Publicado: Dom Jun 17, 2018 1:36 pm
por Domper
Reunir las fuerzas suficientes no resultó fácil. La Royal Navy había quedado muy disminuida en el periodo de entreguerras, en parte debido a la depresión económica y sobre todo como consecuencia de los tratados de limitaciones navales de Washington y de Londres. Además en los dos años de guerra había sufrido importantes bajas, y la presión sobre sus comunicaciones marítimas había obligado a dar prioridad a la construcción de buques de escolta sobre los de guerra. Aunque la Royal Navy seguía siendo una marina muy poderosa, estaba combatiendo en varios escenarios y no tenía medios suficientes para cubrirlos.

Incluso preparar el convoy de suministros supuso un problema al ser preciso retener en puertos escoceses a los mejores buques de la marina mercante, los más modernos y rápidos. También se asignó al convoy una docena de paquebotes que debían transportar a la 49ª división (West Riding), hasta poco antes destinada a Islandia y que había sido relevada por unidades norteamericanas. El convoy iba a precisar buen número de unidades de escolta pero no se reunirían hasta el último momento. Sin embargo, lo más complejo iba a ser organizar la fuerza naval que escoltase al convoy y que derrotase a la flota del Pacto.

La marina británica tenía compromisos globales pero no todos los escenarios tenían la misma importancia. El principal era el del Atlántico Norte, ya que Inglaterra era deficitaria en casi todo (según palabras de Churchill, lo único que producían las islas era «el agua para el té y el carbón para calentarla») y sin los suministros que transportaban los convoyes procedentes de Norteamérica Inglaterra apenas podría resistir unas semanas. En el Atlántico se estaba pagando un grave error de cálculo: antes del comienzo del conflicto en el Almirantazgo se creía que los submarinos alemanes seguirían tácticas similares a las de la Gran Guerra. Para conjurar la amenaza bastaría con restablecer el sistema de convoyes, y los barcos de escolta, provistos de ASDIC (la versión inglesa del sonotelémetro) detectarían y destruirían a los atacantes. Pero ni el ASDIC resultó tan efectivo, ni había suficientes barcos antisubmarino, y los U-boot germanos actuaron con gran agresividad con tácticas novedosas. Por ejemplo, los ataques en superficie realizados en la primera parte del conflicto hacían inútil el ASDIC. Cuando los británicos empezaron a desplegar más buques de escolta, algunos de ellos provistos de radar (el equivalente al radiotelémetro germano) los alemanes mejoraron las características de sus sumergibles y modificaron de nuevo sus tácticas. Desde mediados de 1941 mejoró la coordinación entre submarinos y aviones de largo alcance aumentando la eficacia de la fuerza alemana, que ya no tenía que establecer líneas de vigilancia. Un nuevo problema se planteó cuando los U-boot centraron los ataques en los barcos de escolta: solo en el periodo entre septiembre de 1941 y febrero de 1942, coincidiendo con la campaña de Portugal, se perdieron el 32% de las unidades destinadas a esta misión en el Atlántico. La necesidad de reponerlos hizo que la construcción de otros tipos de buques se detuviese, y para tripularlos hubo que recurrir a las dotaciones de los barcos de la flota, en los que muchos marinos veteranos fueron sustituidos por reclutas.

La amenaza submarina no era la única. En 1941 los acorazados y cruceros del Pacto habían efectuado varias incursiones en el Atlántico que aunque no causaron excesivas pérdidas trastocaron el sistema de convoyes durante semanas. Inicialmente la peor amenaza provenía de Noruega, pero tras el traslado de los acorazados a España solo quedó en aguas nórdicas una fuerza de cruceros de los tipos Scheer y Hipper. Tras el combate de las Feroe los británicos creyeron que habían quedado fuera de combate durante unos meses. Sin embargo esta valoración era errónea, pues solo el crucero pesado (antes llamado acorazado de bolsillo) Admiral Scheer había sufrido daños importantes. El Scheer permaneció fuera de servicio durante un año, pues durante el traslado a Alemania fue torpedeado por el submarino HMS Osiris; aunque el crucero pudo mantenerse a flote sufrió daños muy graves. Respecto a los otros buques averiados, los daños en el Lutzow y el Prinz Eugen eran mucho menores y pudieron ser reparados localmente. Además el Scheer fue sustituido por el novísimo crucero Seydlitz, y la escuadra de cruceros de Noruega pudo volver a las operaciones en pocas semanas.

