Publicado: Vie Jun 30, 2017 2:35 pm
por Domper
Gerard no sabía si Jansen también había sido destinatario de otro de esos paquetitos. No solo Johan, hasta Joachim se estaba haciendo cada vez más cauto y lo habían perdido unas cuantas veces. En cualquiera de esas ocasiones habría podido dejarle un envío.

Mantener la vigilancia sobre Jansen estaba resultando tremendamente difícil. Era un policía, igual que lo había sido Gerard, que conocía todos los trucos. No era raro que cuando salía de casa se parase ante un escaparate y comprobase en el reflejo si alguien le seguía. Hasta tenía un reloj de cadena que miraba frecuentemente: un par de veces destelló, mostrando que Jansen había colocado un espejito de tocador que le permitía investigar a los otros viandantes. Era frecuente que el traidor entrase en locales con dos salidas, o que nada más entrar en alguna tienda se diese la vuelta y saliese, intentando sorprender a posibles seguidores. El U-Bahn le resultaba especialmente útil y en la Central se estaban haciendo famosos los cambios de vagón de Jansen en el último momento. Siempre de manera casual, demostrando que Jansen sabía que intentar eludir a un seguidor podía ser el mejor indicio de traición.

La vigilancia de Jansen era a la vez costosa y arriesgada, porque un desliz podría llevar al traste la operación. Gerard consideró detenerlo, pero temió que alguien tan astuto tuviese preparado algún sistema para alertar a los soviéticos. Pero dejar de seguir a un agente tan peligroso era una locura. Finalmente decidió encomendar a mujeres la vigilancia del policía. Bien venerables matronas que con su bolsa iban a hacer la compra diaria, bien jovencitas empujando carritos de niños, que no llamaban la atención aunque se las encontrara una y otra vez en los mismos sitios. Pero ese método solo servía para controlar la residencia o la comisaría donde Jansen prestaba servicio. Tan desconfiado era el traidor que había llegado a investigar en los archivos policiales quiénes eran esas vecinas; a Gerard no le preocupó porque tenían una leyenda a prueba de bomba.

No pudiendo vigilar de cerca las andanzas de un espía tan alerta y desconfiado había sido preciso recurrir a observadores equipados con prismáticos que seguían a Jansen desde apartamentos o azoteas. Establecer esos observatorios había sido complejo ya que precisaban una línea telefónica directa. Gerard esperaba nadie investigase por qué en ese vecindario tantos pisos habían tenido averías de teléfono. Aunque, bien pensado, era la Central la encargada de vigilar ese tipo de coincidencias.

Mal que bien se pudo adivinar por dónde se movía Jansen. La primera sorpresa fue que no era el único policía implicado. Otro agente, al que Gerard pasó a llamar Jelto, resultó no solo ser amigo de Jansen, sino que sus andanzas coincidieron un par de veces con las de Joachim en una llamativa casualidad. Jelto, además de policía, era un aficionado a las largas caminatas que emprendía con otro amigo, Janosch. Jelto y Janosch, a veces con Jansen, visitaban con frecuencia los bosques cercanos a Berlín, incluyendo el de Schirknitzberg. Que Gerard recordaba por ser en el que los guardabosques habían encontrado marcas de disparos.

Un día Jansen cambió su costumbre y al acabar su turno en la comisaría no volvió a su casa. Gerard ordenó que no se le siguiese aunque suspiraba por saber qué pretendía. La fortuna le sonrió cuando otro agente reconoció al traidor en la Chausseestrasse. Lo malo era que ese hombre estaba allí por ser parte del equipo de protección de Schellenberg, cuyos hábitos nocturnos lo llevaban con frecuencia hasta los cabarets de la calle. Jansen había entrado en un edificio de apartamentos, donde estuvo un rato antes de salir y dirigirse al U-Bahn. Con los medios de la Central, apenas dos horas después se sabía que uno de los pisos había sido alquilado por un tal Jirko, otro elemento que ya constaba en los archivos por su pasado en movimientos obreros. Por si quedaba alguna duda, resultó que al día siguiente Jirko —al que obviamente le habían puesto una cola— se juntó con Jelto para tomar unas cervezas. Pues mientras que Jansen era un zorro viejo al que costaba Dios y ayuda controlar, Jelto tenía costumbres de vividor, era aficionado a tomar alguna que otra jarra —o que otras, porque podría acabar con la producción cervecera de media Sajonia—, y cuando estaba animadillo controlaba bastante peor su entorno. Un regalo para la Central que le llevó a conocer aun a más individuos que no tenía fichados.

Además de poner bajo vigilancia a Jirko, Gerard ordenó que se estableciese un puesto más de vigilancia en esa calle. Un bonito departamento, con un magnífico ventanal con vistas a la madriguera de las ratas. Dos hombres, apostados con un telescopio oculto tras unos visillos, controlaban la calle. Eran agentes cuidadosamente escogidos, de los mejores de la unidad. Pues no solo iban a vigilar el nidito de Jirko.