Publicado: Vie May 29, 2009 8:07 pm
por grognard
Imagen
Fuente: https://malapartiana.wordpress.com/cate ... or/page/2/

Título: La Piel
Autor: Curzio Malaparte
Traducción del italiano: M Bosch Barrett
Editorial: Ediciones G.P.
Año de publicación: 1973
ISBN: 84-01-43097-6
Páginas: 446
Precio: Indeterminado. Libro descatalogado

Sobre “La Piel”, otros han dicho:

En La piel Malaparte extiende el gran fresco de la sociedad europea que comenzó con Kaputt, donde el escenario es la Europa del Este. En este caso es Italia durante los años de 1943 a 1945; en vez de los alemanes, los invasores son en este caso las fuerzas armadas norteamericanas. El libro, que representa la triunfante inocencia norteamericana frente al fondo de la experiencia europea de destrucción y hundimiento moral, la colocó en el Index Librorum Prohibitorum (Índice de libros prohibidos).
http://es.wikipedia.org/wiki/Curzio_Malaparte

Con esta obra, Curzio Malaparte se da a sí mismo la réplica que un inmenso público aguardaba desde la publicación de "Kaputt". La Piel, es, en síntesis, el drama moral de un continente al que la libertad no redime de las abyecciones y degradaciones vergonzantes que la guerra trae siempre consigo. La Piel es un retablo de miserias infinitas, de humillaciones inconcebibles, de horrores dantescos, suavizado por el soplo lírico de una compasión que no conoce limites y que nace precisamente de un sentido de solidaridad, casi de complicidad, con los que sufren y se humillan. La Piel es una epopeya de la que está ausente la retórica del heroísmo, de la libertad y de la justicia, y pone al descubierto la podredumbre que suele ocultar aquella retórica. La Piel es, finalmente, la venganza de un hombre civilizado contra el inmenso crimen de la guerra.
Este libro estuvo en el Index librorum prohibitorum (Índice de libros prohibidos).
http://vagos.wamba.com/showthread.php?t=263217


Comentario personal

He de reconocer que había leído por primera vez “La Piel” hace al menos 25 años, y que su lectura, aunque un poco dificultosa porque en aquella época mi inglés era casi nulo, me impactó sobremanera, por su descripción cruel, descarnada y ácida de la “invasión” de Nápoles y el sur de Italia por los ejércitos aliados. He vuelto a leerla hace poco (el Quiz da buena cuenta de ello), y la relectura ha constituido un enorme placer, tanto por el reencuentro con Malaparte, uno de mis autores favoritos en cuanto a la mezcla entre su estilística como literato y lo directo de su narración como periodista, como por la historia de la liberación de Italia que se va desgranando poco a poco a través de sus páginas.

Como ya se ha comentado más arriba, “La Piel” puede considerarse cronológicamente hablando como una continuación de “Kaputt”. Esta acaba con el autor llegando a Nápoles, y “La Piel” comienza un breve lapso de tiempo después, con los ejércitos aliados firmemente posicionados en el sur de Italia, con una nación que ha cambiado de bando de un día para otro, y con un pueblo, el napolitano, y por ende, como trasunto del pueblo italiano, que ha sido capaz de mantener su dignidad como pueblo durante la ocupación alemana, y que ahora “se vende” y vende su dignidad tan duramente ganada a las tropas liberadoras por aceite, chocolate, cigarrillos o medias de seda.

La historia, contada en primera persona, con Malaparte como protagonista, desgrana aspectos anecdóticos, descarnados, humorísticos y grotescos del día a día del conflicto bélico en Italia entre 1943 y 1945. La acción se desarrolla fundamentalmente en la retaguardia, en una ciudad, Nápoles, que ha sido “tomada” literalmente por un ejército multinacional y babeliano (permítaseme la licencia), y donde existe un encontronazo cultural e ideológico entre los italianos y sus “liberadores” aliados.

Malaparte hace gala de una fina ironía y una acerada crítica en la descripción de la vida cotidiana en esa retaguardia, en la cual el pueblo napolitano, acostumbrado a vivir y malvivir bajo dominadores de diverso signo y nacionalidad prácticamente desde el principio de los tiempos, descubre de improviso que la vida no se diferencia mucho de la anterior bajo el gobierno de los “libertadores”.

A lo largo del texto, existen pasajes antológicos, cuya solo disfrute justifica la lectura de la novela. Y estos pasajes, como ya indiqué más arriba, mezclan el humor y la rabia, la media sonrisa y el sufrimiento, lo patético y lo sublime, lo grotesco y lo sentimental… para componer un fresco cercano y que disecciona casi quirúrgicamente (no hay que olvidar que Malaparte era periodista) la realidad de una guerra que se desarrolla en un país (Italia) que no la quiere, entre potencias extranjeras (Alemania y los aliados) que no lo entienden, a causa de unos ideales que el pueblo italiano no comprende y no comparte.

