Publicado: Lun Abr 16, 2018 12:03 pm
por Domper
Janusz Piekałkiewicz: Seekrieg 1939–1945. Bechtermünz Verlag. Ausburg, 1988.

Un programa particularmente exitoso nació de manera inesperada. El mayor Petersen, que estaba al mando del grupo de reconocimiento y ataque naval KG 40 basado en Lavacolla (cerca de Santiago de Compostela), preguntó si se podía desarrollar algún tipo de torpedo de largo alcance para sus Fw 200 y D 217. Petersen argumentaba que los buques británicos raramente se arriesgaban a navegar con independencia en los accesos occidentales, sino que lo hacían en convoyes de dimensiones cada vez mayores. Esas agrupaciones de buques podrían ser excelentes objetivos para los aerotorpederos, pero los aviones disponibles (especialmente el Focke Wulf 200, derivado de un avión de pasaje civil) eran excesivamente vulnerables a las armas antiaéreas que cada vez en mayor número equipaban tanto a los escoltas como a los mercantes. El mayor solicitaba que se desarrollase algún tipo de torpedo que se pudiese lanzar desde fuera del anillo de escoltas, es decir, que tuviera un alcance de al menos diez mil metros. La propuesta fue rechazada como imposible dado el pobre desempeño de los torpedos aéreos de la Luftwaffe. Pero poco después Petersen fue ascendido a coronel y trasladado al departamento de desarrollo de armas del Reichsluftfahrtministerium (RLM), donde se propuso desarrollar el arma que poco antes había solicitado.

Los torpedos que tenía la Luftwaffe, por desgracia, estaban muy lejos de tal capacidad. Eran poco fiables, frágiles, relativamente lentos, y con alcance reducido; Alemania era de las potencias en conflicto la que contaba con los peores torpedos de lanzamiento aéreo. Según los técnicos, para conseguir el rendimiento necesario se requeriría el empleo de nuevas tecnologías y la demora sería de al menos tres años. Petersen cuestionó tales plazos, aduciendo que la marina ya tenía torpedos de muy largo alcance. Aun así le respondieron que sería imposible meter tales ingenios en un avión: el G7a pesaba tonelada y media (el doble que los F5 de la Luftwaffe) y medía siete metros.

Pero Petersen no estaba solicitando un arma para monomotores sino para aviones de gran tamaño, en el que el problema no era tanto el peso del torpedo sino sus dimensiones. También indicó que era insensato desarrollar un arma nueva, con el consiguiente retraso amén del riesgo tecnológico, cuando los torpedos de la Kriegsmarine ya cumplían las especificaciones solicitadas. El coronel encargó que se estudiase una versión acortada del torpedo G7a propulsado por vapor, que era más barato y tenía mayor alcance que el eléctrico G7e. La manera más sencilla de lograrlo fue aumentar el diámetro, aprovechando que al ser de lanzamiento aéreo no había limitaciones en tal sentido. El torpedo H3a (o LT 10) tenía 60 cm de diámetro, 5,5 m de longitud y pesaba 1.200 kg. Se podía acomodar encastrado en la panza de bombarderos Do 217 modificados (Do 217 E-7) o en la bodega de los Junkers Ju 189 o de los Ju 288. También podía ser transportado en un anclaje bajo el fuselaje en los Fw 200, junto a la bodega de bombas, aunque requería reforzar la estructura. Por desgracia, los modelos iniciales apenas lograban un alcance de 12.000 m a 20 nudos, en el límite de lo que Petersen buscaba. Para lograr mayor alcance se desarrolló una versión que empleaba oxígeno en lugar de aire comprimido. En su día tal posibilidad había sido desechada por la Kriegsmarine por considerar muy peligroso el manejo de oxígeno líquido en sus buques, pero se juzgó que podría hacerse con seguridad en las bases terrestres. La colaboración japonesa fue muy útil pues habían desarrollado un torpedo de este tipo en los años treinta; por ejemplo, sugirieron que el empleo de un tanque secundario con aire comprimido, que se empleaba para arrancar el motor, disminuía el riesgo de explosión. Con estos cambios el torpedo H3d lograba un alcance de 20.000 m a 25 nudos, y tenía la ventaja adicional de dejar menos estela que los de aire comprimido.

En enero de 1942 se emplearon los primeros ejemplares contra convoyes británicos en los accesos occidentales. Los primeros H3a eran frágiles y tenían que dejarse caer a baja velocidad y pocos metros de altura, pero como los lanzamientos se realizaban desde grandes distancias los aviones no se exponían a las defensas antiaéreas. Inicialmente se lograron pocos éxitos pues los torpedos eran lentos y relativamente fáciles de evitar. Los H3d sin estela resultaron más efectivos, y la letalidad aumentó cuando poco tiempo después se empleó una variante más efectiva, el H3d-Fa (o LT-10/FaT). Este torpedo tenía un dispositivo electromecánico que permitía establecer patrones preprogramados de búsqueda. Se hacía mediante un carrete con una cinta metálica en la que se practicaban perforaciones con un punzón. Luego el carrete se insertaba en el torpedo; en las versiones terrestres se hacía en las bases, pero un sistema similar incorporado a los G7a permitió hacerlo en los submarinos poco antes del lanzamiento. Un mecanismo de relojería hacía avanzar la cinta, y una célula fotoeléctrica leía las perforaciones. Así se lograba que tras determinada distancia el torpedo describiese zigzags o patrones circulares; al no ser un patrón constante los ingleses no podían predecirlo. Aun así la tasa de impactos siguió siendo pequeña y no superaba el 20%, ya que la maniobra de lanzamiento era característica y se podía alertar a los barcos amenazados. Con frecuencia se emplearon en coordinación con bombarderos de alta cota Ju 189 y Ju 288; la efectividad de tales ataques combinados era pequeña (con una media de 2,3 barcos alcanzados por operación, entre bombardeados y torpedeados) consiguieron que varios convoyes se desorganizasen, haciéndolos vulnerables a ataques posteriores; también fueron frecuentes las colisiones entre mercantes.

En junio de 1942 surgió una variante aun más letal, que combinaba el mecanismo Fa con una espoleta magnética que hacía que los torpedos estallasen bajo las quillas causando daños mayores. La principal modificación fue la instalación de un dispositivo acústico que hacía que el torpedo fuese atraído por la cavitación de las hélices. Con ellos la tasa de impactos aumentó al 40%, y no bajó del 30% ni cuando los aliados pasaron a usar dispositivos generadores de ruido, ya que si el torpedo perdía su blanco volvía a actuar el mecanismo Fa para buscar un nuevo objetivo. Cuando el Pacto desplegó bombarderos equipados con radiotelémetro que atacaban de noche, la proporción de torpedos que alcanzaban sus blancos se incrementó hasta el 40%. El despliegue de cazas de largo alcance primero y luego de portaaviones de escolta consiguió disminuir el riesgo durante las horas de luz, pero no pudo impedir los ataques nocturnos, e hizo muy peligrosa la navegación por aguas dentro del alcance de la aviación del Pacto.