Publicado: Sab May 05, 2018 3:08 pm
por Domper
El Pacto de Aquisgrán también necesitaba una victoria. Aunque la reconquista de Portugal había llevado la euforia a las capitales europeas, los dirigentes germanos y más todavía sus marinos sabían que Inglaterra seguía en pie y con capacidad de lucha. La Royal Navy conservaba el dominio de los mares hasta tal punto que los buques del Pacto solo podían navegar libremente en el Mediterráneo o el Báltico. Aunque la marina mercante británica estuviese sufriendo muchas pérdidas, el enemigo todavía tenía acceso a materias primas de todo el mundo y, sobre todo, podía seguir recibiendo la ayuda norteamericana.

Esa era una de las principales preocupaciones de Alemania: a pesar de escándalos como el del petrolero Belchen, la lista Papen o la crisis irlandesa, la actitud del gobierno norteamericano dirigido por el presidente Roosevelt era cada vez más agresiva. Llegó a declarar que cualquier buque del Pacto que sobrepasase la longitud de Islandia sería capturado (si era civil) o atacado sin previo aviso. Roosevelt estaba logrando mediante sus alocuciones por la radio (las «charlas junto a la chimenea») que el público considerase inevitable que Estados Unidos se involucrase en la guerra. Así logró que el Congreso votase créditos extraordinarios para el rearme. Más difícil fue conseguir que los equipos producidos con esos créditos pudieran ser cedidos según el programa de Préstamo y Arriendo, pues existía la sensación de que el objetivo británico no era la libertad de los pueblos (que negaban a hindúes o irlandeses) sin mantener la primacía mundial y el imperio colonial. Los errores de Churchill abundaban en dicha sensación. Además el grupo de prensa Hearst, cuyas dificultades económicas habían sido subsanadas en parte gracias a fondos alemanes (transferidos clandestinamente contra Suiza) atacaba a los ingleses presentándolos como opresores; una serie de artículos sobre la gran hambruna irlandesa y las de la India en el siglo XIX tuvieron cierta repercusión. Sin embargo el presidente dijo en sus declaraciones que Inglaterra era la avanzada en Europa (llegando a sugerir que podría convertirse en un satélite) y que su supervivencia era clave para la estrategia norteamericana. Finalmente los créditos se aprobaron sin enmiendas, mostrando que a pesar de los esfuerzos diplomáticos del Pacto la actitud norteamericana era cada vez más hostil.

Tan alarmante o más era la Unión Soviética, que también estaba emprendiendo un programa de rearme a escala increíble: aunque parezca increíble, en enero de 1941 el Ejército Rojo disponía de treinta mil carros de combate y quince mil aviones de todo tipo. Aunque las relaciones comerciales seguían y la Unión Soviética seguía suministrando petróleo, materias primas y cereales, los diplomáticos habían descendido al mínimo y el embajador Von Schulenburg estaba prácticamente incomunicado en Moscú. Las presiones sobre Rumania y Finlandia eran cada vez mayores, y habían incrementado sus fuerzas en la península de Hanko. Además, aunque la «purga del hambre» estaba alcanzando sus máximos, el Ejército Rojo estaba sus fuerzas junto a la frontera europea.

Mientras no se venciese a Gran Bretaña era cuestión de tiempo que los Estados Unidos, la Unión Soviética o ambos encontrasen pretextos para atacar al Pacto de Aquisgrán. Pero Inglaterra seguía contando con la ventaja que le protegió de los Tercios o de Napoleón: su insularidad. Para que el poderoso ejército del Pacto de Aquisgrán derrotase a los ingleses sería precisa una operación de desembarco más que peligrosa, pues la Royal Navy conservaba la superioridad naval especialmente en las aguas próximas a sus islas. También era su debilidad y la campaña submarina y aérea obtenía resultados cada vez mejores. Pero los analistas consideraron que se precisarían al menos seis meses hasta que Inglaterra consumiese sus reservas, un plazo demasiado largo, y era posible que Estados Unidos decidiese aliviar la situación de los ingleses escoltando convoyes con su flota. Siendo imposible lograr una victoria terrestre, y no siendo decisiva la campaña aérea y submarina, resultaba de crucial importancia conseguir una victoria naval que obligase a Gran Bretaña a pedir la paz o, al menos, hiciese caer al belicista Churchill. Además la Royal Navy ya no mantenía la superioridad abrumadora de otros tiempos.

