Publicado: Vie Jul 14, 2017 10:28 am
por Domper
Capítulo 15

Quien no me comprenda no comprenderá el rugido del tigre.

Aimé Césaire


Diario de Von Hoesslin


Von Lettow aun no había sido proclamado regente cuando inició una serie de visitas a las unidades de las fuerzas armadas cercanas a Berlín. El objetivo era obvio: conseguirle el aprecio del ejército, algo que no resultaría muy difícil pues quien más y quien menos lo veía como una figura mítica. No voy a decir que siempre fuese recibido con guirnaldas de flores, pues la admiración que Von Lettow despertaba en los jóvenes no se extendía a algunos veteranos de la Gran Guerra, ahora en lo más alto del ejército. Más de uno pensaba que él mismo podría haber sido regente. También había monárquicos como Von Rundstedt que se debatían entre su aprecio por el imperio y la lealtad a los Hohenzollern.

Razón de más para emprender la gira, porque en ella Von Lettow no solo trataba con mariscales sino con los que realmente contaban, es decir, con brigadieres y coroneles. Habían sido oficiales subalternos durante la Gran Guerra, y más de uno, mientras nadaba en el fango de las trincheras, se había imaginado sirviendo en Tanganika bajo el mando del ahora regente. Eran esos oficiales profesionales los que con peores ojos habían visto la soberbia nazi, y que en Alemania se restableciese la legalidad les reconfortaba. Además, si algo tenía el regente era que aunaba la capacidad de reconocer a las personas de un vistazo con la de causar devoción a su persona. Costó algún tiempo pero esas visitas consiguieron para Von Lettow el apoyo incondicional del ejército.

Había otro motivo, y era la genuina curiosidad que el regente tenía por los adelantos bélicos. Él mismo reconocía que llevaba muchos años apartado del desarrollo técnico. Su carrera en África había sido heroica pero con campañas propias del siglo anterior. Al poco de volver a Alemania había sido apartado del ejército. De aviones, tanques y cañones apenas conocía lo que se veía en las películas, e iba diciendo que necesitaba ponerse al día para poder valorar la situación militar.

Una de las primeras visitas que realizó fue a un lugar muy especial: la escuela Panzer de Bromberg. Tanto porque Von Lettow quería conocer al general Guderian, el inventor de las fuerzas acorazadas que nos habían dado la victoria, como por saber qué nuevas tácticas se estaban cociendo. Llegamos justo a tiempo, porque por una vez la “víctima propiciatoria” no era el segundo batallón del regimiento 1001, como era habitual, sino el recién formado batallón pesado 501.

La escuela de Bromberg, tal como la había concebido el general Guderian, tenía asignado permanentemente un regimiento de dos batallones. El primero era el de los profesores y el segundo de instrucción. El personal de este último no era fijo, sino que estaba formado por los alumnos procedentes de otras unidades, que intentaban derrotar al primero. Digo intentar porque en ese primer batallón de profesores el general Guderian había reunido lo más granado de la Panzerwaffe, incluyendo héroes de guerra como el capitán Barkmann. Al mando estaba el teniente coronel Von Peter, otro de los protagonistas de la batalla de Suez. Últimamente había llegado un núcleo de veteranos de Irak, y aprovechando la visita Von Lettow iba a imponer unas merecidas cruces de caballero.

