Publicado: Mié Ago 02, 2017 9:30 pm
por Domper
Thorsten Koertig, sin querer, rememoró su experiencia hasta el momento. Se podían decir muchas cosas de la estancia en Bromberg, menos que fuese placentera.

Al coronel no le había sorprendido del todo ser llamado a Alemania pues el frente de Irán estaba tranquilo y los ingleses estaban a cientos de kilómetros de las avanzadas alemanas. El ejército persa, aunque no contaba más que un cero a la izquierda, vigilaba a los británicos y se esperaba que al menos avisase de cualquier movimiento enemigo. La calma se estaba aprovechando para distribuir a los oficiales más experimentados entre las formaciones que se estaban organizando y que tenían menos experiencia. Koertig pensaba que iba a ser enviado a alguna nueva división panzer, pero al llegar a Berlín se le había informado que su misión iba a ser organizar el primer batallón equipado con los nuevos tanques pesados. Algo que le sorprendió, pues se suponía que iban a ser distribuidos a las divisiones acorazadas. Pero el nuevo modelo de panzer tenía unos requisitos de mantenimiento muy exigentes, y con su velocidad limitada casaba poco con las rápidas panzerdivisiones. Se había preferido reunirlos en formaciones independientes para facilitar el mantenimiento y para no interferir con los veloces movimientos de las formaciones mecanizadas. El papel de los batallones pesados sería actuar como el ariete que rompe las puertas y abre paso a los otros tanques. Tras la ruptura, tendrían que enfrentarse a las masas acorazadas enemigas, que el enemigo lanzaría contra la brecha, y derrotarlas decisivamente, requisito que se consideraba imprescindible para lograr la victoria.

Los hombres de los que dispuso eran los mejores: veteranos de Francia, de los Balcanes y de África. Incluso había más hombres que también habían estado en Mesopotamia, como el capitán Ludwig Bauer, que se había distinguido en Habbaniya y en Kirkuk. Algo más que bueno pues así el coronel no tuvo que perder el tiempo desasnando a reclutas recién salidos de sus hogares. Sin embargo el problema estuvo en los tanques. Acostumbrados a los fiables Panzer III y IV, los Panzer VI resultaron una pesadilla mecánica. Su relación peso potencia era muy desfavorable y obligaba a forzar los motores, pero si el conductor se pasaba de vueltas era casi matemático que el motor o la transmisión se rompiesen. La suspensión funcionaba muy bien, pero era frágil; como se le ocurriese al conductor pivotar podía cargársela, y además sustituir una simple rueda era tarea ímproba porque a algún genio se le había ocurrido intercalarlas. Mientras que cambiar un rodillo en el Panzer IV era tarea que podía nacerse en un par de horas, en el Panzer VI era preciso desmontar media suspensión para acceder a la rueda dañada. Incluso con todo el cuidado del mundo las averías del Tiger eran muy frecuentes. Habían hecho una marcha de prueba de cien kilómetros que finalizado con la mitad de los tanques en la cuneta. Koertig temblaba solo de pensar en lo que sería una retirada con esos monstruos.

A cambio todos estaban encantados con el cañón. Potentísimo y enormemente preciso, podía batir a los tanques enemigos a tres mil metros o incluso más. Nada más llegar a Bromberg habían ido al polígono de tiro, pues según sus resultados luego los árbitros dirían si en las batallas simuladas acertaban o no. Los resultados fueron tan buenos que se les había asignado un impresionante 50% de probabilidades de impacto a la primera cuando disparaban a mil metros contra blancos móviles. Impresionante para los parámetros de Bromberg, donde pocas unidades habían conseguido alcanzar el 25% y ninguna el 40%. Con tan buenos resultados el batallón había ido al campo de maniobras pensando que se iban a comer los panzer de los profesores con patatas… solo para salir trasquilado.

En el primer enfrentamiento, que también fue la primera actuación del nuevo batallón pesado, los profesores habían rehuido el combate retirándose a toda velocidad. Tanta que solo pudo mantener el contacto la sección de reconocimiento y Koertig tuvo que enviar en su apoyo a la compañía de Panzer III, pues como la producción de Tiger iba muy despacio el batallón solo tenía dos compañías del modelo pesado, y se le había asignado otra de modelo III, supuestamente destinada a combatir a la infantería. Los veinte Tiger habían intentado seguir a los tanques ligeros pero se fueron quedando poco a poco atrás, y media docena sufrieron averías mecánicas. Entonces avisó el capitán de los Panzer III que estaban bajo fuego antitanque, justo antes de que las comunicaciones se cortasen. Los Tiger siguieron adelante para rescatarlos, pero al pasar una loma vieron que todos los Panzer III estaban humeando, y que solo un par de «enemigos» lo hacía. Entonces otro aviso llegó de la retaguardia: los Tiger averiados estaban siendo acosados por otra compañía de tanques que había salido de no se sabe dónde. Los Tiger que aun funcionaban se volvieron y consiguieron «destruir» a otros tres enemigos, pero no a tiempo de impedir que los Tiger averiados fuesen «destruidos». Entonces volvió el resto de batallón de profesores y les pilló por detrás. Cuando acabó el ejercicio, Koertig se quedó muy disgustado: había perdido trece Panzer III y once Tiger, y uno había sido el suyo, uno de ellos. Según el sobre que tuvo que abrir, toda la dotación había muerto. A cambio solo había destruido siete tanques y dos antitanques.

En los siguientes enfrentamientos la tónica fue parecida. Los profesores conocían el terreno al dedillo, sabían aprovechar cada ondulación para resguardarse, y empleaban las vaguadas para situarse en la retaguardia de los Tiger. Cuando Koertig las puso bajo vigilancia, el primer batallón empleó como pantalla un par de colinas bajas. En la siguiente «batalla» mandó a una sección de Panzer III y a otra de Tiger a ocupar las dos elevaciones, pero fueron «emboscados» por antitanques. El teniente coronel Koertig acabó por creer que su rival, Von Peter, tenía ojos en el cogote.

Poco a poco fue descubriendo algunos trucos. El primero, que era crucial conocer los movimientos contrarios: tanto que los profesores solían cebarse primero en la unidad de reconocimiento, aunque fuese preciso sacrificar algunos de sus tanques. Koertig también vio que la diferente velocidad de los Panzer III y VI era una debilidad que los contrarios intentaban explotar para separar a los tanques ligeros de los pesados. Además descubrió que si sus resultados siempre eran malos se debía a que los hombres de von Peter consideraban objetivo prioritario a los Tiger averiados, fuese por fallo mecánico o por ser «dañados» en combate. Había intentado rescatarlos, pero Von Peter empleaba su artillería contra los averiados, y bastaba con que los semiorugas SdKfz 9 de recuperación apareciesen para que los árbitros los diesen por destruidos, pues no tenían blindaje. Al final había pedido que se le cediesen dos Panzer IV, de los empleados por el segundo batallón, para poder rescatar a los Tiger bajo el fuego.

El batallón pesado 501 había pulido sus peores fallos. Ahora Koertig pensaba que tenía una estrategia ganadora contra los dichosos profesores.