Publicado: Jue May 24, 2018 1:28 pm
por Domper
Annelie había salido para hacer algunas compras mientras Savely la observaba desde lejos; solo cuando ya no estuvo a la vista volvió al apartamento. Se suponía que estaba en su empleo en Pankow, pero había ocultado a Annelie que el turno era de diez horas y no de doce, y que le quedaban algunas horas libres.

Tras comprobar que no había nadie movió con cuidado un armario: en su trasera se escondía el paquete de Johann, colgado de unos tornillos que Savely había incrustado en la madera. Lo puso en el suelo y lo abrió con cuidado. Había dos envoltorios: dentro del pequeño encontró una pequeña pistola automática Menta. El otro era mayor y parecía contener solo una bolsa llena de tuberías como las que podría usar un plomero. Savely las sacó una a una y las colocó sobre papeles de periódico, pues estaban cubiertas de grasa. Una vez extendidas y con mano experta las roscó y acopló; cuando terminó lo que tenía entre manos ya no era un conjunto de tubos sino un fusil. Que por su aspecto parecía salir de cualquier herrería; pero que en realidad era obra del mejor armero de Moscú. Ya satisfecho lo desmontó, volvió a meter las piezas en la bolsa y la colgó tras el armario. La pistola la guardó en el bolsillo interno del abrigo antes de salir.

—¿Qué haces aquí, Fricis? ¿No habías ido al trabajo?

Savely maldijo para sus adentros. La muy puta de la casera había vuelto a casa mucho antes de lo que creía ¿Sospecharía algo?

—Yo ir metro pero cerrado niño atropello.

—¡Qué horror! ¿No vas a ir al trabajo?

—Si no llegar a tiempo jefe no pago y si no pago Fricis va no.

—¿No irás a perder el empleo, verdad?

—Mujer, en Berlín faltar gente trabajo. No miedo despida.

Annelie tomó a Fricis del brazo y lo atrajo a un rincón.

—Bueno, si no vas a trabajar ya buscaremos como pasar el rato.

A pocos kilómetros de allí las máquinas de la Central seguían haciendo pasar las tarjetas perforadas. Cada vez que expulsaban una, un agente corría a la policía para que inspeccionase al residente ilegal; pero el Alto seguía sin aparecer.

—Bueno, así no parece que vayamos a lograr nada. Pero en algún sitio se habrá tenido que meter. Piensen ¿si ustedes viniesen de Rusia, hablasen el alemán con mucho acento y no quisiesen llamar la atención ¿dónde se ocultarían?

—En cualquier barrio de trabajadores. Están llenos de inmigrantes del este —contestó el subdirector.

—Eso ya lo suponíamos. No creo que el Alto se domicilie en un palacio de la Under der Linden. Pensad en algo más concreto. Estamos en Berlín en invierno y hace frío ¿Dónde se mete?

—Tal vez se esté haciendo pasar por un pordiosero, o se refugie en una cloaca.

—No lo creo —dijo el adjunto de operaciones—. La policía registra los refugios buscando desertores y de vez en cuando detiene a los mendigos. Supongo que el Alto preferirá pasar desapercibido.

—Es posible que tenga algún piso franco.

—Si es así ¿cómo podríamos encontrarlo? —preguntó el Director.

—Me imagino que ese piso estará registrado a nombre de alguien con pasado izquierdista.

—Excelente. Ya solo tenemos que investigar a medio Berlín.

Parecía que se había llegado a un punto muerto, pero el Director planteó otra cuestión.

—No creo que se esconda en un apartamento. Llamaría la atención de los vecinos ¿No os parece que una pensión sería más conveniente? Es donde se alojan los extranjeros.

—Hemos peinado los registros y no hemos encontrado nada.

—Pues entonces no estará en una pensión registrada. Empiecen a buscar alojamientos clandestinos y pensiones que no suelan dar de alta a sus clientes.


Como esto estaba un poco abandonado, va lo que quedaba del capítulo