Publicado: Jue May 24, 2018 1:05 pm
por Domper
Nicholas Stargardt. Nazis contra cristianos: la ideología en la Alemania de la Restauración. Pantheon. München (2008).

… Durante el periodo del Statthalter Goering, aunque se disminuyó el rigor con el que se aplicaban las leyes raciales, el núcleo ideológico del régimen siguió siendo el mismo. Solo tras su muerte el Gabinete que sucedió al asesinado se atrevió a modificar la política interna alemana, comenzando un proceso que llevó a la restauración monárquica. Pero la situación bélica tampoco aconsejaba realizar cambios bruscos que pudieran comprometer el esfuerzo bélico: los miembros del Gabinete recordaban como la deposición de los zares llevó al derrumbamiento de Rusia, y el del káiser al de Alemania. Además los alemanes no aceptarían un viraje súbito, pues la propaganda nazi había conseguido calar profundamente en su mente. El gabinete se vio obligado a propiciar un ambiente que permitiese la abolición de las leyes en las que se basaba la política racial. Dado que un ataque directo contra el conjunto ideológico del nacional socialismo no parecía aconsejable, ni por ende contra el NSDP, se prefirió actuar contra sus miembros más destacados, no solo para apartarlos del poder sino para arrojar una sombra de sospecha sobre el partido. Una vez desacreditados sería más fácil modificar la ideología del partido.

Los Juicios de Berlín podrían ser una excelente herramienta propagandística, pero el gabinete se enfrentó a un problema: aunque abominaban de los crímenes cometidos durante el mandato de sus antecesores, eran de tal magnitud que no se les podía dar publicidad. Eran tan terribles que podrían enajenarles el apoyo de sus aliados. No debe olvidarse que algunos, como Francia, tenían una larga tradición democrática e igualitaria, y otros, sobre todo los del sur de Europa, eran profundamente católicos. Si llegaban a salir a la luz las masacres de judíos y de polacos no solo la imagen de Alemania quedaría por los suelos, sino que podía comprometer la ayuda de los aliados, que no querrían que se les considerase cómplices. También hubiesen dado motivo a los ingleses para extremar su resistencia, e incluso podrían llevar a una declaración de guerra norteamericana.

Sin embargo los juicios tampoco podían ser secretos. Si se ocultaban los procesos contra los criminales nazis parecerían reducirse a una purga interna. Por ello, aunque las sesiones no fuesen públicas, las actas de los procesos se divulgaron, aunque deformadas e incompletas. Las actas reales, sin embargo, se mantuvieron en secreto y siguen siendo reservadas por la Ley de los Cien Años. Parece que de lo publicado solo se aproximaban a la realidad las del llamado «proceso de los médicos» en el que fueron condenados los organizadores del programa Aktion T4, que había llevado al asesinato de miles de deficientes mentales. Aun así se presentó el programa como una iniciativa personal de Karl Brandt, el antiguo médico de Hitler, que habría creado una organización destinada a chantajear a las familias adineradas amenazando con incluir a sus hijos en el programa, y que abusaba de los disminuidos y los asesinaban para ocultar los rastros. Brandt fue condenado a muerte y ejecutado, uno de los pocos que lo fueron.

Similar pauta se siguió en los otros procesos. Los delitos reales fueron ocultados y a cambio se les acusaba de otros, escogidos por ser vergonzosos y arrojar sospechas sobre las organizaciones en las que actuaron: por ejemplo, las actas indicaban que el líder de las juventudes hitlerianas Baldur von Schirach había empleado su puesto para exigir favores sexuales a los chicos y chicas de la organización. De paso, la reputación de las juventudes hitlerianas quedó bajo sospecha. Asimismo se sugería que los condenados habían actuado por iniciativa propia y no dentro de una política de estado. Otros condenados fueron el antiguo ministro de justicia Gürtner (fallecido unos meses antes) y su sucesor Schlegelberger, acusados de ordenar la deportación y ejecución de judíos prominentes para robarles sus propiedades. Robert Ley, director del Frente Laboral Alemán, lo fue por emplear su puesto para enriquecerse y para seleccionar las trabajadoras más atractivas y forzarlas. Hans Frank, gobernador general del Este, fue condenado por saquear los territorios que gobernaba y por emplear esos fondos para corromper a jóvenes alemanas y ponerlas a su servicio. El almirante Canaris y el general Beck lo fueron por connivencia con el enemigo, y así sucesivamente. Siempre eran cargos por traición o por abusos de los más débiles, frecuentemente de índole sexual.

