Publicado: Vie May 25, 2018 9:52 am
por Domper
Capítulo 28

No siento el menor deseo de jugar en un mundo en el que todos hacen trampa.

François Mauriac



Tras repostar el grupo antisubmarino zarpó y puso rumbo al este, con el Vulcano en cabeza y los cuatro cañoneros abiertos por sus bandas. Los sonotelémetros funcionaban a todo trapo. Para variar pasamos por el estrecho de noche —el mando seguía sin fiarse de quien pusiera estar mirando— y nos adentramos en el Mediterráneo. La tarde siguiente sobrepasamos el islote del Alborán y al siguiente amanecer nos encontramos con el convoy que debíamos escoltar, que llevaba días cruzando esas aguas pero que ya había puesto proa hacia Gibraltar.

No vayamos a exagerar, no se trataba de uno de esos enormes convoyes que estilaban los ingleses, capaces de juntar sesenta u ochenta mercantes. Era «solo» una veintena de barcos, pero todos grandes, modernos y rápidos, lo mejorcito de lo que había en el Mare Nostrum. Seguro que el Lori hubiese disfrutado un montón viéndolos y pensando en cómo hundirlos. Lo malo de escoltar a esos correcaminos era que los cañoneros apenas les sacábamos unos nudos de velocidad y nos costaba mantenernos a su altura. Para compensar la escolta iba a ser de campanillas: una escuadrilla de destructores —los tres Alsedo y los cuatro ex legionarios, que habían sido reconstruidos como barcos de escolta— y dos grupos antisubmarinos: el del Júpiter y el nuestro, el del Vulcano. Al mando estaba el contralmirante Pastor Tomasety, mientras que el vicealmirante Giuseppe Lombardi tenía el del convoy. Además nos apoyarían los Dornier que hasta entonces habían patrullado el golfo de Cádiz y que se estaban trasladando a la costa marroquí.

El primer día transcurrió sin pena ni gloria pues ahora dominábamos el sector. Pasamos el estrecho pero esta vez a plena luz del día. Nos cruzamos con varios grandes transatlánticos que desde Tánger volvían al Mediterráneo, y pusimos rumbo al suroeste, aprovechando el corredor minado que, por desgracia, finalizaba poco más allá de Larache. Muchas millas quedaban hasta nuestro destino, que era la bahía de Agadir, en el sur de Marruecos: dos días y pico de navegación que prometían ser eternos. Aunque intentábamos mantenernos cerca de la costa los campos de minas no eran suficientemente extensos y seguía existiendo el peligro de los submarinos ingleses. Los Dornier detectaron un par, por suerte demasiado lejos para suponer peligro.

Sin embargo el panorama cambió al llegar a la altura de Kenitra. Un hidro Catalina, que debía venir de Madeira, nos sobrevoló y empezó a seguirnos desde lejos. Mi amigo Lori seguro que se habría entusiasmado porque los aviones enemigos atraen bichos de mal agüero, pero ni Pastor ni Lombardi tenían las aficiones subacuáticas del ahí presente y solicitaron el apoyo de cazas de escolta que espantasen al moscón. También podrían haber pedido la luna, o eso les debió parecer a los del aire, que les costó cuatro horas mandar un par de cazas bimotores franceses que ni siquiera fueron capaces de alcanzar al Catalina.

Lo lógico hubiese sido que el convoy aprovechase la cercanía de Casablanca para refugiarse en su bien protegida rada pero Lombardi, que italiano tenía que ser, se empeñó en seguir adelante. Tendría ansias de superar a Iachino. Yo me imaginaba que a esas alturas en todos los barcos de la Royal los contramaestres hacían sonar sus chifles metiendo orden para salir a la mar. Luego supe que no estaba nada descaminado, pues ese mismo día otro avión inglés descubrió a la flota combinada, que también había salido al mar para darnos protección. En pocas horas los amarraderos de las Azores quedaron vacíos mientras la Fuerza H al completo se dirigía contra nosotros.

Temiendo lo que nos preparase el destino sobrepasamos Casablanca con la sensación de dejar atrás el último refugio. Seguimos barajando la costa africana hacia el suroeste. Al menos las primeras millas, cercanas a la gran base naval francesa, habían sido adecuadamente minadas. Los britanos ya habían perdido allí más de un sumergible y ahora se mantenían alejados de esas aguas.


Bueno, ya por fin se acercan los tiros.