Publicado: Jue Sep 07, 2017 8:15 pm
por Domper
Vuelta al relato:

Capítulo 16

Cuando se viaja en avión solamente existen dos clases de emociones: el aburrimiento y el terror.

Orson Welles


Friedrich, Jörg. La guerra que hubo que ganar. Spiegel-Verlag. Berlín, 2007.



Tras la infructuosa salida al Atlántico de la división de cruceros del almirante Regalado, en Londres se seguía debatiendo sobre cuál sería el siguiente movimiento del Pacto. Sin embargo, aun no se había conseguido localizar a los buques mayores del Pacto. Se los había supuesto en el Atlántico, apoyando a los cruceros, pero los reconocimientos realizados habían sido infructuosos. Además se había detectado la salida desde Nápoles de un gran convoy de tropas que parecía dirigirse hacia Oriente. Esta posibilidad pareció realizarse cuando la escuadra francesa del almirante Laborde inició la segunda fase de las operaciones en el Mar Rojo.

El citado mar es una estrecha franja acuática que a pesar de tener dos mil doscientos kilómetros de longitud solo tiene doscientos setenta de anchura máxima. Se comunica con el Mediterráneo por el Canal de Suez, y con el Océano Índico por el estrecho de Bab-el-Mandeb, entre el extremo sur de la península arábica y Djibuti, de veintisiete kilómetros de anchura. El estrecho está dividido por la isla de Perim en dos canales, el occidental de veinticinco kilómetros de anchura y profundidad máxima de trescientos metros, y el occidental de solo dos kilómetros con sondas máximas de treinta metros.

Desde la antigüedad el Mar Rojo había permitido la conexión entre China y la India con el mundo Mediterráneo, siendo el control de sus accesos de gran importancia estratégica. La apertura del Canal de Suez le dio aun mayor valor al ser la vía más rápida de conexión entre Europa y Asia, y especialmente entre la metrópoli británica y su enorme colonia hindú. Por tanto, se convirtió en objetivo principal del Imperio Británico el control de sus dos salidas, primero la artificial de Suez (desplazando la previa influencia francesa) y la de Bab-el-Mandeb. Pero en el mismo estrecho el terreno resultaba particularmente inhóspito: extremadamente árido y caluroso, y sujeto a frecuente actividad volcánica. Solo en la costa yemení había algunas aldeas de pescadores, pero en el resto no había ocupación humana permanente, ni siquiera en la estratégica isla de Perim, que carecía de fuentes de agua. Aunque la isla había sido ocupada por diferentes potencias europeas desde el siglo XVI, nunca había tenido guarniciones importantes. La base británica principal tuvo que establecerse ciento cincuenta kilómetros al este, en Adén.

Tras la entrada en guerra de Italia en 1940, las posiciones en el estrecho y en Adén resultaban imprescindibles para impedir la salida al indefenso Océano Índico de la escuadra italiana apostada en Massaua. Cuando en 1941 las fuerzas inglesas fueron expulsadas de Egipto y Palestina, y se procedió a limpiar el Canal de Suez, la amenaza ya no fue del paso de unos pocos destructores o cruceros auxiliares, sino de la potente Regia Marina. Situación que la evacuación de Sudán con la pérdida de las últimas posiciones en el Mar Rojo (exceptuando las del estrecho) agravó. La posesión de Bab-el-Mandeb no solo cerraba el acceso al Índico, sino que permitía la entrada de fuerzas ligeras inglesas al Mar Rojo: mientras que el canal principal había sido minado y era batido por una batería instalada en Perim, el canal oriental, inaccesible para los italianos, permitía el paso franco de los submarinos ingleses.

A pesar del gran valor del enclave, la guarnición era muy reducida: una compañía en Perim y algunos escuadrones de fuerzas indígenas en Ras Menheli y en la aldea de Schech Said. Tras la pérdida de Suez se decidió reforzar la guarnición, pero la llegada de fuerzas adicionales se retrasó una y otra vez. Las graves pérdidas sufridas en Irak, el temor a una invasión japonesa de Malasia, y el creciente descontento en la India hicieron que las únicas fuerzas disponibles fuesen las evacuadas de Sudán: la Primera Brigada de Sudáfrica, que fue desplegada en la isla de Perim, la 23ª brigada de Nigeria en Ras Menheli, y los batallones 1/2º y 3/15º del Punjab en el interior. El general Brink tenía el mando de las tropas, que aunque nominalmente eran fuertes y numerosas, en conjunto tenían escaso valor combativo: estaban muy por debajo de sus efectivos tras haber sufrido muchas bajas en las operaciones precedentes, se carecía de material pesado, y las tropas estaban muy bajas de moral tras las continuas retiradas. El espíritu de algunas unidades disminuyó más por las tensiones raciales: los batallones punjabíes, que ya habían sido retirados dos veces (de Aqaba y de Sudán), fueron tachados de cobardes y relegados por los sudafricanos. Al no haber defensas fijas los soldados tuvieron que cavar trincheras bajo el fuerte sol, con el agua severamente racionada, y bajo los cada vez más frecuentes bombardeos de la aviación del Pacto que operaba desde Massawa y posteriormente desde la más próxima Assab.