Sin embargo los marinos del Pacto no ignoraban que sus flotas seguían siendo inferiores a las británicas. Sus buques eran una amalgama de escuadras de diversas procedencias, lo que creaba complejos problemas de comunicaciones, control y mantenimiento; aunque medidas como la creación de la Escuela Superior de Operaciones Navales Conjuntas había mejorado la coordinación, seguía siendo muy difícil mantener a barcos con componentes incompatibles entre sí. Se calculaba que solo a causa de las incompatibilidades de materiales y conexiones la eficiencia de la flota quedaba disminuida en un 30%. Por el contrario la Royal Navy llevaba entrenando y operando en los mismos escenarios desde hacía decenios, y su flota no padecía los problemas de compatibilidad. Otra carencia que cada vez se juzgaba más grave era la de aviación embarcada. Somerville había estado muy cerca de vencer en la batalla de San Vicente gracias a sus portaaviones, que le darían la ventaja en cualquier enfrentamiento.

En grandes buques también había desequilibrio: aunque las escuadras del Pacto disponían de cuatro acorazados modernos (por tres los británicos) los ingleses podían alinear otros dos cruceros de batalla y siete acorazados antiguos, todos ellos con cañones de quince o dieciséis pulgadas. Por el contrario solo dos acorazados del Pacto (los dos Bismarck) tenían armamento y protección equiparables a los de los equivalentes ingleses. Los demás, tanto los otros dos acorazados modernos (el Gneisenau y el Strasbourg) como los tres acorazados rápidos antiguos del Pacto (los Cavour) se asemejaban a los denostados cruceros de batalla. Aparte de estos, solo se disponía de un acorazado viejo, el francés Provence, que no se consideraba apto para operar con la flota. Hubo que abandonar los planes de rearmar al más antiguo Ocean, que había sido desmilitarizado antes de la guerra y cuya reconstrucción resultó antieconómica. Se estaba trabajando con gran urgencia en la finalización del italiano Roma y los franceses Richelieu y Jean Bart, así como en las reparaciones de los italianos Littorio y Vittorio Veneto y del francés Dunkerque, pero no estarían disponibles en menos de seis meses (los barcos en reparación) y entre uno y dos años (los que estaban en obras). Los ingleses, por su parte, tenían otros tres acorazados en construcción más o menos avanzada.

Para el Pacto era más promisoria era la construcción de portaaviones: se estaban convirtiendo dos acorazados y varios barcos mercantes, y se habían empezado las obras de dos docenas de unidades; pero de nuevo habría que esperar dos años a que estuviesen disponibles. Semejante situación de desequilibrio a favor de los ingleses se repetía en cruceros y en unidades de menor porte; eso sin contar con la previsible ayuda norteamericana, que ya había cedido a la Royal Navy ochenta destructores de escolta (cincuenta en 1940 en el tratado de armas por bases, y otros treinta a lo largo de 1941 por el programa de Préstamo y Arriendo) y seis portaaviones de escolta, de los que tres ya estaban en servicio.

En una serie de reuniones los almirantes Marschall (alemán), Moreno (español) y Riccardi (italiano) planificaron las operaciones subsiguientes; aunque parece que el plano fue obra conjunta de Marschall y de Moreno mientras que Riccardi jugó un papel menor. Tras estudiar varias opciones, concluyeron que:

– La flota del Pacto no podría imponerse a la Royal Navy al completo ni en el escenario más favorable, por lo que debían tomarse medidas para dispersarla.

– Dada la inferioridad de la flota del Pacto se precisaba la intervención de la aviación terrestre para anular la aviación embarcada enemiga y dañar a sus buques mayores.

Se consideraron varias posibilidades como la invasión de las islas Hébridas, del norte de Escocia o de la isla de Wight, pero se descartaron porque estaban fuertemente fortificadas y sus guarniciones eran considerables (la guarnición de la isla de Wight, identificada como uno de los objetivos más vulnerables, alcanzaba ya las dos divisiones). Dada su cercanía a las bases inglesas podría intervenir la RAF, que estaba reservando centenares de aviones para emplearlos en caso de invasión. También se temía a las unidades ligeras británicas y sobre todo al mal tiempo, que durante el invierno podría impedir la participación de la aviación. Además las largas noches del norte de Europa darían ventaja a los ingleses, a los que se consideraba mejor preparados para acciones nocturnas. Otra alternativa era atacar las rutas de los convoyes trasatlánticos, que de ser cortadas obligarían a que Gran Bretaña se rindiese en pocas semanas, pero también se descartó no poder contar con la ayuda de los aviones terrestres (salvo de algunos Fw 200 de reconocimiento), por la lejanía de las bases propias y por la limitada autonomía de los barcos italianos, concebidos para el confinado Mediterráneo

