Publicado: Sab Dic 09, 2017 5:39 pm
por Domper
Nazario Ballarín Fañanás

Tras una semana en las líneas el batallón había sido retirado de pri-mera línea. El sargento pensaba que ya era hora, que con tantas pérdidas se rompía el espíritu de la unidad y costaba mucho más integrar a los reemplazos. Marcharon a pie hacia el interior, hacia un pueblecito que se llamaba Tejeda que era bastante bonito, todo casitas blancas repartidas ente huertos y palmeras. Claro que si uno miraba atento veía que muchas tenían los techos hundidos o estaban quemadas, y apenas había lugareños, pues los herejes los habían arrancado de sus hogares para que muriesen de hambre en el norte. El sargento pensó que de todo habría tiempo, y que ya llegaría su momento de vengarse de esos malnacidos.

Fueron llegando reemplazos. Primero un teniente habilitado, un tal Pedro Pérez, que había sido alférez provisional durante la guerra civil y entendía bastante de tiros; buen fichaje. Pero los reclutas eran otra cosa. Unos eran niños imberbes, repetición de la quinta del biberón que Nazario conocía por experiencia propia. Otros, soldados rojos recuperados de los batallones de trabajo, aprovechando que en Gran Canaria lo tendrían crudo para pasarse. El sargento esperaba hacerse con ellos, que ya se sabe, que el soldado más valiente del mundo era el español, y el segundo más valiente, el español rojo. Suponía que la mayoría de esos rojos lo eran porque les había tocado estar en ese lado durante la guerra y se podría fiar de ellos. O no, pero si se daba tal caso, él era muy rápido con el naranjero.

El teniente estuvo un buen rato hablando con Nazario. Que cómo era el terreno, qué tal la artillería hereje, si lo soldados peleaban bien y que cómo maniobraban. Viendo su interés el sargento agradeció que no le hubiese tocado el típico presuntuoso que piensa que lleva las estrellas por designio divino. También llegaron otros mandos: dos alféreces provisionales recién estampillados y media docena de sargentos que pocos tiros habían visto. Salvo el teniente, el más veterano era Nazario, que apenas se afeitaba. Mala cosa era la guerra y peor en infantería.

Al menos, las armas que llevaban merecían un diez. No eran fusiles rusos o mejicanos, sino Máuser del siete noventa y dos recién salidos de la Coruña, de los nuevos. El sargento pensaba que eran un tanto excesivos, que esos fusiles servían para cazar elefantes y de esos pocos había en las islas, pero sí muchas cuestas por las que cargar los chopos. También se habían recibido ametralladoras alemanas MG34 que le podían quitar el alma a una sección en un santiamén, y morteros del cincuenta y del ochenta y uno que no estaban mal. Munición, la suficiente. Sobrar no sobraba, que ya se sabe que en España eso de gastar dinero en entrenar es dilapidar, aunque algún ejercicio se podría hacer para que los reclutas se acostumbrasen al ruido. Comida la justa, nada de gordos en las Canarias, pero no faltaba un chusco, alguna lata de sardinas. Cuando había rancho caliente entre las alubias o los garbanzos hasta se encontraban tropezones de tocino. Vino bastante, e incluso alguna botella de coñac rasposo para aliviar los huesos de las nieblas y el frío de esos andurriales.

Lo mejor era que los herejes debían estar pasándolas p****. Pudo ver una cuerda de prisioneros que eran pellejo y huesos, y si no fuese por lo que habían hecho con los canariones, ganas daban de darles algún chusco. Pero el mando había ordenado que a los prisioneros se les diese exactamente lo mismo que ellos suministraban a los civiles en su lado: alguna sopa aguada de pieles de patatas, con dos cortezas de cerdo para cada cien. Si se quejaban, nada, y si insistían, plomo. Eso mientras marchaban a paso ligero hacia la retaguardia, azuzados por bayonetas a las que poco importaba mancharse de rojo. Una vez en el sur montaban en viejos cargueros que navegaban los primeros en los convoyes para que si encontraban minas, las disfrutasen sus propietarios. Al sargento no le parecía tan mal después de haber visto a una mujeruca con los pechos vacíos acunar a su pobre bebé muerto de hambre.

En pocos días el batallón podría volver al frente. No al completo, pero al menos con la fuerza de un par de compañías. Aunque para el veterano ojo de Nazario era evidente que para aplastar a los herejes se iban a necesitar más.