El siguiente texto está extraído del libro "Guerra en el Este" de Grigori Gafencu que ocupó varios cargos en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Rumanía antes y durante la SGM.
En este libro se habla del Acuerdo de Moscú (20-ago-39) a la invasión de Rusia (22-jun-41), y el drama de los países situados entre la URSS y el Reich.
(...) El nuevo acuerdo ruso-japonés permitirá a la URSS y al Japón el cumplimiento de su respectiva misión histórica...
Qué podía pensar Schullenburg (embajador alemán en la URSS) de tales afirmaciones? El Embajador de Alemania había pasado horas críticas despues del acuerdo con Yugoslavia. Sentía crecer y agitarse el descontento del Reich, mientras en el pueblo ruso aumentaba también el sentimiento de hostilidad hacia sus vecinos de Europa.
El intento mostrado por Stalin a su huésped japonés había tranquilizado, hasta cierto punto, al Embajador sobre las intenciones del Kremmlin. Era claro que Stalin quería sacarse la espina del mal asunto yugoslavo y que no abrigaba ninguna intención agresiva respecto al Reich. Los preparativos militares que Moscú hacía en secreto, el desplazamiento de tropas hacia el Oeste, los vuelos diurnos y, sobre todo, nocturnos, de cientos de aviones militares, no inquietaban al Embajador alemán, que consideraba estas medidas como precauciones de carácter defensivo, y a las que, por su parte, correspondían los alemanes con otras no menos importantes. El cambio sufrido por la negociación Stalin-Matsuoka era, por el contrario, extraño y nebuloso. El acuerdo ruso-japonés no había inclinado a la URSS hacia el Eje, como esperaban los diplomáticos alemanes de Moscú; pero había permitido a los nipones y a los soviéticos descubrir ciertas afinidades asiáticas entre ellos, lo que era difícil de conciliar con los planes de la Wilhelmstrasse y que no podía integrarse de ninguna manera en el Pacto Tripartito.
Para Schullenburg, las maquinaciones de la diplomacia soviética no tenían otra finalidad que ganar tiempo y provocar, a lo sumo, nuevas explicaciones con las potencias del Eje; el Embajador temía más repercusión en Berlín de las fanfarronadas de la URSS y el efecto de la afirmación (constantemente repetida) de que los soviets no tendrían en cuenta ninguna intervención extraña y no se inspirarían sino en sus propios intereses.
El 13-abr-41 fue un día decisivo para los destinos de la URSS:
- se liquidaba un pasado
- se consolidaban las posiciones presentes
- se descubría un porvenir amenazador.
Ese mismo día, las tropas alemanas entraban en Belgrado; Matsuoka firmaba al mediodía el Pacto de Neutralidad, y por la tarde, Schullenburg, inquieto y turbado por negros presentimientos, tomaba el tren para Berlín.
(...) Rusia había contribuido entonces, poderosamente, a que la guerra estallase; era manifiesto que no pensaba contribuir de igual modo a que terminase. ¿Había que extrañarse del equívoco perturbador del acuerdo entre ambos dictadores? Stalin había querido "la guerra por la guerra". No tenía prisa en que acabase, puesto que eran otros los que luchaban. Hitler quería la victoria. Más allá de su esfuerzo guerrero veía las ventajas de un poder sin límites. En esas circunstancias, era natural que el camino de los 2 aliados se bifurcara en el curso de las hostilidades.
Hitler no podía atenerse a determinados argumentos que su embajador en Moscú pretendía hacerle tomar en consideración. Le importaba poco que la política alemana, por sus métodos brutales, hubiese contribuido a exasperar al Gobierno soviético y a provocar en Rusia reacciones de independencia y mal humor; la política alemana era tal, que debía ser condicionada por las necesidades de la guerra y por la voluntad de la victoria; correspondía a los neutrales someterse y adaptarse a los métodos que un país en plena acción, no podía escoger a su gusto.
La URSS no había podido ocultar su juego durante la campaña del Reich en los Balcanes. Ofendida y contrariada, en el momento del arbitraje de Viena, había dado muestras de su descontento con ocasión del paso de tropas alemanas por Bulgaria, no disimuló sus intenciones al estimular la resistencia de Turquía, y había afirmado, deliberadamente, sus designios hostiles, sosteniendo, a cara descubierta, la rebelión yugoslava. Este último hecho, que los informes de sus diplomáticos no le habían permitido prever, era el que provocaba la cólera del Führer y hacía nacer en él temores acerca del papel que se reservaba Rusia para el porvenir.
El Gobierno ruso había demostrado su habilidad desbaratando los planes de Berlín; el acuerdo que Moscú lograra firmar con Tokio, lejos de atar de pies y manos a los soviets, les procuraba un aumento de seguridad en Asia, del que podrían sacar partido en Europa. El Gobierno ruso no cesaba de proclamar, con insistencia inquietante su independencia, su entera libertad de acción, su voluntad resuelta de no tolerar ninguna intervención extranjera en sus asuntos y su determinación de proseguir su política conforme a los solos intereses de la URSS. (...)
(...) El equipo y la presentación de las tropas que atravesaban Moscú incesantemente, el zumbar continuo, día y noche, de centenares de aviones en el cielo moscovita, el número prodigioso de camiones y camionetas militares que recorrían la ciudad y el campo, sin otra aparente finalidad que la de probar sus nuevos motores...había llegado a impresionar, no sólo a los profanos, sino también a los especialistas militares, cuyas apreciaciones venían sufriendo de modificaciones extrañas.
Los franceses (general Palasse y Tcol. Luguet) pensaban que la URSS disponía de una máquina de guerra temible, capaz de enfrentarse con los mejores ejércitos del mundo. Pero, la opinión más extendida es que podía oponer una resistencia honrosa a la Wehrmacht; pero no aguantarían mucho tiempo. (...)
(...) Cada mes que pasaba iba en perjuicio del Reich, bloqueado en el interior del continente y sangrando por la herida abierta en la lucha contra los ingleses, y en beneficio del Ejército ruso, que se entrenaba sin bajas y se armaba sin agobios.
¿Habían dado noticias exactas tanto diplomáticos como militares, de la fuerza y el valor combativo del Ejército ruso, número de sus efectivos y sus reservas, emplazamiento exacto e importancia de sus fortificaciones?. No hay que olvidar la imposibilidad en que se hallaban las misiones extranjeras de penetrar el misterio de las defensas soviéticas. También han de tenerse en cuenta las erróneas deducciones originadas por el recuerdo de la guerra de Finlandia.
Schulenburg (embajador alemán en Moscú) estaba convencido de que "incluso en el caso de un triunfo militar fácil y rápido, Alemania se encontraría en Rusia ante dificilísimos problemas económicos, políticos y sociales. (...)