Publicado: Vie Abr 20, 2018 10:15 am
por Domper
Pues seguimos con los tiros... aunque ahora pocos.

El ahora mayor Parpagnoli todavía se extrañaba de las vueltas que daba la vida. Había hecho su carrera en los alpini, las tropas de montaña italianas, pero el destino le había llevado al agua salada. La tercera división Julia había sido creada como unidad de alpini, los soldados italianos especializados en la guerra de montaña. Pero su equipo ligero, que podía ser llevado a brazo o mediante vehículos pequeños —o con mulas, pero no era el caso— resultaba ideal para las operaciones anfibias. Parpagnoli no había pegado ni un tiro en los Alpes, pero ya era un veterano de Como, Malta y Creta. Había acabado por resignarse a pasar el resto de la guerra arrastrándose por la arena mojada de las playas.

Habían llegado a Creta en lancha pero se irían en barcos de lujo. En la bahía de Suda, el gran puerto natural del norte de Creta, se habían reunido varios de los buques de pasaje que en tiempos más felices cubrían las rutas transatlánticas. Los mastodontes de los mares, con nombres tan evocadores como Duilio, Saturnia o Victoria, habían sido convertidos en transportes de tropas. Destacaban dos gigantes: el Rex y el Comte de Savoia. Tan grandes y valiosos que habían sido salvaguardados en Trieste y en Venecia, y solo ahora que el Mediterráneo se había convertido en un lago del Pacto se habían incorporado a la milicia. Habían entrado en puerto para que se les retirase la ornamentación que los había hecho célebres, y sus antes lujosos camarotes estaban ahora abarrotados con literas metálicas: donde antes disfrutaba una pareja rica ahora se amontonaba un pelotón. Los botes habían sido sustituidos por pequeñas lanchas de motor, y decenas de balsas de corcho atestaban las cubiertas, para intentar dar alguna esperanza si el barco sufría las iras del enemigo. Ni con ellas sería fácil escapar en caso de desastre, porque cada buque podía llevar en cada viaje ocho mil soldados, y más si el trayecto era corto. Con esa carga partían de Génova o Nápoles con destino a Haifa y Alejandría, para volver con heridos o soldados de permiso.

Ahora iban a efectuar una misión en la que se expondrían al enemigo por primera vez. Los soldados accedieron a los grandes buques en lanchones, se aglomeraron en las cabinas —Parpagnoli compartía con otros jefes un camarote en una cubierta alta, que al menos podía ventilarse— y tras los dos días que duró el embarque, los buques zarparon y se perdieron en el Mediterráneo, siguiendo una ruta que les alejó de costas e islotes. El valiosísimo convoy era escoltado por dos cruceros y seis destructores: aunque en teoría no hubiese peligro, en los estrechos podían quedar minas que no hubiesen sido dragadas. Pasaron el de Sicilia de noche, con los destructores a la cabeza barriendo las aguas con sus paravanes, y al amanecer se volvieron a encontrar en un mar casi vacío. No por completo, porque en varias ocasiones se encontraron con pesqueros o con pequeños buques de cabotaje. En todos los casos un destructor los detenía y embarcaba en ellos una dotación de presa con la que volvían a puerto: los vigilantes se aseguraban de que llegasen a sus puertos de destino —para que no se emprendiesen búsquedas que delatasen el paso del convoy— pero que luego los tripulantes permaneciesen a bordo sin contacto con tierra. El mayor problema se produjo tras el encuentro con el Mayakovsky, un buque soviético que navegaba hacia Marsella. El barco no seguía las rutas marítimas asignadas y rechazó ser inspeccionado incluso cuando el crucero Muzio Attendolo disparó por su proa. Hubo que ametrallar sus superestructuras para que se detuviese. El examen del barco inicialmente no halló nada, pero fue conducido hasta Pantellaria, una isla pequeña y aislada, para una inspección más detenida. Mucho más adelante Parpagnoli supo que se había encontrado una bodega secreta con armas suficientes para una compañía. No se sabía para quién estaban destinadas, pero siendo la dotación del Mayakovsky excesivamente numerosa, seguramente algunos de esos marineros tendrían otra ocupación en sus ratos de ocio. Más adelante el barco fue considerado buena presa y confiscado con sus mercancías, legales e ilegales.