Creyendo que la fuerza alemana en Noruega estaba fuera de combate el Almirantazgo transfirió las mejores unidades de la Home Fleet a la Fuerza H, que era la que se enfrentaba a la peor amenaza: la «flota combinada» establecida en Gibraltar. Debe señalarse que la delicada situación británica en el Atlántico se debía al irreflexivo ataque de Churchill contra España: las bases en la Península (bien la de Gibraltar, la nueva de Vigo, o las de Cádiz o el Ferrol del Caudillo) estaban adentradas en el Atlántico y a resguardo de ataques navales o aéreos. Solo se puede especular con lo que hubiese podido ocurrir de permanecer España neutral, pero probablemente la posición británica hubiese sido mucho mejor, pues desde Gibraltar se hubiese podido impedir la salida al Atlántico de la flota italiana, y habría sido más sencillo vigilar las bases alemanas que pudiesen establecerse en Noruega o en la costa occidental francesa.

La «flota combinada» era una agrupación muy potente. Disponía de tres acorazados alemanes modernos (Tirpitz, Bismarck y Gneisenau) y para compensar las pérdidas de San Vicente se le había unido una división de acorazados italianos modernizados mandada por el almirante Bergamini. Se trataba de barcos que habían sufrido una modernización radical en el periodo de entreguerras y aunque su protección dejaba bastante que desear, alcanzaban los 26 nudos y podían operar con los acorazados rápidos; en la práctica, equivalían a los denostados cruceros de batalla británicos. Además la «flota combinada» tenía buen número de cruceros y destructores, algunos provistos de equipos electrónicos de los últimos modelos. Tan peligrosa como su potencia era su situación. La base de Gibraltar había sido restaurada parcialmente y el dique seco, de nuevo en servicio, permitía realizar las reparaciones más urgentes. Al controlar el Pacto el mar Mediterráneo se podía contar con las grandes instalaciones de la costa francesa y de la italiana, y el transporte de suministros era mucho más sencillo que a otras bases más alejadas, como Vigo. Además Gibraltar, que estaba a cubierto de ataques aéreos o navales británicos, contaba con la ventaja de la posición central. Desde ahí la flota podía partir sin ser advertida y bloquear las Canarias, efectuar alguna otra incursión en el Atlántico Central o incluso amenazar los convoyes del Atlántico Norte. Tampoco se podía descartar que cruzase el Mediterráneo y el Mar Rojo para aparecer en el océano Índico. La ventajosa posición de Gibraltar obligó a los británicos a dividir sus buques en cuatro agrupaciones.

Clásicamente la más potente había sido la Home Fleet, basada en las Orcadas, al norte de Escocia, pero tras la transferencia de unidades había quedado reducida a dos viejos acorazados (Resolution y Barham) y a un portaaviones casi igualmente obsoleto, el Argus. Este buque, de origen civil, tenía graves problemas con sus máquinas y sufría averías frecuentes. La Home Fleet contaba también con varios cruceros que vigilaban las salidas al Atlántico. En el caso que la escuadra alemana de Noruega intentase atacar las rutas de los convoyes dichos cruceros, en principio, serían suficientes, y de ser necesarios los dos acorazados bastarían para desequilibrar cualquier combate. Hay que tener en cuenta que en el tormentoso Atlántico Norte invernal los cruceros apenas tenían ventaja en velocidad respecto a los más grandes acorazados.

