Publicado: Mié Feb 14, 2018 1:11 am
por Domper
De vez en cuando teníamos tareas mucho más sencillas: tanto la Luftwaffe como las fuerzas aéreas italiana y francesa estaban mostrando un especial interés en atacar a la pléyade de cabos, peñones y faros aislados que había por toda la costa británica. Lógicamente, todos ellos tenían su pequeña guarnición, que en algunos casos, como las islas Sorlingas (Scilly para los británicos) era considerable. No todas esas posiciones tenían el mismo valor: en algunos casos, como la isla de Portland junto a Weymouth, eran soberbios emplazamientos para la artillería costera británica, pero en otros casos se trataba de peñones aislados que no servían ni para plantar la bandera. Pero estos ataques tenían su motivo: formaban parte de la estrategia dirigida a debilitar y desmoralizar a los defensores ingleses.

Ya en el lejano 1940 se habían iniciado los ataques contra puntos seleccionados de la costa, que en ocasiones lograron magníficos botines, siendo mejor el de los radiotelémetros ingleses en Bawdsey Manor. A medida que la guerra proseguía los ingleses habían proseguido con la fortificación de sus costas, y golpes de mano similares ya no eran tan sencillos. Aun así prosiguieron los ataques, buscando puntos débiles de las defensas británicas. Normalmente no se iba contra los objetivos más obvios como las playas de invasión o posiciones artilleras, sino contra puestos aislados en acantilados, costas arenosas o cabos. Las incursiones se realizaban a veces desde el aire, mediante planeadores o paracaidistas, y otras empleando embarcaciones como las socorridas lanchas rápidas. Se intentaba que las operaciones fuesen rápidas, golpear y huir antes que llegasen las reservas, aunque por desgracia no siempre se lograba y las bajas entre las valientes fuerzas especiales eran altas. Pero a cambio los que vivían junto a la costa lo hacían con el alma en vilo, esperando que cualquier crujir no se debiese al viento sino a un paracaidista equipado con una Schmeisser. Fue en esas operaciones cuando se probaron nuevos sistemas de infiltración y recuperación. Los planeadores parecían ideales pero las praderas cercanas a la costa se estaban erizando de postes y alambradas; por eso se pasó al empleo de paracaidistas, y sobre todo se usaban lanchas y botes. Una vez cumplida la misión reembarcaban, pero en otras ocasiones los soldados despejaban el terreno y esperaban a la mañana siguiente, cuando eran recogidos por aparatos ligeros mientras la Luftwaffe les cubría. Incluso se pensó en emplear los prototipos de Focke-Achgelis de aeronaves sin alas. Por desgracia no estaban disponibles pero al apreciarse su necesidad se dedicaron importantes fondos a su desarrollo.

Lo lógico para el enemigo hubiese sido abandonar a su suerte esos rincones perdidos, aceptando pérdidas ocasionales, pero para los ingleses no cabía esa opción. No solo por cuestión de orgullo, sino porque en cualquier momento alguna de esas incursiones podría ser de mayor magnitud y formar una cabeza de playa en su costa. Tuvieron que destinar barcos de guerra, desde pequeñas lanchas a destructores pequeños, para intentar impedir las incursiones, e incrementaron las guarniciones que luego sometíamos día tras día a un diluvio de bombas. En seguida aprendieron a agazaparse y todos esos promontorios y salientes se llenaron de trincheras y refugios. Debían sufrir pocas pérdidas pero a costa de vivir como ratas, pues una y otra vez se descolgaba algún avión del cielo con el sol a las espaldas para recordarles que la costa de Inglaterra estaba en guerra.