Publicado: Mar May 08, 2018 11:27 am
por Domper
Capítulo 26

La finalidad de la guerra es el homicidio; sus instrumentos, el espionaje, la traición, la ruina de los habitantes, el saqueo y el robo para aprovisionar al ejército, el engaño y la mentira, llamadas astucias militares.

León Tolstói. Guerra y Paz.


Otra vez se había fracasado. Por una maldita bicicleta.

Esta vez había sido el mismísimo Johann el que llevó los paquetes, impidiendo que la Central los inspeccionase. Los paseos del ruso estaban poniendo en un brete a la Central porque, cada vez que salía a la calle, el Director tenía que organizar un servicio de vigilancia con grandes precauciones. Además no estaban sirviendo para nada: algunos paquetes que dejaba Johann quedaron abandonados hasta que los recogieron los basureros; luego fueron inspeccionados y resultaron ser parecidos al primero, con alimentos, botellas o algún pan. Otros fueron sustraídos por rapaces a los que también hubo que seguir. Por extraño que pareciese, en Berlín seguían quedando vagabundos que disimulaban su condición adecentando su figura —poco les costaba que sus ropas pareciesen las raídas de los trabajadores extranjeros— y afeitándose de vez en cuando. Esos pordioseros parecían tener un olfato especial para lo que quedaba olvidado en los rincones, y debían ser atraídos por los paquetes de Johann. Para la Central suponían un buen problema, pues había que vigilar a esos pobretones hasta confirmar que no estaban en contacto con el Alto. Empeoró cuando Johann empezó a dejar varios paquetes en cada paseo. Unos pequeños, otros abultados. Si controlar uno ya era difícil, hacerlo con varios resultaba imposible. El Director apenas podía destinar para cada envío un agente, que debía estar ojo avizor, presto a seguir al Alto si amanecía. Pero cuando el Alto apareció la Central no estaba preparada.

Fue al cuarto día: el tercer lugar visitado por Johann fue un rincón del parque Humboldt, donde dejó un envuelto alargado apoyado en una papelera. La Central solo pudo destinar a una mujer que paseaba un carrito de niño, en el que en lugar de un bebé había un muñeco muy realista. La agente se quedó en parque pero sin acercarse a menos de cincuenta metros. De repente pasó un ciclista que casi se la llevó por delante: era el Alto que con el mayor desparpajo paró junto a la papelera, puso el paquete en la mochila que llevaba, volvió a montar en la bicicleta y se fue. Luego la mujer recordó que el tipo de la bici ya había pasado antes, seguramente en una vuelta de reconocimiento.

El truco funcionó: la agente no podía correr detrás del Alto —tampoco hubiese podido seguirlo yendo ella a pie y él en bicicleta— y mucho menos dejar tirado el carrito con el muñeco. Tuvo que seguir aparentando que paseaba hasta llegar a la entrada de una casa donde ya sabía que había teléfono. La llamada llegó a la Central con varios minutos de retraso. El Director ordenó que no se cerrase el área: sería inútil, pues Alto, si había seguido en bici, estaría a kilómetros de distancia, y si la había abandonado, el dispositivo solo serviría para alertarle. La Central intentó encontrar pistas revisando las sustracciones de bicis, pero ese mismo día habían se denunciado cuatro robos.

Savely dejó la bicicleta apoyada en una farola, a escasa distancia de una estación de metro; poco tardaría en ser sustraída igual que él mismo había hecho esa mañana. Sin embargo, no tomó el U-Bahn, donde podía haber policías esperando que llegase alguien con un paquete, sino que metió el fardo bajo su abrigo y, vagando, recorrió los kilómetros que le separaban del apartamento de Annelie. La mujer estaba enfadada porque había esperado disfrutar de las horas libres de Friscis, y este había llegado casi de noche y apestando a cerveza; pero no había bebido tanto como para no calmar las ansias de sexo de su casera.