Publicado: Sab Mar 12, 2011 5:54 am
por Turu
Esta interesante, el tema, pero lo que no podemos olvidar es que, las novelas (y digo novelas, no libros) de Sven Hassel, eran eso novelas (y lo digo yo, que me crie con ellas y las he leido, que yo sepa todas la editadas en España,coleccion que aun poseo, y algunas en ingles que no se encontraban aqui por aquel entonces)

Pero bueno cuando vamos a hablar de los tremendos pupurris (mezclas) que cocinaba Porta, jajajaja.....

Imagen
¨Imagen sacada, de una web de info de Sven Hassel¨ esta: http://www.svenhassel.info/

"Te voy a dar la receta de los campesinos oprimidos", dijo Porta con altanería. "Esta es la ambrosía del Olimpo."

Puré de papas con CUBITOS de carne de cerdo........... (Pausa mientras Porta se tiraba su clasico Pedo)

Todo ciudadano honesto, debe hacer que la meta de su vida sea cocinar este plato, exactamente de la forma en que ha dado Porta las instrucciones......................

Por no hablar se su famosa Bouillabaisse, con la que se deleita, e incluso ya paladea miestras discute y le explica detallamente su preparacion y coccion exacta a al Legionario.

Alguno de los compañeros ha comentado de pasada un Gato que corre.,que sale en un libro, (que no recordaba muy bien) y que se habia reido mucho.

Quien iba a ser, ¨Porta¨ que siempre andaba digamos con sus ¨mascotas¨ dicho relato al que se refire el compañero, sale en la novela Comando Reichsfúhrer Himmler y es el ultimo capitulo ¨La Carrera de los Gatos¨.

Yo cuando lo lei por primera vez, me moria de la risa, os dejo un extracto:

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Basicamente este echo fue como siempre una de las maneras de Porta de ganarse unos reichmarks.
Construyen una pista de carreras para gatos, todos podian aportar y inscribir a sus ¨caballos/gatos¨ eso si por la modica suma de 1000 reichmarks, por supuesto los gatos de los SS eran completamente negros....

Porta tenia uno completamente Blanco, llamado Smil, al cual le pego en la frentre una estrella roja,lo cual le valio la prediccion de el y su bicho acabarian en Dachau.
Hermanito y Gregor tenian un gato que era la cosa mas fea que se podia imaginar, y ademas rezumaba maldad, lo cual le valio inmediatamente el nombre de ¨Adolf¨.