La solución obvia fue la que el almirante Moreno proponía desde un primer momento: librar la batalla decisiva en la costa atlántica marroquí, precisamente en el área en la que Churchill quería que se produjese un gran enfrentamiento naval. Para el Pacto era el escenario más favorable, pues en sus cercanías estaba un objetivo de primer orden que los británicos no podían abandonar, la asediada guarnición de Gran Canaria. En la región los británicos solo disponían de las bases de las islas Azores (excesivamente alejadas para la aviación) y de Madeira. Hasta el momento desde esta isla y desde la cercana Porto Santo solo había operado aviones de reconocimiento, pero informadores portugueses habían alertado de la llegada de gran número de aparatos de caza y de bombardeo.

En la región el Pacto disponía de bases mucho mejores, tanto en la costa atlántica marroquí (especialmente en las cercanías de Esauira, la antigua Mogador, donde la línea costera describe un saliente romo) como en las Canarias. En Tenerife estaban basados aviones españoles, y en Lanzarote y Fuerteventura alemanes. Además en la costa marroquí había varios fondeaderos que podían acoger a la flota en caso de emergencia, como los de Casablanca, Esauira o Agadir. Según el plan ideado por Marschall y Moreno había que atraer a una fracción de la Royal Navy a la costa marroquí para que fuese dañada por la aviación terrestre y luego destruida por la flota. Sin embargo, para conseguir tal objetivo se precisaba una planificación muy cuidadosa.

Se pensaba que el Almirantazgo, aun siendo consciente de la delicada posición en las Canarias, temería sobre todo por la vital línea que los enlazaba con los Estados Unidos. Las incursiones de los acorazados y cruceros del Pacto ya habían causado una grave crisis en diciembre que se podía repetir en cualquier momento. Señal de tal preocupación era que la Fuerza H, la principal agrupación británica, no estuviese basada en Madeira (más cercana a Gibraltar y a las Canarias) sino en las Azores, desde donde podía intervenir tanto en aguas canarias como en las del Atlántico Central y Norte. Marschall y Moreno también contaban con que los ingleses esperarían que el Pacto siguiese la táctica seguida en las últimas operaciones, en las que agrupaciones de cruceros habían atacado objetivos ingleses para atraer a la Royal Navy a emboscadas como las que habían costado las pérdidas del portaaviones Ark Royal y el crucero de batalla Repulse. También se pensaba que tras la pérdida del Repulse en San Vicente y la del Revenge cerca de Islandia la Royal Navy no arriesgaría sus unidades por separado.

Intentando dispersar las fuerzas británicas las operaciones se iniciarían amagando una salida hacía el Atlántico norte. La flota combinada tenía que atravesar el estrecho de Gibraltar y dejarse observar antes de volver al Mediterráneo. Tan solo un grupo de cruceros en el que estarían el Canarias y el Galicia (los más potentes que tenían los españoles) permanecería en el océano y se haría ver al sur de Irlanda. Se esperaba que los ingleses desconfiaran de tal avistamiento creyendo que el Pacto pretendía tenderles una trampa similar a la de San Vicente, y que enviaran una agrupación con potencia suficiente para enfrentarse con los acorazados alemanes. Mientras la flota del Pacto permanecería en el Mar de Alborán, cerca del Estrecho pero a cubierto de la observación enemiga. Al almirante Moreno le disgustó que sus buques más valiosos fuesen a actuar como cebo, no solo por el riesgo que correrían, sino porque no participarían en la proyectada batalla en Marruecos. Marschall arguyó que sería precisamente la presencia del famoso crucero pesado Canarias la que haría creer a los ingleses que la incursión en el Atlántico era la operación principal de la flota.

Una segunda medida de decepción iba a ser la incursión de una escuadra francesa en el Océano Índico. Al mismo tiempo un gran convoy aparejaría de puertos italianos ostensiblemente con destino hacia el Mar Rojo y el Índico. Se hicieron correr rumores según los cuales los objetivos podrían ser la isla de Zanzíbar, Omán o incluso Ceilán. Con esta operación se intentaría impedir que los barcos enviados para reforzar la Eastern Fleet y que se pensaba que estaban a la altura de Cabo Verde volviesen a las Azores.