Publicado: Mar Nov 21, 2017 8:54 pm
por Domper
El equilibrio continental

Europa está dividida por varias barreras naturales, como la de los Alpes que separa las llanuras del norte de la cuenca mediterránea. Menos pronunciada que esta última, entre la actual Suiza y el Mar del Norte una serie de cadenas montañosas, seguidas de los ríos y marismas de los Países Bajos, actuaron también como una barrera a la extensión del Imperio Romano, que no fue capaz de extenderse más allá del Rn. El Imperio Carolingio consiguió dominar casi toda Europa Occidental, pero cuando se fraccionó lo hizo en dos grandes núcleos (las futuras Francia y Alemania) separadas por esa barrera, que formó un reino aparte, la Lotaringia. Esos territorios durante los siglos posteriores fueron objeto de las ambiciones francesas y alemanas. La debilidad germana durante la Edad Moderna permitió que Francia llegase a controlarlos por completo, especialmente el sur, donde solo Suiza conservó su independencia. El resto, que correspondía con los antiguos ducados de Borgoña y de Saboya, fueron absorbidos por Francia y acabaron adoptando la lengua y la cultura francesa. Por el contrario los Países Bajos, que habían llegado a estar bajo control de Francia durante la Edad Media, consiguieron liberarse de su dominio. Tras varias rebeliones pasaron a formar parte de Borgoña y, tras la muerte del Carlos el Temerario, se integraron en el Imperio Español. La Reforma Protestante y las guerras subsiguientes, junto con la crisis española de finales del siglo XVII, llevaron a que la parte norte se independizase, terminando por formar el reino de Holanda. Francia conquistó parte de la zona sur, que era francoparlante y católica, y el resto pasó a manos austriacas. Durante los conflictos de los siglos XVII Inglaterra apoyó a Holanda y a los austriacos para que actuasen como contrapunto de Francia, que había pasado a ser la principal potencia continental durante la Edad Moderna.

Sin embargo la táctica británica se vio amenazada primero tras el vuelco de alianzas que llevó a que Austria se acercase a Francia, y sobre todo cuando los Países Bajos fueron conquistados por la Francia Napoleónica. Tras la Revolución Francesa los belgas se habían rebelado contra los gobernantes austriacos con el apoyo de los ejércitos revolucionarios que conquistaron Holanda. Durante el resto de las guerras napoleónicas tanto el ejército como la flota holandeses lucharon junto a Napoleón, dando a Inglaterra la oportunidad de hacerse con parte del imperio colonial holandés. Precisamente el último acto de las guerras napoleónicas se produjo en Waterloo, en Bélgica, cuando Bonaparte intentaba reconquistar Bruselas.

En las negociaciones del Tratado de Viena, y sabiendo que los Países Bajos ya no servirían para enfrentar a Francia y Austria, Inglaterra aprovechó la debilidad de las dos potencias para crear un reino de Holanda potenciado que abarcaba todos los Países Bajos. Pero esa nueva Holanda resultó ser demasiado fuerte y empezó a construir una flota que podía amenazar la superioridad inglesa; aprovechando una revuelta contra el despotismo de Ámsterdam, las maquinaciones de la política exterior británica consiguieron que los territorios católicos sublevados no fuesen devueltos a Francia sino que se crease un nuevo estado tapón, Bélgica. En la política británica también pesó que en el sur de Bélgica se habían descubierto grandes reservas de carbón que convenía mantener fuera del control holandés, alemán o francés.

La división de reino de Holanda mostró otro de los principios de la política británica: impedir que ningún rival construyese una flota capaz de amenazar el dominio británico de los mares. Durante la Edad Moderna Inglaterra se había beneficiado de la insularidad que impedía las invasiones terrestres. Eso permitía que los monarcas ingleses desatendiesen su ejército y así construir una flota que no solo salvaguardase sus costas, sino que derrotase a las escuadras rivales para permitir que los plutócratas ingleses se hiciesen con el comercio y con las colonias de sus enemigos. Por el contrario las otras potencias marítimas, como el Imperio Español, Francia u Holanda, tuvieron que destinar enormes recursos para proteger sus fronteras terrestres, y a la postre sus flotas pudieron ser derrotadas por las inglesas. A finales del siglo XVIII gran parte del comercio ultramarino europeo quedó en manos británicas, lo que favoreció el gran desarrollo económico e industrial de Inglaterra en el siglo XIX.

Esa política solo se podría mantener mientras no surgiese en el continente una potencia dominante que, sin temor a las agresiones terrestres enemigas, pudiese construir una flota que rivalizase con la inglesa. Disponiendo de los grandes recursos económicos proporcionados por el dominio del comercio y de la industria, Gran Bretaña formó y financió coaliciones que se enfrentasen a la nación europea que predominase en cada ocasión: España, Francia, Rusia o Alemania. Como el ejército inglés no era comparable a los europeos, Londres apoyaba las coaliciones económicamente y mediante su flota. También aprovechaba los sucesivos conflictos para disminuir el poder o incluso destruir las flotas de potencias menores (como Holanda o Dinamarca) y así evitar que coaligadas con las de otras naciones europeas pudiesen amenazar a la Royal Navy.

Al ser objetivo británico impedir la aparición de potencias dominantes, otra línea de la política exterior inglesa fue mantener la fragmentación de Europa, medida que permitía mantener en la impotencia a grandes naciones como Alemania o Italia. Los múltiples estados y pequeños reinos, que no podrían resistir a las grandes potencias, dependían de la financiación inglesa y participaban en las coaliciones patrocinadas por los británicos. Además esos territorios eran causa de perennes conflictos entre las potencias continentales. Esa estrategia fracasó parcialmente durante el siglo XIX, cuando surgieron las modernas naciones estados y la política exterior ya no estaba sujeta a los caprichos de las monarquías. El sentimiento de pertenencia a una nación llevó a la unificación de Italia y especialmente a la de Alemania, que pasó a convertirse en una gran potencia continental superior a Inglaterra tanto demográfica como económicamente.

Para compensar la amenaza que suponían las nuevas potencias Inglaterra pasó a presentarse como protectora la independencia de los pueblos, derecho que al mismo tiempo negaba a irlandeses o hindúes. A pesar de dominar un gran imperio colonial, Gran Bretaña apoyó la destrucción de los otros imperios con el pretexto de la libertad de los pueblos. Con sus restos de los imperios Inglaterra construyó pequeños estados artificiales, sin capacidad de supervivencia económica o militar, que así se convertían en protectorados de facto, como ocurrió en Hispanoamérica o en los Balcanes. Varios de esos estados se formaron en la antigua Lotaringia: Luxemburgo, que había formado parte del Imperio alemán. Bélgica, nación artificial formada a partir de los antiguos países bajos españoles. Holanda, cuya independencia había sido favorecida y tutelada por los británicos que al mismo tiempo limitaban su expansión.