Publicado: Vie Mar 09, 2018 1:14 pm
por Domper
Capítulo 24

El verdadero paraíso no está en el cielo, sino en la boca de la mujer amada.

Théophile Gautier


Diario de Von Hoesslin


A finales de febrero se estaban librando dos grandes batallas en Europa. Una en el mar, que debía decidir la suerte del conflicto. Pero otra, menos conocida y sangrienta pero igualmente decisiva, era la que tenía que decidir el porvenir de Europa y se estaba peleando en las cancillerías.

El proceso de institucionalización de Alemania proseguía. Tras la designación del regente —por ahora, in pectore— se estaba reorganizando el gobierno y la administración. El canciller Speer se había instalado en el edificio de la Cancillería que era donde se celebraban las reuniones tanto del Gabinete como del gobierno en pleno. El ministro Von Papen residía su ministerio de la Wilhelmstrasse, y el mariscal Von Manstein, en el Bendlerblock. Solo el general Schellenberg seguía residiendo en un apartamento o, mejor dicho, en un piso de lujo en la Charlottenstrasse con vistas a la Gendarmenmarkt. Todos conocíamos el motivo: su faceta crápula no se acomodaba a vivir en un edificio oficial, y un piso le daba más libertad de movimientos, aunque a cambio suponía triple esfuerzo para los servicios de seguridad.

Von Lettow, que siempre sabía ver el lado oscuro de las personas —especialmente de Schellenberg, que se le había atravesado— sugirió, mientras dábamos uno de esos paseos por el jardín que hoy día tanto añoro, que el general tenía otro motivo más oscuro.
—No te equivoques, Roland, que si Schellenberg vive ahí no me parece que sea solo por ser un vividor. Me da que nuestro querido general teme por su seguridad.

—No lo entiendo, Alteza ¿Dónde se puede estar más seguro que en el ministerio en la Dorotheenstrasse, rodeado de policías?

—Roland, a veces pecas de ingenuo—me contestó—. Desde luego, si Schellenberg teme que algún nihilista le descerraje un tiro, mejor estará donde dices. Aunque mis difuntos predecesores debieron dejar muy pocos anarquistas rondando por las calles berlinesas. Pero piensa en como murieron Hitler o Goering.

—No fue en sus residencias.

—Desde luego que no. Pero perecieron a manos de alemanes aunque estaban rodeados de sus fieles. Recuerda también lo que pasó tras sus muertes, e imagina que se produce algún suceso… Ya puedes imaginar de qué tipo, algo inesperado y desagradable. Empezarían a correr camiones con tropas por las calles de la ciudad ¿A dónde crees que irán?

—A los ministerios, desde luego, pero no creo que se olviden de Herr Walter.

—Claro que no pero ¿apuestas algo que su cubil tiene muchas salidas?

—También las hay en los ministerios, Alteza.

—Desde luego, pero también están llenos de paniaguados a saber a sueldo de quién que pueden bloquearlas. Si se produjese un golpe de estado, Schellenberg será el único que podría escapar.

—¿Y su alteza? —pregunté, preocupado por su seguridad.

—Ya sabes que yo, en realidad, no pinto nada. He vivido muchos años y la muerte no me asusta. Así me reuniría con Rüdiger —el dolor de la pérdida de un hijo aun persistía—. Además, tendrán que venir a buscarme, y ya sabes que la caza mayor se me da bien. rriba —dijo refiriéndose a sus dependencias— guardo algún recuerdo de África. De dos cañones. Tal vez no vuelvan todos los que hayan venido.