Nominalmente estaban asignados a la Home Fleet otros tres acorazados algo más modernos: el Queen Elizabeth y dos de la clase Nelson (Nelson y Rodney). Estos últimos, aunque lentos (consecuencia del límite de desplazamiento establecido en el tratado de Washington) estaban bien armados y protegidos. El Queen Elizabeth, aunque se trataba del acorazado más viejo de la flota (había combatido en los Dardanelos) había sido reconstruido en los años treinta. Los tres acorazados, como se ha dicho, habitualmente no operaban con la Home Fleet sino que estaban asignados a la escolta de convoyes en el Atlántico norte y en la práctica podían considerarse una fuerza independiente.

La tercera agrupación era la más potente: la Fuerza H. Inicialmente basada en Gibraltar y luego en Portugal, a principios de 1942 operaba desde las Azores, un archipiélago portugués teóricamente controlado por los oliveristas pero en la práctica ocupado por los británicos. La Fuerza H contaba con los buques más modernos de la Royal Navy: los tres acorazados de la clase King George V (King George V, Prince of Wales y Duke of York), el crucero de batalla Hood (que realmente era un acorazado rápido con armamento y protección similar a los Queen Elizabeth) y el del mismo tipo Renown, transferido desde la Home Fleet tras el combate de las Feroe. Contaba también con los portaaviones blindados Indomitable, y Victorious (este también procedente de la Home Fleet) y acababa de incorporarse el portaaviones ligero Unicorn. Por desgracia la Fuerza H ocupaba una posición muy deficiente. Como se ha citado la intervención española primero y luego la pérdida de Gibraltar y de Lisboa habían trastornado la estrategia británica pues ya no quedaban bases en el Atlántico central: las del sur de Inglaterra, las más próximas, estaban sometidos a ataques aéreos constantes. Las de Escocia (que también empezaron a correr peligro cuando Alemania desplegó cazas con mayor autonomía) estaban demasiado alejadas, y más aun las de las islas Bermudas, el Caribe o Cabo Verde. Si la Fuerza H se establecía en puestos tan alejados le resultaría imposible impedir las operaciones de la flota del Pacto.

Los dos archipiélagos portugueses del Atlántico, Madeira y las Azores, estaban mejor situados. Madeira fue descartada por estar demasiado al sur y por quedar dentro del alcance de la aviación de Canarias. Las Azores, aun estando un tanto alejadas, gozaban de mejor posición, pues desde allí se podía actuar en aguas canarias, en la costa portuguesa, en el Atlántico central o en el norte. A cambio se carecía de fondeaderos adecuados, y los pequeños puertos existentes solo podían acoger a destructores o buques de menor porte. Solo el puerto de Ponta Delgada tenía cierta capacidad, pero en 1941 aun estaba en obras. En él se amarraron dos diques flotantes, necesarios al no haber instalaciones fijas en las islas. Finalmente fue preciso dispersar la flota, empleando varios fondeaderos. Los mejores eran los de Velas y el de Angra do Heroísmo, en la isla de Terceira, pero eran demasiado pequeños. En Praia da Victoria, también en Terceira, se había construido un rompeolas artificial hundiendo varios barcos viejos cargados de rocas, pero en caso de temporal del este los buques allí fondeados tenían que abandonarlo.

La operatividad de la Fuerza H quedaba condicionada por tener que operar desde radas tan inadecuadas. El mantenimiento de los buques era difícil, las dotaciones se fatigaban, y la dispersión hacía que la flota tardase casi un día en reunirse. Además, al tratarse de fondeaderos abiertos existía el riesgo de un ataque submarino. Se instalaron redes antisubmarinas, pero un temporal del sur arrastró las de Vela. Fue preciso llevar a las Azores varios «radares», aviones antisubmarinos y barcos de patrulla, debilitando la escolta de los convoyes del Atlántico norte.