una habitante de Volgogrado, Vera Tiugaeva.
Cuando el Ejército nazi empezó a bombardear la ciudad, Vera tenía 5 años. Su casa fue destruida y su familia fue alojada en una de las escuelas de Stalingrado junto con otras personas que se quedaron sin hogar. El padre de Vera Tiugaeva trabajaba en una fábrica de tractores en la que se fabricaban y se reparaban carros blindados durante los días de la defensa. Se decidió evacuar esta fábrica junto con los trabajadores y sus familias a la ciudad siberiana de Barnaúl.
Vera Tiugaeva y su familia lograron subir al segundo buque. Cuando bajaron del barco, explotó otro proyectil. Vera y su hermana quedaron cubiertas por la arena que levantó la explosión. La madre estaba buscando a sus hijas y las encontró antes de que murieran.
La familia de Vera Tiugaeva tuvo mucha suerte. Todos fueron evacuados y quedaron con vida.

Los altos funcionarios y sus familias abandonaban la ciudad a ojos vistas de la población
Durante la batalla de Stalingrado, todo el poder recayó en el Comité municipal de defensa encabezado por Alexei Chuiánov, primer secretario del Comité del Partido Comunista en Stalingrado.
"Fue él quien tuvo que tomar la decisión de evacuar a los civiles", dice Tatiana Prikázchikova, colaboradora del museo. "Antes de que los nazis lanzaran la ofensiva contra Stalingrado, todos pudieron trasladarse sanos y salvos a la orilla izquierda del Volga", añadió.
Según Prikázchikova, en otoño de 1942, el problema más grave que se planteó ante las autoridades locales eran las perspectivas que tenían los habitantes de Stalingrado de abandonar la ciudad.
Las autoridades locales no recibieron órdenes de evacuar a la población y no querían asumir la responsabilidad de tomar esta decisión y arriesgarse a tener problemas de mayor índole.
"Nikita Jruschov, nuevo líder soviético tras la muerte de Stalin y miembro del Consejo militar del Frente de Stalingrado, escribió en sus memorias que le había llamado Stalin tras los primeros bombardeos para preguntar si la población abandonaba la ciudad. Y Jruschev dijo que los habitantes tenían que quedarse", comentó Prikázchikova. Los comandantes y sus familias sí que se trasladaron a la orilla izquierda del Volga.
Fue en octubre de 1942, cuando el comandante del Frente, Andrei Eriomenko, firmó la orden de evacuar a la población civil a una distancia de 25 kilómetros como mínimo del campo de batalla.
Pero en plena guerra esto era muy peligroso. Los soldados solían decir que preferirían lanzarse 10 veces al ataque que trasladarse a la orilla opuesta del Volga. Solo unas 20 mil personas fueron evacuadas en octubre. Entonces, ¿cómo sobrevivieron los que quedaron en Stalingrado?

