Publicado: Mar Ene 16, 2018 12:25 pm
por Domper
El pisito también estaba proporcionando información. Asaltarlo había sido arriesgado, pero su vigilancia estaba proporcionando dividendos. En primer lugar, conocer los contactos de Schellenberg con Keppler. Tras comprobar que ningún cartero le «protegía», la Sección controló sus idas y venidas. Era un negociante tan pagado de sí mismo que no creía estar bajo sospecha, y ni él ni sus interlocutores tomaban precauciones. Eran nada menos que el ínclito Alfred Krupp, que ya había estado implicado en la conspiración Halder, Günther Quandt de la BMW, Carl Krauch de IG Farben, y unos cuantos plutócratas más. Sería normal que Keppler, otro ricacho, tuviese relaciones con los de su calaña. Pero Gerard tenía otros indicios sospechosos: las grabaciones del micrófono. Schellenberg se había reunido en el apartamento con otros dos personajes, y en ambos casos el esquema de las conversaciones había sido el mismo: habían proferido una sarta de quejas sobre como las medidas de Speer y de su gabinete estaban destruyendo la primacía de Alemania y de su industria, mientras el general escuchaba y apenas hacía comentarios. Lo interesante fueron los interlocutores, fotografiados desde la tienda: uno era el que parecía el perejil de todas las salsas, es decir, Alfred Krupp. El otro costó más reconocerlo porque llegó de paisano. Se trataba de un antiguo protegido del general Beck y que había formado parte del Estado Mayor de Hitler y de Goering: el general Jodl.

Hasta ahí lo que el Director había encontrado era simplemente preocupante. A fin de cuentas sería extraño que Schellenberg, el alma condenada del régimen, no tuviese contacto con sus enemigos internos. Pero los paquetes de Suiza permitieron encontrar la conexión. Al principio no se consiguió encontrar el origen del dinero pues llegaba desde Suiza a través de varias sociedades ficticias; pero las anotaciones del cuaderno de la caja fuerte del pisito coincidían con las cantidades que pasaban por Correos. En el país helvético no se imprimían marcos, y tenían que llegar desde Alemania. Controlar el flujo de salida no fue tan problemático. El origen de los fondos, al final, fue otro industrial, de poca monta aunque nazi ferviente: Rudolf Dassler.