Publicado: Jue May 31, 2018 1:39 pm
por Domper
Teníamos tal confianza en nuestros aviones que esperábamos con ansia el enfrentamiento que con seguridad se iba a producir, ya que nadie creía que se hubiese movilizado tal fuerza aérea porque sí. No íbamos descaminados porque a la mañana siguiente el capitán Quasthoff nos reunió para informarnos.

—Todos ustedes sabrán que en las cercanas islas Canarias los españoles y los ingleses llevan algo más de un año peleándose. Nuestra flota permitió que el ejército español recuperase casi todas las islas y parte de Gran Canaria, pero nuestros aliados no tienen suficientes fuerzas para expulsar de una vez a los ingleses. La marina del Pacto está organizando una operación muy ambiciosa para llevar hasta Gran Canaria un convoy de grandes dimensiones, que incluirá el traslado de dos divisiones italianas. ¿Sí, teniente Peters? —dijo el capitán al ver que en el fondo un par de pilotos sonreían.

—Decíamos que muchas ganas de expulsar a los ingleses no tendrán si están pidiendo ayuda italiana.

—Muy divertido, Peters. Puedo decirle que las fuerzas que los italianos que van a traer son las que han conquistado Malta y Chipre ¿Le parecen bien o será mejor que consultemos con el mariscal Manstein y con el conde Ciano?

Peters quedó contrito mientras Quasthoff seguía—. Bien, ya saben que no me molestan las interrupciones pero, de ser posible, que sean con comentarios de mayor interés ¿Puedo seguir, Peters? —El aludido intentó desaparecer bajo su asiento—. Como les decía, en estos momentos está acercándose un gran convoy. Suponemos que a los ingleses no les parecerá del todo bien e intentarán atacarlo. Para protegerlo será escoltado por prácticamente toda la flota de superficie del Pacto ¿Entienden la importancia de la operación? Las marinas alemana e italiana, casi al completo, van a salir al Atlántico. Esperamos que, a su vez, la Royal Navy traiga hasta su última canoa para enfrentarse a nuestros buques.

El capitán calló un momento para que meditásemos en lo que acababa de decir. Tras unos instantes prosiguió—. Podrán ver que se está preparando una de esas grandes batallas navales que deciden las guerras, como Trafalgar o Jutlandia. Hasta ahora los ingleses siempre habían tenido ventaja, pero ahora la diferencia la podremos que poner nosotros. Tenemos la ocasión ya que la superioridad de la Royal Navy no es tan grande como en Jutlandia. Con todo no debemos olvidar que se trata de una fuerza veterana y entrenada, mientras que la flota del Pacto es una amalgama de barcos de varios países. Se ha hecho un enorme esfuerzo para mejorar la coordinación y el control, pero aun así no creo que nuestras escuadras puedan superar a las inglesas. Deben recordar los ingleses cuentan no solo con acorazados sino también con portaaviones, y supongo que ustedes no necesitarán que les recuerde que donde hay águilas, no hay merluzos que valgan.

Las risas se extendieron por la sala. Cuando se calmaron el capitán continuó—. Hace dos meses se produjo un poco al norte de donde estamos una batalla aeronaval en la que nuestro valiente acorazado Scharnhorst fue hundido por aviones torpederos ingleses. En aquella ocasión la aviación del Pacto no fue capaz de contener a los británicos y el almirante Iachino se libró porque a los ingleses, como en Jutlandia, les faltó decisión. Ahora la Luftwaffe va a equilibrar la balanza. Seremos nosotros los que derrotemos a los ingleses.

Tras la alocución, un tanto patriótica para mi gusto —todos éramos profesionales y no necesitábamos soflamas— el capitán procedió a describir las misiones que debía emprender cada escuadrilla. A esas horas el convoy se encontraba a la altura de Kenitra, demasiado al norte para nosotros. Aunque nuestros cazas tenían suficiente alcance, apenas podríamos mantenernos una hora en la zona. Tendrían que ser otros grupos emplazados en aeródromos norteños los encargados de la protección. Aun así no íbamos a estar de brazos cruzados, porque se nos iba a encomendar una caza poco prometedora pero de crucial importancia: acabar con los aviones de reconocimiento británicos que salían desde Madeira. Había que dejar al enemigo ciego, y los grandes polimotores eran sus ojos. En las últimas semanas los ingleses habían incrementado sus patrullas; ahora pagarían las consecuencias.

Por desgracia dar caza a un avión en medio del océano no era fácil. Contábamos con la red de radiotelémetros que se había emplazado a lo largo de la costa para vigilancia naval o aérea, pero no sería fácil interceptar a los contrarios: simple cuestión de matemáticas: aunque nuestros cazas doblasen la velocidad de los aparatos de reconocimiento ingleses, llevaba demasiado tiempo despegar, tomar altura y alcanzarlos. Así que íbamos a mantener patrullas sobre la costa, en el radio de acción de los radiotelémetros, que serían los que nos guiarían hacia el enemigo.

La misión se prometía tediosa y lo fue más de lo que esperábamos. Yo cubrí tres patrullas, y dos veces tuve que salir para interceptar intrusos; pero acabaron siendo Focke Wulf Condor alemanes. Lo único que conseguí de las misiones fue familiarizarme con la costa a cambio de muchas fatigas. Solo la patrulla del capitán Quasthoff se anotó el derribo de un hidro Catalina. Al atardecer el sentimiento era de frustración tras haber pasado todo el día volando para nada. Sin embargo fue entonces cuando llegó una noticia electrizante: se había avistado a la flota inglesa. Al día siguiente se produciría la batalla.