Publicado: Lun Abr 09, 2018 5:18 pm
por Domper
En el Atlántico norte nuestros submarinos seguían diezmando a los barcos ingleses. La Royal Navy, a pesar de dedicar la mayor parte de sus recursos a la escolta, no conseguía responder a nuestras nuevas tácticas coordinadas entre submarinos y aviones. Además nuestros sumergibles habían cambiado sus objetivos. Mientras que antes intentaban hundir barcos mercantes —sin hacer ascos a cualquier destructor que se pusiese a tiro— ahora eran los buques de escolta los objetivos prioritarios. Ellos mismos se ponían en peligro navegando en la periferia de los convoyes. Aunque se trataba de objetivos poco agradecidos, pues al ser buques pequeños y ágiles demasiadas veces evitaban las salvas de torpedos, y era necesario gastar más peces mecánicos para hundirlos que para finiquitar a los lentos y torpes cargueros. Inicialmente el cambio de táctica trajo como resultado que el tonelaje hundido disminuyese, pero en poco tiempo los británicos sufrieron una grave crisis de la que supimos gracias al espionaje y al interrogatorio de los prisioneros. Aunque de los astilleros seguían saliendo barcos de escolta, aunque habían recibido un nuevo lote de destructores viejos norteamericanos, aunque estos fabricaban escoltas a los ingleses, sus dotaciones eran bisoñas pues los veteranos desaparecían en el mar. El servicio de escolta, que antes era extenuante en esos barquitos que se movían como corchos, ahora resultaba aterrador, pues en cualquier momento un torpedo partía el alma de los barquichuelos. Además, una vez los convoyes perdían parte de su protección se convertían en presa para los grupos de submarinos y aviones. Para intentar contrarrestar la nueva táctica los británicos estaban organizando convoyes cada vez mayores, de ochenta o más buques, ya que eran más económicos en escoltas. Al poder haber más para cada convoy operaban por parejas, apoyándose unos a otros. Pero ordenar esas inmensas masas de buques suponía un trastorno porque las esperas lo convertían en un sistema menos eficiente. Sin contar el desastre que se produciría si alguno de esas gigantescas masas de buques era atacada por nuestros acorazados.

Aparte que estábamos desarrollando armas específicas contra esos convoyes, que a fin de cuentas se trataba de blancos muy bien defendidos pero lentos, de gran tamaño e incapaces de cambiar de curso. La primera medida fue modificar algunos de los viejos torpedos G7a para que tuvieran carreras muy prolongadas a baja velocidad, llegando a los veinte kilómetros a veinticinco nudos. Así los submarinos podían atacar al convoy desde más allá de la cortina de escoltas, y dependiendo el ángulo de lanzamiento no resultaba demasiado difícil lograr algún blanco. Lo malo era que esos torpedos dejaban una visible estela de vapor y no eran muy difíciles de eludir, aunque, a cambio, desorganizasen las columnas de buques. Eran mucho más letales cuando se emplearon de noche, disparados bien mediante observación o más habitualmente con los datos del radiotelémetro. Además se había comenzado a emplear una variante llamada Federapparattorpedo o FaT, que tenían un sistema que hacía que tras cierta distancia el ingenio empezase a describir curvas; si había sido bien regulado lo haría dentro del convoy. Lógicamente, la mayor parte de esos torpedos se perdían, pero los pocos que lograban impactar no solo herían a los buques sino que aterraban a los marinos mercantes, que sabían que los convoyes podían ser atacados en cualquier momento del día o de la noche. También se había desarrollado una variante de esos torpedos para la Luftwaffe. Se trataba de torpedos problemáticos pues no solo eran grandes y pesados —de tal manera que solo los Do 217 o los Fw 200 podían llevarlos— sino que eran muy estrictos con los parámetros del lanzamiento. Si se lanzaban a velocidad o altura excesiva se dañaban. Pero los aviones torpederos, como atacaban desde fuera del anillo de escoltas, no corrían demasiados riesgos, y estos torpedos supusieron un terror más para los atribulados marinos ingleses, porque ahora la aviación de largo alcance podía atacar a los convoyes además de hundir los pocos barcos que se arriesgaban a navegar independientemente. Debo aclarar que la polémica sobre si los Fw 200 tenían que emplearse para el bombardeo o el reconocimiento se había solucionado ya que las fábricas estaban entregando cada vez más aviones, y era inminente la entrada en servicio del Junkers Ju 189. Asimismo, estaba a punto de iniciarse la producción del modernísimo Ju 288, el bombardero que debía sustituir a los tipos existentes salvo a los cuatrimotores, y que con su gran autonomía iba a poder atacar a los convoyes en medio del Atlántico.

Con los aviones que en número cada vez mayor recibía la Luftwaffe además de ampliar las escuadrillas de reconocimiento se pudo crear otras que atacaban a los convoyes británicos cuando se acercaban a la costa, en esas aguas en las que los submarinos ya no se arriesgaban a entrar pero que estaban demasiado lejos para que las cubriera la caza terrestre. De nuevo, los ingleses se vieron obligados a responder destinando sus preciosos Beaufighter y Mosquito —sus mejores aviones de largo alcance— para escoltar a los mercantes en las últimas millas de sus viajes.