Y todo ello salpicado con una crítica acerada y mordaz hacia un país y sus gentes como sólo puede tenerla un ciudadano de ese país. Porque la visión de Malaparte hacia “su” Italia está cargada de pesimismo y tristeza, de desencanto y desesperanza.

Y buena prueba de ellos son algunos de los pasajes a los que hacía referencia anteriormente, la explicación del negocio de venta de soldados negros entre los chiquillos napolitanos; la visita que realizan Malaparte y el teniente Jimmy a una miserable casa para poder comprobar que aún existían “vírgenes” en Nápoles; la “peste” que asola la ciudad, enfermedad que aqueja al pueblo napolitano, consistente en una concupiscencia desmedida en busca de comida y artículos varios; las “pelucas” que utilizaban las mujeres napolitanas para disimular su vello púbico, ya que a los soldados afroamericanos del Quinto Ejército lo que les gustaba eran las mujeres rubias; la peregrinación de la “quinta columna” homosexual desde Europa hacia el liberado sur de Italia, huyendo de los alemanes; la prostitución de niños para las tropas coloniales francesa; la cena que ofrece el general Cork (trasunto del general Clark) a la mujer de un congresista americano, en la cual se ofrece como plato fuerte una sirena (el pez) pero que por su aspecto parecía una jovencita y acaba siendo enterrada por orden del general; el avance sobre Roma por la vía Apia, con paradas turísticas en todos los monumentos históricos; el atropello y aplastamiento de un civil por un tanque americano a la entrada de la Ciudad Eterna, y la asistencia de Malaparte y un pastor protestante a su velatorio; la conquista de Florencia, y los juicios sumarios y fusilamiento de los voluntarios fascistas por parte de los partisanos…

Aunque quizás mi favorita es aquella en la que, a las afueras de Roma, el general Guillaume, de las tropas francesas, invita a comer a Malaparte y Jimmy. Mientras se prepara la comida, una mina explota y arranca una mano de un goumier, que nadie es capaz de encontrar. Al final de la comida, el general Guillaume se burla de Malaparte y de lo que cuenta en Kaputt, y Malaparte contesta alabando los diversos platos de la comida, hasta llegar al cous-cous:

