Publicado: Sab Abr 21, 2018 3:43 pm
por Domper
Los alemanes sentíamos el sur de Europa como una primavera casi perpetua —aun no habíamos «disfrutado» de sus veranos— y viniendo de Noruega el puerto de Gibraltar era una gran mejora respecto a Trondheim. Incluso en invierno el tiempo era seco y soleado, con temperaturas propias del Báltico en verano. Por desgracia la ciudad estaba arrasada por la guerra, pero bastaban unos minutos en tren para llegar a las localidades españolas de La Línea o de Algeciras. No es que fuesen muy atractivas, menos aun La Línea, gravemente dañada por los combates, pero tenían suficientes tugurios para acoger los ocios de la flota combinada. Además existía esa otra especie que siempre seguía a la flota: las señoritas que en las esquinas o en los patios con farolas rojas ofrecían otro tipo de diversión que los marineros sabían apreciar.

Los de los acorazados llevábamos tres meses de actividad casi continua y a la vuelta de Freetown esperábamos disfrutar de un buen descanso. La desagradable sorpresa fue que tuvimos que ponernos a trabajar como esclavos para poner los barcos a punto; yo me libré porque los de la antiaérea, por orden de Ciliax, teníamos que tener al menos la mitad de las piezas cubiertas y listas para disparar. Aunque habían instalado un radiotelémetro en lo alto del Peñón y otro en Punta Europa, resultaba muy difícil detectar a cualquier avión que volase a menos de mil metros de altura, y tras lo de Tarento todos los marinos del Pacto tenían un sano respeto a los aerotorpederos. Mas todavía en una base que aun no tenía suficientes redes antitorpedos. Por suerte la amenaza no se materializó, pero con tanta vigilancia casi no pudimos bajar a tierra. El resto de la dotación tampoco lo tuvo mucho mejor y solo salieron pequeños grupos que tomaban el tren hacia Algeciras para aliviarse.

Ese mismo ferrocarril, que había sido recién tendido para enlazar Gibraltar con la red española y europea, traía los pesados proyectiles que reemplazaron los usados en Freetown o en Gran Canaria. Petroleros franceses e italianos rellenaban los tanques, mientras los mecánicos terminaban de recorrer las calderas y turbinas y los buzos revisaban los fondos. Rápidamente la flota volvió a estar a punto.