Publicado: Dom Ene 28, 2018 12:27 am
por Domper
Tras el combate del Cabo San Vicente todo empezó a cambiar en las aguas del Estrecho. Por una parte, los britanos estaban a punto de salir de Lisboa con el rabo entre las piernas y sus aviones ya no amanecían por estas aguas salvo, muy de vez en cuando, algún cuatrimotor de reconocimiento que llegaba Madeira. Mirar miraban pero no se metían con nadie. Como se estaban recibiendo minas a porrillo procedentes de los almacenes italianos —ya no las precisaban en sus costas— se pudo establecer dos corredores costeros seguros, uno el que ya conoce de la costa andaluza, pero que ahora llegaba hasta Huelva y se estaba extendiendo más allá. El otro en la africana hasta la laguna de Merja Zerja, en la frontera con el Marruecos francés; más allá era tarea de nuestros vecinos.

También cambió el sistema de patrullas. Hasta ahora cada barco tenía asignado un sector, disposición poco efectiva porque podías tener a casi toda la fuerza de vacaciones mientras en algún rincón uno o dos barcos no daban abasto. Al haberse establecido los pasillos seguros para los convoyes costeros, y habiendo desaparecido la amenaza aérea, su escolta pasó a los patrulleros, que los había de todo tipo y color: torpederos, las tabacaleras, bous, algún Uad y cada vez más Urgull. Al resto de los escoltas no nos dieron vacaciones, sino que nos organizaron en flotillas destinadas a la caza de los submarinos británicos. Seis eran españolas; estaban encabezadas por cañoneros y nutridas con los Noya que se estaban recibiendo, más algunos bous y los sufridos torpederos que no reclamaban los convoyes. También llegaron barcos italianos y franceses, aunque su responsabilidad no fue el Estrecho sino la costa portuguesa liberada y sobre todo la africana, por la que cada vez más convoyes llevaban refuerzos al Sáhara.

Al Gajuchi digo Motril lo asignaron a la segunda flotilla que estaba encabezada por el cañonero minador Vulcano, comandado por el capitán de navío Don Jacinto Freire, que también ostentaba el mando de la agrupación. Al Motril lo acompañaban otros tres cañoneros de la misma serie: el Noya —el Primeraco por ser el cabeza de la clase—, el Mahón —también heredó el apodo y pasó a ser el Quesito— y el Somorrostro, alias el Chapela. Es decir, una flotilla como Dios manda con cuatro barcos modernos, no muy rápidos pero que tenían mucho que decir. Además el Vulcano era el mejor de los escoltas de la Armada: ya de origen había salido muy bueno y solo desmerecía por su limitada velocidad. Había tenido la no sé si mala o buena fortuna de resultar averiado por una mina, y durante las reparaciones fue transformado en buque antisubmarino, sustituyendo sus armas por otras alemanas con más capacidad antiaérea, cargando una porrada de bombas antisubmarinas —como buen minador tenía espacio de sobra— y montando un retemé aun mejor que el del Motril. Empezaba otra fase de la guerra.