Normalmente los alumnos tripulaban los tanques Panzer III y IV de dotación la escuela, uno u otro modelo dependiendo de la unidad de procedencia. Tanto estos como los de los profesores estaban modificados pues intentando lograr el máximo realismo algunas maniobras se hacían con fuego real. Para ello se habían sustituido los cañones por otros de 20 mm que disparaban munición inerte fragmentable, aunque dejando fuera unos tubos de metal ligero para que siguiesen pareciendo tanques. Los profesores emplearon inicialmente Panzer II, pero resultaron tan pequeños que afectaban a la operatividad, y pocas semanas tras comenzar los «cursos» habían sido sus tanques por Panzer III similares a los de sus alumnos, conservando solo unos pocos del modelo II para el reconocimiento. Los carros de combate de los profesores, con todo, habían sido modificados situando planchas en su exterior que los asemejaban a tanques rusos. Tenían más cambios. Disponían de radios mejoradas, necesarias no solo para coordinarse sino para facilitar la tarea de los árbitros, y se había modificado la cúpula de los jefes de los tanques, que ahora llevaba un escudo de protección. Pues una de las lecciones aprendidas era la importancia que tenía ver antes que el enemigo, hasta tal punto que se consideraba que el que el comandante asomase la cabeza por la escotilla multiplicaba por tres la eficiencia del carro. Por desgracia, la otra era que la munición de prácticas, aunque no pudiese perforar una coraza, era mortal para cualquiera que se expusiese. Consecuencia era que los tanques del pacto estaban siendo equipados con una cúpula con múltiples periscopios, en la que se podía instalar también un pequeño escudo. A fin de cuentas, en el combate real el peligro para los jefes de tanque no solo era la munición de otros carros, sino sobre todo la artillería y las armas de los infantes enemigos.

De todas maneras pocas maniobras eran con munición de prácticas. Cuando se empleaban eran tremendamente realistas, con los tanques disparándose y la artillería lanzando proyectiles fumígenos que simulaban las explosiones. Pero en esos ensayos no podían participar ni la infantería ni los cañones antitanque. Su importancia para la eficiencia de las formaciones acorazadas era algo que también había quedado clara en las maniobras de la escuela, por si no lo supiésemos tras dos años de guerra. Por eso era más frecuente que se emplease munición de fogueo que producía un satisfactorio fogonazo pero que no amenazaba a los participantes. Los blindados también tenían generadores de humo: si un árbitro decidía que un vehículo había sido alcanzado, daba una orden por radio y el objetivo supuestamente destruido se paraba y empezaba a humear. Es decir, que se intentaba que todo pareciese lo más real posible. El coronel general Guderian, que junto al general Von Senger acompañó al regente durante su visita, indicó algunas de las perrerías que tenían preparadas: por ejemplo, cuando los árbitros daban por dañado un tanque, la dotación tenía que abrir un sobre en el que se decía si el carro había sido averiado o si se habían sufrido bajas; evidentemente, sus compañeros tenían que actuar en consecuencia y tenían que intentar rescatar al blindado y a sus tripulantes. Otras veces los árbitros decidían que tal o cual unidad estaban sufriendo fuego de artillería y que tenía bajas, o que se había metido en un campo de minas (a veces simulado con petardos). También se habían excavado obstáculos como fosos, se habían construido fortificaciones simuladas, se labraban algunos terrenos para que se enfangasen, y algunas localidades abandonadas se habían arruinado para que pareciesen pueblos destruidos por los combates. En resumen, que había mil y un detalles que hacían que los campos de maniobras se asemejasen en lo posible a un campo de batalla. Salvo que, claro está, nadie moría; o mejor dicho, casi nadie, que los accidentes no eran raros pero se aceptaban como un doloroso pero necesario peaje.

Frutos de esas prácticas tan auténticas habían sido valiosas lecciones. Una era que la infantería montada en camiones no era capaz de acompañar a los carros de combate por terreno irregular, y menos ante la artillería enemiga; como consecuencia se había dado gran impulso a la producción de transportes de tropas. Otra, que las armas antitanque no solo carecían de movilidad sino que resultaban demasiado vulnerables: el batallón de profesores acababa sistemáticamente con los antitanques enemigos empleando una combinación de carros, infantería y apoyo artillero. Como esos cañones también demostraban ser muy útiles, al menos en manos de los profesores, se estaba intentando remediar sus deficiencias. La movilidad se había logrado adaptando motocicletas a sus cañones. Mejorar la protección era más complejo, pues se precisaba un blindado y todavía seguía el debate sobre si era mejor construir solo tanques, o tanques y cañones autopropulsados. Todo esto lo fue contando Guderian aunque su puesto fuese el de inspector de fuerzas acorazadas; pues la escuela era su criatura, de la que estaba justamente orgulloso, y además el coronel general, a pesar de su arrogancia, no perdía ocasión para acercarse a los poderosos.