Orlov y su guerrera de gabardina
Todos los habitantes de Stalingrado, tanto los adultos como los niños, pasaron hambre, frío y miedo. Cavaban trincheras, atendían a los heridos e intentaban apagar el fuego que dejaban las explosiones.
Durante los días de la defensa de la ciudad, miles de niños y adolescentes participaron en combates, se lanzaron al ataque y reconocieron el terreno.
Nikolai Orlov cumplió 16 años en 1942, cuando fue condecorado con la Orden de la Guerra Patria y con la medalla "Por la Valentía". Estas condecoraciones se las entregó el comandante del 62º Ejército, Vasili Chuikov, que también ordenó condecorarle con una guerrera de gabardina por su coraje. Terminada la guerra, Orlov continuó llevando esta guerrera durante muchos años.
Los niños de Stalingrado conocían bien la ciudad y realizaban muchas misiones, por ejemplo, reconocían el terreno e informaban sobre dónde estaban los alemanes y su material bélico.
Orlov atravesó la línea de frente 71 veces para entregar la información. Este pequeño y valiente muchacho tiene casi 85 años y recuerda como si fuese ayer cuál fue su primera misión.
Los alemanes desplegaron una base aérea secreta cerca del poblado Marínovka, a una distancia de 80 kilómetros de Stalingrado. Los aviones que se despegaban de este aeródromo bombardeaban las posiciones del Ejército Rojo cerca del Volga.
Los nazis llevaban a Marínovka a los prisioneros para trasladarles después a los campos de concentración en Alemania. Nikolai llegó al poblado junto con un grupo de presos y después se escapó sin que nadie lo notara para aproximarse a la base aérea.
Cerca del aeródromo Orlov vio a una anciana que pastaba cabras y se quedó dormida. Nikolai aprovechó la ocasión y se llevó a los animales.
"Pensé que si me descubrían podría decir que era pastor", recuerda el coronel jubilado. "Cuando llegué hasta el aeródromo y conté todos los aviones, los alemanes me localizaron. Tenían un intérprete ucraniano", contó Orlov. Nikolai les dijo a los alemanes que las cabras se le escaparon y se dirigieron a la base aérea cuando él se quedó dormido y al despertar tuvo que seguirlas.
"Parecía que un oficial nazi me creyó, a diferencia del intérprete que trataba de convencer al oficial que no me dejara irse. No sé cómo sería mi destino si la dueña de las cabras no se hubiera despertado", dijo Orlov.
La anciana corrió al chico gritando: "¡Imbécil! ¿Cuántas veces te he dicho que no te alejes de mí?" Para una mayor convicción tomó un látigo y le pegó a Nikolai en la espalda. Y los alemanes dejaron marchar al joven.
Aquel mismo día por la tarde, las tropas soviéticas lanzaron una ofensiva contra la base aérea alemana. Nikolai Orlov no ha visto nunca más a la anciana que le salvó la vida.

"¡Niños, pan, pan!"
Tatiana recuerda muy bien el período de posguerra. Aquellos días quedaron grabados para siempre en su memoria porque fueron marcados por el hambre.
La madre de Tatiana tenía un corte de una tela que antes de la guerra le había regalado su marido que pereció en 1942. Esperando que la noticia de la muerte de su marido fuese un error, la mujer conservó este trocito de tela para coserse un nuevo vestido para cuando volviera el padre de Tatiana a casa pero esto nunca ocurrió. Cuando fue el cumpleaños de la niña, su madre decidió vender la tela y compró un kilo de melindres.
"Empujé la bolsa con los melindres y dije que preferiría pan", cuenta Tatiana.
Los alemanes presos que reconstruyeron la ciudad junto con los habitantes de Stalingrado también soñaron con comer pan en los años de la posguerra.
Hoy en día, Tatiana Chetveriakova vive en el edificio 6 en la calle Sovetskaia que también fue construido por los alemanes. Después de la guerra, jugaba junto con sus amigos cerca de esta casa. El edificio fue cercado por una valla que tenía muchos agujeros. Los alemanes presos que trabajaban detrás de la valla les pedían "¡niños, pan, pan!" y los niños les entregaban trozos de pan a través de estos agujeros.

Terminada la batalla, en el centro de la ciudad quedaron sólo siete personas
"En 1985, cuando se inauguró la exposición "La Batalla de Stalingrado” era tema tabú hablar de la población civil durante la defensa de la ciudad", dijo Tatiana Prikázchikova.
"Recuerdo que en 1990, un joven colaborador del museo fue despedido después de contar a los visitantes que las autoridades de Stalingrado les impedían a los habitantes evacuarse", añadió.
Sólo en 1993, cuando se fundó la Asociación "Niños de Stalingrado", el tema de los civiles estuvo presente en mítines y otros eventos dedicados a los días de la defensa de la ciudad. Los que fueron niños durante la batalla de Stalingrado entregaron al museo varios objetos de uso personal que tuvieron durante la guerra.
"Hoy ya se puede hablar abiertamente de las cifras de bajas. En 1941, en Stalingrado había 525 mil habitantes. Y el 4 de febrero de 1943, o sea, dos años después, quedaron sólo 23 mil personas en la ciudad. ¿Podéis imaginar que en aquel momento en la parte céntrica de Stalingrado vivían sólo 7 personas?", dice Tatiana Prikázchikova.

Fuente: http://sp.rian.ru/opinion_analysis/2011 ... 28053.html

Re: Testimonios rusos de la batalla de Stalingrado

Jue Dic 15, 2011 2:55 am

Gracias ParadiseLost por tu excelente aporte. Dándole la perspectiva dolorosamente humana de la Batalla.

Saludos

Huno2000
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