Publicado: Lun May 07, 2018 7:27 pm
por Domper
En la central todos se movían con cuidado pues sabían que el Director estaba enfadado. No era para menos: el Alto había vuelto a escurrirse.

Esta vez había sido Joseph el encargado de la entrega. Johan le había ordenado que recogiese un paquete que estaba, como siempre, en el urinario de un garito. Tenía que dejarlo bajo un banco del parque Humboldthain. Lógicamente no fue Joseph sino su alter ego, es decir, Willy, el que lo tomó para dejarlo en el punto indicado no sin antes llevarlo a la central. Allí no lo abrieron, pues podía ser una trampa pensada para ver si había fisgones, pero lo llevaron a una clínica cercana para hacer una radiografía. Solo contenía una botella y unas barras metálicas.

Era extraño ¿Qué podía contener que valiese la pena correr el riesgo de la entrega? ¿Veneno, explosivo? A alguien tan desconfiado como Gerard le parecía más probable que se tratase de una entrega falsa destinada a comprobar si la red estaba comprometida.

Así que la vigilancia del paquete se hizo con máximas precauciones. No había agentes cerca; la más próxima era una señora de avanzada edad que barría el patio de un inmueble que daba al parque, pues a pesar de las normas de Speer aun quedaban muchas criadas y porteras en el Reich. Desde una ventana a dos manzanas un agente vigilaba con un telescopio mientras se comunicaba por teléfono con la Central. En las esquinas de las calles próximas había más agentes, pero casi todos esperaban en patios o en cervecerías. En la calle solo estaban un par de limpiadoras más, y en una esquina del parque trabajaba un fotógrafo callejero con una cámara modificada que se disparaba cada vez que oprimía disimuladamente una pera, retratando a todo el que pasaba; por desgracia un medio tan conveniente no podía emplearse mucho, ni el fotógrafo podía estar cerca del banco pues llamaría excesivamente la atención. Además había otros fotógrafos apostados en varias ventanas que daban al parque. Afortunadamente al ser invierno las ramas desnudas no ocultaban por completo el interior, aunque la visión que tenían era reducida.

Un rato después un jovenzuelo recogió el paquete y se fue. Un agente fue alertado y desde la puerta de la casa en la que estaba vio como pasaba el crío. No lo siguió sino que se comunicó con un compañero que se situó en posición, para ver que el rapaz llegaba a la esquina de la Lorzingstrasse sin encontrar a nadie. Al ver que no le esperaban puso cara de fastidio y tras esperar un par de minutos abrió el envoltorio, sacó la botella de dentro y se fue, tras tirar lo demás a una papelera.

Esa noche los basureros no fueron los de siempre, sino de la Central, que encontraron lo que quedaba del paquete: no eran sino unas barras de metal de construcción, seguramente puestas para que el bulto pesase. También se puso bajo vigilancia al chaval pero resultó ser el vástago de una familia de carteristas.

Solo quedaba revisar las fotos. Por suerte el Alto apareció en dos: en una cuando pasaba cerca del paquete —la portera dijo no haber notado nada y eso que estaba atenta para ver si alguien se fijaba— y en otra, hablando con el joven al que ya habían investigado. Pero el hombre llevaba abrigo, bufanda y gorra y no se había conseguido captar sus rasgos.

Gerard suspiró no sabía si de alivio o de fastidio. La entrega había sido una trampa en la que la Central no había caído, pero habían tenido al Alto en sus manos y ni lo habían advertido. Al menos quedaba una esperanza: estaba casi seguro de que ni el Alto ni Johan habían detectado que la Central andaba tras ellos, suponiendo que supiesen de su existencia. Pronto intentarían una nueva entrega.