—Finalmente nos han servido, sobre una inmensa fuente de cobre, el kuskus de sabor bárbaro y delicado. Pero el cordero de este kuskus no es un cordero del Atlas, de los pastos quemados de Fez, de Tarudant, de Marrakesh. Es un cordero de las montañas de Itri, en Ciociaria, encima de Fondi, donde reinaba Fra Diávolo. Sobre las montañas de Itri, en Ciociaria, crece una hierba parecida a la menta silvestre, pero más grasa, de un sabor que recuerda el de la saliva a la que los habitantes de estas montañas dan el nombre griego de kallimeria; es una hierba con la cual las mujeres embarazadas preparan una bebida para los partos, una hierba querida de Venus de la que los corderos de Itri son muy voraces. Es precisamente esta hierba, la killimeria, la que da a estos corderos esta gordura de mujer embarazada, esa pereza femenina, esta voz grasa, esta mirada cansada y lánguida de las mujeres encinta y los hermafroditas. Hay que mirar al plato con los ojos bien abiertos, cuando se come el kuskus; el marfil blanco de la sémola en la cual es cocido el cordero no es tan delicado a los ojos como su sabor al paladar.
— Este kuskus, en realidad, era excelente —dijo el general Guillaume.
— ¡Ah, si hubiese cerrado los ojos mientras comía el kuskus! Porque hace un momento, en el sabor cálido y vivo de la carne de cordero, he sentido de repente un gusto dulzón y bajo mis dientes una carne más fría, más blanda. Miré mi plato y me estremecí de horror. En la sémola vi asomar primero un dedo, después dos, después cinco y finalmente una mano de uñas pálidas. Una mano de hombre.
— ¡Cállese usted, por favor! —gritó el general Guillaume con la voz angustiada.
— Era una mano de hombre. Era seguramente la mano del desgraciado goumier que la explosión de la mina había arrancado en seco y proyectado a la gran marmita de cobre donde se cocía nuestro kuskus. ¿Qué podía hacer? He sido criado en el Colegio Cicognini, que es el mejor colegio de Italia, y de niño aprendí que no hay que turbar jamás, bajo ningún pretexto, la alegría de los demás en un baile, en una fiesta o en una comida. Me esforcé en no palidecer y me puse tranquilamente a roer la mano. La carne estaba un poco cruda, no había tenido tiempo de cocer.
— ¡Cállese usted, por el amor de Dios! —gritó el general Guillaume con voz ronca, rechazando el plato que tenía delante de sí.
Los comensales estaban lívidos y me miraban con la mirada extraviada.
— Soy un huésped bien educado — dije —, y no es culpa mía que mientras roía la mano en silencio pensando en el pobre goumier, sonriendo como si no ocurriese nada, para no turbar tan agradable almuerzo, hubiesen ustedes cometido la imprudencia de burlarse de mí. No hay que poner nunca en ridículo a un invitado, sobre todo cuando éste está comiendo la mano de un hombre.
— ¡Pero no es posible! No puedo creer que... — balbució Pierre Lyautey, con el rostro verde y apretándose con la mano el estómago.
— Si no me creen ustedes —dije—, miren mi plato. ¿Ven ustedes todos estos huesecillos? Son las falanges, Y aquí, alineadas en el borde del plato, vean ustedes las cinco uñas. Perdónenme si, a pesar de mi buena educación, no he sido capaz de tragarme las uñas.
— ¡Dios mío! —exclamó el general Guillaume, vaciando su vaso de un trago.
— Así aprenderán ustedes a no poner en duda lo que Malaparte cuenta en sus libros.
En aquel momento sonó un disparo a lo lejos en el llano, después otro, y otro todavía. El cañón de un «Sherman» sonó claro y breve al lado de las Frattocchie.
— Ya estamos —gritó el general Guillaume, levantándose de un salto.
Nos levantamos todos y derribando los bancos corrimos hacia el lindero del bosque desde donde la vista podía explorar toda la campiña romana, desde la desembocadura del Tíber hasta el Aniene.
De la Via Apia, más allá de la encrucijada de las Frattocchie, vimos elevarse una nube azul y oímos subir hasta nosotros el rugido lejano de cien, de mil morteros; Jack y yo lanzamos un grito de júbilo al ver la interminable columna del V Cuerpo de Ejército americano que avanzaba en dirección a Roma.
— Hasta la vista, mi general —dijo Jack, cogiendo la mano del general Guillaume.
Los oficiales franceses, en torno nuestro, guardaban silencio.
— Hasta la vista —dijo el general Guillaume. Y en voz baja añadió—: No podemos seguirlos; nosotros tenemos que quedarnos aquí.
Tenía los ojos empañados en lágrimas. Yo le estreché la mano sin decir palabra.
— Vengan a verme cuando quieran —me dijo el general Guillaume con una triste sonrisa —; encontrarán ustedes siempre un sitio en mi mesa y una mano amiga.
— ¿Su mano también?
— ¡Váyase usted al diablo! —gritó el general Guillaume.
Jack y yo bajamos corriendo por la cuesta a través del bosque, dirigiéndonos hacia el lugar donde habíamos dejado nuestro jeep.
— ¡Bien jugado, bien jugado, Malaparte! ¡Un truco admirable! —gritó Jack mientra corría—. Así aprenderán a no poner en duda lo que cuentas en Kaputt.
— ¿Has visto la cara que ponían? Creí que iban a vomitar.
— ¡Muy buena broma, Malaparte! ¡Ja, ja, ja! — gritaba Jack.
— ¿Has visto con qué arte he dispuesto en el plato los huesecitos del cordero? ¡Parecían verdaderamente los huesos de una mano!
— ¡Ja, ja! ¡Maravilloso! —gritaba Jack, corriendo—. Se hubiera dicho que era verdaderamente una mano, el esqueleto de una mano.
Nos reíamos mientras corríamos por entre los árboles. Llegamos a nuestro jeep, saltamos sobre el asiento, bajamos a toda marcha la carretera de Castelgandolfo y al llegar a la Via Apia subimos por la columna en medio de un torbellino de polvo. Por fin conseguimos meternos con nuestro jeep detrás del general Cork que, precedido por algunos «Sherman», guiaba la columna del V Ejército a la conquista de Roma.


Creo que este fragmento es una buena muestra del ácido sentido del humor de Malaparte y de la desesperanza que impregna toda la novela.


A modo de recordatorio, en el Foro se encuentra posteados algunos otros fragmentos del libro, en concreto, los siguientes:

Sobre los soldados italianos y su actitud tras el "cambio de bando".
viewtopic.php?f=4&t=4368&p=51563

Sobre las extrañas mercancías con las que se traficaba en Nápoles
viewtopic.php?f=49&t=3436&p=35506

Sobre el bombardeo aliado de Hamburgo
viewtopic.php?f=42&t=4520#p54887

Sobre las tropas marroquíes en Italia
viewtopic.php?f=42&t=4647#p57853