Publicado: Dom Oct 15, 2017 5:18 pm
por Domper
Retomamos la historia.

En la ciudad las obras estaban próximas a la finalización. Las villas se habían convertido en palacios y los colegios en hoteles; ya solo esperaban la llegada de sus ilustres inquilinos.

Al mismo tiempo, hordas de foráneos cayeron sobre la antes tranquila localidad. Trabajadores, camareros, vendedores, pero también policías en tal número que abrumarían incluso a una capital. Los campos de la periferia, antes dedicados al cultivo, habían sido allanados por las explanadoras y estaban ocupados por tiendas de campaña y barracones prefabricados en los que acoger a los recién llegados; esas parcelas no volverían a conocer el arado. Tristes recuerdos habían llevado a la erección de torres desde las que los largos tubos de los cañones antiaéreos apuntaban a cielos que los radiotelémetros vigilaban.

Las viejas calles olían a pintura y barniz, y atronaban con el golpeteo de los martillos y el rechinar de las sierras. Virutas y serrín caían más deprisa de lo que los barrenderos podían retirarlos mientras se erigían tribunas y doseles. No había sido fácil escoger una avenida adecuada para la gran celebración pues la provinciana ciudad no las tenía; eso cambiaría en el futuro.

Por las vías también paseaban ajetreados delegados que intentaban asegurarse que no hubiese nada que aminorase a sus respectivas naciones. Discutían por los lugares de preeminencia, gritaban alrededor de las tribunas, y fotografiaban los más nimios detalles. Las fotos volaban hacia las capitales europeas donde los encargados de protocolo ultimaban los detalles.

Algunas tomaron diferente derrotero.