Publicado: Jue Sep 11, 2008 7:55 pm
por Simon dice
Las apariencias engañan. Rüdiger Heim dejó de ver a su padre en 1962, siendo un niño de seis años. Hace apenas unos días, ante representantes de la prensa internacional por testigos, le pidió a su invisible progenitor que se entregara a la justicia. Todo tiene un límite y Rüdiger Heim había llegado al suyo. Su padre debe ser hoy por hoy un anciano venerable, bondadoso incluso, bien derecho a pesar de sus noventa y cinco años de sobrevida --cuarenta y seis de ellos escondido probablemente en algún balneario de lujo, como una rata astuta. "No puedo recordar nuestro último encuentro. Crecí en casa de mis abuelos. Ni se donde vive ni financio su huida. Si estuviese muerto desconozco también donde puede estar su tumba". Un día de 1967 la familia Heim encontró en el buzón del departamento una nota que decía, en dos palabras: Estoy bien. Pero Rüdiger no se atreve a afirmar que la caligrafía sea realmente de Aribert Heim, el criminal de guerra nazi más buscado entre cielo y tierra. Le decían, y tal vez le sigan diciendo, Doctor Muerte. De joven, Aribert fue un notable patinador. Integró la selección austriaca de hockey sobre hielo, mientras cursaba la carrera de medicina con notas aceptables, si llegar a la brillantez que se esperaba de un muchacho tan gentil. Sus profesores en la Universidad de Viena confiaban en la inteligencia natural del alumno, hijo de un policía y de una cocinera, ama de casa, y le exigían mayor dedicación: él sólo se interesaba en vencer los exámenes sin importarle las calificaciones de excelencia. No se puede negar que era atento con sus pacientes. Le gustaba la experimentación en el uso y desuso de nuevos tratamientos terapéuticos. Consideraba que la ciencia estaba en pañales y que el futuro de la medicina dependía de los laboratorios químicos. Estudiaba las cualidades del benceno, por ejemplo. El cuerpo humano era un motor de viseras y pistones raros. Aribert nunca fue ducho en anatomía. Uno de sus biógrafos lo retrata así: "En el campo de concentración de Mauthausen dejó un recuerdo imborrable: era la cordialidad en persona. Ingeniosos incluso en circunstancias dramáticas, los republicanos españoles, que en aquel centro de exterminio sumaban 8 mil (sólo 2 mil sobrevivieron), le llamaban El banderillero por su afición a poner inyecciones. Aribert pedía a los reclusos que se bajasen los pantalones. No se preocupe, no le dolerá. La jeringuilla solía contener benceno, un potente combustible para aviones. El doctor cronometraba la agonía de sus pacientes, observaba los estertores, anotaba en su cuaderno el número de convulsiones. Siempre con la sonrisa a flor de labios". La cabeza del Banderillero sigue presidiendo la lista de recompensas que ofrece el polémico judío americano Efraim Zuroff, actual director del Centro Simon Wiesenthal de Jerusalén, a pesar de que los familiares del Doctor Muerte afirmaron que había fallecido de pulmonía en 1993, cinco años después de que, según el coronel Danny Baz, oficial de la Fuerza Aérea de Israel, fuera secuestrado en Canadá y llevado a la costa de California, donde fue ajusticiado de propia mano por un equipo de caza nazis código "El Búho". El coronel Baz jura haber apretado el gatillo, pero nadie le cree --tampoco a los parientes, que jamás han presentado pruebas de aquella oportuna bronconeumonía. Efraim Zuroff ha dicho por las claras: "Que un criminal consiga eludir a la justicia durante sesenta años no lo convierte en una buena persona. Esta gente no merece nuestra compasión, porque ellos no tuvieron piedad. Dejar sus fechorías impunes sería mandar un mensaje equivocado: que alguien puede escapar después de cometer un genocidio. Nunca me he encontrado a un solo criminal nazi que se sienta culpable. Al contrario. Alois Brunner, quizás el más sanguinario, declaró que su única pena era no haber matado a más judíos. Y muchos nazis envejecen plácidamente rodeados de sus seres queridos". El Ministerio de Justicia austriaco aún mantiene la oferta de 50 mil dólares por información que conduzca a su arresto y extradición a Austria, apenas la tercera parte de lo que ofrece el Gobierno alemán, en euros. "Si supiera el paradero de mi padre lo gritaría al mundo para que se entregue y responda a las terribles acusaciones. Su pasado es parte de mi vida. Negarlo no tiene sentido, aunque no tengo que explicar a nadie que yo no soy un nazi", dijo Rüdiger Heim al iniciar los trámites para que se declare al Banderillero desaparecido y seguidamente muerto. Una cuenta bancaria de dos millones de euros espera por un heredero --y sólo hay dos candidatos: Rüdiger y su media hermana Waltraud Diharce, que vive en la localidad chilena de Puerto Montt. Los cazadores tienden sus emboscadas por los linderos del Cono Sur.

Moraleja: sí hay mal que dure cien años y también cuerpo que lo resista.

Fuente : http://www.milenio.com/node/77710