Publicado: Dom Oct 01, 2017 7:11 pm
por Domper
Antonio Herrera Vich

Al final el porrazo había sido fuerte pero se había quedado en unos pocos moratones que se remediaron con un par de aspirinas y un lingotazo de ronmiel, que me estaba aficionado a la mezcla. Como podía andar me dijeron que me evacuase por mi cuenta hasta Maspalomas para tomar un avión. Allí encontré uno de los Savoia que estaban haciendo los servicios entre islas, y también el encargo de acercarme a Cabo Juby a recoger un Mocho de respeto.

En aeródromo saharaui me esperaban cuatro cazas nuevecitos recién llegados de la fábrica. Llegaban con sus pilotos, tres eran españoles y el otro un asesor alemán que al saber que yo andaba por allí aprovechó para volverse para casa unos días antes de lo previsto. Antes me explicó que esos aviones eran del nuevo modelo A-3 con motor más potente. Había más cambios: se habían retirado las ametralladoras de las alas dejando solo los dos cañones de 20 mm, sustituyendo a cambio las del fuselaje por unas pesadas de 13 mm, y se habían reforzado los anclajes para armas. Además tanto el punto central como los de las alas permitían llevar no solo bombas sino grandes tanques de combustible. No es que lo necesitásemos para llegar a Tenerife, pero en vuelos sobre el mar llevar gasolina de reserva nunca es mala idea.

Hicimos el salto directo a Los Abrigos y ni siquiera nos molestamos en esquivar Gran Canaria. Una vez en la isla, el comandante Salvador me abrazó —las primeras noticias habían sido de que me habían derribado— y me ordenó que descansase un poco. De paso aprovechó para adjudicar a los recién llegados los baqueteados Mochos A-2 que quedaban y quedarse uno de los nuevos. A mí me dejó el que había traído, que no en vano yo ya era un triple as. Yo estaba contento de volver con mis compañeros y en lugar de enclaustrarme en el barracón apuntarme a la misión del día siguiente: para variar, un ataque contra la Isleta. Buena ocasión para probar el Mocho nuevo. Como se esperaba mejor tiempo podríamos lanzar las bombas desde mayor altura, pero a cambio los ingleses podrían apuntar con comodidad. Podrá imaginarse la ilusión que me hacía ese servicio. Pero entonces llegó el comandante en el mismo plan que la caballería en las películas del oeste.

—Tenemos órdenes nuevas, Chiquitín. Se suspenden los bombardeos hasta nueva orden.