Publicado: Dom May 26, 2019 7:09 pm
por Domper
Néstor González Luján. La Guerra de Supremacía en el mar. Op. Cit.

La batalla de Mogador

Primera sangre


Ya se han descrito los preparativos del Pacto de Aquisgrán. Cinco días antes había comenzado el traslado de las formaciones aéreas y, aunque hubo algunos problemas de coordinación, el día de la batalla se había conseguido llevar a Marruecos una fuerza impresionante: mil novecientos aviones entre cazas, bombarderos, torpederos y aviones de reconocimiento. Era el triple de la máxima estimación británica. Las fuerzas británicas eran de entidad mucho menor: tenían en Madeira y Porto Santo trescientos aviones, pero solo cincuenta eran torpederos de gran radio de acción; el resto eran bombarderos pesados o aparatos de reconocimiento, más algunos cazas de defensa que poco podrían influir en la batalla. A sabiendas de las limitaciones de la RAF Somerville esperaba poco de su intervención en la batalla, aunque esperaba recibir informes sobre los movimientos de la flota enemiga. Sin embargo, los británicos disponían de una ventaja: los ciento treinta aparatos de los tres portaaviones. Tras el combate de San Vicente se habían reforzado los grupos de caza en detrimento de los de ataque, y la Fuerza H contaba con noventa cazas de los modelos Sea Hurricane y Fulmar (ingleses) y Martlet (norteamericano). Somerville confiaba en que sus cazas, operando a pie de obra, lograsen la superioridad aérea sobre la flota. Al mismo tiempo sus torpederos (cincuenta, tantos como el combate de San Vicente) debían inhabilitar a los buques de batalla enemigos para luego rematarlos con los acorazados. Aunque al jefe británico le preocupaba la fuerza aérea del Pacto, no solo pensaba que era menos numerosa, sino que seguía con los problemas de coordinación que había sufrido en el anterior enfrentamiento.

Durante la tarde anterior se produjeron escaramuzas entre aviones de reconocimiento y cazas de largo alcance que se saldaron con la pérdida de tres aviones por cada bando. Sin embargo el día de la batalla la primera sangre no se la cobró la aviación. Los aviones Condor de reconocimiento habían guiado contra la flota británica a buen número de submarinos, y al amanecer el U-217 torpedeó al moderno acorazado Prince of Wales. Solo dos de los cinco torpedos lanzados alcanzaron al blindado británico, que quedó malparado: quedaron dañados los generadores (lo que impedía operar a la artillería principal) y el buque embarcó siete mil toneladas de agua, causando una escora de doce grados. Aunque fue compensada contrainundando, el acorazado quedó fuera de combate y tuvo que ser enviado a Inglaterra escoltado por dos destructores. El quinto torpedo de la andanada falló al Prince of Wales pero logró un inesperado premio al alcanzar al destructor Kelvin que casi se partió por la mitad. El HMS Jupiter rescató a la tripulación y tuvo que hundir el derrelicto al cañón. Esos ruidos fueron escuchados por el U-217 e interpretados como causados por el hundimiento del acorazado.

Casi al mismo tiempo el U-254 atacó a la agrupación más retrasada, alcanzando al portaaviones Victorious con un único torpedo. Se trataba de un moderno G7e eléctrico de espoleta magnética, que estalló bajo la quilla del portaaviones destruyendo la sala de turbinas de proa. El gran barco quedó al garete y aunque la pérdida de vapor pudo ser aislada, su andar quedó reducido a seis nudos, ya que velocidades mayores podrían romper los debilitados mamparos. Somerville ordenó que transfiriese sus aviones a sus otros dos portaaviones, pero solo pudieron hacerlo los ocho cazas Fulmar y cuatro Albacore de reconocimiento que ya estaban en el aire.

El almirante se quedó muy alarmado por la eficacia de las fuerzas sub-marinas enemigas. No era la primera vez que los submarinos causaban sensibles pérdidas a los británicos: en aguas cercanas a Inglaterra se había perdido el Corageous al poco de iniciarse el conflicto, y recientemente el hundido había sido el Ark Royal. En el Mediterráneo habían causado sensibles pérdidas, pero se trataba de aguas confinadas. Signo de mayor preocupación era la cooperación entre sumergibles y aviones que estaba haciendo pasar un calvario a los convoyes en el Atlántico norte. Pero Somerville, aun asumiendo el riesgo, pensaba que entre la velocidad de sus barcos y la potente escolta el riesgo que iba a correr no era excesivo. Sin embargo parte de sus destructores habían quedado en las Azores escasos de fuel (fue el único efecto de la correría de los cruceros del almirante Regalado). Además los aviones de reconocimiento alemanes habían dirigido contra la fuerza H nada menos que cincuenta submarinos, la mitad de la fuerza disponible, que se habían desplegado en su previsible curso. En la hora siguiente se produjeron tres nuevos ataques, todos infructuosos, y los destructores de escolta consiguieron hundir los submarinos U-77 (alemán), Beilul y Ammiraglio Millo (italianos). Somerville tuvo que modificar el curso de sus buques para alejarlos del área; la maniobra retrasó sus operaciones aéreas durante casi dos horas.