Publicado: Dom May 20, 2018 2:03 pm
por Domper
La labor de la Sección no era excesivamente compleja porque los carteros eran unos torpes. La Central había provisto sus filas bien con antiguos policías veteranos de las calles, bien con féminas que estaban demostrando valer su peso en oro; los mejores de los mejores habían acabado en la Sección. Sin embargo Schellenberg había tenido menos cuidado al seleccionar a sus hombres. Mejor dicho, no había sido él. Ahora Gerard empezaba a conocer la estructura de la agencia rival, y al frente parecía estar un tal Gustav Richter. Era uno de los muchos incompetentes que los nazis habían tenido en nómina y cuya contribución a la guerra había sido confeccionar listas de judíos y gitanos rumanos con vistas a su tratamiento racial. A Gerard le llamaba la atención que Schellenberg, que en su día lo había reclutado mostrándole los horrores nazis, se tratase con gente de tal calaña. Aunque bien pensado, los alemanes honestos y eficientes estaban en el ejército o contribuyendo al esfuerzo bélico; Schellenberg solo había podido contar con la escoria. Afortunadamente —para Gerard y tal vez para Alemania— era que Richter, aunque teóricamente había actuado como agente de inteligencia en Bucarest, no era sino otro matón de camisa parda. Uno poco más listo que la mayoría pues supo apartarse de las SS cuando cayeron en desgracia, pero seguía siendo un nazi brutal, de los que creían que una agencia de espionaje solo funcionaba si contaba con suficientes torturadores. Gerard despreciaba a esos inútiles que sabían arrancar uñas y romper dedos, pero que no tenían ni idea de discreción.

Era con discreción como la Sección los vigilaba. Observados desde lejos, ni llegaron a sospechar que les seguían los pasos. Aunque poco después la unidad que Herta lideraba tuvo que emprender una misión de la que no hubiera tenido que encomendarse. Todo comenzó cuando el general llamó a Gerard a su despacho.

—Bienvenido, amigo mío. Llevaba unos días sin verte y recordé que tenía que contarte algunas cosas, Gerard ¿o mejor dicho, Director? Es así es como te llaman ¿verdad?

—Tiene razón, mi general.

—Gerard, por favor, apéame del tratamiento, o te tendré que llamar Director —dijo el general sin recordar que hacía ya bastantes meses había tenido una charla similar con Goering—. Estoy más que satisfecho con tu labor. Me alegra decirte que si sigue todo como creo, en un par de meses podrás salir de la clandestinidad y reunirte con tu familia.

—Gracias, mi gene… digo Walter. No sabes cuánto deseo volver a verlos ¿Están bien? Me preocupa que Nicole no responda a mis cartas.

—Tranquilízate. Nicole y Marcel están muy bien y disfrutando de los deportes de invierno ¿No te había dicho que están en Baviera? Mira.

Gerard inspeccionó unas fotografías en las que se veía a su mujer y al niño enfundados de ropas de abrigo en un paisaje blanco.

—Gracias, Walter, aunque no sé por qué mi esposa no me escribe.

—Claro que lo hace, querido amigo, y aquí tienes sus cartas —dijo entregándole un mazo de sobres—. Hasta ahora no te las había podido hacer llegar porque me pareció que la vigilaban, pero ahora ya no hay ningún peligro. Los que iban detrás de ella eran un par de nazis del pueblo donde se refugia. Ahora esos imbéciles tienen otras cosas en las que pensar.

—Me alivia mucho, Walter. —Gerard esperó y al ver que Schellenberg permanecía en silencio, dijo—: Si no necesitas nada más…

—Un momento. Sé que sigues controlando a Johann, Joachim y a esos tipos de la embajada rusa.

—Desde luego. No les perdemos ojo.

—Pues voy a necesitar que los dejéis en paz durante unos días. Resulta que las negociaciones con la Unión Soviética están en una fase muy delicada y no puedo arriesgarme a que se produzca un incidente. Serán solo un par de semanas.

—Como quieras.

Gerard se retiró. Inmediatamente dio la orden de cesar el seguimiento de los dos rusos… pero al mismo tiempo le dijo a Herta que la Sección tenía que dedicar todos los recursos necesarios para mantenerlos controlados, aunque con el mayor disimulo del mundo.