Publicado: Dom Abr 29, 2018 5:50 pm
por Domper
El traslado rápido era una maniobra que habíamos ensayado tantas veces que la ejecutamos casi mecánicamente. En cuanto el capitán Quasthoff nos dio la orden los pilotos acudimos a nuestros alojamientos para reunir nuestros efectos personales, colocando los más necesarios o valiosos —mudas, recuerdos familiares— en una mochila, y el resto en un saco petate. La mochila la llevamos a nuestros cazas, mientras que los ordenanzas reunían el resto de las cargas y las llevaban al Tante Ju que teníamos asignado. Los mecánicos hicieron lo mismo cargando repuestos y municiones en otros Junkers y en varios planeadores. Unas pocas horas de descanso y antes del amanecer tuvimos una corta reunión en la que se nos informó del plan de vuelo el grupo: los aparatos de menor alcance iríamos en varios saltos, mientras que los Tante Ju, más lentos pero con mayor autonomía, se saltarían algunas escalas. Solo nos acompañarían los que llevaban a los mecánicos y los repuestos más necesarios. Los planeadores, que irían remolcados, como no, por Junkers 52, tendrían que hacer todavía más paradas. Luego el grupo despegó: primero los planeadores más lentos, luego los Junkers, los últimos los cazas. Cuatro horas después aterrizamos en Burdeos, en el sur de Francia, donde descansamos un momento mientras el personal de mantenimiento, que había llegado en los aviones de transporte, repostaba y revisaba nuestros aparatos. Al mediodía despegamos para el segundo salto, que implicaba superar los Pirineos; no pude verlos pues estaban cubiertos de nubes, pero al llegar al lado español los cielos se abrieron. Mantuvimos la altura, pues al contrario que en Francia en la Península había varias cimas que superaban los dos mil quinientos metros. Una vez sobrevolado Madrid tomamos tierra en el cercano aeródromo de Getafe. De nuevo ahí esperaban ya algunos Ju 52. No hicimos el viaje solos: pude ver centenares de aviones que seguían un curso similar. Yo suponía que coordinar semejante masa habría costado un gran esfuerzo, aunque solo fuese por la necesidad de designar decenas y decenas de campos para que pudiesen acoger a tantos aviones.

Otra corta noche de descanso y al aire. Algunas escuadrillas se desviaron hacia el norte, donde al parecer había un crucero español en dificultades. Pero la gran masa continuó hacia el sur. Primero a Larache, en el Marruecos español. Por la tarde, agotados pero felices de haber hecho tal viaje en solo cuarenta y ocho horas, tomamos tierra en un campo de tierra apresuradamente establecido en Taboulaouante, un villorrio de nombre impronunciable no muy lejano a Esauira, la antigua Mogador.