Publicado: Mar Nov 28, 2017 2:12 pm
por Domper
Capítulo 19

Los más altos y nobles árboles tienen más razón para temerle a los truenos.

Charles Rollin


Antonio Herrera Vich

No nos engañemos, cuando el comandante Salvador me dijo que los bombardeos de la Isleta se aplazaban para mejor ocasión no me llevé ningún disgusto. Lidiar con la antiaérea no era la tarea más agradable de las que había hecho, más o menos al mismo nivel que estar tripa abajo en una trinchera aguardando pepinos pensando en si el próximo llevaría mi nombre.

No íbamos a dejar a los herejes en paz, no fuesen a pensar que habíamos desistido, pero ahora los encargados del puro iban a ser los bombarderos teutones que volaban desde Fuerteventura. Esos trabajaban como señores, volando a tal porrada de metros de altura que las explosiones de las bombas se quedaban en petardeos y no veían la antiaérea ni de lejos. Lo malo es que solo podían ver sus objetivos las menos de las veces. Cuando las nubes los tapaban, que en invierno en el norte de Canarias era día sí y día también, tenían que confiar en los instrumentos. Para eso se habían plantado varios radiofaros en Gran Canaria, y se empleaban también como referencia los picos de la isla, que solían quedar por encima del mar de nubes. Con eso, unos cálculos y un mucho de suerte, alguna que otra bomba caía más o menos por donde debía. Las más iban al mar. A esas alturas ya no molestaban ni a los pescados porque de tanto explosivo que les había caído no debía quedar pez con oído sano.

Claro que a poco avispado que uno sea se imaginaría que si no había que tirar bombas el mando nos buscaría mejor ocupación. En la escuadrilla había un par de enterados que hasta sabían quién fue aquel legionario, y empezaron a hacer cábalas a sabiendas de que los designios del Altísimo digo del mando suelen traducirse en tribulaciones para los pobres mortales. Rumores corrieron para todos los gustos, pero el favorito era que los yanquis nos iban a declarar la guerra y todos sus portaaviones venían a darnos p’al pelo. Bueno, si iba a ser eso, que fuese, que los Mochos eran muy Mochos y no íbamos a dejar que nos buscasen las cosquillas.

Sin embargo el mando no debía estar de acuerdo con tanto agorero, y nos buscó una faena de lo más cómodo: escoltar a los bombarderos alemanes cuando iban de visita a Gran Canaria. Tarea cómoda, porque los herejes de ahí no es que no tuviesen cazas, es que ni se atrevían a volar cometas, y yendo tan alto la antiaérea no era de temer, que las pocas veces que nos disparaban se les veía más perdidos que un burro en un garaje. Aunque que fuese trabajo de señorito nos hacía dudar de la cordura del mando, porque saliendo desde Tenerife, justo al otro lado de Gran Canaria, teníamos que sobrevolarla para luego quedar con los gorditos en un punto del mar. No era tarea fácil por lo que solía acompañarnos un bacalao para hacer de navegante. No siempre acertábamos y más de una y más de dos veces dejamos a los teutones compuestos y sin novio, pero poco a poco fuimos afinando.