Publicado: Mar Dic 03, 2013 11:12 pm
por Ramcke
Un extracto del artículo de Jacinto Antón, titulado "La saga de los aviadores estrellados" donde habla sobre Hillary y su libro "El primer enemigo":

Hillary (1919-1943), uno de los Few, los pilotos de la RAF que salvaron Gran Bretaña de las águilas nazis, sacudió al mundo anglosajón al aparecer en 1942 su libro en el que explica su vida y sus experiencias como piloto en la Batalla de Inglaterra. Era un chico bien como solo lo puede ser un chico inglés, tipo Retorno a Brideshead para entendernos. Y sensible, capaz de escribir que “la niebla amarillenta daba un aire de tristeza a los Spitfires” y que las nubes bajo su aeroplano “se esparcían como capas de nata montada”. El 3 de septiembre de 1940, Hillary, creyéndose invulnerable, despegó con su escuadrilla para una misión de caza. Se encontraron con un montón de aparatos alemanes que avanzaban como un enjambre de langostas. “En cuanto nos vieron se dispersaron y descendieron en picado, y durante los diez minutos siguientes todo fue una imagen borrosa de balas trazadoras y aviones haciendo piruetas. Un Messerschmitt cayó envuelto en llamas a mi derecha y un Spitfire se precipitó en picado dando media vuelta en el aire”. En medio del combate, Hillary es alcanzado. “Todo el aparato tembló como un animal herido. Un segundo después, la cabina era una masa de llamas”. En un momento de intensa agonía piensa: “¡Así que es esto!”. Pero consigue arrojarse fuera del avión y abrir el paracaídas. Se precipita en el mar. Imaginemos el siseo del agua al abrazar ese cuerpo devenido antorcha. Mientras flota con el chaleco salvavidas, observa las quemaduras de sus manos, con la piel en jirones. “Me mareé un poco al sentir el olor de la carne quemada”. La cara le arde. En la soledad del mar, sufriendo, se plantea si deshinchar el chaleco para acelerar la muerte. Cuando una lancha lo rescata, está ciego.

En Oxford, antes del conflicto, Hillary era un guapo y esnob estudiante en el Trinity College que oteaba en los vientos de guerra una distracción para su ennui pijo y se imaginaba combatiendo en el aire al estilo de un caballero medieval redivivo. Como piloto de caza esperaba una mezcla de diversión, miedo y exaltación. Per ardua ad astra. Durante el entrenamiento descubrió la embriaguez del vuelo y luego la belleza letal de los Spitfires, que no la eclipsaba el camuflaje. “Y entonces llegó Dunkerque: hombres cansados y andrajosos que una vez habían formado un ejército regresaban con souvenirs de Francia pero sin sus equipos, y la gente casi lo consideraba una victoria”. Tras varios combates aéreos y ver caer a muchos camaradas, Hillary fue derribado y se estrelló en el mar del Norte.
La segunda parte de El último enemigo explica el tratamiento médico a que fue sometido, en gran parte experimental, para curar sus quemaduras y paliar su desfiguración. Las enfermeras se desmayaban durante las curas. Se usaba ácido tánico, pero producía infecciones y septicemia. El cirujano plástico de las fuerzas aéreas A. H. McIndoe emplea con él tratamientos nuevos: es uno de los guinea pigs, los primeros pacientes, todos aviadores quemados, de las nuevas técnicas reparadoras. La ciencia adelantará con ellos una barbaridad. Un día, Hillary descubre que puede ver; lo primero son los ojos azules de una de las enfermeras que le recuerdan un cielo libre de Messerschmitts: no es muy romántico, pero indica una recuperación. Como a Steinhoff, en el otro bando, le ponen párpados nuevos con piel del brazo. Y labios. Las manos tienen poco remedio: le quedan como garras de pájaro. La madre del malhadado piloto se toma con curiosa filosofía la deformación de su hijo: “Deberías estar contento de que te haya ocurrido”, le suelta. “Había demasiada gente que te decía que eras guapo y tú te lo creías, estabas a punto de convertirte en un caradura”. Parece de una crueldad rayana en los Messerschmitts, pero añade: “Ahora sabrás quiénes son tus amigos de verdad”. El momento más conmovedor del libro es cuando, durante un bombardeo, Hillary, ya fuera del hospital, ayuda a extraer a una mujer sepultada de entre las ruinas de una casa y cuyo hijo ha sido encontrado muerto. La mujer, malherida, coge la mano de Hillary y tras estudiar con inmensa humanidad su desconcertante rostro, le dice con ternura: “Gracias, señor. Veo que a usted también le han dado”.

El piloto cierra su obra renegando de su antigua arrogancia y con una llamada a la compasión, pero su vida tuvo un final terrible. Tras mucho empeñarse, Hillary, que, por cierto, se reunió en una ocasión con Antoine de Saint-Exupéry, que le pidió que le escribiera un prefacio a Pilote de guerre –Hillary no lo hizo, pero el encuentro con Saint-Exupéry le impulsó a escribir su propio libro–, consiguió volver a volar. Como lo oyen. Fue en julio de 1942. Antes había recuperado, junto con retazos de cara, parte de su antigua autoestima, a lo que no fueron ajenos su éxito literario y un affaire con Merle Oberon (que, por cierto, había sufrido un grave accidente de coche y llevaba cicatrices que solo la hábil iluminación durante los rodajes podía disimular). Una vez de nuevo en el aire, quedó claro que, pese a todo su tesón, Hillary no estaba capacitado para volver a ser piloto de caza ni participar en acciones de guerra. En realidad, casi no podía sostener el tenedor en la mesa. Pero siguió volando. El 8 de enero de 1943, a los mandos de un bombardero ligero Blenheim, se estrelló durante un vuelo nocturno y se mató. El avión sufrió una enorme explosión al impactar en tierra y se incendió. A Hillary lo identificaron por el reloj. No hubo segunda oportunidad para el Fénix del Spitfire. Sus restos fueron incinerados. El aviador lo había dispuesto así: “Dado que las llamas lo intentaron ya una vez, sugiero que puedan tenerme definitivamente al final”.


Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2012/ ... 28104.html


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