Lo primero que hizo el regente al llegar a Bromberg fue pasar revista. Inspeccionó los medios del primer batallón, resultando más que evidente que estaban sometidos a intenso uso. La coraza mostraba marcas de los impactos de los proyectiles de prácticas, y algunas de las planchas adosadas para modificar la silueta estaban abolladas y sujetas de cualquier manera. Guderian nos dijo que mucho peor estaban los tanques del segundo batallón, que esta vez no íbamos a ver. También estaban alineados los pequeños cañones antitanque de origen francés, enganchados a motocicletas cada una de un tipo diferente, los semiorugas de los granaderos panzer y los tractores de artillería. Todos los vehículos estaban pintarrajeados para camuflarlos con una pintura lavable que por lo visto era fácil de aplicar y de retirar. Conseguía buenos resultados salvo en la estética, porque al ver el aspecto de los blindados ganas daban de mandar al pintor a decorar letrinas.

El otro batallón imponía más. Al principio me pareció que los tanques eran Panzer IV de cañón largo, pero luego pude ver que se trataba del nuevo modelo pesado, el Tiger. Era el blindado que quería ver el regente, aunque me estaba dando cuenta que le había interesado mucho el funcionamiento de la escuela. Guderian nos fue indicando las características del Tiger, que yo ya conocía fruto de mis servicios con el mariscal Von Manstein. El nuevo tanque era una máquina imponente pero tenía algunas deficiencias, que el coronel general obvió decir que se debían a las maquinaciones del inefable doctor Ferdinand Porsche. Era un asunto oscuro: por lo visto Porsche tenía intereses comunes con Krupp —se supone que metálicos— y habían llegado a un acuerdo por el que el profesor colocaría al ejército su diseño y luego la empresa lo construiría. Pero como el Tiger de Porsche era un trasto infumable se declaró vencedor al modelo de Henschel. Sin embargo la torre que Henschel había diseñado aun no estaba disponible e inicialmente el Tiger debía llevar la diseñada por Krupp. Resultó que el buen doctor olvidó pasar a Henschel las especificaciones necesarias para que el tanque llevase el cañón Flak 41, que era el que se había exigido ¿motivo? Que el Flak 41 era un diseño de Rheinmetall, y como Krupp estaba desarrollando su propio cañón del 88 había que conseguir como fuese que el Tiger de Henschel no pudiese llevar el Flak 41. El Tiger no estaba preparado para el retroceso del cañón, y hubo que montar el también formidable pero menos potente Kwk 36; el principal inconveniente fue que se trataba de un cañón que iba a ser sustituido por el Flak 41 o su versión para tanques, y la bromita de Porsche obligó a seguir produciéndolo. He de decir que los desvelos de Herr Ferdinand tuvieron su justa recompensa cuando Alfred Krupp resultó estar implicado en la conspiración Halder. Krupp lo pagó con una dura sanción, y a Porsche se le apartó de su gabinete de diseño y se le advirtió que no se volviese a acercar a un tanque. A partir de ahora se dedicaría al diseño de coches y camiones, que se le daban mejor.

A pesar de estos trapicheos el aspecto de los Tiger era impresionante, con su gran tamaño y el imponente cañón. Esas bestias pesaban cincuenta y seis toneladas y podían resistir a prácticamente todo, salvo a nuestro potente cañón Flak 41 o a los grandes cañones de la marina. Eran lentos, lógico dado su tamaño, y necesitaba repostar cada poco, pero se esperaba que su presencia dominase los campos de batalla.