Tras los Juicios de Berlín se prosiguió con la desacreditación del partido nazi, atacando ahora a las «violetas de marzo», es decir, los que se habían afiliado al partido tras su ascenso al poder. La prensa publicó la detención de buen número de ellos por estar implicados en casos de casos de corrupción o de abuso de poder, sugiriendo que empleaban la afiliación como herramienta para lograr sobornos y para intentar sustraerse de la acción de la justicia. También se dio publicidad a la rehabilitación de varios judíos prominentes (sobre todo profesionales) a los que se compensó por sus propiedades y negocios sustraídos, acusando de nuevo a miembros del partido por enriquecerse con las deportaciones. Tampoco la vieja guardia quedó a salvo pues se dio publicidad a las rivalidades y sus peleas por el poder, y se recordó su vinculación con las escuadras de asalto, sin olvidar el papel que la homosexualidad había tenido en esa organización. En todo caso, el número de procesados fue pequeño (se estima que se investigó a unas treinta mil personas pero que solo unos cinco mil fueron condenados, normalmente con la expulsión del partido) pero la intención de la campaña era desacreditar a los antiguos miembros de la organización y hacer pensar a los alemanes que el partido había sido traicionado por sus dirigentes y que tenía que regenerarse. Paradójicamente tuvo gran papel el ministerio de Propaganda, ahora llamado de Difusión.

En los primeros meses de 1942 se comenzó con la «regeneración del partido» que implicaba realizar cambios organizativos que alejasen del poder a los nazis más recalcitrantes. Hay que tener en cuenta que la Restauración no solo implicaba la vuelta a la monarquía sino el abandono del autoritarismo. Sin embargo, no se pretendía volver a un sistema de corte liberal (no se olvide que tanto el segundo imperio como la república de Weimar estaban muy desprestigiados) sino a otro que fue llamado «democracia estructural» en el que la participación política se hacía a través de diferentes «estructuras». Como el partido iba a ser una de las estructuras de participación se justificaba su reorganización. En lo sucesivo se convertiría en una especie de asociación ceremonial para las élites del Reich, que no proporcionaría a sus miembros privilegios salvo el prestigio, el poder lucir el uniforme en actos solemnes y la posibilidad de votar en algunas elecciones. Para ello se reglamentó el acceso, que ya no sería libre o sujeto al capricho de los dirigentes sino de un sistema de puntos que se lograban de varias maneras. Podía ser mediante el servicio militar en tiempos de guerra, realizando actividades sociales, gracias a las carreras universitarias o al éxito empresarial. Una vez en el partido existía una escala en la que se progresaba de manera similar: las condecoraciones al valor daban automáticamente paso a un segundo o tercer nivel, pero también los premios a las artes, a las invenciones, etcétera. El partido, posteriormente, elegía a parte de los representantes en el Reichstag mediante sufragio secreto, pero no por voto directo sino con un sistema que recordaba al de las antiguas clases romanas, en el que las clases más altas presentaban a los candidatos y sus votos resultaban decisivos.

Pocos de los antiguos afiliados habían sido expulsados, pero los que conservaron su militancia se quedaron en el primer nivel sin poder ascender: así se consiguió que se invirtiese el prestigio que se conseguía por la pertenencia al partido, pues se insinuaba que los miembros antiguos habían entrado por interés o por recomendación, y solo los nuevos lo habían hecho por sus logros. Las antiguas jerarquías perdieron todo su poder pues ya no podían controlar el acceso, el ascenso al escalafón o la presentación de candidatos. Dos años después se renombró el partido que pasó a ser el «Movimiento Alemán». También se sustituyeron sus símbolos, y la esvástica, que se mantuvo pero en papel secundario, dio paso a la tradicional águila alemana.