Y comienza la carrera, La polvora arde en el trasero de 38 gatos, que salieron como flechas hacias el primer obstaculo, trampa complicada de superar y unicamente bichos inteligentes podian salvar, todos los demas capitularon menos Smil de porta y Adolf de Hermanito, estos corren a toda velocidad hacia el segundo obstaculo, el mas peligroso: habian puesto en el, un pastel de higado que habria echo parar al gato mas saciado. Adolf se trago de un bocado su parte, Smil mostro tener mas calma, pero luego se tumbo en el suelo para echarse una siestecita. En cuanto a Adolf, continuo pero se detubo a su vez para lamerse las fea patas.
-¡ Adelante, adelante! ¡ Hijo de Perr..! gritaba Porta congestionado. Las exhortaciones de Porta surtieron efecto, pues Smil arraco, salvo el tercer obstaculo y llego a la meta justo delante del gato de los artilleros,Porta se embolso una fortuna y condecoro a Smil con su propia Cruz de Hierro de primera clase.
El Legionario da la salida de la Quinta carrera ¡ Las liebres a la salida!
Los favoritos son Smil, Adolf y un gato italiano enorme anaranjado de unos paracaidistas que se habian traido desde Montecassino, nadie dudaba (como tenia sangre Napolitana) de la victoria de esa fierecilla.
(comenta Sven) Naturalmente nuestros gatos estaban drogados ¨el Smil de Porta es todo un arrojo tras un par de chupadas de ¨grifa¨.
—¡Adelante!
La pólvora truena, las cuerdas caen y los gatos corren como si les ardiese el trasero que es, efectivamente, lo que les ocurre. Una verdadera cobertura de pelaje abigarrado se precipita sobre el primer obstáculo. Está prohibido animar a los corredores; serían retrogradados con dos largos.
Adolf va en cabeza. Hermanito y Gregor patalean de excitación y le nombran teniente de carros, pero al borde del obstáculo, parada en seco: Adolf se extasía ante los restos de un diario del frente.
—¡No leas eso! —chilla Hermanito fuera de sí—. ¡Propaganda nazi, nada más! ¡Adolf, llevas un nombre histórico, eso obliga, rediós!
Pero Adolf continúa jugando muy graciosamente con los trozos de ese periódico idiota.
—¡Alta traición! —grita Heide—. Te prevengo que cuesta la cabeza eso de dar el nombre del Führer a un gato. Y un gato que debe ser judío polaco.
Entretanto, Adolf permanece embelesado. Tal una danzarina, y como sólo un gato sabe hacerlo, mordisquea los trozos de papel y juguetea con ellos bajo la brisa.
—¡Corre! —ruge Porta—. Si no, eres gato muerto.
Y se saca la pistola.
La pistola o el motivo que sea, Adolf cambia de parecer: hete aquí que sale a todo correr y alcanza al pelotón, justo frente al riachuelo. Se tira al agua y llega mojado como una rata, al otro lado. Nuevo obstáculo: es una bomba luminosa tan fuerte que una desgraciada gata cae ante ella, muerta o desvanecida. Esta vez Adolf vuelve a pararse, olfatea a la gata pintada de verde, y se instala apaciblemente para hacer sus necesidades.
—¡Date prisa! —ruge Hermanito—. ¡Cagar durante el servicio es antirreglamentario!
A Adolf le importa un pepino, evidentemente; reanuda la carrera, pero se abalanza sobre el gato de los jinetes motorizados y le muerde el cuello. El propietario del herido, un cabo, exige una compensación y quiere hacer pasar por un Consejo de guerra a Adolf. Pero Adolf está ya lejos en la pista, con el gato anaranjado de los paracaidistas pisándole los talones, como quien dice. Gregor piafa y saca la lengua, Porta está al borde del ataque de nervios, pues su Smil se ha tumbado cuan largo es para descabezar un sueño. Todo eso es demasiado fatigoso, para un pobre gato, y mete el hocico entre las patitas. Dos soldados, casi enloquecidos, gesticulan en torno a Porta. Se quedarán arruinados si Smil no despierta. Felizmente, Smil, como todos los gatos, cambia de parecer y se levanta con majestad.
—¡No pierdes nada con esperar! —grita Porta—. ¡Después de la carrera vas a ganarte una patada en el culo que te mandará hasta la cancillería del Reich en Berlín!
Smil se pone en camino muy despacito, con la cola tiesa. De vez en cuando, se para y se frota contra la verja que lo separa de la gata blanca de los enfermeros que ronronea engreída. Adolf, muy seducido, se arrima también a la verja sin hacer el menor caso de los vituperios de Hermanito. En cuanto a la gata blanca, adopta posturas de estrella y diríase que está esperando a los fotógrafos. Adolf se revuelca y maúlla. Smil, que se siente de más, sale al galope y adelanta al gato de los ciclistas que, por desgracia, no es ningún adolescente. Es evidente que su carrera ha terminado y de corredor pasará a ser espectador. En cuanto a la gata blanca, se porta de la manera más indecente: trasero ofrecido, exhibe sus encantos ante todos los gatazos sentados en fila, con la mirada fija.
—¡Una puta! —dice Porta con desprecio—. Digna de un burdel árabe.
Tras haberse limpiado las posaderas con esmero, la gata se decide, de cualquier modo, a correr hacia la meta seguida por todos los gatazos; veintisiete gatos enamorados. Imposible decir cuál llegará en cabeza. Mas ¡ay!, que la gata descubre una estrecha hendidura al final de la gran pista y se ve el extremo de su cola desaparecer ante los gatazos tremendamente decepcionados. Hace falta otra nueva señal, atronadora, para que se decidan a olvidar la gata y a salir corriendo, asustados.
Smil de Porta ganó, pero Adolf sólo llegó en tercer lugar por haberse tomado el tiempo suficiente para pelearse, durante el camino, y cortarle la cola al gato de los zapadores. Decididamente su nombre cada vez le sentaba mejor. Los zapadores se habrían echado a llorar. Su gato fue el último en llegar y las maldiciones se abatían sobre nuestras cabezas predestinándonos a las minas de plomo.