Publicado: Lun May 14, 2018 4:33 pm
por Domper
Las actividades de la otra agencia le intranquilizaban. Schellenberg seguía manteniendo contactos no demasiado recomendables para alguien que formaba parte del triunvirato que había acabado con Goering. La compañía de elementos como Alfred Krupp, el perejil de todas las conspiraciones, no decía nada bueno de las intenciones del general. Gerard comprendía que en un régimen autoritario el jefe de la policía tenía que saber jugar a dos bandas y relacionarse con los que podían socavar el Estado para controlarlos y, de ser preciso, para adelantarse a sus planes. Pero la tentación de dar un paso más y convertirse en un Fouché era excesiva, y el antiguo policía empezaba a pensar que su actual jefe ya lo había dado. Era muy sospechoso que mantuviese un apartamento clandestino no para citas galantes sino para relacionarse con empresarios y militares, pues tenía otros medios para celebrar esas citas reservadas, incluso en su propio domicilio. Que además hubiese organizado su propia agencia secreta al margen de la Central, y que fuesen los plutócratas quienes la financiasen, hacía pensar no en gato sino en tigre encerrado.

Pero a un juego pueden jugar varios, y ahora Gerard participaba con su propia agencia, la Sección, apoyada por los recursos de la Central. Herta, cual reina del tablero, la dirigía con mano maestra, controlando no solo a Schellenberg sino también a sus «carteros». Las técnicas que antes le habían permitido descubrir a la red de agentes que manejaba Johan, el jefe de inteligencia de la embajada rusa, ahora estaban dando luz sobre las actividades de esa particular oficina de correos.

Los carteros no se dedicaban a recoger información. Parecía que bastaba con la que la Central suministraba. No organizaban vigilancias ni seguimientos; las únicas labores de seguridad que realizaban eran la custodia del pisito secreto de Schellenberg, y la lógica cautela cuando tenían alguna cita. Era paradójico que la principal actividad de los carteros fuese servir de mensajeros. Lo malo era que la lista de los contactados incluía la flor y nata del antiguo partido nazi. El proceso judicial de pocos meses antes había retirado de la circulación a los más prominentes, pero quedaban muchos gerifaltes de medio pelo que en su día no habían destacado lo suficiente para llamar la atención del Gabinete, pero que habían cubierto con entusiasmo los puestos dejados por los justiciados.

Los carteros también se relacionaban con las grandes fortunas del Reich. No con todas, pues parecía que grandes empresas como Rheinmetall o Henschel se estaban manteniendo al margen de los manejos; probablemente por no querer unirse a su rival Krupp. La química Farben proporcionaba buena parte de los fondos, pero no era la única. La lista de las empresas relacionadas venía a ser como el Quién es quién de la industria alemana.

En la madeja asimismo se enredaban miembros del ejército. Siembre había habido descontentos y ahora Correos los estaba tanteando. Eran de los pelajes más diversos: algunos estaban ahí por ser nazis fervientes. Otros por haber sido relegados por el motivo que fuese, que podía ir de la incompetencia a la cobardía pasando por la deshonestidad. Los había que recelaban por ser republicanos, o por ser monárquicos a los que no agradaba que el regente fuese otro militar; seguramente no hubiesen puesto inconvenientes de ser ellos mismos los coronados. Parecía que Jodl se estaba convirtiendo en el portavoz, ya que había mantenido un par de reuniones más con Schellenberg en el apartamento sin saber que estaba siendo grabado. De nuevo, la conversación había sido unilateral, con el militar relatando una lista de agravios que Schellenberg escuchaba sin apenas hacer comentarios.

Otros contactos de los carteros eran menos importantes pero señalaban un «estilo»: estaban reuniendo a matones procedentes de los bajos fondos, a antiguos escuadristas de las SA, y a todo tipo de energúmenos. Elementos a los que la vida les había tratado mal a los que no les importaba romper cabezas. Preocupante fue que varios de esos personajes, demasiado mayores para estar en el ejército pero que aun permanecían en la reserva, fuesen reunidos en uno de los batallones de depósito de Berlín. Hasta un niño hubiese imaginado cuál podría ser la misión de tal unidad militar.