Tras el combate de las islas Dahlak la escuadra del almirante Laborde se había retirado a Suez para repostar y reponer munición, siendo además fue reforzada las fuerzas navales que habían participado en la invasión de Chipre. En total, Laborde disponía de dos acorazados (Strasbourg y Provence), dos cruceros pesados y seis ligeros, incluyendo al italiano Bari y al español Navarra. Las fuerzas de desembarco las proporcionaba la primera división de infantería colonial francesa y el segundo batallón paracaidista italiano, veterano de Malta.

El día 17 de febrero se hizo al mar la fuerza de invasión y el 20, coincidiendo con la salida al Atlántico de la flota combinada, comenzó el bombardeo de las posiciones británicas mientras los dragaminas despejaban los canales. Al día siguiente el 21º Regimiento de Infantería Colonial desembarcó en las playas del norte de la punta de Ras Menheli. Las baterías de la isla de Perim permanecieron en silencio: construidas para dominar el estrecho de Bab-el-Mandeb, sus arcos de tiro no cubrían las playas. Aunque el terreno volcánico hubiese permitido la resistencia, la brigada nigeriana había sido sorprendida por el bombardeo, tenía muchas bajas y se desmoronó: la mayor parte de los soldados se rindieron y solo algunas unidades intentaron unirse con los punjabíes del interior. A las cuatro horas la península había sido asegurada. La brigada sudafricana quedó aislada en la isla de Perim, sometida a repetidos ataques aéreos y al fuego de la flota. Una bomba alcanzó el aljibe principal, que no estaba protegido, dejando a las tropas casi sin agua. La isla capituló al día siguiente, horas antes de que se produjese un asalto anfibio.

Tras la caída de Bab-el-Mandeb la primera división colonial francesa se dirigió hacia Adén. Los escasos remanentes de la fuerza del general Brink, acosados por la sed, los ataques aéreos, y por bandas de forajidos árabes, apenas presentaron resistencia y la vital ciudad cayó dos semanas después. En total, los británicos perdieron quince mil hombres (casi todos prisioneros) mientras que las bajas francesas fueron nimias.

La captura de Bab-el-Mandeb y posteriormente de Adén tuvo una repercusión mucho mayor de lo calculado en Londres. La primera consecuencia fue que el Mar Rojo quedó cerrado a los submarinos británicos y se convirtió, como el Mediterráneo, en un lago del Pacto. Al poder ser abastecidas directamente, las tropas expedicionarias en Abisinia, Somalia y Yemen se prepararon para actuar contra los focos del dominio británico en el Índico. La nueva derrota inglesa hundió más su prestigio ante los árabes, y el rey Ibn Saud, que hasta entonces había sido hostil al Pacto, afirmó su neutralidad al mismo tiempo que enviaba una delegación a Berlín.

Pero la principal consecuencia fue sobre el dominio inglés del Océano Índico. La noticia del ataque a Bab-el-Mandeb, inicialmente, no causó excesiva preocupación en el Almirantazgo, creyendo que las restantes bases británicas en la región (Adén, Berbera en Somalia y la isla de Socotora) podrían bloquear la salida al océano de las fuerzas navales contrarias. Pero Adén se perdió poco después, y con él el dominio en Yemen. Berbera estaba amenazada y se vio sujeta a repetidos ataques aéreos por la aviación del Pacto, que había solucionado sus problemas logísticos. Durante la evacuación de Adén fueron hundidos el crucero Durban, el destructor Vampire y la corbeta Azalea, y en Berbera fue hundido el destructor Encounter y dañado el crucero Emerald; ante las pérdidas se decidió dejar solo una línea de vigilancia y retirar los buques pesados a Bombay. Incluso esa medida se reveló inadecuada cuando una flotilla de submarinos alemanes fue basada en Massaua y empezó a operar en el Golfo de Adén y el Mar Arábigo. En dos semanas fueron hundidos dos destructores, una corbeta y tres pesqueros armados, forzando a que la vigilancia tuviese que hacerse a mayor distancia. En la práctica quedó abierto el océano Índico a las incursiones de los buques del Pacto, y se facilitó el paso de buques «forzadores del bloqueo» con destino a la Indochina francesa y Japón.

Aunque la Eastern Fleet había sido reducida al haberse retirado los buques modernos supervivientes del Mediterráneo, aun contaba con dos acorazados, un portaaviones, cuatro cruceros pesados y seis ligeros. Sin embargo, su potencia real era pequeña. El portaaviones Hermes era un buque pequeño y anticuado con mínima capacidad. Los dos acorazados eran lso más viejos de la flota, y además el Royal Sovereign estaba siendo reparado en Triconmalee de los daños causados por un torpedo aéreo. La presencia en el Massaua del acorazado francés Strasbourg representaba una gravísima amenaza, ya que se trataba de un buque mucho más veloz que los barcos de batalla ingleses, con gran autonomía que le permitía operar como corsario, y que con su artillería pesada podía destruir a cualquier crucero inglés. Peor aun, la flota de superficie del Pacto, de la que se desconocía su posición, podía estar dirigiéndose hacia Suez para caer sobre las desprotegidas costas hindúes. El espectro de la pérdida de la joya de la corona corrió por Londres, y el Premier Churchill ordenó reforzar urgentemente las fuerzas del Índico, aunque fuese en detrimento de la Home Fleet. Los acorazados Valiant, Malaya y Barham y el portaaviones de escolta Archer aparejaron hacia el Cabo de Buena Esperanza intentando llegar al Índico cuanto antes.