Publicado: Vie May 11, 2018 8:51 pm
por Domper
Plegó el papel y lo introdujo en un sobre que luego dejó en la repisa. Ya sabía que no llegaría a su destino, pues la Sección controlaba el correo que llegaba a la aldea bávara donde creían tener escondida a su familia, y le había dicho que las misivas no llegaban. Pero esas cartas eran la manera con la que Schellenberg creía conocer lo que Gerard pensaba, y por eso las escribía poniendo toda su pasión.

Hubiese podido enviar un mensaje directo a Nicole, y todos los días tenía que contenerse para no hacerlo. Pero no quería ponerla en riesgo. Gerard no se engañaba: si Schellenberg lo mantenía en las sombras, como un muerto viviente, era por considerarlo prescindible. En el momento que al general conviniese él sufriría un accidente como el que había acabado con Nebe. O no, pues Gerard no era tan tonto como para no haber preparado una escapada. La Sección ya tenía todo dispuesto y desde que diese la orden hasta que se reuniese con Nicole en Suiza apenas pasarían veinticuatro horas. Pero ahora no podía huir, ya que si seguía en Berlín no era por temor a Schellenberg sino por devoción al deber. Gerard se sentía como el líder de un ejército en el combate que se estaba librando en las sombras, en el que los soldados no caían segados por las ametralladoras, sino atropellados por camiones o asfixiados durante el sueño. Hasta ahora su enemigo había sido el espionaje rojo, pero ahora también se enfrentaba con Schellenberg y sus sibilinas maniobras, auxiliadas por los más recalcitrantes nazis y por una banda de matones agrupados en Correos. Los dos bandos le preocupaban y mucho.

Los rusos seguían con sus preparativos. Por lo que sabía, la red de espías, de la que controlaba la mayor parte, se había preparado para romper los lazos con Moscú. Ya tenían sus radios —en realidad la mayoría estaban en un sótano de la Central, y sus operadores, en calabozos—, sus planes —descubiertos gracias Joli— y estaban recibiendo armas. La escala de lo que preparaban era tal que cuadraba con una insurrección. Lo malo es que Schellenberg seguía sin tomar medidas; tan solo en los casos más palmarios, como el del grupo que tenía como objetivo el canal de Kiel, se había reforzado la seguridad. Pero si Gerard no podía proporcionar objetivos concretos no se hacía nada.

Tampoco se había alertado a la guarnición de Metz. Era muy potente, desde luego, y tras tanto magnicidio resultaba improbable que los ingleses pudiesen enviar algún avión o los rusos alguna partida. La seguridad en la ciudad también hacía difícil que pudiera colarse algún terrorista. De todas maneras, saber que algo se estaba preparando y que no se hiciese nada comía los nervios de Gerard. Lo malo es que el otro canal de comunicación aun no estaba abierto, y no deseaba forzarlo.

También le seguía preocupando el primer juego de fotos. Había enviado a un par de agentes de la Sección a Metz —oportunamente acreditados como policías— y no habían conseguido encontrar los rincones que los espías habían fotografiado. Aunque había que tener en cuenta que Metz era una gran ciudad; les iba a ordenar que siguiesen buscando, porque probablemente esas imágenes delatasen el cubil de las fieras. Ahora bien, a quien se había visto en la ciudad lorenesa eran a un par de carteros de Schellenberg.